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Podríamos señalar para centrar nuestro discurso sobre J. Pieper que éste es
intelectualista (solo se actúa mal cuando no se tienen conocimientos), teleológico (el fin
último es la vida eterna), eudemonista (busca la felicidad y ésta se encuentra en Dios) y,
tomista (vuelve a retomar las ideas de Santo Tomás de Aquino).
Por virtud entendemos costumbre o modo estable de conducta que de algún modo
nos sirve de vestidura y de lugar donde habitar y que implica una cierta posesión que, en el
fondo es una posesión de sí mismo. Pueden ser naturales (las poseemos sin que medie
nuestro concurso), y adquiridas (logradas mediante el esfuerzo personal).
El hombre virtuoso es aquel que realiza el bien atendiendo a sus obligaciones más
íntimas.
“Razón” significa para este autor una referencia o dirección de la mirada a lo real,
un paso a la realidad.
Con estas palabras Santo Tomás nos quiere hacer ver que tanto la intención como la
acción del hombre deben de estar mediatizadas por el conocimiento de la verdad.
A las dos caras de la prudencia, uno de los cuales se encara con la realidad objetiva
mientras que el otro mira a la realización del bien, corresponde la doble serie de requisitos
de los que depende la perfección de esa virtud.
Por memoria entendemos aquí algo más que la mera facultad natural del
“acordarse”, quiere decir una memoria que es “fiel al ser”.
En las cosas que se refieren a la prudencia nadie hay que se baste siempre a sí
mismo. Por docilitas entendemos el saber-dejarse-decir-algo, aptitud que nace de la
voluntad del conocimiento real (que implica siempre y necesariamente auténtica humildad).
La indisciplina y la manía de llevar siempre razón son modos de oponerse a la verdad de las
cosas reales. La prudencia contiene la disposición para dejarse aconsejar y hasta la actitud
positiva de buscar consejo, de contrastar las propias apreciaciones; la disposición a mejorar
el propio juicio y la certeza de que éste es siempre mejorable con la ayuda de los otros.
Las virtudes en general no son solo para Pieper caracteres positivos de la acción
moral, sino también, y especialmente, hábitos para el bien.
EL CONOCIMIENTO SOCRÁTICO
La idea de que uno debe conocerse a sí mismo implica por un lado que aquello que
se nos incita a conocer no se nos da de forma innata y que, por lo tanto, lo que se quiere
conocer puede mostrar aquello que somos o hemos sido, pero, sobre todo, aquello que
podemos ser; y por otro, que la misma implicación de conocerse revela que no se sabe lo
que se es, o que la consideración de conocerse lleva implícito la consideración de que
posiblemente sólo se sabe que no se sabe nada.
El hombre queda mejor definido como un ser que necesita preguntar que como un
ser que sabe lo que las cosas son desde su comienzo. Saber que el hombre no tiene la
respuesta desde su inicio implica que es en los fines y en la realización de estos fines donde
se vislumbra la multitud de posibles respuestas a dicha cuestión.
Contar historias, narrar, es una de las formas en las que el hombre da un sentido a la
realidad y a sí mismo. De hecho, es la manera más común que el hombre tiene para
interpretar y comprender la realidad: cuente cómo es, ofrece una historia, da cuentas de
algo, brinda una explicación: relata.
El hombre encuentra sentido al mundo con sus manos y con sus historias. Es en la
acción y en el discurso donde los hombres se presentan unos a otros, no como objetos
físicos, no como un qué, sino como hombres únicos e irrepetibles capaces de actuar donde
antes nada se hacía, o contar historias que nunca habían sido contadas; capaces de lo
inesperado, de dar una versión originaria y original de sí mismos de los demás, es decir, de
aparecer en el mundo como un quién o cómo. Justamente lo primordialmente humano es
tener que escribir, interpretar y actuar la historia de uno mismo y el mundo que le toca vivir
sin tenerla prescrita o preescrita absolutamente con anterioridad.
Las historias que nos interesan son aquellas donde se muestra al individuo como
protagonista y dueño de la historia, esto es, intérprete de su propia vida.
Allí las acusaciones no son sólo de cosas que ha hecho o dicho hace poco tiempo,
sino también de sucesos y teorías de juventud, del pasado, y de presencias, gestos y actos
que puede hacer posteriormente, en el futuro. Lo que allí se juzgaba no era algún
acontecimiento de la vida de Sócrates, sino la vida de Sócrates. Por eso, su alegato es un
justificar que le compromete por entero, ya que el tipo de narración que se da es el tipo de
narración que en la explicación de su vida le va la misma, siendo lo que cuenta, no algo
ajeno a él, sino el meollo que le ha permitido, que le permite, y que le permitirá vivir, a
saber: la capacidad de poder decirse quién es él y cómo es el mundo y los individuos que le
rodean.
La idea de perfección humana no es unánime entre todos los hombres ni entre todas
las culturas y sociedades y ni en todos los tiempos.
Pero por muchas que sean las versiones que el hombre se ha dado acerca de sí
mismo y de en qué consiste su realización, esa pluralidad no vuelve menos acuciante el
hecho de que cada hombre se juega el éxito o el fracaso de su existencia y, en realidad, de
sí mismo en el trance de tener que acertar a definir el fin de su vida y de sus obras, sabiendo
que al definir algo como fin lo define también como bien y como perfección. Es decir, que
cada vez que consciente o inconscientemente un hombre se mueve para conseguir un fin
está dándose a sí mismo y a los demás una versión acerca de en qué consiste la perfección,
el bien y la realización del ser humano.
Estar expuesto a que el acierto o el error dependan de uno mismo puede hacer sentir
el vértigo de la condición humana, es decir, el vértigo de un ser que es libre y que gobierna
racionalmente su propia vida cuando eso implica, además, que de nosotros depende, al
menos en parte, el grado de plenitud y realización con el que vamos a vivir.
No es posible vivir sin haber definido en qué consiste para nosotros el bien, es decir,
que es del todo imposible vivir sin apetecer, tender, aspirar o simplemente realizar unas
cosas y no otras, y que todo ello supone que se ha tomado partido por una versión de lo
humano antes que por otra, es decir, que se ha elegido por el bien y que, se ha optado por
una concepción e interpretación de la vida humana.
Las virtudes son costumbres o modos estables de conducta que de algún modo nos
sirven de vestidura y de lugar donde habitar y que implican una cierta posesión de sí
mismo.
Desde el primer momento, Sócrates quiere desmarcarse del modo de reflexionar y debatir
de los Sofistas. Ellos enfocaban, pensaba Sócrates, sus batallas dialécticas no con el objeto
de convencer sino de vencer no importando el modo y, por ello, gustaban de la elaboración
de seductores discursos. No se puede olvidar que Gorgias definía la oratoria como el arte de
la seducción.
... haced caso omiso de mi modo de hablar, (...) y examinad esto: si mis palabras
se avienen con la justicio o no se avienen, ya que es esa la virtud del juez, como
la del orador es decir la verdad.
Para los atenienses era conocida la fama de Sócrates como gran conversador dialéctico. Se
esperaba un gran espectáculo. Sócrates, sin embargo, no responderá en este juicio a las
expectativas teatrales que muchos esperaban, y de ahí el creciente enfado e irritación de la
multitud en su contra.
Suele decirse que la verdad ofende. Pues bien, el proceso seguido en contra de Sócrates
parece responder claramente a esta afirmación. Sócrates, decide huir del espectáculo y
contar lo que él considera la verdad que explicaría él porque se encuentra en el banquillo de
los acusados: la envidia despertada por su manera de actuar en el ámbito de la Polis; su
diferente concepción de los valores éticos y políticos presentes tradicionalmente en el
mundo griego.
Tanto las intenciones como las acciones de Sócrates durante su vida, estarán mediadas por
el conocimiento de la verdad. Este conocimiento de la verdad será para él la realidad
objetiva y, solo una persona que conoce la realidad puede obrar bien.
...preguntó si había algún hombre más sabio que yo. (...) respondió que no había
nadie.
¿Qué quiere decir el dios (...) al sostener que yo soy el más sabio de los
hombres?.
Me dediqué a descifrarlo, (...), mientras que yo, así como no sé nada, tampoco
creo saberlo.
Sócrates se interpreta a sí mismo. La vida, para él, es una búsqueda constante para
conocerse a sí mismo y de esta manera intentar reconocer el mundo que le rodea.
..., según la ley, hay que hacer venir a los que están faltos de castigo y no de
enseñanzas.
Solo la persona que conoce cómo son y se dan las cosas podrá obrar bien. Quien no tenga
conocimiento de la realidad no podrá obrar bien. La realización del bien lleva implícito la
conformidad de nuestros actos con la realidad objetiva.
La prudencia es una virtud que aprehende la realidad, conoce la realidad para luego actuar
de manera apropiada, es decir, realizando el bien.
... casi estoy seguro que con estas mis palabras me estoy granjeando enemistades,
lo cual es precisamente una prueba de que digo la verdad,
Estás en un error, amigo mío, si crees que un hombre que valga algo, por poco
que sea, ha de pararse a considerar los riesgos de muerte, y no ha de considerar,
solamente, cuando obra, si lo que hace es justo o no lo es y si es propio de un
hombre bueno o de un hombre malo.
... yo no puedo ceder ante nadie por temor a la muerte en contra de la justicia, y
que soy capaz de morir antes que ceder.
...me temo que no sea esto lo difícil, rehuir la muerte, sino que resulte mucho más
difícil escapar de la maldad, (...). Y así como yo ahora partiré de aquí condenado
por vosotros a la pena de muerte, estos marcharán acusados por la verdad de
maldad e injusticia.
Sócrates afirma que si tuviera que prescindir del ideal de búsqueda de la verdad,
a partir del examen de uno mismo, entonces la vida no merecería vivirse.
Contrapone muerte y maldad para señalar que no está dispuesto a huir de la
muerte a cambio de no evitar la maldad, que para él consistiría en traicionarse a
sí mismo, a Dios y a la Polis.
Sus acusadores, han logrado que Sócrates no escape de la muerte pero ellos
mismos, sin embargo, no han podido evitar la maldad, a partir de la realización
de una acusación injusta que les acompañará toda su existencia. Su vida será
acusada por la verdad.
... el mayor bien para el hombre cosiste en hablar día tras día acerca de la virtud
(...). la vida sin tal género de examen no merece ser vivida,...
Sócrates, tanto en sus conformaciones teóricas como en su actitud vital, es
prudente según la tesis de J. Pieper.
Podemos decir que esta virtud es cognoscitiva, es decir, aprehende la realidad para
luego poder actuar y, actuar realizando el bien. Por lo tanto, no apunta directamente a los
fines sino que, para la consecución de éstos, tiene en cuenta los medios a través de los
cuales los alcanza.
Nos gustaría acabar esta exposición haciendo referencia a que la verdad tiene como
característica que siempre es prudente.
BIBLIOGRAFÍA