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EL REGISTRO

En la pequeña sala del señor Edmundo Martínez, toda la familia presenciaba las noticias de la
noche; habían, según los noticieros, pasado ya cuatro días, desde que el Ministerio había emitido
el acuerdo y las dependencias estaban totalmente abarrotados desde la madrugada, hasta altas
horas de la noche. En especial ese cuarto día, en la que principalmente la dependencia
departamental del ministerio, había extendido las horas de atención, desde las seis de la mañana,
hasta las ocho de la noche, y aun así, muchas personas, según el reporte, llegaron desde pasados
la media noche, para tratar de salir ese mismo día.

-En el parque se prepara un buen número de muchachos para partir mañana, -dijo Sabina fijando
una mirada de incitación a su hijo, -y según dicen, no es bueno quedarse fuera del registro, pues el
Ministerio podría tomar serias sanciones.

-Iré a ver si puede haber espacio aún en el carro para que vayas -dijo Edmundo a su hijo mientras
se levantaba para marchar hacia el parque.

Benedicto se levantó inmediatamente para seguir las órdenes paternas y fue a buscar algo de
ropa, una cobija, pues era claro que irían en la carrocería de un pickup, y lo principal, su
documento de identificación y otras cosas. Su madre fue a prepararle la cena, y también a
prepararle algo que por lo menos le durara un día entero.

El padre regresó agitado, y les dijo que el pickup había partido, pero que otro grupo, encabezado
por el señor Fausto, saldría a la una de la madrugada y que había reservado el lugar de Benedicto y
que por el momento solo era cuestión de esperar a que llegara la madrugada.

Partieron no bien se iniciaba la madrugada, y entre bromas y relajos, llegaron a la ciudad estando
todavía oscuro. Había mucha gente. Al parecer la mayoría había optado por quedarse allí la noche,
pues no eran pocos los que dormían envueltos en su cobija, pegados a la pared de las casas y
edificios, a lo largo de los cuales se extendía la fila.

Inmediatamente se colocaron detrás de la última persona, éste, un viejito de unos setenta y cinco
años, que estaba, como los demás, sentado sobre la marquesina, apoyándose en la pared y que
roncaba fuertemente. El rumor de los que se agregaron hizo que se despertaran los que estaban
casi de último

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