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¿Desde qué presente pensamos el pasado?

En la primera entrada de este blog había tenido la oportunidad de ofrecerles algunas


reflexiones sobre la pregunta "¿Por qué estudiar filosofía antigua?", y entre otras cosas
entró en consideración lo siguiente: no puede tener sentido un estudio de la filosofía antigua
si no lo hacemos en función de nuestro presente. Pero ¿de qué presente estamos hablando?
Porque también dijimos, por una parte, que los argumentos en favor de la utilidad de la
filosofía antigua son bastante débiles, y por otra que hay un presente, el de la vida
cotidiana, desde el cual el estudio de la filosofía antigua resulta una actividad ociosa,
cuando no superflua.

En realidad para un presente signado por las preocupaciones del "hoy" todo estudio
histórico es bastante banal, excepto si esa mirada hacia el pasado nos revela alguna
estrategia para resolver un problema actual, o también, como suele decirse, "para no
cometer los mismos errores". Las ciencias aplicadas no estudian su propia historia sino
como curiosidad. Pero estamos desarrollando nuestra actividad en una carrera en la que se
consideran materias troncales nada menos que seis "historias de la filosofía", y de esas, nos
toca ocuparnos de la primera, y de la que se ha desplegado más atrás en el tiempo. A pesar
de eso no creo que sea difícil entender cómo esta puede entrar en nuestro presente.

Es que el presente puede ser pensado de manera diferenciada, no hay un solo sentido de la
palabra "presente". En un significado inmediato, el presente es un instante que separa
pasado y futuro, y por lo tanto no hay nada que sea menos histórico que ese presente. Y no
hay nada que sea menos importante y relevante. Incluso en las ocupaciones más inmediatas,
nuestro "presente" tiene un espesor mayor: si lo pensamos como el momento actual de una
vida, siempre pensamos en algunos años:
en los que estoy haciendo una carrera: el presente de mis estudios;
en los que estoy terminando de pagar la cuota del automóvil: el presente de mi economía;
o de varios meses:
en los que estoy siguiendo la campaña de mi club de fútbol: el presente de mi equipo;
en los que estoy cuidándome para adelgazar: el presente de mi estado de salud;
incluso de algunas semanas o días:
en los que estoy organizando una reunión con amigos o familiares: el presente de mi vida
social;
en los que preparo un examen: el presente de mis estudios otra vez, pero referido ahora a
una determinada materia;
No es difícil darse cuenta que esta manera de entender el presente implica una porción del
pasado inmediato. Porque de lo que se trata es de unos proyectos o unas tareas que deben
cumplirse, y esto requiere el sucederse de ciertos hechos o eventos. Y estos eventos que se
suceden en el tiempo, una vez sucedidos, no quedan olvidados a su suerte, sino que deben
ser tenidos en cuenta más adelante, tienen que ser hilados y enlazados simbólica y
funcionalmente para cumplir dicho proyecto o dicha tarea. En algunos usos lingüísticos este
"tener en cuenta" también se dice "tener presente". Un juez, al dictar en una causa "Téngase
presente la prueba", decide que algo del pasado juegue un rol decisivo en el momento de
fallar, en la sentencia. Lo que viene a ser equivalente a cuando alguien "tiene presente" que
yo le he ofrecido ayuda días atrás y me va a pedir ahora un favor, o cuando alguien "tiene
presente" que en el pasado lo han traicionado y por lo tanto ahora no confía en ciertas
personas.

Ahora bien, tampoco es difícil ver que toda esta porción del pasado que no es pasado, sino
presente, lo es solo en vista de un proyecto. Porque si comencé a estudiar una carrera hace
3 años, los 3 años que han pasado tienen sentido para mi proyecto de completar una carrera,
pero no para el asado con amigos que estoy organizando para pasado mañana, en la que
seguramente cobrarán mayor relevancia los precios de la carne y la leña publicados ayer, o
la noticia de hoy por la mañana de que tal o cual amigo no va a poder venir porque está
engripado.

Todo el mundo que tenga cierta sanía mental y esté integrado a la sociedad en mayor o
menor medida tiene proyectos que duran al menos unas semanas. Creo que, en la medida en
que además uno es ambicioso, en el buen sentido de serlo, en general apuesta por varios
proyectos que se cumplen a largo plazo. Y en la medida en que uno es íntegro, los puede ir
cumpliendo "teniendo presente" todos los sucesos significativos que acaecen en el periodo
de cumplimiento de dicho proyecto. El que no "tiene presente" tales sucesos sencillamente
fracasa por falta de proyecto, es más, no fracasa, sino que desiste de alcanzar los objetivos.

Pues bien, para hacer filosofía hay que ser muy, muy ambicioso. Extremadamente
ambicioso incluso. Muchas veces la gente se acerca a la filosofía porque siente algún
desajuste, algo que no anda bien respecto de su presente, un sentimiento de injusticia, y
obviamente una insatisfacción respecto de las explicaciones del mundo "al uso" que
circulan en ambientes cotidianos. Personalmente lo considero un buen síntoma porque
refleja una personalidad de nobles intenciones. Pero es un síntoma de algo que hay que
superar, porque la filosofía no sirve para hacer justicia ni para arreglar entuertos. Tampoco
sirve para corregir las explicaciones del mundo de circulación media, que siempre se
empeñan mediante una mutación constante en mantenerse inalteradas en su valor
explicativo. ¿Entonces para qué sirve? Para NADA. Es como el arte... ¿Para qué sirve el
arte?

Y he aquí la ambición de quien se dedique al estudio de la filosofía: tiene que pasar de


"querer arreglar algo" o "querer hacer justicia" con la filosofía, a "arreglar su concepto de lo
que es filosofía" y "querer hacer justicia a la filosofía". En este salto se quedan todas
aquellas personas que en realidad tenían una vocación de politólogos o de sociólogos, y
permanecen los que tienen una verdadera vocación para nuestra disciplina. Claro que
quienes no piensen así, todavía pueden contar con el consuelo de ver que existen
importantes académicos de filosofía que han desarrollado toda su carrera profesional
intentando asimilarla a un estudio "al servicio de..." lo que sea: la sociedad, la identidad
regional, la liberación política e ideológica de una región, etc. pero con ello les ha faltado la
ambición suprema, a la que solo se accede cuando uno deja de anhelar para comenzar a
gozar: el de hacerle justicia primero a la filosofía, y por lo tanto comprender no tanto qué
es, sino qué ha hecho la filosofía: que tarea ha consumado.

Un proyecto político contemporáneo puede tener en cuenta sucesos de varios años atrás:
configuraciones de clase, cambios en la distribución de la masa electoral por partidos,
proyectos recientes de ley de legisladores, asignaciones de presupuesto del año anterior de
algún gobernante, etc. Un proyecto "emacipatorio" desde el punto de vista cultural puede
tener en cuenta unos cuantos siglos: si consideramos que nuestra propia cultura alcanzó sus
rasgos típicos con el paso del medioevo a la modernidad, por ejemplo, seguramente
deberán ser tenidos en cuenta desde el siglo XV en adelante. Solo un pensamiento que
tenga la ambición suprema de hacer justicia a la filosofía misma -y no solo a ella, sino a la
historia misma de la humanidad en cuestión de cultura- puede "tener presente"
pensamientos expresados hace más de 2000 años, y, a la vez, los pensamientos expresados
hace 20 años. Para hacerle justicia a la filosofía nuestro presente no dura ni semanas, ni
meses, ni años, ni siquiera siglos: nuestro presente dura milenios. Y por lo tanto sobrepuja
el intento de enjuiciar -de manera positiva o negativa- de todo otro proyecto de menor
alcance y de menor ambición. Pero para esto nuestro "presente" debe articularse y
considerar dignos de atención tanto al pensamiento arcaico de los griegos como a la
filosofía analítica contemporánea, al menos si hablamos de filosofía.

Y acá quisiera volver a ofrecerles un testimonio personal más que una reflexión de validez
general: en los años que llevo estudiando filosofía me he encontrado con muy pocos autores
"ambiciosos", y con muchos menos que han tenido la capacidad de "tener presente" todo lo
que hay que tener presente para hacer una justicia superior del tipo que he enunciado más
arriba. Y solo uno que lo ha logrado al punto de satisfacer mis propias exigencias, que, creo
yo, son las exigencias de "nuestro presente". Claro, es Heribert Boeder. Es cierto que fue un
profesor que al morir en 2013 dejó una obra casi por completo desconocida, pero frente a
nuestras propias exigencias intelectuales, esta realidad, no pasa de ser una constatación de
un estado actual del mercado editorial y académico. Claro que si estamos preocupados por
ver como colocamos en un futuro inmediato nuestra propia producción intelectual o
desplegamos nuestra actividad laboral en dicho mercado -una aspiración legítima, sobre
todo en estudiantes que tienen toda la vida por delante y tienen que "ganársela"-,
seguramente nos convendrá vincularnos con Habermas o Žižek si aspiramos a
internacionalizarnos, con Roig y Dussel si queremos ubicarnos en el mercado regional, o
con De Beauvoir o Butler si apuntamos a cierto nicho de mercado que se ha abierto
recientemente vinculado con el feminismo, por mencionar solo algunas opciones. Pero si
uno sigue esos caminos, debe ser sincero con uno mismo hasta la impiedad, y saber que no
está intentando "hacer justicia" a lo acaecido con la humanidad en su historia, sino
reclamando, propiamente, un nicho para crecer y ser querido y requerido por al menos
algunos de los que nos rodean: sean académicos a nivel internacional, sean nuestros
vecinos del continente, sean los que comparten nuestras reivindicaciones de género, etc.
Quienes quiera un poco más que esto -y un poco menos en otro sentido- merecen un
"presente" que vaya más allá de las narices de los consumidores y de las sombras de los
nichos de mercado, porque al resto poco le hace falta la filosofía antigua.

Como de lo que se trata aquí es de ser exigente con uno mismo, una exigencia superior a la
que el mercado nos "invita", voy a explicar cómo articula su propio presente el
pensamiento logotectónico, es decir, la obra desarrollada por Heribert Boeder. En primer
lugar notar esto: que en dicha articulación quedan comprendidas figuras de pensamiento
que han tenido su tiempo hace milenios, y también otras que han tenido su tiempo hace
menos de un siglo. Y que es unaarticulación, y no un conjunto de opiniones independientes
o estudios desconectados sobre el sentido de algunas obras pasadas. Y que como todo
presente, obedece a un proyecto que ya he enunciado más arriba: hacerle justicia a la
filosofía misma. Más precisamente: reconocerla, en la doble acepción del verbo
"reconocer": un volver a conocer y un agradecer. Una actividad a la vez intelectual y
volitiva. Un volver a conocer que se torna necesario porque "lo que es" la filosofía se ha
desdibujado en una serie de distorsiones en nuestro presente, y un agradecer porque al
advertir "lo que es" la filosofía -en una definición no preconcebida de la filosofía, sino una
enteramente pragmática que vuelve la mirada a "lo que ha hecho"- comienza a tener a la
vista algo perfecto, en el sentido de algo que se ha completado y por lo tanto, más que un
afán de continuación, despierta una admiración extática.

En rasgos generales, es una articulación de tres elementos: historia, mundo y lenguaje. Creo
que para entender estos elementos hay que dejar en un primer momento el significado
último de las palabras con las que se designan (que tienen que ver con aspectos "técnicos"
del pensamiento logotectónico) para describir qué se ha producido en ellas:
Historia: Más precisamente "Historia de la Filosofía", está constituida por un conjunto de
pensamientos que se han vinculado de manera diferenciada respecto de una "sabiduría" que
les ha precedido. Esta "sabiduría" es una articulación discursiva de alcance universal, y
contienen un mandato acerca del destino del hombre. Los pensamientos que constituyen
dicha historia siempre se determinan de forma característica dependiendo de la relación que
guardan con el mandato sapiencial que les es dado previamente: pueden rechazarlo,
pueden intentar suplantarlo, o pueden aceptarlo como norma para su propia actividad
racional. Claro, la filo-sofia en sentido estricto es este último pensamiento que se vincula
afirmativamente con el mandato sapiencial. Pero la comprensión de la historia de la
filosofía no puede prescindir de las otras figuras: las que rechazan de plano el mandato
sapiencial, y las que intentan suplantarlo con otro mandato, porque estas figuras muestran
algo importante: que el mandato sapiencial ha sufrido una caída de su fuerza persuasiva.
Esta articulación: a) figura sapiencial; b) pensamiento que rechaza-suplanta-acepta el
contenido de la figura sapiencial, solo se constata en la historia de Occidente, en otras
culturas como las del lejano oriente -por mencionar solo algunas- solo se puede constatar la
existencia de figuras sapienciales que no han dado lugar a rechazos o suplantaciones, y por
lo tanto tampoco se ha sentido la necesidad de aceptar de manera explícita con un
pensamiento racional la norma contenida en la "sabiduría": Oriente no ha tenido filosofía,
porque sus figuras sapienciales no han sufrido una caída en su fuerza persuasiva por
razones constitutivas. Además, en Occidente esta dinámica se ha producido tres veces, y
solo tres, y de manera completa, configurando épocas cerradas gobernadas por distintas
normas y por distintas concepciones sobre el destino del hombre, y por lo tanto
completamente independientes entre sí:
La primer época (Antigüedad) cuya figura sapiencial habla sobre el destino del hombre
vinculado al derecho y la justicia.
La época media (Medioevo) cuya figura sapiencial señala que el destino del hombre tiene
que ver con la gracia.
La última época (Modernidad clásica) cuya figura sapiencial indica la relación del destino
del hombre con el deber y la libertad.
Mundo: Es el conjunto de reflexiones que se desarrollan una vez que esa dinámica de las
articulaciones discursivas de Occidente descritas anteriormente se agota sin renovarse.
Después de la última época no se constata la existencia de ningún otro discurso que exprese
de manera vinculante un mandato sapiencial sobre el destino del hombre. En cambio,
aparece una constelación de pensamientos que intentan ser explicaciones de sentido, por lo
tanto lo que las precede es, de manera verosímil, un sinsentido. Ese sin sentido es,
precisamente, la ausencia de una "sabiduría" tal como las hemos descrito que tienen lugar
en la historia. Por lo tanto, las explicaciones de sentido no son filosofía. Por el contrario, el
pensamiento que cobra mayor significación en esta esfera del Mundo rechaza a la filosofía,
es tal que postula un nuevo mandato sobre el destino del hombre intentando, sin
conseguirlo por cierto, suplantar la función vacía que experimenta con la ausencia de una
norma social unificante. Aparecen por ejemplo la doctrina marxista sobre el futuro del
hombre como señor de sus medios de producción y reproducción de la vida en la sociedad
sin clases; la doctrina nietzscheana sobre el futuro del hombre como creador de valores; la
doctrina heideggeriana sobre el futuro del hombre como creador de un habitar originario en
el elemento del lenguaje. Todos estos pensamientos tienen la intención de establecer un
nuevo mandato sobre el destino del hombre, y por lo tanto entienden que lo ocurrido en la
Historia es un enorme y trágico error, un extravío, porque allí se han postulado y defendido
normas que atentan contra la esencia del hombre tal como ellos la postulan: para Marx, la
norma moderna sobre el deber y la libertad, tal como se dio históricamente, despoja de su
esencia productiva al hombre al justificar la expropiación de los medios de producción.
Para Nietzsche el saber cristiano sobre la gracia, al poner una serie de valores más allá del
devenir y al sustraerle al hombre el uso de su voluntad, atenta contra la producción de
valores que afirman la vida. Heidegger rechaza el camino que con los primeros pensadores
griegos tomó todo el pensar Occidental en su conjunto, porque allí tuvo lugar el brote de un
pensamiento que en vez de atender al ser, lo suplanta con los trazos más universales de los
entes.
Lenguaje: Es una constelación de pensamientos que asumen como tarea el rechazo de todo
discurso que contenga algún mandato respecto del destino del hombre: ya sea porque ese
mandato es totalitario y genera violencia y exclusión, ya sea porque es una ilusión respecto
de como operan las diversas estructuras en las que se articula la vida humana, que deben ser
asumidas como meras extensiones de la vida biológica; ya sea porque es son pretensiones
absurdas considerando los alcances y los usos legítimos de nuestro lenguaje. En esta
cruzada caen no solo las aspiraciones a un mundo futuro transfigurado tal como las
concibieron los pensadores del Mundo, sino todas las manifestaciones de la filo-sofia
habidas en la Historia. De hecho, en esta esfera del Lenguaje se obtura toda
comprensibilidad del mensaje de las figuras de la Sabiduría que expresaron un mandato
respecto del destino del hombre.
Vamos a tener la oportunidad de observar en nuestro curso cómo se articula, en la primera
de las épocas de la Historia de Occidente, la relación entre un mandato sapiencial y la
filosofía o, más precisamente, las filosofías. Acá quisiera demorarme un poco más respecto
de este presente y su configuración propia. En primer lugar es un presente construido a
partir de un proyecto vinculado con la decisión de hacerle justicia a la filosofía en lo que ha
hecho. Algunos de los corolarios que arroja nuestro breve recorrido por este "todo"
compuesto de Historia, Mundo y Lenguaje son los siguientes:

La filosofía sensu stricto solo se da en la Historia. Fuera de la Historia hay pensamiento,


meditación, o como se lo quiera llamar, pero no filosofía, porque no se verifica la existencia
de un discurso persuasivo y universal sobre el destino del hombre que contenga un mandato
a la distinción del hombre respecto de sí.
Para hacerle justicia a las posiciones de la filosofía de nuestra tradición se omite toda
referencia a una configuración normativa ajena a su propio horizonte. No se juzga la
filosofía aristotélica según una norma cristiana, por ejemplo, y tampoco se juzga a Santo
Tomás según la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789. Formulado así parece
una trivialidad, pero es tan corriente condenar a Platón por totalitario o a Aristóteles por
esclavista que parece necesario recordar que cada pensador tiene su propio horizonte de
sentido desde el que debe ser juzgado.
El Mundo y el Lenguaje son dos esferas del pensamiento que tienen, en el proyecto
logotectónico de hacerle justicia a la filosofía, el rol de acusadoras, si bien el tenor de
dichas acusaciones son diferentes. Porque se le atribuye a la Historia un proceso que ha
tenido como resultado a) una configuración actual de cosas que para el hombre resulta de
signo completamente negativo, o b) al menos una configuración tal que no permite
encontrar nada que sea calificable como "bueno".
En definitiva el juicio de la logotectónica favorece a la Historia de la filosofía, y sabe
reconocer lo obrado en esa esfera a partir de la Norma que aparece en cada una de sus
épocas. Por lo tanto no hace lugar a las acusaciones negativas del Mundo y del Lenguaje.
Pero no las ha omitido, las ha tenido presente.
Valgan por ahora solo estos cuatro corolarios, y quisiera cerrar con otra aclaración que
apunta a la duda expresada por nuestro compañero Ignacio sobre el sentido del término
"submodernidad". Esta palabra, repito lo ya publicado en el grupo de Facebook, viene a
señalar en el pensamiento logotectónico a un cierto grupo de pensadores de la esfera del
Lenguaje a la que se les suele dar el mote de "postmodernos" en una pretendida superación
de la modernidad. Sobre todo señala al pensamiento francés o francófono y más
particularmente a Merleau-Ponty, Foucault y Derrida. En ellos ve H. Boeder lo siguiente:
viven de la crítica que han ejercido Marx, Nietzsche y Heidegger a la metafísica, pero han
abandonado los proyectos de un futuro transfigurado para el hombre: sea el de la sociedad
sin clases, sea el del superhombre, sea el del nuevo arraigo en la casa del ser. En otras
palabras es lo que Lyotard ha llamado "la caída de los grandes relatos". En esta
dependencia hay, sin duda, una debilidad, porque una destrucción de la historia de la
metafísica para un moderno tiene un sentido que, al orientarse a un futuro del hombre
transfigurado, preserva al menos de forma distorsionada el recuerdo de lo que en la Historia
fue un mandato sobre el destino del hombre. La Submodernidad incluso llega a olvidar por
completo toda huella de este mandato y su crítica parece realmente algo así como hacer
leña del árbol caído, un gesto poco noble. Pero un gesto que al fin y al cabo es significativo
para comprender el rechazo actual a la obra de la filosofía.

También hay que señalar que en la esfera del Lenguaje hay cierto grupo de pensadores que
llegan a superar a la modernidad en la medida en que pueden abandonar un modo de pensar
"hermenéutico" con el sujeto que obra todavía como principio de todo horizonte de
comprensibilidad de nuestro mundo y nuestra historia. Estas figuras son constituidas, una
parte, por el estructuralismo francés, por otra por la filosofía analítica anglosajona. Aunque
estas figuras también pertenecen a la constelación de pensamientos que niegan la
posibilidad de "reconocer" a la filosofía en lo que ha hecho en su historia, el mismo
pensamiento logotectónico encuentra ciertas afinidades con estos "vecinos". Quizás incluso
hay una vacilación, que no implica confusión, porque H. Boeder demostró que por una
parte podía hacerse cargo del contenido de estos pensamientos en su carácter positivo
respecto de lo que pudieron hacer con el Mundo de la modernidad; y en su carácter
negativo respecto de como se situaron ante la Historia de la filosofía, y así "tenerlos
presentes".
Unas notas más sobre lo que acabamos de decir: debe quedar claro que estas formas de
agrupar a los pensadores y de articular el todo de nuestra tradición está en función de
hacerle justicia a la filosofía. Perfectamente es concebible otro modo de ordenar y
considerar lo que ha sucedido en nuestro pasado: por ejemplo, si en vez de querer hacerle
justicia a la filosofía se pretende impulsar el proyecto de emancipación latinoamericana, es
justo (quizás) reclamar un presente integrado por pensadores exclusivamente
latinoamericanos, siempre que seal aquellos que se dieron desde la colonización en adelante
(por lo tanto de formación "criolla" y de lengua europea, por supuesto, no indígenas, que no
conocieron un proyecto emancipador y unificante tal como el que busca el proyecto
mencionado) o, si lo que se busca es hacerle justicia a las mujeres intelectuales,
seguramente se podrá concebir un todo en el que cobran fundamental importancia Hipatía,
Teresa de Jesús, Hannah Arendt, Ayn Rand, Simone de Beauvoir, etc. Si alguien ya tiene
decidido que su proyecto es ajeno al de hacerle justicia a la filosofía, puede pensar y está
autorizado a ello, que el todo de la tradición tal como lo proyecta Boeder es eurocéntrico
y/o machista, y muchos calificativos más. Para gustos, colores.

Un cordial saludo a todos.

http://historiadelafilosofiaantiguauncuyo.blogspot.com/2017/04/

Juan José Moral


viernes, 21 de abril de 2017

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