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No hay duda de que el tema del “control judicial de las leyes” ha sido y es objeto de
apasionadas discusiones y cuestionamientos, que ahora están especialmente enardecidos. Este
debate, que histórica y académicamente pudo atribuirse a un aséptico interés por la filosofía
política, muchos ahora empiezan a advertir que más bien constituye una puja de intereses
contrapuestos que se disputan la preponderancia en la decisión social.
Para resolver la problemática, nos tenemos que hacer la pregunta: “¿Dónde acude un
ciudadano que se ve perjudicado por una mala ley?”.
A esto contesta el constituyente argentino Juan del Campillo: acude a un tribunal con
facultades constitucionales. Mas “no se trata de dar al Poder Judicial facultades
extraordinarias, ni la suma del poder público, sino la atribución de aplicar la Constitución y
las leyes en los casos contenciosos particulares...”. (En un aparte, es interesante traer a la
memoria que por su extraordinaria caligrafía, Del Campillo fue el encargado de escribir el texto
oficial de la Constitución que se le presentó al presidente Urquiza el 1° de mayo de 1853.)
El control de constitucionalidad constituye:
1) un transcendental instrumento de control del poder estatal;
2) un presupuesto básico del equilibrio de poderes, y
3) una garantía de la supremacía constitucional.
De ahí la importancia de determinar los límites con que debe ser ejercido.
De todos modos, como lo prueba el nacimiento del sistema europeo y la actividad de las
cortes y los tribunales con la competencia respectiva, lo más relevante en esta materia es el
cambio sobrevenido debido a la destacada importancia de la defensa de los derechos humanos
en el control constitucional de las leyes.
Por ello, la situación se ha entrelazado también con el diverso reconocimiento que se
otorga en los países al derecho internacional. El derecho internacional parte de un principio
fundamental: la superioridad o supremacía del derecho internacional sobre el derecho interno.
Pero todo depende del modo en que los órganos del Estado hayan establecido la
integración de las normas internacionales por su derecho interno.
Las diferencias estructurales entre la organización supranacional de integración y la
internacional de cooperación determinan una diversa naturaleza jurídica de las funciones,
competencias y alcances de las atribuciones.
Con uno u otro carácter y en evolución permanente, emergió con la Carta de San
Francisco ese orden público mínimo y necesario, que en lo sucesivo sería garantizado por la
comunidad internacional de los Estados en su conjunto. En el plano de lo normativo, tiene lugar
el nacimiento de las llamadas obligaciones de ius cogens, cuya tuición asumiría originariamente
la Organización de las Naciones Unidas.
Y en América, a los fines del control de constitucionalidad, adquiere particular
relevancia la Convención Americana sobre Derechos Humanos y la jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos; y mucho más aún, en esta especialísima materia de los
derechos humanos, el mantenimiento de la cúspide de la facultad interpretativa en el orden
interno o el reconocimiento de este tribunal supranacional como intérprete último y final.
De esta nueva estructura (o de la importancia que se le da) surge además una novedad,
que se desprende de fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos: es un agregado
importante en cuanto al Sistema Interamericano, porque los jueces también deben realizar el
“control difuso de convencionalidad”, debido a que este debe ejercerse por todos los jueces
nacionales. El “control difuso de convencionalidad” convierte al juez nacional en juez
interamericano. Son así los primeros intérpretes de la normatividad internacional.
Este tipo de control no implica optar por aplicar la normativa o jurisprudencia
convencional y dejar de aplicar la nacional, sino que significa, en primer lugar, tratar de
armonizar la normativa interna con la convencional, a través de una “interpretación
convencional” de la disposición nacional. El “control concentrado de convencionalidad” lo
realiza, fundamentalmente, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Pero el
control difuso por parte del juez nacional constituye ahora uno de los rasgos positivos
sobresalientes, que la propia CIDH reconoce en sus sentencias y que entiende que conviene
reconocer, sostener y acrecentar, en tanto al extenderse a todos los jueces nacionales, se amplía
y acrecienta el control de convencionalidad.
Dice la propia Corte Interamericana que resulta evidente que ella crea la doctrina del
“control difuso de convencionalidad” al advertir la tendencia hacia la “constitucionalización” o
“nacionalización” del derecho internacional de los derechos humanos y particularmente la
aceptación de su jurisprudencia convencional como elemento “hermenéutico” y de “control” de
la normatividad interna por parte de los propios tribunales internos; es decir, la Corte
Interamericana de Derechos Humanos recibió el influjo de la práctica jurisprudencial de los
jueces nacionales para crear su nueva doctrina sobre el “control difuso de convencionalidad”.
En cambio, el grado de intensidad del control disminuirá en aquellos sistemas donde se
impide el “control difuso de constitucionalidad” y no todos los jueces tienen la facultad de dejar
de aplicar una ley. Al no tener esa potestad, tendrán que aplicar la norma debiendo, en todo
caso, realizar una “interpretación conforme” no solo de la Constitución nacional, sino también
de la Convención Americana y de la jurisprudencia convencional. En caso de incompatibilidad
absoluta, si el juez carece de facultades para desaplicar la norma, se limitará a señalar la
inconvencionalidad de la misma o, en su caso, “plantear la duda de inconvencionalidad” ante
otros órganos jurisdiccionales competentes dentro del mismo sistema jurídico nacional que
puedan ejercer el “control de convencionalidad” con mayor intensidad.
V. EXPLICACIÓN HISTÓRICA
Las diferencias entre los dos modelos institucionales de control difuso y concentrado se
deben a distintas circunstancias históricas y a las diferentes filosofías políticas que imperaron en
los Estados Unidos y en Europa en el momento en que los sistemas fueron diseñados, que
evidenciaban una distinta organización del Estado y, muy especialmente, un distinto órgano en
quien depositar la confianza/desconfianza.
En los Estados Unidos existía desconfianza en el Parlamento opresor, que había dictado
las leyes con que los habitantes eran sojuzgados antes de la independencia.
De ahí que la confianza se haya depositado en los jueces. La gran confianza que existía
en los jueces llevó a atribuirles el poder de ejercer el control de constitucionalidad como medio
para mantener la supremacía de la Constitución. La revisión judicial surgió así debido a la
conveniencia de limitar el poder de las legislaturas.
La revisión judicial o judicial review es la doctrina de acuerdo con la cual la actividad
de los poderes legislativo y ejecutivo está sujeta al escrutinio judicial. Los jueces que ostentan
este poder pueden invalidar actos de los otros poderes del Estado que encuentren incompatibles
con la Constitución. Esta revisión constituye parte esencial de la separación entre los poderes de
gobierno de cierto tipo de Estados.
Los colonos americanos utilizaron la idea de la Carta Magna como un derecho que ni
siquiera el Parlamento podía contradecir –encargándose su cumplimiento a los jueces–, para
justificar el levantamiento contra el Parlamento inglés y la lucha por la independencia. Y una
vez conseguida esta, los americanos, conscientes de que el parlamento también puede ser fuente
de opresión, elaboraron un derecho superior al del Parlamento y que este debía respetar: la
Constitución.
Como expresó Alexis de Tocqueville (que cuando fue a Estados Unidos era juez en
Francia) en una de las más simples y claras explicaciones del sistema: los americanos han
establecido el Poder Judicial como contrapeso y barrera al Poder Legislativo; lo han hecho un
Poder Legislativo de primer orden. El juez americano se parece a los magistrados de otras
naciones. Sin embargo, está revestido de un inmenso poder político que estos no tienen. Su
poder forma la más terrible barrera contra los excesos de la legislatura. La causa está en que los
jueces americanos están facultados para fundar sus decisiones en la Constitución por encima de
las leyes. En otros términos, les permiten no aplicar las leyes que les parezcan
inconstitucionales.
Las legislaciones nacionales europeas diferían en la naturaleza del órgano que ejercería
el control (en algunos casos, política; en otros, jurídica o mixta), pero coincidían en que el
mismo:
1) se concentraba;
2) se ejercía de manera preventiva;
3) sus efectos eran erga omnes.
De tal manera que si una ley era declarada inconstitucional, no entraba en vigencia hasta
que el propio Parlamento modificara su texto, saneando el vicio; y si se determinaba su
constitucionalidad, ya no podría ser cuestionada en sede judicial.
La jurisdicción constitucional de la Europa de posguerra ha demostrado ser un elemento
indispensable para la creación, el mantenimiento y el desarrollo del Estado de Derecho
Constitucional. La superación de los sistemas totalitarios y el retorno a los sistemas
democráticos han sido la razón de ser para la institucionalización de Tribunales
Constitucionales.
Los Tribunales Constitucionales alemán y español han ejercido en los últimos años una
enorme influencia en el desarrollo de la jurisdicción constitucional en Latinoamérica.
Fue así que el modelo americano puro quedó confinado al sistema constitucional de
Estados Unidos y Argentina.
El resto de los países fue dando nacimiento a sistemas mixtos en múltiples variantes
según cada realidad propia. Así es que por sucesivas reformas constitucionales aparecen
Tribunales Constitucionales de última instancia de tipo judicial (o judicial-político) concentrado
al estilo europeo interrelacionados con el actuar judicial difuso norteamericano de la justicia
común.
En diversas variantes se estableció el método concentrado de control de
constitucionalidad de las leyes, atribuyéndose en general poder anulatorio por
inconstitucionalidad –en algunos países, con efectos erga omnes– a las Cortes Supremas de
Justicia o a Tribunales Constitucionales, aunque no es así siempre, pues en algunos casos la
decisión de la Corte Suprema que ejerce el control concentrado solo tiene efectos entre partes.
Por ello, el sistema concentrado de control de constitucionalidad, aun cuando sea
generalmente similar al “modelo europeo” de Tribunales Constitucionales especiales, no
implica necesariamente la existencia de un Tribunal Constitucional especial, concebido fuera
del Poder Judicial. La experiencia latinoamericana de control concentrado de la
constitucionalidad así lo demuestra, pues en general han sido las Cortes Supremas de Justicia las
que lo han ejercido, y en los casos en los cuales se ha atribuido a Tribunales Constitucionales el
ejercicio del control, estos están dentro del Poder Judicial con pocas excepciones.
Es decir que el poder de declarar la nulidad por inconstitucionalidad de las leyes y
demás actos de ejecución directa de la Constitución puede ser ejercido por la Corte Suprema de
Justicia en forma exclusiva o por la propia Corte Suprema o un Tribunal Constitucional en un
sistema mixto integral, que además de control concentrado admite el control difuso de la
constitucionalidad.
La Argentina, en cambio, no receptó esta tendencia ecléctica hacia la
constitucionalización de la combinación de ambos sistemas. Continuó apegada al modelo
norteamericano.
En Tierra del Fuego, el artículo 159 de la Constitución provincial indica que “[c]uando
el Superior Tribunal de Justicia declare por unanimidad y por tercera vez la
inconstitucionalidad de una norma jurídica materia de litigio, podrá resolver la suspensión de
su vigencia en pronunciamiento expreso dictado por separado, el que será notificado en forma
fehaciente a la autoridad que la dictara y dado a conocer en el diario de publicaciones legales
dentro de los cinco días de emitido”.
Una vez que se han resuelto los respectivos expedientes en cuya sentencia se declara la
inconstitucionalidad, el Tribunal dicta una acordada por la que determinan suspender la vigencia
del respectivo artículo de la ley a que se refiere. Se dispone agregar copia certificada por
Secretaría de cada una de las tres sentencias dictadas, notificar por oficio al Presidente de la
Legislatura Provincial y publicar la acordada en el Boletín Oficial de la Provincia.
Es decir que se suspende la vigencia por acordada que notifican al Presidente de la
Legislatura Provincial y publican en el Boletín Oficial de la Provincia.
En Jujuy, es por ley (Ley 4346) y no por disposición constitucional que se define la
declaración general de inconstitucionalidad. La ley ordena que “[e]l Superior Tribunal de
Justicia, en pleno, conocerá originariamente en las demandas de inconstitucionalidad de leyes,
decretos, ordenanzas, reglamentos o resoluciones que estatuyan en materia regida por la
Constitución de la Provincia” (artículo 1, ubicado en el Capítulo I de “Pretensión de
inconstitucionalidad”).
“Se limitará a declarar la inconstitucionalidad o no de la norma cuestionada (…)
Declarada la inconstitucionalidad de la norma cuestionada no podrá volver a ser aplicada, si
se tratare de una disposición de carácter general, salvo que la inconstitucionalidad no
proviniera de la norma sino de su errónea interpretación o defectuosa aplicación” (artículo 7,
incisos 2 y 3 del mismo Capítulo).
Es decir que primero se debe intentar hacer la “interpretación conforme”. Si ello no es
posible pues no hay errónea interpretación o defectuosa aplicación, la declaración de
inconstitucionalidad, que es siempre la última ratio del ordenamiento jurídico, impone un límite
aún más férreo tratándose del control de constitucionalidad propuesto a través de la acción que
regula la ley 4346, pues los efectos de su declaración importan, en los hechos, la derogación del
precepto cuestionado, a tenor de lo que dispone su art. 7, inc. 3: “declarada la
inconstitucionalidad de la norma cuestionada, no podrá volver a ser aplicada, si se tratare de una
disposición de carácter general”.
En el caso “Thomas”, una jueza federal de Mendoza decidió a título cautelar e in audita
parte suspender –en forma general– la aplicación íntegra de una norma (la ley 26.522 de
comunicaciones audiovisuales), entonces recién dictada por el Congreso, acogiendo la
pretensión de un diputado perteneciente a los bloques perdidosos en la votación. La Cámara de
Apelaciones confirmó la cautelar. Contra esta decisión, el Estado Nacional –Honorable Cámara
de Diputados de la Nación– interpuso recurso extraordinario ante la Corte Suprema de Justicia
nacional, que fue concedido.
En el caso, hubo un intento de poner en cabeza de la instancia inferior del Poder Judicial
la facultad de emitir el equivalente de una virtual “contra-ley” para regir a título cautelar hasta
tanto se expidiera la Corte Suprema. Esto implica claramente el avance indebido de un poder, el
Poder Judicial, sobre otro: el Poder Legislativo. La decisión desvirtúa el sentido del control
judicial difuso de constitucionalidad.
El modelo adoptado por la Constitución Nacional fue el del control judicial difuso, en
casos particulares y concretos, no preventivo sino reparador, es decir, luego de estar en plena
vigencia la norma, que circunscribe los efectos de la declaración de inconstitucionalidad
exclusivamente al juicio en el que es dictada. De esta manera, si bien cualquier juez de cualquier
instancia y fuero puede declarar una inconstitucionalidad en un litigio, dicha declaración nunca
invalida la aplicación de la norma en general.
En un sistema de control judicial difuso, asignarle a la declaración de
inconstitucionalidad de una norma efectos erga omnes le habría conferido a cada juez del Poder
Judicial una posición de supremacía sobre los otros poderes incompatible con el equilibrio que
requiere la clásica fórmula republicana. Por eso, además de la limitación de los efectos al caso
concreto, la misma justicia se autoimpuso una serie de condicionamientos a la potestad de
control.
Dijo la Corte Suprema en el caso que no es válida la posibilidad de suspender o incluso
derogar una norma legal con efectos erga omnes, lo que no se ajusta a la Constitución Nacional
y tiene una significativa incidencia sobre el principio constitucional de división de poderes y el
modelo de control de constitucionalidad.
El Tribunal destacó que la misión de la justicia es la de saber mantenerse dentro de la
órbita de su jurisdicción, sin menoscabar las funciones que incumben a los demás poderes,
reconociendo las facultades que constituyen la competencia del Congreso de la Nación.
Aclaró el Tribunal que el derecho constitucional comparado conoce dos modelos puros
u originarios de control de constitucionalidad: el difuso o estadounidense, y el centralizado o
austríaco. Conforme al primer modelo, cualquier juez puede en un proceso declarar la
inconstitucionalidad de una norma y, en consecuencia, sentenciar sin aplicarla. Conforme al
segundo modelo, un único tribunal puede juzgar la inconstitucionalidad de la norma, pero en el
supuesto de que lo haga, esta no solo no se aplica al caso, sino que pierde vigencia erga omnes.
Pero no existe ningún modelo impuro en el mundo que combine los modelos puros en
forma que la competencia para hacer caer erga omnes la vigencia de la norma se disperse en
todos los jueces, simplemente porque la dispersión de una potestad contralegislativa de
semejante magnitud es inimaginable, dado que abriría el camino hacia la anarquía poniendo en
peligro la vigencia de todas las leyes. Ningún juez (tampoco la Corte Suprema) tiene en la
República Argentina el poder de hacer caer la vigencia de una norma erga omnes. Si no la tiene
en la sentencia que decide el fondo de la cuestión, menos aún puede ejercerla cautelarmente.
La suspensión cautelar de la vigencia de una norma dispuesta por un tribunal presupone
que este se atribuye la competencia para sentenciar en definitiva con idéntico poder, y ese poder
no lo confiere la Constitución a ningún juez ni tribunal de la Nación.
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