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Cada fase del capitalismo tiene un afecto particular que lo sostiene. No es una situación estática.
El prevalecimiento de un afecto particular dominante es sustentable solo hasta que son
formuladas las estrategias de resistencia y/o los recursos sociales que son capaces de derribar tal
afecto. Por lo tanto, el capitalismo atraviesa crisis y recomposiciones en relación a nuevos afectos
dominantes.
Un aspecto de cada fase del afecto dominante es que es un secreto público, algo que todo el
mundo sabe, pero nadie admite o pronuncia. Mientras que el afecto dominante sea un secreto
público, continua siendo efectivo, y las estrategias contra el no emergerán.
Los secretos públicos son típicamente personalizados. El problema solo es visible de forma
individual y a nivel psicológico; las causas sociales del problema son ocultas. Cada fase culpa a las
víctimas del sistema por el sufrimiento que el sistema causa. Y representa la parte fundamental
de su lógica de funcionamiento como un problema contingente y localizado.
Cuando la miseria dejo de funcionar como una estrategia de control, el capitalismo cambio hacia
el aburrimiento. A mediados del siglo XIX, la narrativa pública dominante era que el estándar de
vida - que ampliaba el acceso al consumo, al cuidado de la salud y la educación – estaba
ascendiendo. Tod*s en los países ricos eran felices, y los países pobres estaban en vías de
desarrollo. El secreto público era que tod*s estaban aburrid*s. Este era uno de los afectos
producidos por el sistema Fordista prevaleciente desde la década de los ‘80s – un sistema basado
en trabajos de tiempo completo de por vida, bienestar garantizado, consumo masivo, cultura de
masas y en la cooptación del movimiento obrero que había sido construido para luchar contra la
miseria. La seguridad laboral y el bienestar proveído redujeron la ansiedad y la miseria, pero los
trabajos eran aburridos, simplificados y con tareas repetitivas. El capitalismo de mitad de siglo
daba todo lo necesario para la supervivencia, pero no daba oportunidad para la vida: era un
sistema basado en la alimentación forzada como supervivencia hasta el punto de la saturación.
Por supuesto, no tod*s l*s obrer*s durante el Fordismo tuvieron trabajos estables o seguros –
pero este era el modelo de trabajo alrededor del cual se estableció un sistema mayor. Hubieron
realmente tres acuerdos en esta fase, el acuerdo de l*s trabajador*s “B” – aburrimiento por
seguridad – era el más ejemplar de todo el aburrimiento estructural del Fordismo. Actualmente,
l*s trabajador*s “B” han sido mayoritariamente eliminad*s, dejando un abismo entre l*s
trabajador*s “A” y “C” (l*s inmers*s en la sociedad de consumo, por un lado, y la inseguridad y
autonomía de l*s más marginales por otro).
Si cada etapa del sistema dominante tiene un afecto dominante, entonces cada etapa de
resistencia necesita estrategias para vencer o desmantelar este afecto. Si la primer ola de
movimientos sociales fueron máquinas para combatir la miseria, la segunda ola (de los años ’60 –
’70 o más extendidamente de los ‘60 hasta los años ’90) fueron máquinas para combatir el
aburrimiento. De esta ola es desde donde nacen nuestros movimientos, que continuan
influenciando gran parte de nuestras teorías y prácticas.
La mayoría de las tácticas de esta era, fueron/son maneras de escapar al ciclo trabajo-consumo-
muerte. L*s Situacionistas fueron pioner*s en la producción de numerosas series de tácticas
directas contra el aburrimiento, declarando “No queremos un mundo en el que la garantía de que
no nos moriremos de hambre es adquirida a través de la aceptación del riesgo a morir de
aburrimiento”. La autonomía fue una forma de dar batalla al aburrimiento a través del rechazo al
trabajo, ya sea dentro del trabajo (usando estrategias de sabotaje y disminución de tareas) y en
contra este mismo (holgazanería y deserción). Estas formas de protesta estuvieron asociadas con
procesos más amplios de éxodos contraculturales de las formas dominantes del aburrimiento del
trabajo y de los roles sociales.
En los años ’60 el movimiento feminista teorizó como sistemático el “malestar de la ama de casa”.
Más tarde, fueron reveladas algunas insatisfacciones más profundas con el aumento de
conciencia, que implicaron la aparición de nuevos textos y acciones (desde “El mito del orgasmo
vaginal” hasta el movimiento Redstockings con su pronunciamiento por el aborto). Se pueden ver
tendencias similares en el Teatro del Oprimido, en la pedagogía critica, en las formas de acción
directa (carnavalescas, militantes, y pacifistas), y en los movimientos de finales de los años ’90,
como los free-party, Reclaim the Streets, la cultura DIY (Hazlo tu mism*), y la cultura hacker.
El secreto publico de hoy es que tod*s están ansios*s. La ansiedad se ha esparcido desde sus
previas localizaciones (como la sexualidad) hacia todo el campo de lo social. Todas las formas de
intensidad, auto expresión, conexiones emocionales, cercanías, y disfrute están ahora unidas con
la ansiedad. Se ha convertido, así, en el eje fundamental de la subordinación.
Una gran parte del sustento social de la ansiedad proviene de la multifacetada omnipresencia de
redes de vigilancia. Instituciones como NSA (Agencia de Seguridad Nacional) o el CCTV (Circuito
cerrado de televisión y vigilancia) sumado a revisiones permanentes de desempeño, Centros
Laborales, los sistemas privilegiados de control de las prisiones, la constante examinación y
clasificación de las infancias escolarizadas. Pero esta red, es tan solo la cara superficial mas obvia.
Necesitamos pensar en las formas en las que la idea neoliberal del éxito inculca este tipo de
mecanismos de vigilancia, internalizándolos, volviéndolos subjetividad e historias de vida a escala
masiva.
Necesitamos pensar sobre cómo la deliberada y ostentosa voluntad de las personas de auto
exponerse a través de las redes sociales, visibilizar consumos y posturas en el campo de las
opiniones, también implica una performance en el campo de la perpetua mirada latente de l*s
otr*s virtuales. Necesitamos pensar en las formas en la que esta mirada influye sobre cómo nos
encontramos, medimos y conocemos l*s un*s con l*s otr*s, como co-participantes de una
perpetua e infinitamente observada performance. Nuestro éxito en esta performance, a su vez,
afecta todo, desde nuestra capacidad para acceder al calor humano hasta nuestra capacidad para
acceder a medios de subsistencia, no solo en la forma de salario sino también en la forma de
crédito. El afuera del campo de la vigilancia mediatizada es cada vez mas estrecho, mientras el
espacio público es burocratizado y privatizado, y una amplia variante de la actividad humana es
criminalizada y tipificada como delictiva por motivos de riesgo, seguridad, molestias, calidad de
vida, o comportamiento antisocial.
En este campo crecientemente asegurado y visible, estamos ordenad*s a comunicarnos. L*s
incomunicad*s son excluid*s. Así como cualquiera de nosotr*s es descartable, el sistema
mantiene la amenaza de desvincular a cualquier persona en cualquier momento, en un contexto
donde las alternativas son cerradas de antemano, de modo que la desconexión forzosa implique
desocialización – que conduce al absurdo de una no-elección entre la inclusión y la exclusión,
ambas desocializantes. Esta amenaza se manifiesta en actualizadas prácticas disciplinarias de
menor tamaño – desde “tiempos fuera” y castigos en internet, hasta los despidos y sanciones de
beneficios - culminando en severas formas de incomunicación y confinamiento en las cárceles.
Tales regímenes son el grado cero de las formas de control mediante la ansiedad: producir la
ruptura de todas las formas de comunicación en un entorno en el que el peligro se pronuncia
como constante, con el fin de producir un colapso de la personalidad.
El afecto dominante del presente, es decir, la ansiedad, también se lo conoce como precariedad.
Precariedad es un tipo de inseguridad en que las personas son tratadas como descartables como
una forma de imponer control. La precariedad difiere de la miseria, porque las necesidades para el
sostenimiento de la vida no están simplemente ausentes. Están disponibles, pero retenidas
condicionalmente.
La precariedad conduce hacia una desesperanza generalizada; una constante excitación corporal
que no se libera. Una proporción cuantiosa de jóvenes continúan viviendo en sus casa familiares.
Cantidades substanciales de la población – al menos un 10 % en el Reino Unido – toman
antidepresivos. La tasa de natalidad continúa decreciendo, mientras que la inseguridad hace que
las personas tomen distancia de la idea de formar familias. En Japón, millones de jóvenes nunca
dejan sus hogares familiares (conocido como el síndrome hikikomori), mientras otr*s literalmente
trabajan por si mism*s hasta la muerte, en escala masiva. Las encuestas revelan que la mitad de la
población del Reino Unido experimenta inseguridad en sus ingresos. Económicamente, el sistema
de la ansiedad incluye ciertos aspectos: la producción “delgada”, la financiación y una resultante
esclavitud morosa, rápidas comunicaciones y egresos financieros, como también, una producción
globalizada. Los espacios de trabajo como los call centers son cada vez más comunes, donde tod*s
se miran a si mism*s, tratando de mantener la “orientación de servicio” requerida y donde
constantemente son sujet*s a nuevas pruebas, y potenciales fracasos, por medio de nuevos
requerimientos cuantitativos en el número de llamadas, un proceso que culmina en la negación de
trabajo estable para l*s trabajador*es (tienen que trabajar incluso seis meses para ser reconocidos
como trabajador*s y no como potencial personal en formación). La gestión de las imágenes indica
que la brecha entre las reglas oficiales y lo que verdaderamente sucede es mayor que nunca. Y el
clima post 9-11 convierte esta ansiedad en una política global.
El exceso de ansiedad y de stress son el secreto público. Cuando son puestos en discusión, son
entendidos como problemas psicológicos individuales, comúnmente atribuidos a patrones de
pensamiento defectuosos o a pobres adaptaciones.
De hecho, la narrativa publica dominante sugiere que necesitamos más estrés, con el fin de
mantenernos “segur*s” (a través de titulaciones) y “competitiv*s” (a través de gestiones de
rendimiento). Cada pánico moral, cada nueva crisis o cada nuevo round de políticas represivas,
agrega su parte al peso acumulado por la ansiedad y el estrés resultantes del exceso de regulación
general. La inseguridad humana, real, es transformada en aumentada titulación. Es un círculo
vicioso, porque la titulación incrementa las muchas condiciones (disponibilidad de acceso,
vigilancia, regulación intensiva) que causan la ansiedad inicial. En efecto, la seguridad de la Patria
se utiliza como sustituto vicario para la seguridad del Ser. Una vez más, esto tiene precedentes: el
uso de la grandeza nacional como compensación vicaria por la miseria, y el uso de la guerra
mundial como un canal para la frustración derivada del aburrimiento.
La ansiedad también es canalizada hacia abajo. La falta de control de las personas sobre sus vidas
conduce a una lucha obsesiva por reclamar el control micro-gestionando cada una de las cosas que
un* puede controlar. Por ejemplo, las técnicas de gestión para padres/madres se anuncian como
las maneras de reducir la ansiedad de l*s padres/madres, ofreciendo un guion definitivo que
pueden seguir. A un nivel social más amplio, ansiedades latentes derivadas de la precariedad
alimentan proyectos de regulación y control social. Esta ansiedad latente se proyecta cada vez más
a las minorías.
Anteriormente hemos argumentado que las personas tienen que ser socialmente aisladas para
que un secreto público funcione. Este es el caso de la situación actual, donde la comunicación
autentica es cada vez más rara. La comunicación es mas penétrante que nunca, pero cada vez
más, la comunicación pasa solo a través de caminos mediados por el sistema. Por lo tanto, en
muchos sentidos, las personas son privadas de la verdadera comunicación, incluso cuando el
sistema demande que tod*s estén conectad*s y comunicándose. Las personas responden tanto a
la demanda de la comunicación, en lugar de expresarse, como a la autocensura en los espacios de
mediación. Del mismo modo, el trabajo afectivo no alivia la ansiedad, sino que agrava el
sentimiento de l*s trabajador*s mientras que distrae a l*s consumidor*s (investigador*s han
comprobado que los requerimientos de l*s trabajador*s para que finjan felicidad en realidad
causa graves problemas de salud).
Durante los periodos de movilizaciones y cambio social, las personas logran obtener un sentido de
empoderamiento, la habilidad de expresarse a si mism*s, un sentido de autenticidad y la
capacidad de descomprimir la opresión y la alienación, que pueden funcionar como un
tratamiento efectivo para la depresión y para otros problemas psicológicos; un tipo de experiencia
de gran intensidad. De esto está compuesta la actividad política.
En los últimos años, este tipo de experiencias se han vuelto cada vez más raras y poco frecuentes.
En este sentido, quizás deberíamos hacer foco en dos procesos vinculados entre si: la prevención,
y los castigos procesuales. Las tácticas preventivas son aquellas en las que las protestas son
detenidas antes de que comiencen, o antes de que puedan lograr algo. Detenciones masivas,
averiguación de antecedentes, encierros, clausuras, allanamientos, y arrestos preventivos son
ejemplos de este tipo de tácticas. Los castigos procesuales implican mantener a las personas en
una situación de miedo, dolor, o vulnerabilidad a través del abuso de procedimientos diseñados
para otros fines – manteniendo gente en la espera de juicios que interrumpen su actividad
cotidiana, utilizando listas negras proscriptivas en vuelos o en las fronteras para amedrentar a l*s
disidentes ya identificad*s, realizando allanamientos violentos, colocando sin necesidad alguna
fotografías de estas personas en la prensa, deteniendo a personas bajo sospecha, utilizando sutiles
métodos de coerción, o disimuladamente sugerir que alguien está siendo vigilad*. Una vez que el
miedo a la intervención del estado se inculca, se refuerza a través de una red visible de vigilancia y
control que es diagramada en el espacio público, que actúa como disparador, estratégicamente
ubicado, del trauma y la ansiedad.
Los datos empíricos han proporcionado numerosas historias horrorificas acerca de los efectos de
este tipo de tácticas – personas que sufren crisis nerviosas después de años de esperar un juicio
por cargos para los que fueron absueltos, suicidándose después de meses sin contacto con sus
amig*s y familiares, o con pánico a salir después de casos de abuso. Los efectos son tan reales
como si el Estado estuviera matando o desapareciendo gente, pero quedan invisibilizados. A esto
se suma que much*s radicales están en el margen liminal de la precariedad laboral y de los
regímenes punitivos. Estamos fallando en escapar de la producción generalizada de la ansiedad.
Si la primer ola [de movimientos sociales] proporcionó una máquina para la lucha contra la
miseria, y la segunda ola una máquina para luchar contra el aburrimiento, lo que necesitamos
ahora entonces, es una máquina para poder luchar contra la ansiedad. – y esto es algo que todavía
no tenemos. Si observamos desde el fenómeno de la ansiedad, no hemos logrado una “inversión
de la perspectiva” como lo llamaban los Situacionistas – lograr ver desde el punto de vista del
deseo en lugar del poder. Las estrategias actuales de resistencia todavía surgen de la lucha contra
el aburrimiento, y como este afecto ha sido reemplazado por la ansiedad, han dejado de ser
eficaces.
La resistencia militante del presente no puede, ni logra combatir la ansiedad. A menudo, incluso,
se implica en exposiciones deliberadas a situaciones de altos niveles de ansiedad. L*s
insurrecionistas superan la ansiedad convirtiendo esos afectos negativos en rabia, y
productivizando esa ira como un proyectil afectivo, como un modo de ataque. En muchos
sentidos, esta estrategia se convierte en una alternativa posible. Sin embargo, es difícil lograr que
las personas transiten desde la ansiedad hacia la ira, pero es muy fácil que se dé la situación
inversa, empujad*s por la fuerza del trauma. Hemos notado una tendencia cada vez más común
en l*s insurreccionistas de negarse a tomar enserio la existencia de barreras psicológicas que
limitan la acción militante. Su respuesta tiende a ser, “¡Vamos, solo hazlo!”. Pero la ansiedad es
algo real, una fuerza material – no simplemente un fantasma. Sin duda, sus fuentes están
enraizadas en fantasmas, pero la posibilidad de sobreponerse a las ataduras de éstos, es mucho
menos simple que tan solo rechazar su existencia o su incidencia material. Hay toda una serie de
bloqueos psicológicos que están latentes y subyacen debajo del “poder ilusorio” de estos
fantasmas, cuya representación, de ese modo, es finalmente tan solo un efecto, o una reacción
afectiva. Decirle a una persona aquí “¡Vamos, solo hazlo!”, es como decirle a una persona con una
pierna quebrada, “¡Vamos, camina!”.
La situación se siente desesperanzadora y sin escapatoria, pero no es así. Se siente de esta manera
debido a los efectos de la precariedad – un exceso de estrés constante, la contracción del tiempo
en un presente eterno, la vulnerabilidad de cada individu* separad*, y el dominio de todos los
aspectos del espacio social por parte del sistema. Pero estructuralmente, el sistema es vulnerable.
La confianza en la ansiedad es una medida desesperada, usada por la ausencia de una forma mas
fuerte de conformidad. Los intentos del sistema de seguir funcionando a través de hacer sentir a
las personas completamente impotentes deja, de todos modos, una grieta para la existencia de
rupturas repentinas, brotes de rebelión. Entonces, ¿cómo podemos hacer para dejar de sentirnos
impotentes?
Con el fin de formular nuevas respuestas a la ansiedad, tenemos que volver a la mesa de dibujo.
Tenemos que construir un nuevo conjunto de conocimientos y teorías de abajo hacia arriba. Para
ello, tenemos que promover debates que produzcan densas intersecciones entre las experiencias
del presente y las teorías de la transformación. Tenemos que empezar estos procesos a lo largo y a
través de los distintos estratos de excluid*s y oprimid*s – pero no hay ninguna razón por la que no
deberíamos empezar por nosotr*s mism*s.
Explorando las posibilidad para dicha práctica, el Instituto ha mirado en casos anteriores de
prácticas similares. Luego de haber examinado experiencias de levantamiento feministas en los
´60 y ´70 en particular, hemos resumido las siguientes características fundamentales:
El resultado sería una suerte de grupo de afinidad, pero más orientado a la construcción de una
perspectiva común y al análisis crítico, en lugar de la acción. Sin embargo, es necesario reconocer
que esta nueva conciencia necesita eventualmente convertirse en un tipo de acción, de lo
contrario, corre el peligro de convertirse en una introspección frustrante.
Esta estrategia ayudará a nuestra práctica en un número amplio de maneras. En primer lugar,
estos espacios pueden proporcionar un grupo de potenciales aliad*s. En segundo lugar, pueden
preparar a las personas para futuros momentos de revuelta. En tercer lugar, crean la posibilidad
de dar un giro en el campo general de la llamada opinión pública, de formas que pueden crear
contextos más dóciles para la acción. Este tipo de grupos también funcionaria como un sistema de
soporte de vida y como un espacio para dar un paso atrás de la inmersión en el presente. También
pueden proporcionar una especie de fluidez en conceptos radicales y disidentes con los que la
mayoría de las personas no cuentan.
La ansiedad se ve reforzada por el hecho de que nunca esta del todo claro lo que el mercado
quiere de nosotr*s, y donde la demanda de conformidad está conectada a un vago conjunto de
criterios que no se pueden establecer de antemano. Hoy en día incluso las personas más
conformistas son desechables, al tiempo que son introducidas nuevas tecnologías de gestión y
producción. Una de las funciones de los pequeños grupos de discusión y toma de conciencia es
construir una perspectiva desde la cual podamos interpretar políticamente las situaciones que nos
atraviesan.
Uno de los problemas más grandes será mantener compromisos temporales en un contexto de
constante presión vigilante del tiempo. El proceso tiene un ritmo más lento, y una escala más
humana de lo que es culturalmente aceptable hoy. Sin embargo, el hecho de que los grupos
ofrezcan un respiro de la lucha diaria, y tal vez un estilo más tranquilo de interacción y escucha
que alivia la presión de la vigilancia, también puede ser atractivo. L*s participantes necesitaran
aprender a hablar con una voz que logre expresarl*s (en lugar de la performance neoliberal de la
que deriva la compulsión por compartir información banal) para escuchar y analizar.
Otro problema es la complejidad de las experiencias. Las experiencias personales están
intensamente diferenciadas por las discriminaciones matizadas incorporadas en el código del
semio capitalismo. Esto hace que la parte analítica del proceso de politización de la experiencia
sea particularmente importante.
Por encima de todo, el proceso debe establecer nuevas proposiciones sobre las raíces de la
ansiedad. Estas proposiciones pueden servir de base para nuevas formas de lucha, nuevas tácticas
de resistencia y el renacimiento de fuerzas activas desde el contexto represivo actual: es decir,
para la invención de una máquina que combata la ansiedad.