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TEMA 1.

LENGUAJE Y COMUNICACIÓN. COMPETENCIA LINGÜÍSTICA Y


COMPETENCIA COMUNICATIVA.

1. Lenguaje y comunicación

La mayoría de las numerosas definiciones de lenguaje alude de manera explícita y


directa a la comunicación, de ahí que no extrañe decir de él que es, lato sensu, “todo
aquello que comunica”; el lenguaje designa, en principio, cualquier medio de
comunicación, para expresar, para manifestar algo… Según Lyons, “resulta difícil
imaginar una definición satisfactoria […] que no comporte alguna referencia a la noción
de comunicación”.

a) En sentido amplio, según la Teoría de la Comunicación, según el DRAE, es la


“transmisión de señales mediante código común a emisor y receptor”.
b) En sentido estricto, en lingüística, es el intercambio de información entre
individuos en una determinada situación comunicativa.

Desde el punto de vista de la etimología, el término procede de communicatio,


communicare (“hacer partícipe a alguien de algo”, “entenderse con alguien”). Sería el
intercambio de información entre hablante-emisor y receptor-oyente: el proceso por el
cual un emisor con mensaje, código y canal hace llegar información al receptor.

En cualquier caso, el hecho de que, explícita o implícitamente, se estime que las lenguas
constituyen sistemas de símbolos diseñados para la comunicación nos obliga –como
propuso Lyons- a adoptar un punto de vista omniabarcador. Se han empleado dos
términos casi equivalentes –ambos procedentes del griego semeion (“signo”)- para
designar la teoría general de los signos –el “análisis de los sistemas de señalización”-,
en la que el lenguaje quedaría comprendido:

 Semiótica. Empleado por C.S. Peirce y, desde él, por la terminología


anglosajona. Peirce, como indica Lyons, tomó el término de la obra Enseyo
sobre el conocimiento (1690) de John Locke. La voz se había originado en el
ámbito de la medicina griega para la diagnosis a partir de los síntomas
corporales. Posteriormente la utilizaron los filósofos estoicos para incluir
también la lógica y la epistemología.
 Semiología. Empleado por Saussure y, desde él, por la lingüística europea, en
especial la de tendencia saussureana. Se trataría de una ciencia más general que
el lenguaje de la que formaría parte la lingüística. El “acta de nacimiento” de
una ciencia por entonces aún no existente dice lo siguiente:

“Puede por tanto concebirse una ciencia que estudie la vida de los signos en el
seno de la vida social; formaría una parte de la psicología social y, por
consiguiente, de la psicología general; la denominaremos semiología (del griego
semeion “signo”). Ella nos enseñaría en qué consisten los signos, qué leyes los
rigen”.

En fin, la semiótica o semilogía tendrá por objeto el estudio, además de la lengua, de


todos los sistemas se signos, entre los que Saussure nombra la escritura, el alfabeto de
sordomudos, ritos simbólicos, formas de cortesía, señales militares, etc. De todos ellos
eso sí, el lenguaje es el más importante. En opinión de Eco corresponden al campo
semiótico las siguientes investigaciones: zoosemiótica, señales olfativas, comunicación
táctil-olfativa, código del gusto, paralingüística (tonos de voz), kinésica (gestos),
lenguajes tamborileados/silbados, semiótica médica (indicios-síntomas), códigos
musicales, lenguajes formalizados-artificiales, lenguajes naturales, mass media.

Todos los signos tienen algo en común, cual es el representar algo distinto a ellos
mismos. La semiótica ha señalado lo dependientes que somos de los signos, hasta el
punto de que sería imposible imaginar nuestro mundo sin señales del tipo que sea, entre
ellas las del lenguaje. En tanto que esto es así, la lingüística se toma como sección de la
semiótica, pero no como una parte cualquiera, pues entre todos los sistemas de señales,
el lenguaje es el más rico y perfecto; por esta razón, la lingüística es parte esencial de la
semiología: a la vez que ésta se va constituyendo con el apoyo de aquélla, se
diferenciando de ella. Si bien toda lengua es un sistema de signos, no todo sistema de
signos es una lengua.

Como defiende Gutiérrez Ordoñez, toda comunicación lingüística se realiza en un acto


semiológico en el participan:

 Los actores del discurso (el emisor y el receptor)


 El código, conjunto de elementos memorizados, pasivo, listo para ser utilizado
(se corresponde aproximadamente a la lengua de Saussare, el sistema de Coseriu
o la competencia de Chomsky).
 El mensaje: experiencia cifrada según las unidades y reglas combinatorias del
código (conjunción de expresión y contenido).
 El canal, soporte físico del mensaje.
 Ruidos e interferencias, que pueden perturbar la intercomunicación.
 Redundancia y repetición (“sobrecarga de información”) puede evitar las
perturbaciones.
 Situación de discurso o contexto extralingüístico, conjunto de factores que
rodean el acto de comunicación y que son conocidos por emisor y receptor.

Los procedimientos semiológicos –objeto fundamental de la semiótica- pueden ser


clasificados así (Buyssens y Mounin apud Gutiérrez Ordoñez):

 Sistemáticos/asistemáticos. Son sistemáticos cuando los mensajes se


descomponen en signos estables y constantes. Las reglas de combinación son
invariables. Por ejemplo, las lenguas naturales.
 Intrínsecos/extrínsecos. La relación intrínseca se da entre el sentido de la señal y
su forma (los símbolos se basan en una relación de analogía); extrínseca es la
relación que se estableces entre la forma y el contenido designado (los signos se
basan en una relación de arbitrariedad).
 Directos/sustitutivos. En los primeros la codificación de la realidad que tratan de
representar es directa; en los otros se conoce el mensaje por sucesivas
transcodificaciones.
 Lineales/espaciales. Los primeros son procedimientos semiológicos que se
desarrollan en el tiempo, en el eje de sucesión; los segundos se reflejan en el
espacio y no adoptan configuración de secuencia.
 Procedimientos que usan unidades discretas/procedimientos que usan unidades
continuas. En las unidades discretas no existe transición continua de una a otra
ni guardan proporcionalidad con la realidad que representan.

1.1. El lenguaje humano y los lenguajes animales

Lenguaje en sentido amplio es “todo lo que puede ser considerado como una asociación
entre una expresión (sensible) y un contenido (interno)” (Simone). Entendido el
lenguaje de esta manera, bajo la noción quedarían englobados los sistemas de
comunicación que los animales utilizan entre sí, por muy elementales y sencillos que
éstos sean.

Si bien se ha mantenido tradicionalmente que el único ser vivo capaz de comunicar es el


hombre, en los últimos años, gracias a los avances en etología de la comunicación,
comienza a admitirse que “la capacidad comunicativa” es “rasgo común al mundo
animal”.

Entre las especies más estudiadas al respecto se encuentran las abejas y los gibones. La
abeja de miel europea, según descubrió von Frisch, dispone de un sistema, consistente
en una “danza”, que le permite comunicarse acerca de la presencia y de la situación de
las fuentes de alimento.

Los gibones del norte de Tailandia, por otra parte, están dotados de un sistema de gritos
compuesto, como mínimo, de nueve señales distintas.

1.1.1. Propiedades comunes a todos los lenguajes

Simone ha propuesto como propiedades fundamentales de la facultad del lenguaje, en


sentido amplio, las siguientes:

1. Carácter congénito.
2. Relativa inmutabilidad.
3. Universalidad. El lenguaje hay que concebirlo como algo presente de la misma
manera en todos los componentes de la especie humana.
4. No puede ser aprendido ni olvidado.
5. Indiferencia ante cualquier tipo de expresión.
6. Límites.

1.1.2. Propiedades específicas del lenguaje humano

Es casi un lugar común en los manuales de lingüística general referir las quince
características del lenguaje humano propuestas por Hockett.

1. Vía vocal-auditiva. “En el lenguaje, las señales que se emiten consisten


íntegramente en pautas de sonido, producidas mediante movimientos del aparato
respiratorio y del sector superior del digestivo”; asimismo, “las señales se
reciben por intermedio de los oídos, si bien –puntualiza Hockett- hay ocasiones
en que la observación de los movimientos articulatorios del hablante ayuda al
oyente a comprender señales que de otro modo podrían resultar ininteligibles por
efecto del ruido ambiente”. Según Hockett, esta primera propiedad es
compartida por todos los mamíferos, con excepción de la jirafa. Eso sí, salvo el
hombre, “es dudoso que el sistema vocal-auditivo de ningún animal” “haga uso
distintivo del timbre vocálico”. Añade Hockett otra consideración: “la
importancia de la boca y el oído en la vida humana se refleja en la gran
representación cortical de esas dos regiones”.

2. Transmisión irradiada y recepción dirigida. Una vez se ha emitido, “el sonido


se mueve en todas las direcciones a partir del punto en que se origina a través de
cualquier cuerpo uniforme [por ejemplo, una pared no impide que podamos oír
la voz de alguien], disminuyendo gradualmente en intensidad a medida que se
aleja de la fuente”, de manera tal que “todo órgano o aparato receptor que se
encuentre a distancia apropiada detectará la señal”.

Complementando este tipo de irradiación, dice Hockett que “la audición suele
estar razonablemente orientada respecto de la localización de la fuente sonora”.
Así pues, “las señales sonoras no necesitan por lo general ninguna especificación
del lugar en que se halla el animal que las transmite: esta información la imparte
la estructura física de la vía misma”. Por esta misma razón, “todas las lenguas
tienen palabras como aquí y yo, cuyas denotaciones se deben inferir a partir de la
observación de dónde está y quién es el hablante en el momento en que estas
palabras se emiten”.

3. Fáding rápido. También como consecuencia de la naturaleza física del sonido,


“inherente a cualquier sistema de comunicación que use una vía sonora”, se
constata que “las señales son evanescentes, y a menos de ser captadas en el
momento justo se pierden en forma irrecuperable”. Hockett observa “que, con el
tiempo, cualquier mensaje está sujeto a fáding: una inscripción cuneiforme de
hace seis mil años puede ser legible todavía hoy, pero en algún momento habrá
de desgastarse o desintegrarse”.
Adoptando como criterio “el lapso de cada generación animal”, el autor
considera conveniente la distinción entre dos tipos de sistemas:
 Sistemas no registradores.
 Sistemas registradores. La escritura es tal vez el más conocido de estos
sistemas.
En el mundo animal desempeñan un destacado papel las señales olfativas: frente
a las sonoras, de difusión rápida, las olfativas de fáding lento.

4. Intercambiabilidad. El hablante competente en una lengua es, al mismo tiempo,


oyente y, como tal, “está teóricamente capacitado para decir cualquier cosa que
es capaz de entender cuando otro la dice”.

5. Retroalimentación total. “Salvo excepciones patológicas, cualquier hablante de


una lengua humana oye lo que dice en el momento de decirlo y esta
retroalimentación auditiva se completa con la retroalimentación cinestésica de
los movimientos articulatorios”. Gracias a esta propiedad y a la
intercambialidad el ser humano puede “interiorizar” los papeles de otros y
mantener conversaciones consigo mismo.
6. Especialización. “Un hecho de comunicación –o todo un sistema de
comunicación- está especializado en el grado en que sus consecuencias
energéticas directas sean biológicamente irrelevantes”.

7. Semanticidad.

8. Arbitrariedad. “En un sistema semático de comunicación, decimos que hay


iconicidad en la medida en que cada símbolo se parece a su denotación en
contornos físicos o en la medida en que todo el repertorio de símbolos del
sistema muestra similitud geométrica con todo el repertorio de significados. En
la medida en que un símbolo o sistema no es icónico decimos que es arbitrario”.
Ahora bien, como aclara Hockett, “de ninguna relación semántica puede decirse
que sea completamente icónica, ya que para serlo el símbolo debería ser
indistinguible del original”. Ni siquiera las onomatopeyas se salvan de esta
apreciación, pues “incluso en ellas interviene en gran proporción el elemento
arbitrario”; antes al contrario, “en la medida en que los sistemas vocal-auditivos
de mamíferos y aves son semánticos, parecen ser también básicamente
arbitrarios”.

9. Carácter discreto.

10. Desplazamiento. Aquello a que se refiere la comunicación puede estar alejado en


tiempo y espacio del momento y lugar en que se establece la comunicación.

11. Dualidad. Entendido como “fuente de eficencia y economía” en tanto que


permite a un sistema de comunicación “distinguir entre un buen número de
mensajes diferentes”. Según Hockett, “todas las lenguas humanas tienen
dualidad de pautamiento: una estructura cinemática, que es el sistema
fonológico, y una estructura pleremática, que es el sistema gramatical.

12. Productividad. “Un sistema de comunicación en el que es posible crear y


comprender sin dificultad mensajes nuevos es un sistema productivo”, de
manera tal que “todo hablante puede decir algo que nunca ha dicho ni oído antes
y ser perfectamente comprendido por sus oyentes, sin que hablante ni oyente se
percaten de la novedad en lo más mínimo”.Lyons afirma:

“El hecho de que los niños, a una edad muy temprana, sean capaces de producir
enunciados que nunca han oído antes constituye una prueba suficiente, si es que
era necesaria, de que la lengua no puede aprenderse sólo mediante la
memorización e imitación de enunciados enteros”.

13. Transmisión cultural o tradicional. Dos “mecánicos biológicos”, según Hockett,


hacen posible que las convenciones de un sistema de comunicación se
establezcan en un organismo: el “mecanismo genético” –“los genes de un
individuo, heredados de sus padres, rigen la pauta de crecimiento y, por ende, las
pautas de comportamiento de ese individuo” –y la tradición.
“Todo comportamiento tradicional es aprendido, pero no todo comportamiento
aprendido es tradicional”.

14. Prevaricación. Los mensajes lingüísticos pueden ser falsos y pueden no tener
ningún significado en el sentido lógico. Esta propiedad no puede desligarse de la
semanticidad, del desplazamiento y de la productividad. Al respecto, Lyons
reflexiona diciendo que “podría argumentarse que la prevaricación no debe
considerarse como una propiedad del sistema semiótico como tal, sino como un
rasgo del comportamiento y las intenciones de sus usuarios”.

15. Reflexividad. “En una lengua es posible comunicarse acerca de la comunicación


misma”.

16. Creatividad. Siguiendo a Chomsky, puede afirmarse que “el uso del lenguaje no
está condicionado por estímulos exteriores o interiores en la producción de un
mensaje”, esto es, “las expresiones lingüísticas son impredecibles en
condiciones normales”. Alonso-Cortés insiste en que esta propiedad debe
diferenciarse de la productividad puesto que ésta “es posible gracias al sistema
de reglas y su aplicación recursiva”; la creatividad, por el contrario, “forma parte
de alguna capacidad mental aún desconocida”.

17. Articulación. Según Humboldt consiste en la organización de elementos de la


lengua en todos los niveles. Los sonidos se organizan en sílabas y forman
palabras. Éstas se articulan o componen frases y oraciones, y éstas se componen
entre sí formando discursos, textos, etc. Por otro lado, “el significado de las
palabras está articulado u organizado en torno a campos de significado”.

1.2. El signo

Según Reznikov, “el signo es un objeto material percibido sensorialmente que


interviene en los procesos cognoscitivo y comunicativo representando o sustituyendo a
otro objeto o realidad”. Ya entre los antiguos se definía como aliquid pro aliquo.

Ahora bien, el signo –y por eso lo tratamos aquí- es, ante todo, una entidad semiótica,
significativa.

1.2.1. Teorías clásicas sobre el signo

La naturaleza del signo ha preocupado desde antiguo: así por ejemplo, según Aristóteles
el signo consiste en la asociación de una articulación fónica y una representación mental
–obtenida por abstracción a partir de los objetos del mundo exterior-. Entre el “nombre”
y la significación se establece una relación arbitraria, convencional. Por el contrario,
según Platón los sonidos representan la realidad, las “cosas” que, a su vez, son reflejo de
las ideas. Entre los componentes del signo se entabla una relación de necesidad, no
arbitraria ni convencional. A decir de Plotino, el lenguaje representa las ideas.

1.2.2. El signo lingüístico de Saussure

Para Saussure el signo lingüístico está constituido por un concepto y una imagen
acústica. Tras cierta vacilación terminológica, se decide finalmente por llamar
significado y significante a las dos caras del signo lingüístico. Aunque reconozca la
diferencia existente entre ambas caras, ello no lo impide platear la necesidad de una
consideración global: dice que son como las dos caras de una hoja de papel. Son
distintas, pero no es posible recortar una sin, al tiempo, recortar también la otra.

Las dos aportaciones fundamentales que hace Saussure son:


 El descubrimiento de la imagen acústica.
 La definición del signo como la asociación del significado y el significante.

Características del signo lingüístico de Saussure

El “primer principio” que afecta al signo es la arbitrariedad.

a) Hoy día conviene aplicar a esta cuestión la dicotomía sincronía-diacronía.


Sincrónicamente, el signo lingüístico es inmotivado: responde a una convención
social. Desde este punto de vista, el signo lingüístico no es arbitrario, sino
necesario; si no, no habría comunicación. La relación entre significante y
significado es en sincronía, por el aspecto social de la lengua, absolutamente
estable y nada contingente. Diacrónicamente, el signo lingüístico puede ser
motivado, por ejemplo una motivación léxica como encabritarse de cabra.

Como objeciones a este primer principio Saussure admitía:

 Las onomatopeyas
 Las exclamaciones. “Uno se siente tentado a ver en ellas expresiones
espontáneas de la realidad, por así decir, por la naturaleza. Pero para la
mayor parte de ellas se puede negar que haya un lazo necesario entre el
significado y el significante”.

b) Linealidad. “El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desarrolla sólo en


el tiempo y tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una
extensión, y b) esa extensión es mensurable en una sola dimensión: es una
línea”.

c) Inmutabilidad y mutabilidad del signo. En cuanto a la inmutabilidad, Saussure


defendía que “si, en relación a la idea que representa, el significante aparece
como libremente elegido, en relación a la comunidad lingüística que lo emplea,
no es libre, es impuesto. La masa social no es consultada y el significante
escogido por la lengua no podría ser reemplazado por otro”. Desde otro punto de
vista, “el tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, posee otro efecto,
contradictorio en apariencia con el primero: el de alterar más o menos
rápidamente los signos lingüísticos”.
1.2.3. El signo según Hjelmslev

Hjelmslev mantiene en sus Principios de Gramática General, una concepción del signo
aún ligada a la de Saussure, por ejemplo, en su carácter biplánico y en la índole psíquica
de los componentes.

1.2.4. Concepciones triangulares del signo

Con los estoicos el signo comienza a representarse conceptualmente como un triángulo:


lo significado, lo que significa y el objeto. Dos de estos elementos, palabra y objeto, son
corpóreos; la cosa significada es incorpórea. San Agustín distinguía entre verbum,
dicibile y res.

1.2.5. Otras concepciones del signo

Heger, por último, ha propuesto un trapecio en sustitución del triángulo para dar cuenta
de la estructura del signo:

Significado Semema Norma/Sema

Monema
Significante

Sustancia de la expresión Realidad

1.2.6. Clasificación de los signos

Sin duda la clasificación más conocida es la de Peirce:

 Índice (síntoma o indicio en la lingüística europea). “Es un signo que perdería


inmediatamente el carácter que lo convierte en signo si su objeto fuese
suprimido, pero que no perdería este carácter si no hubiese intérprete”. Por
ejemplo, un trozo de plancha con el orificio de un balazo en él es un índice,
porque, según Peirce, “sin el disparo, no habría ningún orificio; pero hay un
orificio allí, tanto si alguien lo atribuye a un disparo como si no”. Se trata, según
Rojo, de fenómenos o acontecimientos asociados a otros por su propia
naturaleza; no existe en ellos intención comunicativa; la transmisión de
información es involuntaria.
 Icono (símbolo en la lingüística europea). Es, según Peirce, un signo no
arbitrario. “Un icono es un signo que poseería en sí mismo el carácter que lo
hace significativo, a pesar de que su objeto no tuviese existencia, como, por
ejemplo, un trazo a lápiz que represente una línea geométrica”, mientras que el
símbolo “es un signo que perdería el carácter que lo hace signo si no hubiese
algún intérprete, tal como cualquier enunciado de habla, cuyo significado existe
sólo en virtud de la asunción de que tiene tal significado”.
 Símbolo (signo en la lingüística europea). Para definir el símbolo Peirce se
fundamenta en la convencionalidad o arbitrariedad de la relación entre el
símbolo y su significado. El propio Saussure, como ya hemos visto, defendió la
“arbitrariedad del signo lingüístico” como uno de los principios de su teoría. Se
constata, en fin, que la relación entre una palabra y lo que ella representa, salvo
excepciones (onomatopeyas), es arbitraria.

Ullman, por su parte, delimita dos grandes grupos de signos que se emplean en la
comunicación humana. De un lado estarían los símbolos no lingüísticos, “tales como
los gestos expresivos, señales de varias clases, luces de tráfico, indicaciones en las
carreteras, banderas, emblemas y muchos más” y por otro habría que hablar del
lenguaje mismo, “tanto hablado como escrito, y todos sus derivativos: taquigrafía,
códigos morse y similares, los alfabetos de los sordomudos, el braille, los símbolos
de la matemática y la lógica, etc.” La clasificación de los signos puede hacerse de
muy diversas maneras, como reconoce este autor. Según él, cabría distinguir entre:

 Intencional/no intencional.
 Sistemático/no sistemático.
 “Según el sentido sobre el que estén basados”, por ejemplo, una ópera, que
se dirige tanto a la vista como al oído. No obstante, es más frecuente que los
signos estén restringidos a un único sentido.
 Icónicos/convencionales. Según si son semejantes o no a lo que denotan.
 Directos/derivados. Algunos signos son directamente representativos de las
cosas que significan; otros derivan a su vez de los primeros.

1.3. Las funciones del lenguaje

1.3.1. Las funciones del lenguaje según Bühler

 Función apelativa. Es la finalidad del lenguaje cuando se usa para dirigir o


atraer la atención del oyente. Equivale a la señal.
 Función expresiva. Es la finalidad del lenguaje cuando se usa para que el
hablante manifieste su estado psíquico. Equivale al síntoma.
 Función representativa. Es la finalidad del lenguaje cuando se usa para
transmitir un contenido. Equivale al símbolo.

1.3.2. Las funciones del lenguaje según Jakobson

 Función referencial. Una orientación hacia el contexto.


 Función emotiva o expresiva, centrada en el destinador.
 Función conativa. La orientación hacia el destinatario.
 Función fática. Hay mensajes que sirven sobre todo para estableces, prolongar o
interrumpir la comunicación, para cerciorarse de que el canal de comunicación
funciona, para llamar la atención del interlocutor o confirmar si su atención se
mantiene.
 Función metalingüística. La lógica moderna ha establecido una distinción entre
dos niveles de lenguaje, el lenguaje-objeto, que habla de objetos, y el
metalenguaje, que hable del lenguaje mismo.
 Función poética. La orientación hacia el mensaje como tal, el mensaje por el
mensaje. Cualquier tentativa de reducir la esfera de la función poética o de
confirmar la poesía a la función poética sería una tremenda simplificación
engañosa.

1.3.3. Las funciones del lenguaje según Halliday

Según Halliday las funciones básica son tres:

 Función experiencial (o ideacional). “El lenguaje sirve para la expresión del


contenido”.
 Función interpersonal es la que permite “establecer y mantener relaciones
sociales”.
 Función textual, que permite a la lengua “proveer medios para establecer
correspondencias consigo mismo y con ciertos rasgos de la situación en que se
usa”.

2. Competencia lingüística y competencia comunicativa

2.1. Competencia lingüística

Es bien conocido cómo Chomsky distingue entre la competencia lingüística (inglés


competente) del hablante-oyente –entendida ésta como la capacidad que el individuo
posee para generar oraciones correctas mediante el empleo de los mecanismo
gramaticales- y, por otra parte, la actuación (inglés performance) –aplicación concreta
de esa competencia en la producción de un hecho lingüístico concreto-. Los hablantes
de una lengua conocen implícitamente su gramática –dicho de otra manera, son
poseedores de una competencia lingüística-, y actualizan los conocimientos en su
producción, en sus ejecuciones lingüísticas. El objeto de la gramática será hacer
explícito ese conocimiento implícito de los hablantes.

Aunque no dispongamos de pruebas concluyentes al respecto y aunque la investigación


en torno a la adquisición de la lengua materna y el aprendizaje de las lenguas segundas
no haya alcanzado resultados definitivos, conviene no olvidar al respecto que Chomsky
y sus seguidores parten de la tesis innatista, según la cual los seres humanos poseemos
una capacidad de lenguaje que representa un rasgo constituyente, diferencial y privativo
de nuestra especie. Uno de los principios previos de esta teoría lingüística es el de la
gramática universal: puesto que la mente humana ya tiene una orientación lingüística
específica, existe una gramática universal, que no es otra cosa que la posesión de
facultad lingüística.

El desarrollo evolutivo por el que ha pasado el generativismo nos proporciona una idea
bastante aproximada de lo que en esta corriente se entiende por gramática y
competencia lingüística. Veamos el hilo conductor, en tres etapas:

1. La formulación de la primera de las fases de la gramática generativo-


transformacional, representada por la obra de Chomsky titulada Estructuras sintácticas,
del año 1957, se limitó, a la aplicación de dos algoritmos consecutivos, que relacionan
dos “planos”, una representación más abstracta, primitiva o profunda y una estructura de
la realización concreta o superficial.
En esquema, la gramática –competencia de un hablante. Propuesta por Chomsky en
1957 podría quedar representada de la siguiente manera (tomado de Marcos Marín):

Elemento componente componente componente representación


Inicial frasal transformacional morfofonético fonológica de O

En cuanto al concepto competencia, hay que dejar sentado que ni en Estructuras


sintácticas (ni en ninguno de los trabajos inmediatamente posteriores) encontramos
definición alguna como objeto de la teoría lingüística de Chomsky, así como tampoco
referencia a su oposición respecto del concepto actuación. Sin embargo, como ha
indicado Caravedo, en la obra de 1957 se reconoce al menos que existe un
“conocimiento lingüístico” en el hablante: “el sujeto tiene un conocimiento de las
oraciones de su lenguaje”.

Hay que esperar a 1964, en Current Issues in Linguistic Theory, para que el autor se
refiera de manera explícita a la competencia (y a la actuación). Si bien sigue sin
proporcionar aún una configuración acabada de estos conceptos, dice Caravedo que
“con respecto a las sugerencias o esbozos vagamente trazados en obras anteriores”, en
Current la definición aparece en asociación con nociones centrales en el modelo
chomkiano tales como el “carácter generativo” de la gramática.

Dado que va a obtener su explicación dentro de la denominada competencia del


hablante, destaca también la recuperación del concepto de creatividad del lenguaje. Este
principio lo sostuvo principalmente Humboldt. Chomsky reclama “el reconocimiento de
la creatividad gobernada por reglas, como expresión del funcionamiento normal de la
lengua, y no exclusivamente en el sentido de manifestación del cambio histórico” tal
como venía adoptándose por autores como el citado Humboldt.

Chomsky deja claro dos aspectos fundamentales:

 “El concepto de gramática, representación formal de la competencia de los


hablantes por parte del lingüista”.
 El concepto de “gramática internalizada por el mismo hablante”.

Si el autor no aclara la cuestión es porque, en realidad, admite dos posibles


“acepciones” de competencia. Como indica Caravedo: “la competencia se equipara a la
descripción de la gramática del hablante como capacidad, es decir: a su formulación en
el plano teórico, o –en su defecto- a la capacidad psicológica del hablante
independientemente de su descripción formal”.

2. La segunda etapa comienza en 1965, con la publicación de Aspectos de la teoría de


la sintaxis, del mismo Chomsky. Dos años antes, Katz y Fodor habían intentado
incorporar la semántica a la descripción lingüística sistemática: según estos autores, no
se puede determinar el conocimiento del mundo que un hablante posee, pero sí el
conocimiento de su lengua.

En esquema, el segundo modelo propuesto por Chomsky quedaría así (tomado de


Marcos Marín):
Elemento componente de base componente transformacional
Inicial

Componente semántico componente fonológico

Sentido sonido

En cuanto al concepto competencia, hay que decir que es en esta fase cuando Chomsky
lo delimita con precisión. Se sirve de la distinción formal entre competencia y
actuación, distinción que se convierte en núcleo fundamental de la gramática
generativa.

El objeto interior es la competencia y, tal como había intuido Chomsky en sus trabajos
anteriores, no es directamente observable. Por ello, el modelo teórico propuesto para su
estudio debe constituir otra realidad, en este caso concreto, construida a partir de una
idealización.

Siguiendo a Caravedo, la propuesta de Chomsky puede ser así esquematizada:

1. Idealización del conocimiento:


- Hablante-oyente que conoce perfectamente su lengua.
- Comunidad lingüística homogénea.

2. Idealización de la manifestación del conocimiento:


- Aplicación óptima del conocimiento lingüístico, no afectada por
condiciones gramaticalmente irrelevantes:
a) Limitaciones de memoria
b) Cambios de atención e interés
c) Errores característicos o esporádicos

3. Tercera etapa. En obras posteriores a Aspects no encontramos reformulación alguna


de la dicotomía competencia/actuación.

Tal vez el problema relativo a la competencia lingüístia que mayores discusiones ha


suscitado en los últimos años es el del innatismo. Como sabemos, el concepto de
competencia se ha caracterizado de manera fundamental como una facultad innata.
Ahora bien, cuando se afirma esto, no se suele caer en la cuenta de las variadas
interpretaciones que puede tener el término con el significado de nacido con el sujeto o
connatural. Caravedo separa cuatro sentidos distintos:

 Connatural, referido a una especie, en cuyo caso el término podría aplicarse a


otras especies además de la humana,
 Connatural, privativamente referido al hombre, en cuyo caso sólo se puede
llamar innato a lo que define lo propio del ser humano.
 Connatural, referido no sólo al poseedor, sino además a la naturaleza de lo
poseido. En este caso, el término quedaría restringido para indicar algo
preformado desde el nacimiento, anterior e independientemente de la
experiencia.
 Connatural, referido también a lo poseído, pero en un sentido más laxo, como
algo preformado sólo parcialmente, y desarrollable en contacto con la
experiencia.

La pregunta que cabe plantearse es a cuál de estos sentidos corresponde el concepto de


competencia de Chomsky. Descartado el primer sentido, pues al autor sólo le interesa la
competencia como facultad humana, Chomsky no adopta una posición demasiado clara
al respecto. De todo lo anterior se desprende que el concepto de marras queda escindido
en dos partes, una innata y otra aprendida: el término facultad alude al “proceso
justificado biológicamente” y el término conocimiento “al producto o a los productos
determinados que desencadena el proceso y que se estabilizan en sistemas
cognoscitivos, módulos o estados adquiridos al conectar los mecanismo innatos con la
experiencia” (Caravedo).

2.2. La competencia comunicativa

Ahora bien, a nadie se le escapa que la competencia del hablante no sólo es lingüística
sino, sobre todo, comunicativa: es la capacidad que nos permite adecuar nuestro
comportamiento lingüístico y extralingüístico a una determinada situación de
comunicación.

De las cuatro preguntas “pertinentes para la lengua y otras formas de comunicación”


que se plantea Hymes, defiende Lyons que es la tercera la que está estrechamente
relacionada con el tema de la competencia comunicativa. Estas que ahora enumeramos
son las preguntas:

1. La cuestión de su algo es formalmente posible (y hasta qué punto)


2. La cuestión de si algo es viable (y hasta qué punto) en virtud de los medios
asequibles de realización.
3. La cuestión de si algo es apropiado (adecuado, feliz, afortunado) en relación con
el contexto en que se use y evalúe.
4. La cuestión de si algo se hace, en rigor, la cuestión de su realmente se produce
(y hasta qué punto), y qué ocasiona su producción.

Así las cosas, cabría según Lyons la propuesta de dos modelos teóricos:

- Uno primero que diera cuenta del sistema de la lengua, en sentido estricto, como
“conjunto de reglas que genera todas las oraciones del sistema bien formadas en
una lengua dada”.
- Uno segundo abarcador, más amplio que el primero, que diera cuenta “de la
competencia de la lengua que contextualice estas oraciones del sistema de acuerdo
con ciertas condiciones de idoneidad”.

De todos modos, el nivel de competencia es bien variable de un individuo a otro, pues,


como dice Lyons, “nadie domina la lengua de una manera perfecta”. El segundo modelo
propuesto por este autor es el que debe dar respuesta, el que debe sistematizar esos
contenidos, no exactamente lingüísticos, de que venimos hablando:
“Nuestro modelo de competencia de la lengua se basará en el conocimiento que posee lo
que cabría considerar un hablante ideal omnicompetente de una lengua, donde
‘omnicompetencia’ implicaría, no sólo un perfecto dominio de las reglas que determinan
la buena formación de las oraciones, sino también la capacidad de contextualizarlas
adecuadamente con arreglo a las variables pertinentes” (Lyons)

En la propuesta de Lyons la competencia comunicativa presenta un carácter muy


general; no se restringirá, pues, al uso de la lengua, sino que se insertaría dentro de
cualquier sistema semiótico. En dicha propuesta habría que incluir, en primer lugar, las
implicaturas conversacionales de Grice en cuanto, con palabras de Lyons, “principios
lógicos universales y de las condiciones generales de adecuación”. En segundo lugar, se
trataría de conocer qué determina dentro del sistema lingüístico, según los contextos
concretos, la elección entre varias opciones fonológicas, gramaticales y léxicas.

a) Las implicaturas conversacionales de Grice

Quizá la parte más conocida de la teoría de este autor ha sido la de las máximas o
principios no normativos que aceptan tácitamente los participantes en cualquier
conversación. Las máximas a que hacemos referencia son subsumidas por el principio
de cooperación, cuyo incumplimiento puede ser sancionado socialmente, a pesar de ser
de naturaleza descriptiva.

Las cuatro categorías con que este principio general se desarrollan son las siguientes:

 Cantidad: relacionada con la cantidad de información. Comprende, a su vez, las


máximas que siguen:
- Que su contribución sea todo lo informativa que requiera el propósito
del diálogo, pero
- Que su contribución no sea más informativa de lo necesario.

 Cualidad: se trata de la máxima “intente que su contribución sea verdadera”,


especificada así:
- No diga nada que crea falso.
- No diga algo de lo que no tenga pruebas suficientes.

 Relación: contiene la máxima “diga cosas relevantes”, que vengan “a cuento” en


la conversación que hemos entablado con nuestro interlocutor.
 Modalidad: relacionada con el modo de decir las cosas, más que con el tipo de
las cosas que hay que decir. Se trata de la máxima “sea claro”, complementada
con las siguientes:
- Evite la oscuridad de expresión.
- Evite la ambigüedad
- Sea breve (no sea innecesariamente prolijo)
- Sea ordenado.

Otra distinción fundamental en Grice atañe a la que establece entre “lo que se dice” y
“lo que se comunica”. Lo primero viene a corresponderse con el contenido
proposicional del enunciado; lo segundo se refiere a la información que se transmite,
pero que forma parte del contenido proposicional: se trata del contenido implícito o,
como lo llama el autor, de la implicatura.
Las implicaturas son de dos tipos: convencionales o derivadas directamente del
significado de las palabras, o no convencionales, categoría bastante extensa dado que
resulta de la combinación de criterios muy variados. Esta últimas se dividen, a su vez,
en conversacionales o no conversacionales según si regulan la conversación o si los
principios que ponen en funcionamiento son de otra naturaleza. Las que interesan a
Grice, como podrá comprenderse, son las conversacionales, ámbito en el que él
diferencia las generalizadas y las particularizadas, atendiendo a la dependencia directa
del contexto.

Grice parte de la idea de que, mientras no se diga lo contrario, los participantes en una
conversación cumplen el principio de cooperación y las máximas. Si esto no es así
respecto de alguna de las máximas por separado, se activa otra estrategia encaminada a
restituir el cumplimiento de la máxima en cuestión: mediante esta reinterpretación,
conseguida gracias a una implicatura, resulta un nuevo contenido significativo que no
contradice el principio de cooperación.

Al respecto, el autor señala los siguientes tipos de incumplimiento de alguna de las


máximas:

 Violación encubierta, discreta y sin ostentación, de una máxima. Puede inducir


a error a los interlocutores y, por tanto, el hablante es responsable de engañar o,
al menos, de correr el riesgo de hacerlo.
 Supresión abierta de las máximas y del principio. El interlocutor claramente se
niega a colaborar por no poder hacerlo en la forma requerida. “No puedo decir
más”. El diálogo queda roto.
 Conflicot o colisión entre el cumplimiento de las diferentes máximas, que obliga
a elegir una de ellas en detrimento de otras. Es el caso, por ejemplo, de las
situaciones en que no se puede dar toda la información requerida porque no se
tienen suficientes pruebas de su veracidad.
 Incumplimiento o violación abierta de una de las máximas, pero sujeción a las
demás. Si alguien parece querer cooperar, pero se diría que desprecia
abiertamente una de las máximas, los interlocutores, para intentar reconciliar lo
dicho con el principio de cooperación, suelen inclinarse a pensar que el emisor
quería decir algo diferente de l que en realidad estaba diciendo.

b) Tipos de conocimiento o de competencia que intervienen en la adecuación


situacional de los enunciados

1. Oficio y estado. Según Lyons, en toda situación comunicativa los interlocutores


deben conocer “su oficio y su estado”. Los oficios o funciones lingüísticas pueden, a su
vez, ser de dos tipos: oficios deícticos y oficios sociales. “Los oficios deícticos derivan
del hecho de que, en un comportamiento lingüístico normal, el hablante dirige su
enunciación a otra u otras personas presentes en la situación por medio de un pronombre
personal o demostrativo. En las lenguas, los oficios deícticos aparecen gramaticalizados
en la categoría de persona. En relación con esto debe entenderse la función vocativa.

Los oficios sociales, por el contrario, son de índole cultural. Suelen estar
institucionalizados en una sociedad, en cuyo seno sus integrantes los reconocen como
tales. Aquí cabe incluir la función de ser doctor, maestro, cliente, cura, etc.
Mediante el empleo de estas expresiones el hablante acepta su papel social respecto del
destinatario.

Estado es la “la situación social relativa de los participantes”, lo cual es muy importante
pues, como afirma Lyons, “cada participante en el evento comunicativo debe conocer su
estado con relación al del otro o hacer, al menos, alguna hipótesis sobre ello”.

No debemos olvidar otros factores influyentes como el sexo o la edad. El sexo de los
interlocutores es pertinente desde el punto de vista gramatical en muchas lenguas. En las
lenguas románicas, además, el sexo puede llegar a determinar la forma de los adjetivos.

2. Adecuación situacional en el espacio y en el tiempo. Lyons comenta el caso del


enunciado “Tenemos un buen verano aquí en Queensland este año” emitido por un
hablante que se encuentra en Edimburgo en diciembre. “Aunque el enunciado está
gramatical y semánticamente bien formado, carece de adecuación situacional y, por ello,
resulta ininterpretable”.

Un hablante competente desde el punto de vista comunicativo debe dominar dos


sistemas distintos de referencia especio-temporal: el sistema deíctico “cuyas
coordenadas se crean por el acto mismo de la enunciación” y, en otro orden de cosas,
“un sistema específicamente cultural para la referencia al tiempo y al lugar, lexicalizado
en la lengua que se habla”.

Lo más normal es que los interlocutores se hallen en la misma situación especio-


temporal. Si esto no es así, pueden plantearse algunos problemas, quizá porque, como
piensa Lyons, “todas las lenguas están diseñadas para actuar en tales circunstancias”.
Pensemos en verbos como venir/ir (o traer/llevar) dotados de algún sema deíctico que
impide su uso en cualquier situación.

3. El grado de formalidad. Los interlocutores, por otra parte, deben estar capacitados
para “categorizar la situación en cuanto a su grado de formalidad” (Lyons). Algunos
autores han propuesto hasta cinco grados de formalidad, a saber: “congelado”, “formal”,
“consultivo”, “causal” e “íntimo”. Lyons, por el contrario, no cree que pueda
distinguirse con tanta nitidez estos grados en la “escalada de la formalidad”.

4. El medio. Los interlocutores deben también saber qué medio es más apropiado a la
situación. Lyons insiste en que no debe confundirse medio con canal. Vigara, por el
contrario, considera que ambos términos designan lo mismo.

Se parte, pues, de la base de que todas las lenguas poseen dos medios
considerablemente independientes desde el punto de vista estructural y desde el punto
de vista funcional: uno escrito, otro hablado. Vigara, por su parte, insiste en que no debe
confundirse lo escrito con lo literario (podemos encontrarnos con una gran cantidad de
ejemplos que no son de obras literarias) y en que habría que distinguir dentro de lo oral,
lo que es coloquial o conversacional (es más frecuente en la comunicación), de lo no
coloquial (normalmente transposición de la lengua escrita), menos espontánea que la
primera.

5. El contenido. Dice Lyons que “los participantes deben saber cómo adecuar sus
enunciados a su contenido”. El contenido es elemento importante a la hora de
seleccionar un registro (un dialecto o una lengua, según sea una comunidad bilingüe o
monolingüe).

Lyons cree que un individuo competente comunicativamente puede, en principio, hablar


de todo independientemente de su profesión o su oficio social. Este autor le da mucha
importante a que normalmente el hablante asume de manera inconsciente que su
destinatario interpreta las voces según el contenido temático del enunciado en que estas
aparecen.

Desde otra perspectiva, Lyons valora la selección de los elementos que el hablante
realiza según su actitud o su interés emocional. El que el individuo pueda aparecer
“irónico, entusiasta, escéptico, reservado, desdeñoso, sentimental, etc.” está claro que
determina la adecuación del enunciado a la situación.

6. El dominio. Fishman define el dominio como “la agrupación de situaciones sociales


típicamente constreñidas por un conjunto común de reglas comportamentales”. El
término de registro es algo distinto que este de dominio (o, incluso, del de especialidad
del que ya hemos hablado) pues puede, además, tener que ver con el contenido
temático. Fishman ha conectado el concepto de dominio con dos aspectos: por una
parte, el contenido temático y, por otra, con los recintos y las relaciones de oficio social;
así, observa este autor que el dominio de la familia está primariamente asociado al
hogar, el de la religión a la iglesia, el de la profesión a la oficina o a la fábrica, etc. En
cada uno de los dominios se constata la existencia de “relaciones recíprocas de oficio”:
“de madre a padre, de esposa a marido, de padre a hijo, de cura a feligrés, de secretaria a
jefe, etc” (Lyons).

Por otra parte, como señala Lyons, “el recinto de la enunciación y las relaciones de
ofocio de los interlocutores tienden a reforzarse mutuamente y hacerse congruentes, no
sólo entre sí, sino también con respecto al contenido temático”.

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