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CONCLUSIONES

La prescripción racional de los antibióticos es un imperativo moral que se asienta


en el principio de beneficencia y es específico de la profesión médica. Para que se
cumpla cabalmente se requiere que durante la etapa universitaria el estudiante de
medicina aprenda a utilizar los antibióticos con apego a la medicina basada en
evidencia y a los principios de ética médica pues así obtendrá el conocimiento
necesario sobre los medicamentos y la orientación ética de su acción. Lo dicho
revela que, es necesario exigir el mismo criterio de obligatoriedad y rigurosidad en
la evaluación para las materias clínicas y para las humanidades en salud. Para dar
garantía a esta acción, la acreditación por COMAEM debe tener un carácter
obligatorio para todas las facultades y escuelas de medicina en el país.

Los principios de beneficencia y no maleficencia son enunciados complementarios


en la prescripción médica de los antibióticos. El primero nos indica que solo puede
prescribirse un antibiótico cuando se persigue un beneficio, en este caso la
recuperación del estado de salud del paciente o la prevención de enfermedad.
Solapar falsas creencias o ceder a las exigencias en consulta no es benéfico ni para
el paciente, ni para la sociedad, pues existe un riesgo comprobado, la generación
de resistencias, contra un falso beneficio que nos impide justificar en el principio de
beneficencia dicha acción. El principio de no maleficencia obliga al médico a no
otorgar un antibiótico si no es necesario, de lo contrario estaría causando un daño
al paciente de manera consciente. El médico que no actúa para erradicar ideas
equivocadas sobre el uso de AB, no está siendo paternalista sino negligente, ya que
con estas acciones no consigue ningún tipo de beneficio ni para su paciente ni para
la humanidad.

Como ya hemos mencionado no existe conflicto entre la autonomía del paciente y


la prescripción de antibióticos. Si no hay un hecho médico que justifique la
administración de estos medicamentos el paciente debe ser informado de la
situación y, además, se le debe indicar cuales son los riesgos de proceder con esta
acción tanto para su salud como para la salud de otras personas (y especies). Esta
es la llamada autonomía relacional, bajo este concepto médico al proporcionar y
explicar la información desarrolla la posibilidad de que el paciente aprenda sobre sí
mismo, valore las opciones de las que dispone y pueda tomar una decisión en los
aspectos de salud que le conciernen. Mediante el diálogo, herramientas ilustrativas,
paciencia y tiempo, el paciente puede aprender sobre los peligros que implican
conductas arriesgada como la toma de medicamentos sin justificación clínica.

La regla “no privarás a los demás de los bienes de la vida” que se desprende del
principio de no maleficencia apoya el concepto de responsabilidad de Hans Jonas
que dice que debemos hacer todo lo posible por preservar la vida en la tierra. Es
cierto que reconocemos que existe la posibilidad de no dejar antibióticos viables
para las siguientes generaciones, sin embargo, es posible promover el desarrollo
del conocimiento científico para generar alternativas terapéuticas que le permitan a
la humanidad combatir enfermedades infecciosas. Para permitir que la vida en la
Tierra perdure, como Jonas lo ha expresado, estamos obligados a sentar las bases
éticas para un uso prudente de la tecnología.

La prescripción de antibióticos y su relación con el desarrollo de resistencias


bacterianas no es exclusiva del ámbito médico. Para resolver el problema
requerimos que la industria agropecuaria, la farmacéutica y que los gobiernos se
comprometan a examinar sus prácticas y corregir aquellas que van en contra del
uso racional de los antibióticos.

Hemos hecho hincapié en las consecuencias del uso injustificado de los antibióticos
y las resistencias bacterianas en la esperanza de vida y el índice de morbi-
mortalidad, sin embargo, también existen consecuencias éticas desde la
perspectiva del principio de justicia. Al disminuir la efectividad de los antibióticos, no
todas las personas podrán acceder a los fármacos que queden disponibles para el
tratamiento de las infecciones. La introducción de nuevos antibióticos y la duración
de sus patentes impedirá que una parte de la población no pueda comprar estos
productos y que los gobiernos gasten más en adquirir estos medicamentos. De
presentarse esta situación, se exige una mayor rigurosidad en la vigilancia de la
administración de los antibióticos por parte del Estado. Nosotros proponemos la
creación de un padrón en el que se pueda comprobar la concordancia de las
patologías que son registradas en el Sistema Único de Vigilancia Epidemiológica
con los egresos de antibióticos reportados en las clínicas y hospitales que
pertenecen a la Secretaría de Salud de México. Esta propuesta tiene por objetivo
vigilar el cuidado de los recursos que el Estado proporciona a la población y que
son administrados por los médicos en las unidades de salud y detectar
anormalidades para que sean estudiadas y se formulen estrategias para su
eliminación.

Existen alternativas de crianza animal en las que al mejorar la higiene y disminuir el


hacinamiento se disminuye la posibilidad de enfermedades y por lo tanto los
productores no requieren suministra antibióticos de manera preventiva. Los
antibióticos como aceleradores de crecimiento empiezan a ser restringidos y
prohibidos en algunos países, debemos imitar esta acción y no justificarnos en la
llamada demanda mundial de proteína pues es cuestionable que solo este método
sea efectivo para la ganancia de peso de los animales y, además, es necesario
investigar si esta demanda en verdad obedece a una necesidad social o es producto
de intereses económicos.

En cuanto a la producción de antibióticos, es evidente que la falta de actualización


en las normas de aguas residuales del país nos impide actuar en favor de la
disminución de resistencias bacterianas, pues esta problemática no está
contemplada dentro de las Normas Oficiales Mexicanas, ya que su elaboración data
de 1990 al 2000. En este rubro me permito mencionar que, debemos empezar a
cuestionar también sobre las aguas de hospitales principalmente, y la manera en
que desechamos medicamentos pues no sólo los antibióticos o sus metabolitos
están siendo vertidos al medio ambiente, productos hormonales, fármacos de
psiquiatría y anestesia, así como analgésicos se encuentran contaminando el
ecosistema y es necesario evaluar este impacto.

Un análisis bioético a mayor escala podría resultar útil para focalizar nuestra
atención hacia este problema e invitar a las autoridades e instituciones
correspondientes a actuar para su pronta evaluación y solución.

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