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Comentario a lucas 24,36-49

36-49. En la misma circunstancia, Jesús aparece de improviso, como había desaparecido. Saludo
de paz (cf. Jn 20,19) (36). A pesar de las experiencias anteriores, terror: no conciben que la vida
pueda vencer a la muerte (cf. 24,5) (37).Jesús les demuestra su identidad (las manos y los pies,
prueba de su muerte en cruz) (38s). Palpar, carne y hueso (39), comer (41-43): Lc pretende
mostrar que la vida después de la muerte no significa el abandono de la condición humana, sino
que es la máxima expresión de ésta. Alegría (41), en contraste con la tristeza anterior (22,45).

Instrucciones de despedida (44-49). Insiste en el cumplimiento de lo anunciado en el AT, que


estaba todo orientado hacia él (44). Estando todavía con vosotros; su modo de presencia ha
cambiado.Nueva comprensión de la Escritura (45), en orden a la misión universal, de la que
Jerusalén será el punto de partida; van a ella en calidad de testigos. Los términos de la misión, en
paralelo con los de Juan Bautista (3,3): el deseo de justicia y la solidaridad humana son la
condición preparatoria para el encuentro con Jesús (46-48).La misión, empresa del Padre, que
dará para ella la fuerza del Espíritu (49). Es Jesús mismo el dador del Espíritu (cf. 3,16; 23,46). Este
don será el cumplimiento definitivo de la promesa hecha a Abrahán (Gn 15) e interpretada por los
profetas (cf. Is 44,3; Ez 36,27; Jl 2,18; Zac 12,10). • Lucas 24,36-37: La aparición de Jesús causa
espanto en los discípulos. En este momento, Jesús se hace presente en medio de ellos y dice: “¡La
Paz esté con vosotros!” Es el saludo más frecuente de Jesús: “¡La Paz esté con vosotros!” (Jn 14,27;
16,33; 20,19.21.26). Pero los discípulos, viendo a Jesús, quedan con miedo. Ellos se espantan y no
reconocen a Jesús. Delante de ellos está el Jesús real, pero ellos se imaginan que están viendo un
espíritu, un fantasma. Hay un desencuentro entre Jesús de Nazaret y Jesús resucitado. No
consiguen creer.

• Lucas 24,38- 40: Jesús los ayuda a superar el miedo y la incredulidad. Jesús hace dos cosas para
ayudar a los discípulos a superar el espanto y la incredulidad. Les muestra las manos y los pies,
diciendo: “¡Soy yo!”, y manda palpar el cuerpo, diciendo: “Porque un espíritu no tiene carne y
huesos como veis que yo tengo.” Jesús muestra las manos y los pies, porque en ellos están las
marcas de los clavos (cf. Jn 20,25-27). Cristo resucitado es Jesús de Nazaret, el mismo que fue
muerto en la Cruz, y no un Cristo fantasma como imaginaban los discípulos viéndolo. El mandó
palpar el cuerpo, porque la resurrección es resurrección de la persona toda, cuerpo y alma. La
resurrección no tiene nada que ver con la teoría de inmortalidad del alma, enseñada por los
griegos.

• Lucas 24,41-43: Otro gesto para ayudarlos a superar la incredulidad. Pero no basta. Lucas dice
que por causa de tanta alegría ellos no podían creer. Jesús pide que le den algo para comer. Ellos
le dieron un pedazo de pescado y él comió delante de ellos, para ayudarlos a superar la deuda.

• Lucas 24,44-47: Una llave de lectura para comprender el sentido nuevo de la Escritura. Una de
las mayores dificultades de los primeros cristianos fue aceptar a un crucificado como siendo el
mesías prometido, pues la ley misma enseñaba que una persona crucificada era “un maldito de
Dios” (Dt 21,22-23). Por eso, era importante saber que la Escritura había anunciado ya “que el
Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su
nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones”. Jesús les mostró que esto
ya estaba escrito en la Ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos. Jesús resucitado, vivo en
medio de ellos, se vuelve la llave para abrir el sentido total de la Sagrada Escritura.

• Lucas 24,48: Ustedes son testigos de esto. En esta orden final está la misión de las comunidades
cristianas: ser testigos de la resurrección, para que quede manifiesto el amor de Dios que nos
acoge y nos perdona, y querer que vivamos en comunidad como hijos e hijas suyos, hermanos y
hermanas unos de otros

. ENCARGO Y DESPEDIDA DEL RESUCITADO (24,36-53).

El día de Pascua de Jesús se cierra con una aparición del Resucitado a todos los discípulos. En este
caso se presenta la realidad del cuerpo resucitado de tal manera que quede disipada toda duda (v.
36-43), se da una nueva inteligencia de la Escritura y el encargo de la misión mundial (v. 46-49), y
se narra la despedida de Jesús de sus discípulos (v. 50-53).

a) El cuerpo de Jesús resucitado (Lc/24/36-43).

La exposición de Lucas hace patente su objetivo apologético. En ciertos círculos no se quería


admitir que Jesús había resucitado con su cuerpo. Contra éstos se trata ahora de poner de relieve
la corporeidad de la resurrección.

36 Mientras estaban comentando estas cosas, él mismo se presentó en medio de ellos y les dijo:
La paz esté con vosotros. 37 Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. 38 Pera él les dijo:
¿Por qué estáis turbados y por qué surgen dudas en vuestro corazón? 39 Mirad mis manos y mis
pies; soy yo mismo. Palpadme y vedme, porque un espíritu no tiene carne y huesos, como estáis
viendo que los tengo yo. 40 Dicho esto, mostróles las manos y los pies.

Como había desaparecido repentinamente de la vista de los discípulos de Emaús, también ahora
se presenta Jesús repentinamente en medio de los once y de los que están con ellos. Jesús no está
ya sometido a las leyes del espacio y del movimiento en el espacio. El modo de existir del
Resucitado no es ya el modo de existir del Jesús terrestre, del Jesús del viernes santo. La aparición
repentina, inesperada e inexplicable del Resucitado causa miedo y terror. La resurrección de Jesús
y su aparición en figura corporal es cosa que sobrepasa la capacidad de comprensión humana y la
expectativa humana. Ni siquiera viendo y oyendo su saludo de paz logran los discípulos
convencerse de que es él; sin embargo, habían llegado ya a la fe en la resurrección (24,34).

Los discípulos ven la aparición, pero la interpretan como la de un espíritu sin cuerpo, como un
fantasma; según otra antigua lectura, como producto de la fantasía, como artilugio del diablo. En
las dudas y falsas interpretaciones de los discípulos se anticipan ya dudas e interpretaciones
erróneas de posteriores adversarios del mensaje de la resurrección. En la exposición de Lucas se
reflejan las polémicas de la misión cristiana, Las apariciones del Resucitado no son producto de la
fantasía, no son meras visiones internas.

Lo que ven los discípulos es Jesús mismo. La aparición es idéntica con él. Soy yo mismo. De ello,
dan testimonio las manos y los pies, que llevan las marcas de los clavos (Jn 20,25.27). Jesús
aparece con verdadera corporeidad. Los discípulos pueden tocar el cuerpo del SeÑor. La aparición
tiene carne y huesos, que son la armazón de la carne. Aunque pudiera engañarse la vista, el
sentido del tacto no se engaña, pues es el sentido más objetivo de todos. Jesús muestra a los
discípulos sus manos y sus pies. ¿Tienen ya la prueba? Tras sus palabras es ya más que suficiente.

41 No acabando ellos de creer aún de pura alegría y llenos de admiración, les preguntó: ¿Tenéis
aquí algo que comer? 42 Ellos le presentaron un trozo de pescado asado. 41 Él lo tomó y comió
delante de todos.

Al miedo y al terror sigue la alegría. Las palabras y la convincente oferta de Jesús no conducen
todavía a la fe, sino solamente a la admiración. El evangelista los excusa: la alegría les impide
todavía creer. El mensaje de la resurrección de Jesús es demasiado bello para ser verdadero. Al fin
y al cabo, su resurrección y aparición ¿no es producto del ansia humana, creación de los discípulos,
que habían estado con el Señor, habían puesto en él toda su esperanza y lo consideraban como el
gran logro de su vida? Toda la esperanza de los cristianos se concentra en la verdad de la
resurrección de Jesús. Debe, pues, fundamentarse sólidamente. La alegría de los discípulos tiene
su razón de ser. Se ofrece una nueva prueba de la verdad de la resurrección y de la corporeidad
del Resucitado. Jesús come delante de sus discípulos un trozo de pescado asado. Para prevenir
toda volatización del cuerpo resucitado y toda transformación en algo espiritual, la predicación de
la Iglesia primitiva se remitió a las comidas en común del Resucitado con los discípulos: «A éste,
Dios lo resucitó al tercer día y le concedió hacerse públicamente visible... a nosotros que comimos
y bebimos con él después de haber resucitado él de entre los muertos» (Act 10,40s). Jesús, en su
condición de resucitado, no tiene ya necesidad de alimento, pues ha entrado ya en la vida eterna
(24,26). Se demuestra como el que vive, asumiendo paradójicamente en sí las señales de quien
está sujeto a la muerte. De este modo de existir del cuerpo resucitado sólo se puede hablar con
imágenes menguadas e insuficientes (lCor 15,35-49).

El crucificado y sepultado, pero resucitado de entre los muertos muestra un modo característico
de existir. Aparece en una corporeidad visible, audible y tangible. No es un fantasma, sino un ser
humano de carne y hueso, que se declara dispuesto a dejarse tocar para disipar las dudas acerca
de su corporeidad, que está delante de los ojos de los que le sirven la comida. Sin embargo, Jesús
es distinto de como era antes de su muerte, se muestra libre de todo condicionamiento propio de
la existencia corporal y dispone libremente de su forma variable de aparecerse (/Mc/16/12). Con
todo lo que se insiste en la corporeidad del Resucitado, sin embargo, la realidad de ésta suscita
dudas, causa terror y no deja creer por la alegría. El Resucitado aparece y desaparece, sin que se
note su venida y su partida. Para reconocerlo se requieren ojos abiertos por Dios. De la pasión y de
la existencia terrenal, ha pasado ya a la gloria de Dios y, sin embargo, se adapta todavía a lo
terrestre, y en este sentido es imperfecto. El modo de existencia del Resucitado no se puede
describir plenamente; apenas si se puede insinuar en fórmulas llenas de contradicciones.

b) Testamento del Señor a su partida (Lc/24/44-49).

En las últimas palabras que el Resucitado dirige a los apóstoles les da nueva inteligencia de la
Escritura (v. 44s), los instruye sobre el universalismo de la voluntad salvífica de Dios (v. 46s) y les
promete el Espíritu Santo (v. 48s).

44 Después les dijo: Éstas son las palabras que yo os dije cuando todavía estaba con vosotros:
tiene que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en
los salmos. 45 Entonces les abrió la mente para que entendieran las Escrituras.

El Señor dejó a los apóstoles y a la Iglesia sus palabras, que él pronunció en su vida terrena, así
como la tradición de las acciones que realizó. Junto a su presencia personal, que para la Iglesia es
invisible e inaudible, se halla la tradición de su obrar, el recuerdo del tiempo de Cristo. Este tiempo
se caracteriza como el tiempo en que Jesús estaba todavía con sus apóstoles visible,
experimentable. Se acerca el tiempo en que partirá y se alejará de ellos; entonces también
tendrán término las apariciones del Resucitado y la Iglesia aguardará su venida (17,22). Para este
tiempo se nos han dejado como precioso legado las palabras del Jesús terreno y la vista de sus
acciones. La vida de Cristo se ve como hecho histórico, al que la lglesia mira retrospectivamente y
que influye en la fe y en la vida de la actualidad.

La actividad terrena de Jesús está dominada por la aserción del cumplimiento de las Escrituras. Al
comienzo de su actividad pública se dice: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura
escuchado por vosotros» (4,21). Antes de elevarse al cielo, recuerda que había dicho: Debe
cumplirse todo lo que está escrito. La Escritura entera con todas sus partes: ley, profetas, salmos
(ketubim), habla de Cristo. Jesús trae el cumplimiento de la Ley (16,17s), la realización de las
profecías (4,21), el culto de alabanza por las grandes obras que Dios llevó a cabo por Jesús. El
tiempo de Jesús es el tiempo de la realización de las promesas.

Aunque Jesús, en su vida terrena explicó la Escritura a los discípulos, cuya inteligencia siguió
cerrada a la comprensión de la Escritura, todavía no creían que Jesús es el Mesías, todavía les
estaba oculta la verdadera imagen del Mesías. La Escritura habla del Mesías, del Resucitado de
entre los muertos. Esto no lo podían ellos comprender (18,31-34). El Resucitado, al que Dios,
mediante la resurrección, acreditó como Mesías, abre la inteligencia para la comprensión de la
Escritura. La fe en Jesús es obra del Resucitado, como también la nueva inteligencia de la Escritura.
Sólo si la Escritura del Antiguo Testamento se entiende a la luz de pascua, conduce al
conocimiento de Jesús, salvador de Israel y del mundo. Después de la resurrección, la ignorancia
de la Escritura se convierte en culpa (Act 3,17s). Para el judío incrédulo es la Escritura una
acusación; para la Iglesia, que creyendo en la resurrección la entiende rectamente, es salud y
salvación.

46 Y les dijo: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer, que al tercer día había de resucitar
de entre los muertos 47 y que en su nombre había de predicarse la conversión para el perdón de
los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén.

La Escritura anuncia la salvación para todos los pueblos. Ésta es su sustancia y su verdadero
objetivo. La salud se basa en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Se proclama en nombre de
Jesús, por encargo suyo, bajo su acción. En este nombre hay salvación (Act 4,12). El nombre de
Jesús es su presencia activa. Cuando los apóstoles predican en nombre de Jesús, cuentan con la
promesa: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). A todas las
naciones se predica la salvación; también aquí se cumple la Escritura; la profecía universalista del
segundo Isaías se cumple en la predicación del Bautista: «Todos han de ver la salvación de Dios»
(3,6; Is 40,5), en el cántico de alabanza de Simeón: «Luz para iluminar a las naciones» (2,32; Is
42,6), en la predicación de Jesús: «Vendrán de oriente y de occidente» (13,28ss; Is 49,12). La
salvación comienza a predicarse en Jerusalén. Viene de los judíos (Jn 4,22). En Abraham son
benditas todas las generaciones de la tierra (Act 3,25; Gén 12,3). Se anuncia conversión y perdón
de los pecados. La conversión (penitencia) es presupuesto para el perdón de los pecados; a esto
sigue la vida. Cristo glorificado es el «autor de la vida» (Act 3,15), pero también de la conversión y
del perdón: «A éste ha exaltado Dios a su diestra como príncipe y salvador, para dar a Israel
arrepentimiento y perdón de los pecados» (Act 5,31). La promesa profética que Jesús cumple en
su acción, es hecha por los apóstoles a todos los pueblos: «...libertad a los cautivos y recuperación
de la vista a los ciegos» (4,18; Is 61,1; 42,7). Según Mateo, el Resucitado da el encargo: Bautizad a
todos los pueblos (28,19). El bautismo presupone penitencia y conversión y sella una y otra. Se ha
realizado la predicción del Antiguo Testamento acerca de la salud para todos los pueblos y el
mensaje de salvación. Los Hechos de los apóstoles dan testimonio de ello. Los apóstoles anuncian
a Jesús de Nazaret como Cristo (Mesías), su muerte salvífica -muerto por los pecados- y la
resurrección; ofrecen penitencia y perdón de los pecados. En uno de los primeros sermones de san
Pedro se dice: «Nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la región de los judíos y en
Jerusalén, al cual incluso mataron, colgándolo de un madero. A éste, Dios lo resucitó al tercer día y
le concedió hacerse públicamente visible... Y nos ordenó predicar al pueblo y dar testimonio de
que él es el constituido por Dios en juez de vivos y muertos. Todos los profetas le dan testimonio
de que por su nombre obtiene la remisión de los pecados todo el que cree en él» (Act 10,39-43).
La predicación comienza en Jerusalén, va a Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra (Act
1,8). Lo que Mateo presenta como manifiesto y encargo del Resucitado (8,18-20), lo propone
Lucas en forma de predicción. La predicación a todas las naciones se pone, como cumplimiento de
la Escritura, en una misma línea con la pasión y la resurrección. Al tiempo de las promesas sigue el
tiempo de Jesús como centro y punto medio del tiempo; después de la ascensión viene el tiempo
de la Iglesia, tiempo del testimonio y de la misión.

48 Vosotros sois testigos de esto. 49 Y mirad: Yo voy a enviar sobre vosotros lo prometido por mi
Padre. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto.

Se expresa el hecho y el encargo: los apóstoles son testigos de aquello en que se han cumplido las
predicciones, testigos de la muerte y de la resurrección de Jesús, testigos de su encargo misionero
y de la predicación de la salud extendida al mundo entero. Ellos habían estado con Jesús, desde su
bautismo en el Jordán hasta su ascensión al cielo (Act 1,21). Ellos aportan lo que se exige a los
testigos. El mensaje de los apóstoles no es especulación y sabiduría humana -en forma mística, si
se quiere- sino hecho histórico, y su interpretación divina sobre la base de la Escritura.

Cristo por su parte ofrece a los apóstoles el apoyo del Espíritu Santo para su mensaje salvífico. Sus
palabras de promesa van encabezadas por su yo, el yo de quien tiene autoridad y derecho de libre
disposición, como se lee en Mateo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt
28,18). Tan pronto como haya ido al Padre y haya sido glorificado (Jn 15,26) enviará la promesa del
Padre, el Espíritu Santo, al que Dios había prometido para el tiempo de salvación (Jl 3,1-5; Act
2,16-21). El Espíritu Santo, con el que Jesús mismo fue ungido para su acción (Act 10,38), se da
también a los apóstoles. El tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo. «Elevado a la
diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado lo que vosotros
estáis viendo y oyendo» (Act 2,33).

Primeramente tienen los apóstoles que esperar el Espíritu Santo; tienen que establecerse en la
ciudad y permanecer en ella; en estas palabras se da quizá a entender también: permanecer
reflexionando y meditando (10,39). Se refiere que los apóstoles, después de la ascensión de Jesús
a los cielos, perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y con María, la madre de Jesús,
y sus hermanos (Act 1,14). La ciudad es Jerusalén; es el centro de la obra histórica lucana, la ciudad
de la muerte de Jesús, la ciudad del Resucitado, la ciudad de la venida del Espíritu Santo, la ciudad
contra la que se cumple el juicio de Dios porque no ha reconocido sus misericordiosas visitas.

En Jerusalén serán los apóstoles revestidos de la fuerza de lo alto. La fuerza de lo alto es el Espíritu
Santo. La fuerza y el Espíritu están íntimamente ligados entre sí. En la fuerza del Espíritu regresa
Jesús a Galilea después de haber vencido al tentador, para empezar allí su obra y proclamar el
suspirado año de salvación (4,14). La fuerza del Espíritu se da a los apóstoles después que Jesús ha
vencido al tentador en su pasión y muerte y ha sido elevado al cielo. En la fuerza del Espíritu
continúan la obra de Jesús entre todas las naciones. «Y con gran fortaleza, los apóstoles daban
testimonio de la resurrección del Señor Jesús y gozaban todos ellos de gran estimación» (Act 4,33).
No hacen los milagros con su propia fuerza (Act 3, 10), sino en virtud y en nombre de Jesucristo
(Act 4,7.10). El tiempo de Jesús comienza con la «aurora de lo alto» (1,78); el tiempo de la Iglesia,
con la «fuerza de lo alto». Los apóstoles son revestidos de esta fuerza, como Jesús fue ungido con
el Espíritu Santo y fuerza (Act 10,38). El traje de ceremonia de los apóstoles es la fuerza de lo alto;
Esta les da poderes divinos, como los tenía Jesús. «Ellos (los apóstoles) fueron a predicar por todas
partes, cooperando el Señor con ellos y confirmando su palabra con las señales que la
acompañaban» (Mc 16,20).

Al comienzo del tiempo de Cristo se halla el mensaje de gracia: «EI Espíritu Santo vendrá sobre ti y
el poder del Altísimo te envolverá en su sombra» (1,35). Al comienzo del tiempo de la Iglesia se
halla la promesa de Cristo, de que enviará la promesa del Padre, el Espíritu Santo, a los apóstoles y
a los que están con ellos, y los pertrechará con la fuerza de lo alto. El Espíritu Santo suscita desde
el seno de María al Santo, al Hijo de Dios (1,35); el Espíritu Santo produce mediante la Iglesia los
santos, los hijos de Dios, como se llama a los cristianos. La fecundidad de María, como la
fecundidad de la Iglesia, viene por la fuerza de lo alto. María es figura de la Iglesia.

e) Ascensión de Jesús (Lc/24/50-53).

Esta sección discrepa algo de Act 1,3-11. Según los Hechos de los apóstoles, Jesús, «con
numerosas pruebas se les mostró vivo (a los discípulos) después de su pasión, dejándose ver de
ellos por espacio de cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Act 1,3). Según el Evangelio,
parece que todo lo que narra Lucas en el capítulo 24 tuvo lugar el día de pascua, que el
testamento del Señor que partía de este mundo (v. 44-49) y su ascensión (v. 50-53 se sitúan
inmediatamente después de la aparición la noche del día de pascua. A lo que parece, Lucas, en su
exposición del día de pascua, se dejó guiar por intenciones litúrgicas: cada domingo de la
comunidad es un día de pascua. Conforme a su concepción teológico-literaria, anticipó también el
relato de la muerte del Bautista (3,8ss) sin atenerse a la sucesión histórica de los hechos; así
también, el sermón de Jesús en Nazaret. Io sitúa programáticamenle al comienzo de su actividad
(4sí4-30), aunque históricamente hay que situarlo seguramente más tarde. Numerosas relaciones
entre el Evangelio y los Hechos de los apóstoles muestran que Lucas tenía ya planeada la
concepción de los Hechos cuando escribió el Evangelio; por eso no se puede suponer que quisiera
corregir el Evangelio, por ejemplo, con los datos de los Hechos de los apóstoles sobre la ascensión.
Lucas no se deja guiar por intenciones de biografía histórica.

50 Después los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo. 51 Y mientras los
bendecía, se apartó de ellos y era llevado al cielo.

«Hasta cerca de Betania» quiere decir la región sobre el monte de los Olivos próxima a Jerusalén
(19,28s; Act 1,12). Desde allí había avanzado como rey Mesías hacia Jerusalén (19,28-38). En
ningún otro lugar podía comenzar su marcha para entrar en la gloria después de llevada a cabo su
obra. Betania está situada en el camino del desierto a Jerusalén. El comienzo del tiempo de
salvación se anuncia con estas palabras: «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del
Señor... y todos han de ver la salvación de Dios» (3,4ss). En este camino del desierto a Jerusalén se
despide Jesús de los discípulos, y es elevado al cielo; de allí envía el Espíritu Santo; comienza el
tiempo de la Iglesia. Sobre la acción de los apóstoles se dice al final de los Hechos: «Sabed, pues,
que a los gentiles ha sido ya transferida esta salvación de Dios, y ellos escucharán» (Act 28,28).

El que todavía no había bendecido nunca a sus apóstoles, les da ahora solemnemente la
bendición. El acto de levantar las manos muestra a Jesús como sacerdote que bendice. Quizá debe
esta escena traer a la memoria las palabras del Eclesiástico, donde se dice del sumo sacerdote
Simón: «Entonces Simón, bajando, levanta sus manos sobre la congregación de los hijos de Israel
para dar con sus labios la bendición de parte de Dios y gloriarse en su nombre. De nuevo se
postraban en tierra para recibir de él la bendición» (Eclo 50.22s). Jesús, que se despide para ir al
cielo, hace patente la bendición que se da en él mismo: en él serán benditas todas las naciones de
la tierra (Act 3,25). El Evangelio de Lucas comienza con un sacerdote que, después de ofrecer el
sacrificio, no pudo bendecir a causa de su duda (1,22). El ministerio de Zacarías era una liturgia
inacabada. Al final del Evangelio aparece de nuevo un sacerdote, que da remate a su obra con su
bendición. La liturgia ha llegado a su término. Toda la fuerza de bendición del Crucificado y
glorificado viene sobre los apóstoles.

Mientras les daba la bendición se aparta Jesús de los suyos. Aunque esté lejos de ellos, su
bendición queda con ellos. Se apartó de ellos. ¿Se apartó de ellos como se apartó de los discípulos
de Emaús? ¿Se hizo invisible a los ojos? Lo que aquí se dice quiere significar otra cosa. La palabra
está rodeada por el marco de la despedida. Así, con el fin de disipar toda duda, hasta en
importantes manuscritos se añadió: «Y era llevado al cielo» (cf. Act 1,9). En la ascensión se aparta
Jesús de los suyos; lo que aquí se quiere acentuar es la despedida, no precisamente la ascensión al
cielo. Los días de las apariciones del Resucitado han llegado a su fin. Los benéficos días de Jesús en
la tierra han terminado. Se ha alcanzado la meta de todas las peregrinaciones de Jesús; ahora es
elevado (9,51). El tiempo de Cristo, desde el bautismo hasta la ascensión, ha concluido. Ahora no
viene ya ningún día que se iguale a estos días. El Resucitado vive ahora a una distancia absoluta
hasta que venga de nuevo.

52 Ellos, después de adorarlo, se volvieron a Jerusalén, llenos de inmenso gozo. 53 Y estaban


continuamente en el templo, bendiciendo a Dios.

Como en la bendición del sumo sacerdote la comunidad se postra en adoración, así también los
apóstoles se postran ante el Señor que se aleja. La ascensión se efectúa en una liturgia solemne. La
Iglesia se congrega en presencia del sumo sacerdote que bendice. Es posible que estas palabras de
adoración pasaran del libro del Sirácida al Evangelio -no todos los manuscritos contienen esta
lectura- y que Lucas escribiera más sencillamente. Lo que sigue, lo presenta sobriamente y en
forma contenida, se limita prácticamente a indicar lo que hace la comunidad apostólica después
de la partida del Señor. Vuelve a Jerusalén, con lo cual cumple obedientemente el último encargo
del Señor.

Llenos de inmenso gozo. ¿Cómo pueden alegrarse los apóstoles cuando se aleja de ellos Jesús? La
ascensión de Jesús al cielo pone fin a su estancia en la tierra, pero da remate y coronamiento a su
resurrección. Se ha dado un paso más adelante, hasta que lleguen los tiempos del refrigerio y
envíe Dios al preelegido Cristo Jesús; en efecto, «el ciclo debe retenerlo hasta los tiempos de la
restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas desde antiguo»
(Act 3,20s). La alegría de los testigos de la ascensión es el comienzo del gran júbilo de la
consumación final. Una vez más vuelven a reunirse el comienzo y el final del Evangelio. Cuando se
anunció el nacimiento de Juan Bautista, se dijo al sacerdote Zacarías: «Para ti será motivo de gozo
y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento» (1,14). El nacimiento de Jesús va
acompañado de este mensaje: «Mirad: os traigo una buena noticia que será de grande alegría
para todo el pueblo» (2,10). El Evangelio es buena nueva, desde el principio hasta el fin. A su
entrada en Jerusalén Jesús, con autoridad, tomó posesión del templo para sí y para su pueblo
(19,45ss). Allí echó los cimientos de su Iglesia. El templo fue continuamente, a las horas de
oración, lugar de reunión de la comunidad de la ascensión y por mucho tiempo fue toda vía lugar
de reunión de la comunidad de pentecostés (Act 2,46; 3,1ss; 5,12.20s; 42). Otra vez vuelven a
enlazarse el comienzo y el fin del Evangelio. Los dos puntos culminantes de la historia de la
infancia están constituidos por la doble aparición del niño Jesús en el templo (2,22-38; 2,41-50.);
éste es también el lugar de los que «esperan la liberación de Israel» (2,38).

En el templo resuena la alabanza de Dios por la Iglesia. Dios bendijo a la Iglesia de la ascensión por
medio del sumo sacerdote Cristo; ella bendice a Dios, le tributa alabanza y acción de gracias en
oraciones e himnos. Cuando nació el Bautista, dijo Zacarías alabando a Dios: «Bendito sea el Señor
Dios de Israel» (1,64.68). Simeón toma al niño Jesús en los brazos y alaba a Dios con el himno:
«Mis ojos vieron tu salvación, la que tú preparaste a la vista de todos los pueblos» (2,28.30). Ahora
comienza a realizarse lo que expresó este himno de alabanza. La salvación está preparada,
alabando a Dios se ofrece a los pueblos. Se inicia la liturgia de la alabanza perpetua de Dios.

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