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ACTUALIDAD, PRESENTE HISTÓRICO E HISTORIA UNIVERSAL

Este texto está presidido por una convicción: para llevar la idea de la historia universal de nuestra
especie a la mayor conciencia posible, es preciso enfocarla desde nuestro presente, como la mejor
perspectiva para lograrlo.

Sin embargo, postular que el pasado se comprende y estudia mejor desde el presente no se funda
bien desde su simple expresión, pues el movimiento que lleva del primero al segundo tiene muchas
posiciones relativas y ellas no están determinadas puramente por su relación mutua, sino también
por la ubicación espacial y, sobre todo, por los grados del desarrollo social de la humanidad.

Este desarrollo tiene primacía en la perspectiva histórica, lo que puede advertirse sólo con la
circunstancia de que hasta hoy determina que esa ubicación espacial sea puramente geográfica,
pero en un mañana ya visible tendrá probabilidades de incluir otros lugares del sistema solar.

La anterior expresión permite a su vez advertir que el juicio que contenga solamente pasado y
presente como momentos del tiempo, en abstracto, es incompleto sin el tercer momento del futuro,
lo que a su vez nos indica que son los problemas que éste último nos plantea los que vuelven rica e
interesante la consideración del pasado como pregunta de cómo y porqué hemos llegado a ellos.

Con este contenido, la ventaja de mirar al pasado desde el presente adquiere una mayor solidez,
pero en el camino de cimentarla mejor, deberá todavía afrontar un "lugar común" de la cultura
actual y es la presunta transparencia de las noticias que nos permiten acceder, por los medios de
difusión, a lo que ocurre en la actualidad, expresándola literalmente y sin dobleces.

La sinonimia entre los términos "presente" y "actual" nos obliga a afrontar la cuestión, aunque no
sea complicado ver que se carga lo "actual" con el contrario de mera repetición del pasado, una de
cuyas formas es la mera variación de "modas", que son cíclicas y novedad respecto de un pasado
más cercano para repetir otro más lejano.

Mientras tanto, las "noticias" no hacen sino ratificar que los circuitos de relación social vigentes ayer
lo están también hoy y cuando el contenido es verdaderamente noticia, lo que sucede cuando esos
circuitos vigentes se rompen, por sus propias contradicciones (o sea crisis) o son objetados por la
acción de los disconformes (o sea rebelión social) y en ambos casos con una fuerza que no puede
ocultarse por las "noticias" y surgen tanto la angustia de quienes celebran que el mundo sea el
perpetuo retorno de lo mismo como las inevitables reflexiones que muestran los cambios
verdaderos, por los que el hoy está penetrado por el ayer y el mañana.

Es así que los conceptos mentados tienen un inevitable carácter problemático que refuta la cultura
ingenua, más allá de que sus productores tengan algún grado de cinismo y sus receptores en
cambio sean más auténticamente ingenuos.

Lo problemático conlleva que hay hipótesis por confirmar e incógnitas por develar, pues en eso
consiste cabalmente el contenido de un problema y ese moverse del no saber al saber es una sola y
misma cosa con la ciencia.

Rehusar la cultura ingenua no implica, entonces, renunciar al saber, dando paso a los prejuicios o
"misterios" propios de la mitología religiosa, sea bajo formas tradicionales o "posmodernas", algunas
pretendidamente ateas, pero todas creyentes en mitos. Ello sería como "saltar del sartén al asador",
con el agravante de que es más difícil salir del error que de la ignorancia.

Aún más, los prejuicios y falsos misterios no son simples errores, sino formas alienadas de la
conciencia que la clase dominante promueve de continuo para sostenerse en el poder, por lo que
deben ser enérgicamente combatidos mediante la crítica, sin la cual las condiciones de relativismo,
libertad y posibilidad de cambios y mejoras, que son necesarias a la ciencia, no pueden
desarrollarse.

El error de los dogmas, "misterios" y prejuicios es absoluto y sólo a partir de desecharlos comienzan
las aproximaciones siempre relativas del conocimiento científico a la verdad, devenir que forma
parte del devenir de la historia humana, dentro de un universo al que ella pertenece y que es,
constitutivamente, devenir.
No por casualidad la cuestión misma del devenir ha cobrado una gran importancia en la cultura
desde mediados del siglo XIX, abriendo posturas disyuntivas en las visiones del mundo, opuestas y
difícilmente conciliables.

Si las leyes naturales que regirían el mundo desde la objetividad, son en verdad atemporales y
eternas, como postula el positivismo, habrá un creciente predominio de las respuestas sobre las
preguntas. A no mucho andar, habrá una saturación del saber dado, que ya era concebido como un
mero reflejo de un mundo también dado de una vez y para siempre y, finalmente, el margen de
posibilidades y utilidad de la ciencia deberá estrecharse hasta la desaparición, quedando sólo como
una actividad de pura conservación, pues la historia se ha consumado en el presente capitalista,
como han pretendido desde Herbert Spencer y Auguste Comte hasta Francis Fukuyama.

Ni el británico Spencer ni el francés Comte pensaban que ese sereno mundo definitivo fuera siquiera
a repetir -por no decir magnificar- unas guerras napoleónicas que tendían a ver como el último acto
del drama bélico del pasado, ni que al resto de las sociedades de hombres blancos les cupiera otro
camino que la pacífica imitación de las suyas propias, ni que a negros africanos o australianos,
amarillos de Asia y a mestizos latinoamericanos, otro que ser incorporados a la Civilización industrial
y "científica" de un modo no demasiado diferente al de las especies ganaderas.

Este racismo, que llegó al extremo de una exposición parisina de "ejemplares" africanos de
hombres, cual extensión del "zoológico", mostró una violencia bélica que seguía allende ultramar y
todo un capítulo de su "ciencia", positivista y presuntamente terminada, que en verdad era una
copia, prejuiciosa como sus originales, de un pasado medieval y más antiguo basado en el trabajo
servil y la comercialización de esclavos.

Desde ese contexto cultural imperialista y excluyente, no hay más que un paso al reivindicar el
racismo extremo y la moral de los "señores", llamando esclavos a los proletarios modernos,
elogiando la represión sádica, con una incluida apología de Torquemada y su Inquisición española.

Como efectivamente la ciencia es incompatible con el racismo y como también comenzó a ser
enarbolada como fundamento de una sociedad futura no sólo sin señores, sino tampoco ricos ni
pobres, Federico Nietzsche dio ese paso, emprendiéndola contra la ciencia como "telaraña de la
razón".

Pero al atacar a la ciencia, el irracionalismo perdía la presuposición conservadora de la


atemporalidad de las leyes naturales y por eso procuró restaurarla mediante la adopción del mito del
"eterno retorno", en el que postula Nietzsche la reconciliación de platonismo y positivismo, que
igualmente niega el devenir. A diferencia del positivismo, que apenas enfrentó la propuesta de
revolucionar el capitalismo hacia el socialismo, el irracionalismo se aterrorizó ante ella y compuso
arbitraria pero propagandísticamente todo argumento que consideró útil para detener el avance de
los "esclavos", "judíos", "negros", "plebeyos", "socialistas" o "perros anarquistas".

La visión dialéctica del mundo afirma no sólo la evolución del pasado, sino que siendo también el
presente capitalista una etapa de ella, de no detenerse por autodestrucción de la especie humana,
será sucedida por otra, que contendrá, mejor que la actual y sin las penurias propias de sus
contradicciones, las enormes fuerzas productivas que son fruto de las ciencias físico-naturales y sus
tecnologías.

De este modo, genera una poderosa esperanza de superar el hambre en medio de alimentos
abundantes, la desocupación en medio de posibilidades de mayores y mejores empleos, los brutales
genocidios y espantosas guerras en medio de la primera posibilidad (y necesidad) de paz universal
luego de milenios de belicismo.

Por eso su elaboración teórica se organiza como descripción de procesos históricos, cuya adecuación
al movimiento de la sociedad permite tanto medir los avances logrados, como apreciar su
insuficiencia a medida que el conocimiento de nuevos hechos o los resultados de nuevas reflexiones
así lo requieren.

Los resultados logrados son aptos para posibilitar a los pueblos una mejor comprensión de su
presente y las necesidades y posibilidades de su futuro, lo que obviamente será tratado de enturbiar
por los poderes dominantes mediante la promoción de los prejuicios y "misterios" a los que
referimos más arriba.
Razón de más para insistir en esta perspectiva, con la que abordaremos enseguida los conceptos
básicos de este siglo y de la sociedad humana dentro de él, momento de los procesos parciales que
a su vez lo son de la historia universal. Esas partes se han transformado, desde el principio, según
las posibilidades que genera el creciente dominio de la humanidad sobre la naturaleza terrestre y,
desde que el excedente económico, la estratificación social y la producción mercantil acarrearon
luchas entre clases, castas, imperios y naciones, también según la dinámica y resultados de esas
luchas, los que a su vez han interactuado con su raíz histórica, ese creciente dominio, lo que desde
Marx y Engels se denomina desarrollo de las fuerzas productivas.

Aunque las leyes de ese cambio y esas interacciones están insuficientemente formuladas y a veces
han llevado a errores abstractos y mecanicistas en el campo del marxismo (vgr. la secuencia
escalonada de estadios como economía natural-esclavismo antiguo-feudalismo-capitalismo), es
innegable que hay un desarrollo histórico y que su línea conductora consiste en lograr las mejores
condiciones de vida social para la especie, resultado de la creciente superación de las condiciones
cercanas a la animalidad, una relación puramente recolectora ante la naturaleza.

El siglo XXI.

El moderno sistema capitalista mundial es intrínsecamente inestable y en el siglo XX esto se ha


hecho patente, en síntomas tan relevantes de inestabilidad como fueron la crisis económica de
1929, las dos guerras mundiales y varias guerras localizadas.

En el siglo XIX, aún en curso la mundialización iniciada con la expansión mercantil y colonial
oceánica de los países europeos en el siglo XVI, esto ya se evidenciaba en las crisis cíclicas del
comercio mundial y en las guerras napoleónicas, las que, miradas desde el siglo XXI, no pueden
dejar de ser vistas como el prólogo de las dos guerras mundiales interimperialistas del siglo XX.

Ya antes de esas grandes carnicerías, las crisis y la perduración del belicismo internacional y las
guerras civiles o internas, habían cuestionado el optimismo positivista y desarrollado, a su izquierda,
las propuestas socialistas y anarquistas y a su derecha el irracionalismo nietzscheano, según hemos
mencionado.

En efecto, no faltaron varias e importantes guerras localizadas, cuya lógica se inscribe en las
mismas razones que las napoleónicas y las mundiales del siglo XX, como fueron las "guerras del
opio" de las potencias imperialistas en su penetración del viejo imperio chino, la conquista del norte
de Méjico por los Estados Unidos, las guerras entre Prusia y Austria, la franco-prusiana y la hispano-
norteamericana.

Ese carácter "preliminar" de los acontecimientos del siglo XIX respecto de los del siglo XX se observa
también en la guerra civil de "secesión" estadounidense y en la "Comuna" de París. Ambas fueron
conmociones en las que se jugaron cuestiones centrales acerca de la vigencia de las relaciones
sociales en general.

En triplicidad, se ventilaron las de casta, que provienen de un pasado milenario y se esbozaron las
que apuntan a un futuro aún sin mucha realización efectiva, las socialistas, en medio de las
predominantes relaciones de clase, que se revelan así tan intrínsecamente inestables como el
capitalismo que las nutre, oscilando entre la regresión al pasado y la apertura a novedades inéditas
de organización social.

Estas cuestiones se ventilarían con mayor amplitud y profundidad en el siglo XX, con la revolución
rusa, el intento nazifascista de defender la sociedad capitalista mediante la restauración de una
represión inspirada en la jerarquía de la sociedad de castas, otras revoluciones con objetivos
socialistas, el proceso de descolonización directa, la eliminación del régimen del "apartheid" en
Sudáfrica y varios otros procesos.

La periodización en siglos, puramente aritmético-decimal, no coincide con comienzos ni


maduraciones o finalizaciones de procesos, ya que las razones de tales auges, inicios o
terminaciones son producto de efectos intrínsecos y cualitativos de los procesos históricos mismos,
lejos de respetar cualquier aritmética del tiempo.

Aunque ello sea obvio, la necesaria ubicación cronológica de los hechos en décadas y siglos o
"dentro" de ellos, con demasiada frecuencia queda presionada, por así decir, por la suposición de
que la durabilidad de ciertas características debería coincidir con ellas y se habla del Siglo de Tal o la
Década de Cual y si no hay coincidencia, se suele hablar de un "siglo corto" o una "década larga".

Esta presión en la imagen de la historia lleva a la suposición de que la acumulación aritmética de


años produciría por sí misma los cambios en la historia real, un ritmo como el de la rotación de la
tierra sobre sí misma o su traslación elíptica en el sistema solar, independiente de los efectos de la
acción de la sociedad humana sobre la naturaleza o de la interacción de las clases sociales o las
naciones entre sí.

No es ésta la única -ni tal vez la principal- forma en que se manifiesta la ideología conservadora que
intenta convencer al conjunto social -y principalmente a los sectores explotados y dominados- que
no vale la pena organizarse y actuar para intentar cambiar su situación, pero aquí debemos despejar
su presión específica, desde que vamos a hablar de la entrada al siglo XXI y sólo mencionaremos
que el complejo teórico y crítico que aborda la cuestión comenzó a ser aludido por Hegel como "la
creencia supersticiosa en las abstracciones", más elaborado por Marx como "el fetichismo de la
mercancía", el que a su vez fue más desplegado por Lukács como el tema de la "reificación" de la
conciencia.

Sin desdeñar los efectos de retardo histórico, en la evolución real, que tienen aquellas y otras
alienaciones ideológicas, no podemos en este texto profundizar más en el análisis del tema o
exponer detalles que hemos desarrollado en otras obras. Ello, desde luego, sin renunciar a aplicar
sus resultados a una mejor explicación de los procesos históricos considerados en sus aspectos
económicos, sociales o políticos, como ya hemos hecho en aquellas que tienen ese sesgo o las que
toman la ideología en particular de determinados grupos sociales.

En cuanto a la superstición aritmética, nada mejor para terminar de desecharla que analizar y
describir el proceso que contiene los momentos temporales de efectivos cambios cualitativos en los
diferentes aspectos que componen y evidencian la vida social, que han configurado nuestro presente
histórico, al que pertenece el inicial siglo XXI, que es el hoy, como estricto presente actual.

El presente histórico.

Llamamos presente histórico al lapso de tiempo más reciente y que se va desplegando hacia el
futuro, en que se mantiene un conjunto de condiciones, diferente a las del pasado más lejano y que
se supone durará hasta que las contradicciones que expresan sus variaciones tengan resolución,
para dar paso a otras condiciones.

Ya comenzamos a hablar de él cuando dijimos que el capitalismo y su sociedad de clases son


intrínsecamente inestables y que los acontecimientos centrales del siglo XIX, como guerras y crisis
económicas, resultaron preanuncios de otros semejantes, ocurridos en el siglo XX, pero más
violentos y de mayor envergadura que aquellos.

Es significativo que no sea frecuente relacionar las denominadas guerras napoleónicas con las
guerras mundiales del siglo XX. Esta ausencia resalta más si se tienen en cuenta tan sólo estas
circunstancias gruesas: 1) en esas guerras los principales contendientes fueron el Imperio Británico,
instalándose en la hegemonía mundial y Francia, que se estaba constituyendo en su primer rival,
circunstancia que el propio Bonaparte apreciaba con entera claridad, por más que sus mayores
glorias militares las obtuviera frente a otras monarquías europeas; 2) esa rivalidad hizo eje en la
historia hasta las últimas décadas del siglo XIX, cuando fue alterada por el creciente poder del
Imperio Alemán, Estados Unidos y -aún poco visible- del Imperio Japonés; 3) la historia del Canal de
Suez, construido primero por los franceses bajo la dirección de Ferdinand Marie Lesseps, que
terminó luego también bajo control del Imperio Británico, desde 1875. Como es obvio, la finalidad
del Canal de Suez es un gran ahorro de travesía marítima entre Europa y Asia, que implica el de sus
costos y resultó así una clave del control imperial de la primera sobre la segunda, comercial
bélicamente.

En realidad, la construcción de los dos canales interoceánicos, el de Suez en la época mencionada y


el de Panamá entre 1903 y 1914 constituyen dos acontecimientos centrales de nuestro presente
histórico, por sus efectos estructurales de gran importancia sobre el desarrollo del capitalismo, el
comercio mundial y los concomitantes fenómenos políticos internacionales. En cuanto al canal de
Panamá y los Estados Unidos, incluso, el mismo ha tenido una influencia favorable al desarrollo
capitalista interno, al facilitar la navegación y el comercio entre sus puertos del Atlántico y del
Pacífico.
También es significativo que esta importancia no haya sido suficientemente subrayada, al menos en
textos que por tomar la historia universal como su tema, hubiera resultado natural que lo hicieran,
como es el caso de Eric Hobsbawm.

Como hemos visto, 1875 es el año en que se inicia el dominio conjunto anglo-francés de la
compañía a cargo del Canal de Suez y 1914 fue el comienzo de la explotación del Canal de Panamá.
Esos años son marcados por Hobsbawm como el comienzo y el fin del período que denomina como
"la era del imperio" y en dicho texto no menciona a Suez ni a su Canal. En cuanto a Panamá es
mencionada dentro de una lista de países o zonas de influencia estadounidense, en un párrafo que
contiene algunos errores históricos que luego comentaremos y luego con motivo del escándalo
financiero y accionario suscitado en Francia a raíz de la formación de una frustrada compañía para
emprender el Canal de Panamá.

Criticar errores amerita que reproduzcamos textualmente a Hobsbawm, quien luego de subrayar la
formación de los imperios coloniales en Asia y África, dice:

...Sólo una gran zona del mundo pudo sustraerse casi por completo a ese proceso de reparto
territorial. En 1914, el continente americano se hallaba en la misma situación que en 1875, o que en
el decenio de 1820: era un conjunto de repúblicas soberanas, con la excepción del Canadá, las islas
del Caribe y algunas zonas del litoral caribeño. Con excepción de los Estados Unidos, su estatus
político raramente impresionaba a nadie, salvo a sus vecinos. Nadie dudaba de que desde el punto
de vista económico eran dependencias del mundo desarrollado. Pero ni siquiera los Estados Unidos,
que afirmaron cada vez más su hegemonía política y militar en esta amplia zona, intentaron
seriamente conquistarla y administrarla. Sus únicas anexiones directas fueron Puerto Rico (Cuba
consiguió una independencia nominal) y una estrecha franja que discurría a lo largo del Canal de
Panamá, que formaba parte de otra pequeña república, también nominalmente independiente,
desgajada a esos efectos del más extenso país de Colombia...

En el casi siglo que va de 1820 a 1914, los Estados Unidos se anexaron Texas, Nuevo México,
Arizona, California y otros extensos territorios de México, que se vió reducido aproximadamente a la
mitad de lo que era, con una superficie varias veces la suma de Puerto Rico y Panamá. El resto del
territorio de México fue intentado anexar mediante una ocupación militar, que dio origen a una
guerra de liberación, por el Imperio francés, con proclamado Virrey y todo. Los intentos fracasados
del imperialismo por anexar territorios coloniales no pueden dejar de ser mencionados, aunque claro
está, la anexión exitosa de medio México deja más estridentemente en falso el juicio de que las
únicas anexiones directas de los Estados Unidos fueron "Puerto Rico...y una estrecha franja que
discurría a lo largo del Canal de Panamá".

Por otro lado, las situaciones semi-coloniales, sin duda predominantes en América Latina, no dejaron
de existir en Asia, pues como señaló Sun-Yat sen, el padre de la independencia china, su país se
había constituido como una semi-colonia de varias potencias imperialistas.

Partir de cualquier descripción más o menos sincrónica del "estado" de los países o territorios sirve
de muy poco y puede llevar a equivocaciones gruesas si no se pasa enseguida a los factores
dinámicos de la historia, que son las expansiones del capital imperialista, las rivalidades mutuas
entre sus centros, que aceleran la expansión de todos y los grados de resistencia que ellas
encuentran en las sociedades que procuran dominar, entre las que habrá que contar la astucia o
falta de astucia de sus dirigentes para apoyar su acción en esas rivalidades

No puede desvincularse la situación de América Latina, que Hobsbawm ve con errores, del proceso
independentista, con fuerzas preponderantemente propias, que sus países culminaron exitosamente
frente al Imperio Español, lo que, por contrario sentido, explica la facilidad con la que Estados
Unidos se apoderó de Puerto Rico.

Tampoco puede ni debe desvincularse, en el caso de los dos gigantes de Asia Oriental, la India y
China, que su destino disímil de colonia y semicolonia ante la expansión del imperialismo occidental,
tiene mucho que ver con la permanencia mayor de la India en el estadio de la sociedad de castas y
el grado más avanzado del desarrollo de la mercantilización china, con mayor mixtura de sociedad
de clases.

En América Latina, desde luego, no es esa previa realización histórica de sus guerras de
independencia, el factor unilateral que explica todo y precisamente el caso de México muestra, en su
derrota militar frente a los Estados Unidos y su triunfo independentista frente a los franceses, que
hay una batería más compleja de factores para una explicación global.

Volviendo al tema de los canales de Suez y Panamá, su estrecha relación con el imperialismo y el
belicismo, luego de que ella quedara de relieve con motivo de las estrategias bélicas durante las
guerras mundiales, se reiteró con las invasiones anglo-francesa a Suez (fracasada) en octubre-
noviembre de 1956 y estadounidense de Panamá (exitosa) en 1989.

Ambos canales, sin embargo, no tienen estrecha relación solamente con el poder imperial y sus
manifestaciones bélicas; es más, adquieren esa relación a partir de la que tienen con los niveles,
costos y rivalidades del comercio internacional y a ésta, la tienen a partir de que son claves del
tráfico posible de la navegación y su grado de fluidez: allí entran sus características materiales como
obra de ingeniería y su mantenimiento, su valor de uso que sostiene los valores de cambio y sus
acumulaciones de capital, las cual a su vez suelen ser motivo de las disputas políticas y aún bélicas
entre naciones e imperios.

Esto permite mostrar hasta que punto importante, los canales interoceánicos resultan un
componente esencial del nivel de las fuerzas productivas con las que cuenta la humanidad en este
presente histórico.

A ellas las componen también, cercanamente, la navegación a hélice y con motores a combustión y
en otro ámbito, las tecnologías e industrias terrestres y la mecanización de la agricultura y el
transporte terrestre. Las relaciones mercantiles, políticas y bélicas sobre las que influye este nivel de
desarrollo son más antiguas que dicho nivel, pero las fuerzas productivas en la historia, a su vez,
son más antiguas que esas relaciones.

En efecto, las fuerzas productivas son la génesis misma de la condición humana y allí aparecen,
tanto como en el nuevo y poderoso nivel, sus elementos constitutivos, como el lenguaje, la cultura
en general y el trabajo asociado, con otras implicancias que sería largo analizar aquí pero que, en
definitiva, totalizan el concepto de la humanidad.

El presente histórico y sus pasados históricos.

El párrafo anterior, con el que cerramos el acápite del presente histórico, es una buena muestra de
la necesidad de exponer y razonar en un ir y volver desde y hacia los distintos conceptos con los que
distinguimos aspectos de la realidad.

Este ir y venir puede referir al curso del tiempo, mediante la comprensión de relaciones que explican
la génesis y el desenvolvimiento de determinados procesos o a las implicancias necesarias que
existen entre aspectos de la realidad, aún considerados sólo sincrónicamente. Ejemplo de lo primero
sería el de la génesis de las formas y funciones actuales de las guerras, cuando afirmamos que las
guerras napoleónicas del siglo XIX son el prólogo de las guerras mundiales del siglo XX y de lo
segundo, la influencia de los canales interoceánicos sobre el comercio, la economía y la política del
mundo moderno.

Pero mirando más de cerca, mientras los canales , en efecto, son una condición del volumen de la
navegación con permanencia y regularidad cada año de su funcionamiento, su creación misma y el
cambio que ella trajo en la navegación y el comercio mundiales requiere ya también una
interpretación según el ir y venir temporal.

Su dependencia de procesos anteriores es inocultable, pues si aquello que es su efecto, el mayor


volumen de la navegación, no hubiera venido creciendo previamente, no hubiera motivado a los
beneficiarios y responsables a su construcción: lo que posteriormente fue su efecto, con anterioridad
fue su causa.

Esta causalidad recíproca es obvia y su comprensión facilitada por similitud con la vida cotidiana:
por ejemplo, si no aprendemos a leer y escribir no tomaremos niveles mayores de educación, pero
cuando los tomemos, leeremos y escribiremos mejor.

En ambos ejemplos trata de un proceso, parte del devenir, en el que todas estas densas tramas
materiales de obra humana forman también una espiral de causalidad recíproca con la gigantesca
explosión demográfica que vive el mundo desde mediados del siglo XIX, también con "prólogo" en
las islas británicas desde un siglo antes, al ser ese país la primera experiencia conocida como
"revolución industrial".

Y aquí ya tenemos establecidos el momentos de un inicio de proceso, que es probablemente el más


global e importante del presente histórico y que reclamábamos necesario reconocer como propio de
su contenido mismo: mediados del siglo XVIII, su prólogo inglés; mediados del siglo XIX, su
mundialización.

Con ello, por cierto, basta y sobra para desechar definitivamente la superstición abstracta de la
acumulación aritmético-decimal, aunque estuviera ya desechada por falta de fundamento. Pero
también es bueno recordar que en ese estadio, el vacío resultante de la pura negación "ese juicio es
falso" es menos sólido que el contenido concreto que se acerca a expresar con verdad el movimiento
real.

Ya en ese conveniente camino, vamos a tratar de darles mayores significaciones concretas, aún, a
este proceso central de nuestro presente histórico, comenzando por él mismo y siguiendo con lo que
acabamos de llamar "sus pasados históricos".

Ante todo, cabe subrayar la magnitud y velocidad de la actual explosión demográfica. Para apreciar
ambas -magnitud y velocidad- basta con una sencilla comparación, en este comienzo del siglo XXI,
entre la suma total de los que estamos vivos y la suma total de nuestros antepasados muertos: ¡los
vivos somos más que todos nuestros muertos en miles de años!

Aunque es propia de este presente histórico, esta situación no es nueva y, sin embargo se le ha
prestado poca atención, lo que resulta doblemente significativo si tenemos en cuenta que muchas
cuestiones requerirían se las ponga en relación con ella para ser adecuadamente sopesadas, como
se ve en la corta lista de ellas que hemos mencionado hasta aquí y se verá también de aquí en más.

Luego, esta explosión demográfica se da en medio del descenso en la tasa de natalidad, sólo que,
relativamente, la tasa de mortalidad desciendo de un modo más pronunciado que aquella.

Esto es una prueba irrefutable -por sí misma y aunque podrían agregarse otras- de que son los
mayores recursos y con ellos las mayores posibilidades de vida que genera el acelerado mayor
dominio de la naturaleza por parte de la humanidad, o sea, un salto histórico cualitativo en el
desarrollo de las fuerzas productivas, lo que configura esta inédita explosión demográfica como
parte de dicho salto. Cada uno de nosotros es solidariamente hijo de esta obra de nuestra especie
en el conjunto de su historia, lo que pone absolutamente en ridículo error las invectivas
posmodernas contra la evolución y el desarrollo material.

La guerra y los genocidios, así como los usos contraproducentes de los recursos y el medio
ambiente, irracionales para las necesidades humanas pero funcionales a la aspiración capitalista de
acrecer ganancias a cualquier precio, impiden el pleno y racional aprovechamiento de las fuerzas
productivas, pero no alcanzan para detener su desarrollo, lo que es un corolario que corrobora su
ley de evolución histórica.

Esta ley, dijimos antes, es la de la evolución de la humanidad desde aquellas condiciones de los
pueblos cazadores y pescadores, cercanas a la capacidad de supervivencia de otras especies
animales, a crecientes poderes surgidos de herramientas y otras innovaciones productivas, la
imaginación inteligente de nuevas formas de trabajo y la incorporación de nuevos objetos a los fines
útiles humanos.

Hasta este presente histórico, la humanidad ha sido inconsciente del movimiento universal que
implica esta ley, lo que no ha impedido que los movimientos particulares que algunos grupos
realizaban para conseguir mayor o mejor supervivencia llevaran en potencia la posibilidad de que tal
universalidad se convirtiera en actual.

La universalidad se ha expresado sencillamente en sentencias tales como "nada de lo que es


humano me es ajeno" y la acción particular inconsciente de trabajar en pro de lo universal, más
elaboradamente, en metáforas de este presente histórico, como la de "la astucia de la Razón" de
Hegel o el "trabajo del viejo topo de la historia" de Marx .
Claro que las metáforas son sólo indicaciones globales, cuya validez debe ser corroborada con
reflexiones y comprobaciones como las que hemos formulado acerca de la explosión correlativa de
las fuerzas productivas y la población y su relación con las tasas de natalidad y mortalidad.

En ese tren, vamos a recordar aquellos "pasados históricos" que se asemejan a este cambio, en
pleno curso, de nuestro presente histórico, lo que sin dudas nos permitirá conocer con mayor relieve
y profundidad a éste, como parte de una mejor comprensión de la historia universal misma.

En tal sentido, recordaremos con V. Gordon Childe que toda vez que el trabajo social e inteligente
de la humanidad logró un dominio del medio natural cualitativamente mayor que el anterior, hubo
salto demográfico y condiciones mayores y mejores de supervivencia aunque, desde ya cabe
advertirlo, en ninguna de esas veces se alcanzó, como en el actual, que el proceso abarque a la
humanidad en su conjunto.

Brevemente, las constataciones que Gordon Childe ha efectuado mediante el registro arqueológico,
muestran esos cambios, el paso de la recolección (simple, caza y pesca) a la producción
(agricultura, ganadería o mixta) y el paso de la producción agrícola y ganadera simple a la
excedentaria, que trajo la aparición de las ciudades (y que por eso se llama "civilización") y la
estratificación social.

Como ya señalamos, ninguna de estas transformaciones abarcó, al producirse, a la humanidad en su


conjunto, si bien es cierto que los casos particulares fueron muchos, pues en distintos lugares
geográficos se fueron verificando tanto el pasaje de la recolección a la producción como el pasaje de
la producción simple a la excedentaria.

Siempre las sociedades particulares de cada caso eligieron pasar a lo productivo o productivo
excedentario y lo hicieron a pesar de las cargas negativas que ello implicaba: en el primer caso, a
pesar de las inevitables guerras por los terrenos fértiles y campos de pastura y, en el segundo,
además de ese nivel bélico, que perduró, también a pesar de la explotación de los labriegos por los
guerreros y sacerdotes, con toda la brutal distorsión de los sentimientos espontáneos que
milenariamente habían dado cohesión a las sociedades primitivas, la coacción represiva y el
aherrojamiento de la libre percepción sensible y el libre pensamiento.

El presente histórico es análogo a aquellas dos mencionadas revoluciones históricas, pero a la vez es
diferente y aún dentro de la similitud de configurar un salto productivo y demográfico, encierra
sentidos contrarios, uno de los cuales es encontrarse al cabo de la etapa en que la guerra y la
explotación han sido necesarias y con la peculiar carga nueva de afrontar la necesidad de
superarlas.

La humanidad actual afronta la necesidad de cumplir con dicha tarea histórica bajo pena no sólo de
no poder culminar su propio movimiento y sentido histórico, sino bajo riesgo de que, en tal caso,
arsenal nuclear mediante, la humanidad pueda llegar a suicidarse, arrastrando la destrucción de la
vida en la tierra.

Pero antes de terminar de justipreciar este eje de nuestro presente histórico, conviene completar el
análisis comparativo con los procesos del pasado histórico que también realizaron saltos productivos
y demográficos.

El fenómeno de salto productivo y demográfico conocido como "revolución industrial inglesa" es, en
lo geográficamente acotado a un territorio, sólo superficialmente parecido a los saltos antiguos, ya
que su destino y naturaleza ha sido solamente ser un prólogo, como hemos dicho, de un salto
universal y no acotado.

Al mismo tiempo que así se extendía a otras geografías, también se renovaba en impulsos
semejantes (y efectivamente no acotados geográficamente) que fueron llamados "segunda" o
"tercera" revolución industrial.

Estas denominaciones son superficiales y escasamente reflexivas, ya que el fenómeno histórico, el


salto productivo y demográfico tiene una indudable unidad temporal que aún no se ha agotado y
que no implica solamente la actividad industrial, sino sobre todo la innovación científica y su
aplicabilidad técnica y social, de la cual son resultado cada una de las oleadas de cambio en la
industria y en otras actividades.
Esta unidad tiene un soporte permanente en la libertad de investigación científica conquistada
contra la pretensión de las autoridades nobiliario-religiosas propias de las sociedades con
predominio de las castas, mediante procesos revolucionarios que quebraron el poder de las
estructuras feudales y monárquicas.

El error de hablar de "revolución industrial", entonces, en parte proviene del carácter nuevo del
fenómeno histórico, pero también de la intención de la burguesía dominante de ocultar los orígenes
revolucionarios de su propio poder, de negar la historia como eje de la ciencia social y obturar la
visión de la nueva sociedad de la que está preñada esta transformación histórica, más allá de las
actuales relaciones sociales de desigualdad, jerarquías y privilegios y el poder que las sostiene.

Por más que el capitalismo gobernante y más que nada su dominio de los medios de difusión
masivos preste credibilidad a las ideas acerca del "fin de la historia", o que hay un "ser" sin
"devenir", o lo que es lo mismo, de que "han caducado o pasado de moda" las ideas que admiten la
evolución histórica, el torbellino de gran salto en la evolución del que formamos parte es inocultable.

También son y serán inocultables nuevos avances en el dominio de la naturaleza, lo que a su vez
hará cada vez más urgente acometer el segundo paso de esta transformación, los cambios
necesarios en la organización social y la cultura, el afianzamiento de la paz mundial y la construcción
del socialismo.

El presente y sus pasados históricos más cercanos.

En verdad, en el punto anterior, aunque han sido mencionados procesos relativamente recientes,
como las revoluciones burguesas y las expansiones marítimo-mercantiles, hemos puesto en relación
la actual transformación con otras bastante lejanas en el pasado, o sea, el marco de consideración
fue la historia universal de la especie humana.

A la vez, hemos podido apreciar los interesados prejuicios que oscurecen su sentido, pero no los
hemos agotado ni mucho menos, pues aunque tenga dos o tres ropajes verbales, la negación de la
evolución histórica, como ésta misma, es una sola. En cambio, la explotación de casta o de clase (o
mixta) de algunos grupos sociales por parte de otros y las guerras o tensiones entre ciudades-
Estado, naciones o imperios, desde que, como dijimos, apareció el excedente económico o, dicho de
otro modo, la "civilización", ha tenido variadas formas, de manera tal que el prejuicio de que tales
momentos y resultados del desarrollo histórico pertenecen a una naturaleza invariable de la especie
humana y su sociedad adquieren las más variadas formas.

Desde el resignado y empíricamente ramplón "pobres habrá siempre" hasta el pedante y seudo-
profundo "siempre habrá guerra porque el ser humano es intrínsecamente agresivo", o el correlativo
"siempre habrá dominadores y dominados porque todos aspiran a lo primero pero sólo algunos lo
consiguen", la batería es bastante voluminosa, porque puede mirar variadas situaciones reales en la
historia.

A pesar de esa diversidad, pueden encontrarse elementos comunes. En primer lugar, por lo
negativo, estas justificaciones no son las que se esgrimieron en su momento, cuando surgió la
relación. La pobreza debió ser aceptada por piedad religiosa o mandato divino, a lo que se agregó a
veces el argumento de mérito para conquistar el Cielo. Los Reyes lo han sido por delegación de
Dios, en el cristianismo con intercesión del Papa o los Obispos que derramaban el carisma sobre las
testas nobles.

La guerra era en sí misma gloriosa y no una peste como es en la actualidad por la aplicación de la
tecnología destructiva sobre la carne humana. También, ellas vuelven inútil el heroísmo y la
habilidad guerrera, salvo, significativamente, las astucias de los pobres frente a la superioridad
técnica de los ricos.

De este no ser lo que fue la validación originaria, al mirar qué es positivamente, se ve que en todos
los casos se trata de un juicio seudo-científico, bien de estilo positivista, que atribuye la
invariabilidad a una falsa cualidad de las cosas mismas, como Nietzsche decía que la "voluntad de
poder" existe no sólo en los hombres sino aún en las piedras, en su pretendida reconciliación de
platonismo y positivismo.
Luego y finalmente, puede verse que, extensa en las formas, la patraña es siempre la misma, a
saber, el mundo será siempre igual, con lo que termina profiriendo la misma simpleza de "la historia
ha terminado" o "no hay evolución".

En verdad, el juicio subyacente es "nada cambia". Es obvio que este juicio es absurdo, pues de ser
verdad es innecesario y carece de sentido decirlo. Desde luego, se lo formula porque tiene otro
sentido: convencer a todos de que las cosas están bien y más especialmente a los que están
perjudicados, para que no intenten cambiar.

Su falta de lógica elemental queda compensada por otras dos circunstancias: en primer lugar, los
intentos de cambiar y las rebeldías son castigados, en medio de una antigua tradición cultural,
desde el origen de las religiones, de que los males sociales que nos aquejan son por nuestra propia
culpa.

Se asimila la rebeldía y el deseo de mejorar a la impericia, que sí nos trae, como mal real, el castigo
y, paralelamente se promueve: "Sonríe, Dios te ama, sé bueno y respetuoso y te irá bien, aunque
seas tonto (el Reino de los Cielos para los pobres de Espíritu) y provoques desastres", se predica
desde los púlpitos y las telenovelas.

El conjunto de obstáculos para llevar a la práctica la organización social de los cambios deseables es
bastante difícil de franquear, por lo que con bastante frecuencia se los considerará utópicos, con la
doble y ambigua significación de que no pertenecen al movimiento real de la historia y mantener,
aunque sea en la pura existencia cultural, su significación y los deseos que la alimentan.

Del utopismo a la resignación hay un paso que da entrada sin reparos a la estupidez del "nada
cambia", a pesar de su falta de lógica y precariedad, lo que en última instancia coincide con la
intencionalidad conservadora de mantener aunque sea a corto plazo el estado de cosas existente.

La breve existencia de este presente histórico ha tenido varios momentos en que predominaron la
resignación y la falta de pensamiento, incluida su postulación como nihilismo e irracionalismo, pero
también es cierto que son seguidas fatalmente de un movimiento contrario, producido por diversas
formas del devenir mismo y que suelen expresarse como crisis del poder económico y político
existente, revoluciones de sectores antes excluidos o combinaciones de ambas cosas.

Podemos aquí sólo ver someramente las relaciones entre los acontecimientos y la cultura producida
por la reflexión ideológica y política, pero una vez señalado el sumidero de resignación e impotencia
del polo conservador en la materia, manifestamos que la creencia en el devenir, sin concesiones al
utopismo, requiere un incesante reconocimiento de las concreciones de la historia en el
acercamiento a su verdad: la reiteración del pensamiento humano y su potencial infinitud.

En relación con esta oposición, una cuestión de capital importancia es que justamente con el
acelerado desarrollo de las fuerzas productivas y entre ellas de la población, han crecido
paralelamente la destrucción bélica, la magnitud de otros genocidios y el poder del imperialismo
capitalista para cometer esos crímenes y concentrar la riqueza en un puñado de plutócratas de un
modo que prolonga los privilegios de déspotas, nobles y alto clero de épocas pasadas.

Pasado y presente de la guerra.

Veamos la guerra, el fenómeno más antiguo de los que juzgamos "precios" de la evolución y cuyo
análisis es necesario para ubicar el tercer giro del presente histórico (marcamos mediados del siglo
XVIII como "prólogo" británico de la actual explosión productiva y demográfica y mediados del XIX
como su arranque universal).

En su forma originaria, la guerra entre los pueblos agrícolas, ganaderos o mixtos sin producción de
excedente, se libraba exclusivamente por el recurso natural, la tierra, para poder trabajarla y
porque no había otra disponible, los "soldados" eran los mismos labriegos o pastores y luchaban por
la supervivencia de un grupo que se había vuelto más populoso que los cazadores o recolectores. La
guerra reflejaba la combinación entre la primera producción propiamente dicha y la insuficiencia de
tierras aptas.

La producción agraria excedentaria, con sus ciudades y su estratificación social, trajo una nueva
finalidad: apoderarse de seres humanos para convertirlos en labriegos explotados (en el caso del
triunfo de "civilizados" contra "bárbaros) o apoderarse de la tierra con sus labriegos sometidos
dentro (en el caso inverso). O sea, las alternativas de los desenlaces bélicos fueron que las castas
dominantes incorporaran a los pueblos vencidos a la servidumbre en lugar de la expulsión o el
exterminio o que un pueblo bárbaro conquiste la o las ciudades de la sociedad estratificada y se
convierta en su nueva aristocracia.

Para la nueva finalidad de apoderarse de los trabajadores sometidos, como para ambas alternativas,
resulta claro que sólo son posibles a partir del carácter excedentario de la producción social.
También es claro que si la conquista de las ciudades requiere la federación de tribus bárbaras que
antes guerreaban entre sí por la tierras escasa, esa unidad sólo es posible sobre el objetivo de
conquistar la sociedad excedentaria.

La mercantilización y las guerras imperialistas.

La siguiente transformación de la guerra también provino de transformaciones ajenas a lo bélico


mismo y se trata, como en la organización social y la aparición de la política propiamente dicha, de
la irrupción de la forma mercantil dentro de la producción excedentaria, irrupción que contó a la
navegación entre las condiciones esenciales de ella y por consiguiente agregó el ámbito naval a los
hechos bélicos, amén de otras transformaciones relativamente menores a ésta, que sería largo
comentar aquí.

Pero lo que sí debemos comentar que con el doble y combinado ámbito de lo bélico, producto de la
vocación expansiva de toda producción mercantil, que existió aún en sus formas tecnológicas
primitivas, es que comienza la estrecha relación entre guerra e imperialismo, pues sin abandonar
nunca del todo objetivos anteriores de conquista de tierras como recurso, pillajes (a los que ahora
se agrega la piratería), conquista de trabajadores para ser esclavos, ahora aparece la conquista de
ámbitos geográficos enteros y las rutas de acceso, como modo de asegurar el control de los
mercados.

También aquí es la forma nueva la que determina la relación con las anteriores. Por ejemplo, la
conversión de los vencidos en esclavos se mantiene, pero como ahora la producción mercantil es
expansiva de sus actividades en sus auges y requiere más mano de obra (no estando maduro el
desarrollo social para que el trabajo asalariado sea el predominante), aparece el mercado de
esclavos como incentivo para los conquistadores y aún el cazador y el traficante relativamente
independientes, los reyezuelos vasallos que venden sus propios súbditos y otras figuras con fuerte
raigambre hasta tiempos cercanos y especialmente ligadas con la acumulación de capital.

No podemos aquí exponer los conceptos surgentes de estas evidencias empíricas de la historia
universal, no por gruesas suficientemente reconocidas. Para la ligazón profunda entre el mercado y
el Estado propiamente dicho, el parentesco genético entre la esclavitud-cosa y el trabajo asalariado
y otros temas relacionados, debemos volver a remitir a las obras citadas en las dos primeras notas
al pie de esta introducción.

Aún no estando expresas ésas y otras características estructurales que muestran un


parentesco profundo entre las expansiones marítimo-mercantiles antiguas y las de la
modernidad, podemos bien apreciar que el imperialismo ha sido una precondición
histórica de la existencia del capitalismo y lo acompaña permanentemente en su
fundación y desarrollo ulterior.

Como ha hecho notar Engels, hasta para el desarrollo interno de las revoluciones burguesas en
Europa, el despliegue del gran comercio exterior ha resultado un componente esencial de los
elementos que alteraron la rigidez estática del orden feudal.

Debemos sin duda anotar como otro de los síntomas de lo que hemos denominado la adolescencia
de la dialéctica, que esta importante observación haya sido pasada por alto por muchos seguidores
de Marx y Engels, aunque afortunadamente otros han observado hechos que hablan en el mismo
sentido.

Por ejemplo, Paul Baran da un justificado realce al volumen gigantesco de la extracción de riqueza
de la India por parte del Imperio Británico durante el período en que se desarrollaron los efectos de
la "revolución industrial".
Baran hace notar no sólo ese aspecto de la succión de riqueza desde la sociedad dominada y
colonizada hacia la metrópoli, sino también el retroceso deliberadamente impuesto a las fuerzas
productivas y culturales hindúes, citando como fuente los anales de la ..."East India Company", que
obviamente él subraya como insospechable de tener prejuicios antibritánicos.

En cuanto a la succión de riqueza, vale citar:

...El volumen de la riqueza que la Gran Bretaña obtuvo de la India y que se agregó a la acumulación
de capital en Inglaterra, nunca ha sido, que yo sepa, enteramente evaluada. Digby hace notar que,
según los cálculos hechos, el tesoro extraído por los británicos de la India, entre Plassey y Waterloo
-un período de vital importancia para el desarrollo del capitalismo británico-, asciende a un valor
que oscila entre 500.000.000 y 1.000.000.000 de libras esterlinas. Lo gigantesco de esta cantidad
puede verse con claridad si se considera que, al iniciarse el siglo XIX, el capital total de todas las
sociedades anónimas que operaban en la India se elevaba a 36 millones de libras esterlinas. Los
autorizados estadígrafos hindúes K.T. Shah y K J. Khambata, calcularon que en las primeras
décadas del presente siglo la Gran Bretaña se apropiaba anualmente, bajo uno u otro título, más del
10% del producto nacional bruto de la India. Puede suponerse, sin riesgo alguno, que este drene
fue más pequeño en el siglo XX que en los siglos XVIII y XIX. Más aún, puede considerarse como
cierto que este coefeciente subestima el grado del usurpamiento británico de los recursos de la
India, ya que se refiere únicamente a las transferencias directas y no incluye las pérdidas de la India
que fueron causadas por la desfavorable relación de intercambio que le impusieron los ingleses.

Cabe aclarar que la batalla de Plassey fue en 1757 y la de Waterloo en 1815. Aunque la fama de
esta última es extendida, recordamos que significó la derrota final de Napoleón Bonaparte, lo que
dejó a los británicos otro lapso importante para consolidar su imperio sin algún rival de
envergadura, a punto tal que enseguida se comenzó a hablar de la pax británica, al modo como los
historiadores denominaron los cinco siglos de predominio romano en el mar Mediterráneo y Europa,
la pax romana.

Según la manía de interpretar el presente por el pasado y sin entender un ápice la velocidad de las
transformaciones actuales, a nadie se le ocurrió dividir la durabilidad de la pax británica por dos, o
siquiera cinco respecto de la romana, cuando en verdad duró diez veces menos, ya que medio siglo
después Japón, Estados Unidos y Alemania estaban ya en línea de largada para disputarle la
hegemonía a los británicos, sin contar con que Francia, a pesar de las estúpidas políticas de sus
dirigentes, se ubicó también en el ruedo de las potencias imperialistas.

Sin dudas, más necesidad hay de aclarar el significado de la batalla de Plassey, cuya fama no ha
trascendido demasiado fuera de la India y Gran Bretaña. Dicha batalla, en la que las tropas
imperiales británicas al mando de Lord Clive derrotaron al ejército del nabab de Bengala, culminó la
conquista de la India por parte de los ingleses.

Esta batalla y su inmediato resultado, que fue el jugoso saqueo del tesoro del nabab, confirma
fuertemente nuestra línea de razonamiento, porque ese saqueo no sólo inicia el enorme drenaje de
riqueza india hacia Inglaterra, sino que fue juzgado un acicate de primera importancia para el
desencadenamiento de la "revolución industrial", según señaló Maucalay en su apologética biografía
de "Clive de la India", al afirmar que la enorme afluencia de ese tesoro incentivó las inversiones que
posibilitaron la aplicación de la máquina de vapor y otros inventos, entre 1857 y 1860, año que se
suele citar como el comienzo de dicha revolución.

Así que el imperialismo y la guerra que le es consustancial son matriz de la formación de


las naciones capitalistas modernas, han acompañado su creciente proliferación y las
cambiantes situaciones hegemónicas, que no han sido ni exclusivas ni estables como para
hablar de cualquier clase de paz imperial duradera.

Esta conclusión está enteramente fundada en procesos y aspectos que, si bien son gruesos, no son
los únicos que podrían aducirse, amén de que, a su vez, es una clave para entender nuestro
presente histórico y como tal, una mediación importante para avanzar en mayores y más profundas
conclusiones.

Desde luego que detrás de estos procesos está la gigantesca e inconclusa transformación de la
sociedad humana que es el eje de nuestro presente histórico y que desde distintos puntos de vista
quisiera concebirse como menos tempestuosa y cambiante de lo que es, lo que es fácil de explicar -y
ya hemos citado ejemplos- por arraigados deseos conservadores de concebir los privilegios
económicos y sociales como producto de realidades más consolidadas.

Sin embargo y por razones más complejas que aquí sólo mentaremos como parte de la inmadurez
de la visión dialéctica, también a la izquierda del espectro ideológico hay una especie de idea de un
capitalismo "clásico" y estable, entre sus propias revoluciones y victorias frente al feudalismo y el
absolutismo, un remanso de relativa quietud hasta que se agote y deje el turno a la revolución
socialista.

En tal sentido, el imperialismo y la guerra no serían su matriz y permanente acompañamiento, sino


un efecto de descomposición de su madurez tardía, bajo el falso supuesto de que llegando al cenit
de su desarrollo maduro hubo una época idílica, cuyas condiciones daban sustento real a las
ilusiones y apologías de equilibrio social, igualdad y grandes logros de Estado de derecho en las
relaciones internas e internacionales.

Suele suceder, a la vez, que cuando se destruye la creencia en ese mundo estable que sólo, en
verdad, estaba en la subjetividad de una cultura que genéricamente puede denominarse
"progresista", el desencanto suele llevar a tirar el agua sucia de sus ilusiones muertas con el bebé
de la moderna idea de la evolución de la humanidad.

Como habíamos señalado antes, estas consideraciones sobre el imperialismo y la guerra en relación
con el gran salto productivo y poblacional que configura el presente histórico nos resultaban
necesarias para abordar la cuestión de si hubo un "tercer momento" de giro histórico en ese
proceso, luego del "prólogo" a mediados del siglo XVIII y el arranque general a partir de mediados
del XIX.

No lo hubo en cuanto a igualar la importancia de aquellos, debe ser considerado sólo un primer
cambio de "fase" luego de la iniciación de esta gran etapa histórica y corresponde advertir el
carácter más provisional de las consideraciones al respecto.

Los límites para una IIIa. Guerra Mundial.

El momento de flexión que indica el cambio de fase es el fin de la segunda guerra mundial y su
posguerra, según los procesos particularizados que pasaremos a considerar, dos de los cuales ya
hemos considerado muy vinculados entre sí: la guerra y el imperialismo, ambos provenientes de la
etapa anterior al presente histórico.

El principal aspecto relevante de la guerra en el presente histórico es su transformación a medida


que sus promotores fueron tomando elementos de la revolución científico-técnica para aplicaciones
bélicas y la posibilidad de usar masas enormes de combatientes, debido a la explosión demográfica.
El segundo aspecto es la creciente dependencia de los desenlaces en el campo de batalla de la
capacidad de producción y las líneas de abastecimiento de los contendientes, en cuanto a los países
imperialistas, iniciadores necesarios de la violencia bélica en el presente histórico. El tercer elemento
es la aparición del factor moral e intelectual como contrapeso de los dos niveles antes mencionados,
en los combatientes de los países que resisten la acción de las potencias imperialistas, una
reaparición del factor humano como el soldado ideológico frente a las tropas de leva o mercenarias.

En la guerra terrestre, desde la aparición de la artillería como arma autónoma, hasta el uso de los
tanques con igual sentido, la progresión es evidente; en la guerra naval, el uso de las naves
artilladas y acorazadas y los submarinos, igualmente; pero es todavía mayor el impulso con el uso
de las aeronaves, que tendieron a unificar los escenarios terrestres y navales y terminaron de hacer
caducar los frentes con líneas fijas. Los bombardeos masivos sobre la producción y las
comunicaciones disminuyeron la importancia de la habilidad en las maniobras de la guerra de
posiciones.

Todo ello ha arrastrado un crecimiento de la destructividad paralelo al del salto productivo y


demográfico, parásito de él y a la vez insuficiente para detener su desarrollo ascendente, hasta
1945. Cuando la actividad científico-técnica aportó las armas atómicas y nucleares, ya capaces de
una destrucción mayor de las fuerzas que le dieron origen y las cuales, en un belicismo
desenfrenado y creciente como el que estaba en curso, su uso podría implicar el suicidio de la
especie humana y aún el fin de todas las especies vivas, esa relación entre fuente e instrumento se
alteró esencialmente.
El hecho central es que, después del verano boreal de 1945, mientras el belicismo y el
armamentismo han continuado su desarrollo ascendente, la tensión bélica internacional ha estado
más de una vez al rojo vivo y cuando varias voces han pronosticado una Tercera Guerra Mundial,
ésta no se ha producido: han pasado desde entonces ya casi el triple del intervalo entre la primera y
segunda guerras mundiales.

Al conjunto de limitaciones que ya hemos referido de las actuales visiones del mundo para
reflexionar nuestro presente, las que a su vez están condicionadas por la magnitud y la novedad de
la transformación que vivimos, se puede agregar, en este punto, el horror abismal que nos produce
la posibilidad del holocausto nuclear, dentro de experiencias cercanas muy idóneas para incentivar el
horror y aún una comprobación tan sencilla como la recién formulada no parece tener abundante
compañía.

Conjurar el horror mirando para otro lado, sin embargo, sólo produce soterrarlo, por el momento, al
lugar inconsciente de donde brota, el miedo a la muerte y por consiguiente no sólo validamos la
anterior comprobación, sino que consideramos conveniente profundizar la reflexión sobre el tema.

Que el ritmo de la repetición (y el consiguiente aumento de la destructividad bélica) de la guerra


mundial esté ya tan retardado como para abrir la duda sobre si habrá otra, no significa que exista
un acuerdo firme y universal de evitarlo, lo que, claro está, se volvería imposible de desatarse la
IIIa guerra mundial.

En términos genéricos, resulta difícil creer que habrá muchas personas que ante la representación
imaginada del holocausto nuclear no sientan un horror suficiente como para que, puestos en
situación, no se opongan o traten de evitarlo, pero mejor que esta reflexión genérica, puede resultar
otra más especificada.

Según lo que hemos visto en la historia de las guerras, su sentido para los participantes ha ido
variando según como fuera el sentido para los diferentes participantes de la vida social, articulada
en situaciones contrapuestas, según la estratificación social, pero también según la pertenencia a
países imperiales o países sometidos al dominio imperial, modernamente naciones dominantes y
dependientes.

Los pueblos productivos, pero sin excedente y aún con organización social comunista primitiva han
afrontado la guerra como anexa a la misma necesidad de poder realizar su agricultura o su
ganadería como fuente de su supervivencia grupal y han valorado sus tareas y habilidades como a
las otras, siendo parte de su cultura práctica y sus modos sustitutivos del animismo mágico.

La casta guerrera dominante y ociosa de una sociedad excedentaria ya está en una situación
bastante más compleja: su carácter ocioso la lleva a una cultura de la paz y a una coacción sólo
disuasiva de sus armas en lo interno, que es donde su existencia se entrelaza de un modo más
estrecho con la casta sacerdotal y dentro de lo cual sus dioses como su carácter sagrado son
indiscutibles.

Pero sigue existiendo la posibilidad de guerras en lo externo, sea frente a pueblos "bárbaros" u otras
sociedades "civilizadas". Estas guerras siguen teniendo por objetivo el territorio, pero también
conquistar como botín la propiedad del trabajo de los labriegos o pastores, situación que también se
desdobla en la cultura.

La lucha material por la tierra, como en los pueblos primitivos, valora tanto la habilidad en el uso de
las armas para el combate como su conducción, cada vez más, puesto que los ejércitos son más
grandes y los enfrentamientos más complejos. En cuanto a la validación del dominio social, la guerra
hace perder a los dioses su carácter sagrado indiscutible, pues entran en la dialéctica material de la
victoria o la derrota, dependiendo del nivel anterior, aunque lo sagrado perdure en la suposición de
que son los mismos dioses opuestos los que determinan la victoria y no los hombres que se cubren
con su manto, lo que encierra el secreto de que los triunfadores adquirirán también siervos y
esclavos que trabajan y no sólo la tierra en que lo hacen: tal lo que quiere expresar el monarca
triunfante al derrotado cuando le dice "mis dioses han sido más fuertes que los tuyos".

De esta combinación es que surge la figura cultural de la gloria militar, fijada en símbolos y relatos
re-fundadores de la civitas o polis hegemónica, recubierta necesariamente por el manto de lo
sagrado, pero dependiente de la victoria y premio también al riesgo de perder el poder nobiliario de
las castas guerrera y sacerdotal.
El premio es tanto o más pomposo y solemne cuanto a esa conservación se contribuyó con la
pérdida de la propia vida, figura épica del Héroe, que ya en la Victoria se junta con la muerte
inmortal.

Por cierto que los pueblos bárbaros eran pueblos en armas, íntegramente; por cierto que las
civilizaciones de casta podían movilizar masas de trabajadores rurales mucho más grandes que los
bárbaros, sólo que como soldados nunca fueron provistos de suficiente destreza con las armas, por
miedo a la rebelión, ni de propiedad que les hiciera vivir la guerra como cosa propia, acorde con su
condición servil o esclava.

Sintetizando este aspecto, en vísperas de la batalla de Maratón, los atenienses dieron la libertad, a
cambio de combatir, a sus esclavos, salvo los de las minas de plata. Los hoplitas helénicos o los
legionarios romanos eran en general campesinos o tenían otro interés propio. Nuevamente, las
transformaciones de la producción mercantil sobre la sociedad excedentaria, aparecen en la
sociología de la guerra, o sea, también en este plano, el proceso de las revoluciones democrático-
burguesas han ligado las necesidades de la guerra con las reformas agrarias.

O por el dominio y el enriquecimiento de las castas o clases superiores, con consuelo de gloria
inmortal para los caídos, la guerra ha sido del interés de esos poderosos sectores y, desde la
producción mercantil para acá, ha sido también de un interés menor para sectores subalternos de la
polis, el imperio o la nación en cuestión.

Todavía ya en curso la actual gran transformación, los ideólogos de la burguesía imperial británica
aducían la necesidad de explotar las colonias para hacer concesiones a su propia clase trabajadora,
lo que motivo como se sabe, palabras desilusionadas de Engels sobre las trade unions y el Labour
Party, así como la propaganda nazi subrayó las posibilidades que los arios trabajadores germánicos
tenían de convertirse en casta dominante como premio a las conquistas (sobre todo en territorios
eslavos).

Como dijimos, en la actual gran transformación científico-técnica y poblacional, la aplicación de sus


descubrimientos a la guerra fue haciendo depender cada vez más los resultados a procesos donde
no entran las clásicas virtudes del guerrero, salvo, claro está, en los pueblos pacifistas y pobres que
se defienden del imperialismo. Los superhéroes, los Rambos no son más que versiones yankys del
ario-germánico Superhombre de Nietzsche, que como hemos demostrado, no es más que una figura
propagandística, mientras el maqui, el general Giap, el guerrillero heroico Che Guevara, el brigadista
internacional en España u otras figuras han prolongado en la única forma posible la tradición de la
Gloria militar.

En la Argentina se dice "desde que se inventó la pólvora, se terminaron los guapos", refiriendo al
cuchillero de suburbio que se batía prontamente a duelo por su honor u otras causas, a lo que no
podrá llegar si lo matan con un arma de fuego. Parafraseando, bien podemos decir "desde que se
inventaron las armas atómicas y nucleares se terminó la Gloria imperial de los Alejandros, Césares o
Gengis Janes", pues ¿qué gloria podría aducir el General Westomoreland, aún en las muy
menguadas formas que las tuvieron el Mariscal Rommel o el General Patton? Sin jinetas ni campo de
batalla, Mr. Bush hoy aspira meramente a que el chovinismo, inducido tenazmente por los medios
de difusión, le dé un mero triunfo electoral.

Esto, por conquistar un pequeño país petrolero dominado por un régimen poco prestigioso y
debiendo soportar, por primera vez, las manifestaciones antibélicas, en el mundo, más grandes que
se conocen en este presente histórico.

Claro, si fuera sólo obturar el sustituto simbólico de la gloria imperial lo que brota de la amenaza de
la guerra nuclear, bien podríamos temer de la estolidez y la corrupta inmoralidad de la plutocracia
actual, que nos sometiera a esa devastación.

¿Pero qué seguridad pueden tener los dirigentes imperialistas de que después del magno descalabro
van a poder imponer un orden mundial que mantenga o acentúe sus privilegios actuales? ¿Qué
seguridad pueden tener de no terminar suicidándose como clase social y aparato político y militar
junto con el genocidio que cometerían y que dejaría pálidos todos los genocidios del pasado?

Una cosa es hablar del fin de la historia y hablar pintando un mundo idílico de equilibrio y paz ¡Y otra
cosa es perpetrar el fin de la historia en un paisaje de radiaciones asesinas de los organismos vivos
sobrevivientes e increíble devastación!
Hemos visto en la realidad y en el cine actuales variados ejemplos de personajes que amenazan a
sus enemigos con una explosión cuya destructividad los incluye y siempre su verosimilitud (o
veracidad en lo real) proviene de ser contendientes en inferioridad de condiciones. ¿Es verosímil que
los ricos y poderosos dirigentes imperialistas digan "o me entregan ese territorio sin resistir o inicio
la guerra nuclear"?

¡Con sólo sus aventuras afgana e iraquí el imperialismo yanky ha logrado poner fin a una larga y
enconada conflictividad entre China e India, alejar de su influencia a la corrupta "nomenclatura"
rusa, generar discordia con franceses, alemanes y japoneses y dar espacio al franco desafío de la
pequeña Corea del Norte!

Esta es la situación propia de mantener el arsenal nuclear, mientras no tiene ningún sentido pensar
que hacer después del improbable holocausto, en el supuesto de pueda reconstruirse el camino
histórico de la sociedad humana, lo que no es seguro.

Pero la humanidad no debe resignarse a que se mantenga el arsenal nuclear en manos de agresivas
plutocracias imperialistas. Es lógico apoyarse en el freno que el mismo poder devastador del arsenal
nuclear impone a su uso, pero no puede imponerse la paz sin cuestionar el poder imperialista, que
ha dado sobradas muestras de que no colaborará con el desarme ni con el saneamiento ambiental,
la supresión del hambre y la desocupación ni ningún otro beneficio para las masas humanas.

Las masas humanas, para lograr esos fines, necesitan controlar y alterar las reglas del poder y la
acumulación capitalista, pero la primera complicación que tiene tal perspectiva es que no sería la
primera vez que se lo plantea y hasta ahora, sin éxito decisivo. Los movimientos progresistas o
socialistas reformistas han planteado su superación evolutiva y los socialismos revolucionarios su
derrocamiento. Estos últimos, llamados "socialismos reales" cuando triunfaron, han debido convivir
con las plutocracias capitalistas y han sido influidos y aún modificados por esa convivencia, mientras
los socialismos reformistas han sido absorbidos directamente bajo su poder.

La inmadurez del socialismo.

Es obvio que el socialismo pertenece enteramente a nuestro presente histórico; , se suele considerar
su antecedente más antiguo a la propuesta de Francisco (Graco) Babeuf, brotada en el ala izquierda
del Club de los Jacobinos que participó en la Revolución Francesa, parte indudable de la gran
transformación que configura nuestro presente histórico, cuando ya su prólogo británico se había
desplegado.

Esta aparición inicial muestra tres cosas importantes: 1) el socialismo es el único de los grandes
movimientos del presente histórico que le pertenece exclusivamente, pues todos los otros tienen
raíces en el pasado; 2) su formulación por Babeuf , cuando era reciente la aceleración del derrumbe
de las sociedades de casta, lo constituyó sin embargo ya como referencia obligada del presente
histórico, medio siglo después Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista, que lógicamente
tiene más insuficiencias y lagunas que logros, aún cuando éstos sean cualitativamente superiores a
las visiones de casta y de clase; 3) este carácter auroral coincide en su falta de realización social
inmediata con las promesas humanistas inclumplidas de la revolución burguesa, lo que en el caso de
la Revolución Francesa se ve bien en que ésta no logró siquiera una república estable, sus sucesivas
versiones de república han sido siempre desilusionantes, en algún grado, respecto de aquellas
promesas humanistas.

Volviendo a nuestra propuesta del ir y venir, recordamos que en Europa Occidental hubo sólo dos
revoluciones burguesas modernizantes antifeudales y antiabsolutistas anteriores a la actual gran
transformación: la holandesa y la inglesa.

Es obvio que a partir de ellas se crearon las condiciones para el inicio de la gran transformación en
Inglaterra, pues el clima de tolerancia y libertad de conciencia que hizo del siglo XVII el del brillo y
el predominio de Holanda en Europa e inició su franca expansión comercial ultramarina, se trasladó
a Inglaterra al fin de ese siglo, incluyendo un estatúdeter constitucional holandés coronado monarca
constitucional británico y se desplegó con mayor fuerza en el siglo XVIII.

No obstante, podemos establecer que en esta progresiva evolución de la modernidad europea, se


muestra un proceso de causalidad recíproca como el que observamos antes entre el aumento del
tráfico marítimo que impulsó la construcción del Canal de Suez, el que una vez concluido, impulsó a
su vez el crecimiento del tráfico marítimo. Aquí se ve que el triunfo de las revoluciones burguesas en
Holanda y Gran Bretaña, con predominio de manufactureros y comerciantes sobre la nobleza y el
clero y correlativamente, de las condiciones de libertad para el desarrollo de la ciencia sobre las
prescripciones autoritarias de la religión indujeron, entre otras causas, la "revolución industrial" en
Inglaterra, con sus estridentes resultados en los equilibrios de poder y esto a su vez indujo la
revolución francesa y la independencia norteamericana, como primeros pasos de un cambio que
continuaría ya definitivamente.

Claro que los que iban a la vanguardia no deseaban competidores: los británicos hubieran querido
mantener aplastados a sus colonos del norte de América y los holandeses incentivaron la explotación
de castas en Indonesia, pero también es cierto que el inventor del pararrayos Benjamín Franklin fue
el dirigente de una revolución de independencia burguesa exitosa, mientras el admirador de la
mecánica y los relojes Luis XVI sufrió la precisión mortífera de la guillotina que él mismo mandó
inventar como "concesión humanista" en su represión al tercer Estado que bullía por los cambios.

En sólo estos ejemplos, puede advertirse el vertiginoso girar de la cultura, las identidades, las
posiciones sociales y políticas de los protagonistas y podrían agregarse muchos más, no sólo para
ese período, sino para todos los que constituyen nuestro presente histórico, sometido a un cambio
que no tiene parangón en el pasado.

En tal sentido, el atisbo socialista de Babeuf no desentona en absoluto con el espíritu de la época, ni
la paradoja de la enorme distancia entre su propuesta y sus posibilidades de realización, pues desde
entonces hasta hoy la evolución cultural es una danza incesante de paradojas, lo que en la superficie
revela una secuencia no menos incesante de contradicciones que responden a un gran
transformación.

Aún dentro de esta síntesis sobre el nacimiento de las ideas y los proyectos socialistas, la referencia
a Babeuf es demasiado escueta e induce a algunas confusiones temporales y del perfil de los
personajes que conviene despejar.

En lo temporal, pareciera que Babeuf pertenece a un pasado remoto y en cierto modo absurdo del
socialismo, ya que está ubicado en medio de una revolución burguesa que sólo desplegándose
después generaría las condiciones para que germinaran las semillas del socialismo. Habrían sido los
"socialistas utópicos" esas primeras aunque imperfectas semillas, así que ellos aparecen casi
contemporáneos de Marx y Engels.

Pero Babeuf nació en 1760, sólo 11 años antes de Roberto Owen (1771) y 12 de Carlos Fourier
(1772), de modo que todos ellos pertenecen a una generación anterior a la de Carlos Marx (1818) y
Federido Engels (1820), pues cuando éstos nacieron, aquellos ya habían manifestado su huella en la
historia.

Sucede que la vida de Babeuf fue corta y su huella específica es hacia el final, cuando ante la
derechización de la república nacida con la revolución, la llamada "reacción termidoriana", editó El
Tribuno del Pueblo y congruentemente adoptó el seudónimo de "Graco", propugnando la eliminación
de la propiedad privada y poniendo manos a la obra organizó un intento de tomar el poder, conocido
como "la conspiración de los Iguales" que, fracasada, motivó su condena a muerte en mayo de
1797.

Fue sólo dos años después que Robert Owen, accionista minoritario de New Lanark contrajo
matrimonio con la hija del principal propietario para iniciar poco después le primera experiencia
fabril de conducción y beneficios compartidos con los obreros, cuyo buen resultado lo indujo a
buscar reformas más ambiciosas dentro del sistema capitalista.

Autofinanciado para hacerlo, lo intentó sin éxito con el proyecto New Harmony, finalmente fracasado
entre 1825 y 1828, pero que debe ser considerado continuación de la experiencia tenida en New
Lanark.

Probablemente de acuerdo con la tradición empirista británica es que Owen fue avanzando
pragmáticamente y después del fracaso de New Harmony dejó su huella en la fundación del
cooperativismo que reconoce su nacimiento en Rochdale. En cambio, antes de sus ensayos más
tímidos y también fracasados de falansterios, Fourier escribió de un modo más completo y
programático su teoría en 1808, también probablemente más de acuerdo con la tradición
racionalista francesa y también antes del nacimiento de Marx y Engels y más aún de su encuentro
en 1844, en que descubrieron mutuamente haber llegado a las mismas conclusiones, es decir, a la
misma visión del mundo, una de las precondiciones de la escritura del Manifiesto Comunista en
1847.

Pero más allá de los aspectos conjeturales sobre estos hechos, ellos tienen también algunos sentidos
indiscutibles: 1) desde el nacimiento se manifestaron en el socialismo las dos corrientes que en el
último párrafo del acápite anterior señalamos como aún incapaces de superar al capitalismo: el
socialismo revolucionario, que considera necesario tomar el poder para cambiar las formas de la
propiedad y el socialismo reformista que considera que mediante reformas parciales y progresivas
se pueden mejorar los defectos del capitalismo, hasta eventualmente pasar a otro ordenamiento
social; 2) sus insuficiencias eran bien propias del recién nacido, tanto Babeuf como los socialistas
utópicos pueden ser considerados expresiones pueriles del socialismo y las confluentes
elaboraciones de Marx y de Engels una refundación con las condiciones mínimas de seriedad y, no
obstante, la apertura de la etapa, al menos, adolescente de la dialéctica; Fourier, que era agente de
Bolsa en Lyon, se ilusionó con una colecta entre los burgueses ricos que le permitiera fundar muchos
falansterios con 1.600 habitantes cada uno, lo que revela su proyecto como impulsado por ilusiones
más pueriles que las de Owen; 3) no obstante lo anterior, los proyectos socialistas han renacido
insistentemente, lo que muestra que su necesidad proviene de la comprobada falencia del
capitalismo para satisfacer las necesidades que brotan con cada vez más fuerza del nivel de fuerzas
productivas que se ha hecho desplegado -y para continuar creciendo- en este presente histórico.

Nuestra caracterización del presente histórico es válida porque cubre vacíos de reflexión científica
histórica bastante grandes, lo que se corresponde estrictamente con una de sus afirmaciones, la de
la adolescencia de la dialéctica, visión a la que pertenece.

Pero por eso mismo tiene un carácter liminar, está lejos de ser una esbozo de la historia llamada
habitualmente contemporánea y aún en su finalidad más limitada, es susceptible de ser ampliada y
modificada por investigaciones mayores.

Esta circunstancia incluye esta parte sobre el socialismo, al que sólo pretendemos ubicar dentro del
presente histórico, como algo enteramente propio de él y con un desarrollo sólo inicial y por ello no
podemos incluir siquiera un esbozo de la historia de las ideas y el movimiento socialistas.

Vale esta explicación porque no hemos hablado de otros protagonistas que suelen ser agrupados en
el socialismo utópico, como Proudhon o Saint-Simón, quienes no sería lógico omitir dentro de una
historia global del socialismo, aunque fuera para explicar porqué no pertenecen definidamente a su
movimiento.

Nos ha parecido en cambio claras y definidas las menciones de Babeuf, por un lado y de Owen-
Fourier, por el otro, por expresar no sólo las corrientes revolucionaria y reformista del socialismo,
sino también la forma más elemental de intentar ponerlas en práctica, mientras en los otros casos,
se presentarías otras complicaciones, algunas mencionadas en la reciente nota al pie.

En los tiempos de estos protagonistas se fueron formando los sindicatos, logias y agrupaciones
políticas socialistas, cuyas luchas fueron generando una afirmación de sus propias tendencias,
aunque siempre sin una diferenciación clara respecto de los movimientos de índole democrático-
burguesa que pugnaban -en medio de tormentas revolucionarias que agitaban a los países
europeos- por liquidar lo que quedaba del poder nobiliario y clerical y por un mayor cumplimiento de
las promesas incumplidas de las anteriores revoluciones burguesas, dentro de las que el voto
universal fue la consigna más relevante y programa común con las tendencias obreras y socialistas.

De modo que en la primera mitad del siglo XIX quedó aún más patente que en el siglo anterior esa
vertiginosa transformación de las condiciones históricas que hemos mencionado y la participación
del socialismo en ella siguió creciendo, de los pequeños ensayos iniciales que hemos mencionado
hacia movimientos más vastos, aún confusos, pero más perfilados, como para que ambas
circunstancias pesaran en un reconocimiento más amplio por parte de otras corrientes y sectores, el
clima que permitió a Marx y Engels encabezar el célebre manifiesto de este modo:

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se
han unido en santa cruzada para acosar a es fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los
radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el Poder? ¿Qué
partido de oposición, a su vez, no ha lanzado tanto a los representantes más avanzados de la
oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?

De este hecho resulta una doble enseñanza:

Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.

Que ha llegado el momento de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus
conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un
manifiesto del propio Partido.

Es altamente probable que no haya ningún otro texto de este presente histórico que haya merecido
tantos comentarios como para que éstos, sumados, representen un múltiplo de muchos miles
respecto de su propia extensión, ni que sus ediciones sean tantas como para que sea en extremo
difícil hacer un recuento y lista de las mismas, por no decir imposible, dando razón a muchas de sus
afirmaciones y a su estilo, por lo que a los simpatizantes del socialismo nos sea difícil su lectura sin
emocionarnos.

Sin embargo, ese sesgo no ha dejado de tener contrapartidas entre sus admiradores, lindantes con
el ridículo y la retórica vacía: por ejemplo, a fines del siglo XX, el XXII Congreso del Partido
Comunista de la Unión Soviética proclamó estar conduciendo en su sociedad el "paso del socialismo
al comunismo", por lo que sus propagandistas dijeron que sus conclusiones y resoluciones
constituían ¡el "manifiesto comunista" de la época actual!

Al comenzar este siglo XXI nadie se acuerda de este segundo "manifiesto comunista", pero el
carácter fundador del primero mantiene su vigencia y dentro de este acápite nos merecerá un
comentario demostrativo de la "adolescencia" de la dialéctica y del socialismo.

Tan conocida como la imagen del fantasma del comunismo que recorre Europa es la frase que la
historia de todas las sociedades que han existido es la historia de la lucha de clases. El valor de esa
afirmación frente al fetichismo jurídico de la igualdad ante la ley y las teorías vigentes de la armonía
social y la automática descalificación de toda rebeldía, conflicto o protesta es mayúsculo. Pero su
extensión a la totalidad de la historia, de la que luego es fácil inferir que sus términos abarcan toda
la realidad, es equivocada y puede llevar a múltiples errores.

Luego de escrito el Manifiesto, aparecieron las investigaciones de Darwin sobre la evolución de las
especies y los de Morgan sobre las sociedades primitivas, las que motivaron el lógico entusiasmo de
Marx y Engels, porque dieron una visión más amplia y totalizadora de la historia de la especie
humana, poniendo sus raíces como tal en la historia evolutiva de las especies animales, en un caso
y, en el otro, las de las modernas sociedades estratificadas, en el desarrollo de las fuerzas
productivas de sociedades que comenzaron siendo comunistas primitivas.

Señalando que entendía cumplir la ejecución de un testamento de Marx, Engels escribió una obra
que, recogiendo los descubrimientos de Morgan, intentó un esquema explicativo del paso de la
sociedad comunista primitiva a la sociedad de clases y en consonancia, en nota al pie de las
ediciones del manifiesto de fines del siglo XIX, luego de la afirmación aclara "es decir, la historia
escrita", donde no sólo cita los trabajos de Morgan sino de otros autores que descubrieron formas
comunales rurales antiguas.

La cantidad de partidarios del marxismo que han leído ya en el siglo XX la frase original sin reparar
en la nota al pie mencionada es sin dudas muy grande. La cantidad de ellos que de las inevitables
conclusiones erróneas que de esa inadvertencia se sacan, han encontrado argumentos para declarar
lo equivocadas que son las teorías marxistas y justificar su abandono, seguramente también es
abundante.

La rectificación de Engels muestra terminantemente que no sólo el socialismo y la dialéctica son


adolescentes, sino que también lo son las ciencias humanas. Como corolario, podemos advertir la
actitud abierta a los resultados de la ciencia que tenían él y Marx, en contraste con muchos de sus
seguidores y si en contraste con aquellos que ni siquiera advirtieron la nota al pie mencionada, hay
otros que sí la han advertido, tampoco muchos de ellos han continuado el seguimiento de los
resultados de la antropología y la arqueología humana, como para advertir que el texto de Engels
sobre los resultados de Morgan ha quedado en extremo desactualizado.

Estas fallas y precariedades culturales en las nacientes corrientes ideológicas y políticas del
socialismo adquieren un gran relieve si tenemos en cuenta dos circunstancias importantes: una, que
Marx y Engels realizaron un trabajo intelectual dotado de mucha lucidez y cuidadoso espíritu
científico y dos, que el primitivismo observado en Babeuf, Owen y Fourier tenían principalmente,
como condicionante, una falta de visión de conjunto de la gran transformación a cuyos problemas
pretendían responder, mientras la obra de Marx y Engels constituyó el primer marco socialista para
entenderla y es incluso un notable mérito de ello el haber aprovechado las mejores y recientes
creaciones de la cultura burguesa en la materia, es decir, la dialéctica hegeliana, el materialismo
filosófico y la economía política inglesa.

Volviendo a la corrección hecha por Engels al texto del Manifiesto Comunista en reconocimiento a los
aportes de Morgan, cabe anotar que en su prólogo a la obra citada en la que saca conclusiones
sobre ellos , dice que en su opinión y la de Marx, Morgan habría vuelto a descubrir el materialismo
histórico. Esta no es una frase efectista producto del entusiasmo, pues efectivamente, la dialéctica
más profunda del desarrollo de la sociedad es la del desarrollo de sus fuerzas productivas, que
existía antes de la sociedad de clases, se mantiene en todo su transcurso y se supone se mantendrá
aunque las clases sean abolidas y este concepto está en la concepción de Marx y Engels, con
anterioridad a que tomaran cuenta de los nuevos aportes sobre las sociedades primitivas.

Sin éstos conceptos, será construido sobre arenas movedizas todo intento por fundar una teoría de
la sociedad humana, como efectivamente ocurre con la sociología burguesa, aún en sus mejores
expresiones y aún sin contar con aquellas mitificaciones culturales que, aún fuera del irracionalismo
intentan tapar el conflicto y el movimiento que expresan el devenir histórico.

Por ejemplo, el fundador de la teoría marginalista en la economía, William Stanley Jevons, propuso
explicar la recurrencia de las crisis capitalistas según el movimiento de las manchas solares,
mediada sobre sus efectos en la productividad de las cosechas agrícolas que incidirían en los
precios, lo cual nunca estuvo fundado ni en un verdadero estudio meteorológico sobre la presunta
influencia de las manchas solares sobre lluvias ni tampoco del movimiento y la influencia del
mercado de cereales y otras producciones primarias sobre el resto de los mercados.

Tamaña ridiculez no ha impedido que, el contemporáneo de Marx, Jevons y su marginalismo sean


considerados en un lugar relevante de la "ciencia" económica, mientras se suele excluir a Marx,
quien realizó una contribución decisiva a la teoría de las crisis al señalar que son los aspectos y
movimientos intrínsecos de la acumulación del capital los que arrastran a un movimiento global
hacia la crisis.

De la combinación de tal concepto ubicado en el análisis de las abstracciones puramente económicas


con el análisis cultural del fetichismo de la mercancía surge la conclusión de que la crisis es tanto
más inminente cuanto más grandes y eufóricos aparecen los enriquecimientos del gran capital,
confirmada brillantemente tanto en 1929 como a fines del siglo XX.

De modo tal que a pocas décadas de su nacimiento y con más razón si tomamos en cuenta sus
puerilidades iniciales, el socialismo encontró en la formulación de Marx y Engels una interpretación
global de la historia humana y del presente que abre paso a su comprensión científica, que la cultura
burguesa no puede aceptar porque implicaría la autodisolución de su identidad, pero tampoco puede
replicar válidamente.

Esta es la razón por la cual el húngaro György Lukács ha señalado, extremando el argumento, que
no hay una ciencia social propiamente dicha sino conciencias de clase opuestas y sólo una de ellas
con posibilidades de aproximarse a la verdad, pues la otra es inevitablemente falsa. Con lúcida
conciencia de eso y, a la vez, con una jactancia propia de la inseguridad adolescente (no personal,
sino de su visión), escribió:

...La superioridad del proletariado sobre la burguesía, que le es en todo lo demás superior
-intelectualmente, organizativamente, etc.- estriba exclusivamente en que el proletariado es capaz
de contemplar la sociedad desde su mismo centro, como un todo coherente, y, por lo tanto, es
también capaz de actuar de un modo central que transforme la realidad entera.
Desde luego, tanto las breves comparaciones que hemos hecho en este escrito, más las muchas
otras que se han hecho por el propio Lukács y otros, sin contar con las que aún no formuladas sería
fácil hacer, dan entera razón a la parte lúcida.

Pero la jactancia adolescente, a saber la afirmación deducida de que es capaz de actuar de un modo
central que transforme la realidad entera es discutible y problemática, es más, no ha sido probada
todavía en la arena de la historia.

Necesidad histórica y realidad internacional o nacional del socialismo.

Transformar la realidad entera implica "en el mundo", abarcando toda la sociedad humana que vive
en el planeta que llamamos Tierra.

El proletariado, como internacional, no ha tenido unidad de acción considerable y los ejemplos que
se puedan dar al respecto, efectivos, refieren a cuestiones de solidaridad, esporádicas o bien ante
situaciones extremas, como la guerra civil española. La Primera Internacional, aunque Marx y Engels
se contaron entre sus fundadores, junto a los anarquistas, con quienes nunca pudieron ponerse de
acuerdo, se disolvió pronto, mostrando en su nivel específico, la coordinación internacional, una
puerilidad tan grande como los manifestados por Babeuf, Owen o Fourier. La Segunda Internacional,
donde los discípulos alemanes y austríacos (no muy fieles) de Marx y Engels ejercieron la principal
influencia, fracasó estruendosamente en la política, aún puramente defensiva y no transformadora,
de detener la primera guerra mundial.

Como es bastante conocido, los pacifistas más decididos rompieron con sus direcciones y fundaron
la Tercera Internacional, que logró crecer bastante sobre el doble prestigio que les creó esa actitud y
el de la Revolución Rusa. Pero con el curso del tiempo, esta organización se convirtió en correa de
transmisión del Partido Comunista de la Unión Soviética, cuyas directivas crecientemente
respondieron al interés "nacional" de su propio Estado, lejos de articular una política
internacionalista, lo que por ausencia también se prueba, desde que disuelta la Unión Soviética y el
bloque de naciones que hegemonizaba, también quedó disuelta la Tercera Internacional.

Mientras tanto, la Segunda Internacional se convirtió crecientemente en una variante atemperada


de las políticas de las burguesías imperialistas y las diversas versiones de la(s) Cuarta(s)
Internacional(es) nunca lograron que alguno de sus integrantes articulara siquiera alguna política
nacional efectiva y unificada, por lo que no cabe ni considerar en ellas la cuestión internacional.

La presuposición de construir un socialismo nacional, en uno o más casos para que otros se vayan
sumando y completar así el mundo, ha quedado muy cuestionada desde la disolución de la URSS y
las reformas capitalistas de la economía china.

Abordaremos la experiencia de los socialismos "reales" enseguida, pero antes nos referirnos a una
hipótesis alentada por ese fracaso de los "socialismos reales" en lograr sus objetivos socialistas y la
inoperancia o fracaso de las internacionales obreras.

Se trata de objeciones no ya a la unidad de acción internacional de la clase obrera, sino a su propia


existencia, argumentando la disminución de las grandes fábricas donde se concentraban masas de
obreros, pero aunque esto sea verdad en cuanto a la disminución de dicha concentración y sus
efectos de facilitar la acción sindical, es una simple sandez en cuanto a la existencia misma, cuyo
eje es el trabajo asalariado.

Esta equivocación está relacionada con la superficialidad de mantener la calificación de revolución


industrial -válida sólo para la fase inicial- de la actual revolución científico-técnica, pues las grandes
plantas fabriles son una forma relevante sólo de una fase, tanto de esa revolución como del
capitalismo que todavía la controla.

Pero además proviene de 1) una visión muy cortoplacista de las transformaciones históricas, en
parte probablemente influida por la velocidad de las fases de la actual, confundiendo el ritmo de
ellas con el que puede tener en su total, aún no consumado 2) un visión demasiado acotada a los
centros del capitalismo industrial, que deforma la visión de la sociedad mundial en su conjunto.

Gordon Childe escribió un capítulo entero de la obra antes citada dedicado a llamar la atención de
los largos períodos que ha llevado a la especie humana la evolución de su sociedad. Siguiéndolo,
podemos recordar que el estadio recolector duró varios miles de decenas de años y es hace unos
ocho mil años que algunas sociedades iniciaron la producción propiamente dicha.

Si consideramos ambos juicios podemos decir "recién" hace ocho mil años a la vista de las decenas
de miles anteriores, pero si consideramos el segundo juicio solo o en relación con los
acontecimientos posteriores, podemos decir, a la inversa, hace "nada menos" que ocho mil años que
el hombre comenzó el camino productivo que hoy culmina en esta gran transformación, que apenas
redondea dos siglos.

Las primeras producciones excedentarias cuentan apenas cinco mil años respecto de la historia
global de la especie y nada menos que cinco milenios en comparación con estos dos siglos. Desde la
mitad de ese período, es decir veinticinco siglos que la producción mercantil comenzó su tendencia a
convertir el excedente en dinerario, lo que vale decir a transformar la estratificación desigual de las
relaciones de casta en relaciones de clase.

Es decir que a la especie le ha llevado ocho mil años de producción, cinco mil años de producción
excedentaria y dos mil quinientos de transformación del excedente de distribución estática según el
orden de castas en distribución abstracta, flexible y dineraria según el orden de clases, por lo que
resultaría excesivo esperar que en doscientos años pudiera arribarse a un ordenamiento social y
cultural que termine con castas y clases y realice en un orden universal la igualdad y la organización
enteramente orientada a la satisfacción de las necesidades.

Es verdad que no podemos comparar aritméticamente los períodos de años que componen los
milenios con los de estos dos siglos últimos porque la velocidad del proceso histórico es disímil.
Asimismo es verdad que sería absurdo evaluar que la construcción del socialismo requerirá un lapso
histórico de miles de años y por otra parte carecemos de cualquier índice de conversión para
homogeneizar el tiempo histórico, supuesto que fuera posible obtener tal índice.

Pero que los primeros intentos de instaurar una sociedad socialista durante el siglo XX hayan
fracasado en el empeño, a la luz de este examen sobre los ritmos de la evolución de la sociedad en
la historia, no pueden fundamentar ningún argumento acerca de una presunta inviabilidad del
socialismo ni oscurecer las evidencias de que son las penurias del mismo capitalismo las que
vuelven crecientemente necesario reemplazarlo por aquél.

Relacionada con este problema de las escalas de tiempo en la historia y los ritmos de las
transformaciones de la sociedad humana que inciden en una visión cortoplacista, dijimos que hay
una segunda cuestión que es la de centrar excesivamente la atención en los países centrales del
mundo actual, sin tomar en cuenta la fuerte dinámica de influencia mutua que tienen con los países
que no han alcanzado su nivel de desarrollo tecnológico y acumulación de capital, que es uno de los
aspectos más variables de las fases sucesivas de la gran transformación del presente histórico.

Una deformación a la que lleva este punto de vista es considerar que los problemas, dilemas y
contradicciones de las sociedades desarrolladas son los de la humanidad en su conjunto,
minimizando la existencia e influencia del resto, tanto en sus necesidades específicas como en el
reconocimiento de los aportes -como sectores explotados o saqueados- que han hecho y hacen para
sostener el desarrollo de los centros.

Un síntoma de la deformación es que durante los inicios de la gran transformación ella pudo ser bien
calificada de europeísmo, lo que en la actualidad resultaría insostenible, tan sólo considerando el
papel hegemónico que ha ido cumpliendo crecientemente Estados Unidos dentro del capitalismo,
amén de la importancia del Japón.

Algunos pueden sostener que el actual carácter de país "central" del Japón se debe a la permisividad
de los Estados Unidos, quien luego de su victoria mediante los bombardeos atómicos de Hiroshima y
Nagasaki, con su efecto de rendición incondicional y la siguiente ocupación territorial y
administración militar norteamericana hubiera podido forzar a la economía y la sociedad japonesa a
un estado semi-colonial.

En efecto, ése era un curso posible de la historia, pero no parece posible que los Estados Unidos
olvidaran tan pronto que asumieron el costo de usar la bomba atómica por el creciente avances de
un ejército soviético no sólo sobre Manchuria sino aún sobre el territorio insular norteño japonés,
mientras el Kuo-ming-tang de Chiang-Kai-Chek no daba ninguna garantía firme de poder triunfar
contra el Ejército Popular de Liberación encabezado por Mao Zé Dong y Chu En Lai, ni aún con
cuantiosa ayuda externa.

En el momento de ocupar el Japón y más allá de las retóricas verbales propias de la creación de las
Naciones Unidas, EE.UU. estaba decidido a tomar la política armamentista y agresiva que llevaría a
la "guerra fría". Ello hacía prever la necesidad de contar con una población japonesa no empobrecida
y favorable, para suministrar a Chiang una gran ayuda militar, impidiendo que China formara un
enorme "bloque comunista" euroasiático con la URSS y las naciones de Europa del Este, bloque que
un Japón semi-colonial podía llegar a mirar con simpatía frente a sus ocupantes, que humillaron su
orgullo nacional.

Esta perspectiva se corroboró inmediatamente en los acontecimientos de la guerra civil china, la


retirada del Kuo-Ming Tang a Taiwán bajo protección de la escuadra norteamericana y la guerra de
Corea, en la que los verdaderos contendientes fueron los Estados Unidos y la República Popular
China.

En la otra punta, hoy Alemania es el componente más desarrollado y rico de la Unión Europea, que
en su conjunto contrapesa la situación parcialmente hegemónica de los EE.UU. dentro del
capitalismo central, pero como en el caso de Japón, tal vez no hubiera llegado a esa situación de no
haber sido su territorio el principal teatro de disputa entre EE. UU. y la URSS durante la guerra fría.

La reconstrucción económica del capitalismo europeo a través del famoso "Plan Marshall" tiene que
ver no sólo con la poderosa presencia de la Unión Soviética y el Bloque del Este, sino aún con
situaciones inciertas en países adjudicados por el tratado de Yalta a la órbita occidental, como
fueron Grecia e Italia, con fuertes movimientos guerrilleros, finalmente derrotados, o desarmados,
pero no de muy buen grado.

Estos ejemplos muestran claramente que aunque no hayan logrado configurar una definida
organización socialista, los por ello denominados socialismos reales (es decir, de una realidad
impropia o defectuosa en torno a lo que se supone deben ser los valores del socialismo) han tenido
fuerte en el curso global del mundo y han empujado a los centros capitalistas hacia determinadas
orientaciones y equilibrios de poder.

Socialismos reales, "cuestión nacional" y lucha de clases.

Las anteriores consideraciones confirman al pensamiento dialéctico en cuanto a la interdependencia


entre las partes y el todo y en este caso su comprobación de que el capitalismo no sería lo que es
hoy si no hubieran existido los socialismos reales, así como que el proceso de éstos estuvo y está
muy influido por la evolución del capitalismo.

Esta doble negación de la pretensión de cada proceso de tener significación por sí mismo, aislada de
sus distintos y sus contrarios y la necesidad que tiene de ellos para ser comprendido en su propia
significación y movimiento, aún es un paso previo a formar un universal concreto, aún faltan
elementos y relaciones para describir la historia.

...Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad
de lo diverso. Aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no como punto
de partida, aunque sea el verdadero punto de partida (p. ej. "la población" o "el mundo", JGV)
y, en consecuencia, el punto de partida también de la intuición y la representación. En el primer
camino (el del análisis, de la abstracción que distingue, p.ej., en la población proletarios y
capitalistas, o en el mundo, socialismos reales y capitalismo, JGV), la representación plena
es volatilizada en una determinación abstracta; en el segundo, las determinaciones abstractas
conducen a la reproducción de lo concreto por el camino del pensamiento.

Pero esta carencia es una apertura hacia entender ese proceso global, precisamente porque la
reconocer la negación en la distinción, no pretende inferir inmediatamente de ella un contenido
positivo, como por ejemplo hacen aquellas que de la distinción analítica que proviene del color de la
piel de las personas, concluyen, sin mediación ni de la biología ni la arqueología humana, que la raza
blanca producen adelanto y civilización y las de color la barbarie y el atraso.

En este texto, en verdad, como ya estábamos en la consideración de los movimientos del presente
histórico, no hemos partido de un puro nivel de representación del "mundo" o "la población
mundial", para luego agregarle un primer nivel de distinción abstracta, dividiéndolo en sistema
capitalista y socialismo real, sino que llevados por aquél movimiento, hemos establecido de inicio la
necesidad de considerar la mutua influencia entre ambos elementos, luego de corroborar el peso de
la existencia de los socialismos reales sobre el curso del capitalismo.

Como la influencia es mutua, sobre el socialismo real esto nos dice asimismo que recibe la influencia
del curso capitalista, que no es independiente de él, pero eso es demasiado poco para determinar su
contenido y movimiento.

En realidad, lo que hemos dicho hasta aquí acerca de la interpenetración mutua entre el capitalismo
y los socialismos reales es aún un corte abstracto (aunque conducente a una conceptuación concreta
de la realidad), que no contiene todos los elementos de la mutua influencia entre las sociedades y
sus Estados, pues ella existe también no sólo entre las unidades -que ya hemos diferenciado- de los
"socialismos reales", sino también entre los "centros capitalistas", que de aquí en más reemplazará
el genérico "capitalismo".

Si se observa el texto anterior, se podrá advertir la ausencia de una palabra significativa e ineludible
en la historia, la nación, aplicada a esos centros capitalistas, pero también a las sociedades
oprimidas y manejadas por esos centros.

Esta generalidad, que en el siglo XX ha sido incluida en el derecho internacional como Sociedad de
las Naciones y Organización de las Naciones Unidas, adquiere así la pretensión de sustancia
universal, de realidad última, aunque también sea fácil ver que sería impropio aplicarla tanto a la
Unión Soviética como a la Unión Europea, aún sin considerar las protestas que podrían generarse,
por ejemplo, entre vascos y catalanes si se los quiere considerar mera parte de una nación española
o la división no ya de la más grande ex Yugoslavia sino de la pequeña ex Checoslovaquia. lo que
más allá de que el siglo XXI ha venido a demostrar el fracaso, también, de la ONU (luego de que fue
evidente de la SN), se trata, en todo caso, de una sociedad de Estados, cuya composición es
variable en cuanto a las nacionalidades, como lengua, tradición cultural y territorio.

No podemos aquí desplegar un trabajo teórico que en un primer camino más analítico que el
realizado (primer camino en el sentido indicado más arriba por Marx), despeje las varias
ambigüedades irresueltas de la representación de la "nación", para en el camino de vuelta, luego de
rastrear todos los aspectos del fenómeno en la historia universal, sintetice satisfactoriamente la
cuestión en un concreto pensado. Esto no quiere decir que no confiemos en la posibilidad de hacerlo,
sino que somos conscientes de que implica una tarea compleja, que de ser realizada -no lo está
aún- sólo permitiría aquí una remisión al texto que la expresa, dado que excedería los fines de éste.

Pero en su reemplazo sí podemos decir que desde las ciudades-Estado, cabezas portuarias de
expansiones imperialistas marítimo-mercantiles (como Atenas), pasando por los imperios más
vastos, de expansión semejante, pero con varias ciudades en su territorio y una hegemónica (como
Roma), hasta las naciones modernas, en la que las aduanas comenzaron a jugar un papel de
creciente importancia para conformar los mercados y con ellos las expansiones territoriales, la
extensión del uso del concepto de "metrópolis" (antes por lo general aplicado a la ciudad
hegemónica de un imperio) a un territorio nacional entero, la historia "nacional" lo es de las
expansiones y contracciones de unidades sociales mercantiles sobre mar y tierra del planeta, así
como de los choques diplomáticos, con sus posibles acuerdos, o bélicos, con sus posibles anexiones
o vasallajes.

Ya que mientras dos de los componentes habituales no mercantiles ni bélicos de las teorías estáticas
de la "nación" son el territorio y la lengua, caben a su respecto algunas aclaraciones, coincidentes
con la crítica a la pretensión de que la "nación" sea una sustancia invariable y constitutiva.

En cuanto al territorio, en primer lugar, cabe aclarar que las determinaciones geográficas o
paisajísticas de la "patria" como presunta expresión de una sustancia esencial de conformación de la
"nación" no son más que formulaciones propagandísticas, pues salvo países muy pequeños, todos
han ostentado en su territorio poca o mucha heterogeneidad al respecto, dejando a salvo los valores
emocionales y estéticos que pueda tener todo canto al paisaje de las "patrias chicas", atravesados
por las fuertes vivencias de la infancia de los poetas, artistas plásticos, músicos y otros creadores en
la materia.

En segundo lugar, en cuanto al mantenimiento y evolución de las posesiones territoriales, es


necesario advertir la importancia decisiva que tiene los puertos fluviales y marítimos, de manera
principal, con el control de las rutas entre ellos y luego de los pasos montañosos y las rutas
terrestres en general, lo que introduce las políticas y gastos del Estado, en relación con la guerra,
los tratados que siempre han sido paz armada, sin mencionar con esto todas las cuestiones en que
se involucra el Estado.

Hemos visto en otra parte que ya en su mismo origen la producción mercantil implicaba la existencia
del Estado propiamente dicho, no sólo como emisor y garante de la moneda, sino también como
otros gastos para resolver las inevitables pujas internas provoca un excedente móvil como el
mercantil, en manos de distintos grupos y aún propietarios individuales que entrarán en los
conflictos propios del interés de cada uno, lo que lleva a un desdoblamiento del excedente en
ganancias privadas y fondos públicos.

Esta interdependencia entre el mercado y el Estado no hará sino acentuarse con el desarrollo
capitalista, o sea, la acción combinada de las producciones destinadas al mercado y las políticas
estatales, cuestiones inseparables del control aduanero, las guerras y las relaciones internacionales
en general.

Así que lo "nacional", con su ubicación espacial en el "territorio", resultan sólo momentos de ese
proceso global que intensifica las relaciones mutuas entre los pueblos y que termina inscribiendo
dentro de su evolución inmanente, las migraciones, antes todavía determinadas por relaciones de
abundancia o escasez de las diversas zonas, las cuales a su vez obedecían generalmente a cambios
climáticos.

Esto de por sí ya muestra el carácter extremadamente móvil y provisorio de la contraposición entre


población nacional y población extranjera, las complejidades crecientes e históricamente provisorias
que en el plano jurídico se han movido alrededor del principio del jus soli y el jus sanguinis, con la
admisión actual de dobles nacionalidades en las personas, con frecuencia basadas en uno u otro
principio.

La misma lengua, una dimensión esencial de la actividad humana, pues es un vehículo


imprescindible de la humanización misma, de la socialización, del desarrollo de la inteligencia y el
trabajo, ha tenido variaciones y transformaciones muy influidas por estos mismos procesos. Para
apreciarlo, basta ver la necesidad de una lingua franca que han tenido las expansiones mercantiles,
el bilingüismo de muchos pueblos, los avances y retrocesos de una lengua hegemónica dentro de
Estados multinacionales.

En cuanto contraposiciones y luchas entre sociedades con dominios espaciales o distintos sobre la
superficie terrestre, lo "nacional" tiene una realidad histórica indiscutible, detrás de la cual está,
tanto como detrás de las luchas de clases, el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Fuera de
esos procesos, con la pretensión de constituir una "sustancia" perenne, lo "nacional" es un mito.

Como todos los mitos, sin embargo, tiene su razón de ser, que es la de convencer a los sectores
subalternos de una sociedad, cuando su clase dominante se embarca en los conflictos con la clase
dominante de otra "nación", en pro de sus propios y exclusivos intereses, de que los sectores
subalternos comparten ese mismo interés y máxime cuanto que los costos del enfrentamiento, en
muertes y sacrificios, serán pagados principalmente por esos sectores subalternos.

Nadie mejor que la burguesía francesa, en 1870, dejó en claro el carácter mítico de su "patriotismo"
cuando prefirió llamar en su auxilio al invasor prusiano frente a la amenaza de cambiar el régimen
social que le significaba la revolución proletaria de la Comuna de París, una actitud que dejó una
lamentable tradición, poco después en el chovinismo antisemita del affaire Dreyfus y, peor, la
traición de la "quinta columna" ante la invasión nazi, bajo la consigna "preferimos a Adolf Hitler
antes que a León Blum".

Estas actitudes son más notorias si se recuerda el patriotismo revolucionario que motivó en la
Francia de fines del siglo XVIII y principios del XIX la intervención de las potencias europeas para
destruir la República y proceder a la restauración monárquica, cuando ese ejército de "tenderos y
artesanos" derrotó sorprendentemente a los profesionales, cuyos jefes tenían títulos nobiliarios,
según una formación histórica donde la guerra es prerrogativa de la nobleza.

Esta mezcla de patriotismo con la intención de preservar derechos populares surgidos de una
revolución, en la segunda guerra mundial quedó reservado a la Unión Soviética y sus pueblos,
obligando incluso al paranoico y frío represor neo-absolutista que fue Stalin, a sacar de las cárceles
a militares capaces y opositores políticos -opositores muchos de los cuales tendrían todas las
cualidades del "soldado ideológico"- para detener la invasión nazi.

En este sentido, también el fenómeno de los llamados "socialismos reales" expresa el privilegio del
momento de la segunda guerra mundial al que hemos referido más arriba, bajo el acápite "los
límites para una IIIa. Guerra mundial".

En realidad, la política defensista de supervivencia de su régimen y sus conquistas revolucionarias


tenía una tradición original en el nuevo Estado multinacional soviético, pues databa de los tiempos
del "comunismo de guerra" y se hizo carne en toda la antigua dirección bolchevique, de la que Stalin
y sus serviciales acólitos eran supervivientes.

Aunque en medida preponderante, eran supervivientes causantes de la eliminación del resto,


eliminación que sin dudas restó al grupo dirigente -pequeño aún sin eso- capacidad de análisis
político en torno a muchas cuestiones de política internacional, la perspectiva defensista y su línea
estratégica maestra de prepararse integralmente para una agresión imperialista occidental, nunca
fue abandonada.

Un aspecto notable de esa estrategia es haber planificado la evacuación por vías férreas de su
industria en las zonas del oeste hacia el este, detrás de los Montes Urales, en el caso de invasión, lo
que efectivamente hicieron y constituyó un elemento decisivo de su victoria frente a la Wehrmacht,
una hazaña de organización productiva sin par en el presente histórico, que en "Occidente" se oculta
para evitar se vea que fue en ese frente del Este donde se decidió la segunda guerra mundial y, a la
inversa, magnificando la ayuda que los occidentales brindaron a los soviéticos. También debe
inscribirse en esa cultura defensista y estrategia inspirada en ella, esta vez frente a la agresiva
política de EE. UU. bajo la "guerra fría", que en algún momento le hayan ganado la carrera espacial
a dicha potencia, colocando al Sputnik como el primer satélite artificial de la historia humana.

Es esta actitud y su papel de límite a las agresiones y expansiones desenfrenadas de las potencias
capitalistas, las que dieron prestigio y aceptación a la Unión Soviética a los ojos de los pueblos
amenazados igualmente por el imperialismo y avasallados por él de los modos más crueles.

Ese carácter "opcional" frente a los poderes instalados opacó muchas aristas criticables de la URSS
como potencia, como fueron su oportunismo en el plano diplomático, guiado por los intereses de su
burocracia gobernante y la ferocidad de su represión interna, para colmo, adornada por un culto a la
personalidad de clara inspiración dogmático-religiosa y lindante con el más craso ridículo.

Ningún gobernante o sector influyente de los sectores imperialistas tiene sin embargo la menor
autoridad moral para criticar válidamente esos aspectos de la historia soviética, pues han cometido
y siguen cometiendo sin vacilar crímenes semejantes o peores contra los pueblos y aún sin el
atenuante de los socialismos reales de haber servido de dique a los suyos. Por eso quienes de buena
fe han celebrado los retrocesos de los socialismos reales frente a "occidente", bien han podido tener
motivos ulteriores de arrepentirse, al ver lo ocurrido en las guerras del golfo pérsico, de la OTAN
contra Yugoslavia o el intento de la CIA de repetir contra el presidente Hugo Chávez en Venezuela
un golpe de Estado como el que perpetró en 1973 en Chile contra el presidente Salvador Allende.

Esto no debe ocultar que en la medida en que la Federación Rusa tendió a asociarse con las
potencias imperialistas, su burocracia aburguesada se fue convirtiendo en una burguesía burocrática
y corrompida explotadora de sus trabajadores. También su nacionalismo desembozadamente ruso
se volvió agresivo frente a otras nacionalidades de la ex. URSS, durante la cual ya sus reclamos de
actuar en nombre del "internacionalismo proletario" se habían convertido cada vez más en mera
pantalla de ese nacionalismo ruso, pantalla que se quemaba fácilmente toda vez que sus tanques
aplastaban intentos de independencia en las naciones de Europa del Este, aunque ya debió resultar
pantalla de vidrio desde que Stalin fracasó ruidosamente en evitar que la Yugoslavia encabezada por
Tito (y ante cuyo poder militar se rindieron los nazis) fuera efectivamente independiente.

Lo expuesto hasta aquí permite advertir: a) que la dimensión "nacional" en cuanto territorio, cultura
y lengua es una realidad que facilita o dificulta las expansiones mercantil-estatales que configuran
los conflictos entre "naciones", pero éstos están determinados por el desarrollo desigual de las
fuerzas productivas y las decisiones políticas colectivas de las sociedades en cuestión y, por tanto
forman un proceso único con las luchas y las alianzas de clases sociales de cada complejo mercantil-
estatal; b) que los procesos socialistas reales que se verifican junto con otros más bien capitalistas
puros constituyen momentos históricos diferentes a los de éstos pero también tienen características
comunes.

Las claves para entender lo común y lo diferente mencionado en el punto b) anterior residen en los
elementos mencionados en el punto a).

Dentro de esas claves juega un papel central, como es propio de la entera historia de la humanidad,
el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, con sus desigualdades y en cuanto al presente
histórico, ella se manifiesta en las contradictorias tendencias a acrecer la desigualdad o a
disminuirla.

La tendencia a acrecer la desigualdad es solidaria con una concentración de capital que supone el
mantenimiento a ultranza de la propiedad privada de los medios de producción y cambio, con un
funcionamiento del comercio mundial que no ponga cortapisas (aduaneras u otras) a que los que ya
están a la cabeza de la acumulación puedan seguir aprovechando esas ventajas para seguir
concentrando.

La tendencia a disminuirla ha venido de la mano, en una primera etapa, con la creación de nuevos
centros capitalistas imperialistas, que a su vez disputan con el o los ya instalados, el dominio del
resto del planeta. Esto trajo la reaparición enérgica de un proteccionismo aduanero supuestamente
en desuso desde la vigencia de las teorías fisiocráticas y, en algunos casos, el uso de la propiedad
pública como un acelerador de la acumulación de capital para hacer frente a la competencia
internacional. Más débilmente, también aparecieron en algunos caso concesiones a los trabajadores
y otros sectores subalternos, como modo de cohesionar al conjunto "nacional", también frente a la
competencia internacional.

En una segunda etapa, estos dos últimos aspectos, el capitalismo de Estado y la política "social",
ruedas auxiliares de la irrupción de los imperialismo alemán y japonés, trasmutaron en eje de la
independencia "nacional" en los socialismos reales, provenientes de revoluciones donde los
trabajadores y los campesinos jugaron un papel decisivo y en cuyo nombre y el del socialismo, en el
sentido de promover la propiedad colectiva de los medios de producción y de cambio, se instalaron
los nuevos gobiernos.

Es en este último aspecto que el potente impulso revolucionario que dio nacimiento a los socialismos
reales quedó en un carácter solamente programático, pues la supresión de la propiedad privada,
efectiva durante largo tiempo, se mantuvo como su mera negación en carácter de propiedad estatal,
cuyo manejo por parte de una minoría burocrática fue volcando el uso del excedente económico en
su propio favor, hasta generar una distribución de los ingresos cada vez más desigual, es decir una
situación económico-social que empujaba irresistiblemente hacia la restauración jurídica de la
apropiación privada.

El régimen político de esos transicionales capitalismos de Estado ha sido un no menos transicional


neo-absolutismo, como dictadura de partido único sobre el conjunto de las clases sociales, con una
unidad interna basada en la represión y con la única motivación legítima de defender los intereses
del conjunto frente a la agresión y la intromisión de los imperialismos extranjeros, lo que antes
hemos llamado su defensismo esencial.

Esto explica que sus espectaculares avances tecnológicos en materia nuclear y cohetería espacial
hayan estado ligados a gastos y motivaciones de defensa (como antes la hazaña organizativa del
traslado de la producción industrial detrás de los Urales) y que cesado ese impulso quedó al desnudo
que los altos niveles de desarrollo electrónico e informático que aquellas realizaciones suponen no
haya tenido las fáciles aplicaciones a otras actividades productivas y sociales que ellos posibilitaban.

Esto explica asimismo que sea luego de la "detente" que marcó el fin de la guerra fría es que se
produzca el derrumbe de la URSS y el bloque del Este, cuando una apreciación simplista -y
economicista- pueda inferir que, por el contrario, el fin de la guerra fría podría haber fortalecido a la
URSS, al poder concentrar sus energías en sí misma y también por fin establecer un orden
democrático sin renunciar al socialismo.

Esta interpretación ilusoria, obligada a concluir que se trata de un "misterio", es así congruente con
los puñados de "misterios" que el irracionalismo "posmoderno" anda proclamando en muchos textos
que abordan variados temas.
No es el caso aquí abordar este complejo tema, pero podemos recordar que para una lógica
dialéctica la aparición de una paradoja o situación paradojal (o que es juzgada paradójica por la
lógica formal o el empirismo), lejos de ser inexplicable, es expresión necesaria de una realidad
histórica que tiene a la contradicción como modo constitutivo de su movimiento real.

Tan sólo como indicación para investigaciones necesariamente más profundas y complejas,
señalamos que la tesis formulada más arriba sobre el carácter neo-absolutista del régimen soviético,
culturalmente vacío e incapaz de llenarse, como dirección política, de una cultura socialista tanto
como la de una capitalista, lo dejó inerme para dar respuestas cuando la motivación defensista, el
elemento más fuerte de su tradición revolucionaria, amenguó, a punto tal de generarle una
paradójica miopía para aprovechar los indudables avances productivos y tecnológicos logrados
cuando aquella motivación impulsó enérgicamente el desarrollo histórico de su sociedad.

Asimismo, queda planteada como hipótesis a considerar hasta que punto una necesidad objetiva
defensista continuamente acicateada por el bloqueo económico y la agresión estadounidense ha
significado el principal incentivo para que la República de Cuba haya mantenido en alto sus banderas
socialistas, a pesar el inicial aislamiento y debilidad en que la dejó la disolución del bloque
económico hegemonizado por la URSS, al que pertenecía como único miembro latinoamericano.
También, si unido a eso, el tamaño relativamene pequeño de su población no ha permitido que,
alrededor de una consecuente política de desarrollo de la salud pública y la educación, poniendo los
bienes y servicios de uso por delante de las pautas de valorización del capital, no ha generado un
sistema participativo de la población más democrático que en otros socialismos reales.

Luego, bien podemos ver que el otro gran socialismo real, el establecido en la República Popular
China encierra características históricas semejantes al soviético, incluso acentuando el
reconocimiento jurídico de la propiedad privada de un modo más definido, como ya antes el
maoísmo había realizado un franco reconocimiento del patriotismo, que la tradición internacionalista
de los bolcheviques y sus denuncias acerca del "social-patriotismo" les impidió formular nunca,
aunque su diplomacia real actuaba en torno a finalidades propias del nacionalismo ruso.

Aunque hoy este nacionalismo se manifieste agresivo frente a pueblos que antes componían la
URSS, no parece que esté en condiciones de impulsar un nuevo centro imperialista en el orden
mundial, puesto que son casi nulas las zonas de sociedades con escaso desarrollo libres de estar ya
bajo la influencia de los centros imperialistas clásicamente capitalistas, más poderosos y ricos que
Rusia o China y nada garantiza que si sus pueblos lograr aminorar su dependencia sea para
restituirla a favor de otros.

Sucede además que si el prestigio de la cultura socialista está en cuestión, la cultura anti-
colonialista y anti-racista ha logrado un arraigo mucho más firme. Si bien la etapa neo-liberal que
agoniza acentuó la desigualdad mundial, nunca se volverá al abismo que había entre Gran Bretaña y
el resto en 1800 y bien se puede advertir que de Asia ha acortado sus distancias grandemente con
Europa, mientras América Latina parece aprestarse a redefinir sus relaciones con EE.UU. y las
revueltas violentas que desgarran a Africa no parecen tener otra solución que su propio desarrollo.

Ideologías del mercado y el Estado, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1992;
Platonismo, marxismo y comunicación social, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2001; La adolescencia
de la dialéctica, en Revista Dialéktica, Buenos Aires, Año IX, número 13, 2001. En un futuro próximo
se sumará, pues ha sido enviado a la imprenta, La basura cultural en las jergas de Nietzsche y
Heidegger - Una introducción al irracionalismo " posmoderno".

La ideología oligárquica y el terrorismo de Estado, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires,
1985; El fracaso argentino - Sus raíces históricas en la ideología oligárquica, Editorial Biblos, Buenos
Aires, 1987; Historia Argentina -Etapas económicas y políticas 1850-1983, Editorial Biblos, Buenos
Aires, 1998; La ideas autoritarias de Lugones a Grondona - La ideología oligárquica en el siglo XX,
Editorial Biblos, Buenos Aires, 2001; La izquierda que no fue - Estudios de historia ideológica,
Editorial Biblos, Buenos Aires, 2002

Eric Hobsbawm, La Era del Imperio, 1875-1914, Ed. Crítica-Grijalbo-Mondadori, Buenos Aires, 1998

Ob. cit. p. 107.

Ibíd., p. 67
En este trabajo no nos corresponde hacer ni un balance más extenso de la obra de Hobsbawm, ni
una profundización de nuestras advertencias críticas, que requerirían aquel balance como paso
previo. Sólo haremos notar algunas otras circunstancias coherentes con las observaciones ya
formuladas. La minimización del anexionismo estadounidense que en la cita mencionada traslada
retroactivamente a la década de los '20 del siglo XIX., queda desmentida por él mismo en el tomo
previo La era del capital, 1848-1875, en la que sí menciona la anexión, pero eso mismo pone muy
de relieve el error de "en esta zona no hubo anexiones importantes y quedó como era desde 1820 a
la primera guerra mundial". Por otra parte, ello es coherente con que las menciones son de pasada,
como caso de una agresión sobre la zona de las potencias desarrolladas y diciendo que "México, la
víctima principal, entregó vastos territorios a Estados Unidos como consecuencia de la agresión
norteamericana" (p. 130), o bien a propósito de que esa anexión no preocupó mucho a las potencias
europeas (p. 146), lo que hace en consonancia con desestimar el intento francés como puro
aventurerismo, como si después de todo el triunfo de Lord Clive en la India en el siglo XVIII no
hubiera sido un aventurerismo afortunado, o como si el comportamiento de todas las potencias
imperialistas no hubiera sido tan generalmente irresponsable para que se produzca la segunda
guerra mundial (aunque Hitler y sus nazis se lleven la palma del aventurerismo). Se nota en
Hobsbawm un estilo subyacente y operante de cubrir con pátinas de seriedad las políticas
imperialistas exitosas y con bastantes nubes de oscurecimiento las realidades del mundo
dependiente y sus acciones que, a pesar de esa dependencia, inciden en el curso de la historia. En la
misma página donde eufemiza el anexionismo estadounidense con la expresión "México entregó", se
equivoca gruesamene al suponer que los ganaderos y saladeristas argentinos tendían a la
autosuficiencia y a consumir sólo lo propio, cuando eran importadores de textiles, herrajes, vajilla y
otros enseres de la industria británica y el comercio respectivo estaba en manos de ingleses, aún
dejando de lado que la producción de tasajo tenía por destino el mercado exterior. Esta omisión
importante de la instalación temprana de la influencia británica en el Río de la Plata, sin embargo es
mínima al lado de la omisión de la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia en el siglo XX, detrás
de la cual estaban las compañías petroleras estadounidenses (Bolivia) y anglo-holandesa
(Paraguay). Esta oscuridad total contrasta también con la clara descripción del papel jugado por el
Imperio Británico en la guerra de Secesión de Estados Unidos.

No reproduciremos otra vez la elocuente serie de cifras y gráficas que evidencian esta espectacular
evolución poblacional, pero para quien quiera verla remitimos a nuestra Historia argentina..., ob.
cit., pp. 39, 40 y 41.

V. Gordon Childe, Los orígenes de la civilización, FCE, México, 1954; Qué sucedió en la historia,
Editorial La Pleyade, Buenos Aires, 1975

Cfr. nuestra Platonismo, marxismo..., ob. cit. especialmente los primeros capítulos

No todos los religiosos se adaptan completa y perfectamente a la prédica de la resignación ni todas


las industrias culturales a la promoción de la estupidez. Asimismo cabe aclarar que existen matices
que son producto de adaptaciones o respuestas a opiniones contrarias. Pero no podemos en este
texto hacer lugar a una consideración detallada, pudiendo sólo señalar la función principal de la
ideología dominante

Federico Engels, Complemento al Prólogo del Tomo III de El Capital, Fondo de cultura económica,
México, 1985, p. 33.

Paul Baran, La economía política del crecimiento, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires,
1959, pp. 168 y ss.

Como es sabido, Francis Fukuyama llevó al infinito la perdurabilidad del pasado sobre el presente al
decretar el fin de la historia. De estos niveles del cero y el infinito ahora pasó a pronosticar un siglo
de pax americana para justificar la política armamentista de la derecha estadounidense; tal vez
pronto se vea obligado a dividir tal presunto período de pax imperial por algún número de un dígito
o aún de dos.

Cfr. Baran, op. Cit., p. 171

El odio de casta que los terratenientes salteños, porteños y de otras provincias argentinas tenían por
Güemes y Artigas se debía a que pusieron en marcha reformas agrarias para mejor combatir a los
colonialistas españoles y portugueses, mientras ellos deseaban mantener las estructuras serviles y
esclavistas heredadas de la sociedad colonial.
Referimos al derrocamiento del orden feudal y el absolutismo y no del monárquico, ya que en
Inglaterra nunca dejó de haber una monarquía constitucional, aunque la primera fase de la
holandesa haya dado origen a una república, conjuntamente con su independencia de la corona
española. Estas y otras complicaciones nos han llevado a no utilizar en este contexto la
denominación marxista clásica de "democrático-burguesa", a pesar de que en varios aspectos
presenta ventajas.

Al liberarse de la Corona española de los Habsburgo, Holanda se convirtió en República, aunque


miembros de familias de la nobleza continuaron en funciones públicas, pero como un magistrado
(estatudeter) que debía ser elegidos de acuerdo con ciertas reglas. Un miembro de la familia Orange
fue "importado" por los jefes de la revolución inglesa de 1688-89 para ser coronado monarca
constitucional.

Cfr. Karl Polanyi, La gran transformación - Crítica del liberalismo económico, Ed. La Piqueta, Madrid,
1989. Que sepamos, el primero en usar "la gran transformación" ha sido Polanyi en esta obra, con
un sentido diferente al que lo hacemos nosotros, pero que podríamos considerar paralelo en cuanto
refiere a la época actual y es crítico del capitalismo. La principal diferencia surge de nuestro
enmarque en la historia universal, que le da un relieve muy distinto a la época actual que el
adoptado por Polanyi, pero nos parece que es justo hacer honor a sus aportes, entre los que se
cuenta esa terminología, aunque no quisiera acuñarla sino como una entre otras para caracterizar el
presente histórico.

Pedro José Proudhon, quien pertenece a una generación intermedia entre Babeuf, Fourier y Owen,
por un lado y Marx y Engels, por el otro, suele ser reconocido por la corriente anarquista como su
fundador, participó en la revolución de 1848 y fue diputado; su pensamiento es más complejo que el
de Fourier y Owen, más allá de las duras críticas que le dirigiera Marx y hacemos notar que Engels
no lo incluye entre los socialistas utópicos en una obra donde a nuestro juicio agrupa mal a Babeuf
con Thomas Münzer (Cfr. Carlos Marx, Miseria de la filosofía, Ed. Actualidad, Buenos Aires, sin fecha,
Federico Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, Ed. Lautaro, Buenos Aires, 1946) .
En la obra recién citada Engels hace notar que Saint Simon agrupa juntos a empresarios y
trabajadores de la industria y sobre esa misma base Lucien Goldmann ha clasificado a Saint Simon
como ideólogo de la burguesía industrial (Cfr. Las ciencias humanas y la filosofía, Ed. Galatea-Nueva
Visión, Buenos Aires, 1958).

Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Ed. Anteo, Buenos Aires, 1965

Cfr. J. Vazeilles, La izquierda que no fue, Estudios de historia ideológica, Ed. Biblos, Buenos Aires,
2003, p. 59. En nuestro texto se consigna la adopción de la patraña ridícula por parte del Partido
Comunista de la Argentina como culto a la infalibilidad soviética; cfr. XII Congreso del Partido
Comunista de la Argentina. Informes e intervenciones, Ed. Anteo, Buenos Aires, 1963. A pesar de
nuestros esfuerzos, no hemos podido conseguir el texto de este manifiesto comunista del siglo XX,
pero cabe consignar que en su informe al XX Congreso del PCUS, famoso porque marcó el giro a la
desestalinización de la Unión Soviética, Nikita S. Jruschev daba por sentado que "...nuestro país va
pasando gradualmente del socialismo al comunismo..."; cfr. Informe del Comité Central del PCUS a
cargo de N.S. Jruschev, Primer secretario del Comité Central, en Suplemento nº 14 de la Revista
"Novedades de la Unión Soviética", Buenos Aires, 1956.

Marx-Engels, El Manifiesto..., ob. cit., p.32; Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado, en Obras Escogidas de Marx y Engels, II,pp. 177 y ss., Ediciones en Lenguas
extranjeras del Instituto de Marxismo-Leninismo de Moscú, 1955

Engels, El origen..., ob cit.

György Lukács, Historia y conciencia de clase, Ed. Grijalbo, México, 1969, p. 75

Ob. cit.,Capítulo III - Escalas de tiempo. Cfr. también del mismo autor, Qué sucedió en la historia,
La Pleyade, Bs.Aires, 1975

Mencionaremos sólo al pasar -sin pretender exactitud ni menos establecer una completa imagen del
proceso de desarrollo de la humanidad- el registro del proceso de ocupación progresiva de los
continentes por parte de nuestra especie a partir de su emigración desde África a Asia y luego la
extensión a Europa, América y Oceanía, como resultado combinado de la arqueología humana y la
biología. Pero sí subrayaremos que la ciencia ha demostrado el origen común y africano de todos
nosotros, contra las aviesas patrañas de los Taine, Nietzsche, Gobineau, Hitler y que también deja
en claro la superioridad de la conducta inteligente y laboral de la humanidad sobre la puramente
instintiva, pues esa ocupación mostró la mayor capacidad de adaptación de aquella a todos los
climas y aún el haber logrado superar los formidables obstáculos de la última glaciación y su
posterior retirada, lo que también habla a favor del pensamiento y la ciencia como su resultado y
contra la apología de los mitos religiosos, los misterios y las patrañas mediáticas del
fundamentalismo conservador.

El europeísmo es consustancial a la visión apologética de sí mismas que tienen las burguesías


imperialistas europeas y ha tomado versiones tajantes en las corrientes positivistas y las
irracionalistas, según el racismo y otros aspectos ya referidos más arriba. Pero ya hemos visto que
un historiador de izquierda como Hobsbawm tiene sesgadas sus interpretaciones en realce de los
centros y cabe preguntarse asimismo hasta que punto en visiones burguesas racionalistas, como la
de Max Weber, la adopción de un culturalismo cristiano y protestante (con minusvalía de otras
culturas religiosas) no está también influido por una visión semejante, aunque no en la grosería
europeísta de los positivistas e irracionalistas (o aún de seudo-historiadores como Burkhartd), ya
que reconoce el "espíritu del capitalismo" en Benjamín Franklin. Cfr. Ensayos sobre sociología de la
religión, Taurus, Madrid, 1984, para la referencia a Franklin, v. I, p. 39. El caso de Burkhardt como
maestro de Nietzsche lo consideramos en nuestro La basura cultural.... cit.

No se debe olvidar que aunque las teorías geopolíticas de Karl Ernst Haushofer fueron la base de
justificación de la expansión alemana hacia el Este, también ese teórico, cuyas simpatías por los
japoneses era conocida, lo que dio base a la curiosa "teoría" de los "arios amarillos", en algún
momento, por sus cálculos geopolíticos, también alentó la alternativa de una alianza alemana-ruso-
japonesa como única concentración capaz de derrotar a la de norteamericanos y británicos, algo que
éstos no desconocían.

Carlos Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la Economía política, Siglo XXI argentina,
Buenos Aires, 1971, p. 21; el acápite entero es El método en la Economía Política, pp. 20 y ss.

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