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¡QUIÉN

Autor: Marco Oswaldo Manya Pacheco.


“La muerte no existe, la
gente sólo muere cuando
la olvidan; si puedes
recordarme, siempre
estaré contigo.”

Isabel Allende.
El reloj marcaba las 06:00h de una mañana fría
y neblinosa, el sol de cuando en cuando hacía su
aparición, las nubes lo abrazaban por completo al
astro rey demorándolo largos minutos antes de
aparecer de nuevo. La gente del tradicional barrio Las
Palmeras, ubicado en el sector de la Loma de
Puengasí, al Sur Oriente de Quito, en sus rutinarias
actividades corrían bien abrigados a las tiendas del
sector a abastecerse de productos necesarios para los
desayunos; otros al filo de la Avenida esperaban
impacientes abordar algún bus, buseta o camioneta
que los trasladasen hasta sus diferentes destinos en la
ciudad Capital.
Los vetustos y escasos buses venían desde las
Parroquias Rurales de Conocoto, y Sangolquí, con
exceso de pasajeros y solo cuando alguien anunciaba
que se bajaba por el sector de las Palmeras, el
conductor aparcaba unos pequeños instantes, ese era
el momento preciso que aprovechaban en especial los
varones para subirse al vuelo e ir colgados aunque sea
en la puerta del mismo.

¡De pronto! una voz alterada y desentonada


rompió con la cotidianidad, e hizo que todos
volvieran la vista hacia él, este hombre subía al trote,
agitando y moviendo las manos, gritaba por la vieja
Avenida, la macabra y alarmante noticia:
— ¡Un muerto un muerto, llamen a la policía!

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Al oír esto algunas personas no pudieron
aguantar la curiosidad y a costa de llegar un poco más
tarde a sus lugares de trabajo corrieron cuesta abajo
unos doscientos metros hasta llegar al sitio exacto
donde había indicado el portador de la nota trágica,
quién alarmado contaba que él hacía rutina caminar
por este apartado lugar, por acortar un poco el camino
hasta la carretera, para de ahí tomar cualquier
vehículo hasta su lugar de trabajo, y que en éstas
circunstancias había alcanzado a ver el cuerpo sin
vida de una mujer. Una vez en el lugar, a unos veinte
pasos de la carretera en un terreno sólido, y baldío de
amplia extensión con abundante maleza, estaba el
cadáver recostado entre los matorrales; a lo lejos de
este lugar se veía unas escasas viviendas, mudos
testigos del hecho macabro y delictivo que allí había
sucedido. cubierto entre las hierbas se podía apreciar
la figura de un cuerpo femenino, estaba semi desnudo
y yacía en posición Decúbito dorsal (boca arriba), la
cabeza no se la podía ver debido que parecía estar
sumergida entre los crecidos y frondosos sigses; las
pocas prendas que portaba en ese momento eran: un
solo zapato de cuero color negro, con tacón cuadrado
y una hebilla plateada al costado, el mismo que se
encontraba calzado firmemente en su pie izquierdo;
un interior floreado, de los que se los suele llamar tela
de punto, este estaba bajado hasta las rodillas,
dejando ver claramente la zona “V” de la fémina.
Portaba también una blusita roja transparente con

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encaje de randa color negro, abierta totalmente
dejando ver sus bien formados senos, ésta blusa
estaba deshilachada haciendo suponer que él, o los
agresores, lo habían halado con violencia. Por la poca
vestimenta que portaba el cuerpo de la mujer, la gente
elucubraba de todo y muchos coincidían que se
trataba de violación y muerte. Sobre la edad, de igual
forma, a juzgar por su figura, no había dudas que se
trataba de una mujer joven.

De entre todos los arremolinados curiosos


presentes en el lugar, unos eran conocidos vecinos del
mismo sector, otros eran solo transeúntes ocasionales
quienes al observar el tumulto de noveleros,
aparcaban sus vehículos al costado de la angosta vía
y se acercaban a saciar su curiosidad. De entre todos
los mirones salió un temerario sujeto quien con un
pequeño leño y paso dubitativo avanzó hasta el lugar,
lo hizo por pedido de algunos moradores quienes
llenos de curiosidad pedían que saque al cuerpo
inerte hasta un sitio más claro o visible para poder
identificarla viéndole la cara, o simplemente para
satisfacer el morbo.

—Por si acaso sea alguna vecinita de por aquí, decían


algunos moradores.
El hombre miró alrededor por unos instantes y
luego comenzó a hurgar entre el pasto, tratando de

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encontrar alguna otra evidencia de las pocas que se
podía ver a simple vista, a su paso habían unas pocas
matas de chilca, y abundante cortaderia selloana,
arbusto conocido coloquialmente como, sigse
(especie de carrizo utilizado en florería).
El sujeto que ingresó primero al sitio, un poco
temeroso pidió ayuda a otro hombre, para entre los
dos lograr el cometido. ¡Estaban por descubrir algo
más espeluznante todavía! Cuando al fin estuvieron
los dos varones decidieron tomar de los pies, y
halaron el cuerpo, y ¡Oh sorpresa! apenas halaron uno
pocos centímetros, el primero de los dos hombres
soltó el leño y salió en precipitada carrera alejándose
lo más rápido posible del sitio, el otro que entró
segundo, un poco más templado en su carácter,
permaneció en el lugar mirando atento a todos los
lados, su vista recorría ahora con más acuciosidad los
espacios menos accesibles.

El que salió corriendo gritaba en tono nervioso:

— ¡No hay la cabeza, No hay la cabeza esto es un


crimen, llamen rápido a la policía para que
investiguen!

Mucha gente permanecía ansiosa de más


noticias, y acrecentaron su curiosidad al escuchar la

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fúnebre noticia, decían que el barrio era muy
tranquilo y que no era común que esto sucediera por
allí, que ésta era la primera ocasión que pasaba esto.
Por eso al oír que no había la cabeza, unos abrieron
de forma desmesurada sus ojos, algunas mujeres se
cubrían con sus manos la boca en gesto de susto, otros
se santiguaban pidiendo al cielo que nunca les suceda
nada malo.

—Dios nos guarde, Dios nos proteja, se les podía oír


decir.

El tumulto de gente curiosa desde el sitio en


donde se encontraban parados, comenzaron a recorrer
con sus miradas por todos los lados, queriendo
encontrar la cabeza y las demás prendas que le hacían
falta a la infortunada mujer, mientras esperaban
impacientes que haga su arribo la policía y demás
Autoridades.

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San Francisco de Quito, Capital política de la
República del Ecuador año 1984.
La Franciscana ciudad se muestra alegre, a
ratos bulliciosa y pacífica a la vez, su geografía es
alargada, con calles, plazas, iglesias, monasterios,
monumentos, etc. Que guardan secretos antiguos. La
rica y bien lograda arquitectura de la Escuela quiteña
invita a propios y extraños a ser visitada, admirada y
fotografiada; fácilmente se la puede percibir que está
de brazos abiertos dispuesta a mostrar todos sus
encantos naturales cuál mujer ansiosa espera abrazar
a su amado. La bella ciudad, además ofrece miles de
oportunidades para que propios y foráneos se forjen
destinos en los diferentes escenarios.
Los citadinos en un rutinario ajetreo se
trasladan a sus centros de estudios, trabajos, oficinas
y más actividades. Al respecto a dos jubilados se les
escucha comentar por ahí, con gran aserto:

—“Si hay trabajo, pero hay que moverse, ya que


parado no encuentras nada hijito”, el interlocutor que
le oye contesta:
—Es verdad, en ésta gran “selva de cemento” hay que
moverse para conseguir alguna oportunidad de
trabajo, caso contrario nos “come vivos”

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En otra esquina de la Plaza Grande sentado con
las piernas cruzadas y con el periódico desplegado de
par en par se ve como es abordado abruptamente por
un fiel compañero de años de trabajo en la empresa
de Ferrocarriles del Ecuador, y que ahora al paso de
los años, la vida les ha convertido irónicamente en
compañeros de silla en la Plaza, los dos acuden de
lunes a viernes al mismo sitio.
A muchos de ellos hasta parece que les cuesta
habituarse a su nueva situación de jubilados; así que
para no entrar en depresión por los años mozos que
irremediablemente se han ido, y para no olvidar la
costumbre de las épocas de cuando eran activos
laboralmente, algunos salen presurosos desde sus
hogares en las mañanas; trajeados, perfumados y bien
peinados, como si fueran alguna cita romántica. En el
lugar cada grupo de jubilados saben en dónde
encontrarse, pues tienen fijada su esquina, rincón o
banca específica en donde se agrupan.
Las personas que por casualidad, descanso o
simplemente por mirar el ir y venir de la gente, se
sientan un momento al lado de cualquier grupo o
pareja de jubilados, ahí es común escucharles hablar,
cuál expertos ‘todólogos’ varios son los temas que
comentan como: política, economía, deporte, etc. Y
de épocas que las generaciones actuales ya no nos
acordamos.

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De vez en cuando inclusive, ahora suele
vérseles a algunos añosos personajes con guitarra en
mano y al acorde de voces y cuerdas bien afinadas,
salen hermosas melodías de antaño, con letras
cargadas de sentimiento que amenazan con hacer
explotar el corazón al escucharlas, a la juventud de
hoy que pasa por aquí, eso no les interesa, son otros
tiempos, y hasta parece que el solo escuchar les
incomoda; en cambio a algunas personas que se
encuentran presentes y escuchan el nostálgico e
improvisado concierto musical, al acorde de tan
sentidas melodías les arranca lágrimas y uno que otro
suspiro de recuerdos de sus otrora años de juventud,
en fin todo esto hace más entretenida a la legendaria
y tradicional Plaza Grande. La experiencia
acumulada de estos asiduos personajes les concede y
acredita respeto.
Al llegar el medio día, unos se retiran a
almorzar por los salones o restaurantes aledaños al
sitio otros, regresan a sus domicilios, ya entrada la
tarde luego de lustrarse el calzado, conversar todo el
día hasta el cansancio, departir una que otra copa de
licor, con la consabida excusa de:

—Para amenizar el momento nomás es, no es para


chumarnos. Dice uno de los presentes, a una jovencita
que con atención mira el accionar de éstos personajes.

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Al final del día algunos de ellos regresan a casa
embriagados, o ‘entonaditos’ otros, retornan muy
sobrios, pero eso si con su noticiario bajo el brazo,
sana costumbre que conservan algunas personas de
éstas generaciones de leer de principio a fin la prensa
escrita.

La delincuencia, prostitución, mendicidad, y


muchos otros delitos que aquejan a todos los barrios
de Quito, van en aumento. El barrio “San Pablo”,
ubicado al (centro-este de Quito) no es la excepción;
aquí se desarrolla una particular historia.
Juan Sandoval Paredes, es el nombre de un
muchacho que frisa sus 15 frescos años, es el tercer
hijo de una familia de clase media; ellos residen aquí
varios años. Su domicilio se asienta entre las calles:
José Tobar y Pablo Guevara; cerca a la escuela fiscal
mixta: Odilo Aguilar Pazmiño. A pocos pasos
también encontramos el centenario hospital
dermatológico: Dr. Gonzalo Gonzáles, nombre en
honor al galeno que en el año de 1957, había sido
nombrado Director titular, del leprosorio y con él, se
había dado inicio a la implementación de mejoras
especialmente en cuánto tiene que ver con
infraestructura y atención. Está ubicado exactamente
entre las calles: Pablo Guevara y Antonio Sierra. Este
centro hospitalario cuenta con unas cuatro hectáreas
de extensión, los tejados de casi todos los pabellones
lucen gastados, rotos y descoloridos por el paso del

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tiempo. Para el año 1992 recién se le había conocido
como: leprosorio “Verde cruz”

Cuenta la gente del barrio, que han sido vecinos


por varios años de los pacientes del centro
hospitalario, que las viviendas (pequeñas casitas de
un solo piso) en donde residen los pacientes, han sido
edificados por ciudadanos alemanes hace algunas
décadas; la iglesia que está dentro del hospital, data
de hace unos 80 años de construcción de igual forma
de manos germanas.
Esta casa hospitalaria se ha constituido como
centro de especialidades recién en agosto del año
1980, pero su origen se remonta al año 1911. El

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legendario hospital alberga a varios pacientes
hombres y mujeres portadores de la enfermedad de
Hansen, (Mycobacterium leprae), hoy conocida
como bacilo de Hansen, en honor al médico noruego:
Gerhard Henrik Armauer Hansen, quién en el año
1873 ha descubierto el bacilo causante de la lepra.

El interior del hospital, con sus largos y


silenciosos pasillos, jardines y espacios verdes luce
alegre y bucólico y es por lo bien conservado de sus
espacios. El sol hace su parte dando brillo y color a la
infinidad de flores y plantas cultivadas por los
mismos pacientes, mirar unos minutos todo este
silencioso ambiente da a ratos una sensación de paz y
tranquilidad; así como también puede convertirse en
un silencioso y atosigante lugar de martirio, para
quienes no se acostumbran a vivir en soledad.
Sentados en un rincón están dos pacientes, hombre y
mujer se los visualiza con sus cuerpos cansados
(entrados en años), miran pasar las horas sin
inquietarse, sumergidos en una amena conversación:

—Los sembríos y las plantitas al menos nos alegran


el alma y el dolor… dice la más anciana.

El otro contertulio asintiendo con su cabeza


contesta:

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— Así es, y si no fuera siquiera por esto, más triste
fuera nuestra estadía aquí.

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A otros se los ve venir a lo lejos con paso lento
y figuras desgarbadas, se sientan en una de las bancas,
conversan un rato y de pronto así como llegaron se
pierden despacio a lo lejos, van con dirección a las
chacras, llevando en uno de sus hombros una lampa
(instrumento de labranza) para realizar labores
agrícolas.
En este lugar abundan los casos de tristeza y
soledad, en donde sus familiares los han abandonado
a su suerte, hay varias historias desgarradoras, las
razones del abandono son muchas, pero
principalmente es por la enfermedad, la ingratitud de
parientes, y familiares es la causa recurrente, pero al
final, algunos pacientes dicen que de tanta espera que
vengan los familiares, el alma se les ha cansado, por
lo que mejor ya se han “hecho al dolor” algunos de
ellos inclusive, aquí se han vuelto a enamorar, han
vuelto a renovar su esperanza y sus vidas.
Precisamente aquí en este lugar, se han conocido, y
enamorado, decidiendo muchos de ellos convivir en
‘unión libre’ (unión de hecho) y otros tantos se han
casado con sus mismas compañeras/os, de
enfermedad, y como es de esperarse, producto de
éstas relaciones también han procreado hijos, quienes
han crecido con sus padres y desarrollado en este
entorno, y por supuesto han logrado romper de a poco
ese estigma y marginación que la ignorante y cruel
sociedad, los ha mantenido relegados por varios años.

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Aquí en este viejo sanatorio Juan, da rienda
suelta a sus andanzas y juegos propios de cualquier
muchacho de su edad. Estudia en un colegio del sur
de la urbe, las tardes luego de hacer sus tareas se
desespera por salir a jugar con sus amigos y vecinos
de barrio: Alfredo y Esteban, jóvenes que al igual que
Juan, tienen edades que fluctúan entre los 14 y 15
años respectivamente; no hay nada más hermoso para
los tres amigos, que jugar dentro del hospital, quienes
ni cortos ni perezosos a la primera invitación que les
hace Juan, autonombrado líder, lo acompañan sin
chistar, aunque de vez en cuando a Esteban le llega a
la memoria los consejos incesantes de su madre
sobre: (No entrar por la enfermedad infecto
contagiosa), pues según como a ella también le han
contado otras bocas, que años atrás a los enfermos no
se los permitía siquiera salir fuera de las paredes del
hospital, y que inclusive en la iglesia tenían una
barrera divisoria para que no contagiasen a los
feligreses sanos, que acudían fielmente a escuchar
misa.

Sobre los alimentos también le habían contado


que los hacían comer en baldes como si fuesen
animales y que las curaciones de las llagas sangrantes
de sus cuerpos se las tenían inclusive que realizar
entre pacientes; por éstas y muchas razones más,
algunas personas se habían dado por llamar a ésta
enfermedad como: “Castigo de Dios” y que recién

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para el año 1980, los enfermos ya habían podido salir
del hospital a recibir a sus visitas y familiares.
Pero la juventud y la amistad que mantenían los
adolescentes les hacía olvidar todas las advertencias,
de sus progenitores; en sus alocados juegos, trepaban
la gastada pared de ladrillos y adobe de unos dos
metros de alto, se deslizaban como gatos y al rato ya
se encontraban en su interior, espiaban con sigilo a
todos los lados para confirmar que nadie los hubiere
visto, y luego recorrían en puntillas los extensos
pasillos, a su paso podían mirar puertas entre abiertas;
grandes y largos ventanales; extensos y amplios
espacios propicios para jugar a las escondidas. Los
coloridos y bien podados jardines tenían que soportar
las pisadas de estos tres furtivos visitantes. Total este
lúgubre sitio es como un gran escenario peliculesco,
en donde se puede poner en escena toda clase de
tramas imaginativas o reales, que por supuesto
siempre nace de la mente inquieta de Juan.
Ávidamente juegan a las escondidas, corridas, se
lanzan piedras, imaginan ser pistoleros (chullitas) y
bandidos; los tres amigos sumidos en este mundo de
ilusiones y juegos se pasan las horas, hasta que cae la
noche, y así sudorosos y cansados deciden regresar a
sus casas, y por el mismo lugar que ingresaron, tienen
que salir, entonces Esteban, por ser el más alto, es el
encargado de poner su espalda para treparlos a sus
dos amigos y luego sale él.

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A este paso transcurren los días, entre juegos y
correrías esta ocasión sin darse cuenta se encuentran
por los sembríos que son cultivados por los enfermos
residentes, quienes en más de una ocasión al verlos,
les increpan y se enfadan con los muchachos con
mucha razón, ya que como es de suponerse los tres
jóvenes inquietos en su correrías destrozan los
variados sembríos de patatas, maíz, hortalizas,
legumbres, y una diversidad de granos que cosechan
para la venta en Semana Santa, o para su mismo
consumo, y a decir verdad ese es su único sustento,
ya que por lo deplorable de su apariencia física, la
gente de fuera les niegan trabajos y los evitan a como
dé lugar, muchos ni siquiera les extienden la mano
para saludar, solo se limitan a mover su mano en señal
de saludo o despedida nada más.
Los mismos médicos y enfermeras de esta casa
de salud se manejan con protocolos estrictos en
cuánto tiene que ver con la higiene; pero claro ellos
con conocimientos médicos lo hacen no precisamente
porque a lo mejor se van a contagiar, sino que la
asepsia e higiene es fundamental en todo proceso
curativo. Para Juan y sus amigos, el “peligro de
contagio” se ha vuelto un aditamento más de
adrenalina, que pone alegría a sus tardes de juego;
muchas veces los enfermos al ver destrozados sus
sembríos, habían acudido a quejarse hasta el personal
administrativo del hospital y éstos a la vez,
comunicaban a la única persona que hacía
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medianamente resguardo las extensas instalaciones
para que tratare a toda costa de atrapar a los
impertinentes muchachos.

Respecto a este asunto de seguridad, contaban


sobre bajo los mismos pacientes, que era casi nulo y
todo debido a que el señor encargado de custodiar y
recorrer las instalaciones del amplio sanatorio, por
más ganas que ponía, no se daba abasto, pues tiempos
atrás había sido empleado de limpieza, y una trágica
mañana de copiosa lluvia, estando pasando por una
de las gastadas tapias, el agua acumulada en las bases,
la había debilitado, a tal punto de venírsele abajo
sorpresivamente, cubriéndolo por completo al
infortunado empleado. Al ver esto la gente del sector,
empleados del hospital, y demás moradores
solidarios, luchando contra el tiempo en titánica tarea
habían logrado rescatarle con vida.
Dando como resultado final de ésta desgracia
que los galenos que le han atendido, en procura de
salvarle la vida, irremediablemente habían tenido
que amputarle una de sus piernas y luego de varios
meses de recuperación había vuelto a su trabajo,
entonces por razones obvias él, ya no podía
desempeñarse al cien por ciento en su anterior puesto
de labor. Ante ésta situación el Director del hospital,
en pos de “ayudarle” para que complete los pocos
años que dizque le faltaba para alcanzar la jubilación
por invalidez, le había dicho que cumpla las labores

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de seguridad, en la puerta de ingreso, sentado e
indicando a la gente a donde ir pensando a lo mejor
con esto reducirle su trajín y hacerle un bien. El
mencionado empleado por su lado, decían que le
ponía todo su empeño en su nueva labor, pero la
limitación física se lo impedía. Por todas estas
razones, las Autoridades barriales y del centro
hospitalario habían convenido hacer funcionar dentro
del hospital, un Retén Policial, ubicado en el lado
derecho de la única puerta de acceso.
Juan, al enterarse por boca de los hijos de los
pacientes que el señor de seguridad les buscaba, y
que además muy pronto llegarían al barrio cuatro
gendarmes, enseguida maquinó un plan para
“tenerles de parte” a los policías si llegaba el día en
que lo sorprendiesen. Para esto contaba con su
deslumbrante inteligencia y vivacidad además; se
destacaba por ser buen conversador virtudes innatas
que lo hacían sentir como se dice por ahí de, “sangre
liviana” es decir, (caía bien a todo el vecindario,
incluido a los policías.)

Pero, ¿Cómo había hecho para quedar bien con


los policías?
Una soleada mañana que los miembros del
orden habían arribado a prestar servicio al barrio
obedeciendo una disposición superior, y esta a su vez
motivado por el Presidente barrial, mediante oficio
firmado por los moradores para frenar los brotes
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delictivos que comenzaban a causar molestias a la
gente del barrio. La Directiva barrial, había
convenido con el Director del hospital de aquel
entonces, en acondicionarles un espacio dentro del
mismo hospital, espacio que en fechas anteriores
había sido construido, se trataba de un bloque de una
sola planta pensado inicialmente que sirviese para
realizar valoraciones médicas a los pacientes, pero
que por falta de recursos económicos para su
equipamiento, no lo habían podido hacer funcional,
y desde aquel entonces este lugar permanecía aislado.
Aquí decidieron albergar temporalmente a los cuatro
elementos policiales, y claro, con esto también
aprovecharon para que las instalaciones del hospital
quedaran de paso custodiadas.

El muchacho inquieto en su ir y venir al


hospital había sido el primero en observar la llegada
de los uniformados, y de inmediato había
maquinado, serles útil, e indicarles con punto y seña
el domicilio del presidente del barrio y así lo hizo, ya
que el policía de más edad de los cuatro policías o
más antiguo como suelen llamarse entre ellos, por
referirse al de más alto grado o jerarquía, había
pedido de favor, primero tomar contacto con el
presidente, para entre otros asuntos, ponerse a las
órdenes, coordinar los patrullajes y ponerse de
acuerdo sobre la alimentación para él y su personal.
Esto de pedir para los alimentos era una práctica no
legal, pero en vista que ellos al salir a prestar servicio
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en los Retenes policiales recibían el dinero de la
alimentación (rancho) cada fin de mes, debían de
alguna forma acomodarse, en vista que el asunto de
la alimentación resulta imprescindible. Por lo tanto
abrigaban la esperanza que el barrio a través de su
directiva les provea el alimento. Todos los policías
antiguos sabían que en determinados Retenes de los
barrios de la ciudad, los moradores hacían cuota para
entregárselos en dinero o en víveres y esto a fuerza de
costumbre se había hecho casi obligatorio, pero
eufemísticamente se lo tomaba como “estímulo”
En fin aquella mañana en que llegaron al barrio
los cuatro policías, salieron con Juan, en un pequeño
recorrido de apenas unas tres cuadras con rumbo al
domicilio del Sr. Presidente, llegaron al final de la
calle Antonio Sierra, en el lugar el muchacho hizo
señas e indico con su dedo una casa de dos plantas,
pintada de color verde (turquesa) hecho esto, sin
mediar algún motivo partió en precipitada carrera
para su casa como si algo se acordará de última hora,
los policías lo miraron algo extrañados por la actitud
apresurada del muchacho, pero no le prestaron mucha
importancia solo Juan, sabía el porqué de su actitud,
por su mente vivaz se cruzó la idea que a lo mejor el
presidente barrial al verlo con los policías les iba a
poner al corriente de tanta queja de los médicos,
enfermeras y pacientes, sobre las entradas no
autorizadas de él y sus amigos, así que mejor prefirió

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no dar la cara, mientras corría les dijo a los policías
entre gritos:

—Alberto Becerra, se llama el Sr. Presidenteee.

Los cuatro policías se miraron entre sí, con cara


de inquietud, el menos antiguo dijo:

—¿Y ahora, qué hacemos?, Nadie le contestó, solo se


miraron interrogantes entre sí.

Luego de permanecer parados mirando el


contorno auscultaron la casa de cabo a rabo para
determinar si golpeaban la puerta de metal, o
pulsaban el timbre; el policía más joven se fijó en el
extenso graderío que iniciaba o terminaba justo desde
la casa del presidente y desembocaba al fondo en un
puente rústico de madera que une a los barrios
Monjas Orquídeas y San Pablo, puente que por varios
años servía de paso obligado a los moradores de los
dos barrios colindantes, para no resbalar y caer al río
Machángara, río que cruza por la ciudad de Quito,
otrora de aguas límpidas y cristalinas, convertido a
través del tiempo en aguas mal olientes,
contaminadas y putrefactas que dificultan la

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convivencia a todos quienes han edificado sus
viviendas en todo lo largo de las riveras de este río,
su olor pestilente y nauseabundo se vuelve casi
insoportable en las horas del medio día ya que el sol
revive con fuerza los fétidos olores.
Otro elemento del orden alcanzó a divisar el
timbre de la casa, con un movimiento de cabeza y un
dirigir de ojos hacia el escondido pulsador, dio aviso
a su compañero, este de la misma manera, le contestó
con otro gesto igual moviendo la cabeza en señal de
afirmación e invitándolo a que pulse el timbre. El
chirriante ruido alertó a los perros y a sus dueños,
enseguida por la ventana del segundo piso asomó la
cabeza una chica de unos diez años a lo sumo, quién
al ver a los cuatro uniformados dio aviso a su padre,
al instante salió un hombre de aspecto circunspecto,
de unos cincuenta y tantos años; muy atento saludó
con cada uno de los policías, e inmediatamente se
identificó con el nombre de, Alberto Becerra, tal cuál
como Juan, les había indicado, luego sin mucho
parloteo les dijo:

—Yo soy el presidente de este barrio, y quién realicé


además los trámites para que sus Jefes, me aprueben
el pedido de personal policial; así que Jefes sean
ustedes bien venidos, y aquí me tienen a las órdenes
en todo lo que necesiten, pero vamos vamos al Retén,

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para dejarles de una vez posesionados, y ahí les
indicó algunas otras cositas más.
Con ésta introducción rápida, caminaron de
regreso hasta el Retén y a su paso les fue poniendo al
día de los problemas y los puntos delincuenciales que
aquejaban al barrio entre otras situaciones, les
aseguró que la alimentación la iban a recibir dentro
del mismo hospital. Al oír esto el policía al mando del
personal, primero se alegró pero al instante también
frunció el ceño en señal de desagrado, el interlocutor
percibió de inmediato esa reacción y con perspicacia
aclaró para tranquilidad de los policías sobre este
asunto, para que no les quede dudas, sobre el comer
dentro del hospital.
En razón de ser morador del barrio por varios
años, actualmente presidente y mantener reuniones
periódicas con el personal médico de ésta casa de
salud, él, ya conocía los avances médicos en torno a
la enfermedad, por eso con aplomo dijo:

—Tranquilos jefes, verán, es verdad que ésta


enfermedad de la lepra afecta principalmente a los
nervios de las manos, los pies, y las membranas de la
nariz, pero a pesar de todo esto, no es tan mala como
lo pinta y dice la gente por ahí, es mentira que la lepra
se contagia por contacto, no, no es así, si fuera así
imagínense ya hubiera pandemia aquí, lo que sí es

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verdad, es que es bien desagradable ver las llagas de
los pacientes pero, supongo que ustedes por su misma
profesión ya han de tener los estómagos “fuertes” por
eso no creo que tengan inconveniente comer dentro
del hospital, y sobre la enfermedad misma, debo
indicarles que ya hay cura, ¡Cuidado se me alarmen!

Muchos pacientes ya se han curado por


completo, y no se van porque ya viven aquí dentro del
hospital, a otros en cambio sus familiares les han
abandonado, y no por temor a la enfermedad misma,
sino más bien porque al estar muchos de ellos
inutilizados de pies y manos, los familiares les llegan
a consideran como una carga pesada, sumado a esto
que muchos de ellos, al venir de hogares pobres,
lógicamente a los familiares se les pone cuesta arriba
mantenerles.
Al término de estas palabras sobre la comida
pareció que quedaron conformes, no hubo ninguna
objeción aparentemente, sobre el aspecto humano,
más bien los cuatro policías pusieron cara de tragedia
y no era para menos escuchar cómo los propios hijos,
parientes y familiares en varios casos, tenían el
corazón tan duro como para abandonar a su suerte a
sus seres queridos, pero así de dura era la realidad.

Luego de un breve silencio el policía de más


grado se pronunció:

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— Sr. Presidente, le agradecemos que usted nos haya
aclarado sobre ésta enfermedad, éramos totalmente
ignorantes, con esto ya nos quedamos tranquilos,
también le agradezco que haya hablado con el
Director y personal de médicos para nuestra
alimentación y sobre nuestro trabajo, no se preocupe
que nosotros apenas nos instalemos en el Retén,
(acomodar las camas, cajas y armamento)enseguida
salimos a hacer un recorrido por todos los rincones
del barrio, para que la gente sepa que ya estamos aquí
prestando servicio y puedan acudir acá por cualquier
motivo; ya que nosotros venimos listos y dispuestos
a colaborar en todo y con todos los moradores.
Además también nos interesa que sepan los “amigos
de lo ajeno” que desde ahora ya hay policías en este
barrio, así que mejor que se tranquilicen sino quieren
problemas con la Justicia.
El Presidente sonrió complacido como quién
aprobaba las palabras del gendarme, y el momento
que estiraba la mano para despedirse, el policía que
le seguían en antigüedad, pidió disculpas por hacerle
perder un poco más de tiempo, y se dirigió con éstas
palabras:

—Disculpe que le haga perder un poco más de su


tiempo, pero es que me he quedado pensando en la
enfermedad y quisiera saber un poquito más y
prosiguió haciendo preguntas sobre la lepra. El Sr.
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Alberto sonrió, y explicó otra vez con lujo de detalles
lo que ya les había comentado, además les dijo:

—Vale la pena su inquietud, pero mire amigo, para


su seguridad y de sus compañeros, yo le recomiendo
que al disimulo en la hora de las comidas conversen
con los médicos y personal respecto al tema y verán
que todo lo que les digo no es mentira pero; si a pesar
de todo lo que les he dicho no se convencen, entonces
ustedes pueden nomás buscar en donde alimentarse,
para eso les recomiendo que suban al mercado de la
Vicentina, ahí preparan ricas comidas y es cómodo en
cuánto a precios.

Oyendo esto el de más jerarquía salió al paso,


sabiendo que no disponían de dinero para el rancho,
le interrumpió de golpe y mirándolo fijamente a su
compañero como para que no le haga quedar mal dijo:

—No, no, tranquilo Sr. presidente, ya quedamos


como usted nos dijo, comemos adentro nomás.

El presidente asintió con la cabeza y se marchó


entregándoles las llaves del habitáculo, pero antes les
manifestó de forma melosa:

27
—Aquí me tienen a la orden jefes para cualquier cosa,
si hay necesidad de algo, me comunican nomás y
buscamos solución a cualquier requerimiento que
tengan.

Recibiendo como respuesta unísona de los


policías,

—Gracias señor Presidente, le tomaremos muy en


cuenta sus palabras.

En verdad era necesario esa aclaración ya que


rompía con el mito y rumores antojadizos que
circulaban y se regaban como pólvora, como por
ejemplo: que los enfermos al ir caminando, o estando
realizando cualquier actividad rutinaria se les
desprendía partes de su anatomía, y que iban dejando
desperdigado por el suelo partes de su cuerpo, ¡Qué
horror! les hacía parecer a los pacientes, como zombis
que deambulaban por los pasillos del viejo y lúgubre
hospital con ese aspecto macabro, y claro está, con
esto a los pobres pacientes se les cargaba una causa
más de desprecio.
Los policías en efecto con el tiempo
comprobaron que todo lo distorsionado que ellos
sabían sobre la enfermedad era mentira, y sobre la
28
comida, todo el personal de médicos, enfermeras y
personal administrativo en verdad se alimentaban en
comedor aparte del de los pacientes, y los enfermos
tal como les había indicado, unos pocos comían en
los cuartos reservados para albergarlos o tratarlos y
los que residían con sus familias en las casitas
independientes, lógicamente se preparaban cada cuál
su alimentación y solo uno contados pacientes como
el carismático, y bien conocido, Don. Jonás, se
alimentaban fuera del hospital, en sus domicilios.
Así fueron pasando los días, semanas y meses,
los policías se establecieron sin ningún problema, se
hizo común verlos caminar por las calles, escaleras y
parques del barrio a cualquier hora del día, tarde, o
noche haciendo acto de presencia, previniendo actos
delictivos, saludando con los vecinos, y aplicando
mano dura a los delincuentes, las noches se los veía
patrullar hasta altas horas haciendo retirar de las
esquinas a bebedores consuetudinarios, y algunos
grupos de muchachos bullangeros que importunaban
con música estridente.

A cada una de las dueñas de salones de bebida


y chicherías clandestinas apostadas entre las calles
Antonio Sierra, y San Rodrigo, en el margen derecho
en donde había un callejón angosto, oscuro y mal
oliente, deambulaban noctámbulos borrachos
callejeros y delincuentes que acudían asiduamente a
ingerir jarras de “chicha fermentada” bebida

29
tradicional no destilada del maíz y otros cereales, y
que al mezclarla con puntas (trago) se forma el
llamado coloquialmente: “sánduche” o “chicha con
dual”. Costumbre arraigada de los pueblos de
América.
A las expendedoras de éstas bebidas
alcohólicas, los policías les indicaban y advertían con
la Ley en la mano que de seguir con su ilegal
actividad, (venta de licor en horarios no establecidos
y sin los respectivos permisos) procederían a hacerlas
clausurar, de hecho por más de una ocasión fueron
cerradas, ya que sus asiduos clientes protagonizaban,
peleas, escándalos, y una retahíla de líos más. Los
fanáticos y recurrentes clientes de éstas chicherías se
dejaban seducir una y otra vez por Baco, (Dios del
vino) quedando embriagados, perdidos, y tendidos
en las calles en condiciones muy deplorables, otros,
causaban desmanes y grescas callejeras creando una
serie de conflictos sociales.
En cierta ocasión, y aprovechando las
vacaciones escolares los padres de los amigos de
Juan, quizá por razones de estudio, economía,
comodidad o no sé qué mismo, habían decidido
cambiarse a residir a otros barrios, por lo que Juan,
irremediablemente tuvo que seguir solo, ya no tenía
más amigos de confianza en el barrio y como no había
según él, donde más distraerse, seguía ingresando al
hospital, pero ya no lo hacía a las chacras o jardines

30
como solía hacerlo con sus amigos, ahora ingresaba a
otro lugar.
El tiempo pasó a toda prisa Juan, contaba con
17 años y como a esta fecha ya había logrado
consolidar la amistad de los policías, entraba al
hospital muy campante y por la puerta principal, sin
escalar los muros, y todo porque aparte de enseñarles
a los policías, el domicilio del presidente del barrio,
les aportó datos sobre donde paraban la gente que
causaba problemas, (delincuentes) creyendo que con
esto ayudaría a los policías en su trabajo ahorrándoles
de realizar la labor de inteligencia previa que ellos
tendrían que realizar, y lógico que fue de gran ayuda,
ya que los policías se evitaron de hacer preguntas a la
gente del barrio, que por lo general en éstos temas son
muy reacios, por seguridad claro está, esto bastó para
que el muchacho se gane la confianza y amistad de
los gendarmes.

El muchacho ingresaba al hospital


generalmente tipo 16:00h; sin perder tiempo saludaba
atentamente a sus amigos policías, si es que justo
estaban por ahí, y si no pasaba de largo a tranco largo,
subía las gradas de dos en dos, como si tuviera
premura por llegar a una cita importante, y en el acto
estaba en el segundo piso de una vetusta
construcción, una vez allí, tomaba el primer banco
desocupado que se encontraba arrumado en una

31
esquina y se acomodaba junto al viejito Jonás, como
lo llamaban todos de cariño.
El improvisado “casino” había sido adecuado
para la distracción de los pacientes, por cierto este
lugar había sido un logro acertado por el Director del
hospital de aquel entonces, con el fin de distraer en
algo a los pacientes internos. Dicho lugar contaba
con, pequeñas mesas de rústica madera, taburetes con
asientos redondos y tres patas, una mesa de billar, y
una televisión a color de ‘21’ pulgadas.
Los pacientes se daban cita aquí todas las
tardes, al parecer este era el único medio de diversión
para muchos de ellos, unos jugaban naipe, otros
billar, y el resto se dedicaban a mirar la variada
programación televisiva, ¡ah! por cierto las noticias
era algo que no se podía dejar de ver, podían estar
viendo cualquier programa, pero los más añosos, por
el mismo hecho de su larga vivencia, tenían bien
adiestrado su orientación del tiempo, a tal punto de
ni siquiera mirar el reloj, y así sin más ni más sabían
que ya era la hora exacta de noticias y si acaso se
equivocaban era apenas con tan solo uno o dos
minutos quizá. ¡Cosa increíble!
Lo cierto es que el ambiente en el lugar a partir
de esa hora, se tornaba abarrotado de pacientes y uno
que otro extraño vecino del barrio que se habían
enterado por casualidad de la existencia de este lugar;
era común verles atentos a los juegos y oír los
32
griteríos mezclados con insultos causados por algún
alegato de uno de los viejos naiperos especialmente,
también se formaban sendas algazaras cuando
alguien por ahí no podía meter en el hueco alguna
bola de billar que iba a ser la que definía al ganador.
Se podía notar claramente en el ambiente, ese
característico nerviosismo tanto de jugadores, como
de espectadores, pero al final de los juegos alguien
de por ahí con unas leves palmaditas en el hombro
calmaba y consolaba a los perdedores de la jornada.
También se daban cita los infaltables y típicos
“apostadores”, que a la larga llegaban a ser parte de
los jugadores, pues ellos eran los que más sufrían,
gritaban, insultaban y aconsejaban inclusive que
jugada hacer en la billa, o que carta botar o alzar en
el juego de naipe. En su alterado nerviosismo
fumaban cigarrillos como chinos jugadores,
apostadores y mirones; al término de la noche
dependiendo de cómo les haya ido en los juegos se
retiraban unos alegres con el dinero ganado, y otros
como es lógico salían con caras largas, renegando de
la suerte, pero eso sí, abrigando la firme esperanza de
que al otro día iban a poder recuperar lo que habían
perdido.

Juan, disfrutaba mucho el ver jugar: billar, pero


sobre todo cartas, ya que aquí es donde más
emociones experimentaba y se sentía a gusto, o al
menos eso es lo que le contaba a su madre, cuando

33
por más de una ocasión Teresa, le increpaba y pedía
respuestas acerca de dónde mismo es lo que él pasaba
las tardes y parte de las noches, y solo luego que Juan,
le explicaba con lujo de detalles cómo y dónde es lo
que pasaba entretenido ahí como que se sentía un
poco más tranquila, sabiendo que su hijo no estaba en
nada malo relativamente, ni corría peligro alguno,
además ella consideraba que su hijo estaba en el
mismo barrio pero, eso de estar dentro del hospital era
lo que más le atormentaba, por el asunto del contagio,
más al saber que su hijo no estaba en contacto directo
con los enfermos le servía de consuelo. Algunas
tardes, uno que otro veterano por ahí de vez en
cuando le recriminaban al joven por su presencia,
pero tampoco se debía por el peligro de contagio sino,
que argumentaban que era menor de edad para estar
presenciando juegos de “adultos”, mirándolo con
ojos de disgusto al acusador, Don. Jonás Verdezoto,
salía al paso en defensa del muchacho, diciendo:

— ¡Caramba! no molesten al guambra, que él ojo de


él, es precisamente el que me hace ganar, tiene buena
espalda…

Y dirigiendo su mirada al joven le decía:

—Tranquilo mijo, siéntate nomás a mi lado, más bien


aprende.
34
Al oír esto los demás reían a carcajadas, otras
veces en cambio cuando Don. Jonás, perdía una tras
otra las datas de naipes, se ofuscaba, perdía la cabeza
y buscaba molesto a quién culpar de su “mala suerte”
y de la misma forma, así como días antes lo había
defendido, esta vez le increpaba al asiduo fans de él,
y le decía así:

—Muchacho, anda a orinar, o anda a ver si ya ha


parido la chancha, ¡ah! y demórate un buen rato, hoy
has venido con el ojo seco.

Y varios dichos más acordes con el momento, que los


viejos se sabían de memoria: como réplica a estas
palabras, los demás jugadores le caían encima con
burlas irónicas a Don. Jonás, y le hacían acuerdo de
sus palabras:

— ¿No decía ayer nomás que el muchacho era de


buen ojo y buena espalda? y ahora le pide que se
retire, póngase de acuerdo.

Acto seguido en son de seguir haciéndole


perder la cabeza a Don. Jonás, y como estrategia para
que siga perdiendo, los contendores del juego

35
aconsejaban al mozuelo para que no le hiciere caso,
en retirarse, y con las mismas palabras que solía
tranquilizarle Don. Jonás, le decían burlonamente:

—No te vayas hijito, sigue nomás aprendiendo más


bien.

Todos estallaban en carcajadas hasta el


cansancio, Juan se sabía de sobra ya éstas situaciones,
así que no le molestaba para nada éstos episodios, que
por cierto eran pasajeros.

36
Don. Jonás, era todo un personaje, dominaba a
la perfección algunos juegos de azar como: el Gin
rummy, el tradicional (40), casino, Póker; y en la
billa, también era un “maestro”, el palo o taco lo
cogía con la mano derecha, ya que los dedos de la
mano izquierda los tenía carcomidos y chuecos a
consecuencia de la misma enfermedad, pero
¡Caramba! que buena puntería tenía, no le fallaba un
solo tiro, con parsimonia paraba el taco de billar en el
piso, le apretaba con las puntas de sus pies, para luego
con su cintura empujarlo hacia el filo de la mesa,
luego con la misma mano diestra, ponía tiza en la
punta del taco, hecho esto, le hacía posar de forma
horizontal al ras de la mesa con dirección a la bola
que pretendía meterla, miraba alternadamente las dos
bolas en juego como águila tras su presa y ¡zas! un
solo golpe seco bastaba para que la bola blanca se
estrellara en su objetivo, nunca fallaba un tiro.

En cuanto a su condición física, era un paciente


entrado en sus 54 años, era de caminar pausado,
enjuto, y un tanto encorvado, su estatura era alrededor
de 188 cm; tenía unos ojos de color aceituna, que lo
hacían parecer de una mirada penetrante, su cabello
lucía entre cano y rubio; siempre traía colocado en su
cabeza una gorra tipo quepis, descolorida por el paso
del tiempo y con propaganda alusiva a algún almacén
ferretero. Algo característico en él, era su amabilidad
y buen humor, casi siempre se lo podía apreciar
conversando con una sonrisa franca pocas veces se
37
enojaba, su hablar era pausado, y suave pero eso sí, a
la hora de los juegos era el más bullicioso, pues él era
quién ponía la nota alegre al ambiente.

Según se sabía, era oriundo del algún cantón de


la Provincia de Bolívar, y llevaba unos once años
residiendo con sus dos hijas por el sector de San
Pablo. Y casualmente por el hecho de residir cerca al
hospital, era uno de los pocos pacientes al que se le
permitía entrar y salir del hospital a recibir su
tratamiento, al respecto los demás pacientes decían
con profunda nostalgia:

—Él tiene domicilio propio donde llegar, y dos hijas


quienes velen por él, en cambio nosotros no tenemos
a nadie…

Sobre la esposa se contaba que había fallecido


hace varios años atrás producto de un fulminante
cáncer de útero, condenándolo a Don. Jonás, a seguir
sin su amada “costillita” como solía llamarla él de
cariño, cada que remembraba con nostalgia el tema
de su difunta mujer. Producto de ese profundo amor
hacia su difunta esposa, le había quedado como
consuelo y razón de seguir viviendo, sus dos
pequeñas y hermosas chiquillas, y que el cruel destino
se había encargado de dejarlas huérfanas de madre a
tan corta edad, ¡Qué dura labor! Que le había quedado
38
a Don. Jonás, sin embargo; desde aquel entonces lo
había venido y venía realizando muy bien la labor de
padre y madre, a pesar de su enfermedad. Por las
mismas conversas de él se sabía que, al verse viudo,
enfermo, y con sus dos pequeñas niñas, un cierto día
había decidido emigrar a la ciudad Capital, buscando
curar su enfermedad y mejores días para sus dos
niñas. Sobre su familia se decía, que al parecer Don.
Jonás, tenía un solo hermano mayor que él, pero que
a esa fecha se encontraba también enfermo de reumas
y para colmo residía muy lejos en el campo de la
provincia de Bolívar, así que al menos en los
momentos de tribulación que afrontaba por la muerte
de su esposa, nadie podía tenderle la mano, en la
crianza de las pequeñas, a quién las amaba con alma
y vida.
Éstas habrían sido las causas para que Don.
Jonás, decidiera de forma radical y penosa a la vez,
cambiar el rumbo de su vida y de sus niñas, entre estas
decisiones se había puesto al frente un conflicto
interior, como lo era el de deshacerse con profunda
pena del pequeño patrimonio que había adquirido con
su difunta mujer, y que por cierto su esposa le había
mencionado muchas veces que amaba tanto a la
tierrita ya que eso era lo único que les dejaba de
herencia a las pequeñas niñas; este patrimonio era:
una pequeña casita de campo, de construcción mixta
(cemento y madera) y poco más de cuatro hectáreas
de terreno cultivado. El comprador había sido un
39
militar retirado de ese mismo sector. En cuanto al
precio de venta de sus bienes contaba:

—A esa fecha si era bastantica la plata que cogí, por


eso pude comprar aquí en Quito, alguito mismo…

Al decir aquí, lo hacía por referirse a la modesta


casa de una sola planta que ahora poseía en el barrio
San Pablo, decía también tener unos sucrecitos
ahorrados en un banco, jamás decía el nombre de la
entidad bancaria, por seguridad decía, por lo cual
percibía una mesada como para:

—“No morirme de hambre” y —No es mucho que


digamos lo que cojo del banco pero algo es algo.
Contaba entre risas y resignación.

Don. Jonás, era abierto al contar varios pasajes


de su vida, en forma de metáfora.
Y como quién se enorgullecía de lo vivido,
solía repetir la frase:

—“Bajo mi puente ha corrido bastante agüita”


Manifestaba que en su juventud había recorrido
varios cantones del Ecuador, y sobre todo los de la
Costa, en los cuales inclusive había trabajado de
40
jornalero en varias fincas bananeras, y al hablar, lo
hacía con ese dejo característico que suelen tener la
gente de campo. Quienes lo escuchaban por primera
vez, era inevitable que no se rieran, pero claro lo
hacían de forma disimulada, y él, por supuesto sabía
que su hablar causaba gracia y hasta parecía que
disfrutaba, por eso adrede se esmeraba por remarcar
algunas palabras de uso coloquial campesino, como
por ejemplo, era común oírle conversar de la
siguiente manera:

—En mi tierrita, se come harto choclotanda (choclo),


cosa que da gusto, no como aquí, casi nuay mismo.
— ¡Qué ganas que tengo de comer! mashquita
traposa, con un buen jarro de chocolate puro.
(machica frita con mapa huira y chocolate sin mezcla)

— Fuuuuuu, los guambras de ahura ga, solo comen


gelatina, por eso son enclenques.

— Una buena copa de pájaro azul, ca, bueno es para


curar el resfrío, el espanto y hasta la mala suerte
guambrito.

— Cuantaaaa se fue, (hace rato se fue).


Otras expresiones como: guarmi (hembra); cari
(macho); ashco (perro) pai (gracias); bonitica
(bonita), etc. Al finalizar la tertulia remarcaba:

41
— “Jamás hay que negar la tierrita donde uno nació
o crío; y pior, negar”

Esto solía decir cuando escuchaba o sabía que


alguien negaba su tierra natal o adoptaban costumbres
que para la escala de valores de él no estaba bien, pues
decía que actuar así, restaba identidad y originalidad
cultural.

Con el pasar de los años habían crecido sus dos


jovencitas hijas, ahora Nancy contaba con 16 años,
era estudiante del Colegio Nacional Femenino
Espejo, ubicado por el sector del parque, La Alameda,
y Julia a ésta fecha (1984) tenía 21 años, y trabajaba
de secretaria en un consultorio Jurídico, por el sector
de San Blas, ella era quién con su modesto sueldo
mensual, ayudaba con uno que otro gasto de casa.
Moradores de este barrio y vecinos de Don.
Jonás, por varios años eran también: Vicente
Sandoval y Teresa Paredes, padres de: Eduardo, Alba
y Juan, que para esta fecha tenían edades que
oscilaban entre los: 21-19 y Juan 17 años; el papá es
un hombre atento, amable se lleva con la mayoría de
sus vecinos, atraviesa los 48 años de edad. Para
sustentar el hogar se dedica desde hace varios años, a
comercializar ropa nueva, zapatos, y variados
artículos, con la particularidad que la venta no lo
realiza en las ferias de Quito, sino que viaja a algunas
ferias de pueblo de la sierra del Ecuador.
42
Particularmente viaja a: Machachi, Salcedo, Pujilí,
Latacunga, Ibarra y Ambato como la ciudad más
distante.

A la primera pregunta que solían hacerle


algunas personas que entablaban amistad con él,
sobre de que barrio era, manifestaba abiertamente ser
nacido y criado en uno de los barrios bien populares
de Quito, como lo es el tradicional barrio, La Tola, y
para más señas, especificaba:

—Mi niñez la viví en el sector de “Las Delicias”


—Así que, yo si soy toleño, de Cepa.

El decir ser originario de la Tola, se había


convertido para Vicente, como su mejor carta de
presentación, sobre todo cuando trataba con gente
que él estimaba que no eran de mucho fiar,
(confianza)tratando a manera de estrategia que lo
mirasen con respeto, y tener que evitarse a futuro de
posibles problemas. Pero cuando dialogaba con gente
de condición social superior a él, en cambio decía que
era de cualquier otro barrio, menos de la Tola, todo
para que no lo encasillen como persona de malos
antecedentes, por desgracia esos eran los atavismos
con que se manejaban varias personas. Antiguamente
a la gente que residía en los barrios populares y

43
tradicionales como: La Tola, San Juan, La
Ferroviaria, Chimbacalle, Chaguarquingo, El Camal,
La Villa Flora, La Magdalena, La Colmena, El
Panecillo, La Libertad, San Roque, Toctiuco,
Cotocollao y otros, se los veía con cierto grado de
respeto y recelo, equivalente a temor ya que se decía
que sus moradores eran de “armas tomar”
Estos barrios en verdad, han nacido y florecido
con la ciudad, algunos conservan viva hasta hoy su
identidad, tradiciones y cultura. A esto hay que decir
que la delincuencia nunca estuvo ausente y más bien
busco refugio en estos sectores convirtiéndoles como
sitios de alta peligrosidad, otros inclusive aquí han
montado sus “Centros de Operaciones”
Una de las varias causas, quizá se debió a que,
por el mismo hecho de estar ubicados muchos de los
barrios mencionados cerca al Centro Histórico, donde
hay gran acumulación de gente que se arremolinan en
los comercios en busca de comprar o vender los
diferentes artículos, se ha convertido en sitios
propicios para que los delincuentes cometan
fechorías. Otra causa es que el Casco Colonial de
Quito, resulta muy atractivo por sus antiquísimas
iglesias, conventos, museos y demás sitios turísticos,
que resultan un ¡Encanto irresistible! para los
visitantes extranjeros, quienes con cámaras en mano,
graban y filman sus recuerdos; es común verles
caminar solos o en grupos, absortos ante tanta belleza

44
de la ciudad, a veces deambulan sin medir los
peligros que les acechan por las calles y plazas. Por
todo lo descrito los “amigos de lo ajeno” Por todo
esto es que los delincuentes ven a estos lugares como
“buenos para hacer su agosto”
Otro ejemplo de la delincuencia galopante en
aquellos tiempos era el barrio, La Colmena. Años
atrás (1975-1980) funcionaba un Salón de bebidas
conocido como “El Refugio” aquí se daban cita varias
“eminencias delincuenciales” para planificar sus
pillerías, beber, drogarse, causar escándalos de
proporciones con balaceras incluidas. Muchos delitos
causaron revuelo en la sociedad quiteña,
precisamente aquí en este barrio se dice que hizo sus
primeros pinitos delictivos el tristemente célebre,
violador y asesino, Freddy Cardona, más conocido
como el “Loco Freddy”
En el Panecillo nació la banda delictiva
conocida con el mote de: “Los chicos malos”
regentado por la “mama Lucha” personaje de
ingrata recordación por la serie de delitos cometidos.
En Toctiuco, actuaba la banda del “Tallarín”,
posterior aparecieron las bandas de las Marías
Luisas y muchas más.

Pero volvamos al barrio San Pablo. Teresa


Paredes, es madre de Juan, ella contaba a esta fecha
con 45 años de edad, era de aspecto jovial, mirada
tierna, ojos claros y risueños, al verla caminar,
45
denotaba elegancia, pues contaba con una figura
envidiable producto de horas y horas de deporte,
respecto a dónde nació y se desarrolló solía contestar
al igual que su esposo:
—Yo soy de aquí, San Pableña de nacimiento y
corazón, y aquí me he de morir.

Todas las mañanas salía desde su domicilio a la


práctica de deporte, subía por las largas escalinatas de
la calle José Tobar, para luego dirigirse en trote
constante hasta la pista atlética: “Los Chasquis”, de
repente cuando su esposo no viajaba, le acompañaba,
y si no, lo hacía con cualquiera de sus tres hijos, pero
eso sí, el que estuviere listo, no le gustaba la lentitud,
era una mujer muy activa, y como forma de apurarlos
a sus hijos insinuaba:

—Si no se apuran mejor prefiero ir sola.

Cuando algún vecino o vecina curiosa lo entrevistan


al paso, con la consabida y molestosa pregunta de:

—¿Vecinita, buenos días, cómo así tan sola?

Ella contestaba segura:

46
—Cómo le va, buenos días, a veces, así es mejor.

Y sonriendo se alejaba raudamente, luego de


realizar casi dos horas diarias de sano deporte,
regresaba a paso ligero, a seguir con sus actividades
rutinarias en casa, al pasar por las tiendas, de paso se
abastecía de uno que otro producto para preparar los
alimentos del día. Solo cuando sus hijos tenían alguna
vacación en sus estudios aprovechaba la ocasión para
viajar con su esposo a las ferias. Además esa era una
gran oportunidad para contribuir en el arduo trabajo
de Vicente, su esposo, o al menos ese era el pensar de
Teresa, por eso siempre repetía como letanía cansona
a sus tres hijos esperando reflexionen que: “traer el
pan a casa no era tarea fácil”, y que por lo tanto
ellos, debían retribuir con respeto, estudio y más
obligaciones como hijos.
En verdad para Vicente, no era nada fácil salir
tipo tres o cuatro de la madrugada, desayunando
apenas una agüita de yerbas, y un pan; pues a veces
le tocaba viajar conduciendo con lluvia, hasta cuatro
horas, según fuere la distancia de la feria y de acuerdo
al calendario establecido por las Autoridades de cada
Cantón.
Cuando finalmente llegaba a su destino, ni bien
abría las puertas del carro la gente se arremolina en el
entorno de este vistoso y multicolor vehículo tipo

47
Kombi, que a ratos aparenta ser más bien un pequeño
mercadillo ambulante; la gente acudía rauda
motivada por el anuncio de:
— “haber, haber, ya llegó desde Quito: ropa barata de
remate, también tenemos: zapatos, lavacaras, y más
artículos, acérquese nomás caserito”

Éstas palabras introductorias servían como


señuelo o enganche, para que los posibles clientes se
acercasen a paso rápido, mientras atendía, seguía
animando a sus posibles comparadores desde un
pequeño y viejo megáfono, colgado en su cuello,
cuando ya había conseguido que se acerquen, debía
estar muy atento para no ser robado, ya que como es
costumbre en éstos casos, con la multitud también
llegan los “manilargos” quienes al primer descuido
se aprovechan para guardarse entre sus prendas
(chompas o chalinas) cualquier cosa que pueden.
48
Estos momentos eran de mucho apremio, y
precisamente aquí es donde Vicente, requería la
ayuda de su esposa o en su defecto de otra persona
más, para empacar los artículos vendidos, cobrar lo
que vendía y carisma para seguir llamando a la gente
con esa “sal” que motiva a ver los, “combos de
remate”
Hacer todo a la vez sí que resulta complicado,
aún para comerciantes como Vicente, que ya tenía
experiencia en éstas labores, de hecho en los primeros
años de comerciante, Vicente, había perdido mucho
dinero por robos, por eso siempre comentaba
riéndose con su esposa.

— “Pagando piso he aprendido a desenvolverme,


ahora ya muy poco me hacen volar la mercadería”

Teresa, no era ajena a todas estas situaciones


que su esposo tenía que pasar en las ferias, por eso es
que a cada viaje de Vicente, rezaba y rogaba a Dios y
los Santos habidos y por haber. Los ruegos eran
vehementes para que los seres divinos le guíen cada
paso de su esposo.

Como forma de retribuir a Dios, el favor de


llevarle y traerle sin novedad a su esposo, prometía y
juraba al cielo que esa misma semana sin falta iría a

49
la iglesia a reconciliarse con el altísimo, pero al pasar
los días se olvidaba por completo y solo cuando
pasaba cerca de la iglesia del barrio que quedaba
junto al hospital, se acordaba de golpe la promesa,
con profunda vergüenza alzaba la vista al cielo, se
santiguaba por tres veces y apresuraba su paso para
llegar a su domicilio.
Cuando Teresa, muy de repente, podía dejar de
lado los quehaceres del hogar, hacía los arreglos
necesarios para acompañar a su esposo a las ferias, él,
alegre aceptaba y expresaba con mucha razón.

—Sabes mi amor, cuándo tú me acompañas, parece


que me va mejor, mira vendo más.

Y no se equivocaba ya que ella le metía toda


esa fuerza o toque de sazón a las ventas. Que por
supuesto algunas mujeres de negocios dominan a la
perfección; al diablo que está pasando le hacen parar
y le venden si, o sí. La clientela como que se
mostraba más receptiva a la presencia femenina, o al
menos así parecía cuando ella iba. Ella, al ver que las
ventas de ese día habían sido buenas y dejaban un
poco más de ganancias de lo que Vicente llevaba, lo
primero que hacía era separar el dinero de forma muy
ordenada y disciplinada.

50
—Solo así funciona esto. Decía como quién
adoctrinaba al ‘viejo’ negociante de su esposo.
Él solo la miraba y sonreía solapadamente, se
sabía de sobra este procedimiento pero:

— ¡Así son las mujeres! murmuraba bajito, sin


hacerse notar ¡Ni imaginarse hacerla enojar!

Vicente, amaba mucho a su esposa, por eso


mientras Teresa hacía esto, él se limitaba a observar
y registrar en su libreta que artículos se habían
vendido más y qué tenía que volver a abastecerse, ella
también con su cuaderno de apuntes seguía en las
cuentas, primero separaba el capital (dinero) para
volver a invertir, luego separaba para la gasolina y
repuestos, rubros considerados como “caja sagrada”
es decir no se podía utilizar para nada más. Con el
resto de las ganancias antes de emprender el viaje de
regreso a casa, corría hacer compras de todo lo
referente a mercado, ya que en éstas ferias los
productos solían ser más baratos, frescos y había de
todo. Teresa era también una experta en regateo, sin
desmerecer a su esposo que por experiencia también
dominaba el teje y maneje de los negocios. Aunque
como en todo, había días buenos, malos y pésimos.
Pero estos días “buenos” ella deseaba acompañarle;
51
pero lo dicho, las ocupaciones propias de casa y el
amor intenso a sus hijos la detenían.
Eduardo, el hijo mayor se encontraba en
segundo año de estudios en la Carrera de
Arquitectura; Liliana la única hermana mujer de los
dos varones, era la mimada de casa, por lo tanto era
considerada por todos, no la dejaban hacer nada;
estudiaba Derecho. Juan, continuaba los estudios
secundaros, los tres hijos podían de sobra
arreglárselas solos en las tareas inherentes a la casa,
de hecho así lo hacían, pero Teresa, creía que todavía
tenía que estar sobre ellos atendiéndoles en todo. El
amor materno presente y característico en Teresa, no
permitía que sus hijos pudieran crecer en éstas tareas
caseras. Sus hijos mismos eran los que le pedían en
más de una ocasión que solo les preparase los
alimentos y nada más, eso también porque los dos
varones consideraban a las artes culinarias como la
parte más difícil del hogar, pero la madre en forma
tozuda pensaba que nada de lo que hacían sus hijos
estaba bien y terminaba repitiéndose para sí:
—A lo mejor les pasa alguna desgracia, por pedirles
que hagan algo en la cocina y a la larga — “Me va a
salir más caro el caldo que los huevos” y para eso
mejor hago yo misma.

52
Para sus hijos se había vuelto común oírla
renegar y gritar por la casa, cuando algo hacían ellos
mismos, les reprochaba histéricamente:
—Está mal lavado ese pantalón, está mal planchada
esa camisa, este pantalón tiene doble raya, etc.
Haciéndoles sentir inútiles, total así se
desenvolvía el día a día en el hogar de Teresa y
Vicente.

Juan, al fin se encontraba cursando el último


año de estudios secundarios Teresa, siguiendo las
costumbres y tradiciones de los padres de antaño,
llevó a su hijo hasta una Joyería tradicional ubicada
en pleno Centro Histórico de la urbe Capitalina,
exactamente a las calles, Chile y Benalcázar, al igual
que había hecho también con sus otros dos hijos
mayores cuando se graduaron. En el sitio le hizo
escoger a su hijo, un anillo de graduación pero eso sí,
le recomendó que esté acorde a su mediana economía.
El diligente dependiente que los atendió luego de
indicarles varios modelos de anillos, hizo las
anotaciones referentes a que nomás iba a llevar
grabado el anillo como lo eran: nombre del portador,
año de graduación, nombre del colegio, y alguna otra
guaragua más por ahí, luego leyó el recibo o
comprobante como para que no haya reclamos
futuros y acto seguido pidió que le cancelen la
primera cuota de entrada, hizo firmar a la compradora
al pie del mismo y listo. Así quedó separando el anillo

53
de grado que le gustó a Juan; mensualmente Teresa,
tendría que pagar hasta culminar el pago total (seis
meses), después de todo no había apuro, faltaba unos
tres o cuatro meses para que Juan se gradúe. Lleno de
alegría y emoción el mozuelo, esperaba ese día tan
esperado.

Pero como siempre, el travieso Cupido, que


anda al acecho de las almas enamoradas, les tenía
listas las flechas para darles en el centro del corazón,
a él, y a la hermosa ninfa de nombre Nancy, (derivado
del hebreo, hannah, “gracia”). Esta hermosa chiquilla
era la hija última de Don. Jonás; acababa de haberse
graduado del Colegio y con justa aspiración deseaba
continuar los estudios universitarios, por ello se
encontraba ilusionada por alcanzar un cupo para
realizar el curso Pre-universitario y poder ingresar a
estudiar Medicina en la prestigiosa UCE,
(Universidad Central del Ecuador.)

Decisión que la tomó y la fue desarrollando a


raíz de la enfermedad de su padre, ya que juntamente
con su hermana eran las que cuidaban y atendían la
complicada enfermedad, desde muy pequeña Nancy,
prodigaba una habilidad especial para realizar toda
clase de curaciones y las ponía de manifiesto en su
padre. Siempre estaba presta y dispuesta para correr
en busca de agua oxigenada, alcohol, merthiolate,
vendas y otros implementos que su hermana Julia,
requería para curar alguna llaga que de pronto

54
aparecía en la pierna, dedos o cualquier otro lado del
cuerpo de su padre.
Don. Jonás, por su parte narraba con alegría y
detalle a sus amigos y compañeros de juegos, como
sus dos hijas le cuidaban con esmero, y que ahora por
fin estaba por cristalizarse un sueño tan hermoso que
siempre había tenido él, ese sueño era ver a su hija
convertida en médica, con alegría, esperanza e ilusión
decía:

—Ya mismitico voy a tener a mi propia médica en


casa.

Y en el acto, en sus ojos claros se reflejaba todo


un panorama de felicidad, brillaban de alegría y al
segundo cambiaban, denotando indignación por las
trabas y peripecias que venían afrontando él y su hija
para lograr el tan anhelado cupo. Contaba que
llevaban ya tres semanas de un tedioso ir y venir,
madrugando desde las tres de la mañana, hasta casi
entrado el medio día, otras veces, él pernoctaba en las
inmediaciones de la casona universitaria
conjuntamente con los padres y madres de los miles
de aspirantes que pretendían estudiar en ésta “alma
mater” y a veces solo para recibir, groseras respuestas
como, que ese día no iba a ver atención sin embargo,

55
a todo esto y más estaba dispuesto Don. Jonás, por el
amor a su hija.
Una tarde de marzo, los presidentes de los
Consejos estudiantiles de los colegios del sur de la
ciudad, se habían convocado para salir en
manifestación callejera, en protesta por el alza de los
precios de los combustibles, el mismo que repercutía
de forma directa en el alza de pasajes, subida de los
precios de la leche, y algunos insumos más que son
considerados como productos de consumo popular.
Con estos antecedentes habían convencido a sus
compañeros para salir en protesta por las calles
aledañas, específicamente por los sectores de las
Avenidas: Alonso de Angulo, y Mariscal Sucre, cada
Colegio debían protestar cerca de sus sectores
respectivos; la protesta incluía cerrar el paso
vehicular en éstas arterias viales de mucha
circulación vehicular.

Juan, al enterarse de esta situación y ya con


alguna que otra mala experiencia, de los primeros
años de estudiante recordó lo duro, desesperante y
traumático que le resultó cuando tuvo que hacer
malabares para escabullirse de las manos de los
policías en un pequeño descuido, huida que resulto
providencial. En más de una ocasión les habían
aprehendido a varios de sus compañeros, y los
problemas legales que habían tenido que afrontar los
padres de los muchachos detenidos para sacarlos, ya

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que les ingresaban acusados de alterar el orden
público, daños en propiedad pública y privada,
destrucción de bienes del Estado y otros. Lo raro en
todo esto es que quienes les incitaban nunca caían
detenidos, tampoco se pronunciaban en apoyo a sus
compañeros detenidos. Nunca fueron a visitarles en
los largos quince angustiosos y eternos días de prisión
que purgaban los jóvenes y para completar cuando
volvieron a sus aulas, fueron recriminados y
amenazados con expulsión por parte de Docentes y
Autoridades del plantel, y otra vez los ‘dirigentes
estudiantiles’ nunca se asomaban para defenderles, o
por lo menos para tenderles la mano de bienvenida
como gesto de solidaridad. Uno que otro muchacho
amigo de Juan, le habían contado que cuando
recuperaron su ansiada libertad del Centro de
Detención para menores, llamado (Virgilio Guerrero)
ubicado en el sector de El Inca, nadie les había
ayudado con los gastos. Todo esto había hecho que
Juan se volviera parco y de oídos sordos cada vez que
escuchaba las arengas invitándolos a salir en
“protesta social”
Así que mejor esa “bendita tarde” como él se
dio por llamar y recordar de forma especial a esta
fecha, decidió más bien retornar a casa rápidamente;
se descargó de su pesada mochila, se sacó su
uniforme colegial, almorzó como de costumbre
realizó sus tareas y voló al hospital, miró su reloj, y
era justo las,16:00h hora que empezaban a jugar los
57
naiperos, cuando se disponía a ingresar estando justo
en la puerta principal, por esas cosas que tiene el
caprichoso destino, coincidió con Nancy, ella
también estaba por ingresar en busca de su padre,
pues era portadora de una ¡Buena noticia! ¡Al fin! le
habían concedido el cupo para estudiar la tan ansiada
carrera, esta era la razón que la motivó a ingresar
hasta el mismo hospital para dársela la noticia de
primera mano a su padre. No podía esperar hasta las
nueve o diez de la noche en que Don. Jonás, retornaba
al hogar y poder recién ahí descargar toda la felicidad
que la embargaba.

De pronto se encontraron los dos jóvenes, por


un instante los dos se miraron sin articular ninguna
palabra, lo curioso de este encuentro furtivo era que
Juan, si le conocía y había visto varias veces, pues al
ser vecinos de barrio era lógico conocerse al menos
de vista, pero nunca como hoy, esta tarde Juan, al
verla tan cerca se sintió hipnotizado con tanta belleza
ante sus ojos, le pareció abrumadoramente hermosa.
En su vuelo hipnótico viajó al paraíso de lo fantástico
y se imaginó, que era una niña salida de un cuento de
hadas, quedó extasiado con la belleza de Nancy, y a
decir verdad, sí que era hermosa, pues a sus
diecinueve primaveras, era poseedora de un cuerpo
con curvas bien cultivadas, su rostro angelical
reflejaba un halo de rasgos de inocencia y pureza; su
cabello color flavo lo tenía ligeramente ensortijado,
que ni el suave viento de ese tarde quería perderse la
58
oportunidad de acariciarlo, por eso a cada rato se
deleitaba meneándolo de un lado al otro sus finas
hebras que cubrían su rostro, y ella con un suave
toque de sus dedos las retiraba; los ojos ¡Ah! que ojos,
eran color miel, e irradiaban luz por doquiera que iba;
su piel se asemejaba a una estatua de cera, lisa y tersa
que invitaban a ser admiradas y apreciadas cual joya
fina.

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Nancy, fue la primera en romper el hielo del
silencio, y preguntó:

— Buenas tardes amigo, disculpa ¿tú vas a ingresar?

Juan, sonrío y sin demora contestó:

—Claro, ¿Acaso buscas a alguien en particular?


—Si, dijo Nancy,
—Busco a mi padre,
—Bueno y ¿quién es tú padre?, replicó Juan, solo por
seguir en la conversa, él sabía de sobra quién era el
padre de Nancy,
—Se llama Jonás Verdezoto, dijo Nancy, un tanto
sonrojada.

Ella también sabía que Juan, conocía a su padre


pero quiso seguirle el juego. El carisma innato en Don.
Jonás, había hecho que todo el barrio lo conocieran y
lógicamente sus hijas sabían eso. Así que ella
prosiguió dándole pormenores como quién demoraba
la conversación, a ella también le había parecido algo
interesante el muchacho.

60
—Él es paciente de este hospital y suele pasar las
tardes jugando aquí, lo que pasa es que no sé dónde
mismo será ese lugar que juegan y me urge hablar con
él.
— ¿Me puedes ayudar con eso? concluyó ella.
Muy atento él contesto:

— Pero claro que le conozco a tu padre, y se, en


dónde está, si deseas vamos, yo te llevo, o si prefieres
te indico el lugar, precisamente yo voy allí.

Ella sonrío y pensó por un instante, luego


mirándolo a los ojos fijamente contestó
pausadamente.

—Bueno, gracias, entonces vamos.

En el corto trayecto la cabeza de Juan, corría


como una locomotora sin control, las ideas iban y
venían sin cesar y todas se centraban en: ¿Cómo
lograr una cita con ésta hermosa mujer? ¿Será que
ella acepta salir a pasear o simplemente a charlar?

O acaso sería que todas éstas ilusiones que se


hacía Juan, iban a ser en la práctica tan solo eso,
baladíes ilusiones y nada más, había la posibilidad

61
que ella al ser dos años mayor que él, le pudiese
rechazar estas inquietudes martirizaban al joven
soñador. Ella se dedicaba por completo a los estudios;
a punta de constancia y empeño estaba a poco de
ingresar a la universidad, él aún no concluía con la
etapa de colegial. Esto hacía que el caminar del joven
sea lento, mantenía la mirada perdida en el vacío. A
pasos de llegar al lugar, ella le sacó del letargo a Juan,
y preguntó:

— ¿Ya llegamos? ¿En dónde es?

Estas palabras fueron como latigazos, le sacaron del


letargo en que se encontraba sumido, él reaccionó y
enseguida contesto:

—Ah sí, disculpa ya estamos cerca.

Y se detuvo en seco, la miró con ojos alelados,


y por esas cosas irónicas que tiene la vida, Juan, al
instante recordó una frase muy trillada que solía
utilizar el mismo padre de Nancy, y que se lo había
impregnado en la memoria a fuerza de escuchar
tantas veces en las tardes de juego. Don. Jonás casi
siempre que forzaba a hacer “romper” (obligar a

62
presentar juegos antes de tiempo) a los demás
jugadores de naipe (Gin Rummy) decía con júbilo:

— “”Hombre ahuevado, no cuenta historias,


no cruza el río, ni besa boca de mujer bonita
A este dicho, los jugadores y demás personas
que oían se echaban a reír sin parar, incluido Juan, el
seguidor número uno de Don. Jonás, estas palabras
motivaron la decisión del joven e hicieron pedirle a
Nancy, verse otra vez, temblando en sus palabras
atinó a decir:

—Esteee, perdón Nancy, quiero decirte algo, pero no


lo sé, y calló por unos segundos, ella inquirió lo que
podía ser y con la cabeza asintió para que él hable,
entonces él dijo:
— ¿Te puedo pedir algo?, ella le miró con ojos de
aceptación y con una sonrisa amplia, le contestó:
—Claro dime, ¿De qué se trata?

Con luz verde de aceptación, él dejó de lado la


timidez y le propuso de una buena vez:

63
— (Sabes quisiera pedirte de favor si puedes
aceptarme verte otra vez digo quizá para salir a pasear
mirar una película o lo que a ti te guste en verdad
quiero ser tú amigo ¿Qué dices?)

Fue tan rápido en hacer su petición que parecía


que se lo había preparado a modo de lección, en fin
ya estaba, el mensaje llegó sin tapujos, ella por su
parte, alzó su cabeza, lo miró de pies a cabeza, y
sonriente contestó:
—Bueno, creo que tú si conoces mi casa, a mi padre
y a mi hermana, cuando tú dispongas de tiempo me
avisas con antelación y yo hablo con mi padre para
salir contigo, ¿te parece?
El corazón de Juan latía a mil por hora, con la
boca seca por la emoción que le embargaba contesto
de forma entrecortada:

—Cla - claro y este, muchas gracias por aceptar.

Replicó Juan, tanta fue la emoción que había


olvidado a donde tenía que llevarla a Nancy, ella más
tranquila volvió a inquirir:

64
—Oye dime al fin, ¿En dónde mismo es lo que juega
mi papá?

Otra vez a él los nervios le jugaban una mala


pasada y disimulando lo más que podía dijo:
— Si, si, disculpa ahí es, y señaló con su dedo índice
el lugar exacto, estaban a tres pasos de las gradas, era
hora de reponer los errores, así que creyó conveniente
actuar como un caballero frente a una dama, él
percibía que ella notaba su nerviosismo, por eso dijo:
— ¿Qué te parece si tú me esperas aquí, y yo subo a
verle a tu papi?, sabes arriba hay mucho humo de
cigarrillo, gritan, insultan y ese no es ambiente para ti
¿qué dices?

En efecto se podía ver y sentir el humo


penetrante y picante del cigarrillo que salía presuroso
por la puerta de madera que permanecía abierta de par
en par; Ella asintió con un suave contoneo de cabeza,
y esperó cruzándose de brazos, él subió las escaleras de
inmediato y en cuestión de segundos ya estaba sentado
al lado derecho de Don. Jonás, era verdad, el ambiente
siempre estaba contaminado por gritos eufóricos, risas,
uno que otro insulto que despedía algún incontrolado
jugador, el ambiente empezaba a caldearse con los
juegos y apuestas.

65
Don. Jonás, mismo fumaba uno tras otro tabacos
sin filtro de la legendaria marca estadounidense,
“Camel” (camello en español), nunca le faltaba la
cajetilla, con la imagen identificativa del camello que
lucía como portada central de la cajetilla, siempre se
preguntó Juan, ¿Qué tiene que ver un noble animal
como el camello en una caja de cigarrillos? con el
tiempo supo que las grandes empresas mundiales,
hacían y utilizaban cualquier medio con el fin de
vender sus productos, sin importarles el daño que
causan a la humanidad. La estrategia de Marketing
utilizada en este caso, era un simple juego de palabras
por querer indicar que los EEUU, estaban por ingresar
a la Primera Guerra Mundial, el lema utilizado por
décadas de Camel, era posicionarse en el mercado y en
la memoria de sus clientes con la frase: "Andaría una
milla por un Camel".
Juan, a ratos permanecía en silencio, luego se
levantaba, caminaba en círculos, se restregaba las
manos esperando nervioso el momento oportuno para
lanzarse con la notica, los presentes notaban el
marcado nerviosismo del muchacho y lo miraban de
cuando en cuando; otros en cambio, ya acostumbrados
a la presencia del joven no se inmutaban al verlo, más
bien cuando alguna tarde no le veían, preguntaban de
forma burlona:

—Don. Jonás, ¿Su hijo no ha venido hoy?

66
A esto el veterano jugador contestaba.
—No, no ha venido, “mi ojo seco”

El resto soltaban sus carcajadas, reían y seguían


el juego, de pronto Don. Jonás, dio un batatazo
(terminar el juego sorpresivamente), Juan, se acercó
respetuosamente y en voz baja le habló al oído:

—Don. Jonás, su hija Nancy, espera por usted, está


abajo esperándolo, dice que es algo urgente que quiere
decirle…

El gritón y bullicioso personaje volteó


súbitamente la cabeza, y miró a Juan un tanto
incrédulo, luego se levantó como cimbra, pidió
disculpas y salió diciendo que ya mismo regresaba; los
jugadores miraron a Juan, con ojos de interrogación
queriendo saber que le había dicho a Don. Jonás, el
muchacho dio media vuelta y salió tras los pasos de
Don. Jonás, y permaneció en el pequeño descanso de
las gradas. Desde allí miraba de forma disimulada a
padre e hija conversar.
Mientras esperaban impacientes, uno de los tres
jugadores barajó el fajo de cartas de naipe por tres
veces, luego dejó reposar sobre la pequeña mesa de
madera. Otro empedernido jugador al ver que

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demoraba salió inquieto hasta el pasamano, miró y
exclamó irónicamente a gritos:

—Tranquilo Don. Jonás, tómese nomás toda la tarde si


quiere, que la noche aún está tierna. Cuando en verdad
el mensaje que quería transmitir era que se apresure;
dicho esto ingresó con una dibujada sonrisa en su cara.

Don. Jonás, sin inmutarse, permaneció un buen


rato hablando y abrazando a su hija. Juan, miraba los
gestos de felicitación que le prodigaba el padre de
Nancy, él ya sabía la razón, luego la besó en la mejilla
en señal de despedida y al rato la hermosa chica se
marchó, a una cierta distancia levantó su mano e hizo
un gesto de despedida hacia Juan, él de igual forma
levantó la mano contestándole, pero era él, quién en
verdad se sentía agradecido, a Dios, a Don. Jonás, al
destino y al mundo entero, por haberla permitido
entablar amistad con la hermosa Nancy, y por despertar
en él, esos sentimientos que ni el mismo sabía que los
tenía guardado, todo esto lo mantenían abrumado,
desquiciado, y atrapado en ese “dulce despertar”;
permanecía sentado junto al padre de la chica, su
mirada era ahora era distante y perdida, su rostro
reflejaba un toque de alegría, su vista seguía el hilillo
de los cigarrillos y en su demencial amor a primera
vista creía ver el fresco rostro de la joven Nancy.

68
Don. Jonás, viejo conocedor de estos síntomas
del amor con el rabillo del reojo se había percatado de
la mirada atenta del muchacho hacia su hija; luego que
concluyó la breve charla con su “niña” volteó de
regreso al juego y al llegar hasta donde se encontraba
Juan, le despertó del letargo al muchacho con unas
palmaditas en la espalda como quién le agradecía el
pequeño “favor”, el joven alelado y avergonzado
respondió:

—De nada Don. Jonás, estoy para servirle.

Solapadamente la siguió con la mirada a la


hermosa chica hasta que ella se perdió en el fondo de
la puerta del hospital.
Vicente, el padre de Juan, en la noche del día
viernes como de costumbre había revisado su “
chatarrita” como lo llamaba por cariño él mismo a su
carro; en verdad era su única herramienta de trabajo,
por eso de forma responsable le revisaba hasta el
último detalle para salir de viaje en la madrugada del
día sábado a la feria en la ciudad de Latacunga,
periódicamente miraba el estado de las llantas,
levantaba la capota del carro y hurgaba entre el motor
revisando que no existan cables sueltos, aflojaba las
bujías, las limpiaba, controlaba el aceite del motor, la
gasolina, soplaba el carburador y realizaba cualquier

69
ajuste en todo su vehículo. Luego le lavaba, secaba y
quedaba listo para “zarpar” se decía para sí.
El viaje ésta vez en realidad no era largo, tomaba
apenas dos horas llegar hasta la feria libre en el sector
de la (Plaza del Salto). Siguiendo su rutina, revisaba y
enfundaba la mercadería, eso sí siempre estaba
renovando.

—Ahí está el éxito de las ventas. Decía con mucha


razón.

Y claro, la gente de los pueblos en las


tradicionales ferias siempre buscaban algo novedoso
que les llame la atención, lo mismo y lo mismo como
que ya les resultaba cansón a la vista y por lo tanto ya
ni siquiera se acercaban a curiosear, esto Vicente sabía
de sobra, los años de experiencia le acreditaban esa
sapiencia.
Luego de casi dos horas seguidas de afinar el
carro y escoger la mercadería se duchó satisfecho y
esperó la merienda; su esposa, había llamado a todos
que vengan a la mesa, al poco rato estaban sentados en
el comedor toda la familia como de costumbre toda la
familia en pleno, los tres hijos y los padres degustaron
un exquisito potaje preparado por las laboriosas manos
de la madre, quién era experta en el arte culinario, al
son de la comida todos conversaron, rieron e hicieron

70
planes para el venidero fin de semana. Seguidamente
agradeciendo a Dios y a los padres por la comida, cada
uno de los hijos se retiraron de la mesa, la pareja de
esposos como siempre se quedaron al último, para de
ahí irse a la sala a observar noticias. Sus hijos cada
quién en sus dormitorios realizaban lo suyo, cuando
daban ya las nueve de la noche Vicente, decidió
retirarse a descansar, Teresa, luego de despedirse de
cada uno de sus hijos lo siguió al dormitorio, Vicente
denotaba como nunca un cierto cansancio, sentía que
algo no estaba bien en su ser; no había explicación para
ese repentino cambio de semblante algo importunaba
su paz, pero era imposible deducir que mismo le
acontecía; su esposa por supuesto que había notado
este extraño comportamiento, no así sus hijos, así que
sin más tiempo que perder en la tranquilidad de la
cama, ella le dijo con voz interrogante:

—Viche, ¿algo te pasa, te sientes enfermo?, él un poco


reacio frunciendo el ceño, contesto tajantemente:
—No, ¿por qué me lo preguntas?
—Ella; te noto algo extraviado y callado pero no te
dije nada asumo que es cansancio.
—Él; sabes Tere en verdad no te puedo mentir si me
siento algo intranquilo pero ni yo mismo sé que me
pasa, sabes no me hagas caso, dicen los que saben, que

71
a veces las personas experimentamos sensaciones
medias extrañas, tranquila Tere, mejor descansa…

La abrazo apaciguándola y al rato dormía


plácidamente pero la mente de Teresa era como un
túnel sin salida le daba vueltas, tratando de descifrar,
¿Que podía ser lo que le acontecía a su amado esposo?
, permanecía inmóvil, no dormía, solo se dedicaba a
velar el sueño de su “lirón”, cerca de las tres de la
madrugada cansada de pensar finalmente logró
conciliar algo el sueño.
El reloj despertador los puso en sobresalto
anunciando las 04:30h de la madrugada, hora en que
Vicente, debía levantarse para ponerse en marcha, el
tiempo estaba calculado como solía hacerlo
rutinariamente. Él se levantó como cimbra, lanzó las
frazadas hacia un lado y corrió a realizarse su aseo
personal. Teresa hasta tanto le esperaba sentada en la
mesa con un pan adobado con una rodaja de queso y
una humeante y fragante taza con agua aromática de
hierba de las que se las conoce como: “agüitas de vieja”
generalmente se suele utilizar las siguientes:(hierba
Luisa, Cedrón, Toronjil, entre otras).
Desayuno sencillo, y no porque a lo mejor su
esposa no quisiera prepararle algo más, o acaso no
hubiere dinero para un desayuno reforzado, sino que a
esa hora de la mañana no le sentaba bien al estómago
de Vicente, él sostenía que comer reforzado en la
72
madrugada le sentaba mal (se llenaba de flatulencias);
por lo tanto se mostraba siempre frugal a esa hora de la
mañana, siempre justificaba diciendo:

—Solo con la tacita de agua es suficiente para mí. Y


remarcaba. Y eso también lo hago solo para que me
caliente el estómago, y sentirme liviano para conducir;
más de día me he de comer un buen platito de
chugchucara.

Mientras se servía su chispeante ‘desayuno’ ella


aprovechó para insistir en su inquietud, suspirando
desde lo más fondo de sus ser manifestó:

—Mijo, ¿Cómo te sientes hoy, te pasó el malestar de


anoche? porque si te sientes mal, mejor no deberías
viajar. Él, a esta pregunta contestó con tapujo a la
perfección:
—Sí, si tranquila ya no me pasa nada, como te dije son
solo tonterías pasajeras que a veces suele suceder, me
pides ¿no ir? ¡Qué va! hija, hay gastos que cubrir.

A esta respuesta tajante y llena de aserto en


cuánto a los gastos del hogar a ella no le quedó más
remedio que solo asentir afirmativamente con un suave
contoneo de cabeza, luego ella besándolo en la mejilla

73
le hizo una seña como para que viera el reloj de pared,
el mismo que marchaba sin cesar, debía ponerse en
marcha, exactamente daban ya las 05:00h de una fría
mañana. Apresuradamente él abrazó calurosamente a
su esposa, y los dos se fundieron en un instante en un
abrazo interminable de despedida; él, posó su mano en
el cuello, y con sus dedos se abrió paso entre los suaves
y fragantes rizos de su cabello, miró cada línea de su
rostro como queriendo fotografiar e inmortalizar ese
bello momento a su memoria acudieron añejos
recuerdos de cuando eran novios; el rostro de su esposa
se iluminó de alegría, y sin darse cuenta se dejaron
arrastrar en un torbellino de pasiones dando paso a ese
ritual sagrado que solo los empedernidos románticos
suelen sentir en un beso. Beso que sabe a néctar de vital
importancia con que se alimentan los frágiles
gorriones, beso que cala los huesos. Vicente en ese
beso expresó todo el amor que albergaba en su corazón
para su amada esposa. Ese beso ‘per se’ apasionado,
gritaba que su amor iba a permanecer ‘caliente’ por
siempre, ¡bendito beso!
Antes de salir de una buena vez, miró de pies a
cabeza a sus tres hijos, quienes permanecían de pie
observando a sus padres despedirse, seguidamente
avanzó y se despidió de cada uno de ellos con un fuerte
abrazo y un besó en la mejilla a su hija.
Ésta madrugada no era como las demás, Vicente
sabía y sentía que algo había en el ambiente, pero nadie
podía ni se atrevía a descifrar, dice la gente que cree en
74
éstos asuntos de mal agüerías que algunas personas si
sienten o mejor dicho presienten las malas vibraciones
(que algo malo les va a suceder), quizá eso era lo que
Vicente, presentía desde la noche anterior, pero él no
creía en éstas cosas, así que no le dio más importancia,
además al parecer todo marchaba bien por lo tanto, no
había de qué preocuparse, se dijo para sí, dándose valor
sacó las llaves de su bolsillo derecho, suspiró hondo y
en voz baja manifestó:

—Bueno familia, ahora si deséenme suerte espero estar


de retorno si Dios me lo permite, tipo tres, o cuatro de
la tarde, nos vemos. Dijo, y dando la vuelta alzó su
mano.

Subió al carro, encendió el motor y partió sin más


tiempo que perder, sus familiares respondieron
meneándole la mano en señal de despedida, ajenos por
completo a lo que estaba por suceder. El frío y la leve
llovizna que caía parecía que esta vez arreciaba con
más fuerza. Condujo el vehículo por las calles: Pablo
Guevara, Antonio Sierra, Ignacio Jácome, Verde Cruz,
entre otras. Hasta salir al redondel de la pista atlética
Los Chasquis, de ahí tomó la Av. Velasco Ibarra,
desembocando en el redondel del Trébol, continuó su
recorrido por la Av. General Rumiñahui, y cerca del
Peaje de la Av. Rumiñahui, se desvió para Puengasí,
evitando de ésta forma no pagar la tarifa, que aunque
75
no era mucho, era ahorro. A la altura del puente giró a
la derecha e ingresó a la antigua vía a Conocoto; vía
que le llevaría a conectar con la carretera a Amaguaña,
esta a su vez con Tambillo, y de aquí sí, directo hasta
Latacunga, a la bella ciudad de los “mashcas”
Vicente hacía rutina este recorrido, pues a decir
de él, este era el tramo más rápido y cómodo, en cuánto
a la fluidez vehicular, a esa hora de la mañana no había
mucho control de tránsito, como por la Pana sur;
además decía que una vez llegado hasta Tambillo, ya
estaba a mitad de camino de Latacunga.
A la tradicional Plaza del Salto se llega desde la
Av. Principal, es decir por la (Panamericana Sur.) lado
izquierdo, en sentido Quito- Latacunga, y viceversa si
se llega desde Ambato; se atraviesa el puente sobre el
río Cutuchi y finalmente se llega a la primera plaza. La
misma que se muestra amplia, bulliciosa, llena de
gente, en un frenesí de ir y venir, vivanderas que gritan
a todo pulmón sus productos, ávidos compradores que
caminan apretujados buscando lo que necesitan; como
salidos de entre la nada aparecen, niños y niñas con sus
caritas sucias, cachetes rojizos y sudorosos los mismos
que con voz suplicante e insistente ofrecen: fundas de
cebolla paiteña, tomate, limón o cualquier otro
producto que sus padres les ordenan vender. Aquí se
entremezclan con el trabajo, innumerables casos de
infortunio social, sudor, dinero, comercio, y comida.
Las sabrosas y típicas chugchucaras esparcen un olor
atrapante, invitando a ser degustadas, pero en verdad,
76
es un plato reforzado, cuánta razón tiene Vicente, en
salir de casa sin desayuno completo, este tradicional y
típico plato contiene: trozos de carne de cerdo, una o
dos pequeñas empanadas de harina, mote, tostado,
canguil, un pedazo de maduro frito, un pedazo de cuero
reventado crujiente y papas fritas, aderezado todo esto
con un rico y picante ají molido en piedra, ¡de chuparse
los dedos!
También venden el sabroso champús, bebida
alimenticia de los pueblos indígenas del Ecuador;
(elaborada a base de harina de maíz); otra bebida es la
cuajada, (preparada con el suero de leche); tortillas de
maíz; las sabrosas allullas, convertidas en alimento
identificativo de la gastronomía de la provincia de
Cotopaxi, ¡ah! por cierto los quesos de hoja, el yogurt,
los ricos helados de Salcedo, etc.

El sitio estratégico en donde se ubicaba Vicente


todos los días sábados, era la segunda plaza. Su variado
y multicolor negocio de artículos de uso múltiple que
ofrecía eran: (peinillas, espejos de bolsillo, afeitadoras,
cajas de guillete; ropa de niños, pantalones, camisas,
77
gorras de lana, bufandas, etc. En plásticos ofrecía,
baldes, lavacaras, tinas, jarras, etc. Artículos de cuero
como, agendas porta documentos, cinturones y muchos
otros artículos llamativos. Esta plaza estaba ubicada en
el cuadrante de las calles: Amazonas, Juan Abel
Echeverría, Antonio Clavijo y calle, Felix Valencia.
Vicente, en aquel tiempo se ubicaba con su
vehículo en la esquina de Juan Abel Echeverría y
Antonio Clavijo, junto a la antigua iglesia, “Nuestra
señora Del Salto”, cuya construcción data del año
1768.
En la primera plancha o feria libre como se la
solía llamar las Autoridades Municipales, permitían
solo la venta de productos comestibles, es decir: papas,
cebollas, hortalizas, legumbres, etc. En la segunda
plaza en cambio se ubicaban solo los negociantes de:
ropa nueva o usada; abundaban los puestos de los
llamados ‘fierreros’ quienes vendían herramientas para
todo uso, nuevas y de segunda mano, era común ver
montados los variados negocios en el piso; vehículos
estacionados en todo el contorno de la plaza con
estridentes altoparlantes ofreciendo de igual forma:
antiparasitarios, raticidas, fungicidas, y varios
productos químicos con nombres de difícil
pronunciación que solo conocen la gente del campo,
por su relación con los variados sembríos. Es
asombroso ver cómo la gente de negocio se la ingenia
para armar en un dos por tres sus carpas o espacios con

78
tan solo palos, plásticos y uno que otro implemento
más.
Se ofrece toda clase de víveres: fideos, aceites,
arroz, azúcar, harinas frescas que solo con el pasar por
ahí, se siente el aroma propio de la harina de haba,
machica o maíz; la dulce panela con las envolturas
entrecruzadas de hoja de plátano o la misma caña que
se ofrecen en sus diferentes
presentaciones,(rectangulares, cónicas y otras que se
asemejan a platillos voladores), son tan provocativas
las panelas que los posibles compradores no
desperdician la oportunidad de pellizcar para saborear
su rico y dulce sabor.
“Las desgracias cuando llegan, llegan, sin
distingo ni concesión para nadie”
El reloj daba las 06:00h Vicente, avanzaba
despacio conduciendo el vehículo; mientras lo hacía
iba dividiendo sus pensamientos entre conducir, sus
hijos, estrategias de negocio para ese día, pensaba
también en la preocupación en que se quedó sumida su
esposa. Total su mente estaba sumida en una
enmarañada fila de pensamientos la mente a ratos ya
no le daba abasto, por eso de cuando en cuando sacaba
su cabeza por la ventana para recibir un poco de aire y
disipar un poco sus pensamientos. Con el paso de los
minutos se encontraba en la vía que conduce a la
parroquia rural de Amaguaña, avanzaba muy cauto
entre una tenue llovizna y espesa niebla, suspiró como

79
quién le pone un alto a todos los pensamientos que
trataban de arrebatarle la paz, pensó amenizar un poco
el ambiente pesado de ir conduciendo en silencio.
Encendió las manillas del parabrisas para sacar las
gotas de agua impregnadas de la constante garúa que
caía, y simultáneamente su mano rozó la radio musical,
ubicó el dial en una muy sintonizada radio quiteña que
se caracterizaba por emitir particularmente música
romántica, y al acorde de la melodía que escuchó,
automáticamente su cerebro esta vez le transportó a los
años de juventud; su mente le traía remembranzas del
contenido cultural del disco “Melina” interpretada por
el cantante español, Camilo Sesto, (Camilo Blanes
Cortés). La letra de este disco había servido de
inspiración al artista y no precisamente porque Melina,
hubiese tenido algo que ver en el aspecto sentimental
con Camilo, no, nada había tenido que ver, primero; el
verdadero nombre de Melina había sido: (María
Amalia Merkóuri, nacida en Atenas, en el año de
1920)actriz, cantante y activista política, incansable de
las luchas contra la dictadura Griega que había durado
siete años, y que ella había sufrido específicamente, en
la conocida: “Dictadura de los Coroneles” que había
comenzado en el año de 1967. Aparentemente éstas
habían sido las causas para que Camilo, la
homenajeara con el disco, y como forma de perennizar
la tenaz lucha contra las dictaduras que la desterraron
por más de una vez a Francia, y que ella siempre había
sabido contestar con orgullo:

80
“Nací griega y moriré griega”
Mientras todo esto pasaba por la cabeza de
Vicente, a unos doscientos metros en sentido contrario
de la vía por donde conducía, alcanzó a divisar una luz
mortecina, que venía en un raudo zigzag; como
autómata llevó su pie hasta el pedal y redujo la
velocidad, agudizó su vista tratando de ver mejor y de
pronto cuando se disponía a realizar alguna maniobra
evasiva, ya fue tarde, la luz intensa de los faros del
vehículo contrario le cegaron la visión por completo, el
impactó fue veloz y brutal. El automóvil causante de
la desgracia se estrelló de frente contra el vetusto carro
de Vicente, quién nada pudo hacer por evitar, más solo
alcanzó a gritar:

— ¡Dios mío, nooo, y plasss! se oyó un golpe seco, los


vidrios de los parabrisas de los dos carros se hicieron
trizas y volaron por los aires, los dos vehículos
quedaron incrustados entre sí, en la vía quedaron
esparcidos trozos de latas, vidrios y plásticos, por un
momento reino en el ambiente, silencio y quietud con
olor a muerte todo fue tan rápido que en cuestión de
segundos se esfumaron, ¡dos valiosas vidas!

De los fierros retorcidos de los motores salía un


hilillo de humo blanquecino, producto de la mezcla de
agua y líquidos desparramados con el hervir de los

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motores; la poca gente que a esa hora circulaban a pie
y en vehículo por ahí, miraron absortos la tragedia,
unos pocos se bajaron solo a comprobar que no había
nada por rescatar con vida. Las Autoridades a media
hora de lo sucedido arribaron a constatar el hecho, en
el lugar las ambulancias, paramédicos, grúas y la
policía comprobaron que nada podían hacer por salvar
la vida a nadie, solo se escuchaba el ronco eco de las
Radios Motorola que reportaban la muerte de dos
personas, N.N. (nombre desconocido)
Siguiendo su usual y macabro procedimiento
trasladaron hasta la Morgue a los dos cuerpos para las
necropsias respectivas y los vehículos o mejor dicho,
lo que quedó de ellos, iban a ser trasladados hasta los
patios de Retención vehicular, (sur de Quito). Los
curiosos vecinos del sector, los que nunca faltan, cuál
aves de rapiña tras su presa, fueron los primeros en
arribar y en acto por demás reprochable y delictivo
robaron todo cuanto pudieron del carro de Vicente,
sobre todo, ya que del otro vehículo siniestrado nada
quedó.
Posterior en la etapa de investigación los peritos
de tránsito habían establecido en su Informe lo que ya
se sabía, que el impacto había sido de frente, que había
habido, exceso de velocidad en el vehículo tipo
automóvil que había estado circulando en sentido
contrario al carro de Vicente, que por las huellas de
rodadura habían determinado que hubo invasión de
carril de circulación por parte del vehículo causante del
82
choque; y en lo referente a causales climáticas han
anotado que al momento del siniestro ha existido mal
estado de la vía (pertinaz llovizna), es decir,
condiciones no favorables para la conducción segura.
También han hecho notar en su Informe, que uno de
los dos conductores, ahora fallecido, ha venido
conduciendo posiblemente en estado de embriaguez,
con por lo menos (3 o 4 grados de alcohol por litro de
sangre) grado alcohólico que según la tabla de
medición, causa confusión y perturbación de las
sensaciones, esto coincidía de forma plena, ya que él
occiso había asistido la noche anterior al percance, a un
compromiso social (fiesta de 15 años de una amiga ) y
que según el testimonio indagatorio realizado a
algunos asistentes a la fiesta, él fallecido había libado
copiosamente toda la noche y madrugada y que siendo
aproximadamente las 05:00h de la madrugada, se había
esfumado de la fiesta, y los anfitriones al no
encontrarlo habían asumido que el invitado se había
retirado a descansar, ya que su domicilio estaba muy
cerca del sitio del accidente.
La infausta noticia llegó a casa de Teresa, tipo
11:00h de la mañana, el teléfono sonó en un ring, ring,
ring que martirizaba los oídos, traía consigo el mensaje
de muerte, contestó Juan, con su voz mutante, producto
de la testosterona, (transición propia de la edad
juvenil), al otro lado de la línea hablaba un hombre que
pidió primero saber el grado de parentesco de Juan, con
el señor Vicente Sandoval, y al oír la voz del joven,

83
preguntó la edad de quién le contestaba, al saber esto,
pidió con voz autoritaria que por favor se ponga a la
línea alguna persona mayor de edad, para poder
informarle de algo muy serio, Juan con gesto de
inquietud llamó a su madre, y tapando con su mano la
bocina del auricular, dijo que quién hablaba al otro
lado era un hombre medio raro, y que insistía hablar
con ella, sin perder más tiempo, Teresa contesto un
poco mal humorada:

— Si, aló, ¿Con quién hablo?

Del otro lado de la línea contesto un hombre, con


ese dejo característico de las personas oriundas del
Carchi.

—Aló, buenos días, señora, habla con el Cabo primero


de policía, Parpuesán Rigoberto, y le llamo para
informarle que un familiar suyo se encuentra fallecido
en el DML (Departamento Médico Legal).
—Sintiéndole mucho señora pero tengo que informarle
que su familiar ha fallecido en un accidente de tránsito,
en el sector de Amaguaña, este número telefónico me
lo dieron los médicos de la morgue para que la llame.

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Al oír esto Teresa se quedó trémula y alelada, la
noticia fue tan impactante que le pareció como si le
hubieran clavado en su corazón, un millón de alfileres,
el dolor fue muy intenso, su mente recorrió en un
santiamén todos los pasajes vividos con su esposo, de
pronto no sintió más su cuerpo; las piernas le fallaron
y cayó fulminada convertida en un guiñapo, el
auricular que sostenía se deslizó de entre sus flácidos
dedos, al ver esto Juan, que permanecía junto a su
madre, de un brinco estuvo junto a ella, le levantó la
cabeza, y con voz aterradora grito:

—¡Auxiliooo! mi madre se muere, al oír el grito sus


hermanos que se encontraban en sus quehaceres,
corrieron en su ayuda, Juan, entre llantos alcanzó a
narrar a sus hermanos la fatal noticia, todo fue caos, el
hogar que minutos antes se desarrollaba con
cotidianidad, a ratos había calma, a ratos había alegría,
se escuchaba música alegre que inundaba la casa, pero
una sola llamada fue suficiente para cambiar
abruptamente, ahora se veía atribulado con llantos
lastimeros, gritos desgarradores y zapateos de
desesperación; alguien de los vecinos cercanos a la
vivienda de la familia, al escuchar los gritos, había
corrido a ver qué mismo pasaba y al poco rato la noticia
era de conocimiento masivo; familiares, vecinos, y
curiosos atestaban el hogar de la familia enlutada; dos
mujeres, una hermana y otra amiga del vecindario, con
colonia en mano, empapaban un pañuelo y acercaba
85
hasta la nariz de Teresa que yacía en el suelo
desmayada, decían que con esto la reanimarían, y al
poco rato positivamente lo lograron. Otras vecinas le
sobaban la cabeza, masajeaban el pecho compungido
de la afligida mujer; los curiosos asistentes se
arremolinaban en la puerta, y bombardeaban con
preguntas a la primera persona que salía, unos tantos
vecinos más permanecían fuera murmurando lo
sucedido:

— ¡Pobre vecino, ayer nomás le vi y saludé con él, no


puede ser que ya no esté más!

Entre conversa y conversa, al pasar los minutos


se retiraban diciendo con la mano en la mejilla:

— ¡Quién Creyera!

Teresa, de a poco se fue incorporando, y al


despertar de su breve letargo sabía que tenía que
afrontar la triste realidad que tenía que afrontar sin su
esposo.
Familiares de las dos familias se encargaron de
los trámites de velación y traslado hasta la morada
eterna de su amado Vicente; después todo fue
martirizantes idas y venidas de su casa, a los juzgados,

86
papeleos, trámites y abogados. Durante el sepelio, los
solidarios vecinos, conocidos y familiares expresaban
su pesar con el consabido lema de:

—Tengan conformidad, que Dios les de conformidad,


pidan conformidad…

Conformidad que en esos momentos de dolor,


ofuscación y tristeza no se la alcanza, la mente y
corazón de ella y sus hijos no querían siquiera escuchar
pronunciar, pero no tocaba más que asumirla. Todos
sabían que empezaba una larga ‘Odisea’ en sus vidas.
Se venía aparte de todo, una lucha interior muy difícil,
en donde solo las almas fuertes suelen ganar. Nadie
puede borrar los recuerdos que se plasman en la
memoria, solo el sabio tiempo quizá logra aplacar un
poco, enseñándonos a convivir con el dolor.
“Dos valiosas vidas se fueron en precipitada
carrera, por la vía del no retorno, dejando a sus familias
sumidas en el dolor y la desesperanza; dos dramas que
se sumaron a la larga lista de la ópera trágica de la
vida”
A dos meses de la muerte del cabeza de familia,
Juan se gradúo de bachiller, sus hermanos mayores,
Eduardo y Alba, a falta de sustento económico del
padre, tuvieron que cambiar los estudios universitarios,
por trabajo; luego se casaron y cada quién se dedicaron

87
a lo suyo. Muy de repente visitaban a su madre y
hermano. Teresa, por su lado jamás volvió a ser la
misma mujer jovial, deportista y animosa de siempre,
se sumió en una espantosa y agónica melancolía, ya no
se la veía salir a trotar con ese brío que la caracterizaba,
se convirtió en una perfecta ermitaña dentro de su
hogar, al caminar por cualquier rincón de la casa, le
parecía ver a su esposo. Juan, al mirarla en éstas
condiciones, hasta llegó a pensar que su madre,
adoraba quedarse a solas con sus recuerdos, muchas
veces la sorprendió hablando a solas. Y cuando era
sorprendida en este letargo casi demencial, se irritaba,
y evadía la presencia de su hijo, a veces hasta le pedía
a suplicas:

— ¡Por favor déjame a solas con mi soledad, no vez


que así me siento bien!

Caminaba cual autómata como buscando algo,


de pronto se detenía y fijaba su mirada en algún lugar,
reía, conversaba, y desembocaba en llanto, todo esto
bajo la atenta mirada de su hijo que jamás la descuidó,
siempre se mantuvo atento a los cambios de
temperamento de su madre. Con la gente del barrio que
de cuando en cuando que salía la abordaban para
solidarizarse con su irreparable pérdida, se volvió
hosca y seca. Narraba a su hijo a modo de queja que
algunas personas la acosaban con preguntas, querían
88
inclusive que ahonde detalles sobre el accidente y la
muerte de su esposo, esto le abrumaba sobre manera,
pero la gente no entendía que a ella le lastimaba hablar
de ese tema.
Juan, al poco tiempo recobró su cotidianidad y
no es porque a lo mejor no quería a su padre, sino que
por el mismo hecho de ser joven, lleno de avidez
asimiló el dolor de una forma más llevadera, Nancy fue
su ninfa salvadora, su ángel guardián, representaba
para él todo un manantial de poesía abrumadora. Juan,
trataba de recuperar esa paz, alegría y sueños que tan
joven la vida o en este caso la muerte de su padre le
arrebató.
La joven pareja se habían enamorado “hasta los
huesos” sumergiéndolos a los dos muchachos en un
caluroso romance, abonado siempre con promesas,
besos y juramentos. Al parecer esta relación pintaba
para largo, nadie podría interrumpir este amor. Pero la
gente de más edad suelen decir: “No todo lo que brilla
es oro” ¿Quién podía imaginar que ésta tórrida
relación podía concluir tan abruptamente?
Teresa, mismo era quién en medio de su dolor
emocional se oponía abiertamente y con ansias a esta
relación sentimental que mantenía su hijo, consideraba
que era una relación insana por referirse
peyorativamente a la enfermedad que padecía el padre
de la chica. Pues desde que se enteró de los amoríos, se
le terminó el sosiego, no hallaba consuelo, entraba en

89
iras desenfrenadas cuando su hijo le decía lo contrario
de lo que ella sabía, se enfrascaban en discusiones
interminables, y al final ella concluía con augurios
lastimeros hacia su hijo:

—“Tarde o temprano te vas a contagiar, y lo que es


peor, vas a contagiar a tu prole también, por favor
entiende”

Ella sabía que el contagio se producía a través de


las vías respiratorias y la piel, que el simple hecho de
tener contacto directo, permanecer por varias horas con
un enfermo, y o tener defensas naturales del cuerpo
propensas (débiles o bajas), corría alto grado de
contagio. A pesar de esto Juan, se pasaba largas horas
explicando que esta enfermedad infecto contagiosa, ya
era controlable, que muchos pacientes inclusive ya se
habían curado y un sinnúmero de explicaciones que al
final resultaban fallidas, su madre no era fácil de
convencer. Por todo esto él joven enamorado, hacía
caso omiso a las advertencias impositivas de su madre,
es más como forma de hacerla entender que el amor
hacia su amada Nancy era intenso, traía a colación el
cuento mitológico griego acerca de Orfeo y Eurídice,
quién convenció al mismísimo Hades, para regresarla
a la vida a Eurídice, al terminar el relato manifestaba a
pie firme que él estaba dispuesto a todo, el amor por su
amada era delirante.
90
En contraposición a los sentimientos de él,
Nancy no estaba hecha con los mismos quilates de
resistencia, y lo pondría de manifiesto enseguida. En
una conversa por demás sincera que sostuvo con Juan,
se enteró por primera vez, de la acérrima oposición
hacia su relación de parte de su posible suegra. Con las
causales anotadas, este incidente disparó en ella ese
amor incontenible hacia su padre, dejando en claro que
no estaba dispuesta a permitir que nada ni nadie
echaran de menos a su progenitor.
Aunque en este litigio sentimental se viniera
abajo ese amor apasionado que sentía por Juan, y quizá
tenía razones de sobra. El haberse quedado huérfanas
de madre desde niñas con su hermana bajo la tutela y
cuidado solo de su padre, las había convertido a las dos
hijas de Don. Jonás, en unas verdaderas “leonas” las
dos habían jurado a su padre, jamás tolerar ningún
improperio que menoscabe la dignidad de él,
detallando, venga de donde venga. Por eso esta
particular noticia de la oposición de Teresa, le cayó
como un rayo fulminante en el centro del corazón, y
fue de a poco asfixiando la relación, esa misma
relación que un día les hizo sentirse poderosos y fuertes
ante el mundo, hoy se derrumbaba sin pena ni gloria,
cayendo de forma vertiginosa en un hueco profundo
del que no pudieron salir nunca.
Ella evadía a Juan, con cualquier pretexto, y la
condición de estudiante que sostenía le facilitaba en su
estrategia, decía estar siempre llena de deberes,
91
trabajos, consultas, investigaciones, etc. En momentos
de sosiego, permitía que su razón se enfrascara en
profundos dilemas y reflexionaba médicamente acerca
de la enfermedad de su padre. Las contadas ocasiones
que sostenían furtivos encuentros con Juan, o su
“pequeño amor” como se dio por llamarle desde el
primer día que lo aceptó como su enamorado, trataba
de convencerle por todos los medios, que lo que su
madre le decía sobre la lepra y sus terribles
consecuencias si tenía razón y que por lo tanto, él
tratara de ser feliz con otra chica, y que si no hacía caso
a las recomendaciones de su madre, tendría que
condenarse a vivir con ella bajo esas condiciones.
Dicho esto justificaba su accionar con el
argumento que ese amor avasallador que sentía ella por
él, la hacía “sacrificarse” a este punto. Ella sentía que
no podía, ni debía condenarle a vivir junto a ella con
esta enfermedad de su padre. El al igual que su madre
en cuánto a la terquedad se mostraba reacio a toda
explicación, médica y social que tratasen de alejarla de
Nancy, nada servía, solo quería estar con ella, no le
importaba que él o sus futuros hijos como le decía su
madre y ahora Nancy, se contagiaran de lepra,
irresponsable o no, ese era su amor, y punto.
Con la relación en franco deterioro, él hacía cada
día más esfuerzos para verla, charlar, sentir su
presencia, o al menos observarle caminar raudamente
por la calle, eso al menos calmaba sus locas ansias,
volver de nuevo con ella se convirtió en una obsesión
92
enfermiza, había ratos que como un bohemio
enamorado cantaba, recitaba poemas de amor
nostálgico, alucinaba que la abrazaba, en ese paranoico
éxtasis recordaba el poema que muchas veces les había
hecho memorizar en el colegio su maestra de
Literatura, y que hoy precisamente él, era el actante
principal del poema: “Charla entre la Razón y el Corazón”
de la poetisa chilena, Gabriela Mistral(Lucila de María
del Perpetuo Socorro Godoy y Alcayaga ).
Fragmento del poema:
[… Porque el amor no sólo es alegría, no solo es
paz y ternura, el amor es también dolor y lágrimas, es
angustia y desvelo, es muchas cosas, pero bueno… la
verdad es que no sé qué pesa más, si la Razón o el
Corazón…]
Al fin todo feneció, ella con su corazón trizado y
una atosigante conciencia de no haber dado su brazo a
torcer ante las mil y un súplicas de Juan, sobre
continuar con su amor a pesar de todo. Pero no, al fin
se impuso el orgullo y resentimiento hacia la madre de
su amado. De ahí en más, a ella se la veía acompañada
de un sinnúmero de jóvenes, ‘compañeros de
universidad’ y amigos, decía ella a su padre, cuando de
repente le interrogaba sobre quiénes eran los jóvenes
que la venían a llevar y a dejar recurrentemente en
autos.
Juan había sido relegado dolorosamente al
pasado, él en con su dolor a cuestas y como forma de
93
recomponerse un poco de su herida sentimental,
decidió no ingresar al hospital a ver jugar a Don. Jonás,
todo le traía recuerdos tristes, por eso al igual que su
progenitora se refugió en casa, a luchar con su dolor
día a día, los dos cargaban a su manera, luto en el alma.
Teresa con apoyo económico de sus familiares,
logró comprar un carrito tipo camioneta un poco más
actual al que tenía su difunto esposo, tampoco había
para más. Este ‘nuevo’ vehículo sirvió para continuar
con los viajes de negocios, ya que era el único trabajo
que su esposo les dejó como herencia, y que además
ella también dominaba a la perfección. Tenía que
sobreponerse, debía predicar con el ejemplo, su hijo la
observaba, no podía darse el lujo de dejarse derrotar,
pisar fondo no era lo que ella esperaba, siempre dio
muestras de ser mujer de trabajo, cuántas veces su
mismo esposo le recordaba como una de sus grandes
virtudes, por lo tanto era imprescindible seguir
adelante. Juan, luego de haber aprendido a conducir de
forma cauta, con conciencia (a la defensiva) y obtener
su flamante licencia viajaba con su madre a todas las
ferias.
El trabajo en cierta forma, sirvió de gran ayuda a
las dos almas adoloridas, pues el pasar activos en el
negocio, les consumía su tiempo y disipaba sus
dolores, al menos por ese día.
Pero otra vez, la tragedia rondaba por ese sector
y exigía como siempre su pago, ¡la muerte!

94
El contrato de muerte, ya lo habían firmado
anticipadamente el cruel destino y Átropos o Aisa, la
mayor de las tres Moiras (Cloto y Láquesis) quién es la
encargada de cortar el hilo de la vida de los humanos
con sus tenebrosas tijeras.

Don Jonás y Julia, su hija mayor, luego del


almuerzo se encontraban descansando en la pequeña
sala, hasta que recibieron una serie de llamadas
perturbadoras:

— ¿Aló, está Nancy en casa?

—Buenas tardes ¿Usted es padre de Nancy?

Y al contestar nadie respondía, ni se identificaba,


de ahí en adelante la línea telefónica no cesó en un
continuo sonar. Don. Jonás, solo podían sentir y
escuchar del otro lado de la línea, jadeos, suspiros
profundos y luego otra vez el característico:

—tuuu, tuuu, tuuu, que indicaba que colgaron.

95
Sin más tiempo que perder Don. Jonás, miró el
reloj, era hora que Nancy debía estar ya en casa, las
extrañas llamadas avivaron un negro presentimiento en
su ser, al instante levantó el auricular y llamó a Julia su
hija, quién a esa hora se encontraba laborando en la
oficina, al oír el relato preocupado de su padre, habló
con su jefe y partió a casa, su padre le esperaba listo
para partir, por lo que los dos acudieron, en busca de
Nancy, primerito fueron a la Universidad, ahí tomaron
contacto con compañeros, maestros, amigos y demás
gente que creían que debían conocerla, pero nada en
concreto, los docentes dijeron que justo ese día no
había llegado a recibir clases, y para corroborar
mostraban los listados; sus compañeros con cara de
acontecidos se comprometieron ayudar en la búsqueda,
otros de forma más consoladora expresaron:

—Tranquilo señor, verá que ya mismo Nancy, se


asoma y no pasa nada.

Don. Jonás, suspiraba profundo, Julia, con


sendos lagrimones poniéndoles las manos en tono de
súplica pedía:

96
— ¡Por favor! Chicos cualquier información que
tengan sobre mi hermana, no dejen de comunicarnos.

Cansados, afligidos y llorosos regresaron a casa,


pasaron las horas, vino la noche y nada, Don. Jonás y
Julia se pasaron las horas subsiguientes en vilo
mirando el teléfono, atentos a cualquier ruido,
esperando alguna noticia de su hija, Julia, a cada media
hora le pasaba una taza con agua de toronjil y gotas de
valeriana. Apenas dieron las 06:00h de la mañana,
corrieron al Retén Policial del barrio, los policías al
recibir la noticia se limitaron a hacer lo que podían,
esto es receptar la mayor cantidad de datos, de la
persona que hasta ese momento era “supuesta” persona
desaparecida; luego dijeron que debían redactar un
parte para recién ahí poder dar aviso a la Central de
Radio Patrulla, que los patrulleros de servicio en toda
la ciudad y fuera de ella, tratasen de ubicarla, por las
características físicas y relevantes de la chica. Tratando
de apaciguar al sufrido padre y hermana les
manifestaron:

—Las chicas jóvenes a veces suelen irse de casa, con


los enamorados, pero al poco tiempo ya regresan.

97
Éstas palabras en vez de servir como consuelo al
afligido padre, más bien causó molestia, no quiso
escucharlo más al policía de más alto grado que lo
recibió; el gendarme por supuesto que cayó en cuenta
del malestar, pero ese era el procedimiento, por eso
dijo:

—Hay que esperar las 48 horas, que da la ley para


declararle persona desaparecida, y luego si, tienen que
presentar la denuncia respectiva ante la UIES (Unidad
de Investigaciones Especiales de la Policía Nacional)
para que procedan con la investigación y búsqueda,
mientras tanto no se puede hacer nada más, cuánto lo
siento.

—O en su defecto hay que esperar que ella mismo se


comunique, o que alguien por ahí de información.

Los compungidos familiares mientras tanto


tenían que ¡Esperar y esperar! Que tormentosa y larga
que resulta poner en práctica esta palabra, pero así son
las leyes. Don. Jonás, en cambio sabía que esperar no
le hacía nada bien, así que hizo sacar centenares de
copias de una reciente foto que le habían pedido como
requisito para legalizar la matrícula en la Universidad.
Pasaron horas agotadoras pegando por todos los lados

98
donde se les ocurría, todo con la esperanza de que
alguien les diera información.

A la media hora de las llamadas extrañas que


encendieron las alertas de búsqueda, Julia, se
comunicó de inmediato con Juan, pues ella era
conocedora de los amoríos que su hermana sostuvo con
él, también sabía de la ruptura y las causas que las
motivaron. Juan, sin demora acudió a casa de Don.
Jonás, luego de enterarse los pormenores, entró en un
silencio sepulcral, su cerebro vagaba por todos lados.

— ¿En dónde puede estar? ¿Por qué al menos no se


comunica? Ya rondaba por su cerebro la pregunta que
él trataba de evitar, ¿Se marchó acaso con algún
hombre?

Éstas y otras dudas asaltaban la mente del


muchacho, Julia se le acercó, y en voz bajita le
interrogó:

— ¿Tal vez tú sabes algo que nosotros no sepamos? Él


sintiéndose ofendido alzó la cabeza bruscamente y un
poco desencajado replicó:

— ¿Cómo, acaso tratas de decir que yo sé en donde


está Nancy, y no les aviso? ¿Crees tú que yo sería capaz

99
de hacerles sufrir a ustedes dos, con tanto aprecio que
les tengo? ¡Qué va!

Julia, tosió disimulando y aclaró:

—No, no, no es eso, lo que pasa es que como tú eras su


enamorado, pensé que a lo mejor a ti te hubiere podido
confiar algo que nosotros no sabemos. El remarcó:

—Así es, pero en verdad no sé nada.

Y su mirada se perdió en el ocaso, Juan, al ver la


premura que tenían por marcharse se despidió
abrazando a Don. Jonás, quién permanecía parado
como una estatua, con la mirada perdida, antes de
marcharse se comprometió ayudar en todo, y lo
cumplió fielmente, no se desamparó de ellos mientras
duró la infructuosa búsqueda.
Pasaron los dos días de rigor o de “Ley” la
policía con sus elementos especializados desplegaron
todo su esfuerzo por ubicarla, tomaron contacto con
enamorados, amigos, compañeros, maestros, y demás
personas que pudieran aportar datos, realizaron
investigaciones de las llamadas telefónicas,
declaraciones y una serie de procedimientos. Por más
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de una ocasión Juan, fue citado para que rinda
declaraciones, pero todo fue en vano Nancy, se había
esfumado misteriosamente, un silencio sepulcral
invadía el hogar de Don. Jonás.
Juan sentía morirse, solo atinaba a preguntarse
una y otra vez:

— ¿Por qué Dios mío, por qué?


— ¿Qué mal te he causado Dios Santo, para que te
ensañes conmigo?
— ¿Acaso sin saber te he ofendido tanto que me cobras
arrebatándoles la vida a los seres que más amo en mi
vida? Por favor ya no más, mejor te pido si te llevas a
Nancy, cierra la luz de mis ojos para siempre.

Amanecía el día jueves, había transcurrido hasta


aquí ya casi 96 horas desde aquel fatídico día lunes en
que dio comienzo el drama trágico, Juan, tenía que
cumplir un viaje más de trabajo con su madre, había
que sufragar gastos dentro del hogar, por lo que
trabajar resultaba imprescindible. Ésta vez era la feria
en El Cantón Saquisilí, perteneciente a la Provincia de
Cotopaxi, sierra central del Ecuador. El cantón se sitúa
entre las cotas 2.900 y 4.200 msnm. La temperatura
media es de 12 °C. El 65% de la población es indígena
y, el 35% población mestiza.

101
Como solía hacerlo su padre en vida, reviso el
estado de la camioneta, una a una revisaba que las
llantas estuviesen en perfecto estado, midió el aceite
del motor, limpió las bujías, sopló el carburador, puso
agua al radiador y demás partes en donde
principalmente decía su padre que los carros solían dar
problemas. Luego con su madre acomodaron la
mercadería que llevarían a la venta, y tipo 22.00h
fueron a descansar, para salir a las 05.00h de la
madrugada. Algunas noches él ya no podía conciliar el
sueño como antes, por más esfuerzo que hacía por
descansar su mente divagaba por todos lados tratando
de encontrar alguna respuesta sobre la desaparición de
Nancy, su cerebro pasaba de un estado a otro, le parecía
oírla, le veía correr con su pelo al viento, aquellas
tardes que bajaban tomados de la mano por los
graderíos, sin querer nunca llegar a casa, en fin, su
mente era un torbellino de ideas incontrolables. El
tiempo marcaba las 04.00h de la madrugada, Juan, se
sentía culpable por todo, ahora inclusive hasta de no
poder dormir, y al conducir en ese estado de
somnolencia podía accidentarse, poniendo en riesgo la
vida de su adorada madre y de él mismo.
Su madre a pesar de toda la oposición hacia
Nancy, se había convertido en su bastión y último
refugio. En un desesperado intento cerró los ojos y
concilio un fugaz y corto sueño. Su madre fue quién le
despertó con una leve palmadita en el hombro, él aún

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aletargado, en el acto se incorporó y su primera palabra
fue:

— ¡Nancy Nancy!

Su madre sintiéndose culpable de lo que le


sucedía a su hijo, entendió, y con palabras suaves le
dijo:

—Tranquilo hijo, deja todo en manos de Dios, él sabrá


devolver a la chica sana y salva a casa, ya verás cómo
todo vuelve a la normalidad.

Y entre conversa y conversa con su madre, el


reloj marcó las 05.40h de la mañana, debían ponerse en
marcha. La ruta era la misma que su padre le había
enseñado, al poco rato estaban a la altura de la Loma
de Puengasí, el vehículo rodaba a marcha lenta,
bajaban por la antigua vía a Conocoto, pasaron algunos
barrios adyacentes a la vía, a unos doscientos metros
abajo de la entrada al barrio “Las Palmeras” Juan,
alcanzó a divisar varios vehículos estacionados a los
dos costados de la vía, la gente iban y venían con los
rostros desdibujados, producto de la macabra escena
que acababan de presenciar, y como la novelería es
atrayente Juan, hizo lo mismo; su madre le insistía que

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no se baje, le hizo recordar que iban un poco retardados
a la feria, pero él ni siquiera escuchó la última parte,
estacionó el vehículo y bajo raudo a ver qué mismo es
lo que sucedía, preguntaba a uno y otro de los
arremolinados curiosos, quienes le pusieron al
corriente de lo que allí sucedía.
Al enterarse sintió que su corazón le iba a salir
del pecho algo ajeno a su voluntad le empujaba hacia
el cadáver aún no identificado, no aguantó más y al oír
que un hombre gritaba que se trataba de un crimen,
avanzó con paso firme, una vez allí, se puso en
cuclillas, la miró detenidamente de pies a cuello,
puesto que solo eso era lo que único que había, o mejor
dicho se veía. La escena era por demás aterradora,
jamás había estado tan cerca así de un cuerpo
salvajemente destrozado, por lo que se quedó trémulo
sin poder articular palabra, la lengua estaba seca del
miedo y pavor, se incorporó lentamente y cruzándose
de brazos permaneció unos largos minutos, su vista
quedó fija en uno de los dos pies, el cual se mostraba
desnudo, con un color blanquecino amarillento, la piel
de la planta del pie derecho se mostraba arrugada, claro
síntoma de haber estado expuesto al agua, y era lógico,
la noche anterior al descubrimiento, había llovido
torrencialmente. Levantó su cabeza y giro hasta un
rincón a donde estaba el hombre que seguía buscando
la cabeza entre los matorrales, se acercó e interrogó
despacito:

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—Sr. disculpe, ¿Se sabe el nombre, edad o algo de la
chica?

El interrogado sin siquiera mirarlo le respondió:

—No, no sabemos quién mismo será la pobre mujer,


no ve que está sin ropa y ni siquiera la cabeza podemos
encontrar.

Juan, se retiró despacio, dubitativo, había algo en


aquel cuerpo semi desnudo que le llamaba la atención,
y antes de continuar con su retirada hacia la vieja
avenida, se detuvo de repente, volteó la cabeza y volvió
al sitio, ésta vez se arrodillo, tomó tembloroso entre sus
manos la mano derecha de la chica queriendo descubrir
algo que le indicara quién era, pero otra vez nada, el
agua, el lodo, las yerbas pegadas al cuerpo
distorsionaban la imagen. Hasta que decidido rozó su
mano en los pechos, y ¡Eureka! Ahí estaba una leve
cicatriz en el medio de los dos hermosos encantos que
le había concedido la sabia naturaleza, y que por cierto
él conocía de memoria esa cicatriz; la misma chica le
había confesado alguna vez que se la había hecho al
caer de un árbol en su tierra natal, eso fue basta para
que Juan, caiga de espaldas, abrió los ojos
desmesuradamente, y agradeció al cielo haberla
encontrado. ¡Bendita cicatriz!

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Al ver esto dos personas acudieron a levantarlo,
el permanecía sentado junto al cuerpo inerte, fija la
mirada en el punto indicado, le tomaron de los brazos
y ¡arriba! él gritaba descontrolado:

—Es Nancy, es Nancy, se llama Nancy.

Su madre al percatarse de la demora, salió del


carro y miró como la gente ahora se arremolinaban
junto a su hijo, y le acosaban con preguntas, él al llegar
al vehículo atinó entre sollozos a describirle a su madre
lo que acababa de descubrir.
Teresa lo tomó de la cabeza y lo llevó a su pecho,
los dos se fundieron en un abrazo consolador y
lloraron hasta más no poder. Al poco rato arribaron los
policías, ambulancia, e investigadores, quienes
recabaron minuciosamente toda la información,
hicieron inspección de todo el lugar que acordonaron,
buscando evidencias que arrojen luces en este acto
delictivo. Pero a vista de los curiosos, los agentes no
encontraron mucho, ni siquiera la cabeza; pieza clave
para la identificación decían los agentes. Teresa y Juan,
después de dar aviso a Don. Jonás y Julia, narraron a
las Autoridades todo lo que ellos sabían hasta ahí.
Con todo este ajetreo, ahí nomás quedó el viaje,
volvieron a casa, había que colaborar con la familia
doliente, los agentes en sus quehaceres investigativos

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habían citado para otra fecha a Juan, para que declare
en cuánto al asunto, pues los agentes le habían
mencionado que él era pieza importante en el hecho.
Después de todo el ceremonial investigativo retiraron
el maltrecho cadáver hasta la ambulancia, la cual la
condujo directo a la Morgue.
A los ocho días de lo acaecido, alguien del sector
de donde realizaron el levantamiento del cadáver había
informado a la policía que la cabeza ya la había
encontrado, y todo otra vez por una bendita casualidad.
Resulta que el dueño de una perrita de raza french
poodle, había declarado que el macabro hallazgo se
había dado en circunstancias que le había sacado a dar
un paseíto por el sector y que en un determinado
momento le había soltado como para que la pequeña
mascota haga sus necesidades biológicas en medio del
campo, y la perrita luego de hacer lo suyo, se había
detenido en un cierto rincón del terreno en donde días
antes habían hecho el levantamiento del cadáver, y que
la mascota había procedido a raer la tierra con sus
patas, dejando al descubierto la desmembrada cabeza.
Al cabo de algunos días, con toda la información,
evidencias, declaraciones y más elementos, los
investigadores habían determinado que se trataba de
forma certera de Nancy. La cabeza, de acuerdo a los
estudios forenses y más procedimientos habían llegado
a determinar que el o los desalmados criminales que
habían actuado en el horrendo crimen, antes de
proceder a arrancarle del cuerpo de Nancy, lo habían
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hecho mientras ella se ha encontrado aún con vida,
¡Que indescriptible dolor debió haber sentido la
muchacha!
A decir de los investigadores, la cabeza
presentaba un golpe a la altura del parietal derecho,
golpe realizado con algún objeto contundente
posiblemente botella. El rigor mortis de dolor que
había quedado dibujado en su rostro, indicaba el dolor
en “In extremis” que había padecido. El Informe
preliminar, hacía constar además, en su hipótesis que
posiblemente el o los asesinos estuvieron libando con
Nancy, y en estado de embriaguez han procedido a
violarla, para posterior proceder a arrebatarle la vida.
Con el tiempo los investigadores habían llegado
a determinar que los causantes de este delito habían
sido tres jóvenes universitarios compañeros de la
Facultad, que a decir de los agentes habían tenido
responsabilidad directa en el asesinato, por las
siguientes razones:
 Que los jóvenes detenidos no habían
podido demostrar con exactitud, en dónde mismo se
habían encontrado el día del fatídico suceso.
 Por haber encontrado una botella vacía de
licor en la cajuela del vehículo de uno de los tres
detenidos, y que luego de cotejar, coincidían con los
pedazos de botella de la misma marca encontrados en
el lugar de la escena del crimen.

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 Por la declaración de varios testigos que
habían asegurado haber visto a Nancy en los
alrededores de la Universidad Central, con los jóvenes
procesados.
Al año de la detención de los tres jóvenes los
medios de Comunicación informaban con cierto
desagrado la decisión Judicial:
¡Recobran libertad, los asesinos de la chica
encontrada sin cabeza en el sector de la Loma de
Puengasí!
Los abogados de los procesados habían
argumentado y defendido la tesis de “inocencia”,
arguyendo en Derecho que las investigaciones,
pruebas, evidencias y demás procedimientos carecían
de sustento científico; que las supuestas evidencias que
presentaban los agentes investigadores, no indicaban
ninguna participación, y peor culpabilidad de sus
defendidos; que los jóvenes detenidos pertenecían a
familias honorables de la ciudad que jamás habían sido
procesados por ningún delito. Por último en su
intervención y discernimiento Legal, invitaron a los
profesionales que conformaban el Jurado y Tribunal
Juzgador, que se hiciesen una pregunta sobre:

— Qué razón debían tener los jóvenes honorables, para


cometer semejante asesinato. Que no cabía en la lógica
racional, que tres inocentes jóvenes de familias

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pudientes y decentes pudieran albergar en su interior
una mente tan macabra, como para cometer tan
execrable asesinato, y un sinfín de argumentos
atenuantes. El resultado de todo este litigio fue que la
Autoridad ordenó su Inmediata Libertad, justo o no
pero así concluyó el proceso.

Don. Jonás, con su dolor insuperable, jamás


volvió al hospital a jugar ni a ser atendido de su
enfermedad, se contaba en los pasillos del leprosorio,
que se dejó consumir por la enfermedad y esperó
ansioso a Cloto (muerte) abrigando con vehemencia la
esperanza de reencontrarse en la eternidad con su
amada hija Nancy.
Julia, por su lado al verse tristemente sola,
contaban los vecinos que había vendido la casa, y que
regresó a su tierra de origen, no se supo más de ella.
El alma solitaria de Juan corrió varios años sin
consuelo, sumergido en recuerdos pasaba los días,
meses y años, solo el tiempo quizá podría reanimarlo,
a la memoria de Nancy, su primer amor, prometió que
nunca la olvidaría, y que la amaría por siempre. La
muerte se llevó el cuerpo de Nancy, pero Juan, no
estaba dispuesto a dejarse arrebatar sus recuerdos.

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