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La relación en cuestión puede explicarse así: la aplicación legítima del mérito como
criterio para sancionar la justicia de la desigualdad demanda la satisfacción previa del
principio de igualdad de oportunidades. es decir, no es correcto considerar como merecidas
desigualdades que se generaron en un contexto de desigualdad de oportunidades.
El problema: cuando el principio de igualdad de oportunidades es satisfecho y la
desigualdad posterior es, en parte, debida a la suerte y, en parte, debida a la
responsabilidad (llamaré a estos casos “casos mixtos” o de “desigualdad mixta”), la
rectificación de esa parte de la desigualdad debida a la suerte no implica la satisfacción del
principio de igualdad de oportunidades. esto es así pues, como veremos, dicha rectificación
sigue dejando a quien fue víctima de la suerte peor que a quien no lo fue.
cuando tenemos que ver con casos mixtos como este –i.e., casos en los cuales la
desigualdad en cuestión es, en parte, producto de la suerte y, en parte, producto de la
elección–, lo que deberíamos hacer es distinguir qué parte de la desigualdad es producto
de la elección y qué parte producto de la suerte. esto puede ser ciertamente muy difícil de
hacer, pero ese es otro problema