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DIAGNOSTICO de PSICOSIS y MODELO

ÓRGANO-DINÁMICO de HENRI EY

Dr.Humberto Casarotti1

1
Presentado em el X Congreso Mundial de Psiquiatría, Madrid, 1996.
RESUMEN
En esta presentación se usa el término “psicosis” como lo hacen los utilizado en los
sistemas internacionales de diagnóstico. Se consideran algunas etapas en relación al
diagnóstico y se destacan aspectos positivos de esta evolución.Se analiza luego la
evolución en relación con las formas “psicóticas transitorias” señalando
limitaciones de los sistemas. Luego se presenta la hipótesis de trabajo psiquiátrica
de Henri Ey que posibilita la resolución de esas limitaciones. Se concluye
considerando los conceptos de “delirio” en esa hipótesis y su significado en el
diagnóstico de psicosis.

SUMMARY

In this presentation the term “psychosis” is used as it is defined in international


diagnostic systems. Some stages of the way the diagnosis has evolved are described
and the positive aspects of this development are emphasized. Evolution with respect
to “transient psychotic disorders” is then examined, indicating limitations in the
systems. Then Henri Ey’s psychiatric working hypothesis is presented, which makes
it possible to overcome these limitations. Finally, the concept of “delision” in Ey’s
hypothesis is examined, together with its significance for the diagnosis of psychosis.
DIAGNOSTICO de PSICOSIS y MODELO
ÓRGANO-DINÁMICO de HENRI EY

Introducción.
Los significados tan diferentes que ha adquirido el término “psicosis”
imposibilitan una definición única (34 p.187) Sin embargo es utilizado en el
quehacer cotidiano, y los sistemas diagnósticos actuales lo proponen como un
término descriptivo y generalmente adjetivo (3) (46). Reduciendo el “síntoma
psicótico” a la presencia de ideas delirantes, de alucinaciones o de comportamientos
desorganizados, este “síntoma” aparece en diversas categorías diagnósticas.
Simplificado de ese modo, es muy difícil saber qué relación guarda con conceptos
intrincados y elaborados dificultosamente a lo largo de la evolución de la
psiquiatría, como los de psicosis agudas y crónicas, esquizofrenia, delirio, etc.

Esta presentación se divide en cuatro partes. En primer lugar, haciendo uso


del término “psicosis” según es utilizado en los sistemas internacionales de
diagnóstico se consideran algunas etapas evolutivas en relación al diagnóstico y a
los conceptos de enfermedad en psiquiatría, destacando aspectos positivos de esta
evolución, que aparecen integrados en esos sistemas. En la segunda parte,
analizando la evolución de ideas en relación a las formas “psicóticas transitorias”
(49) se consideran ciertas limitaciones de los sistemas. En tercer lugar, se presentan
las tesis del modelo “órgano-dinámico” de Henri Ey, (25), que aparecen como un
paradigma psiquiátrico de valor teórico y práctico al haber permitido resolver
intrincadas cuestiones conceptuales subyacentes a las limitaciones señaladas. Para
finalizar considerando algunos de los conceptos sobre “delirio” en este sistema de
pensamiento psiquiátrico así como su significado en el diagnóstico de psicosis.

I. Aspectos positivos de la evolución en el diagnóstico psiquiátrico.

Sólo a fines de este siglo y después de una larga evolución, los psiquiatras
han acordado, conceptuar a la enfermedad mental como caracterizada por ser un
fenómeno “mental” y también un fenómeno “patológico”.
Dentro de la etapa actual de esa evolución puede destacarse (8) (47) (48): a)
el haberse reconocido definitivamente que el diagnóstico es, en psiquiatría, una
necesidad al igual que en el resto de la medicina; b) la distinción conceptual y
práctica entre el diagnóstico de síndromes psíquicos (psicopatológicos) y el de los
factores causales (“constructos de enfermedad”); c) el reconocimiento de la
necesidad de una semiología fenomenológica para el diagnóstico de los tipos
psicopatológicos; d) la propuesta de criterios y reglas diagnósticas que permitiendo
aprehender los fenómenos en su “realidad psíquica”, aumentan el acuerdo entre los
técnicos; e) el operar con “constructos” de enfermedad mental que exigen ser
validados reiteradamente; f) el establecimiento de una codificación multiaxial (43)
que posibilitando una evaluación más global del paciente, abre a la psiquiatría al
tratamiento diferencial.
Esta etapa es el resultado de una evolución aún en curso, cuyos momentos
más significativos pueden resumirse del siguiente modo.

(1) Lectura psicopatológica “en superficie”. Durante la casi totalidad del


siglo XIX, aceptándose que algunos fenómenos psíquicos eran patológicos, se
operaba con criterios diagnósticos y conceptuales de enfermedad mental de carácter
sintomático. En este contexto: a) los sindromes eran construídos como sumatorias
de síntomas psíquicos, b) los síntomas eran alteraciones en “más” (hiper), en
“menos” (hipo), o en “dis” de las funciones psíquicas que se entendían normales,
y c) la normalidad de estas “funciones” surgía de la proyección sobre los pacientes
de las experiencias psíquicas que proporcionaba la introspección. En el área de las
psicosis, y desde esta perspectiva “en superficie” los síntomas centrales eran las
ideas delirantes, las alucinaciones y los trastornos del comportamiento.
Aún cuando, a pesar de este contexto, se lograron descripciones perdurables,
el hecho de operar con conceptos sintomáticos implicaba que, cuando se
modificaban los síntomas, el nombre de la “enfermedad mental” debía ser
cambiado, en una actitud mental verdaderamente transformista.
Es inherente a todo análisis de la vida mental, el aprehender
simultáneamente, tanto el carácter unitario del psiquismo como la variabilidad de
los fenómenos psíquicos. Por esa razón, durante la mayor parte del siglo XIX se
osciló en relación al concepto de enfermedad mental, entre la idea de “psicosis
única” y la idea de “enfermedades mentales múltiples” (40 pp.49-92). Por un lado
respondiendo al carácter unitario del psiquismo, con la noción de “psicosis única”
se consideraba que las variedades sintomáticas eran sólo la manifestación de un
mismo proceso de enfermedad: la “alienación mental”. Por otro, reconociendo en
cambio la variedad semiológica de los fenómenos patológicos, la idea de
“enfermedades mentales múltiples” aparecía como respuesta a la necesidad de
diferenciar dentro de esa unidad.
Considerando que el nivel sintomático psíquico no tenía consistencia en sí
mismo y valorando a los síntomas únicamente como la manifestación de un proceso
orgánico, único o múltiple, ambos encuadres fundamentaban la consistencia de la
patología en los factores causales. No distinguiéndose la “distancia” existente entre
el proceso orgánico (de desorganización) y su manifestación psíquica, aún no se
había logrado reconocer a la vida mental en su realidad específica.

(2) Reconocimiento de la existencia de una organización psíquica en un


plano diferente al de los síntomas.
La clínica mostraba que una gran parte de los pacientes delirantes crónicos
presentaban el rasgo común de tender a evolucionar hacia un déficit tardío, no
demencial y contingente (15) (44).
Tomando E.Kraepelin (37) conciencia de que esta evolución deficitaria,
característica de la demencia precoz de Morel, se hacía también presente en muchos
pacientes hebefrénicos, catatónicos y delirantes crónicos, reconoció en pacientes tan
heterógeneos la existencia de una misma enfermedad mental. Este concepto
politético (4) hacía de las ideas delirantes, síntomas intercambiables con los
síntomas catatónicos y hebefrénicos, ya que pesaban solo porque eran expresión de
un mismo proceso. Este restar relevancia a los síntomas aislados constituyó lo
central de la revolución kraepeliniana: la de intuír la realidad de un déficit psíquico
suyacente. En este modo de concebir la enfermedad mental, las producciones
psiquicas (los fenómenos “positivos”) eran considerados como el medio para
descubrir a su través, qué realidad de la vida mental se desorganizaba.
Esta comprensión, que comenzó siendo expresada imprecisamente como
“trastornos en funciones psíquicas esenciales” o “relajación de las fuerzas afectivas
que mantienen la coherencia del psiquismo” continuó desarrollándose con la obra
de E. Bleuler (7), quien trabajó en base a la idea de que la fisonomía de los
dementes precoces era expresión de un estado psíquico especial.
Observando E.Bleuler a estos pacientes durante el período de estado de su
enfermedad, describió qué era lo típico en la variabilidad de los síntomas,
modificando así radicalmente el concepto de síntoma. En consecuencia, la mayor
parte de la sintomatología fué considerada reactiva, secundaria. Tanto las ideas
delirantes como los demás síntomas eran de alguna manera síntomas accesorios “ya
que el paciente seguía tan enfermo como antes, aún cuando los síntomas no
estuviesen presentes”.
El síntoma en el sentido tradicional era una abstracción, una irrealidad,
porque la semiología devela en su variabilidad, trastornos de la unidad del
psiquismo. Un síntoma puede ser configurado como “tal síntoma”, sólo cuando se
ha captado “éso” que constituye lo fundamental de cada trastorno del psiquismo
(45 pp.46-59). No estando “éso” de fundamental en los síntomas entendidos como
fragmentos psíquicos, sino en el modo peculiar cómo los síntomas se generan o se
manifiestan, es decir en el proceso psíquico que subtendiéndolos los hace síntomas
de “tal enfermedad”. Lo fundamental en cada trastorno es esa estructuración, ese
todo singular que en cada uno constituye “su síntoma fundamental”. Por eso es que
Bleuler afirma que estos enfermos “no son dementes porque son esquizofrérnicos”,
ya que lo que los caracteriza no es un defecto terminal sino el presentarse como un
tipo especial de actividad mental. Actividad mental empobrecida que no puede ser
definida por uno u otro síntoma, ni tampoco por su sumatoria, sino por la
organización que adopta la vida mental y que constituye una estructura típica.
Es a partir de la consideración de los trastornos psicóticos dentro de este
contexto conceptual, que la psiquiatría reconocerá progresivamente que la
semiología debe ser fenomenológica, tanto para poder darse realmente un objeto
como para poder describirlo adecuadamente (39). Sólo este modo de lectura puede
captar lo típico de cada déficit psíquico, en la variedad y en la atipía de sus
manifestaciones.
Como lo señaló E.Minkowski, la concepción bleuleriana abrió el camino
para una percepción fenomenológico-estructural. Los diagnósticos presentados en
los sistemas actuales, a pesar de su pobreza psicopatológica, pueden ser
considerados formas que esbozan este tipo de lectura.

(3) Comprensión de la patogenia psíquica de los síntomas. Integrando


Bleuler las adquisiciones psicoanalíticas sostuvo también que estas estructuras
psíquicas son intencionales, es decir que se organizan según líneas pulsionales. Y
que estos criptogramas de fuerzas inconscientes evidencian la existencia de una
profundidad psíquica, de una realidad psíquica “primaria”. Como bien lo señala
Lanteri Laura (40 pp.93-116) el concepto freudiano de enfermedad mental afirmó el
carácter esencialmente psíquico de los síntomas descubriendo que son de patogenia
psíquica. Y también constituyó de hecho una verdadera nosografía proporcionando
un principio de organización comprensible de las enfermedades mentales.
Sin embargo, la psiquiatría de modelo psicoanalítico desplazando su praxis
progresivamente a la salud, se desinteresó por el diagnóstico, es decir por la
percepción de las diferencias estructurales entre salud y enfermedad. Este
movimiento evolutivo tuvo lugar especialmente en la psiquiatría norteamericana,
donde se abandonó el concepto de enfermedad mental para hablar sólo de “formas
de reacción”. Entendidos estos “modos de encarar la existencia” como distintos sólo
cuantitativamente de las reacciones psíquicas normales, se ingresó en una época
durante la cual en la psiquiatría, no dará mayor relevancia al diagnóstico.

(4) Reacción contra la tendencia a minimizar el diagnóstico y a extender el


campo de aplicación de la psiquiatría. La psiquiatría norteamericana, En 1952 con el
primer manual de la serie de los DSM (8 p.587): a) manteniendo un encuadre
dicotómico “organogénico-psicogénico”, b) teniendo como objeto diagnóstico a
los tipos de reacción, y c) exigiendo de hecho que el técnico utilizase un único
diagnóstico, vió incrementado desmesuradamente el número de los falsos positivos
(pacientes diagnosticados como presentando una enfermedad que no presentan).
Con el desarrollo en 1968 de la 2a.edición del DSM (47 p.839) y la
8a.edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades, que fueron sistemas
de transición, se hizo evidente: a) que la poca utilización que se hacía de los
sistemas diagnósticos guardaba relación con la mezcla de criterios semiológicos y
etiológicos; b) que la existencia de gruesas diferencias epidemiológicas tenía que
ver predominantemente con el tipo de criterios diagnósticos que se utilizaban; y
c) y que un mismo trastorno mental podía variar en su presentación. En
consecuencia se buscó facilitar al clínico expresar mejor su experiencia cotidiana,
posibilitándole el hacer varios diagnósticos.
En la década de los 70, al comprobarse que los bajos índices de acuerdo en
los diagnósticos (índice kappa) se debían predominantemente al tipo de criterios
utilizados, se inició en EEUU un trabajo progresivo que pasando por la 9a.edición
de la CIE llevó en 1980 al DSM-III (1) y a su formato revisado de 1986 (2).
Algunos de los referentes conceptuales de importancia en este sistema
nosológico fueron: a) la eliminación conceptual de la dicotomía
organogénica-psicogénica; b) el distinguir los síndromes psicopatológicos típicos de
los trastornos clínicos o tipos etiológicos (que son los que se codifican); c) la
creación de ejes diferentes para distribuir toda la información psicopatológica y
etiológica, útil desde el punto de vista del tratamiento diferencial.
En ese contexto conceptual se produjeron cambios prácticos fundamentales
en el concepto de que los síndromes psiquiátricos, constituyendo categorías
politéticas o disyuntivas (42 pp.31-37) exigen una fundamentación metodológica
específica (sumatorias algorítmica) del proceso diagnóstico.
Distinguiendo entre la elaboración de una categoría y su aplicación al caso
presente, y exigiendo que esta aplicación fuese estricta, tenían que surgir
necesariamente categorías atípicas (50 pp.113-127). Pero categorías atípicas que no
van a incluír falsos positivos, sino por el contrario “falsos negativos” (pacientes que
padecen una enfermedad que no se les diagnostica). De ese modo esos grupos
atípicos constituyen verdaderas categorías “de espera”. Agrupando un conjunto de
“fenómenos” no bien caracterizados y reflejando la dificultad en precisar sus
características, son categorías en las que es necesario discernir lo que propiamente
las especifica. Por la exigencia de no incluír en las categorías típicas sino solo lo
que estrictamente cumple con los criterios se generó, en el área de las psicosis, un
amplio capítulo atípico: el de los “trastornos psicóticos no clasificados en otro
lugar”.
La corrección progresiva de algunas insuficiencias de estos primeros intentos
de sistematización de los diagnósticos psiquiátricos, llevó al DSM-IV (3), precedido
del acuerdo internacional expresado en el Cap.F CIE-10 en 1992 (46).
En estos sistemas: a) se han mejorado los criterios diagnósticos, acordando
una necesaria prioridad temporal al diagnóstico del tipo psicopatológico, b) se ha
buscado resolver la dificultad metodológica de los diagnósticos “longitudinales”
(tanto en esquizofrenia como en enfermedades afectivas), c) frente a los elevados
porcentajes de comorbilidad (50) se han precisado los criterios de
inclusión/exclusión, entendidos como los reguladores de la estructura del sistema (3
p.5) y d) se ha reconocido la necesidad de profundizar en el análisis de la
interfase “clínico/investigador”, como relevante para lograr que la asistencia sea
más técnica, y para que la investigación responda más a los objetivos terapéuticos
del contexto clínico.

II. Limitaciones conceptuales y prácticas de los sistemas diagnósticos


actuales.

Los sistemas diagnósticos también evidencian un conjunto de limitaciones.


Algunas son de naturaleza psicológica respecto a los conceptos sobre la estructura
del psiquismo. Otras son de carácter semiológico por la pobreza psicopatológica con
que son definidos los criterios diagnósticos, y finalmente otras son conceptuales en
relación a los principios de ordenación nosológica.
Estas limitaciones son muy evidentes cuando se considera cómo se ha
procedido en el área de los trastornos psicóticos, especialmente en relación a las
formas de psicosis transitorias (bouffées delirantes, psicosis delirantes agudas,
trastornos psicóticos breves, etc.). A pesar de ser fisonomías clínicas ya
diferenciadas en las escuelas europeas del siglo pasado, y a pesar de haber
constituído un aspecto central del desarrollo de las obras de diversos autores (13
pp.201-324) (5), estas estructuras psicopatológicas no son presentadas aún según
sus características específicas. El modo como aparecen reconocidas en los sistemas
actuales no refleja la importancia que han tenido en relación a la evolución del saber
psicopatológico.
A pesar de las oscilaciones con que se ha procedido en relación a estas
gestalts sintomáticas, se ha terminado finalmente por reconcerlas en los dos
sistemas de mayor aplicación a nivel internacional: en la CIE-10 (46 p.129), como
“trastornos psicóticos agudos y transitorios” y en el DSM-IV (3 p.302) como
“trastorno psicótico breve”.
Ambos sistemas aceptan la existencia de trastornos psicóticos que: a)
iniciados súbitamente, se caracterizan, tanto por su complejidad sintomática
(alucinaciones, delirios, angustia, trastornos de conciencia, variaciones emocionales,
agitación, estupor, conductas desorganizadas, catatónicas, etc.) como por su
variabilidad a lo largo del día y de los días; b) siendo de duración relativamente
breve tienen por lo general una buena evolución con recuperación completa.
Definidos los trastornos psicóticos breves en base a una sumatoria
sintomática como la señalada, se transparenta la dificultad para poder conceptuarlos
de modo específico y para poder diferenciarlos de otros trastornos con los que
aparecen intrincados, semiológica y evolutivamente: 1) los episodios de trastornos
del humor con síntomas psicóticos, 2) el trastorno esquizofreniforme, 3) el
trastorno esquizoafectivo, 4) la esquizofrenia, y 5) el trastorno delirante crónico
(delusional disorder).
Estas dificultades son reconocidas al señalar que para estos diagnósticos
diferenciales el clínico puede recurrir a su juicio clínico (3 p.6) El problema es que
utilizando los criterios, “simples y claros” pero pobres psicopatológicamente
proporcionados por los sistemas, el psiquiatra comprueba rápidamente que esos
criterios no le permiten establecer un diagnóstico positivo confiable.
Esta dificultad cotidiana del clínico práctico parece explicar las contínuas
oscilaciones que los sistemas han presentado al buscar validar los criterios
diagnósticos para estas diferentes “psicosis transitorias”.
Repasando brevemente las marchas y contramarchas en la denominación y
en la ubicación nosológica de estos “trastornos psicóticos transitorios” que se
observan en la evolución de los DSM es posible hacer algunos señalamientos.
En el DSM-I, siendo la esquizofrenia considerada una enfermedad no
necesariamente crónica, estos trastornos eran definidos sencilla y rápidamente como
“formas de esquizofrenia aguda” (8 p.587).
Aunque el DSM-II no mostró cambios importantes, se modificó sin embargo
su denominación, acentuándose el carácter de episódicos: “episodios agudos de
esquizofrenia” (47 p.839).
En el DSM-III, reconsiderada la esquizofrenia una enfemedad mental
crónica, se hizo necesario distinguir, al lado de los trastornos delirantes crónicos,
una forma “paranoide aguda”, y reunir distintos trastornos transitorios en un
capítulo de trastornos psicóticos “atípicos”. Dentro de este capítulo se
distinguieron, en base a criterios simplistas (reactivo, humor, síntomas
esquizofrénicos), diferentes trastornos: psicosis reactiva breve, trastorno
esquizofreniforme, y trastorno esquizoafectivo, integrados todos como formas
atípicas. Este conjunto, al igual que los demás cuadros atípicos, son grupos “en
espera” de ser resueltos conceptualmente.
En la edición revisada en 1996, lo “paranoide” fué limitado a los delirios
crónicos con lo cual desaparecieron las formas “paranoides agudas” del DSM-III.
En el trastorno esquizofreniforme (sólo diferente de la esquizofrenia por su
duración) se distinguió una forma de buen pronóstico, cuyos criterios diagnósticos
se superponían a los de los trastornos psicóticos breves reactivos (excepto en no ser
reactivos a un factor de estrés). La simplificación de los criterios diagnósticos
redujo la complejidad psicopatológica de las realidades clínicas, sin permitir
mejorar el acuerdo entre los clínicos.
Finalmente en el DSM-IV (3 p.273) cada trastorno psicótico es presentado
como una categoría diagnóstica, con lo cual desaparece el conjunto de los “no
clasificados en otro lugar”. Procediendo de ese modo fué necesario establecer un
“trastorno psicótico breve”, que aparece caracterizado por su breve duración. Así se
minimiza definitivamente el criterio de “reactivo” con el que hasta el DSM-II-R se
caracterizaba a estos trastornos psicóticos transitorios.
Es ilustrativo señalar que esta evolución ha repetido una evolución
semejante que tuvo lugar en el siglo pasado (13 pp.11-45). A pesar de que estos
cuadros fueron reconocidos en el siglo pasado como “bouffées delirantes” y como
“paranoias curables”, tampoco fué fácil clasificarlos debido a los principios usados
en la época. Su conceptuación y su denominación dependía del elemento que el
clínico privilegiase: cuando se destacaba el síntoma alucinatorio o delirante se
hablaba de “formas agudas de delirios crónicos”; cuando se consideraban los
síntomas del humor se los definía como “formas atípicas de trastornos afectivos”;
cuando el trastorno aparecía como expresión evidente de un factor orgánico
diagnosticable, se las refería como “formas atípicas, crepusculares de confusión
mental”.
Sin embargo, como no todas las formas psicóticas transitorias eran
clasificadas dentro de esos tres grandes grupos de la patología mental, se buscó dar
consistencia nosològica a estos cuadros, no en un concepto psicológico, sino en un
“factor degenerativo” (Kleist, psicosis borderline; Leonhard, psicosis cicloides).
Por consiguiente es posible señalar que los trastornos psicóticos transitorios
han planteado en dos momentos históricos diferentes dificultades semejantes, tanto
para ser tipificados como para ser clasificados. Es que esta gesltalt psicopatológica
aparece siempre como atípica cuando los criterios diagnósticos que se utilizan se los
pretende “simples y claros”, y queda al margen de los tipos clínicos tradicionales
cuando éstos son construídos mediante principios de clasificación artificiales.
Esto es lo que los sistemas actuales reiteran, ya que la posibilidad de
diagnosticar positivamente a estos fenómenos (como trastorno psicótico breve),
diferenciándolos de las formas clínicas relacionadas, depende, en último término,
del criterio simplificado que se elija: 1) si lo que se valora es su brevedad se
diagnostica como “trastorno psicótico breve”, 2) mientras que si se remarca la
alteración del humor se utilizan las formas psicóticas de los “trastornos del humor
con síntomas psicóticos” o “trastornos esquizoafectivos”, 3) si en cambio lo que
destaca es una etiología orgánica entonces se habla de formas atípicas de
“delirium”, 4) finalmente si el diagnóstico se fundamenta en el criterio A de
esquizofrenia se concluye en el de “trastorno esquizofreniforme de buen
pronóstico”. Esta breve revisión permite concluír que estas “locuras cortas” (13
pp.653-755), dada su complejidad psicopatológica no han permitido aún acordar
criterios que hagan posible su diagnóstico y su clasificación según su realidad.

Todo lo cual parece indicar que la resolución de esta compleja realidad


clínica y su integración al conjunto de la patología mental, exige cambios. Algunos
corresponden a cambios en la aproximación semiológica, para poder captar a estos
cuadros en su tipicidad; otros, se relacionan con los criterios diagnósticos, que
hagan posible el conceptuarlos en su especificidad; y finalmente, también cambios
en los principios que rigen la organización de los sistemas, para lograr clasificarlos
“naturalmente” dentro de los trastornos psicóticos.

III. El modelo de Henri Ey y la resolución de los problemas planteados por


las “psicosis agudas”.

Los conceptos del modelo “órgano-dinámico” en psiquiatría de H.Ey,


resultado de la observación clínica y de la reflexión psicopatológica han permitido
resolver las cuestiones que plantean las “psicosis agudas”. Como este modelo
constituye un desarrollo logrado a lo largo de muchos años sólo es posible exponer
breves consideraciones de las exposiciones centrales de H.Ey (24) (25) (26c) (29).

(1) Esquema de clasificación resultante del modelo órgano-dinámico.


Ey, fiel a la idea jacksoniana de que la patología, desintegrando la
vida mental devela las “invariantes funcionales” que constituyen la infraestructura
psíquica, clasifica a los tipos psicopatológicos según dos estructuras, abandonando
distinciones artificiales. De modo habitual los psiquiatras proceden en su
actividad diaria en base a un esquema nosológico básico de tres grupos (35
pp.692-706): el de las enfermedades mentales secundarias a trastornos orgánicos,
“exógenos”, el de las enfermedades mentales evolutivas (“endógenas”), y el de las
reacciones y variaciones psíquicas anormales. Rompiendo con esta tradición Ey
propuso una ordenación enteramente diferente a este esquema distinguiendo, según
los trazos de fractura virtuales del organismo psíquico: a) las desestructuraciones
del campo de la conciencia y b) las desorganizaciones del sistema de la
personalidad.
De acuerdo a este esquema de clasificación, corresponde incluír a los
episodios maníacos y depresivos como el nivel más leve y superior de
desorganización de la estructura psíquica que es el campo actual de la conciencia,
conjuntamente con los episodios de confusión mental (o delirium) que constituyen
su nivel más grave o inferior. Los “trastornos psicóticos breves” de los sistemas
actuales, correspondientes a las psicosis delirantes agudas de la tradición europea,
ocupan el centro de este abanico de psicosis agudas.
Por otro lado, en la nosología de Ey, las demencias deben ser entendidas
como las desorganizaciones más graves, de la estructura de la personalidad, cuyas
otras alteraciones son los trastornos de carácter (de “personalidad” en los sistemas
actuales) y las tradicionales neurosis y psicosis. Ey distinguió a estos dos géneros
de trastornos como “agudos” y “crónicos”, utilizando ambos términos en un sentido
muy distinto al de curable/incurable.
Este esquema aparece muy naturalmente validado cuando se abandonan por
artificiales, los principios de ordenación nosológica clásicos: los de “primario /
secundario” y de “exógeno / endógeno”.

(2) Tesis del modelo órgano-dinámico.


Con la primera tesis “ Ey propone: a) que la realidad del psiquismo
es ser un organismo, el “cuerpo psíquico”; b) estructurado jerárquicamente, con
una ontogenia psíquica cuyas fases evolutivas integran virtualmente su
organización, constituyendo su infraestructura; c) y que este orden puede
desorganizarse y que su desorganización constituye las diferentes formas de
patología mental; patología que aparece así como virtual en la organización del
“cuerpo psíquico”.
La segunda tesis expresa que siendo la estructura de la patología mental una
organización deficitaria, regresiva, se constituye siempre como una ruptura de la
coexistencia y de la intercomunicación. Siendo patológico el modo de existir, la
comunicación es cualitativamente diferente y ésta heteronomía es lo que da “forma”
a la sintomatología.
En la tercera tesis, Ey considera que la forma o estructura de los diversos
tipos psicopatológicos, sólo puede ser aprehendida por los análisis fenomenológicos
de la interrelación y del modo de coexistir. Estos análisis fenomenológicos
permiten, por un lado comprender a los trastornos mentales como niveles inferiores
de la vida mental, dinámicos y evolutivos, y por otro acceder al principio básico de
clasificación, que es la distinción referida de las dos estructuras psíquicas.
Con la cuarta tesis, se remarca que, ordenados los trastornos mentales según
este criterio natural, todos son conceptuados “orgánicos”, en un sentido doble:
orgánicos porque son siempre el resultado de un proceso somatógeno (como es
afirmado en la psiquiatría actual) y orgánicos el sentido de desorganización
organísmica, ya que, en el modelo órgano-dinámico, la verdadera causalidad es la
desorganización del cuerpo psíquico. Desorganización que respondiendo a un
mismo proceso de regresión se presenta sin embargo como múltiple, en razón de su
patogenia psíquica. Esta diversidad, evidenciando la realidad del psiquismo en su
“espesor”, explica la diferente separación (écart, gap), que existe entre el proceso
orgánico y su manifestación psíquica.

(3) Significado de agudo y crónico.


La distinción de trastornos agudos y trastornos crónicos implica el
reconocimiento de cursos mórbidos de estructura diferente.
Entendiendo a los trastornos “agudos” como crisis (13) que tienden a revertir
y que son frecuentemente expresión de procesos orgánicos diagnosticables, Ey
penetró su diversidad logrando reconocer su unidad en el espectro de sus
manifestaciones. Donde la tipicidad de los distintos trastornos agudos no se
fundamenta en tal o cual síntoma, sino en la organización regresiva que adopta la
estructura de la conciencia. Con este criterio desaparecen las formas intermedias y
de transición, es decir las formas atípicas ya que es precisamente en la variabilidad
de sus síntomas que el clínico debe reconocer cada nivel típico (formas
semiológicas y evolutivas de las diferentes “psicosis agudas” (13). En el área de lo
agudo, los “trastornos delirantes transitorios”, denominados por Ey como “psicosis
delirantes y alucinatorias agudas”, constituyen el centro del espectro de las psicosis
agudas, y guardan relaciones naturales con los episodios maníacos y depresivos así
como con la confusión mental (delirium), según lo evidencia continuamente la
clínica cotidiana.
Por otro lado Ey entiende por “crónico” a los trastornos de desarrollo lento
que, después de un largo proceso de desorganización del sistema de la personalidad,
culminan como formas de “equilibrios patológicos”. En el área de los trastornos
psicóticos crónicos percibidos según los conceptos órgano-dinámicos se abren
perspectivas que enriquecen la observación y la reflexión psicopatológica. a) Se
define a los trastornos delirantes crónicos (delusional) como un género de
alteraciones del sistema de la personalidad. b) Se conceptúa a la esquizofrenia
como una especie de este género y como el polo deficitario contingente hacia el que
tienden a evolucionar todas estas formas delirantes (12). Esta conceptuación exige
atender a los síntomas negativos característicos de este déficit y por consiguiente a
las dificultosas cuestiones que supone el encarar los diagnósticos longitudinalmente
(4). c) Por otro lado remarcando Ey que lo nuclear de la esquizofrenia es la forma
autística que adopta la vida mental que se presenta así discordantemente, considera
que las formas naturales de esquizofrenia son las formas evolutivas del autismo
según su gravedad (10), y no las aceptadas desde Kraepelin hasta el momento
actual, que en realidad, como ya lo señalaba Bleuler (7 p.204) son “externas” al
proceso de la enfermedad.

La distinción agudo/crónico, liberada de la dicotomía “exógeno/endógeno” y


centrada en los diferentes niveles de desorganización de la conciencia y de la
personalidad, constituye una clave válida que permite considerar distintas
articulaciones evolutivas que la clínica presenta de modo sistemático: a)
reconociendo la distinta estructura de los trastornos delirantes, se hace posible
analizar la interrelación evolutiva recíproca existente entre trastornos agudos y
crónicos (6) (16) (238); b) considerando las relaciones “anastomóticas”
observables en relación a los episodios del humor y a sus evoluciones crónicas
afectivas y de carácter (9); c) facilitando la comprensión de las evoluciones
psicóticas persistentes en epilepsia (13 pp.519-652); d) permitiendo analizar los
efectos reverberantes entre los trastornos de personalidad y los episodios agudos del
humor y delirantes.

(4) Algunas corolarios teórico-prácticos relevantes.


Los conceptos órgano-dinámicos implican consecuencias importantes
desde el punto de vista práctico, entre las que destacan las siguientes.

La primera se refiere a la relación entre “los sistemas de diagnóstico” y la


escuela de formación psiquiátrica. Si se acepta que la tipificación y la ordenación de
las estructuras psicopatológicas es inseparable de una aproximación
fenomenológica, por pobre que pueda ser, es evidente que el desarrollo de los
sistemas de diagnósticos es influído por la atmósfera académica en que nace.Y a su
vez, que este ambiente de formación se beneficia de la aplicación del sistema
diagnóstico, que así es corregido progresivamente. Como ha pasado con la
evolución de los DSM y su insistencia en la necesidad del juicio del clínico, que
sólo puede ser enseñado y aprendido en la asistencia cotidiana de los pacientes,
realizada dentro de una escuela de formación.

Una segunda consecuencia práctica sobre la cual Ey insistió repetidamente,


tiene que ver con la organización global de los servicios psiquiátricos (21). Aún
cuando los servicios se desarrollen encarando un factor etiológico o según tipos de
atención, en ambas circunstancias se hace evidente la necesidad de proceder según
dos grandes criterios organizativos de la atención psiquiátrica: por un lado que la
atención debe abarcar imprescindiblemente la totalidad del área de la patología en
sus diferentes momentos evolutivos y por otro que es imposible y antieconómico
separar la asistencia de los pacientes en agudos y crónicos. Estos criterios,
corolarios prácticos del modelo órgano-dinámico, debieran ser profundizados por
los psiquiatras y transmitidos a los administradores de los servicios.

En tercer lugar, los conceptos órgano-dinámicos tienen consecuencias


prácticas en las diferentes áreas de investigación: etiológica, terapéutica así como en
la definición de caso epidemiológico. En la medida en que la psiquiatría ha
progresado hacia un estado de equilibrio (41) se ha hecho evidente que todas estas
investigaciones deben hacerse cada vez más con una aproximación clínica
propiamente dicha. Es decir, con investigaciones que encaren las numerosas
variables que el clínico maneja en su práctica diagnóstica y terapéutica, lo que
significa: (a) que en la determinación del “caso de investigación” es necesario
introducir el halo estructural global que caracteriza a cada trastorno mental, sin
limitarse a ciertos síntomas y sin excluir ninguno por su severidad o por su
no-tratabilidad actual; (b) también significa que las hipótesis de los modelos
subyacentes deben ser testables, como lo son las hipótesis del modelo
órgano-dinámico (29 pp.273-290).
Investigaciones fundamentadas de ese modo, además de generar información
clínica relevante, se presentan como el substrato necesario para encarar las difíciles
cuestiones que surgen reiteradamente en la interfase “asistencia/investigación”.
El avance de la investigación en el momeno actual exige que los clínicos y
los psicopatólogos proporcionen a los investigadores y a los administradores de
servicios, modelos que, como el paradigma “órgano-dinámico”, respondan a la real
complejidad de los trastornos mentales.

IV. Conceptos sobre el “delirio” en la obra de H.Ey y su interés en el


diagnóstico de psicosis

Es en relación a psicosis/delirio donde los sistemas actuales de diagnóstico,


aunque recogen las formas psicóticas distinguidas dificultosamente a lo largo de la
evolución de la psiquiatría, sin embargo se separan del desarrollo psicopatológico
logrado por la psiquiatría europea. En su “teorización ateórica” estos sistemas (3,
46) presentan los criterios diagnósticos de los trastornos psicóticos tradicionales (en
particular: esquizofrenia, trast.delirantes persistentes, trast.psicóticos agudos y
transitorios, trast.esquizotípico y trast.psicótico inducido o compartido) y describen
dos trastornos difíciles de identificar en base a los síntomas y reglas propuestos: el
esquizofreniforme y el esquizoafectivo. Si bien existen diferencias entre los dos
sistemas en la forma en que los distintos trastornos psicóticos son ordenados, ambos
coinciden en los criterios diagnósticos utilizados y en no presentar conceptos de
enfermedad. Incluso el DSM-IV, “define a lo psicótico” de modo diferente y de
manera más o menos restringida según cada tipo de trastorno (3 p.273) (“psicótico”
como ideas delirantes o alucinaciones con o sin conciencia; “psicótico” como
comportamiento desorganizado o catatónico). Este modo impreciso de resolver las
cuestiones que plantean las psicosis, siendo una resolución pragmática aceptable en
un sistema de clasificación, deja de ser una solución cuando la imprecisión refleja
una carencia de estructuración psicopatológica del sistema.
En relación a ese aislamiento y a esta carencia, el pensamiento de H.Ey
aparece como una hipótesis de trabajo, coherente del punto de vista conceptual y
útil en la práctica. Como hipótesis nacida de la experiencia clínica, sirve para que el
psiquiatra armonizando las informaciones provenientes de áreas diferentes, pueda
diagnosticar, es decir reconocer “lo monótono” de las fisonomías delirantes en lo
variable de su presentación. Y al hacerlo el modelo órgano-dinámico proporciona
un contexto para que los actos diagnósticos y terapéuticos sean, por un lado,
verdaderos juicios técnicos y por otro dejen de ser vividos por el práctico como
tareas que lo apartan de la realidad viviente de sus pacientes.

Dentro de las ideas de Ey en relación a estas cuestiones es de interés destacar


que el ser los delirios “procesos” de destrucción de la realidad (2) restituye a las
diferentes semiologías delirantes su unidad (1), así como la relevancia del modelo
órgano-dinámico en relación al diagnóstico y a la clasificación tanto de las psicosis
agudas (3) como de las psicosis crónicas (4)(5), lo mismo que respecto a la relación
de psicosis/neurosis (6).

(1) Dos imágenes de pacientes delirantes.


Dice Ey (23) que en la aprehensión del delirio interfieren dos imágenes: por
un lado, la imagen del paciente que estando febril, deshidratado, “enfermo”, delira y
que en su pesadilla vive los preparativos de la muerte a la que se lo arrastra”, y por
otro lado, la imagen del paciente que, sano físicamente y lúcido relata “la
persecución que percibe alrededor de sí y que debe finalizar en su muerte”.
El primero experimenta un acontecimiento que se evidencia al clínico como
un trastorno global del psiquismo y secundario a un desorden somático, “cerebral o
extracerebral” (confusión mental por encefalitis, estado crepuscular epiléptico,
trastorno de conciencia por una intoxicación, etc.). Por lo general el carácter
“confuso” de su semiología y la urgencia terapéutica postergan el análisis
semiológico en estas formas de delirar. Delirios que valorados como análogos a los
ensueños (rêve), son expresión clara de un trastorno profundo y global de la vida
mental. Aquí la vivencia patológica se presenta como un estado delirante
(delirio-estado) y por consiguiente, inseparable del fondo de desorden psíquico que
la condiciona. Estos pacientes “delirantes agudos” (cf item 3) son “psicóticos
agudos” porque todos sufren una alteración dela realidad pero no todos presentan
una expresión delirante semiológica.
La segunda forma de delirar, valorada dada la lucidez del paciente, como un
trastorno ”parcial” del psiquismo, fue considerada como la forma verdadera de
delirio, como el delirio “primario”, como la forma prototípica de “la locura”. Estos
delirios (delirio-idea) al permitir, tanto por la lucidez como por su persistencia, el
análisis psicológico, fueron considerados como unidades aislables, claras y precisas
(12), y por lo mismo “despojados del contexto psicopatológico que constituye la
sustancia misma del delirio”. Pensar que es posible separar la expresión delirante
del estado de delirio que la genera, lleva a definir al delirio por su contenido. Lo que
significa no percibir que lo esencial del delirar es ser un tipo de desorganización
mental, un trabajo de destrucción cuyo fruto, más o menos organizado, son las
expresiones delirantes. Es en último término recoger la semiología del “delirio”
(delirio como tema, modos de expresión, organización, etc.) pero no aprehender la
real psicosis que presenta el paciente.
Este continuo tener que oscilar desde el contenido delirante expreso (figura)
al estado delirante (fondo) constituye la exigencia primaria en el proceso
diagnóstico del tipo de estructura delirante presente.

(2) Los delirios como producto de un proceso de desorganización psíquica.


Sostiene Ey, que aunque algunos delirios se presentan como “experiencias”
y otros como “ideas”, ambos tipos se caracterizan por ser manifestación secundaria
de un trabajo primario de desorganización psíquica. Desorganización que en el caso
de los delirios altera la constitución de la realidad, como realidad vivida o como
sistema relacional del Yo a su mundo, (30).
Ey considera que como género “la Psicosis” (el delirio) constituye la forma
de enfermedad mental más indiscutida y el fenómeno psicopatológico más
innegable (28) y que por lo mismo los “alienados” son el núcleo central del campo
de la psiquiatría. Entiende que la “Psicosis” del siglo XX o el “Delirio” del siglo
XIX corresponden a formas de enfermedad mental que alteran al sujeto, trastocando
su relación con la realidad. Enfermedades mentales cuya realidad (no física, pero sí
corporal) es ser una desorganización específica de los procesos psíquicos
constitutivos de la realidad (11), es ser una modificación estructural de la
reactividad psíquica normal (27). Por eso insiste en la necesidad de “encarnar”, de
“in-corporar” a los delirios (experiencias o ideas) en estados delirantes, es decir, a la
actividad de delirar.
Ese desorden psíquico es evidente en los casos donde la expresión delirante
no puede separarse del contexto (experiencias delirantes agudas), igual que el
fenómeno soñar es inseparable del estar durmiendo. En cambio en las formas de
delirio crónico, es necesario reconocer ese trabajo destructivo, presente “por detrás”
de los distintos discursos que los caracterizan y diferencian (26a). Es aquí donde
cobra todo su interés y valor el trabajo de K.Jaspers sobre los delirios de celos (36),
ya que al desarrollar su concepto de “proceso psíquico”, obligó a considerar
nuevamente a todos los delirios como “estados delirantes”, donde los contenidos
temáticos son los productos resultantes de diferentes procesos de desorganización.
Por consiguiente, todos los delirios son procesuales y los productos temáticos son
secundarios y en cierto modo contingentes (12 p.19). K.Jaspers en ese estudio (que
es analizado por Ey en varias partes de su obra y especialmente en:
26:p.797,p.819,p.1272) distingue al lado de los celos normales (desarrollos) dos
formas de delirios de celos: los delirios secundarios a un proceso físico-psicótico y
los delirios de celos, consecuencia de un “proceso psíquico”. Este proceso
psíquico consiste “en una transformación del sentido de la existencia, es un
cambio de dirección que metamorfosea a la personalidad, de una vez para siempre”
(26 p.823).

(3) La unidad del campo de conciencia actual y sus desestructuraciones:


las psicosis agudas.
El análisis de las “crisis agudas y subagudas, paroxísticas, intermitentes o
periódicas” que Ey presenta en 1954 (13) con el nombre de “psicosis agudas”
constituye una de las partes más importantes de su obra (la descripción que hace en
1950 (12 p.31-49) no es presentada con la sistematización dada posteriormente al
conjunto de los episodios agudos).
Analizando la serie continua de sindromes psicopatológicos “agudos” que
sólo artificialmente pueden ser separados (manía, depresión, psicosis delirantes
agudas y confusión mental), Ey considera que todas estas psicosis agudas, son
“delirantes y alucinatorias”, en tanto son estados que desorganizan la actividad
perceptiva, entendida como la actividad que ordena “las categorias del sistema de la
realidad” (26 p.18-20), aunque distinguiendo niveles diferentes en esta
desorganización. Por un lado se refiere a los llamados actualmente “síntomas
psicóticos congruentes” de los sindromes maníacos y depresivos (3, p.377), como
delirios “statu nascendi” (13 p.62 y p.132) absorbidos por el trastorno del humor, y
considera al delirio onírico (13 p.349), actualmente, delirium (3 p.124) como una
experiencia delirante típica que frecuentemente desaparece bajo la confusión. Por
otro lado describe (13 p.201-324) aquellas experiencias psicóticas donde la
semiología delirante y alucinatoria aguda constituye lo nuclear (“bouffées
delirantes”, “psicosis delirantes agudas”, “trastorno psicótico breve”)..
Este esquema “natural” de ordenación de esas experiencias delirantes de los
episodios psicóticos transitorios permite resolver varias dificultades diagnósticas,
que actualmente han pasado a ser relevantes al disponer de terapéuticas
diferenciales:
a) posibilita diferenciar lo que es sustantivamente la estructura de cada nivel de
“desestructuración del campo de la conciencia”, de los síntomas “semejantes” de
humor, delirio y alteración de conciencia con que se presentan todos estos
sindromes;
b) permite no cometer el error de diagnosticar comorbilidad valorando en el mismo
paciente como niveles estructurales diferentes lo que sólo es expresión de la atipía
intrínseca de estas formas clínicas o de sus oscilaciones evolutivas;
c) hace posible `lantear de modo lógico lo que continúa siendo una de las cuestiones
centrales de la clínica psiquiátrica: el diagnóstico diferencial entre “experiencia
delirante aguda” y trastornos psicóticos persistentes (trast.delirantes crónicos y
esquizofrenia).
La evolución en el diagnóstico psiquiátrico que sucedió en norteamérica
tuvo que ver, en gran parte, con el error cometido de identificar como
esquizofrénicos a pacientes con trastornos del humor a través de la categoría
“esquizofrenia aguda”. Si bien actualmente se ha reconocido nuevamente el carácter
crónico de la esquizofrenia, sin embargo la variedad y complejidad de las
fisonomías clínicas subyacentes a la categoría “esquizofrenia aguda”, aún no han
recibido una respuesta adecuada. Tampoco el clínico encuentra el modo de codificar
satisfactoriamente las recíprocas relaciones evolutivas entre las psicosis transitorias
y las psicosis persistentes. Esta afirmación deriva del análisis de la evolución
llevada a cabo en las categorías diagnósticas “psicóticas agudas” (trastornos:
esquizofreniforme, esquizoafectivo y psicótico breve) que aparece insuficiente al no
disponerse de un modelo conceptual, por ej. como el propuesto por H.Ey.

(4) Delirios crónicos (19, 12, 33).


La tesis que sostiene que la expresión delirante es sólo el producto
secundario y contingente de las enfermedades destructivas que son las psicosis (o
enfermedades delirantes) permite a Ey afirmar:
a) que todas las enfermedades que alienan al paciente son enfermedades delirantes
propiamente dichas, presenten o no un delirio semiológico,
b) que la enfermedad delirante paradigmática, por ser la más destructiva, es la
esquizofrenia, tanto que en su evolución con frecuencia los contenidos delirantes se
vuelven progresivamente incoherentes, opacos, abstractos (33 p.209-215). La grave
alteración de la realidad que opera el proceso esquizofrénico al trasmutar la persona
del paciente, llega incluso a no hacer posible la identificación semiológica de
alucinaciones y de contenidos delirantes. Ey sostiene que los cuadros “gravemente
evolutivos” (10) que denomina “formas kraepelinianas” son, por la misma razón, las
formas más psicóticas, más alienantes, las más delirantes. Aún cuando, completada
su rápida evolución al déficit la mayor parte de estas formas graves no se presenten
con temáticas delirantes.
c) que diagnosticar y clasificar las distintas formas de delirar crónicamente implica
percibir su estructura diferencial. Estructuras delirantes que no son tan variadas
como lo planteó la escuela francesa, ni tan homogéneas como para considerar a
todos los delirios crónicos dentro de la enfermedad esquizofrénica (26a).
Ey describe tres estructuras (o especies) dentro del “género delirante
crónico”. Aceptando la distinción tradicional de las formas paranoicas (delirios
sistematizados) y de las evoluciones esquizofrénicas (aunque no en base a criterios
simplistas), entendió que era necesario reconocer la existencia de una tercera
estructura delirante crónica. Diagnosticando estructuralmente algunas evoluciones
delirantes describe el delirio crónico fantástico (reuniendo las parafrenias fantásticas
y confabulantes de Kraepelin) donde existe un extraordinario contraste entre la
irracionalidad de las creencias delirantes y el pensamiento y las conductas del
paciente. El análisis positivo y diferencial de este tercer tipo de estructura delirante
crónica permite a Ey profundizar en el conocimiento de las otras dos formas de
delirios, y también reconocer que estas distintas maneras de existir
patológicamente, pueden modificarse en su evolución, cambiando de estructura, de
sentido.

(5) Esquizofrenia.
De esta cuestión, siempre en el centro de los intereses especulativos y
prácticos de Ey (15, 18, 20, 31) y desde su óptica se hacen reflexiones sobre la
esquizofrenia en los sistemas actuales.
a) Del DSM-III al IV se observa un pasar de “síntomas psicóticos positivos” a
referirse progresivamente a los síntomas “negativos”. Síntomas que formando parte
fundamental de los períodos prodrómicos y residuales constituyen de hecho la
semiología más “sólida” para el diagnóstico de esquizofrenia (especialmente si se
tiene en cuenta el carácter secundario y la tratabilidad de los síntomas llamados
“positivos”). Esta evolución dirigida a reconocer el fondo deficitario de esta
enfermedad constituye un esbozo de los desarrollos de Ey respecto a la relación
síntomas primarios/síntomas secundarios en esta enfermedad. Un esbozo de lo que
debieran ser, si se operase desde un modelo psicopatológico adecuado, los análisis
psicológicos de estas formas de patología crónica. El reconocimiento de esta
exigencia de una semiología estructural parece vislumbrarse en la posibilidad que se
ofrece de utilizar “descriptores dimensionales alternativos” (3 p.710) para establecer
los subtipos clínicos de esquizofrenia.
b) Con una noción de esquizofrenia como la que Ey presenta en su obra (31, 33) y
si se procediera según el análisis clínico y lógico de esta unidad patológica (que
presentó en el II Congreso Mundial de Psiquiatría en Zürich (20), esta enfermedad
no sería dividida en su diversidad como sucede en el DSM-IV. Codificada la
esquizofrenia en el eje I, sin embargo las formas “esquizotípicas” le son retiradas y
ubicadas en el eje II, valoradas como “trastornos de la personalidad”.
c) Sin embargo el considerar a los trastornos esquizofrénicos esquizotípicos como
trastornos de personalidad es interesante desde el modelo de Ey ya que puede ser el
inicio de una reordenación global del sistema. Reordenación que reconociendo a la
la esquizofrenia como una desorganización del sistema de la personalidad al modo
que lo entiende Ey, se convierta progresivamente en una clasificación más natural.
Clasificación que se desarrolle en la línea de percibir las dos dimensiones psíquicas
que distingue el modelo órgano-dinámico, donde las desorganizaciones “de la
personalidad” integran otras “especies patológicas”, además de los trastornos de
personalidad de los sistemas actuales.
d) Por otro lado, el DSM-IV abre la posibilidad de volver a reconocer las formas de
esquizofrenia simple (3 p.713), fundamento último de la síntesis kraepeliniana, y
que habían desaparecido de hecho de los sistemas de clasificación. Es decir que
también, por la vía de este trastorno “deteriorante simple”, aceptado como un
“cambio evidente de personalidad” puede ser considerada la enfermedad
esquizofrénica como una desorganización del sistema de la personalidad.

(6) Psicosis/neurosis.
Dos son las razones de incluír esta referencia sobre las neurosis en relación a
la cuestión delirio/psicosis.
En primer lugar porque Ey reitera a lo largo de su obra que siendo el
problema diagnóstico fundamental diferenciar la vida psíquica normal de la
patológica, la distinción neurosis/psicosis es, en consecuencia, secundaria, ya que
ambos trastornos son “especies” de un mismo género patológico (28, 30). Al
profundizar los estudios psicopatológicos y los intentos terapéuticos se desdibuja la
diferencia establecida tradicionalmente entre neurosis/psicosis “imponiéndose
naturalmente la idea de una forma menor de enfermedad mental”, la neurótica. Lo
que significa afirmar que entre salud mental y neurosis hay una diferencia mayor
(porque es una diferencia cualitativa) que la diferencia que hay entre una estructura
neurótica y una psicosis (donde la diferencia sólo es de grado de alteración). Por eso
“la neurosis no es una defensa sana contra la psicosis, porque ya es un primer grado
de caída en la psicosis” (28). Procediendo de este modo Ey insiste (14, 17, 26b,
32), que entre las diversas formas de enfermedades mentales, especialmente entre
neurosis y psicosis, la experiencia clínica evidencia la existencia de anastomosis
variadas que hablan de una continuidad evolutiva. Este reconocimiento que rechaza
las clasificaciones simplistas, no significa un retorno a la idea de “monopsicosis”,
sino que apunta a la necesidad de analizar la evolución estructural típica de formas y
de niveles.
En segundo lugar, porque la psiquiatría actual que distingue bien entre las
variaciones psíquicas normales y las patológicas y que reconoce el carácter severo
de los trastornos “neuróticos” (de somatización, obsesivo-compulsivo, fóbicos), sin
embargo no se interesa mayormente por los análisis psicológicos. El desarrollo
actual de una psiquiatría “a-psicológica” junto a la no utilización del término ni de
los conceptos tradicionales de neurosis parece reflejar el temor a retornar a modelos
parciales de enfermedad mental (como el psicoanalítico por ej.). Esta tendencia
evolutiva, podría ser reorientada por modelos que como el órgano-dinámico, al
posibilitar corregir los excesos de dichos modelos hegemónicos hace posible no
perder la riqueza que sus desarrollos han aportado al saber y a la praxis psiquiátrica.

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