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Unidad 2: Síímbolo, Religioí n, Mito y Ritual.

Los símbolos como objeto de estudio de la Antropología

La Antropología simbólica es enfoque que considera la cultura como un sistema compartido de


símbolos y significados; se preocupa por aspectos de la cultura metafóricos, encubiertos y cargados
de sentido. Analiza elementos como arquetipos, signos, símbolos, factores externos y su
significación. Pero especialmente lo encubierto, lo que se esconde detrás de la apariencia cultural
manifiesta. Aborda el nivel connotativo, lo implícito. El símbolo, que es aquello que tiene la función
de sustituir una realidad por una manifestación metafórica, se evidencia en la relación de los
grupos sociales y la manera en que los sentidos de cada uno luchan por imponerse sobre los otros.
Aquí se refleja aquello de la polisemia del símbolo y la cultura. Alrededor de cada elemento cultural,
humano, se tejen varias redes de sentido, entre ellas las que dan la razón de ser y estar de las
personas. Cada sujeto y su sociedad construyen sentido a partir de aquella estructura simbólica,
pues depositan su esperanza, su existencia. Pero también puede evidenciar la manipulación de
ciertos grupos sobre otros. La antropología simbólica trabaja con símbolos, que son construidos
cultural-dialéctica e históricamente, porque se conforma gracias a la acción de personas unidas
socialmente, lo que provoca cambios constantes, que tienen lugar en diferentes contextos
históricos, por lo que algún momento la realidad será transformada y desaparecerá. Para esta
corriente antropológica el símbolo es una fuente de sentido, que se encuentra en los imaginarios de
la gente, en las sociedades, contribuyendo a la formación de ciertos comportamientos relativos al
significado que se le otorga. Observa también la función política de lo simbólico, tanto en el pasado
como en el presente; puede estudiarse la instrumentalización por parte de grupos interesados en
mantener su posición hegemónica. Esta antropología interpretativa considera que el símbolo
permite al sujeto constituirse un sentido de existencia, que puede proyectarse hacia acciones
colectivas futuras de cambio social. Los símbolos aportan referentes de acción en las personas, en
los pueblos, y contienen todo un universo de significación en su interpretación; la vida misma es
simbólica, por ello los seres humanos no se conforman con respirar, alimentarse, etc., sino que le
agregan sentido a cada cosa que hacen, a cada aspecto de su vida. Si aceptamos que la evolución
de la conducta cultural está directamente relacionada con el desarrollo del cerebro humano, hasta
hacer posible el pensamiento abstracto, las creencias y la expresión a través del lenguaje,
entonces, los seres humanos no solo transmiten datos materiales, sino sobre todo, significados
complejos. No aceptan tan solo el hecho de “vivir”, sino que buscan el sentido detrás de “todo

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esto”, por lo que cada cosa o situación estaría plagada de significaciones escondidas a la
percepción sensorial inmediata. Así, los seres humanos construyen sistemas de símbolos, que
sirven a su vez para construir el sentido de la existencia, la trascendencia a lo evidente. A pesar de
que las actitudes son modeladas socialmente por el sistema imperante, los seres humanos poseen
maneras de expresarse alternativa y legítimamente, por medio de símbolos diferentes a los
formales. Tal vez, las luchas de poder sean confrontaciones simbólicas, porque el símbolo expresa
todo el acumulado social, histórico y subjetivo que un pueblo puede representar, de ahí su poder
innegable. Por ende, quizás solo el universo simbólico sea capaz de proyectar la totalidad que
implica la humanidad; tal vez solo el símbolo pueda exteriorizar emociones, sensaciones, valores,
ideas, pasiones, desencantos, sentimientos implícitos, etc., todo a la vez. Por eso, representa lo
aprendido en el pasado, lo vivido en el presente y se impulsa hacia un futuro más esperanzador,
construyendo el sentido de la existencia. Es posible señalar que el proceso de hominización no se
habría completado sin el logro de la habilidad para crear componentes simbólicos, que como vimos
anteriormente, expresan todos los niveles cognitivos posibles: sensitivos, afectivos, intelectivos.
Entonces, el lenguaje simbólico no es de manera alguna, inferior a otro tipo como se ha pretendido,
sino que es un factor esencial en la manifestación del ser humano como tal, de lo contrario se
estaría afirmando que el humano es una especie movida por mecanismos ajenos a su elección. Ese
desarrollo filogenético (a través del tiempo) se repite a nivel ontogénico (individual), pues el niño
ha fortalecido su sistema nervioso central, en cuanto ha sido capaz de expresarse a nivel simbólico,
cuando ha empezado a simbolizar el mundo de relaciones sociales que se le va presentando, es
decir, cuando ha superado la mera intuición intelectiva. Es más, la pretendida inteligencia no es
más que la capacidad de transmisión y ordenamiento de imágenes, por lo que la habilidad para
configurar lo simbólico es determinante. Así, lo biológico y cultural establecen una relación
dialéctica, manifestada en un trayecto antropológico, por medio de esquemas (generalizaciones
básicas de las imágenes), arquetipos (proyección de imágenes inconscientes, innatas, que enlazan
las imágenes y lo racional) y los símbolos. De otro lado, la simbología también cumple con el
propósito de ofrecer mayores posibilidades de enfrentar crisis personales, sociales y económicas.
Por ejemplo, cuando ha sucedido la pérdida de un ser querido, los creyentes suelen recurrir a la
simbología religiosa para consolarse, sosteniendo la existencia de un “más allá” que dará cobijo al
espíritu del difunto. El funeral, la forma en que lo despiden, las oraciones, las lápidas, todo tiene un
papel simbólico que ayuda a enfrentar la situación. Un músico o un poeta, un artista, convierte en
símbolo su dolor, sus alegrías, sus quejas, su incertidumbre y su descontento y muchas veces, solo
quien ha vivido en su contexto puede inferir el significado de sus obras. También, cuando en una
manifestación callejera, las personas queman una bandera o alguna foto de un mandatario o una
imagen con la que no concuerdan y por la que protestan, se está dando un pequeño acto de

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eufemización simbólica, porque ayuda a mantener el ánimo en los manifestantes y les provoca un
sentimiento de victoria.

La Religión

El enfoque antropológico de la religión responde a dos tradiciones predominantes: la intelectualista


y la simbolista, con sus respectivas subdivisiones. Según TYLOR, en cuya opinión la religión
primitiva surgió de la creencia de las gentes en Espíritus o seres deiformes (véase ANIMISMO), la
primera se denomina «intelectualista» porque la religión se ve como un sistema explicativo. Las
gentes, se decía, invocaban sus creencias en espíritus o dioses para explicar eventos naturales y los
fenómenos del mundo que les rodeaba. El enfoque simbolista, derivado de DURKHEIM (1915),
considera la religión como marco de declaraciones simbólicas sobre el orden social, no como credo
explicativo. Las creencias, los RITUALES y los MITOS pueden reforzar nociones de autoridad, pero
no reflejan el intento de las gentes por explicar por qué existe ésta en primer lugar. De ahí que, a
juicio de los simbolistas, la religión no pretende resolver problemas intelectuales ni empíricos. La
definición intelectualista de TYLOR nació de su teoría de la EVOLUCIÓN cultural y el desarrollo de la
razón humana. Vio la MAGIA, la ciencia y la religión como manifestaciones del intelecto humano y,
aunque diferentes entre sí, de coexistencia igual de probable en todas las culturas humanas. La
magia no era sino una forma de ciencia errónea. Mientras que el supuesto científico podía revelarse
verdadero o cierto mediante pruebas empíricas, la magia trataba de resolver problemas mediante
asociaciones de ideas que simplemente parecían ajustarse entre sí; aportó como ejemplo la
consideración griega de que el amarillo de un anillo de oro podía absorber al de la ictericia y, así,
curarla. Pero ciencia y magia eran similares por cuanto que buscaban conexiones causales en una
naturaleza ordenada; y diferían de la religión por la creencia en seres espirituales, más que en un
poder impersonal, con ascendencia sobre el mundo. LÉVI-STRAUSS volvió en parte sobre las ideas
de Tylor para demostrar con detallados análisis de los mitos, el ARTE y las costumbres que magia,
ciencia y religión deben ser consideradas de hecho conjuntamente a modo de premisas de la
capacidad humana de clasificación lógica. Uno de los principales estudios de Durkheim, The
elementary forms of the religious Iife (1915), no atendió a la veracidad o falsedad de las creencias
religiosas, sino que una vez más insistió en que muchas de las religiones del mundo y la historia se
basaban en la necesidad humana y, por tanto, no cabía considerarlas ilusorias. Encontró
inadecuada la definición de Tylor de religión como creencia en entidades deiformes y argumentó
que se requería un concepto más amplio: el de lo SAGRADO. Todas las cosas clasificadas por los
humanos eran sagradas o profanas. El rasgo crítico de lo sagrado era que unía a sus creyentes en
una comunidad moral unitaria. La religión, por consiguiente, tenía sus bases en un grupo social, no
en las psiques individuales. Lo sagrado tenía efectos continuos más que ocasionales en estos

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grupos porque derivaba de una forma anterior de diferenciación social los clanes exógamos, cada
uno de los cuales era simbolizado por un animal o una planta totémicos específicos. Estos objetos
no eran intrínsecamente sagrados, sino que extraían su sacralidad de la vigencia de una especial
relación con lo que simbolizaban. Al analizar la religión, que llamó «totemismo», entre los
aborígenes australianos, Durkheim describió de qué manera cada clan constituía un grupo de
CULTO dedicado a preservar la sacralidad de sus tótems, que, a su vez, simbolizaban el bienestar y
la continuidad del grupo. Adorando a los tótems, los miembros del grupo celebraban en efecto su
propia existencia y continuidad dándole una expresión concreta. Durkheim argumentó que los
tótems no sólo simbolizaban el mundo físico de la flora y la fauna, sino también, y más importante
todavía, la propia sociedad de sus adoradores. Dado que el principio totémico es de una forma u
otra inherente a todas las religiones, al adorar a Dios los creyentes adoraban a la sociedad. Como
símbolo de la divinidad, el tótem lo era también de la sociedad; por tanto, según Durkheim,
divinidad y sociedad eran la misma cosa. Aunque Durkheim se conoce fundamentalmente por su
enfoque simbolista del estudio de la religión, hay mucho en su obra que permite también una
interpretación intelectualista. Por ejemplo, señaló que la religión hace posible el pensamiento
científico al permitir la evolución de una lógica clasificatoria a partir de la organización conceptual
humana de las relaciones existentes entre plantas, animales y grupos sociales totémicoso. Sin
embargo, hasta hace poco ha persistido en la antropología una distinción mayor entre ambos
enfoques. Varios estudiosos proclaman que la expresión religiosa y la organización social tienden a
reforzarse mutuamente.

La discusión de la importancia del simbolismo en los estudios antropológicos de la religión suscita la


cuestión de cuáles son los limites de un sistema religioso. Presumiblemente no todos los símbolos o
rituales de una sociedad son religiosos más que seculares (S. Moore y Myerhoff, 1977). ¿Hasta
dónde habríamos de llevar la definición mínima de religión de Tylor como creencia en seres
deiformes? Durkheim había cuestionado de hecho esta definición al observar que Buda era un
mortal, no un dios, y que no era posible excluir al budismo de la lista de las grandes religiones
mundiales. En el trabajo hasta el momento más exhaustivo, Southwold (1978), estudioso él mismo
del budismo, intentó una definición «politética» de la religión. Indicó que no podíamos esperar que
todas las religiones compartieran el mismo conjunto de atributos, pero que sí cabía esperar que
mediaran entre ellas cierto número de semejanzas que se solapaban. Así, puede que el budismo no
se base en la creencia en un dios, pero ciertamente revela preocupación por distinguir entre lo
sagrado y lo profano, y tiene sacerdotes, mitología, escrituras, posibilidades de existencia
ultramundana, prácticas rituales, preceptos basados en una fe empíricamente indemostrable, y
código ético y sanciones sobrenaturales para sus los transgresores. Estas características, o algunas
de ellas, se encuentran también en otras religiones del mundo, como el judaísmo, el cristianismo, el

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islam (las tres llamadas semíticas), el hinduismo, y también en el shintoísmo e incluso en el
confucianismo, que muchos considerarían un sistema más bien filosófico que religioso, dado que
carece del concepto de lo trascendentalmente místico. El postulado de Southwold fue precisamente
que no podía existir una definición concreta de religión y que debíamos reconocer la multiplicidad
de estos atributos coincidentes como constitutiva de una familia general de semejanzas en el
pensamiento y las prácticas de los humanos. Con la excepción parcial del cristianismo desde la
Ilustración, rara vez se establece una frontera rígida entre una religión y una filosofía o entre ésta y
una ideología, pero éste es un problema que no pertenece a los fenómenos en discusión, sino a
nuestros propios términos de referencia. Lo que puede afirmarse razonablemente es que todos los
pueblos, en cualquier lugar y a lo largo de la historia, han estado dispuestos a actuar, a veces con
frecuencia y otras sólo ocasionalmente, conforme a creencias culturalmente prescritas y que se
considera motivadas por fuerzas que pueden ser impersonales o personificadas, pero que están
más allá de las sustentadas por el común de los mortales. En última instancia, no difiere gran cosa
de la definición original de religión de Tylor, como creencia en entidades deiformes, pero reconoce
la plétora de posibilidades de variación que pueden tener tanto estas creencias como las entidades,
junto con las prácticas pertinentes y sus consecuencias. La antropología había seguido durante
mucho tiempo la convención de distinguir entre religiones del mundo y otras supuestamente no tan
extendidas. Una distinción relacionada pero no isomórfica es la que se establece entre las religiones
que no tienen como premisa la creencia en un Dios superior, quizás el único ser espiritual
permitido, y el POLITEÍSMO (muchos dioses), a veces citado como panteón o grupo de dioses, no
necesariamente ordenado jerárquicamente. Estas distinciones son de utilidad limitada. ¿En qué
sentido son globalmente más completas las religiones semíticas que, digamos, el hinduismo o el
budismo? Cada una se extiende ampliamente por grandes zonas del mundo, pero con importantes
minorías por doquier; del mismo modo, dado que el taoísmo es practicado por un ingente número
de chinos, ¿acaso no puede ser considerado numéricamente, si no geográficamente, de igual
importancia? Más importante aún, hallamos influencias de las diferentes religiones en cada una de
ellas en razón de conquistas y contactos, lo cual hace que su demarcación sea más bien rasgo de
las proclamas del sacerdocio oficiante que convencimiento y práctica de los creyentes. En lo que se
refiere a la religión basada en una creencia central en un Dios superior, tanto el budismo -por las
razones apuntadas- como el hinduismo, con su jerarquía de dioses mayores y menores, caen fuera
de un criterio tan rígido. Dado el papel de Satán en las religiones semíticas, en especial en esas
versiones maniqueas o dualistas que presentan la MALDAD del diablo como fuerza de vigor
potencialmente igual que la bondad de Dios, hemos de preguntarnos si Satán no es realmente otra
deidad, aunque negativa, y si estas religiones no son realmente duoteístas más que simples
ejemplos de MONOTEÍSMO. Una distinción más útil aunque todavía inconsistente es la que media
entre aquellas religiones que reconocen su dependencia de textos escritos que se considera

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importantes y, en algunos casos, árbitros últimos de autoridad moral, y aquellas otras que no
dependen de semejantes escrituras. Los textos sagrados presuponen la existencia de un clero
capaz de leerlos e interpretarlos y, así, establecen una jerarquía de clérigos y creyentes que a veces
sólo tienen acceso a su(s) dios (es) a través de los primeros. Los fundamentalistas religiosos
argumentan que los creyentes se han extraviado del camino «verdadero» hacia el conocimiento de
estos textos, que es el que debe ser estrictamente seguido para retornar a la gente a su religión.
Las religiones que carecen de textos escritos, a veces llamadas «animistas», «panteietae» y
«politeístas», presentes en África, la Amazonia, Papúa Nueva Guinea, la Australia aborigen y zonas
de Malasia pueden abrigar, no obstante, creencias en un Dios superior, aunque cierto es que El o
Ella tienden a ser de limitada importancia y a veces se refractan como fuerza divina inmanente en
espíritus menores y objetos del entorno, como ocurre entre los nuer del Sudán. No están ausentes
las jerarquías sacerdotales de estas religiones atextuales, pero las vinculaciones entre sacerdote y
creyente son más laxas pues éste puede dirigirse directamente a sus antepasados o hablar y
negociar con espíritus a través de un médium o CHAMÁN. Tales distinciones entre religiones
textuales y no textuales, mundiales y locales, son confusas, dado que en todo el mundo es la
interpretación de ambas la que configura la experiencia vivida de la mayoría de las gentes, como
reveló Kapferer en su descripción de las interrelaciones de demonios y budismo en Sri Lanka.
También en todas las religiones, el SACRIFICIO y las ofrendas a entidades deiformes o espíritus
(incluso en el budismo reciben ofrecimientos los espíritus nat) destacan como rasgo común, a veces
adoptando preferentemente la forma de PLEGAJUAS y homenaje antes que la ofrenda de bienes o
la inmolación de animales.

La Magia.

Describe acciones sobrenaturales con fines instrumentales, como conseguir amor o dinero, castigar
a un enemigo o proteger a un amigo. Parece depender de conexiones causales que un observador
racional tacharía de irracionales; es decir, postula conexiones causales que carecen de existencia
demostrable en el mundo natural. Uno de los ejemplos clásicos de sistemas mágicos deriva del
temprano estudio de EVANSPRITCHARD (1937) sobre los azande, pueblo sudanés que creía que
todas las muertes obedecen en última instancia a la BRUJERÍA. Por ejemplo, cuando un hombre
sentado a la puerta de su granero resultaba muerto porque éste se le venía encima, los azande
afirmaban que era un acto de brujería el que lo había matado. Cuando Evans-Pritchard señaló que
la estructura de madera del granero estaba podrida y no podía sorprender que se hubiera venido
abajo, los azande respondieron que marraba el tiro. Cualquiera podía ver que la causa inmediata de
la muerte había sido el estado de la cubierta, pero la pregunta en verdad pertinente era: ¿por qué
se hundió cuando este hombre, y no otro, se había sentado a su cobijo? La brujería, la maldición

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sobrenatural hacia un hombre por parte de un prójimo, era, a juicio de los azande, la causa última
y la respuesta al porqué de los males acaecidos a las personas. Ésta era, en su opinión, una
explicación mucho más satisfactoria que la que tenía al universo por rector de los sucesos
aleatorios. El problema antropológico de la magia es que los antropólogos encuentran prácticas
similares en una gran variedad de culturas, incluida la propia, pese a lo cual se revelan incapaces
de creer que estas acciones logren los fines propuestos. Los complejos problemas epistemológicos
creados por la tendencia del observa dar de educación occidental a tachar de «irracional» este
comportamiento ha llevado a la controversia denominada «debate de la racionalidad». Sobre todo
entre filósofos, con alguna aportación de antropólogos, la controversia toma el problema
antropológico de la magia (y por lo común la monografía de Evans Pritchard sobre los azande)
como punto de partida para desarrollar una elaborada discusión sobre qué se entiende por
racionalidad, creencia, conocimientos transculturales y el problema de la interpretación. En la
literatura antropológica se encuentran dos enfoques básicos del problema de la magia. El primero
afirma que estas prácticas se basan en una teoría del mundo que se revela falsa; el segundo, que
los practicantes no tratan de conseguir un resultado físico directo, sino que persiguen un fin
psicológico. El debate dista de haber terminado. El proponente clásico del primer enfoque, a
menudo tachado de «intelectualista», fue sir James FRAZER, quien dijo que la magia era
característica de los primeros estadios de la cultura humana y tenía por objeto primario el
garantizar la ininterrumpida feracidad estacional, como el retorno de la primavera después del
invierno. Los practicantes no reconocieron en principio la inadecuación intelectual de la teoría de la
causación, y cuando en su día lo hicieron, la RELIGIÓN -con su intento de postular la existencia de
seres sobrenaturales- pasó a ser el modo dominante de aprehensión intelectual, seguido a la postre
por la ciencia, que genera acciones basadas en una teoría de la causación que se aproxima al
mundo tal cual es. El análisis de Frazer apareció en gruesos volúmenes y con una rica prosa que
describía un conjunto de conceptos simbólicos -por ejemplo, que el rey como representante de la
tierra fértil jamás puede enfermar o morir- que enmarcó en una rica narrativa histórica y
etnográfica (Frazer, 1890). El enfoque alternativo sostiene, por ejemplo, que cuando los dinka,
pueblo sudanés estudiado por Godfrey Lienhardt (1961), hacen un nudo en la hierba para retardar
el paso del tiempo, o cuando los isleños de las Trobriand del Pacífico cantan para proteger sus
huertos y propiciar su producción (Malinowski, 1935), no son víctimas de falsas creencias. Usando
como ejemplo las canoas que se hacían a la mar, MALINOWSKI (1948) arguyó vigorosamente que
los trobriandeses no creen realmente que sus recitativos hagan sus embarcaciones más marineras
ni abrigan esperanza alguna de que sus cantos puedan suplir a los conocimientos técnicos o
«científicos», como parecía implicar la teoría de Frazér. El hecho es que dedicaban gran parte de su
tiempo a calafatear y equipar del mejor modo sus embarcaciones. Cantaban, explicó Malinowski,
por el temor que abrigaban de que, a pesar de sus esfuerzos, las olas pudieran volcarlas, de modo

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que el canto mitigaba sus cuitas y expresaba sus esperanzas. El meollo de este enfoque es que la
magia es simbólica en el sentido de que hace referencia a algo más allá de ella misma. Algunos de
estos debates adquieren nuevo significado cuando los practicantes son occidentales mejor
informados, porque creen en una teoría de la magia al tiempo que tienen acceso a una teoría
«científica» de la naturaleza. Si la magia es resultado del desconocimiento de modelos mejores,
entonces no debiera darse donde estos modelos forman parte integral de la cultura. Luhrmann
(1989) describió tal práctica entre «neopaganos» contemporáneos de Inglaterra y Norteamérica
que practican la magia con fines a veces puramente instrumentales. Dijo que sus acciones deben
comprenderse como desarrollo fortuito de un enfoque intrepretativo en el que el saber del experto
y la experiencia acumulada (a menudo emocional) llevan a la racionalización. Este desarrollo
interpretativo es característico de todos los especialistas, no sólo magos, y confiere al sistema
refuerzo y poder. El estudio de la conjuración de magia es un sub campo del más general de la
magia. Está claro que conjurar la magia (el intento deliberado de engañar a una audiencia que se
sabe engañada) no implica la misma clase de problemas intelectuales que el estudio de la magia
como acción instrumental. Sin embargo, la conjuración de la magia puede entenderse como
dependiente de la esperanza popular de que existe esa causa sobrenatural y de la complacencia
humana en la ilusión, tanto como quizás de la necesidad de fantasía. Un excelente ejemplo de este
enfoque es el estudio de Lee Siegel (1991) acerca de la conjuración de magia en la India, que no
sólo explora la ilusión explícitamente con la teoría, sino que usa el propio texto (en secciones bien
delimitadas) para jugar con la capacidad del lector de dejar su escepticismo en suspenso.

Los Mitos y La Mitología.

"Mito" es comúnmente usado para definir la narrativa puramente de ficción a menudo en torno a
personas, acciones o sucesos sobrenaturales, aunque también encierra las ideas populares acerca
del mundo natural y eventos históricos en una cultura dada. De hecho, implica que el grupo que
narra el mito cree en él. Mito (mythos) es el término griego antiguo por relato o, más exactamente,
lo que denominaríamos «historia», que en rigor es también griego e inicialmente fue una mera
recopilación, exenta de valoración o crítica, de las diferentes versiones acerca de un suceso. Y la
mitología (mithologia) no era en principio sino la narración de dichas versiones; en su momento
llegó a insinuar que las historias eran fantásticas o implausibles, a menos que encerraran un
significado distorsionado u oculto; pero no fue hasta el último período del latín que mythologia,
como se entiende hoy, pasó a ser la compilación, interpretación y estudio de esas historias, hoy ya
no sólo de la tradición clásica grecorromana, sino de culturas de todo el mundo. Las historias más
antiguas son la escritura y consistían en una versión oral que pasaba de boca en boca, generación
tras generación, a veces durante milenios, cuidadosamente conservada como patrimonio sagrado

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de identidad cultural con ayuda de diferentes artes mnemotécnicas: embellecimiento de situaciones
genéricas y frases hechas, reforzadas por cadencias musicales, ritmos, danzas y, en algunas
culturas, recursos pictóricos o emblemáticos. Lo que pretendía ser una versión exacta se convertía
inevitablemente, por ausencia de registro escrito, en una presentación en constante evolución para
estar a la altura de los nuevos intereses de la audiencia, y para asimilar eventos más recientes: de
modo que la tradición oral puede incorporar elementos del lenguaje y sucesos históricos de
antigüedad distinta, y ofrece un registro arqueológico del sentir de un pueblo acerca de sus raíces y
su identidad cultural, su evolución religiosa, psicológica y social. Estas narraciones han superado el
paso del tiempo aligerándose de aspectos de interés marginal y reemplazándolos por un ajuste más
acertado a las ansiedades más profundas y menos conscientes del oyente. Estas historias en
imperceptible evolución fueron aceptadas como verdad factual y tuvieron una gran influencia en el
modo de estructurar e interpretar el medio empírico por cada cultura. Lo que a los extraños podía
parecerles implausible resultaba validado por hechos reales, al menos en la medida en que el mito
ofrecía una manera de experimentarlos. El proceso de transmisión oral, además, requería que los
oyentes participaran en la ocasión comunal del relato histórico ofrecido por el narrador, y lo
expuesto formaba una entidad que venía a ser una renovación tácita de la identidad cultural, sin
dar cabida a la crítica o al rechazo de detalles. La invención de la ESCRITURA, que inicialmente no
era sino una herramienta burocrática de registro, permitió la transcripción de esas narrativas,
tomadas inicialmente de viva voz y, así, fijadas de modo que se ponía fin al proceso evolutivo. Sin
embargo, el texto cumplía más bien la función de recordatorio, ahora codificado y para
representación pública, más que como algo que leer en contemplación solitaria y silenciosa. En el
mundo occidental, el arte de leer se retrasó varios siglos respecto de la escritura como mero
estímulo de la memoria en la tradición helénica. Durante este período, que corresponde a la era
clásica griega, se crearon nuevas versiones de los mitos por autores que las destinaban a ser
representadas en público, bien como exégesis de las antiguas, bien con la incorporación de
perspectivas contemporáneas que a veces llevaban consigo las primeras indicaciones de duda
acerca de la veracidad absoluta de la tradición. A medida que los autores y sus audiencias, que
progresivamente se convertían en lectores, empezaron a elegir o a yuxtaponer versiones y
juzgarlas, el mito se aleja de la realidad y muestra aspectos de falsedad. No obstante, los mitos no
fueron rechazados sin más, pues entrañaban la identidad cultural, y estaban reflejados en el arte
de la era clásica y anterior, patrimonio éste que aumentaba de valor a medida que los griegos se
diseminaban entre otros pueblos poliglotas para quedar a la postre integrados en un mundo
controlado por el creciente poder de Roma. Su dominio de las artes significaba que muchas otras
culturas habrían de acoger en no poca medida los mitos helénicos para incorporarse al mundo de la
cultura elitista. Una vez perdida la confianza en su validez factual, el mito ha pervivido como
producto de orgullo cultural. Se descubren nuevos significados en las viejas historias para justificar

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su perpetuación, significados que en algún sentido perviven gracias a los aspectos universales
resultantes de su modo de evolución desde las tradiciones orales pre-alfabéticas. La universalidad
de los mitos hace que de alguna manera conserven su veracidad. Los contactos entre culturas han
llevado a las comparaciones entre diferentes tradiciones míticas. A veces, este contacto inicial se
desarrolló como investigación recíproca de los mitos respectivos en un intento de contrarrestar las
opiniones divergentes sobre la religión o la realidad. Del mismo modo, los sucesos comunes entre
culturas pueden ser usados para justificar diferentes explicaciones teóricas: como modelos
instintivos de pensamiento (o arquetipos), desarrollo psicológico comunal o personal, o elementos
estructurales del lenguaje o la sociedad. Dado que la mayor parte de esta interacción cultural se
debió a la expansión colonial europea y su concomitante proselitismo misionero, el sesgo del mito
clásico es a menudo puesto de manifiesto como base para ampliar nuestro conocimiento de los
mitos de otros pueblos y para proyectar en ellos nuestra manera de ser y entender el mundo.
Varios otros términos se hallan a veces en lugar de mito, en particular en la era moderna, para
matizar a la baja su supuesta validez aunque manteniéndolo dentro del legado de una identidad
cultural que se amplía. Estos términos lo categorizan según la temática: «saga» (tradiciones
históricas, generalmente en prosa y de origen nórdico), «leyenda» (relato histórico, originalmente
la vida de un santo), «Cuento de hadas» (relato sencillo y con fines educativos para niños, que
incluye hadas, ogros, magos, brujas y similares, parecidos a los recogidos de las tradiciones orales
por los hermanos Grimm), «fábulas» (relato en el que por lo general los animales actúan como
personas) y «FOLCLORE» (creencias y costumbres que persisten irreflexivamente en un pueblo
como tradiciones orales). Dejando aparte el ámbito particular abordado por el mito y su notorio
alejamiento de la credibilidad, estos términos no difieren del más generalizado de «mito».

Lo Sagrado.

Denota una clase de objetos, eventos y seres que una cultura define como diferentes de los que
presenta la realidad común. Como adjetivo, «sagrado» se refiere a una cualidad diferencial, ajena y
más importante que cualquiera que quepa al mundo profano. En muchos casos implica un nexo con
un orden de existencia invisible o sobrenatural. Una iglesia o un sacerdote pueden ser sagrados por
asociación. Los objetos sagrados son comúnmente centrales a todas las religiones como a los
rituales seculares. En algunas culturas, aunque no en absoluto en todas, las cosas sagradas se
consideran con especial reverencia, unción y temor (Eliade, 1959). Lo sagrado ha sido siempre
tema importante de todos los estudios antropológicos sobre la religión. Émile DURKHEIM (1915)
señaló que los objetos sagrados son símbolos del sistema social. Por representar a la sociedad, lo
sagrado proporciona un foco tangible para la expresión e inculcación de sentimientos de
dependencia en el grupo. La demarcación de este ámbito sagrado, dijo, es la raíz de toda religión.

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Max WEBER (1946) correlaciona los conceptos de lo sagrado con diferentes tipos de religión.
Mientras que las religiones «primitivas» ven lo sagrado como intrínseco a todo el mundo en
derredor, las religiones mundiales concentran lo sagrado en unos pocos objetos, deidades y
personas. Más recientemente, los antropólogos simbolistas han llevado su atención al significado de
los símbolos sagrados. Clifford GEERTZ (1973), por ejemplo, argumentó que los símbolos sagrados
contienen complejos mensajes, sanciones acerca de la sociedad y valores que sirven para que la
definición del mundo por una cultura parezca real y justa.

El Ritual

Estrictamente se refiere a los actos formales y prescritos que tienen lugar en contexto con el culto
religioso -runa misa cristiana, por ejemplo- o con el sacrificio a los espíritus de los antepasados. En
este sentido, celebrado por muchos de los primeros antropólogos, ritual se opone a teología como
práctica a teoría. Más comúnmente, no obstante, los antropólogos usan «ritual» para denotar
cualquier actividad con un alto grado de formalidad y un propósito no utilitario, uso que no sólo
comprende las actividades claramente religiosas, sino también eventos como festivales, desfiles,
iniciaciones, juegos y salutaciones. En su sentido más amplio, «ritual» puede referirse no a alguna
clase de evento particular sino al aspecto expresivo de toda actividad humana. En la medida en que
vehicula mensajes acerca de la posición social y cultural de los individuos, cualquier acción humana
tiene una dimensión ritual. En este sentido, incluso actos tan mundanos como plantar un campo y
elaborar alimentos comparten un aspecto ritual con el sacrificio y la misa (Leach, 1954). El ritual
proporciona a los antropólogos una de las fuentes de información más ricas sobre las culturas, cuya
mitología respectiva ritual explica y dramatiza; en las representaciones navideñas, por ejemplo, los
actores representan con gran detalle el hilo central de su religión y aun donde esa dramatización
explícita está ausente, el ritual contiene un caudal de información simbólica acerca de los mundos
sociales y culturales de los participantes. El proceso de una pelea de gallos balinesa no sólo ilustra
acerca de estas agrupaciones sociales sino también sobre las nociones balinesas acerca del tiempo,
de lo bueno y lo malo y de la vida y la muerte (C. Geertz, 1973). En consecuencia, la observación y
el análisis del ritual han sido un tema de interés primario de la antropología a lo largo de la historia.

Tipos de ritual
Los antropólogos han desarrollado numerosas clasificaciones de ritual, distinguiendo entre los
fenómenos anuales, los referidos a ciclos de vida, las ceremonias civiles, los rituales de rebelión y
muchos otros. Una categoría que engloba a muchas de estas ideas es la de los rituales de
transición, a menudo denominados «RITOS DE PASO»): los que se dan cuando las gentes cruzan
determinadas líneas divisorias en el espacio, en el tiempo o en la posición social. La transición de

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niño a adulto, por ejemplo, suele implicar un ritual de iniciación; las transiciones al matrimonio, a la
muerte y a la condición de miembro de un grupo son ocasiones de ceremonia en casi todas las
sociedades. Similarmente, la mayoría de las sociedades celebran el paso de un año a otro y de una
estación a otra. Incluso el traspasar una frontera nacional puede ser ocasión que convoque el
despliegue de uniformes, pasaportes y parafernalia ritual. Por darse en las fronteras de las
categorías culturales, los ritos de paso proporcionan una valiosa clave de las clasificaciones sociales
y temporales de la sociedad que los acoge. Más aún, pueden suministrar una perspectiva sobre las
operaciones básicas de la mente humana. Como han demostrado Amold van GENNEP (1960) Y
Victor TURNER, los ritos de paso presentan una notable uniformidad de estructura dentro y entre
culturas. Tienden a dividirse en tres estadios distintos, conocidos como separación (de la condición
o estado previos), liminalidad (ni una cosa ni otra) y agregación (al nuevo estado). Cada uno de
estos estadios tiene características propias; en la fase liminal, por ejemplo, los rituales implican a
veces inversión de roles, actividad caótica y la equiparación de distinciones de posición (Turner,
1968; Leach, 1961 b, pp. 1-10). Estas similaridades transculrurales sugieren la existencia de un
modelo universal de CLASIFICACIÓN y simbolismo humanos. Otra importante clase de rituales la
conforman las ceremonias de sanación. Todas las culturas poseen algún medio ritual para curar la
ENFERMEDAD: desde los encantamientos mágicos individuales a las ceremonias de exorcismo y
ministerio del sanador. En la mayoría de los casos, estos rituales asignan una causa espiritual al
mal físico, que resuelven exorcizando o apaciguando al espíritu responsable. Dado que estos
rituales vinculan el cuerpo individual con el mundo social y espiritual, suelen contener un
considerable caudal de información acerca de los conceptos de la cultura en cuestión sobre la
persona y el universo. Además, como a menudo surten efecto, las ceremonias de sanación
presentan un intrigante problema a la ANTROPOLOGíA MÉDICA Y a la ANTROPOLOGÍA
PSICOLÓGICA, pues demuestran la íntima conexión entre mente y cuerpo, relevante tanto para la
antropología como para la práctica médica.

Funciones del ritual


Gran parte del estudio antropológico del ritual se ha dedicado a su función, a la medida en que el
ritual sostiene y reproduce el orden social. DURKHEIM (1915) vio en el ritual la fuente misma de la
sociedad; era reuniéndose con otros en el ritual como el hombre primitivo experimentaba su
pertenencia a la sociedad y sentía la «efervescencia colectiva» que mantenía la solidaridad
comunal. Durkheim también reconoció, al igual que MALINOWSKI, RADCLIFFE-BROWN y otros
funcionalistas, que el ritual constituye una espectacular declaración del origen mitológico de una
sociedad. En el ritual, los individuos representan a menudo los MITOS en torno al origen de la
SOCIEDAD, y al hacerlo sancionan concretamente la legitimidad del orden de cosas establecido.
Incluso cuando los rituales no invocan explícitamente mitos, su estructura tiende a reflejar y

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reforzar las distinciones sociales. La distribución de los asientos en una cena de gala, por ejemplo,
deja clara las posiciones jerárquicas de los comensales. Tanto en su contenido como en su forma,
el ritual tiende a representar y legitimar la estructura social. Los rituales son particularmente
importantes en momentos de transición, cuando la estructura social se encuentran en su punto
más débil. Toda transición social crea una reacción en cadena en un sistema de relaciones; si una
muchacha cambia de pronto a mujer, o un hombre a rey, la posición de sus allegados cambia
igualmente de golpe. Los ritos de paso subrayan estos cambios, permitiendo que los actores se
incorporen a nuevos roles y relaciones. Con frecuencia incluyen un elemento didáctico, instruyendo
a la persona en las tareas y responsabilidades de su nueva posición. En muchos ritos de pubertad,
muchachos y muchachas aprenden la sabiduría práctica y mágica que necesitarán para ejercer
como hombres y mujeres adultos (Turner, 1969). El ritual actúa también a nivel psicológico.
Proporciona un marco coherente a los aspectos desorientadores de la vida humana, como la
enfermedad, el peligro y los cambios en la vida (Malinowski, 1948). Otorga a la gente una
sensación de control sobre los eventos que trastornan o amenazan; un exorcismo puede no
expulsar realmente a los espíritus, pero sí la sensación de desamparo y desesperación asociada con
la enfermedad. Además, los rituales suministran un escape a la emoción contenida. Las ceremonias
funerales, por ejemplo, conllevan a menudo oportunidades estandarizadas para expresar el dolor
de los deudos y allegados de la persona finada (Goldschmidt, RIVERS, W.H.R. 547 1973). En
algunos casos, los rituales permiten a la gente expresar sentimientos que ordinariamente
constituirían una amenaza para el orden social. Así, la ostentosa sexualidad de inversión de roles
del carnaval en Europa puede canalizar emociones disruptivas y rebeldes hacia un espacio
delimitado. No quiere ello decir que los rituales sean siempre funcionales. Dado que expresan
nociones acerca del orden social, constituyen un importante foro para quienes desean cambiarlo.
En el ritual, los grupos pobres y oprimidos pueden expresar simbólicamente su insatisfacción con el
sistema vigente. Pueden hacerlo veladamente presentando simbólicamente su concepto de sí
mismos y de la sociedad (Jean Comaroff 1985), o explícitamente, sirviéndose del ritual para
impulsar reformas o rebeliones (Dirks. 1994). A medida que la antropología se centra cada vez más
en cuestiones de poder y de cambio cultural, el conservadurismo esencial del ritual es puesto más y
más en duda.

Fuentes:
Campo, L. A., Diccionario básico de Antropología, Abya-Yala, 2008.
Barfield, T., Diccionario de Antropología, Siglo XXI, 2000.

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