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de la Llanura
Ignacio (Iggy)
En las Tierras Altas viven portentosas guerreras pertenecientes a diferentes
clanes, todas altas, morenas y de ojos claros, mientras que en la LLanura habitan
guerreras más bajitas y rubias. Dos mundos diferentes a tan sólo unos días de
distancia. Una guerra está a punto de estallar.
Renuncias de Autor:
Capítulo 1
«Sadal Suud III o, como es más conocido, Alanna, es uno de los mundos 5
más interesantes colonizados por la raza humana. Sus características físicas
(véase tabla) no tienen nada de particular entre los mundos.
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Las Tierras Altas no eran un país acogedor. Ni siquiera agradable, aunque
sí podía decirse que resultaba hermoso. De una terrible hermosura. Los peñascos
de grisáceo granito se elevaban en abruptas formaciones rocosas, sobre las que
el viento silbaba de manera constante. Entre las peladas cumbres se extendían
valles, como heridas infligidas por aquellas cuchillas de afilada piedra. Aquí y allá,
resistiendo al helado viento, matas de brezos y aulagas trataban valientemente de
sobrevivir.
La vegetación era escasa, tanto por el clima frío como por la poca tierra. El
único árbol que resistía aquellas tierras era el siláceo. En realidad se trataba de
una especie de árbol-helecho. Lo que desde la distancia parecían hojas, de cerca
era un denso follaje de plumas verdeazuladas, insertas en grandes troncos negros 6
dotados de múltiples ramas. El susurro de los siláceos en el viento resultaba
característico. El suspiro de las Tierras Altas.
Todas las Tierras Altas se extendían como una meseta montañosa. Los
caminos entre los valles no siempre resultaban practicables del todo, ni en todas
las estaciones. Ello explicaba que las Tierras Altas se hallasen divididas entre
numerosos clanes. Estos con frecuencia eran feroces enemigos unos de otros. La
vida era dura allí, los recursos escasos, y el saqueo una costumbre tan útil como,
a veces, necesaria.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Gwyn plantó ambos pies, bien separados, sobre la cumbre rocosa. Desde
aquel punto de vista, podía ver casi todo el territorio de su clan. Cerca, sobre otra
cumbre abrupta, se cernía el castillo de Glewfyng. Pese a su aspecto oscuro y
anguloso, evocaba en ella la calidez del hogar. Después de todo, lo había sido
durante casi toda su vida. A diferencia del resto de sus compañeras de
adiestramiento, jamás lo había abandonado para regresar a la calidez de uno de
los caseríos. Todavía no había optado por encontrar pareja, abandonar
provisionalmente la vida guerrera y criar niños y cultivar campos, como el resto de
las de su generación. A su edad, ya en absoluto juvenil, aquello no hacía más que
crearle problemas. Tras un período de servicio de armas en el castillo, se suponía
que todas las guerreras debían establecerse y cumplir con su obligación para con
el clan de una forma distinta a la de las armas.
Suspirando resignada, Gwyn dejó que sus pies la llevaran de nuevo ladera
abajo, hacia el castillo. El sol ya estaba alto, iluminando un cielo que pasaba con
rapidez del morado oscuro al azul violáceo. Las dos pequeñas lunas, las Amantes
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Desdichadas, se perseguían como siempre sin encontrarse jamás, ya hacia su
ocaso. La Tawanna, la jefa de su clan, había convocado a sus guerreras a aquella
hora. Todo hacía pensar que se trataría algún asunto de importancia.
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Las guerreras se hallaban dispuestas en ordenadas filas ante el estrado de la
Tawanna. La mayoría eran jóvenes, y trataban de dar una impresión de severa
marcialidad. Gwyn sonrió. Ella había adiestrado a la mayoría, y conocía sus
defectos y virtudes. El defecto más habitual era el exceso de entusiasmo guerrero.
La virtud más extendida era... el entusiasmo guerrero. Eran jóvenes, animosas, en
la flor de la vida, y sólo querían resultar útiles a su clan. Aquello era bueno. Sin
embargo, las hacía ser alocadas a veces, con excesos de valentía y desafíos de
bravuconería que se convertían en dolores de cabeza para sus adiestradoras. Sin
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También eran altas, como era habitual en su país y su clan. Y, cosa que
desde su punto de vista no podía ver pero sí conocía en detalle, eran casi todas
de piel y ojos claros. El pueblo de las Tierras Altas se caracterizaba por tener los
ojos grises, azules o de un índigo casi negro, el cabello azabache o al menos de
un marrón intenso, y una piel clara y luminosa. Ella misma respondía
perfectamente al modelo, con su complexión fuerte y sus ojos de un azul celeste.
Sus brillantes ojos, junto a su experiencia de combate, le habían proporcionado
muchos éxitos. Después de todo, su vida, aunque soltera, no había sido monacal.
Su posición como adiestradora le proporcionaba infinidad de ocasiones para
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
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—Os he reunido a vosotras, mis guerreras, con un objetivo. Sobre vosotras
va a recaer la responsabilidad de mantener intacto el honor del clan.
La Tawanna hizo un amplio gesto que las abarcaba a todas. Las guerreras
se fueron marchando, y pese a que una vez concluida la audiencia el silencio era
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Gwyn.
Aquello era una novedad en sus repetidas discusiones sobre este tema. La
Tawanna debía buena parte de su prestigio a sus proezas como guerrera, pero
aquello no era lo decisivo. Había llegado a su puesto tras criar a cuatro hijas,
además de dos –no ya uno, lo que sería más que suficiente, sino dos– varones
sanos y ya adultos. En este sentido, su prestigio era incontestable, y sus servicios
al clan irrebatibles. Sin embargo, viendo las arrugas de preocupación en el rostro
de la Tawanna, Gwyn comprendió que el argumento que pensaba utilizar contra 11
los de ella tampoco la influiría. Sin embargo, a falta de otro, lo usó.
Ante este gesto de despedida, bajó de nuevo la cabeza, tocó el suelo con
una rodilla y abandonó la sala. Como exigía la costumbre tras ser despedida por la
Tawanna tras una audiencia, ni dijo palabra ni la volvió a mirar.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
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Ella no debería estar allí. Como soltera, su presencia en las Estancias
Reservadas resultaba casi injustificable. Como mínimo, sospechosa de perversión.
Sin embargo, como miembro de una expedición guerrera a punto de partir hacia
las tierras de la Llanura, tenía una excusa para acceder a aquel lugar. Así, las
guardianas que flanqueaban la única entrada a aquella parte del castillo la dejaron
pasar, no sin que una de ellas le lanzase una sonrisa maliciosa.
Aunque dentro del castillo, las Estancias Reservadas eran un mundo aparte. El
mundo de los hombres. Eso se observaba ya en la informalidad que allí reinaba.
Después de la serena ceremoniosidad de la audiencia de las guerreras con la
Tawanna, la diferencia se hacía aún más perceptible. Tuvo que deambular durante
un rato por pasillos y salas hasta dar con Fiedgral. 12
Fiedgral era, incluso para ser un hombre, un sujeto peculiar. Alto y desgarbado, su
pelo rojizo y su palidez pecosa delataban un indeterminado origen mestizo. Sin
embargo, era el experto en mapas y tierras lejanas, y su consejo sería
imprescindible.
La estancia en la que lo encontró se hallaba cubierta de estanterías llenas de
viejos libros, mapas y sólidos tomos de enormes tapas metálicas. Sus cerraduras
de hierro revelaban el carácter peligroso de los secretos que ocultaban estos
últimos en sus páginas. Después de todo, la función de los hombres –una de sus
dos funciones, se dijo con un ligero rubor– era la custodia del conocimiento. Era
una ocupación adecuada para los hombres, tanto por su carácter poco práctico
como por lo compatible que resultaba aquella ocupación con su vida recluida. No
había hombres fuera de las Estancias Reservadas, no al menos en las Tierras
Altas.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
La necesidad para los hombres de una vida resguardada y segura era evidente
por sí misma. Aparte de tener sus órganos propios expuestos, de aquella forma
tan vulnerable... Pero además, por misteriosas razones que jamás se habían
podido desentrañar, casi todos los niños varones nacían muertos, no sólo en las
Tierras Altas sino en todo el mundo. En consecuencia, los hombres eran, como
todo lo escaso, un bien valioso que debía ser protegido. Pero no sólo por lo
escaso, y por su necesario concurso para la continuidad de la raza. Gwyn, pese a
su soltería, los había tratado bastante. Los conocimientos que custodiaban eran
necesarios muy a menudo para sus tareas. Y así, había podido comprobar el
carácter despreocupado, irresponsable incluso, de los hombres. Desde luego, el
hecho de vivir una vida de reclusión, lejos de cualquier ocupación práctica,
acentuaba aquel carácter natural en ellos.
demás hombres. Podría ser interesante tener una hija con aquel curioso pelo
rojizo, y aquella piel lechosa... Sin embargo, por la razón que fuera, tal vez por su
misma peculiaridad física, Fiedgral nunca había sido elegido como padre. Era
joven, más que ella, aunque a esas alturas ya tendría que haber... Gwyn le sonrió,
acodada a su lado. Él pareció confuso, aunque le devolvió la sonrisa.
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más que el resto de reinos de las Llanuras, famosos por su estilo de vida
extravagante y hasta perverso. Al menos eso era lo que se decía en las Tierras
Altas, y por tanto en los documentos y mapas de Fiedgral.
Aunque la situación no les había sido explicada por la Tawanna, Gwyn había
hablado con la capitana que dirigiría la expedición. Sabía, por lo tanto, que el
actual enemigo de Athiria, y su probable objetivo bélico, era el reino de Deiria.
—Pese a todo, Athiria sigue siendo mucho más fuerte. No me explico cómo
puede Deiria pretender enfrentarse a un reino tan poderoso. Ya puestos... no me
explico por qué Athiria os necesita. Hay algo extraño...
Ninguno de los dos tenía la menor idea de cuál podía ser la solución a ese
misterio. En consecuencia, la conversación murió y ambos quedaron un rato en
silencio, pensativos.
Gwyn sonrió. —Sabes que no es posible, Fiedgral. Los hombres tenéis que
estar a resguardo, y correremos grandes peligros.
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Algún tiempo antes, en otro lugar, en un país distinto...
—Buenas tardes, princesa. —dijo una voz profunda tras ella, contrastando 17
vivamente con el suave bullicio de las sirvientas.
Aquella voz provenía de la segunda de sus obligaciones. Era Gartión, su
tutor. Por alguna razón, los hombres solían dedicarse a aquella tarea. Al menos
entre las clases altas. Mostraba en su cuello, cómo no, la cinta negra de su
condición, aunque la llevaba con un desparpajo notable, como si no fuera con él.
Se trataba de un hombre ya mayor, de cabello ceniciento, y con dos
características raras en los hombres: aceptable musculatura y un profundo
bronceado.
—Esta tarde no tendré tiempo para lecciones, Gartión. Voy a salir. —le dijo
sin volverse, tras devolverle el saludo.
Por el espejo pudo ver que torcía el gesto. Pese a la cinta en su cuello, no
faltaba la vez que se enfadaba con ella en ocasiones como esta. Pero Taia ya no
era ninguna niña, y no podía reñirla ni mucho menos.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Mi madre reinará muchos años más. No hace falta tanta insistencia.
—Pero...
¿Por qué serían hombres los tutores? Eran tan descarados, como si no
supieran su lugar en la sociedad... Además, tan poco prácticos. Siempre
insistiendo en que aprendiera aquellos detalles inútiles, absurdos... Claro que con
el modo de vida que llevaban los hombres en general, no era de extrañar que 18
fueran poco prácticos, irresponsables incluso. No era culpa suya.
Esta estuvo a su lado en un instante. Prefería consultar con ella que con sus
―amigas‖, a las que ignoraba olímpicamente.
—¿Sí, alteza?
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Al fin pudo librarse de séquito, escolta y demás incordios. Taia se sacó la
túnica por encima de la cabeza y se tendió sobre mesa de masajes boca abajo.
Suspiró en cuanto sintió unos ágiles y firmes dedos sobre su espalda.
—Hola, Arneo.
Taia se relajó aún más. Sus visitas a los baños le resultaban cada vez más
indispensables. Así lograba olvidarse de sus responsabilidades, y algo más. El
esclavo tenía una especial habilidad. Siendo alguien ajeno a la corte y palacio,
insignificante además como hombre que era, podía relajarse en su presencia.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—¿En serio? —respondió, con voz algo ansiosa—. He oído decir que son
terribles. Grandes como hombres pero más fuertes que ninguna guerrera.
También he oído que nunca jamás se relacionan con hombres, que los matan al
nacer. Desde luego, por aquí nunca ha venido ninguna, y si lo hiciera, me moriría
de miedo.
—No tengas miedo. Aquí estáis seguros. Además, no todo lo que se dice
debe ser verdad. ¿Cómo iban a tener hijos sin hombres? Se habrían extinguido
hace tiempo.
—Estáis muy tensa, princesa. Hacía tiempo que no os sentía tan agarrotada.
—¿Cómo va todo? —le preguntó nada más acercarse a ella. Debió notar
también su preocupación, porque siguió preguntando—. ¿Mal? Pareces
desanimada.
—Pero ¿por qué tengo que casarme con quien ella diga? Es absurdo,
casarse con una persona desconocida, de otro reino además. Es absurdo...
—insistió.
—Oh, vamos. Sabías que al final pasaría. Ya sabes, la política de los reinos
y todo eso. Matrimonios de Estado. A tu madre no le ha ido tan mal después de
todo, ¿no? Se quieren mucho, o eso me has contado.
—Sí, ya, pero... —se detuvo—. ¡Oye! ¿Tú de qué lado estas? Si me caso, es
probable que no te pueda volver a ver...
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—¿Qué? ¿Yo? Vamos, cómo puedes decirme eso, Taia. —sonrió, burlona—.
Sabes que no...
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La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 2
«Sadal Suud III (esto es, el tercer planeta de la estrella Sadal Suud,
conocido localmente como Alanna) fue descubierto, o más bien
redescubierto, en el año 1011 eE (era Espacial, 2968 de la antigua era
Cristiana). Como pronto se hizo evidente, su descubrimiento original y
subsiguiente colonización debía datar de varios siglos antes, probablemente
durante el siglo III de la era Espacial. Como es bien conocido, durante este
periodo se enviaron innumerables expediciones colonizadoras, con muchas
de las cuales se perdió pronto contacto. Algunas de ellas dieron lugar a lo
que popularmente se han conocido como los "mundos perdidos"...»
24
De "Análisis clínico de las causas de la disfunción reproductiva en
Alanna", por C. García Donoso, en Revista de bioquímica clínica, núm. 1.356,
Ed. Conole, Tierra, 1097:
«Sin duda, lo que más ha llamado la atención del público acerca del
mundo de Alanna ha sido su peculiar orden social. Se ha hablado a veces de
"matriarcado", con notable impropiedad. En esta obra divulgativa no
entraremos en las causas que lo originaron. Lo que nos interesa conocer, en
todo caso, es el reducido porcentaje de varones presentes en esta sociedad,
en torno a un 15%. Esto significa, haciendo un sencillo cálculo, que en
Alanna existen casi siete mujeres por cada hombre. Ya imagino las sonrisas
en los rostros de mis lectores varones, pero la solución que a ellos sin duda
les ha pasado por la cabeza, una poligamia rodeada de elementos orientales,
no es ni mucho menos la que se dio en Alanna.»
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El día de la partida había comenzado ya. Como instructora, Gwyn disponía 25
de su propia habitación en el castillo, no demasiado espaciosa sin embargo.
Apenas cuatro paredes de piedra, una estrecha ventana, una alfombra, un tapiz y
su camastro. Pese a su recalcitrante soltería, Gwyn no solía tener este último
vacío. Su posición como guerrera veterana la convertía en cierto modo en
referencia para la admiración de las jóvenes. Y Gwyn no era mujer capaz de
resistir un asedio de ese tipo.
Eilyn había compartido su cama durante los últimos meses. Era una de las
guerreras que partirían con ella; por lo tanto, debían apresurarse las dos. El sol ya
se insinuaba en una aurora gris a través de la ventana.
Eilyn se mostraba alegre y excitada ante la partida. Gwyn le echó una ojeada. Pelo
tan negro como el suyo, no muy corto, ojos violeta profundo, alta, algo delgada.
Casi demasiado para una guerrera. Otras como ella habían pasado por su cama.
Sin embargo, su entusiasmo juvenil se desvanecía con el tiempo, y al final todas
acababan encontrando pareja, casándose. Criando hijas en la placidez de un
caserío, listas como guerreras retiradas para una leva de emergencia, sí, pero con
su vida en el castillo superada. Y ella quedaba atrás, una y otra vez. Tenía que
reconocer que ella tampoco había puesto mucho de su parte. Sea como fuere...
Esta vez, sin embargo, la expedición las llevaría a tierras lejanas, durante un
periodo de tiempo indeterminado. En consecuencia, dispondrían de un ambulacro.
No existiendo ningún animal de carga, desaparecidos (si es que habían existido
alguna vez) los legendarios caballos, el ambulacro era la bestia de carga por
excelencia. A falta de otra cosa.
El nombre de bestia le venía ancho a ese extraño ser. Su mayor parecido era
con una especie de oruga gigante algo aplastada de cuerpo. En realidad se 27
trataba de una planta más que de un animal, aunque fuera móvil. Esto se veía en
su color verde vivo, moteado de marrón. El ambulacro consistía en una serie
variable de secciones, cada una con un par de patas flexibles, sin articulaciones, y
acabadas en anchos pies en forma de ventosa. Por esos pies el ser sorbía la
sustancia y la humedad del suelo, que sometía a fotosíntesis en su verdoso lomo.
En consecuencia, el ambulacro sólo podía cargar bultos en alforjas bajo su
cuerpo, y no encima. De hecho, el ambulacro caminaba lenta pero
incansablemente mientras fuera de día, estuviera nublado o no. Sólo por la noche
se detenía. Así, había otra forma de pararlo: se le disponía una lona a uno de sus
lados, y si se extendía sobre todo su lomo, el ser se detenía, creyendo que había
llegado la noche. Así, se descorrió la lona del lomo del ya cargado ambulacro y
comenzó la marcha.
Como siempre, las guerreras acarreaban sus propias armas. Otra de las ventajas
del ambulacro era que se podía cortar una de sus secciones, delantera o trasera
(el bicho no tenía un extremo distinto del otro, pues no tenía ojos ni boca ni el
correspondiente orificio opuesto), y su carne se podía comer en caso de
emergencia. Al poco tiempo, el ser desarrollaba una yema que se convertía en
una nueva sección con su par de patas correspondiente.
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Las Tierras Altas llegaban a un fin abrupto. A sus pies, envuelto en una
neblina dorada, se extendía el país de la Llanura, las tierras bajas. Desde aquella
altura, la vista alcanzaba distancias prodigiosas. Era como ver un mapa extendido
ante ella, detallado y a la vez difuso, como si encerrase tantos misterios como
revelaba. Justo bajo las Tierras Altas, como marcando la frontera, oscuros
bosques se abrazaban a los pies de las montañas que habían sido su hogar. Tras
ellos, luminoso bajo el brillante sol, se veía la enorme extensión de las Llanuras.
Se podían vislumbrar plateadas cintas de ríos, caminos entrecruzados, colinas,
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Justo ante las primeras copas de los árboles, altos y amenazantes, Rya, la
comandante, ordenó un alto. La lona se extendió sobre el lomo del ambulacro, tras
lo cual toda la compañía se reunió alrededor de su jefa.
El camino que habían seguido hasta entonces se abría paso, amplio y recto,
a través del ominoso bosque. La implicación de aquello empezó a entrar en el
cerebro de las guerreras. Algunas desviaron la vista hacia lo más espeso del
bosque, y si no había miedo, al menos había inquietud en sus rostros.
—Sí, —confirmó Rya— nos desviaremos del camino desde ya mismo. Eso
nos permitirá surgir del bosque por un punto inesperado.
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El resto del día trascurrió sin incidentes, hasta que la falta de luz, acentuada
por lo espeso del bosque, obligó a un alto. Rya ordenó tres fuegos, sin montar las
tiendas pues el tiempo era seco y cálido. El orden de las guardias fue sorteado.
Una vez hecho todo esto, Rya llevó a Gwyn aparte.
—La verdad es que podría contarles algo más de nuestra misión. —le
confió—. Pero no quiero inquietarlas.
—Comprendo.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Nuestra misión es muy complicada, Gwyn. Nos necesitan para algo que no
pueden hacer ellas mismas, ¿sabes? Pero no quiero decir más. Todo a su tiempo.
En todo caso, si me pasara algo por el camino...
—Sí, sí, vale. Pero si pasara algo, limítate a llevarlas hasta Athiria. Allí te
harán saber lo que hay. De hecho, no conozco todos los detalles. Pero, ante todo,
pase lo que pase, llévalas hasta allí; de ninguna manera volváis.
—¿Sí? 31
—El hecho de que seas una simple guerrera no me influye para nada. Sé lo
que vales, soltera o casada. Considérate mi primera oficial.
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Acompañada de nuevo de todo su séquito, Taia salió a la calle. En efecto, ya
se la veía mucho más feliz y relajada. Pero pese a la agradable compañía de
Arijana, las preocupaciones habían sido aplazadas, no solucionadas. Ese
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Gartión y sus preguntas repentinas. Sabía que, dijera lo que dijera, siempre
le encontraría algún fallo. Trató de recordar.
—Es uno de los reinos del Este. —enunció, esforzándose por recordar—. Su
reina es... Erivalanna. —Gartión asintió, animándola a proseguir—. Hace sólo dos
años que está en el trono. Su reino es la mitad del nuestro en extensión, y sólo un
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—¡Filiria es nuestro aliado! ¡Y era más poderoso que Deiria! —exclamó ella.
Él asintió, tranquilo.
—Eso es. Estamos al borde de la guerra. No hace falta que os diga que
vuestra madre la reina está muy preocupada. No nos interesa una guerra, pero 33
parece que no nos quedará más remedio. Sobre todo porque, según algunas
noticias, podría conquistar un tercer reino. Si hiciera eso, y fuera otro de nuestros
aliados, nuestras fuerzas ya no serían tan superiores.
—Comprendo.
—Yo... —su entrenamiento iba muy bien. Por supuesto, no lo realizaba con
un hombre, claro. La capitana de la guardia se encargaba de ello, y la verdad es
que le gustaba más que todas las aburridas lecciones de Gartión. Sus bíceps eran
buena prueba de ello. Sin embargo, nunca se le había ocurrido que aquello podría
ir en serio. Era sólo ejercicio. Pero su madre ya era mayor. ¿Tendría que ir ella a
comandar el ejército a esa guerra?— Va muy bien. —terminó de dudar. Al menos
debía parecer segura de sí misma. Era una de las lecciones de su entrenadora.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Me alegro. Ahora, os dejo con estos volúmenes. Son historia de Deiria y de
los reinos del Este. A media mañana os haré algunas preguntas.
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Dio un salto, esquivando un intencionado golpe a ras de suelo. Con su propio
palo, detuvo abajo el de su oponente. Sonrió. Lanzó de pronto el otro extremo
contra la cabeza, pero fue también detenido. Un súbito contraataque la golpeó en
los tobillos y la hizo caer sobre su trasero.
—Lo dices por decir. —Las últimas noticias la habían alterado. No se sentía
en absoluto capacitada para dirigir un ejército. Se sentía como una farsante.
Terinia resultaba siempre tan seria. Vestidas ambas tan sólo con prendas
cortas y ajustadas de entrenamiento, Taia no pudo sustraerse a la magnífica figura
de su entrenadora y guardiana. Era algo más alta que ella, y su cuerpo estaba en
perfecta forma, lo que no quitaba para que poseyera una voluptuosa y femenina
figura. No por primera vez, se sintió algo atraída. Quizás no fuera
arrebatadoramente guapa; su rostro era más regular que hermoso, de nariz y
labios finos. Pero pese a su indudable atractivo, no se le conocían relaciones de
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
ningún tipo, ni regulares ni ocasionales. Y eso que no era una jovencita, aunque
podía parecerlo. Sus movimientos eran siempre tan precisos y exactos. Tensa y
suave a la vez. Daba la impresión de que vivía completamente dedicada a sus
obligaciones. Se acababa de soltar su rubio y lacio cabello, hasta entonces sujeto
en una coleta, dando así por terminada la sesión.
—Sí. Suficiente por hoy. —Terinia la traspasó con sus ojos color acero y le
ofreció una de sus peculiares sonrisas. Era como si viera a través suyo y de sus
motivaciones. Taia se ruborizó un poco y desvió la vista. Si no hubiera sido
siempre tan impersonal, distante y uniformemente cortés... Era inútil darle vueltas.
Sus problemas seguirían siendo los mismos, o tal vez mayores. 35
—Está bien. Terinia, yo... —se detuvo.
—¿Sí?
—Eso parece.
—¡Eso parece! ¡La primera guerra en más de quince años, y eso parece!
—estalló Taia. No por primera vez, la exasperó su impasibilidad. Por un instante,
ella pareció sorprendida de su reacción, dejando a un lado la toalla con la que se
enjugaba el sudor y mirándola de nuevo.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Perdón, alteza. —dijo bajando los ojos. Cuando parecía sumisa, tenía un
aire burlón, como si no fuera en serio. Sin embargo, su cortesía era siempre
irreprochable—. ¿Os preocupa? Sí, supongo que sí. Vuestra madre es mayor ya...
¿Os preocupa el mando de las tropas?
—¿Sí?
Ella siempre la había tratado así, con una fidelidad inquebrantable aunque
impersonal. Aquello tuvo un efecto contraproducente. Toda aquella fidelidad y
confianza la apabullaba. Las defraudaría, y... No quiso insistir y asintió,
agradecida. Se vistió en silencio. No tenía sentido aplazarlo más; la audiencia real
la esperaba.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 3
«Dejando de lado sus peculiaridades humanas, que son las que le han
aportado fama o al menos notoriedad, Alanna presenta también interesantes
motivos para el estudio de su fauna y flora.
»Hay que empezar por decir que esta última distinción, tan habitual en
la biología, es un tanto superflua en Alanna. En efecto, la diferenciación
entre fauna y flora no es ni mucho menos evidente entre la vida nativa de
Alanna, como veremos a lo largo de todo este estudio. De hecho, el
concepto mismo de plantas sésiles no resulta en absoluto obvio. [...] 37
»Pero antes de entrar en un estudio pormenorizado, hay que hacer
algunas salvedades. Como mundo colonizado por la especie humana, la
biología original de Alanna ha experimentado considerables
transformaciones con la introducción de especies originarias de la Tierra.
Con todo, la vitalidad de la biología nativa ha ocasionado que no todas las
especies introducidas hayan superado el reto: de entre la fauna doméstica
introducida, ni los bóvidos ni los équidos superaron el desafío de la peculiar
bioquímica alaniana. De hecho, la misma especie humana logró sobrevivir a
duras penas, con las disfunciones que son conocidas y que no
comentaremos aquí. Baste decir que sólo algunas especies introducidas
superaron con éxito el desafío de la adaptación. Entre los cereales la
supervivencia fue generalizada, así como con diversas especies de árboles y
en general casi todas las especies vegetales. Sin embargo, en cuando a la
fauna animal, sólo los ovinos (ovejas y cabras) sobrevivieron. [...]
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—El pelotón izquierdo vendrá conmigo. El derecho irá con Gwyn, a sus
órdenes. —recalcó la comandante.
El primer grupo partió primero, con Rya al frente. Hasta que no dio la orden
de marcha, Gwyn no se percató que Eilyn había partido con él.
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El mapa que Rya le había dado recogía su itinerario. Por lo visto, este era de
lo más enrevesado. Daba vueltas y más vueltas. El objetivo estaba claro:
cualquiera que las avistara sólo vería un reducido grupo de guerreras morenas
encaminadas en cualquier dirección menos hacia Athiria. Sin embargo, poco a
poco se irían acercando a su destino, siempre de forma indirecta.
El paisaje era muy distinto al que conocían y estaban acostumbradas. En la
Llanura, los campos cultivados no eran la excepción, sino la norma. Aquí y allá se
veían interrumpidos por pequeños bosquecillos. En consecuencia, solían cruzarse
de vez en cuando con rubias mujeres que iban y venían de los campos. A Gwyn
aquello la preocupó; pero pronto vio que no les prestaban demasiada atención. Ni
la dirección que tomaban ni su indumentaria permitiría que el secreto se rompiese.
39
Sin embargo, se cuidó muy mucho de permitir que sus guerreras confraternizasen
con la población. Pese a sus protestas, se negó por completo a permitirles visitar
las posadas del camino, y siempre acamparon al raso.
Los caminos transitaban rectos bajo el inclemente sol del verano. Las
espigas se mecían, maduras, en los campos. Las campesinas, tan rubias como
sus cultivos, segaban sin parar, sudando y sin apenas volverse para mirar a las
morenas guerreras que pasaban.
Todo trascurrió, así, en una plácida tensión. Hasta que, a falta ya sólo de dos
días de su destino, se produjo el incidente que, de alguna forma, Gwyn venía
temiendo.
Gwyn se adelantó.
—No tengo nada en contra de unas descastadas que ocultan su clan, cierto.
Pero me gustaría saber adónde vais. Si vuestro clan está indefenso, será una
interesante noticia para nuestra Tawanna.
—No te importa adónde vamos. —repuso Gwyn, tensa pero sin ceder a la
provocación.
—Sí, somos del clan Glewfyng. El mismo que siempre patea el culo de las
desgraciadas de Lewellyn. El año pasado os robamos doscientas de vuestras
ovejas, y yo misma hasta me llevé a una de vuestras guerreras. No era fácil
distinguirla de una de las ovejas negras, pero una vez lavada no estaba del todo
mal. Al principio se resistía, pero después de pasar por mi cama ya no quería
volver...
—¡Tienes mucha cara para decir eso, tú que vas por ahí ocultando tu clan!
¡Compañeras, vamos a darles una lección! —exclamó, sacando su espada y
volviéndose a sus guerreras. 41
—Vamos, vamos... —Gwyn ni se inmutó. Al contrario, lejos de desenvainar,
cruzó los brazos ante el pecho y sonrió—. Somos casi el doble. No queremos
destrozaros tan fácilmente. Luego las vuestras dirían que no tenemos honor.
Como hacen siempre que les damos fuerte. ¿Tendrás el valor de batirte conmigo?
El duelo entre capitanas era algo habitual en las Tierras Altas. Con una
población reducida, era un buen recurso. Las guerreras eran demasiado valiosas
para perderlas por un asunto menor.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Muy bien. Según las reglas de duelo de capitanas pues. ¿Tu nombre?
—Gwyn.
a la otra. De repente, con un gesto demasiado rápido para ser visto, su rival le
lanzó su propia hacha.
No era ese el único truco de Morwyll. Antes incluso de que el hacha llegase
al suelo, ya había levantado su espada y acometía con ella en alto por tercera vez.
Tomada por sorpresa, Gwyn apenas logró alzar su espada para defenderse. Sin el
apoyo del hacha, sólo pudo desviar de refilón. Sintió que el filo la rozaba en el
hombro derecho.
Al principio sólo sintió un frío extremo. Oyó un gemido, y supo que había
salido de las gargantas de sus guerreras. Se apartó, notando que el helor iba 43
siendo sustituido por una líquida y dolorosa calidez. El brazo se le iba a quedar
pronto inutilizado. Ya lo sentía cada vez más pesado.
Las dos estaban demasiado doloridas como para continuar con esa esgrima
verbal, y en consecuencia las pullas no continuaron. A las dos se les iba acabando
el aliento y hasta el ingenio. Gwyn se acercó a su rival de forma indirecta,
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
arrastrando la espada por el suelo tras ella. Tenía que jugársela; se le empezaba a
nublar la vista. Viéndola desprotegida, Morwyll la lanzó un tajo lateral, con ambas
manos, con intención de partirla en dos. Gwyn se agachó, echándose a tierra. Al
mismo tiempo, lanzó un tajo también lateral, a ras de suelo. Alcanzó el tobillo de
su rival, haciéndola caer de espaldas. Con decisión, Gwyn se puso de nuevo en
pie. Como un rayo, con su último aliento, alzó la espada con el pomo hacia arriba.
Con las dos manos y toda su fuerza, lo lanzó hacia abajo.
—Muy bien. —se dirigió a las sorprendidas guerreras rivales—. ¡Ahora sois
honorables hijas del clan Glewfyng!
Sintió que se le iba la cabeza, pero pronto fue sujetada por sus compañeras. 44
La abrazaron, felices y sonrientes. La hicieron sentarse sobre el suelo, de forma
que no llegó a perder el conocimiento. Reuniendo todo su aplomo, dio
instrucciones referentes a las nuevas guerreras, que las acompañarían hasta
Athiria. Al mismo tiempo, hizo que le cosieran la herida. Su indiferencia –contuvo
cualquier gesto de dolor mientras hacía que le cosieran la herida– le ganó el
respeto de aquellas veteranas, como pudo ver en su expresión.
x
Tal y como había previsto, se acercaron a los muros de Athiria antes de la
medianoche tras una corta marcha. Su herida había cicatrizado bien; era algo
habitual en ella, y que acreditaban otras cicatrices por su cuerpo. Ante ella, en la
oscuridad, la ciudad era un muro negro, alto e imponente. La muralla, entrevista a
la pálida luz de las Amantes Desdichadas, se veía llena de almenas, torres y
puertas. Se trataba de una ciudad grande y cosmopolita, incluso para lo habitual
en la Llanura. Siempre estaba llena de forasteras de paso, mercenarias como
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
ellas, comerciantes, comediantes y todo tipo de gente que le daba una vida
singular. Para las sobrias guerreras de las Tierras Altas, una ciudad como Athiria
era a la vez antro de perversión y excitante mundo lleno de todo tipo de placeres.
Aquello ya se veía en las miradas de anticipación las guerreras, que brillaban
como las dos lunas. Ninguna de ellas había estado jamás allí. Sólo Gwyn había
estado antes en alguna ciudad de la Llanura, aunque no en aquella. Siguiendo las
instrucciones del plano que Rya le entregara, se habían acercado a la ciudad
desde el lado opuesto al que habrían llegado de haber tomado una ruta directa.
Rya incluso había señalado la puerta por la que deberían entrar.
En cuanto se deslizó por la rendija, Gwyn pudo ver a Rya justo tras la
guardiana.
Entonces la capitana vio a las guerreras de Lewellyn, que entraron tras las
demás.
—¿Estás loca? ¡Has podido hacer fracasar toda la misión! —le respondió
Rya en cuanto hubo terminado.
—No tenía otra opción, Rya. Si las hubiera dejado partir, se habría sabido
todo. Peor aún, si hubiéramos combatido grupo contra grupo, incluso venciéndolas
alguna podría haber escapado. Ahora están aquí, no les he quitado ojo, y nadie se
tiene que enterar de nada.
—Muy bien, chicas. A partir de ahora ya no hace falta tanta discreción. —les
dijo Rya, en cuanto tuvo a las guerreras en corrillo a su alrededor—. No partiremos 47
hasta dentro de unos días. Entretanto, podéis conocer un poco la ciudad.
Fue repartiendo las monedas entre la fila que se formó ante ella. Mientras lo
hacía, iba dando las últimas instrucciones.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Nos veremos aquí, a esta misma hora, dentro de tres días. Las de las
Tierras Altas somos una rareza por aquí; eso os dará muchas posibilidades de
pasarlo bien. Pero si os proponen matrimonio, rechazadlo firme pero
educadamente. Este no es lugar para nosotras. Y por favor, recordad: no
mencionéis a nadie vuestro clan natal. Es muy importante. Por último, sólo tres
advertencias a las que nunca habéis estado en una ciudad de la Llanura: no
entréis en locales marcados con el símbolo de una flecha, no os emborrachéis
hasta caer inconscientes en la vía pública y no abracéis a las bailarinas mientras
están sobre la tarima. En definitiva, no os metáis en líos y pasadlo bien.
—No seas idiota, Gwyn. —repuso la otra, seria. Había apoyado ambos codos
sobre la mesa al tiempo que empezaba a beber—. Tenemos que hablar en
privado.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Sí, todo muy bien. Lo serio no empezará hasta dentro de unos días.
—Sí, bueno. A ti sí, pero antes... —dio un buen sorbo a su jarra, que se vació
en un instante, como por arte de magia. A un gesto suyo, otra fue depositada ante
ella casi tan velozmente—. Son bonitas las chicas de por aquí... —comentó acto
seguido, contemplando el trasero de la camarera, que se alejaba
contoneándose—. Un poco demasiado fofas y tetonas para mi gusto, pero...
—Rya. La misión.
—Oh sí. Bueno... —dio un nuevo sorbo tremendo—. Hay una razón para que
no vistamos los colores de nuestro clan. Y es que lo que debemos hacer por 49
cuenta de la reina no la debe implicar a ella. Por eso no puede utilizar a sus
propias guerreras. Aparte que son todas demasiado bajitas y flojuchas, claro.
Su mirada se desvió ahora hacia las mesas contiguas, las de la zona común,
ocupadas todas por rubias mujeres locales. Prosiguió.
—Buenas para lucir con todos esos oropeles en la guardia de la reina, sí, y
buenas para la cama, sin duda, pero...
—Oh no, yo no... Desde que murió Elsa, yo no... —Elsa había sido su mujer.
Había muerto hacía dos años en una expedición de saqueo. Había tenido dos
hijas junto a ella, ambas ya casadas. Rya, siempre ocupada con sus obligaciones
militares, no había llegado a tener hijas propias antes de quedar viuda.
—No seas idiota, Gwyn. No es eso. Es que... ¿No te llama la atención que
ninguna de las que formamos la expedición esté casada ni tenga hijos que
dependan de ella?
—Sí, ya, ¿y por qué sólo una oficial, viuda y sin hijas además?
—Bueno... 50
—Piensa, Gwyn. Nadie que dependa de nosotras, nadie que quede
desamparada si nosotras...
—Eso es. No es una misión suicida, pero casi. Lo previsible es que ninguna
de nosotras vuelva a ver las montañas y valles de...
—Era mejor que las demás no lo supieran. La deuda que contrajimos tiene
que ser saldada. Además, de todas formas hubieran querido venir. Ya sabes como
son. Así estarán más felices entretanto, si no conocen más que los mínimos
detalles.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Claro que no. Me ofrecí voluntaria. Debía ir una oficial. Todas nos
ofrecimos voluntarias, pero yo era la única que no dejaría una cama solitaria ni
una cuna llena. Querían realizar un sorteo, pero insistí y no pudieron rebatir mis
argumentos.
—Sé que el reino de Deiria está expandiéndose. Pero creo que Athiria sigue
siendo mucho más poderoso.
—Pues...
—Pues porque no puede. Resulta —en este punto Rya bajó la voz y se
acercó a Gwyn— que la princesa heredera, la única hija propia de la reina de
Athiria, es prisionera de la reina de Deiria.
—Oh. Comprendo.
—Exacto... —Rya se inclinó más todavía hacia ella. Parecía algo borracha
ya, lo que no era de extrañar después de lo que había trasegado—. Nuestra
misión es casi imposible. Rescatar a la princesita de las narices y traérsela a su
desconsolada mamaíta. Tendremos que internarnos en pleno reino de Deiria y
colarnos en sus más profundos calabozos. Lo tenemos crudo... pero no podemos
negarnos. Ni podemos regresar fracasadas. Éxito o muerte. Sólo uno de esos dos
desenlaces dejará pagada nuestra deuda con estas rubias decadentes.
Tras un corto tramo de escaleras, logró al fin llevarla hasta la cama. Ahí se
reanimó algo, y cooperó algo en la tarea de desnudarla. Parecía muy triste,
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
acurrucada en la cama, sola a la media luz y el murmullo del bullicio que entraba
por la ventana. Gwyn suspiró y empezó a desnudarse también. Un poco de
compañía no le vendría mal... a ninguna de las dos.
x
Como siempre que había audiencia real, Taia hubo de pasar revista a la
Guardia de Palacio, formada ante las puertas de la sala del trono. Casi por vez
primera, se fijó en los rostros de las guerreras. Tan serias y firmes. Le habría 53
gustado ser una de ellas. Podría sustraerse a todo aquel ceremonial y ser ella
misma. Conocería nuevos territorios, nuevos paisajes y nuevas gentes. No en las
aburridas lecciones de Gartión, sino por sí misma. Dejaría las responsabilidades
sobre otros hombros y se limitaría a cumplir órdenes. Una vida aventurera, y sin
presiones como las que sufría. Podría hacer lo que quisiera. Tal vez estaría a las
órdenes de Terinia y sabría cómo era en realidad, al margen del formal respeto
con que la trataba siempre. Seguro que con sus guerreras era mucho más
espontánea. Además, se decía que las guerreras, en sus cuarteles, solían... No
importaba. Borró esos pensamientos de su cabeza, compuso una expresión seria
y traspuso las puertas de la sala del trono.
decoración, como si ella misma formase parte de los mosaicos de la sala. Siempre
había sido así; de alguna forma conseguía trasmitir serenidad y majestad. Parecía
hecha para el cargo. Con el tiempo, la edad le había otorgado aún más realeza. La
banda de lino blanco que llevaba en torno a la frente parecía inseparable de su
persona.
—Bien. Sin embargo, hay algo que se me escapa. —estaba diciendo la reina,
con aire reflexivo—. Si los planes de Deiria son tan transparentes, ¿cómo esperan
salirse con la suya? Si lo he entendido bien, todavía podemos aplastarlas, ¿no es
así?
—Por tanto, necesitan que nosotras, como cabeza de nuestra coalición, nos
mantengamos inactivas mientras hacen caer a nuestras aliadas una por una. No
entiendo cómo pretenden conseguir esto. ¿Gartión?
—En definitiva, es extraño. No puedo dejar de pensar que hay algo que se
nos escapa en todo esto. No puede ser tan sencillo.
A partir de entonces, la sesión fue decayendo. Nadie tenía ninguna idea que
aclarase las dudas de la reina. Con todo, se resolvió por amplio consenso que el
reino debía prepararse para la guerra. Al fin, las consejeras se pusieron en pie y,
tras saludar a la reina, se fueron retirando. Taia se disponía a hacer lo mismo,
cuando escuchó la voz de su madre.
—Mis tres hijas, por favor, desearía que se quedasen todavía unos instantes.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Las tres se miraron. Aquello no era demasiado extraño, y menos dadas las
circunstancias. Mientras la espléndida sala se vaciaba, todas mantuvieron un
tenso silencio.
—Luego. Olaia, tú estarás a su lado. Aún eres muy joven, pero quiero que
aprendas tanto como puedas de todo lo que veas. Aunque no seas hija de mi
seno, te considero una hija del alma y espero y deseo que estés también a la
altura. Obedece en todo a tu hermana y sé valiente y fiel. Y Tisque, —se dirigió a
la más joven— tú permanecerás a nuestro lado. Eso no quiere decir que seas 58
menos importante. Estarás como... como reserva, por si algo... si algo saliera mal.
—Muy bien. ¿Y tú, hija mía? —se dirigió por fin la reina a ella.
—Lo harás. Todas hemos sentido dudas alguna vez. —En este punto, Olaia
resopló, y Taia le echó una mirada de reojo—. Tienes que cumplir con tus
deberes... con todos tus deberes.
—Hija, tienes que decidirte. Tienes que casarte con una princesa real,
alguien que aporte a nuestro reino ayuda, más ahora que la necesitamos.
—Ya basta. —Alzó de nuevo una mano, parando en seco sus protestas—.
Un día serás reina, y el privilegio conlleva responsabilidades. Cuando vuelvas de
la guerra trataremos este asunto de nuevo. Sin embargo, todavía hay algo más.
La mirada de su madre se hizo acerada, más que antes. Taia sintió que esa
mirada traspasaba todos sus secretos. En efecto, la reina prosiguió.
—Sé muy bien lo que te traes con esa, esa... Esa trepa de Arijana. Lo sé
todo, cuándo os veis, dónde, todo. Eso sí que tiene que acabar.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Hija, hija... —la reina sacudió la cabeza a un lado y a otro, mientras sus
dos hermanas la contemplaban con sendas sonrisitas—. Ella no te quiere a ti. Ya
te he dicho que lo sé todo de ella. Está contigo porque le conviene. Sé que es duro
de admitir, pero es así. Es lo que pasa cuando tienes algo que otras quieren. Sé
de buena tinta que su familia pasa por dificultades financieras. Temo que intente
sacarte dinero, favores o algo así.
—Más de lo que crees, hija. Más de lo que crees. Por favor, dejemos lo del
matrimonio a un lado ahora, ¿de acuerdo? Será cuando tú quieras. Te prometo 60
además que no interferiré; no voy a meterme por medio entre esta chica y tú. Pero
prométeme que no volverás a verla. Hija, temo por ti...
Dicho esto, y ante la mirada pasmada y triste de su madre, dio media vuelta y
salió en tromba del salón. Las pesadas puertas resonaron por todo el palacio a
sus espaldas.
x
"Necesito verte. Es muy urgente, de verdad. Por favor, ven esta misma
noche a la dirección escrita al dorso. Te aseguro que no te lo pediría si no fuera
muy importante. Ven lo más discretamente posible. De hecho, lo mejor sería que
vinieras sola y de incógnito. No puedo contarte más aquí; no sé en qué manos
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Pese a sus instrucciones, era Terinia, incapaz por lo visto de entrar sin avisar
en los aposentos de una princesa. Su mirada era inquieta y suspicaz. No hizo
pregunta ni presentación alguna; tendría que ser su interlocutora quien se
explicase.
—Terinia... Me alegro de verte. Siento haberte llamado con tanta prisa, pero
62
no sabía a quién acudir. Yo... Sabes quién es Arijana, ¿verdad?
Terinia parpadeó. La miró con una ternura desconocida en ella, siempre tan
fría y distante. Incluso por un instante temió que la fuera a abrazar y consolar.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Pero...
—Por favor, princesa. Al menos con un par de guerreras. —dijo, mirando por
63
encima de su hombro—. Son de mi total confianza, y os aseguro que serán
totalmente discretas.
Al fin Taia dio su brazo a torcer. Difícilmente lograría otra cosa, que era más
de lo que podía razonablemente esperar. Terinia se asomó al pasillo y susurró
algunas órdenes. Se volvió y asintió.
Se deslizaron por pasillos del palacio que ella apenas conocía, y acabaron
saliendo por una discreta puerta trasera que jamás había usado. Una vez en la
calle, Terinia la acompañaba a su lado, pasando a veces una protectora mano
sobre su hombro o brazo. Las otras dos las seguían en un discreto silencio, algo
más atrás. Se deslizaron por calles vacías y mal iluminadas, aunque aquello no
tenía nada que ver con la discreción. Al menos no con la que ellas buscasen.
Sencillamente, la dirección que le había dado Ari estaba en medio de una de las
zonas menos animadas de la ciudad. De hecho, la mayor parte de las casas de
aquel barrio se veían abandonadas. El silencio era opresivo, y la oscuridad, lejos
de parecer protectora, resultaba inquietante.
Al fin llegaron a la dirección. A la media luz de las lunas, Taia volvió a mirar el
dorso de la carta: sí, era allí. Parecía una casa abandonada. De hecho, se trataba
de una planta baja con una puerta medio arrancada y entreabierta, sin luz alguna 64
en su interior.
—¿Ari? ¿Estás ahí? —preguntó hacia lo que estaba oscuro como noche sin
lunas.
Por unos instantes sólo pudo percibir la presión del aire, como si la negrura
estuviera llena de sustancia. Por fin, en medio de la oscuridad surgió la redonda
cara de Ari. Sus ojos y boca estaban muy abiertos; se veía asustada o
sorprendida. Tras ella, surgiendo igualmente de la oscuridad aparecieron varias
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
figuras de negras cabelleras. Iban armadas hasta los dientes, y avanzaron hacia
ella.
De repente, se sintió empujada hacia atrás. Terinia, junto a las otras dos
guerreras de la guardia, se había interpuesto entre ella y las intrusas. Habían
desenvainado sus espadas.
Pero eran sólo tres contra al menos seis. Todas las intrusas parecían más
altas y fuertes, y llevaban espadas largas. Sin mediar palabra, entrechocaron los
aceros. La pelea fue breve. Nuevas guerreras surgieron de las sombras, a
espaldas de las tres guardianas. Taia recibió un golpe en la cabeza, desde atrás, y
perdió el conocimiento. Mientras caía, pudo ver como sus tres guardianas eran
atravesadas y muertas.
—¿Ya estás consciente? Bien. Vámonos. —La mujer que dijo eso parecía la
jefa de las intrusas, pues lo último lo dijo volviéndose hacia las demás. Taia pensó
que era curioso que la menos alta de todas fuera la jefa. Cayó entonces en la
cuenta: se trataba del mismo grupo que había visto por la calle. Notó entonces que
tenía las muñecas atadas juntas con una cuerda muy apretada. La pusieron en pie
y tiraron de ella; se vio obligada a avanzar, trastabillando. Se resistió un poco, al
tiempo que miraba hacia atrás. Pudo ver dos cosas. Primero, los cuerpos
ensangrentados y definitivamente muertos de sus tres guardianas. Y además, vio
a Arijana. La miraba todavía con aquella expresión asombrada. Pero había más en
aquella mirada. Culpa, temor, tal vez solicitud de perdón. Una bolsa en su mano
evidenciaba que la había vendido.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—¿Qué queréis? ¿Por qué...? —su gesto hacia sus ataduras evidenció el
resto de la pregunta.
dormida cuando tocó el suelo de hojas muertas, de puro agotamiento. Tras lo que
le parecieron apenas unos minutos, fue sacudida y despertada. Tenía la boca
pastosa, y le dolía horriblemente la cabeza.
—¡Arriba, princesita! —oyó, al tiempo que sentía que la alzaban. Seguía con
las manos atadas.
Pese a que creía no haber dormido apenas, ya era pleno día. La compañía
de sus captoras formaba ahora alrededor de un pequeño ambulacro. La cuerda a
la que estaba atada fue amarrada a uno de los extremos del animal-planta. Así, en
cuanto a este le retiraron la lona, no le quedó más remedio que caminar tras él. El
día se fue alargando, y curiosamente la fatiga le despejó la cabeza. Hasta ese
momento no había aceptado realmente lo ocurrido. Sólo entonces reflexionó. Ari.
Madre tenía razón. La había traicionado, vendido por un saco de monedas. La
realidad de su situación la golpeó entonces, y lloró. No por la traición de Ari. No.
Pensó en Terinia. Su inquebrantable fidelidad, su tensa seriedad, su hermoso 67
cuerpo, todo eso había desaparecido. Y era por su culpa. Ya no sabría lo que
había tras la máscara de perfecta cortesía que siempre exhibía. Recordó sus
sesiones de entrenamiento, llena de nostalgia por aquellos momentos, tan felices
ahora en la distancia aunque entonces no los hubiera apreciado en cómo debía.
Recordó cómo ella la ayudaba a levantarse cuando, como siempre, acababa por
derribarla. Si alguna vez hubiera continuado el movimiento y la hubiera atraído
hasta ella, pasando el brazo en torno a su cintura... Ya nunca sabría lo que
hubiera ocurrido. Seguro que el sexo con ella habría sido muy distinto. Dudaba
que hubiera sido plácido y suave, como con Ari. Habría sido sudoroso, intenso,
incluso feroz. Bajo sus perfectos modales y sus movimientos acompasados, había
adivinado una personalidad apasionada. Ojalá le hubiera dicho alguna vez lo que
sentía por ella, la admiración, el respeto, el cariño... y todo lo demás. Ahora ya era
tarde. Muy tarde.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 4
»En definitiva, los hijos nacidos en el seno del matrimonio son criados
como habidos por ambas integrantes de este. Existen ciertas diferencias
entre la "madre propia" y la "madre del matrimonio" (la biológica y la pareja
de la biológica, respectivamente), pero estas diferencias carecen por lo
general de relevancia. Las hijas biológicas de ambas integrantes del
matrimonio se consideran hermanas entre sí, pese a carecer por lo general
de cualquier parentesco genético.»
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
La viva luz del sol la hizo parpadear. Rya también estaba despertándose,
muy poco a poco, cobijada como un bebé entre sus brazos. Se apretó contra sus
pechos, como si fueran una almohada, suspirando. De repente abrió mucho los
ojos.
—Bueno, no tenía dónde alojarme, y ya era tarde para buscar algo. Además,
parecías necesitar compañía, después de la charla de anoche.
—Oh... Bueno, esa era la idea. Pero, ¿qué es lo que...? ¿Qué hicimos?
70
—Oh vamos, no te escandalices ahora. —sonrió Gwyn, divertida por la
expresión de Rya. Simuló algo de indignación—. Anoche no te quejabas...
—Pero, pero...
—Bueno, no, no quería decir... Eres una idiota, Gwyn. —repuso al fin la
capitana, recuperando poco a poco su habitual aplomo, incorporándose—. La
próxima vez que te metas en mi cama, quiero estar consciente.
Los dos rieron un poco. Sin embargo, el momento había pasado, y al cabo
de un rato ya estaban vestidas y en la calle, desayunando en habitual
camaradería. Por un mudo acuerdo, concluyeron que ninguna de las dos
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
necesitaba un lío ahora, y menos con lo que tenían por delante. Después de todo,
no había pasado nada, y ninguna de las dos tenía interés en que pasara.
x
Encontró a Eilyn en una enorme taberna. Se encontraba sentada a una
mesa, acompañada de otra guerrera. De momento no parecían tener ningún otro
tipo de compañía, aunque no pocas chicas locales miraban con insistencia y
curiosidad a las exóticas y morenas forasteras.
—Habéis visto mujeres con una cinta negra en el cuello, ¿no es así?
—Pues que si todos los hombres fueran propiedad de unas pocas, la raza se 72
extinguiría. Por lo tanto, algunas mujeres ricas ofrecen los servicios de los
hombres de su propiedad al resto de mujeres. Es en esos locales, a veces
llamados baños y marcados con una flecha, donde esto ocurre.
—¡Pero esos sitios parecen tabernas! —repuso Eilyn, con los ojos muy
abiertos.
—Bueno, veo que todo va bien por aquí y no me necesitáis. —Eilyn pareció a
punto de decir algo, pero echó una mirada de reojo a Deirwyn y se contuvo—. Voy
a seguir la ronda.
Ella intentó traspasarla con la mirada. —No. Estás muy borracha, Uvlyn.
Suéltala. Está trabajando.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Justo en ese instante sus ojos rodaron hacia atrás. El exceso de vino se le
había subido súbitamente a la cabeza al ponerse en pie tan de repente. Se
desplomó como un árbol, lenta pero irremisiblemente, todavía con el dedo en alto. 75
Las muchas jarras que había sobre la mesa salieron despedidas en todas
direcciones, haciéndole sitio sobre ella.
x
Pasó el resto del día haciendo la ronda por las tabernas por las que se
habían dispersado sus guerreras. En consecuencia, estaba algo achispada
cuando, ya al atardecer, apareció Rya. Parecía bastante recuperada de la noche
anterior, y de hecho algo seria.
Durante el camino, Rya no le aclaró gran cosa sobre aquella visita. Se limitó
a decirle que era importante y que debían acudir deprisa. Para sorpresa de Gwyn, 76
las rubias guerreras que custodiaban la magnífica entrada les franquearon el paso
sin una palabra.
—¡Estoy más sobria que un ambulacro reseco! —se indignó ella, divertida a
la vez.
—Comprendo.
De nuevo dos guerreras les abrieron paso a una sala inmensa. Pese a que
se hallaba casi en penumbra, Gwyn no pudo evitar quedarse con la boca abierta,
mirando hacia arriba. La sala era enorme, abovedada y con filas de columnas a
ambos lados. A la media luz del atardecer brillaban mosaicos y dorados. El suelo
era de un increíble mármol blanco y brillante, con vetas de lo que no podía ser
sino oro. Al fondo de la sala, y pareciendo minúscula y abandonada en medio de
aquella inmensidad, una solitaria mujer se sentaba en un trono.
Rya se acercó a buen paso, erguida, pero al llegar a los pies del estrado
sobre el que estaba el trono se inclinó y tocó el suelo con la rodilla derecha. Con
una ligera vacilación, Gwyn hizo lo mismo. Las dos inclinaron respetuosamente la
cabeza al tiempo que Rya saludaba:
—Alzaos, por favor. —dijo la mujer, con voz frágil—. Mis ayudantes os
habrán puesto al corriente de todos los detalles, —Rya asintió—, pero quería
veros con mis propios ojos. Sé que vuestro clan está en deuda con mi reino, y que
es por eso por lo que partís. También sé que no me debéis más lealtad que la de
una deuda que hay que saldar. Sin embargo, os ruego, como madre que soy, y si
lo sois también lo entenderéis, que hagáis todo lo posible para rescatar a mi hija
Taia.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Rya asintió, seria. Sin duda ella sí sabía lo que era ser madre y ver a su hija
en peligro. Gwyn se sintió algo vacía al no poder compartir ese sentimiento, pero
su atención se desvió al escuchar la voz de su compañera.
La reina asintió, sin entusiasmo pero sin poner aquellas palabras en tela de
juicio, como si supiera que no podía razonablemente esperar más. Con todo,
añadió: —Está bien. Una madre que tiene que elegir entre la vida de su hija y el
bienestar de los suyos no es alguien razonable. Además, no podré seguir
aplazando esa elección por mucho tiempo más. La reina de Deiria avanza en sus
objetivos, y antes o después se dirigirá contra esta ciudad. Y no sé qué haré
entonces. No lo sé...
Rya la miró sorprendida, pero no dijo nada. La reina sonrió levemente. Gwyn
no pudo decidir si lo hacía divertida por su arrebato algo juvenil o agradecida por
su compromiso.
Una vez fuera, Rya no hizo el menor comentario. En cambio, la guio hacia
otra sala. Ésta era bastante más reducida, aunque igual de suntuosa. Una enorme
mesa de oscura y barnizada madera se alzaba en su centro, sobre una mullida
alfombra carmesí, negra y verde pino. Sobre la mesa brillaban velas en
candelabros dorados, esparciendo una rica luminosidad. Rya se acercó a unos
espléndidos mapas que había sobre la mesa.
—Esto es Athiria, como ves. —dijo posando un dedo sobre el mapa. El dedo
siguió la roja tinta por un sendero en dirección nordeste—. Hay varios caminos
hacia Deiria, pero sólo uno útil para nosotras. Nos dirigiremos por los caminos que
seguisteis vosotras hacia aquí, y luego torceremos hacia el norte. Nos
adentraremos en las estribaciones de las montañas de nuestro país, cruzaremos
el Tercles en un punto aguas arriba de este vado, y desde el bosque al norte nos
volveremos hacia Deiria. Es la única forma de llegar sin ser vistas, y recuerda que 79
el secreto será nuestro único aliado.
Ella asintió, contemplando el mapa, mucho mejor que cualquiera de los que
ellas tenían en las bibliotecas de los hombres en el castillo.
Rya señaló con dedo firme, al tiempo que enumeraba: —Quirinia, Memnaia,
Filiria, junto con el resto de las ciudades dependientes de esta.
Gwyn silbó. En muy poco tiempo, Deiria había pasado de ser un reino de
poca monta en las estribaciones de la cordillera, a un pequeño imperio,
comparable al de Athiria.
—Sí. Por lo que me han contado, ahora su reina se dirige contra Latiria con
un gran ejército. Eso nos será útil, aunque luego es posible que se dirija contra
Umbrelicania, lo que nos cortaría el regreso. Si me pasara algo... haz lo que
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
puedas. Trata de regresar siguiendo el río corriente abajo, o por las estribaciones
de la cordillera, o... no sé. Haremos lo que podamos, Gwyn, pero dudo que
puedas hacer honor a tu apresurado juramento.
x
Un largo y agotador trayecto la llevó, en efecto, hasta la ciudad de Deiria. Por
lo visto, toda la operación había sido planeada hasta en sus últimos detalles.
Habían caminado de día, siempre con ella atada tras el ambulacro, y durante
algunas noches habían navegado por el río. Diversas barcazas las habían
esperado en puntos convenidos. Para Taia, el viaje fue terrible, y el cansancio
acabó por sustituir a cualquier reflexión. Sólo existía el camino, la necesidad de
poner un pie ante otro, y por la noche, caer rendida.
Eso cambió en cuanto vio alzarse ante ella las murallas de Deiria. Era una
ciudad pequeña, aunque muy bien fortificada. Las montañas del norte se alzaban
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tras ella como un telón majestuoso. Pese a su increíble cansancio, no pudo dejar
de fijarse en la ciudad. Poseía unas murallas almenadas, y hacia el lado oriental
de la ciudad se alzaba el palacio. Este estaba situado junto a las murallas,
formando con ellas un reducto aparte. De hecho, fue llevada no hacia las puertas
de la ciudad propiamente dicha, sino hacia una que daba directamente al palacio.
apenas una banqueta de campaña hacía las veces de trono. Una afectación, sin
duda. La reina quería dar a entender que era una guerrera, ajena a los oropeles
de la realeza.
En efecto, la reina entró casi al mismo tiempo en la sala, por una puerta
lateral, y se dirigió hacia el estrado. Como para confirmar sus ideas, llevaba una
coraza dorada, así como una espada corta al cinto. No llevaba casco, lo que
dejaba a la vista sus largos y rizados cabellos rubios. Nada más sentarse la miró y
sonrió, una sonrisa de dientes afilados.
—De hecho... —y sonrió de nuevo, mirándola ahora a los ojos— cuando todo
esté acabado, aún te necesitaré. Tendré que gobernar Athiria, y eso es algo que
no será sencillo. Será mejor si cuento con alguna legitimidad. —En ese momento
mostró los dientes con enorme alegría y la traspasó con la mirada—. Para
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Su expresión de horror debió ser evidente, pues la reina rio con voz
cantarina.
Hizo un gesto aleteante con el dorso de la mano, ya sin sonreír. Taia sintió
que unos fuertes brazos la alzaban de nuevo. Otra vez fue conducida por pasillos,
luego por escaleras de caracol, siempre abajo y más abajo. Al fin, tanto ella como
su captora llegaron a una sala profunda, sin ventanas pero bien iluminada por
antorchas. Comprobó con horror que se trataba sin ninguna duda de una cámara
de torturas. No tenía muy claro cuál era el propósito de la mayoría de las
máquinas que allí se hallaban, pero era evidente que no era otro que causar dolor.
Allí, dos guerreras rubias parecían estar de guardia. Alzaron la vista con
expresión aburrida en cuanto las vieron. De inmediato comprobaron su expresión
asustada y rieron.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
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La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 5
86
El día de la partida llegó más pronto de lo esperado, por algunas al menos.
Como era de temer, no pocas guerreras comparecieron acompañadas de chicas
locales. Hubo tristes despedidas, apasionados besos y alguna lágrima. Pero se
habían presentado todas. Ya se les pasaría; eran jóvenes. Al poco estaban todas
formando y atendiendo con seriedad a su comandante. Las rubias acompañantes
suspiraron, agrupadas como para no sentirse tan solas, y se dispusieron a
despedirlas y verlas marchar. Saludaron agitando los brazos mientras la compañía
desfilaba en fila doble, recta y militar, por la puerta de la ciudad. No sin que alguna
de las guerreras echara alguna última –y poco marcial– mirada de anhelo por
encima del hombro.
La marcha trascurrió sin incidentes, día tras día, por el camino marcado por
el dedo de Rya sobre aquel mapa en aquella hermosa sala. Nada alteró su
caminar, pues la tierra parecía extrañamente desierta, como expectante de
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
terribles acontecimientos. Nada salvo, para Gwyn, un día durante un alto en que
tuvo una conversación con Eilyn, su Eilyn.
x
Ella se le acercó despacio. Venía acompañada por otra guerrera, Deirwyn.
Era la que había estado con ella en la ciudad y después. Caminaba tras ella, aún
más tímida aunque a la vez algo desafiante. Era una guerrera fuerte y despierta,
algo mayor que Eilyn. Su aspecto era vagamente mestizo, aunque no tanto como
Fiedgral, desde luego. Su cabello era castaño, y algo ondulado, y sus ojos
parecían variar de color entre el gris, en marrón y el verde, según la hora del día.
Su cara era más ancha y su piel más morena de lo habitual en las Tierras Altas.
Gwyn la recordaba, y no sólo por haber sido su instructora. Esas dos habían 87
estado mucho tiempo juntas durante la marcha.
—Gwyn, yo... —Eilyn se miraba los pies, que removían el suelo—. Quería
presentarte a Deirwyn. Bueno, ya la conoces, es que yo... —se ruborizó entonces
hasta la raíz del cabello, aunque al fin reunió el coraje suficiente para mirarla a los
ojos—. Ella y yo nos vamos a casar cuando regresemos...
—Muy bien. Permitidme que os felicite. Me alegro por las dos. —sonrió,
haciendo lo que se esperaba de ella—. Os deseo mucha suerte.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
La sinceridad de sus deseos quedó sellada con sendos abrazos. Al fin pudo
deshacerse de ellas, no sin antes desearles muchas hijas y al menos un hijo, de
todo corazón.
x
Durante los últimos días, la marcha se hizo dificultosa. Habían abandonado 88
todo sendero, internándose en las colinas al pie de la muralla de la cordillera. Al
menos, las altas cumbres parecían protegerlas de todas las miradas. Atravesaron
un riachuelo, el Tercles muy cerca de su nacimiento. Al otro lado, un bosque les
ofrecía una protección suplementaria. Rya ordenó abandonar las dos mitades del
ambulacro. —Ya no los necesitaremos. —dijo, y los dos seres se alejaron, bajando
y subiendo sus patas insensatamente.
comentó esta una noche, sentadas las dos apartadas con sus espaldas contra el
tronco de un árbol. A esto, ella tan sólo asintió.
Pero al fin el día llegó. Abandonaron el cobijo del bosque y allí, hacia el sur,
sobre una colina, divisaron la ciudad de Deiria. Rya atisbó entre los árboles y
ordenó esperar al anochecer. También hizo reunir a las guerreras, que la miraron
muy serias, todo el bullicio del camino desaparecido ahora que el momento
decisivo se acercaba.
—Mañana por la mañana todo estará hecho, para bien o para mal. —les dijo,
en medio de las luces del crepúsculo—. Nos acercaremos a esa ciudad, Deiria, e
intentaremos forzar la entrada al palacio real. Nuestra misión será rescatar a la
hija de la reina de Athiria. El nombre de la princesa es Taia. Hay razones para
creer que estará prisionera en los calabozos subterráneos del palacio. Por fortuna,
éste está al lado Oeste de la ciudad, y tiene una puerta que da al exterior. Esta
puerta es la de los calabozos. En el momento en que se cambia la guardia, 89
durante la madrugada, la puerta se abre. Atacaremos por sorpresa entonces, nos
internaremos y trataremos de encontrar a la princesa. Si alguien la encuentra y la
saca fuera, que no espere a las demás. Las que podamos nos encontraremos en
este mismo lugar al cabo del día. ¿Alguna pregunta?
x
Marcharon al poco rato, todavía a la media luz del sol poniente. Por el
camino pudieron ver una colina al Oeste de la ciudad, coronada por un bosquecillo
de abedules.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
En efecto, tras una larga marcha a la luz de las estrellas, se cobijaron entre
los plateados troncos. Habían llegado con tiempo de sobra, de modo que se
sentaron a descansar, silenciosas. Gwyn sentía que debía hablar con todas
aquellas camaradas. Ninguna había hecho la menor sugerencia de volver. Nadie
recordó a Saidlyn, la joven guerrera que había regresado escoltando a las
prisioneras de Lewellyn. Nadie sugirió que había tenido suerte, ni aún menos que
había habido favoritismo por parte de Rya al enviarla de vuelta. Era la más joven
de la partida, y había protestado al ser enviada de regreso. Gwyn sintió que todas
ellas protestarían también si las enviaran ahora a casa sin combatir. Sentía que
debía decirles lo orgullosa que estaba de estar con ellas, lo orgullosa que se
sentía de haberlas adiestrado. Sentía que debía decirles todo aquello, junto con
algunos otros sentimientos para los que no hallaba palabras. Sin embargo, no dijo
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nada, sino que se limitó a estar allí sentada, su espalda contra la rugosa corteza
de los abedules, como ellas, a su lado.
x
Al fin las estrellas se dispersaron en una oscuridad menos intensa, que
anunciaba el alba. Sin necesidad de órdenes, las guerreras se pusieron en pie,
una tras otra. Siguieron a Rya hasta el borde del bosquecillo, desde el que
atisbaron la muralla. Allí, en efecto, se abría una pequeña puerta, cerrada por una
reja de hierro. Mientras la miraban, la reja se alzó, lentamente, con un chirrido que
les llegó a través del helado aire de la mañana. Rya hizo pasar las instrucciones.
—Atacaré con las ocho del primer grupo. Las demás se quedan con Gwyn de
reserva. —Y a ella, que estaba codo con codo a su lado, le susurró—: Síguenos si
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Antes de llegar ya pudo ver que era tarde. Las deirianas que se interponían
se habían vuelto hacia ellas, pues habían acabado con Rya y las suyas. De hecho,
aún tuvieron tiempo de formar en una línea que protegía la entrada. Pudo verlas,
cada vez más cerca, rubias, hermosas, protegidas por brillante acero y
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
x
Gwyn despertó sintiendo una horrible punzada en el hombro. Por un instante
no supo dónde estaba ni qué ocurría. Sin embargo, antes incluso de ver lo que la
rodeaba, recordó lo último que había visto antes de perder el conocimiento. No fue
por el dolor por lo que deseó volver a la inconsciencia.
—Ya está. Véndalo. Ves con cuidado, es la última que queda. —escuchó, sin
desearlo pero sin poderlo evitar.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Abrió los ojos. Pudo ver dos cabezas de cabello dorado inclinadas sobre ella,
una cerca y la otra como en las alturas. Se encontraba tendida, y una de las
mujeres estaba arrodillada a su lado y le vendaba el hombro. La otra, de pie, le
sonreía.
—Estás despierta. —No fue una pregunta lo que escuchó a la misma voz—.
Tu herida no es seria. Eso está bien, pues eres la única superviviente de tu
patético grupo. Han combatido como si desearan la muerte. Y la han logrado todas
menos tú. Pero la reina querrá ver alguna prisionera. En consecuencia, caminarás.
Sintió entonces un brutal tirón, que amenazó con hacerle perder el sentido de
nuevo. Sin embargo, logró mantenerse sobre sus pies. Era más alta que
cualquiera de las que la rodeaban. Que aquellas mequetrefes de pelo de paja
hubieran acabado con todas... Habría llorado, pero no se lo permitió a sí misma.
Antes de que pudiera darse cuenta, unos pesados grilletes de negro hierro 93
se habían cerrado sobre sus muñecas. Acto seguido, otro tanto ocurrió con sus
tobillos. Se los miró, sorprendida, cuando una firme mano la obligó a alzar la vista.
Retiró la cabeza de aquel contacto. Fue más un impulso que una decisión
consciente, pero logró reunir el aplomo suficiente para lanzar una mirada de odio a
su captora. Se trataba de la misma que había hablado antes, que debía ser la
comandante.
—Muy bien. —exclamó ésta—. Fuerte y rebelde, como todas las salvajes de
las Tierras Altas. La reina estará satisfecha. ¡En marcha!
Un tirón de las pesadas cadenas que sujetaban sus grilletes y se vio obligada
a poner un pie delante de otro. Miró atrás, al disperso campo de batalla, Apenas
pudo entrever algunos bultos negros, tirados aquí y allá. —Eilyn... —sólo entonces
se permitió, vuelta la cabeza, una única lágrima.
x
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Su estancia se prolongó día tras día. O eso creía ella, porque entre aquellas
cuatro paredes de piedra no había más amanecer que el desayuno, ni más
anochecer que la cena. Eso, si no se había descontado. Estaba todo el tiempo a
oscuras, con apenas unas rendijas de luz en la puerta para recordarle la sala de
torturas y sus guardianas. Estas se mantenían aparte, y sólo le dirigían unas
escuetas palabras para llevarle la comida. Al cabo de un tiempo indeterminado,
Taia habría deseado que le hiciesen algún caso, lo que fuera para matar el tedio y
la tristeza.
Al fin, un día como otro cualquiera fue sacada de la mazmorra sin previo
aviso ni explicaciones de ninguna clase. La escoltaron y condujeron arriba, arriba
de nuevo, hasta que la luz natural la hizo parpadear y lagrimear. Se sentía muy
débil, y de hecho sus guardianas la sostenían por ambos brazos más para
mantenerla en pie que para evitar que huyera. Fue conducida hasta una salita
pequeña. Allí parecían esperarla una serie de esclavas, pues todas se volvieron
hacia ella en cuando entró. Todas sonrieron. Las guerreras les dieron unas breves
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instrucciones, tras lo que las dejaron. Las esclavas parecían felices, y de hecho
sólo una cinta oscura en sus cuellos evidenciaba su condición. La rodearon,
quitándole la ropa y haciéndola pasar a otra sala, también de reducidas
dimensiones.
—Tenéis audiencia con la reina, princesa. —le contestaron, algo más serias.
—Debéis estar contenta por su vuelta, princesa. Tal vez ahora las cosas
mejoren para vos. —afirmó una tercera.
De repente, se abrió otra puerta, distinta a aquella por la que había entrado.
De hecho, no se había fijado en su existencia, y la irrupción la sobresaltó.
Taia pasó sus dedos por la copa, sin tocarla. Aquello era una indudable
comedia. Se resistía a contestar, aunque en un impulso abrió la boca.
—Sabéis muy bien cómo me han tratado, reina Erivalanna, puesto que estoy
en vuestro poder. Por otra parte, estáis en vuestro derecho. Ni he pedido ni quiero
todo esto.
—Esto está delicioso. ¿No os apetece algo, Taia? Adelante... —dijo, al ver
que sus ojos se iban hacia los manjares dispuestos sobre la mesa.
—He venido para eso y para mucho más, Taia. —sonrió ella de nuevo—. De
hecho, no podía esperar a contaros las últimas novedades. Me alegra poder
comunicaros que han caído en mi poder los reinos de Umbrelicania y Latiria.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 6
La llevaron hasta una gran sala casi vacía aunque bien iluminada por luz
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natural. En un estrado se sentaba una mujer. Su asiento era cualquier cosa menos
un trono; apenas una banqueta de campaña. Se inclinaba hacia delante. Llevaba
una sencilla túnica blanca, cubierta en parte por una coraza de escamas doradas.
Su cabello, rubio y ondulado, le caía en ondas a ambos lados de la cara. Sobre su
corta falda blanca descansaba una espada. Sus sandalias eran también doradas.
Sobre su frente llevaba la cinta de lino blanco de la realeza.
Una vez en su presencia, a los pies del estrado, su captora la golpeó tras las
rodillas.
Gwyn así lo hizo, cayendo sobre sus rodillas. Aunque alzó la vista para
contemplarla.
—Vaya. Debía haberlo supuesto. Una mercenaria de las Tierras Altas. —dijo
la reina, pensativa—. ¿También las demás?
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—De ninguno.
Athiria lo sabría y el honor del clan quedaría mancillado sin remedio. Apretó los
dientes y negó.
El pie sobre su espalda apretó aún más. Sin embargo, la reina hizo un gesto
para detener a su capitana. Esa mano se inclinó de nuevo, y cuando se volvió a
alzar, portaba un látigo.
—Ya veo. —susurró la reina—. Una salvaje con sentido del honor.
Tendremos que tomar medidas...
Fue arrastrada hasta una pared. Sus grilletes fueron fijados a algún soporte,
y alzados. Al fin, las puntas de sus pies dejaron de tocar el suelo. La herida en su
hombro se estiró, los grilletes se le clavaron en las muñecas. Su justillo de cuero
fue arrancado.
—Sé perfectamente que era así. Sólo quiero que me lo confirmes y esto
acabará. ¿Veníais de Athiria?
—No.
—Vamos, vamos... ¿Por qué toda esta ridícula abnegación? Una sola
palabra, y quien pagará por los actos de la reina de Athiria será su hija, no tú. ¿Por
qué recibir los latigazos que en justicia le están destinados a ella? —La reina no
parecía enfadada por su resistencia. Antes bien, su voz parecía entre divertida y
animada, lo que confirmó las sospechas de Gwyn—. Eh, vamos, todas lo sabemos
ya. Sólo necesito oírlo de tu boca. ¿Vienes de parte de la reina de Athiria?
—No...
La fuerza del tercer latigazo hizo que los dos precedentes parecieran dados
con desgana. Gwyn sintió que se le nublaba la vista. Se mordió el labio inferior con
fuerza, en silencio.
—Ya está bien, se acabaron las preguntas. Por última vez, ¿me complacerás
en lo que deseo?
—No.
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Los latigazos se sucedieron ahora sin preguntas ni pausas, con previsible
regularidad. En medio de la marea de dolor, que iba y venía en oleadas sucesivas,
Gwyn pensó que, en efecto, la reina era tan experta como entusiasta en el manejo
del látigo. Sin embargo, ni un solo golpe la hizo gemir, hasta que una dulce
inconsciencia la arrebató.
x
Despertó de repente en un pequeño calabozo. Acababa de recibir un cubo
de agua fría sobre sus hombros, que era lo que la había despertado. Estaba
echada de bruces contra el suelo de piedra. La estancia era minúscula y sin
ventanas; sin embargo, parecía bastante iluminada.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Eres admirable. —dijo—. Salvaje pero admirable. Sin embargo, aquí abajo
podría tratar de arrancarte la verdad con métodos más sofisticados. —La mirada
de la reina se desvió hacia fuera del calabozo. Allí parecía haber una complicada
serie de potros y marcos de madera, con grilletes y otros instrumentos metálicos
de dudoso propósito—. No le debes nada a esa princesita, Gwyn. —continuó,
mirando subrepticiamente a un lado. Desde el suelo, ella no pudo ver adónde—.
Confiesa, y tus penalidades acabarán, y los latigazos que has recibido caerán
sobre otras espaldas. Después de todo, es por culpa de la princesa que estás
aquí, ¿no es así al fin y al cabo? Incluso te permitiría que la castigaras tú misma. 103
Ella es quien tiene la culpa de tu situación, de la muerte de tus compañeras. ¿No
sería una compensación azotarla como yo he hecho contigo antes? Te aseguro
que ella sí gemiría, Gwyn. Y es mucho más satisfactorio así. Vamos, ¿qué le
debes? Nada. En cambio, si confiesas, te ahorrarás todo lo que mis métodos de
tortura pueden imaginar, y te aseguro que no es poco...
—Pero sé que no serviría de nada. —dijo—. Las cosas te podrían haber ido
bien, incluso muy bien. Eres salvaje, pero fuerte y hermosa. Te podría haber
buscado ciertos usos si tan sólo hubieras cooperado. Una lástima. Morirías antes
que confesar, ¿no es cierto?
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Ya veo. Sí, una lástima. Tal vez fuera divertido intentarlo, pero acabaría
frustrada y sin respuestas, ¿verdad? Bueno, dejémoslo. De momento.
Dicho esto, la reina dio media vuelta y, sin más, abandonó el calabozo. La
pesada puerta se cerró con un retumbar, dejándola en las tinieblas. Justo en ese
momento, escuchó un chasquido. Con el último resplandor de luz, vio que había
una especie de ventanuco en la pared, que era aparentemente hacia donde había
dirigido su mirada de reojo la reina. Al cerrarse la puerta, el pequeño ventanuco
había sido cerrado también con una gruesa hoja de madera.
x
No pasó mucho tiempo hasta que la puerta se abrió de nuevo. Esta vez era 104
sólo la capitana, Alina, con dos guerreras más.
—Ya no tienes valor para la reina. No mucho, al menos. —le dijo Alina,
acercándosele—. Sin embargo, aún se puede sacar algo de ti. —Dicho esto, le
colocó y cerró en torno al cuello un nuevo grillete de negro metal—. Ahora eres
una esclava. Intentaremos sacar algunas monedas por ti. Si no, irás a las minas. Y
ya sabrás que nadie regresa de las minas.
Fue arrastrada fuera del calabozo, tal y como estaba, aherrojada de pies y
manos, con su grillete al cuello pero sin cadena, puramente simbólico, al menos
de momento. El exterior del calabozo era, en efecto, una compleja sala de
torturas. Las puertas de otros calabozos, cerradas, daban también a ella. La
condujeron hacia arriba, por pasadizos y escaleras de caracol.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Bajo el estrado se apiñaba una dispersa multitud, que miraba a las del
estrado.
La mujer pareció poco animada. —Oh vamos, Lidonie. ¿No la ves? ¡Si está
hecha una piltrafa! Debe ser una criminal.
—¡Ohh por favor, mamá! Me gustaría tanto tener una esclava de las Tierras
Altas. ¿Quién más tiene una esclava de las Tierras Altas, eh?
La vendedora se animó algo ante esta discusión. —Sólo diez soles, señoras.
¡Una auténtica ganga!
—Si nadie tiene a una de esas salvajes en su casa, por algo será. He oído
decir que son indómitas. —continuó la madre, impertérrita—. ¿Quieres que nos
degüelle mientras dormimos?
—Sí mamá. —repuso esta—. Ven, vamos. Sígueme. —le dijo a ella, agitando
la cadena.
Por fin, Gwyn sintió hervir la rabia en su interior. Pero encadenada de pies y
manos como estaba, y exhausta y dolorida por los latigazos, poco podía hacer.
Obedeció.
Como después conocería bien, la casa era amplia y lujosa. La parte frontal
en la que se hallaban incluía el vestíbulo y una serie de lujosas habitaciones
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destinadas sobre todo a las visitas. Tras esta parte, se abría un hermoso patio
abierto al cielo y rodeado de una galería. A izquierda y derecha se abrían los
dormitorios de las habitantes de la casa. Tras esta zona, en la parte trasera, se
hallaban las habitaciones de las esclavas y las instalaciones anejas, la zona
menos noble, con cocina, baños y almacenes. Hacia allí fueron.
—¿Qué has hecho para que te hayan castigado así? —preguntó al fin
Lidonie, pasando con cuidado una mano por su espalda. Esta vez la pregunta sí
parecía exigir una respuesta. 108
Gwyn hizo un esfuerzo y se volvió para mirar por sobre su hombro. Lidonie
se hallaba pulcramente sentada al borde del camastro. Pese a lo que esperaba
ver Gwyn, su expresión sólo mostraba piedad. Mirándola a los ojos, le respondió.
—Oh. —la joven pareció más sorprendida que enfadada por su altanera
respuesta—. Está bien. Ya habrá tiempo para eso. Ahora descansa. Ellas se
ocuparán de ti.
Se levantó al fin y se fue sin mirar atrás ni impartir nuevas órdenes. Gwyn se
sintió alcanzada de repente por todo el peso de aquel espantoso día, y su
conciencia se disolvió en un bendito olvido.
Allí, en una celda idéntica a la suya, puedo ver a una mujer tirada en el suelo
de piedra. Tenía los cabellos largos y oscuros, y parecía alta y fuerte; sin duda una
guerrera de las Tierras Altas. Por un momento pensó en las que la habían
secuestrado, pero pudo ver que no, no debía ser una de ellas. Tan solo llevaba
una falda encima, y sus anchas espaldas estaban cruzadas por las marcas de
innumerables latigazos recientes. También pudo escuchar la voz, sin duda de la
reina, que se dirigía a aquella mujer.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—... podría tratar de arrancarte la verdad con métodos más sofisticados. —le
estaba diciendo la reina. Desde su posición, Taia apenas podía verla, aunque la
escuchaba con claridad. La verdad era que no podía hacer otra cosa; las dos
guerreras la obligaban a mirar por el ventanuco—. No le debes nada a esa
princesita, Gwyn. —continuó, al tiempo que la guerrera se incorporaba lentamente,
como si hacerlo requiriera todo su esfuerzo—. Confiesa, y tus penalidades
acabarán, y los latigazos que has recibido caerán sobre otras espaldas. Después
de todo, es por culpa de la princesa que estás aquí, ¿no es así al fin y al cabo?
—Taia contuvo el aliento. Sin duda hablaban de ella. ¿Había tratado de rescatarla
esa guerrera? Si era así, su fracaso no podía resultar más lastimoso. Había
recibido más latigazos de los que una persona podía razonablemente recibir. Pero,
¿de qué trataba de convencerla la reina?
—Pero sé que no serviría de nada. Las cosas te podrían haber ido bien,
incluso muy bien. Eres salvaje, pero fuerte y hermosa. Te podría haber buscado
varios usos si tan sólo hubieras cooperado. Una lástima. Morirías antes que
confesar, ¿no es cierto?
—Ya veo. Sí, una lástima. Tal vez fuera divertido intentarlo, pero acabaría
frustrada y sin respuestas, ¿verdad? Bueno, dejémoslo.
—Ya lo has visto. —dijo al fin la reina, señalando hacia la celda contigua—.
Te has salvado, y no alcanzo a comprender por qué. Podría haberse librado desde
el principio con sólo una palabra, y todos esos golpes habrían caído sobre tu
deliciosa espalda. Ay... Estas guerreras salvajes son a veces muy útiles, pero
siempre tercas. Esta es la única superviviente del grupo que trataba de rescatarte.
Una tal Gwyn; su nombre es todo lo que he logrado sacarle. Me habría gustado
darte las mismas caricias que le di a ella... La experiencia me ha demostrado que
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
sirven para domar a algunas, si no a todas. —Taia vio que pasaba su mano por un
látigo enrollado en su cinto, y se estremeció—. Y aún podría.
su mazmorra, tanto durante el día como en medio de los períodos que ella
consideraba la noche. Estos quedaban definidos simplemente por su sueño, que
las guardianas interrumpían bruscamente para llevársela sin ninguna explicación.
Jamás le decían adónde la llevaban, y de hecho a veces parecía que la llevarían
de vuelta al palacio. Pero nunca lo hacían. La conducían arriba y abajo,
desorientándola, y por lo general la acababan arrojando a una mazmorra aún más
pequeña, húmeda y tétrica. A veces parecían olvidarla, y pasaba lo que parecía un
día o dos sin que le trajeran alimentos ni agua ni escuchara el menor ruido. Pero al
final siempre la sacaban de nuevo de allí, y tras más vueltas y revueltas la
conducían a su mazmorra original, para reiniciar el proceso al poco tiempo.
armadura esta vez, sino tan solo la sencilla túnica blanca con bordado de oro que
solía llevar debajo de sus implementos militares. Alzó la vista y la miró, aún tirada
sobre la alfombra. Lo que sí llevaba, se dio cuenta Taia, era su cinturón, del que
pendía la espada, y además el látigo. Se alzó, se le acercó y la contempló desde
arriba, acariciando precisamente el látigo.
Taia había logrado incorporarse sobre sus rodillas. Miró arriba a la cruel reina
y asintió.
La reina ensanchó una sonrisa de salvaje triunfo. Sin una palabra más, la
condujo hacia la amplia cama, mientras Taia trataba de ocultar sus lágrimas.
x
Parpadeó, deslumbrada por la intensa luz solar. Suaves sábanas la
envolvían, sentía una calidez que... ¿Dónde estaba? ¿Había sido todo un sueño?
¿Una pesadilla? Miró a su alrededor y vio a la reina de pie junto a la cama. Esta
vez estaba de nuevo vestida con todas sus armas, y la contemplaba.
—Pero antes... quiero que veas que no tengo secretos para ti. No debemos
tener secretos entre nosotras. Escucha. Hasta ahora he respetado el reino de tu
madre. Me he limitado a atacar a mis enemigas, algunas de las cuales son
enemigas de tu madre también. Pero llegará, y pronto, el momento en que tenga
que tomar una decisión. —Los ojos de Erivalanna relampagueaban, muy cerca de
los suyos—. Si tú quieres, creo que podremos entrar pacíficamente en Athiria. Iré
sentada en el trono, llevada por doce esclavas porteadoras. Y tú irás conmigo,
sentada sobre mi regazo. Tu pueblo nos aclamará, porque lo habremos librado de
la guerra y la esclavitud. ¿Comprendes?
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Taia asintió. Erivalanna le sostuvo el mentón en alto con una mano suave
pero firme, y la besó de nuevo. Era una mujer extraña, se dijo. Capaz de las cosas
más sorprendentes. Tan pronto cruel e implacable como dulce y comprensiva.
Recordó de nuevo algunos retazos de la noche anterior y se ruborizó. La reina rio,
pero con calidez, como si la comprendiera perfectamente. De repente se puso en
pie de nuevo.
Se dio la vuelta de repente, y sin mirar atrás se marchó. Las dos guerreras la
agarraron y la sacaron de la cama. A duras penas consiguió Taia agarrar una 116
sábana y cubrirse con ella, mientras la conducían de nuevo hacia abajo. Sin más
contemplaciones que antes, cuando no era la "novia" de la reina, la arrojaron en
su antigua celda y la dejaron en medio de la oscuridad.
x
Allí tuvo tiempo de reflexionar. Era evidente que, como esposa de la reina
Erivalanna, no sería más que su instrumento. Pero no se iba a negar. Todo
aquello había sido culpa suya, y de todas formas ya no había escapatoria. El
intento de rescate había fracasado lastimosamente, como se habían encargado de
mostrarle a través del ventanuco que daba a la celda contigua, y la última
esperanza se había desvanecido.
En definitiva, puesto que no había salida y ella era la responsable, asumiría las
consecuencias. No es que no se diera cuenta de cómo había sido manipulada;
conocía el porqué de malos y buenos tratos, encierros, distorsión de su percepción
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 7
x
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Someterse tampoco era algo que se sintiera inclinada a hacer. Una hija de su
orgulloso clan, convertida en criada de aquellas decadentes y blandas mujeres...
Su corazón se rebelaba ante la idea. Con todo... era la situación en la que estaba,
le gustara o no. Podría haber sido peor, y haber acabado en las minas.
Difícilmente le habrían concedido un día para recuperarse allí. Había oído hablar
de aquellas minas. En cambio, Lidonie, aunque caprichosa y probablemente
mimada, parecía dulce y razonable. En fin. Esperaría y vería.
x
A lo largo de todo el día no vio de nuevo a Lidonie ni a nadie aparte de las
esclavas. Las demás esclavas, se dijo Gwyn, resignada. Con todo, a la mañana
del día siguiente, una de ellas, la mayor de todas y la que solía ser su portavoz, se
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Tal vez aún no estés muy bien, pero eres fuerte. Te dedicarás a acarrear
cosas y tal. Empieza por traer leña a la cocina. —le dijo.
Se levantó al fin. Las esclavas solían llevar encima tan sólo una pieza de
tela, como una sábana, anudada en torno al pecho y sujeta con una tira de tela por
la cintura. Gwyn se cubrió así, aunque dada su estatura, la pieza le quedaba algo
corta. Mientras las demás fregaban el suelo o preparaban el desayuno, se dedicó
a acarrear la leña y a otras tareas durante un par de horas. Luego fue al pozo,
situado en medio del patio, a traer agua para los baños.
No la volvió a ver durante el resto del día. Sin embargo, tras la cena, que fue
servida por otras y no por ella –seguía ocupada de la leña, que era una tarea
constante– otra esclava le hizo saber que la esperaban en una salita lateral. Se
trataba de una habitación pequeña, bien iluminada y con estantes llenos de
pergaminos. Como único mueble, había en su centro una especie de sofá sin
respaldo, lujosamente tapizado en raso rojo bordado. Sobre él se recostaba
Lidonie.
—Vamos, siéntate. Espero poder charlar contigo un rato. —le dijo al fin,
contemplándola con sus plácidos ojos color miel.
—Qué pelo tan bonito... No es muy habitual aquí. —le decía ella.
—Fui capturada tras una batalla. Todas mis compañeras murieron, menos
yo. Vuestra reina necesitaba cierta información; trató de sacármela por la fuerza.
Luego se cansó, me puso en venta, y aquí estoy.
—Nada.
—Me gustaría tanto que me contaras cosas de tu tierra, de las Tierras Altas...
—Es una tierra áspera y dura. No es como esto. Allí no hay lujos, ni tampoco 122
esclavitud.
—Ah. Bien, bien. Me alegro. —se puso súbitamente en pie—. Quiero que
esta noche vengas a mi habitación.
Sin esperar respuesta ni dar mayor aclaración, se marchó sin mirar atrás, tan
altiva como elegante.
x
Gwyn despertó a la mañana siguiente algo confundida. ¿Dónde estaba? De
repente, al notar el bulto de un dormido cuerpo a su lado, recordó. Lidonie no era
ni mucho menos una niña, después de todo. Desde que la recibió en su
habitación, había dado por supuesto que ella no iba a negarse a compartir su
cama. Eso era sin duda porque ninguna otra esclava lo había hecho, sin duda. Se
notaba en su modo de actuar que se trataba de algo relativamente habitual. El
bulto a su lado se removió un poco.
123
—Mmm... Oh, ¿aún estás aquí? —murmuró la chica, su cara enterrada en la
almohada. Con su cadera la empujó un poco hacia el lado de la cama—. Vamos,
ya deberías estar trabajando con las demás. —prosiguió—. No querrás que me
acusen de favoritismo. Fuera, fuera... —insistió, sacándola de la cama sin cambiar
de postura.
x
Lidonie vivía con su madre, Evanna. Esta era viuda o divorciada; nunca se
hablaba del asunto, así que Gwyn no pudo averiguar nada sobre la otra madre de
la chica. Aunque, por los rumores que había oído, algunas mujeres de las Llanuras
concebían sin estar casadas, simplemente visitando los locales de hombres.
Aquello estaba prohibido en las Tierras Altas, y contribuía a la fama de perversión
de la Llanura. Compartían además la amplia casa con sus tías, algo más jóvenes
que su madre, y que tenían dos niñas pequeñas. El servicio consistía en seis
esclavas –siete contando a Gwyn– y, lo más extraño, un esclavo. Este era un
hombre de mediana edad, delgado y casi calvo. Era elegante y de modales
refinados, callado y serio, y se mantenía al margen de las tareas habituales de la
casa. Desde luego, se alojaba aparte de la habitación común de las esclavas.
Lidonie había reído cuando le había preguntado si era su padre.
—Jajajaja, no, no. Fue mi tutor, y ahora lo es de mis primas. Es muy culto,
124
aunque algo estirado, como ya habrás visto.
A cuenta de todo esto, Gwyn fue forjando poco a poco un plan en su mente.
Su alma de guerrera de las Tierras Altas se rebelaba contra su situación. Lidonie,
pese a sus caprichos y sus cambios de humor, era agradable y buena con ella.
Pero era precisamente por eso por lo que Gwyn se sentía incómoda. No podía
olvidar la sangre de sus hermanas. El estado de cosas en que se hallaba, por
aceptable que fuera, era un insulto para todas aquellas que habían dado su vida
por aquella misión. No podía someterse; tenía que intentar algo. Que ese algo
fuera imposible, una misión suicida, no cambiaba las cosas. Con todo, en los
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Al final había cedido a sus almibarados ruegos, como sabía que acabaría por
hacer. Desde entonces, Gwyn acompañó a Evanna de vez en cuando. Pudo
comprobar que el acceso al palacio no suponía ningún problema, aunque debía
dejar las armas que llevara en la puerta de guardia. Sin embargo, se daban
algunas ventajas. No la registraban, puesto que iba con una magistrada; así pues,
no tendría problemas para ocultar y pasar un arma pequeña. Además, una vez
dentro, apenas le quedaba nada que hacer. Podía vagar por algunas zonas del
palacio, lo cual le permitió identificar el acceso a los calabozos, situados en los
sótanos. La puerta estaba bien custodiada, y no pudo ir más allá en aquellas
exploraciones preliminares.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
x
126
La mañana era espléndida, y se sentía alegre y alerta, una vez tomada su
decisión. Sentía los ocultos bultos de sus armas bajo la túnica, algo reconfortante
aunque incómodo. Seguía a Evanna a corta distancia, camino de palacio, sin
perder de vista a nada ni a nadie. Deiria era un poco como cualquier otra ciudad
de la Llanura, aunque había algunas diferencias. Se veían más guerreras de lo
normal, algo que sin duda tenía que ver con las ambiciones expansionistas de su
reina. Y por encima de los tejados de las casas y de la muralla, en la lejanía, se
veía la línea azulada de las montañas. Deiria estaba situada al norte, más que
ninguna otra ciudad de la Llanura, y así, desde allí, se podían vislumbrar las
Tierras Altas. Gwyn contempló la quebrada línea, preguntándose si algún día
volvería a aquel lugar.
Pronto su atención fue reclamada por asuntos más inmediatos. Estaban a las
puertas del palacio, y las guardianas le reclamaban su espada para poder acceder
a él. La entregó con naturalidad, muy consciente del otro cuchillo que llevaba bajo
sus ropas. Por fortuna, nada más le fue requerido, y de hecho las guardianas
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
apenas le prestaron atención. Tampoco Evanna se preocupó más por ella, y sin
siquiera volverse le dijo que no iba a necesitar sus servicios hasta que saliese de
la sala de juicios. Podía esperar fuera.
Las dos se miraron la una a la otra, dejando traslucir que aquello se salía de
lo reglamentario. Gwyn aprovechó su momento de duda. 127
—Es un momento. Ha ocurrido un incidente. Al menos una de las dos,
rápido, por favor...
Al fin, sin una palabra, una de ellas asintió y se dispuso a seguirla. Primer
paso conseguido, se dijo Gwyn, reprimiendo una sonrisa. Difícilmente habría
podido hacerse con las dos a la vez, así que primer logro: enemigo dividido. Se
apresuró por los pasillos del palacio, obligando a la guerrera a seguirla a la
carrera. Justo cuando pasaban por un corredor particularmente silencioso y vacío,
se detuvo de repente. La guardiana chocó contra ella. No tuvo más que volverse
para asestarle un puñetazo directo a la mandíbula. La guerrera quedó
instantáneamente sin sentido.
La arrastró por los pies hasta un cuartucho abandonado que había localizado
en sus anteriores vagabundeos. La ató y amordazó con tiras de sus propias ropas,
tras lo que extrajo de las suyas la espada y la cachiporra. Pasó la primera por su
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Se dejó guiar por sus confundidos recuerdos. Cuando la metieron allí, 128
apenas se hallaba consciente. Cuando la sacaron, no se encontraba en mucho
mejor estado. Pero algo recordaba, y eso la guio a través de aquel laberinto. En
realidad, no era tan difícil. Numerosos pasadizos se abrían a la escalera mientras
esta descendía, pero creía recordar que su celda había estado situada en lo más
profundo. No tenía más que bajar y bajar, ignorando el resto de caminos que se le
ofrecían. Todo su plan se basaba en unos recuerdos confusos y en una intuición.
Recordaba el ventanuco de su celda, y recordaba cómo se había abierto y
cerrado. Creía saber el porqué. Y aquella deducción, esperanza más bien, era
toda la guía que tenía.
golpe le permitió aferrar la muñeca que sostenía la espada. Forcejearon las dos,
tensas, durante unos instantes interminables. Poco a poco, su superior estatura y
fuerza se fueron imponiendo, y vio en el rostro de la guerrera el terror al
comprender que la espada se acercaría más y más a su cuello. Sacando fuerzas
de la desesperación, su oponente logró empujarla lejos de sí. Sin dudarlo un
instante, dio media vuelta y salió corriendo por la puerta, saltando por encima de
su compañera muerta. Desesperada ante esta actitud sorprendente –si lograba
huir y daba la alarma jamás lograría salir con vida de aquella tumba– Gwyn lanzó
con fuerza la espada contra la espalda que huía. La guerrera se desplomó de
bruces, atravesada de parte a parte, con irreal lentitud.
—Eres tú... —respondió ella, de forma incongruente, con los ojos muy
abiertos.
Gwyn no perdió tiempo en más preguntas. Estaba claro que, como había
supuesto, la princesa había sido testigo de sus andanzas en aquel lugar. Acabó de
recoger lo que necesitaba, comprobó que todas las guerreras estaban
efectivamente muertas y volvió junto a la princesa.
—Lo sé.
132
—¿Podrás...?
—Gwyn...
—¿Sí?
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Yo... —Gwyn volvió la cara—. Haré lo que tenga que hacer. Pero
dejémoslo, ¿de acuerdo? Vamos a conseguirlo.
Caminaron por los pasillos del palacio con toda la naturalidad que pudieron
conseguir. Gwyn ya tenía práctica en ser una esclava. Con todo, caminaba
delante, esperando que no se notase mucho que era ella quien guiaba a quien se
suponía era su guardiana. Mantenía la vista baja y la actitud abatida que se
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
esperaría de ella. Con el casco echado hacia delante, Taia resultaba creíble como
guerrera. Pasaron ante varias mujeres que no las miraron dos veces. Aquello
podía dar resultado.
Al fin, con los nervios a flor de piel, alcanzaron la pequeña puerta que Gwyn
recordaba. Salieron a la plataforma, y siguiendo sus instrucciones, Taia se dirigió
directamente hacia la mujer sentada ante la mesa. Ignoró a las aburridas
guardianas, que por fortuna hicieron lo mismo, y habló a la vendedora con notable
aplomo.
Capítulo 8
«El caso de Alanna ilustra cómo una estructura general sencilla puede
contener complejos elementos. La red hidrográfica del único continente es
aparentemente poco complicada: de las tierras altas del norte bajan cuatro
grandes cuencas hidrográficas hasta la costa sur. La disposición en cuesta
del continente, de norte a sur, asegura esta disposición general, con tierras
bajas, costas recortadas y zonas pantanosas al sur. Con todo, el estudio en
detalle revela interesantes procesos. La composición de las tierras del norte,
formadas por materiales porosos, impide la existencia de grandes ríos. De
hecho, apenas existen arroyos, que desembocan en lagos cerrados de
135
origen diverso, sobre todo aunque no exclusivamente glaciar. Otros arroyos
simplemente desaparecen en pequeños pantanos y cuevas calizas. Las
aguas discurren subterráneamente hasta emerger, en forma de manantiales,
a los pies de las cordilleras, ya en el borde norte de las llanuras centrales,
creando el inicio de las mencionadas cuencas. Esto asegura la existencia de
una original y compleja red hidrográfica subterránea en la zona norte, cuyo
estudio...»
x
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
De momento conservarían sus disfraces, por si se topaban con alguien. Sin 136
embargo, esperaba que al final de la noche ya estarían lejos. Echó un vistazo a la
línea de las montañas, ya casi totalmente oscurecida y sólo contrastada por las
estrellas. Por desgracia, en aquella zona no había ningún paso. En esa época del
año podrían escalar las montañas, pero sería un camino difícil. Además, debía
llevar a la princesa hasta Athiria, no a las Tierras Altas. Con un suspiro, volvió la
espalda a las montañas y dirigió su mirada hacia el valle. Había llegado por él
hacía años, según le parecía entonces.
—No. Sí. No sé. —respondió, sin alzar la vista. La verdad era que parecía
desvelada y fatigada a la vez.
—Del todo.
—A eso me refiero. Y todo por mi culpa. —la muchacha seguía sin alzar la
vista. Se limitaba a mantener su cara recostada contra su costado.
—Era mi deber.
—Precisamente. —sonrió.
—No lo entiendo. —La princesa volvió a bajar la vista—. Creo que no valgo
para ser una guerrera, y mucho menos una reina. No sé. Me siento muy confusa...
Al decir esto se pegó aún más a ella, pasando un brazo por delante de su
cintura. Gwyn sintió que todos los nervios de su piel se sensibilizaban a la vez. Le
acarició la nuca y le besó la frente. La muchacha suspiró. Le pasó entonces la otra
mano por delante. Entonces notó que se tensaba bajo sus caricias.
relajada, pero despierta. Sintió que el corazón que latía bajo su oído volvía a
serenarse poco a poco. Al rato la guerrera estaba dormida, ella sí. Sus caricias la
habían sorprendido, y no había sabido reaccionar. Aquello no debería haberla
tomado por sorpresa. Era una mujer, ella también... Pero era cierto que se sentía
muy confusa. No había contado con aquel rescate, y ahora... Ahora debería
presentarse ante su madre, sus hermanas, y temía el momento. Jamás se había
sentido segura con su destino de reina, pero ahora sabía que era un fracaso. Le
habría gustado que la guerrera la llevara lejos, a sus montañas salvajes tal vez.
Pero su deber la obligaba a volver a su país. Y si algo no necesitaba, era
complicarse con aquella hermosa guerrera, pese a que todo su cuerpo se lo pedía
a gritos. Ya había complicado bastantes cosas con su poca cabeza a la hora de
buscar pareja. Tal vez su madre tenía razón y lo que necesitaba era un matrimonio
de conveniencia. Al fin, poco a poco, se serenó, sus pensamientos se
desvanecieron en una agradable bruma y se durmió.
139
x
Como por un acuerdo tácito, ninguna de las dos habló de lo ocurrido el día
anterior. Gwyn contempló subrepticiamente a la muchacha mientras se disponían
a reemprender la marcha. Era hermosa, mucho más firme y fuerte de lo habitual
en las mujeres de las Tierras Bajas. No era de extrañar que casi pasara lo que al
final no pasó. De hecho, ni siquiera lo había planeado; simplemente ocurrió. Pero
era absurdo. Era una princesa, una futura reina, y no tenía nada que ver con ella,
una simple guerrera de un clan remoto. Aunque lo hubieran hecho, sin duda al
llegar junto a su familia se hubiera olvidado de que ella existía. Era mejor así.
Con el mejor ánimo que pudo reunir, se encaminó entre las sombras de la noche
hacia el río. Si todo salía como planeaba, su camino sería mucho más fácil a partir
de entonces. En efecto, junto a una cabaña encontró un embarcadero, y amarrado
a él, un bote. Le hizo una seña a Taia y las dos se deslizaron en silencio,
protegidas por las sombras.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
El robo no fue detectado, y al poco se dejaban deslizar corriente abajo. El bote era
pequeño y estrecho, pero eso lo haría más discreto y difícil de ver. Como un
regalo adicional, disponía de una tela embreada, que les serviría tanto para
ocultarse como para protegerse de la lluvia. Con todo, no sería aquella noche
cuando lo necesitaran. Las estrellas refulgían con fuerza; el cielo se mostraba
despejado. Además, las Amantes aún no habían salido. Así, eran tan solo una
sombra que se deslizaba por el centro del río, invisibles salvo para quien supiera
que estaban allí.
Gwyn decidió que sus intentos de conversación no hacían más que molestar
a la princesa, por razones que se le escapaban totalmente. A partir de entonces se
mantuvo en silencio.
x
La aurora las sorprendió deslizándose cerca de un cañaveral. Gwyn guio la
barca hacia él, saltando a la ribera. En cuanto Taia hizo lo mismo, lo ocultó lo
mejor que pudo y las dos se dispusieron a dormir durante el resto del día. Durante
la noche siguiente pasarían ante Quirinia, y convenía que estuvieran alertas.
Ella parpadeó a la luz que se filtraba entre las cañas, desorientada sin duda.
Se apoyó en un brazo para incorporarse, y aunque no dijo nada, tampoco pareció
avergonzada o incómoda. Tomaron un frugal desayuno (¿cena?) y escudriñaron
hacia el río desde su refugio. Todo parecía despejado, y Gwyn decidió correr el
riesgo. Pronto estuvieron de nuevo en medio del río. Ello les permitió contemplar
un ocaso espectacular. Los bermellones, ocres y dorados fueron virando al azur y
el violeta, incendiando unas nubes que se iban desarrollando con rapidez.
Las dos tuvieron que acurrucarse bajo la tela, que por fortuna era bastante
impermeable. También tuvieron que achicar, puesto que acabó jarreando agua
con intensidad. Curiosamente, en medio de los rayos, el frío y el agua, Taia
pareció animarse. Una vez tenía algo que hacer, un propósito concreto, parecía
otra. Achicaba agua con energía, sus ojos brillaban cuando los rayos se los
mostraban por un instante. Incluso parecía sonreír. Gwyn sonrió también, alegre al
verla recuperarse. Sostuvo la tela con ambos brazos sobre ellas, mientras la
princesa se esforzaba achicando agua con el cubo.
La tormenta pasó al fin, aunque había durado casi toda la noche. Al no poder
remar, y debido también al semiinundado bote, habían avanzado menos de lo que
esperaban. En consecuencia y por desgracia, aún no habían pasado ante Quirinia,
y si seguían, lo harían a pleno día.
—Conozco esta zona. Por aquí pasé cuando me dirigía hacia tu ciudad
cuando nos reclutaron. —le comentó a Taia, tratando de hacerle olvidar que no
habían dormido ni lo harían hasta el final del día.
de una repentina pasión. Pero lo era... No tenían nada en común, y la otra noche
había sentido que era lo mejor cuando ella la rechazó, y... Agitó la cabeza,
maravillándose de su autocontrol. ¿Cómo había podido resistirse hasta entonces?
Notaba que la electricidad de la tormenta impregnaba el aire; sentía su piel
hormiguear casi dolorosamente. La contempló allí, echada sobre el fragante heno.
Ella la miraba como desafiándola, expectante. Su pecho subía y bajaba profunda e
intensamente. Sintiéndose en medio de un sueño, o de una borrachera, Gwyn se
encontró a sí misma abrazándola y besándola, y a ella respondiéndole con una
urgencia no menor a la suya. Ya había esperado demasiado.
Gwyn sólo necesitó abrazarla más fuerte para hacerle saber que estaba
despierta y escuchando.
x
Sus idas y venidas no habían pasado desapercibidas. Una guerrera alta y
morena no dejaba de llamar la atención en la Llanura. Como ellas ya sabían,
fueron vistas. Las lugareñas no conocían la fuga de la princesa, pero en cuanto
estas noticias llegaron a ciertos oídos, fue evidente quiénes eran. Ojos alerta pero
prudentes las habían seguido hasta el pajar, de modo que un contingente de
guerreras de Deiria había caminado durante toda la noche hasta dar con él. Así,
cuando al amanecer la guerrera y la princesa se dispusieron a seguir su camino,
un pelotón de seis guerreras las acechaba justo fuera del pajar.
146
—Nos queda aún un largo camino. ¿Vamos? —dijo Taia animosamente, en
cuanto se hubo vestido. A la débil luz que entraba por las ventanas altas del pajar,
Gwyn pudo ver que sus ojos relucían con un renovado vigor. Se la veía cambiada,
como si se hubiera quitado un peso de encima. Pero ese mismo peso lo sentía
Gwyn sobre sus hombros. Como compensando la alegría de la rubia princesa,
sentía una opresión, como si el aire fuera pesado, denso y amenazador.
—Espera. —respondió, reteniéndola cuando ya se disponía a salir. Taia la miró
con extrañeza, pero calló cuando ella le hizo un gesto con su dedo sobre sus
labios.
Gwyn se encaramó a la parte alta del pajar. Desde allí se asomó a la incierta
mañana y pudo ver a las guerreras, sus espaldas apretadas contra las paredes del
pajar, cerca de la puerta. La misma puerta por la que ellas iban confiadamente a
salir. "Maldición", se dijo. Era verdad que todavía les quedaba un largo camino,
pero no era menos cierto que ya casi habían abandonado el territorio controlado
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
por Deiria. Un poco más, y habrían estado razonablemente a salvo. Ahora... Ahora
deberían luchar.
Ella sintió, muy seria, y en efecto se situó a unos pasos tras ella, cerca de
una pared por fortuna en las sombras. Sólo tenían una espada; Taia se hizo con
una horca que esgrimió como si supiera muy bien cómo usarla. Gwyn se volvió,
hizo un gesto de asentimiento que le fue devuelto. "Allá vamos", pensó.
Abrió repentinamente las puertas del pajar, haciéndolas chocar contra las
paredes a su lado. O más exactamente, contra quienes se ocultaban tras ellas. El 147
golpe no dejó fuera de combate a ninguna, pero las aturdió y desconcertó. Dando
un grito, atravesó a una guerrera con su espada en el vientre, y antes de que las
demás pudieran rodearla se retiró hacia las sombras del pajar. Allí sólo podían
atacarla de dos en dos, siempre y cuando Taia se mantuviera tras ella. Las
espadas silbaron sobre su cabeza; se agachó. Una guerrera trató de darle una
patada en la cabeza. Gwyn le aferró el pie, obligándola a dar saltitos, con el terror
de verse desvalida mostrándose en su cara. Girando, le retorció el tobillo hasta
que sintió los ligamentos crujir. Con el mismo impulso la lanzó contra Taia, que
completó el asunto ensartándola con su horca. La otra guerrera había tratado de
atacarla, aprovechando el instante en que le daba la espalda. Gwyn paró el golpe
con su espada por encima de sus hombros. Se volvió para ver cómo Taia había
usado el otro extremo de la horca para derribar a esta oponente de un golpe. Un
tajo y Gwyn terminó con aquello. Taia la miró en ese instante de momentánea
tregua, sonriendo y con sus ojos brillando de excitación. Había visto esa sonrisa y
ese brillo en los ojos, y no hacía mucho.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Quedaban tres guerreras. Estas se miraron entre sí, como evaluando sus ya
no tan brillantes posibilidades. Al fin dos atacaron simultáneamente, y Gwyn se
agachó de nuevo. Pudo sentir el palo de la horca silbar por encima de su cabeza,
y el golpe tremendo al estrellarse contra las dos cabezas. Sólo necesitó alzarse de
nuevo para encontrarse con dos rivales atontadas por sendos golpes. Las
despachó con una facilidad que sólo podía significar una costumbre largamente
utilizada. La guerrera restante vio que sus compañeras se desplomaban,
ensangrentadas, y dudó por última vez. Dando media vuelta, salió corriendo a toda
velocidad.
—¡Vamos! —la urgía Taia, sus ojos todavía brillantes de excitación guerrera.
Lo que sólo podía indicar que el combate real no era algo habitual para ella, se
dijo Gwyn. Negó con la cabeza.
Capítulo 9
x
150
Caminaron a buen paso, sin apresurarse pero sin detenerse demasiado. No
podían evitar la sensación de ser las presas de una cacería que les pisaba los
talones. Con todo, no vieron más guerreras, en parte porque desconfiaban de
todo. Evitaban los caminos y las zonas habitadas, refugiándose apenas en los
ribazos de los arroyos para echar rápidas cabezadas. Se acurrucaban como
animales entre las cañas, y además Gwyn apenas dormía. No iba a permitir que le
fuese robado el triunfo cuando tan cerca estaba. En consecuencia, se mantenía en
vela, alerta a cualquier ruido. Cada vez que Taia despertaba, todavía de noche, la
veía allí, a su lado. Los azules ojos relumbraban a la luz de las estrellas, alertas,
vigilantes y tranquilizadores, y una sonrisa los acompañaba al verla despierta. Taia
se levantaba, dispuesta a proseguir pese a lo poco que había descansado. Gwyn
le decía que podía dormir un poco más. Pero Taia insistía en continuar, y la
guerrera cedía enseguida, sin discutir, tan ansiosa como ella de alcanzar la
seguridad.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—¡Naira! —exclamó, presa de alegría, y saltó en pie para poder ser vista. Se
trataba de una de las guerreras de la guardia de palacio, y la conocía bien.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Sí, sí. Sal a la vista, Gwyn, está todo bien. —A su gesto, la norteña
adelantó su formidable presencia a su lado. Las guerreras de guardia parecieron
por un instante temerosas de nuevo, reagrupándose tras su comandante. Sin duda
sabían que guerreras de las Tierras Altas la habían secuestrado.
—La reina os espera. —dijo una de las capitanas veteranas, más lacónica,
caminando ante ellas con fuertes pisadas sobre el mármol de los pasillos.
—No. Suele pasar las noches en vela, últimamente. —le respondieron, y ella
no necesitó preguntar más.
Se detuvieron ante una sala de recepción pequeña. Allí, por un momento las
guardianas parecieron dudar ante Gwyn, como si no quisieran dejarla pasar a
presencia de la reina.
—¿Madre?
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Hija... Taia, hija mía... —murmuró, como sin fuerzas. Al fin echó las manos
tras la cabeza y se descubrió. Gwyn pudo ver que era, en efecto, la reina, aunque
aún más envejecida que la última vez que la había visto. Lentamente extendió los
brazos y se incorporó con decrépita lentitud. Taia, como impulsada por un resorte,
se precipitó entre esos brazos. Gwyn desvió la vista, algo incómoda. Tal vez no
debiera estar allí, después de todo. Las dos mujeres se abrazaron por largo rato,
murmurando palabras inconexas. Al fin se separaron un poco, y Taia fue
consciente del mal aspecto de su madre, algo que no pudo ocultar en su mirada.
—Sí... Estos últimos tiempos no han sido buenos conmigo, aunque ya no soy
joven de todas formas. —dijo la reina—. Además, cuando la expedición de rescate
se perdió, juré no volver a descubrirme hasta que estuvieras a mi lado, así que ya 154
ves. Ahora tendré que mostrarme de nuevo. —Sonrió sin humor al decir esto
último.
—No, hija. —la voz de la reina, y hasta su mirada, pareció recuperar algo de
su dureza—. No puedes escapar de tu responsabilidad. Tienes razón. Has
cometido graves errores. Tienes que corregirlo. Olaia es muy joven aún, y a mí ya
no me llegan las fuerzas. Ahora que estás libre, nos espera la guerra. Y tú la
encabezarás.
Taia pareció a punto de discutir, pero acabó bajando la cabeza. Aquello daba
la impresión de una disputa aplazada por la presencia de una extraña. De hecho,
la reina dirigió su mirada hacia el fondo de la sala, donde estaba Gwyn.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Gwyn avanzó, se detuvo ante las dos mujeres y se inclinó, posando una
rodilla en tierra.
—Lo sé, y lo siento. La deuda de tu clan con mi reino se puede dar por
saldada.
La reina asintió. —Así sea. Ahora, marchad a que os cambien estos harapos
por algo más cómodo. Yo iré a dormir... al fin. —terminó, en su susurro.
La reina las acompañó fuera. Una vez allí, unas sirvientas que habían
acudido mientras se desarrollaba la entrevista las rodearon. Las condujeron a
cada una en una dirección distinta, y pese a que se resistió un poco y la siguió con
la vista, pronto Taia se perdió tras una esquina, acompañada de su séquito. Gwyn
suspiró, y se dejó conducir a donde fuera que la llevaran.
x
Fue bañada, secada y peinada como si fuese una inválida. Una multitud de
esclavas, identificables por su cinta al cuello, la atendieron con obsequiosa
solicitud. Gwyn, que recordaba bien haberse visto en la situación de aquellas
muchachas, no pudo dejar de admirarse. Era increíble lo fácil que resultaba estar 157
al otro lado. Bastaba con dejarse llevar...
Todo aquel lujo la relajó más de lo que estaba dispuesta a permitirse. Acabó
por sentir el peso de todo lo ocurrido, desde la huida de su propia esclavitud. La
sedosa suavidad de las ropas que le habían puesto, junto al olor de los jabones y
aceites que habían aplicado a su piel, acabaron por relajarla del todo. Sintió que
sus párpados caían, incluso que sus miembros no lograban sostenerla.
cerraban. Con todo, aún tuvo lucidez suficiente para pensar en Taia. ¿Dónde
estaría ahora? Estaba claro que no podía pretender tenerla allí, como a aquella
esclava que se había ofrecido a meterse con ella bajo las sábanas. De hecho,
pensar en ella era un absurdo. Lo había sabido antes, pero al verla allí, con su
madre, su séquito, su mundo, había comprendido realmente que la distancia que
las separaba era mucho mayor que unos metros por unos pasillos. Pero con todo,
con esa irrealidad que sólo se siente cuando se está al borde del sueño, no podía
dejar de preguntase... ¿por qué no estaba allí con ella, bajo aquellas sedosas
sábanas, recostando contra ella su hermoso y firme cuerpo...?
x
En el momento en que Gwyn cedía al fin al sueño, Taia estaba aún
despierta. El tratamiento de cuidados y atenciones al que la habían sometido no
envidiaba en nada al de Gwyn, desde luego. Un auténtico tropel de muchachas se 158
había encargado de ella y de su dolorido y sucio cuerpo. Taia ya estaba
acostumbrada a aquellas atenciones, de forma que se dejó llevar desde el
principio. Por lo tanto, acabaron con ella antes. Pese a todo, ya arrebujada en una
cama aún más lujosa que la de Gwyn, seguía despierta, dando vueltas y más
vueltas.
que poseía y que a ella le faltaba. Y sobre todo... La necesitaba ahora, allí, a su
lado. Sí, era mucho pedir, argumentó contra sí misma en su cabeza. En el palacio
de su madre, y con una mercenaria norteña. Ya había dado bastantes muestras
de desatino como para añadirle ahora correrías nocturnas de pasillos. Pero la
seguía necesitando. Recordó la noche en el pajar. Era ella quien la había
provocado, sorprendiéndose a sí misma, sin haber planeado nada parecido. Ahora
sólo podía recordar, y sentir una calidez creciente con el recuerdo, vívido y
detallado... Sintió que la cabeza se le iba, víctima de una mezcla de fatiga,
frustración y deseo...
Ella era la única cabeza morena en aquel mar de cabellos rubios. Algunas de
las consejeras más veteranas la miraban con cierta desconfianza. Se encontraban
160
en una sala amplia, con ventanales en dos costados que daban una magnífica
iluminación. Una amplia mesa ocupaba la parte central de la estancia, cubierta de
mapas e informes. La plana mayor estaba de pie a su alrededor. Pese al aspecto
informal de la reunión, Gwyn pudo percibir que cada cual se movía de forma
precisa, manteniendo reglas probablemente no escritas. La princesa era el centro
de aquellas órbitas. La rodeaban unas pocas consejeras veteranas,
probablemente de la generación de su madre, serias y hoscas, como conscientes
de su posición eminente. Sin embargo, había a su lado una muchacha muy joven,
delgada y que no decía palabra, aunque era la más próxima a la princesa. Unas
pocas mujeres jóvenes también se hallaban cerca de ella, todas con el uniforme
de la guardia. La princesa les hacía mucho más caso que a las veteranas. Luego,
a más distancia, se situaban las que debían ser las encargadas de cuestiones
concretas, como aprovisionamiento y cosas así. Al otro lado de la mesa, algunas
sirvientes, incluidas algunas esclavas, parecían más pendientes de transmitir
informaciones que de ofrecer consejo. En este grupo se incluían un par de
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
hombres, uno de ellos alto y mayor, que adoptaba una actitud curiosamente
soberbia. Más extrañamente, Taia parecía muy pendiente de él, pese a la
distancia que los separaba. Y por último, al otro lado de la mesa respecto a la
princesa, se encontraba ella. Taia le echaba furtivas miradas, sin sonreír.
En este, copia reciente de uno más antiguo, alguien había coloreado con
tinta verde los países sometidos a Deiria, por un lado, y los sometidos y posibles
aliados de Athiria con tinta morada, por otro.
—La reina de Tirelia remonta el río para acudir en nuestro auxilio. De camino
recogerá lo que queda del reino de Ettira. Pero su marcha es lenta, al navegar
corriente arriba. —confirmó una de las jóvenes consejeras de la guardia.
—Es apenas la mitad de las que tiene ahora mismo la reina Erivalanna
acantonadas en Latiria. —dijo con su voz retumbante el hombre mayor, cerca de
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—2.000 vienen con la reina de Tirelia, alteza. —dijo una de las consejeras
más alejadas, mucho más tímida que el hombre, pese a su sexo—. Puede que
traiga 1.000 más desde Arettira. —añadió, en voz aún más baja.
—Sigue sin bastar... Lo mejor será que nos aprovisionemos y preparemos la 163
ciudad para un asedio. —dijo otra consejera mayor, casi sin hacerle caso.
Pese a su arrogancia, nadie osó responderle. Lo que había dicho era algo
asumido, aunque no les gustase admitirlo. Con más de 2.000 guerreras como ella,
la situación podía considerarse distinta. Gwyn, con su estatura y su presencia,
parecía el ejemplo viviente de sus propias afirmaciones.
tenemos todos los datos. Tardaremos dos semanas en poder estar en situación de
campaña. Así pues, ¿qué curso de acción me aconsejáis?
Tras una corta discusión, se convino que, puesto que no quedaba más
remedio que esperar, no tenía sentido tomar decisiones de campaña. La reunión
se disolvió, poco a poco, y Gwyn empezó a salir de la sala. Se detuvo un momento
ante la puerta, demasiado concurrida, cuando escuchó una voz a sus espaldas.
—Oh sí. Vuestra hermana me ha hablado mucho de vos, alteza. —la saludó,
con algo más de formalidad.
—No hacen falta los tratamientos ahora, Gwyn. —interrumpió Taia, lanzando
una mirada nada amistosa hacia las consejeras que se iban retirando.
—Quería agradecerte todo lo que has hecho. —dijo la princesa una vez 165
dadas las presentaciones—. Y me refiero ahora a tus gestiones y tus palabras
hoy. Como habrás comprobado, cualquier ayuda nos será necesaria.
—Lo sé. También será conveniente para los clanes. El dinero significa una
reserva para futuras dificultades. Casi todas las guerreras que vendrán tienen hijas
a las que asegurar un futuro mejor.
—Gwyn, Gwyn... Estás muy guapa con esas ropas de mujer de la Llanura...
—sonrió.
Al escuchar esto, la rubia muchacha alzó la vista. —No sé. Ahora mismo, lo
único que querría es tenerte a ti. En cuanto al futuro, me temo que soy la persona
menos indicada para hacer planes.
Entonces se besaron. Gwyn la estrechó con fuerza. Si por ella hubiera sido,
la habría lanzado sobre aquella mesa abarrotada de papeles y le hubiera
arrancado sus lujosas ropas. Con todo, era consciente de la situación y se
contuvo. Al poco se separaron, y tras despedirse hasta "cuando pudieran",
salieron bien separadas de la estancia.
x
No había trascurrido aún el plazo dado, cuando Gwyn fue convocada de
nuevo al consejo. Entretanto, el "cuando pudieran" no se había llegado a realizar.
167
En consecuencia, y ya sin apenas nada que hacer, Gwyn se iba sintiendo cada
vez más como un animal enjaulado. La vida de palacio era rígida y protocolaria,
incluso en unas circunstancias tan inusuales como las presentes. Hasta para una
completa extraña como ella era evidente la tensión en el ambiente, bajo todas
aquellas ceremonias. Hasta las esclavas –o tal vez precisamente ellas– conocían
conspiraciones y envidias, los tejemanejes que se desarrollaban alrededor de la
sucesión de la reina. Y por alguna razón, tal vez por percibirla como una de ellas,
le informaban de aquellos rumores. No era de extrañar que Taia, el centro de
aquellos movimientos, se sintiera incómoda y no se atreviera a ponerse en
ninguna situación complicada.
Taia murmuró, sin alzar la cabeza, inclinada sobre la mesa: —No menos de
10.000, puede que más. Es demasiado...
—¡No lo es! —exclamó una voz clara. Era Olaia. Por lo visto, aquel consejo
iba de sorpresa en sorpresa—. ¿No lo recordáis? Son 2.000 guerreras de las
Tierras Altas, todas veteranas. ¿No es así, Gwyn?
—En efecto.
La propuesta fue aprobada más que nada por la falta de alternativas, aunque
algunas consejeras veteranas recomendaron encerrarse en la ciudad y prepararla
para un asedio. Pero aquello sería volver a la táctica de pasividad que las había
llevado a la presente situación. De hecho, una de las más mayores recordó que su
pasividad anterior se debía a la "situación de la princesa heredera", velada
recriminación que como siempre tuvo el efecto de deprimir aún más visiblemente a
Taia. Pero sus consejeras de la guardia hicieron ver que los reproches no las
sacarían de su situación. La reunión amenazó con ponerse desagradable, cuando
una nueva intervención de Gartión serenó los ánimos. Al fin se convino en reunir el
ejército para que estuviera listo para partir en el mismo momento en que llegaran
los refuerzos de las Tierras Altas. Taia partiría a su frente, puesto que "lo que ella
había provocado, ella lo debería resolver", como dijo una de las más
desagradables consejeras.
Al menos, esta vez todo el mundo salió de la reunión sabiendo lo que debía
hacer a continuación. De hecho, daba la impresión de un animado frenesí, como si
169
todas ellas se hubieran quitado un peso de encima. Aunque esta vez, una
cabizbaja y reconcentrada princesa Taia no llamó a nadie a su lado el levantarse
la sesión.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 10
»No pasaremos por alto aquí las estructuras más o menos marginales,
pero comenzaremos por las más extendidas y representativas: las de las
Tierras Bajas, o reinos de la Llanura. Aquí, políticamente impera el concepto
de realeza. Como puede comprobarse, la realeza es algo que va unido
necesariamente a la estructura ciudadana. No se trata de reinos territoriales;
en principio, a cada ciudad le corresponde su reina. Con todo, la evolución
interna del sistema ha dado lugar a una jerarquización, que como veremos
se halla algo enmascarada. En efecto, las guerras y las alianzas
(matrimoniales y de otro tipo) han dado lugar a que existan ciudades
sometidas a reinas ajenas. Estas ciudades sometidas pueden conservar su
propia realeza o no; en el segundo caso, se entiende que la reina extranjera
lo es también de la ciudad sometida. Además, hay toda una serie de
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
x 171
Además, se decía que la llegada de las guerreras del norte era inminente –se
había planeado que su llegada coincidiera con la revista, para partir a la mañana
siguiente temprano– por lo que el nerviosismo por su llegada se extendía incluso
entre la población civil.
Gwyn, tan nerviosa como la que más, siguió el desarrollo de la revista desde
lo alto de las murallas. Sobre la explanada ante la ciudad se extendía el ejército,
formando en gallardos grupos según su origen. Destacaba el de la propia ciudad
de Athiria. Si la elegancia y el porte espléndido ganaran batallas, sin duda serían
imbatibles, se dijo Gwyn algo cínicamente. Pronto se corrigió a sí misma. No
parecían malas guerreras. La guardia de palacio parecía preparada y dispuesta, y
el resto consistía fundamentalmente en magníficas arqueras. Su educación militar
le había llevado a despreciar aquel método de combate, pero debía reconocer su
eficacia. Eran todas mujeres seleccionadas por su estatura –no muy altas, aunque
más de lo habitual en la Llanura– y capaces por tanto de tender el arco largo, que
pisaban en su extremo inferior con el pie izquierdo. Todas ellas lo portaban
172
durante la revista, destacando así entre el resto.
para que, cuando al fin las barcas estuvieran listas, las condujeran río arriba en su
auxilio. Aquello significaba que difícilmente podrían atravesar río alguno.
Con todo, los sones de las trompetas, los estandartes, los penachos
ondeando sobre las compactas filas, todo aquello animaba el corazón guerrero de
Gwyn. En cuanto sus compañeras llegaran, aquello se convertiría en un ejército
temible, ya que no enorme. Echó una nueva mirada hacia el oeste. ¿Por qué no se
las divisaba? Nadie estaba más segura de su llegada que ella, y aún así sentía
crecer la incertidumbre. Sin duda, parte del séquito de la princesa expresaba
aquellas dudas en voz alta en aquel mismo. Divisó en la lejanía aquel grupo, que
se movía con lentitud entre las filas. Creyó distinguir entre ellas a Taia. Tan
pequeña, tan vulnerable entre todo aquello... Sintió deseos de estar a su lado, y de
estrecharla. Aunque no podía; incluso más que eso necesitaba otear la lejanía
para ser la primera en ver llegar a las suyas. Se había comprometido a hacerlas
venir.
173
El sol fue declinando, alargando las sombras de las guerreras, transformando
el dorado vivo en oro viejo. De hecho la revista ya estaba finalizada, y los
refuerzos seguían sin llegar. Bajo ella, Gwyn vio que el séquito de la princesa
abandonaba el campo, y se dirigía hacia las puertas bajo ella. No quiso ni imaginar
lo que se estaría comentando en aquella compañía. Ya entraba la princesa en la
ciudad cuando Gwyn oteó a lo lejos, desesperada. Una mancha oscura sobre el
camino del oeste... ¡Sí! ¡Allí venían, según lo prometido! Sintió que sus pies
querían ir a la vez en una dirección y en otra. Se contuvo el tiempo suficiente
como para comprobar que eran efectivamente ellas. El color oscuro y pardo de
aquellas guerreras contrastaba vivamente con el lujo de la revista de tropas. Por lo
que podía verse, eran unas 2.000, una fuerza enorme para tratarse de guerreras
de los clanes. Al fin dejó volar a sus pies y bajó a saltos las escaleras de la torre,
deseosa de interceptar al séquito y darle las buenas nuevas. De un último salto se
plantó ante ellas, con la princesa al frente.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—... cuatro mil quinientas, ni una más. Y tendremos que dejar al menos
quinientas con las barcas, y... —estaba diciéndole a Taia la jefa de la guardia,
Girlit, cuando ambas la vieron y se quedaron sorprendidas.
—¡Ya están aquí! —exclamó, abriendo los brazos—. ¡Todas y cada una,
según prometí!
—¿Son todas tan altas como tú, Gwyn? —le preguntó, algo arrebolada.
Ella sonrió. Conocía el efecto que las guerreras de las Tierras Altas tenían
sobre las jóvenes de la Llanura. Era una suerte que fueran a partir a la mañana
siguiente y a acampar aparte. Si no, la noche podría hacerse muy, muy larga.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Algunas aún más. —le respondió al fin—. Pero te aviso que casi todas
están casadas...
Olaia se ruborizó entonces por completo. No era tan joven después de todo.
Por fortuna, su rubor le impidió seguir con sus preguntas. Al fin alcanzaron a la
vanguardia de oscuras guerreras, que ordenó el alto. Taia se adelantó, realizando
los saludos formales. Aseguró la amistad eterna y el beneficio concreto para
aquellas guerreras, mercenarias después de todo. Sólo entonces se adelantó
Gwyn. Los saludos fueron menos formales. Fue ella quien les dio las
instrucciones, pues desde la muralla había visto dónde se deberían alojar las
recién llegadas.
—No es problema. —le dijo una comandante del clan Kyrwyn, que eran las 175
que marchaban al frente—. Los placeres de la ciudad no nos interesan. Hemos
dejado atrás esposas e hijas. Lo único que queremos es asegurar el futuro de
nuestros clanes, así que cuanto antes partamos, mejor.
Sus palabras fueron asumidas como una invitación a dejar de lado las
ceremonias. Fueron por tanto conducidas hasta sus tiendas. La princesa y sus
acompañantes partieron de vuelta a palacio por fin. Gwyn dudó si acompañar a
sus compatriotas, hasta que Taia le indicó que formaría parte de su estado mayor,
por lo que debía seguirla hasta palacio. Una vez allí, por desgracia, cada una
marchó hacia sus propias habitaciones, por separado de nuevo.
x
La partida se realizó a la mañana siguiente, muy temprano. Se decidió dejar
atrás un contingente de 500 guerreras. Estas se harían cargo de las barcas de
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Entre la multitud sobre las murallas, Gwyn pudo adivinar la figura de la reina.
Su porte digno aunque algo distante le recordó algo intensamente... hasta que
recordó a su Tawanna, asomada a aquella ventana, desafiando la costumbre,
mientras las veía partir a lo que sabía era una marcha sin retorno. Vio también que
Taia había visto a su madre. Ella estaba a su lado, y sus miradas se cruzaron. No
dijeron nada, aunque una corriente de simpatía y afecto las unió por un instante.
Gwyn sonrió por vez primera aquella mañana, y habría abrazado también a la
princesa si las circunstancias se lo hubieran permitido de una maldita vez.
El primer día de marcha, como solía ocurrir, las hizo adelantar bastante, sin
encontrar el menor problema. Por eso mismo, se ordenó el alto todavía con el sol
en el cielo. Las tiendas se alzaron, se encendieron hogueras y se designaron las
guardias y el santo y seña. Gwyn marchó a comunicarlo a sus compatriotas, lo que
le permitió pasar un rato con ellas al fin. Comprobó con alivio que no se la culpaba
de la muerte de sus compañeras en la anterior expedición, y aún menos por
haberlas implicado en aquella guerra ajena. Aunque las perspectivas no fueran
demasiado buenas, se valoraba aquello como una buena oportunidad de salir de
las precarias condiciones de vida que reinaban en las Tierras Altas. Ella conocía
bien aquella abnegación y sentido del deber, y no le extrañó. Por otra parte, de los
otros tres clanes reclutados no se podía decir que fueran amigos: eran todos
vecinos, incluido el suyo, y no pocas veces se habían enfrentado en operaciones
de saqueo. Sin embargo, si todas volvían enriquecidas, sabían que los malos
tiempos de los saqueos por necesidad pasarían para no volver en un largo tiempo.
Por tanto, el espíritu no era de camaradería, pero sí al menos de conveniencia 178
mutua, y no se respiraba la menor animadversión entre los cuatro clanes.
En cuanto hubo dicho esto, la rodeó con sus brazos por la cintura, alzando la
cara hacia la suya. Gwyn echó un vistazo a Olaia, que miraba hacia algún punto
indefinido a un lado.
—Hum, sí, ya veo... Aquí todo el mundo es de tu confianza, ¿no es así? —le
dijo, abrazándola sólo un poco.
—Oh, sí... Nadie puede decirme con quién puedo o no puedo dormir... 179
—respondió, restregándose descaradamente contra ella.
—Oh, sí. ¿No querías ir a dar un paseo, Olaia? —preguntó Taia, sin volverse
hacia su hermana.
—Sí... Sí, lo haré... —dijo la joven, cada vez más incómoda. Con todo, se
volvió antes de salir y las miró—. No os preocupéis. Ya me apañaré... —y sonrió
tímidamente antes de desaparecer.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Vaya... Pareces otra... —le dijo entonces Gwyn a Taia, ya más a sus
anchas.
Gwyn no pudo evitar echar la cabeza hacia atrás, entrecerrando los ojos,
aunque aún consiguió murmurar: —Me preguntaba dónde iba a dormir...
x
El camino del Este era fácil. La carretera se extendía recta, con la cinta
plateada del río Cotreo a su izquierda. A ambos lados del camino se veían
pequeñas huertas, llenas de toda clase de productos ya maduros para el mercado
180
de Athiria. Los pequeños caseríos le recordaban a Gwyn los de su tierra,
aumentándole la añoranza. Pero su tierra no conocía aquella verde abundancia.
De hecho, el verano iba tocando a su fin, incluso en aquellas tierras sureñas. Un
frío viento soplaba del suroeste, como empujándolas a su destino. Gwyn se volvió
hacia el sur, contemplando en la lejanía las estribaciones de la meseta Terempe,
que las escoltaba a su derecha como el río a su izquierda. Tras aquella muralla, e
impulsada por el viento, otra estribación gris se cernía sobre ellas: un frente
nuboso. Al fin las alcanzó, cubriendo el cielo hasta entonces azul, agrisándolo.
Sucesivas cortinas de lluvia se abatieron sobre el ejército, que prosiguió su
marcha impertérrito. Las guerreras se arrebujaban en sus capas, juntándose unas
con otras como en busca de abrigo. Gwyn se aproximó a su princesa, que le
sonrió en respuesta. La lluvia le goteaba del flequillo, sus pies calzados en
sandalias chapoteaban en el barro, y pese a todo se la veía feliz. Como una flor
alada, Gwyn se aproximó más a ella, sintiéndose también extrañamente alegre.
Pese a que no había abrigado ni esperanzas ni casi deseos, la desamparada
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
fugitiva se había vuelto hacia ella con tanta o más pasión ahora que era princesa y
virtual reina. No parecía lógico, ni sensato, pero no sería ella quien pusiese
objeciones.
Una vez estudiados todos estos informes, el consejo de guerra decidió seguir
adelante a buen ritmo. Cada segundo perdido significaba sin duda un pelotón
enemigo más. Por lo tanto, dejaron a su derecha el camino de Daäna, sin llegar
apenas a ver la pequeña ciudad en la lejanía, sobre las grises estribaciones de la
meseta. Siguieron recto por el camino del este por tanto, en dirección hacia Latiria,
donde según todos los rumores se concentraban las fuerzas deirianas.
x
Con el paso de los días, el sol volvió a salir, como dando un último respiro de
verano antes de la llegada definitiva del invierno. Aquello animó a la tropa, harta
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Con todo, la tensión crecía en el seno del ejército, tanto entre las simples
guerreras como en el alto mando. Se acercaban a Ferilia, pequeña ciudad situada
poco antes de Latiria. Como muchas oficiales habían señalado, aquel sería un
buen lugar para que un ejército les saliese al paso. En consecuencia, de nuevo las
exploradoras fueron enviadas por delante. Regresaron al poco, excitadas y con
importantes noticias.
Por lo visto, también Ferilia se había visto abandonada, aunque no hacía 182
mucho. De hecho, el ejército enemigo acababa de pasar por allí. Pero en lugar de
salirle a su encuentro, había torcido hacia el norte, en dirección hacia la importante
ciudad de Quirinia. Esta ciudad, situada en la confluencia de los ríos Cotreo y
Tercles, se encontraba al sur de la propia Deiria. Sin duda, la reina había decidido
ir allí a recibir refuerzos de su propio reino. Gwyn recordaba que casi había
pasado junto a Quirinia, cuando huía en un bote junto a una asustada princesa.
Aquello parecía haber ocurrido años atrás.
—El ejército que pasó por Ferilia tenía al menos diez mil guerreras.
—relataron las exploradoras, si no asustadas al menos preocupadas—. Y van a
recibir refuerzos.
acabó por decidir que lo mejor sería marchar a campo traviesa, hacia el norte.
Directo hacia Quirinia.
183
Trayectos de los ejércitos de Athiria (en amarillo) y el Deiria y refuerzos (en verde)
Trayecto del ejército de Tirelia y Ettira (en amarillo). El ejército de refuerzo de Athiria
remonta en barcas el río Cotreo desde Athiria hasta Quirinia (sin representar en el mapa)
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 11
185
x
Gwyn se incorporó de repente, casi haciendo caer a Taia del camastro. Ésta
se sujetó a ella, al tiempo que sonreía con algo de envidia. Su compañera tenía
unos reflejos de guerrera mucho más despiertos que los suyos.
—Hemos venido a combatir. —se decidió Gwyn al fin a acabar con aquellas
cavilaciones—. Si nos retiramos, el ejército enemigo no hará sino crecer.
—Eso es cierto. —dijo otra de las jefas, Yaäna—. Con todo, es ridículo
pensar que podamos atacar a un ejército tan grande. Tampoco tenemos ningún
efecto sorpresa, ni una posición fácilmente defendible.
—Si han podido observar, y volver para informar, es que esas colinas están
sin ocupar. —terció Gwyn.
La sugerencia de Gwyn fue admitida sin discusión, sobre todo por lo urgente
de llevarla a cabo si tenía que tener éxito. En consecuencia, a las primeras luces
del alba se dieron las órdenes, y mientras algunos contingentes partían, el resto
volvió a sus tiendas para prepararse para la batalla.
—Nada más que rumores. Hay quien dice que nos viene pisando los talones.
Otros informes aseguran que se desviaron y llegan con retraso. Incluso se dice
que no han salido de Ettira. —le contestó una guerrera, al tiempo que le cerraba
188
los corchetes de la coraza a su espalda.
Tras una corta marcha, alcanzaron las dos colinas. A su izquierda relucía el
río Cotreo, por el que todavía no se divisaban las barcas de refuerzo que debían
llegar desde Athiria. De todas formas, su contingente era pequeño, sólo el
imprescindible para tripular. La función de las barcas, cruzar el río, era algo que
con toda probabilidad no iban a tener que hacer, por lo que pocas miradas se
dirigían hacia ese lado.
—Sin novedad. —dijo Yaäna, a quien se le había encomendado hacerse con 189
las colinas. Era una mujer sorprendentemente alta para lo común en esas tierras,
casi de la estatura de Gwyn. Con todo, era muy rubia, de ojos más claros de lo
habitual. Se movía con lentitud y un aire preocupado, como si temiera dañar a sus
camaradas de menor tamaño—. He situado a mis mejores guerreras en las dos
alturas. —prosiguió—. Hay una tercera colina más al norte, pero está demasiado
cerca del campamento enemigo. Tengo algunas exploradoras allí, tan solo.
—Tal vez deberíamos subir a una colina, para observar mejor el terreno.
—sugirió Taia, antes de permitirles considerar la toma de decisiones tácticas.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Todas asintieron, y se escogió la colina del este, la más alejada del río, por ser la
más cercana al ejército enemigo.
—Creo que deberíamos defender las dos colinas. —respondió Gwyn. Fue
muy consciente de cómo el hecho de contradecir a Girlit no resultaba bien
recibido. De hecho, se alzaron algunas voces para indicar que quedarían aisladas
en dos grupos. Estas objeciones fueron cortadas en seco por la propia Girlit.
Como siempre, todas callaron en cuanto ella habló.
2
Las hojas de los árboles de mariposas salen volando por sí mismas al llegar el invierno y
emigran al sur, y regresan en primavera.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Las objeciones desaparecieron como por ensalmo. Animada por este apoyo,
Gwyn pasó a explicar las ideas que se iban desarrollando en su mente.
—Podríamos situar a las arqueras sobre las dos colinas. Así podrán alcanzar
a más distancia, y estarán protegidas. Luego, establecemos un frente entre las
dos colinas con las mercenarias. No les será fácil romper un frente con 2.000
guerreras de las Tierras Altas.
—¿Y si nos rodean por un lado? Debemos proteger las alas. —advirtió
Parisis.
—No creo que ataquen por ahí. Hay poco espacio entre la colina y el río. Ese
lado más fácil de defender, y eso lo sabe el enemigo. Si hay un ataque por el
flanco, será por el derecho. —razonó Gwyn, algo incómoda al contradecir a Taia, y
no menos al dejar un tanto en evidencia sus limitaciones en cuestiones tácticas. El
resto de las guerreras asintió, aprobando su explicación.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Fue su hermana la que le contestó: —No harán eso. Yo... Conozco bien a la
reina de Deiria. No eludirá una batalla, y menos con superioridad numérica. Ella...
—Taia parecía muy incómoda; había bajado la cabeza y su voz era apenas
audible—. Ella está acostumbrada a conseguir lo que quiere, y no se echa atrás
ante nada. Nos atacará.
192
Olaia parecía la única de las presentes ajena a la incomodidad de su
hermana. Con aire testarudo retomó sus objeciones: —Vale, pero... ¿y si ve que el
centro es la línea más fuerte? Deberíamos hacer lo posible para que nos ataque
por donde más nos conviene.
—¿Y cómo piensas lograrlo? —le preguntó Girlit, con algo de socarronería
en su expresión sonriente.
—¡Sí! —Olaia casi despegaba sus pies del suelo de puro entusiasmo—.
¡Dejadme dirigirlas a mí! Si se trata de buscar una guerrera que parezca una niña,
yo soy la adecuada, ¿no?
—Pues entonces...
Puesto que las dos iban hacia el frente entre las dos colinas, Taia y Gwyn
partieron juntas. Una vez se hubieron alejado del resto, Gwyn tomó a la princesa
del brazo, obligándola a detenerse y mirarla de frente.
—Lo sé. Pero... hay algo que me preocupa. Según el plan, debes retirarte
antes de entrar en combate. —La miró intensamente entonces—. ¿Lo harás
realmente?
La princesa sonrió de forma algo triste, aunque sus ojos relucían. Alzó la
vista y se abrazó a ella.
x
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Gwyn dio las órdenes de batalla a toda prisa, pues no sabía cuándo se
produciría el ataque. Hizo cavar una trinchera ante la línea. Las guerreras se
mostraron extrañadas, pues la cavaban tras la línea que tenían ante ellas.
Precisamente allí debía estar ya Taia. Gwyn no dio explicaciones, pese a lo cual
todas cumplieron con su cometido con rapidez. Los escudos se dispusieron tras la
trinchera, y la primera línea de guerreras se colocó tras ellos. Al fin, viendo que
aún había tiempo, Gwyn reunió a las comandantes en torno a sí.
Como suponía, nadie hizo el menor comentario. Sabían bien que ellas eran
las mejores guerreras, y que en consecuencia soportarían lo más duro; estaban
acostumbradas. Nadie se quejaría, al contrario. Preferían depender de ellas
mismas que de otras. Así pues, la reunión se disolvió y las comandantes se
encaminaron a sus unidades, a transmitir las órdenes.
Gwyn miró hacia delante. Nada ni nadie. Alzó la vista al cielo. El sol estaba
ya alto; el sudor le perlaba la frente. Desenvainó su espada, practicando un poco.
La calma antes de la batalla nunca le había gustado. Mirando a su alrededor
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
comprobó que las demás aguantaban la espera bastante mejor. Sólo vio miradas
serias y concentradas. Aquello la tranquilizó. Con todo, seguía nerviosa a causa
de la línea de rubias guerreras que había ante ellas, al otro lado de la trinchera.
Allí debía estar Taia, aunque no lograba divisarla en aquel mar dorado.
Lo primero que rompió la calma fueron los silbidos de las flechas. Desde la
colina izquierda partieron densas andanadas, que cayeron ante el frente. A causa
de la estratagema, no podía ver apenas al enemigo, pero sin duda ya avanzaba.
La colina izquierda, algo más retrasada, lanzó sus flechas después. Todavía no se
escuchaba ningún resonar de armas. Pero las rubias guerreras ante ellas no se 196
retiraban. Gwyn dio saltos, tratando de ver por encima de las líneas.
El frente de ataque de las deirianas se lanzó al fin contra ellas, tras su breve
momento de duda. Gwyn sonrió, enarbolando su espada. Se contuvo de lanzar su
hacha de combate, pues sin duda la necesitaría más adelante. Las demás hicieron
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
El ataque fue duro, y hubo de pelear contra varias enemigas. Pero siempre
estuvo acompañada a uno y otro lado. Así como los sonidos de batalla le llegaron
primero de sus lados, escuchó gritos de victoria antes de lograrla en su posición.
El ataque había sido rechazado. Aunque sin duda sólo era el primero. Las
deirianas derrotadas se retiraron con prudencia, mirando hacia sus propias filas.
Sin duda esperaban refuerzos.
—Tiryn, ve a ver qué ocurre tras la colina y vuelve para informarme. —le dijo
a una de las guerreras que tenía a su lado. Había observado que, durante la
refriega, la reserva derecha había desaparecido de sus posiciones tras ellas. Sin
duda en aquel flanco también tenían lugar combates. Si al final el ataque principal 197
se producía por ese lado, todos sus planes podrían fracasar y deberían
alterarlos—. ¡Ve! ¡Deprisa! —la animó.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 12
x
Girlit se secó el sudor de la frente bajo su casco con el dorso de la mano, sin
soltar su espada. El ataque era intenso, aunque, por lo que podía ver, no
demasiado numeroso. Había acudido con su grupo de reserva a reforzar el flanco
derecho. Pese a sus esfuerzos, la lucha proseguía. De la colina caía una
granizada continua de flechas sobre sus enemigas, y ni aún así se retiraban. Al
principio, la lucha había pintado mal. Apenas 400 guerreras de las Tierras Altas
habían defendido aquella posición, frente a un enemigo que las multiplicaba varias
veces. Habían aguantado firmes hasta su llegada, con la reserva de aquel lado.
Aquel resultaba ser uno de los escasos momentos de pausa en la lucha. El asalto
enemigo no recibía, de momento, refuerzo alguno, pese a lo cual se lanzaban al
ataque una y otra vez. Aprovechando el respiro, Girlit echó un vistazo a la
comandante a la que había ido a socorrer. Liswyn se llamaba. No parecía sudar;
más bien parecía una estatua, una estatua alta y morena de rostro imperturbable.
199
Había recibido su ayuda con un simple gesto de reconocimiento, como si de todas
formas se hubiesen bastado. Era algo que resultaba un tanto ofensivo. Con todo,
Girlit era lo suficientemente guerrera como para apreciar aquella confianza. Y
aquella competencia. En aquel momento, un alboroto interrumpió sus
pensamientos. Provenía de detrás de ella. A desgana, dejó de contemplar a
aquella magnífica guerrera, que seguía impartiendo órdenes como si nada, y se
volvió.
eran tan rubias como cualquiera de la Llanura, pero al menos aquellas arqueras
tenían la estatura y el cuerpo fornido que había visto en las guerreras de abajo. La
verdad era que resultaban bastante atractivas, ejercitando su fuerza tendiendo una
y otra vez los arcos, con su mirada tan concentrada. Mientras tanto, ella no tenía
nada mejor que hacer que contemplar cómo les corría el sudor por sus fuertes
brazos, mientras apoyaban la cuerda en su barbilla, miraban al frente por un
instante, soltaban repentinamente la flecha... y vuelta a empezar.
—Sí, lo soy. Estoy al mando de este grupo. Así lo han dispuesto las
comandantes del ejército.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Oh... —Volvió a quedar por unos instantes sin habla. Por lo visto, había
malinterpretado a la chica. No era desprecio, sino camaradería. No estaba
acostumbrada a la camaradería, claro... La verdad era que le gustaba cómo la
miraba, cómo le hablaba, situada algo más de cerca de ella de lo que habría sido
normal... Desvió la vista, deseando no haberse ruborizado, como temía. Recogió
las cantimploras y se dispuso a seguir llevándolas a las demás arqueras—. Sí, yo
también espero que nos veamos más tarde... —murmuró, al tiempo que se
alejaba.
x
Tal y como suponía, el ataque que habían rechazado no era más que el 203
primero. Ahora, ya sin nadie por delante de sus líneas, Gwyn podía ver hasta más
lejos. Una nueva columna avanzaba hacia ellas desde el norte, más nutrida que la
anterior. En consecuencia, dio diversas órdenes. Lo principal era que las que más
duro habían peleado pasasen a la retaguardia, relevándose por tropas más
frescas. Si debían aguantar, no podían desgastarse. Con todo, ella se quedó al
frente. Esbozó una sonrisa torcida. Tal vez le pudieran echar en cara que no se
aplicase sus propias teorías, aunque... a ver quién se atrevía a hacerlo. Además,
tenía que estar cerca de la acción para saber lo que pasaba.
La columna que avanzaba hacia ellas era muy importante... tal vez
demasiado. Sin duda habían conseguido atraer hacia ellas el ataque principal,
como pretendían, pero tal vez se hubieran excedido. Mientras contemplaba con
creciente aprensión el avance, observó más movimiento algo hacia la izquierda.
flanco. En cambio, parecía que se iba a unir al segundo asalto. Aquello pintaba
muy mal...
Pronto su atención fue atraída por la carga enemiga. Esta vez eran dos 204
columnas, que atacaban a la vez. Y la más importante se dirigía directamente
hacia su posición.
esfumaron de repente, y se vio atacada por tres costados. Pese a ello, consiguió
retirarse en dirección a su retaguardia, peleando por su vida.
x
Taia detuvo su carrera. Se apoyó sobre sus propias rodillas, sin aliento. Alzó
poco a poco la vista, una vez recuperado algo del resuello. La armadura y el casco
no ayudaban; se hallaba cubierta de sudor. El sol la cegaba mientras alzaba la
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
vista, sudorosa y sin aliento. Al menos, se hallaba rodeada por sus guerreras, de
vuelta en la ladera de la colina. A salvo, en consecuencia, tanto como lo pudiera
estar en aquella situación.
Una enorme ofensiva había sido rechazada por el centro, como bien podía
ver desde aquella altura, y como le informaron sus oficiales nada más llegar. Pero
para ello se había necesitado el refuerzo de toda la reserva izquierda. Habían 207
estado a punto de ceder. Y lo que no era menos importante para ella, Gwyn había
estado sin duda en medio de lo más duro de aquellos combates. Con todo, aún
había más. A lo lejos se veía avanzar una nueva columna enemiga, inmensa, que
en breve se reuniría con las que habían sido rechazadas en el combate anterior.
Aquella masa se iba a abatir de nuevo contra el centro, ya diezmado. Como había
dicho Girlit, si acababan por ceder ante aquel renovado ataque, de nada habría
servido la resistencia en la derecha ni la llegada de las tirelianas. Ya no quedaba
más reserva que el reducido contingente que la rodeaba ahora. Aquellas guerreras
habían sido seleccionadas precisamente por ser las más jóvenes e inexpertas,
para situarlas en vanguardia al principio y dar impresión de debilidad, no para que
combatieran. Ahora aquellas jovencitas, algunas casi unas niñas de la edad de
Olaia, la rodeaban y miraban como si de ella fuera a salir la solución. Estaban
realmente expectantes, con sus ojos muy abiertos, viéndola recuperar el aliento.
Eran toda la reserva de la que disponían, y se las veía muy conscientes de ello.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Y a lo lejos se veía una nueva columna, todavía muy lejana. Por lo visto, el
inminente ataque ni siquiera iba a ser el último, sino que ya se preparaba un
cuarto asalto. Se sintió desfallecer. Pero debía mantener la moral de la tropa como
fuera, mientras aún hubiera alguna esperanza.
Su lugarteniente abrió mucho los ojos, aunque tampoco dio saltos de alegría.
—¡Eso es estupendo! —dijo al fin—. ¿Se lo transmito a las demás?
208
Ella reflexionó durante un instante. —Sí. Y además, diles que estén atentas y
con las armas dispuestas. Si el centro cede, bajaremos en su auxilio. Somos la
única reserva que queda. Pero que no se muevan hasta que oigan el cuerno.
Ya sólo le quedaba esperar. Iba a necesitar mucha sangre fría, sobre todo
sabiendo que Gwyn estaba ahí abajo, y que estaba a punto de soportar un nuevo
asalto. Eso si todavía estaba con vida... Sacudió su cabeza, apartando de sí esos
pensamientos. Debía mantener la calma...
Era muy difícil mantener la calma. La línea enemiga se había abatido sobre
las filas athirianas, ahora mixtas, con guerreras morenas y rubias mezcladas. La
209
línea defensiva vaciló, amenazó con quebrarse aquí y allá... Incapaz de aguantar
un segundo más, Taia se puso en pie y alzó su espada al sol. —¡Athirianas! ¡A la
carga!
x
Su llegada no pudo ser más oportuna. Las líneas estaban rotas, aquí y allá.
Con todo, las guerreras se agrupaban, defendiéndose unas a otras con fiereza,
pero cada vez más rodeadas. Taia lo pudo ver bien mientras avanzaba, a toda
prisa. Sus inexpertas guerreras no necesitaron órdenes; se lanzaron hacia las
aberturas, por las que entraban más y más enemigas, como un torrente continuo.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Sabía que, si se lanzaba entre las líneas, poniéndose en peligro, las demás
la seguirían. No dejarían que su comandante se viera rodeada y muerta, no al
menos con ellas cerca. Así, se convirtió en la punta de lanza de una renovada
ofensiva, dirigida hacia el desesperado grupo que estaba rodeado.
Milagrosamente, ninguno de los tajos a los que se enfrentó la alcanzó. Había que
reconocer que las guerreras que la seguían se esforzaban por protegerla, aunque
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
ella no se lo ponía fácil. Antes bien, se lanzaba en medio de la refriega una y otra
vez, avanzando, avanzando más y más.
Las guerreras rodeadas las vieron al fin, pese a que no podían hacer más
que defenderse constantemente. También Gwyn acabó por alzar la vista, y la vio,
a lo lejos pero avanzando hacia ella. Las dos intercambiaron una mirada por
encima de las enemigas que la separaban, sorprendida por parte de Gwyn. Esta
realizó algunos gestos y dio una serie de voces, que Taia no pudo oír en la
distancia a causa de la refriega. Las rodeadas guerreras se agruparon y se
abrieron paso a su encuentro, peleando duro. Poco a poco, se fueron acercando
las unas a las otras. Entonces, cuando ya casi se habían unido, Gwyn recibió un
golpe de espada. Lo desvió con el escudo, pero la alcanzó entre el hombro y el
cuello, y cayó. Desapareció de la vista de Taia, en medio la multitud de enemigas
que aún las separaba, como tragada por un mar. Taia lanzó un gemido y se lanzó
de nuevo hacia delante. Mientras se abría paso, desesperada, vio resurgir a la alta
guerrera. Se sujetaba el sangrante hombro con la mano derecha, pero seguía
211
blandiendo la espada con la izquierda. Taia abatió a la última enemiga que las
separaba, de un gran tajo, y se lanzó en su dirección.
Taia miró a un lado y a otro, confusa. Se había lanzado entre los brazos de
Gwyn, que parecían tan firmes y fuertes como siempre. Había pasado tanto miedo
que casi había olvidado lo que ocurría a su alrededor. Ahora que lo pensaba, no
se había fijado en nada desde que había visto a Gwyn en la lejanía. Sólo se había
lanzado hacia delante, una y otra vez, sin mirar a los lados ni a ninguna otra parte.
No tenía ni idea de cómo iba la batalla.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Oh, sí. Lo siento, yo... —se apartó de ella, mirando por vez primera a los
lados, hacia la refriega—. Todavía nos pueden atacar desde cualquier...
Entonces recordó Taia que, en efecto, una nueva línea de ofensiva avanzaba
sobre ellas, y se le encogió en corazón. Ya no tenían más reservas, y la línea de
defensa, victoriosa y todo, se veía tremendamente rota y desorganizada.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Taia señaló con el dedo. —¡Son las de Tirelia! ¡Acaban de llegar por fin del
sur!
Gwyn miró con expresión de duda, pues desde allí sólo se advertía un grupo
de guerreras de las Llanuras, no se podía saber si amigas o enemigas. —¡Sí, son
ellas! ¡Han auxiliado al flanco derecho, y ahora se han situado tras las líneas
enemigas!
213
En efecto, Gwyn pudo comprobar que aquel contingente, aunque poco
numeroso, se había deslizado sobre la retaguardia del ejército que las acababa de
atacar y que ellas habían rechazado. El enemigo estaba por tanto rodeado, con
una sola escapatoria por la izquierda, hacia el río. Las dos se miraron y sonrieron,
alborozadas. ¿Era posible que la victoria hubiera llegado al fin?
Ante sus ojos, como confirmando sus esperanzas, las guerreras enemigas
miraron a un lado y otro, desanimadas. Comprobaron que, atacaran por donde
atacaran, siempre dejarían sus espaldas descubiertas. Dudaron de forma
evidente, yendo a un lado y a otro.
nuestras manos, pero aún se nos pueden escapar! ¡Atentas a empezar una
persecución o a atacar de frente, si tratan de escapar!
Tenía razón, se dijo Taia. Aunque rodeadas, aún tenían escapatoria, hacia el
río. Como ella sabía bien, aquel flanco estaba totalmente desguarnecido. El
ejército deiriano, aunque rechazado y casi rodeado, era todavía más numeroso
que el suyo. Si la mayoría escapaba, la victoria podría no significar nada.
x
Desde su posición en las alturas, Olaia pudo contemplar todo el desarrollo de
la batalla. Por un momento pareció que todo estaba perdido, y la desesperada
defensa se agrupó en montículos, combatiendo cada una por su vida. Entonces
pudo ver la impresionante acometida de la reserva derecha. Aquel pequeño
contingente, pese a estar compuesto por las más jóvenes guerreras, le había dado
la vuelta a la lucha. Era el grupo que ella debería haber comandado, se dijo con no 214
poca rabia. Y encima, seguro que su hermana había dirigido aquel contraataque.
Mientras ella estaba allí arriba, mirando, sin hacer nada de nada. A resguardo,
como todas querían. Luego había visto aquel contingente llegando desde el lado
opuesto, tras las líneas enemigas. Había sido un momento difícil, y había temido
tanto por el desarrollo de la batalla como por su hermana, que sin duda estaba allí
abajo. Pero entonces Liris había saltado alborozada, riendo, y la había abrazado si
dejar de saltar.
—¡Son las de Tirelia! ¡Por fin! ¡La batalla está ganada! —había exclamado,
riendo. Al principio ella no había comprendido, pero poco a poco lo vio. ¡Eran los
refuerzos perdidos! Habían rodeado a la ofensiva enemiga, y todo iba a salir bien.
¡Victoria!
convencida, muy ruborizada. Liris se había limitado a mirarla con una media
sonrisa, como si supiera perfectamente lo que estaba pensando.
—Sí, parece que está ganada la batalla... —murmuró ella—. Pero por otra
parte...
Le explicó a Liris lo que pensaba. Justo bajo ellas, al pie de la colina, había
un hueco por el que el ejército de Deiria podía escapar. Nadie defendía aquel
flanco.
—¿Crees que es una buena idea? —le preguntó, una vez que le hubo
explicado su plan. Temía que fuera una tontería, o que luego la acusaran de haber
querido meterse en medio de la batalla como una niña caprichosa, para no ser
menos que su hermana. No quería que le dijeran que, por su estupidez, habían
215
muerto inútilmente guerreras a su cargo. Por otra parte, ella estaba al mando, y
debía tomar sus propias decisiones. Sobre todo cuando parecía que un instante
de duda podía echarlo todo a perder.
No dijo más, sino que empezó a cuchichear órdenes, que se fueron pasando
a lo largo de la línea de arqueras. Al fin, a un toque de cuerno, todas
desenvainaron sus pequeñas espadas y se lanzaron corriendo cuesta abajo.
Siguiendo a Liris, ella hizo lo mismo, sintiéndose un poco extraña.
x
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
El grueso del ejército deiriano se había rendido. Aquí y allá, las guerreras
estaban agrupadas, sentadas en cuclillas, con sus armas abandonadas a su
alrededor. Taia, acompañada de Gwyn, inspeccionaba la situación.
—Lo sé. —respondió ella, sonriente—. Te aseguro que no le tengo los más
mínimos celos. Podrás comprobarlo muy pronto, te lo aseguro...
Gwyn miró con detenimiento a Taia mientras decía esto. Aquello sonaba un
tanto misterioso... Pero seguía hablando, y no tuvo ocasión de preguntarle qué
había querido decir.
—... ahora sólo espero que esté bien. Debe estar hacia...
216
Entonces, en efecto, vieron a Olaia. Se encontraba rodeada de unas cuantas
guerreras, con una bastante alta aunque muy rubia a su lado, en una postura un
tanto protectora. En cuanto las vio sonrió con su típica timidez, sin moverse
apenas.
—¡Olaia! ¡Menos mal! —exclamó Taia nada más verla. De hecho, salió
corriendo en su dirección. En cuanto la alcanzó las dos se fundieron en un
tremendo abrazo.
—Sí, pero no mía. Me temo que es de Gwyn. Pero está bien. ¡Es fantástico!
x
Olaia, algo abrumada, no sabía adónde ir ni qué hacer. Se encontró a sí
misma siguiendo a Liris, hasta que esta se volvió y le sonrió. —Voy a mi tienda.
Realmente necesito ir, después de un día tan largo ¿Vienes?
3
La batalla de Quirinia se describe de forma detallada y objetiva al final del presente volumen,
en el apéndice A.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Olaia se acercó tras ella, contemplando los fuertes hombros bajo la delicada
tela de la túnica. Como impulsadas por una voluntad ajena, sus manos se posaron
sobre los tensos músculos.
—Mmm, ya está bien... —escuchó. Ella había cerrado los ojos, como para
sentir mejor los músculos que masajeaba. Por eso se sorprendió al ver que Liris
se había medio vuelto, y que le había pasado un brazo en torno a la cintura. Antes
de que se diera cuenta, la había sentado sobre su regazo—. Olaia... Si he
comprendido bien, no tienes ningún lugar en el que dormir, ¿no?
—Yo... —¿Cómo resistirse?, pensó—. Está bien. ¿Por qué no? —sonrió. En
respuesta, recibió una aún más ancha sonrisa, al tiempo que el brazo en torno a
su cintura la atraía más y más cerca...
219
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 13
«Las razones por las que tan frecuentemente los "mundos perdidos"
han caído en el medievalismo han sido profusamente tratadas en la
bibliografía, con resultados de interés variable. Entre las teorías más
aceptadas, está la de A. J. Herringhausen ("La caída de los Mundos
Perdidos", Ed. Universitas, Canopo, 1145). Este estudioso afirma que estos
mundos, al perder contacto con el resto de la Humanidad, se ven incapaces
de seguir el ritmo del progreso científico. Como consecuencia de ello, la
ciencia, nunca bien comprendida por los colonos (que suelen poseer
capacitaciones prácticas pero raramente teóricas), se estanca. Así, la ciencia
220
no progresa, sino que convierte a lo sumo en una serie de conocimientos
prácticos que acaban por decaer al estropearse las máquinas más allá de la
capacidad de los colonos para repararlas. Con todo, estas conclusiones han
sido discutidas por H. Havilland, quien en...»
Era impresionante lo mucho que había que hacer después de ganar una
batalla. Una habría creído que todo serían desfiles y felicitaciones, pero no, nada
de eso, se dijo Taia. Se había levantado antes del alba, dejando la cama en
exclusiva a una agotada Gwyn. La pobre había sufrido heridas más serias de lo
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
que quería reconocer. Pero parecía estar bien. Todo lo que necesitaba era
descanso. Y descanso que se le negaba a ella. La primera fuente de su inquietud
había sido las prisioneras. Caminó de regreso al campo de batalla, todavía a la luz
de las estrellas. Allí las habían agrupado a todas, custodiadas por las pocas
guerreras que no habían entrado en combate, casi todas arqueras. Deslizándose
entre las sombras, le fue dado un nervioso alto. En cuanto dio el santo y seña se
le acercó la que estaba al mando.
—Primero, debemos usarlas para enterrar a las caídas. —le comentó tras los
saludos de rigor, pensando que no podían aplazar mucho aquella melancólica
tarea. Estaban a mano, y resultarían útiles.
—Hay que separar a las que han combatido por obligación aparte de las
deirianas y las mercenarias. A las primeras las enviaremos de vuelta a sus países.
Así podrán restaurar sus reinos. Quiero que vayan con nuestros mejores deseos.
Si todo esto no refuerza la paz entre los países del valle, habrá sido peor que
inútil.
—No podemos mostrar debilidad. A las que hayan luchado por su propia
voluntad las encadenarás y enviarás a Athiria, al mercado de esclavos. Envía a las
guerreras más jóvenes, las que combatieron conmigo, como escolta. Añade a las
heridas que puedan viajar.
—Las guerreras de las barcas quieren saber qué tienen que hacer. La
guardia situada frente a Quirinia avisa también de algunos movimientos en la
ciudad.
—Oh. —Se dejó caer de vuelta sobre el camastro, como si hubiera perdido
su impulso. Sin embargo, trató de incorporarse de nuevo, y ella se lo impidió.
—Oh. —repitió. Se incorporó de nuevo sobre sus codos—. Eso está bien...
para mis hermanas. Yo... yo no voy a ninguna parte. No todavía. A menos que tú...
—no concluyó la frase.
—¡Hey, vamos, Gwyn! ¡Veo que estás muy recuperada! —rio ella en
respuesta, rechazándola un poco—. ¿Qué has querido decir?
En este caso, nada pudo hacer para impedírselo. Fuera como fuere, parecía
muy en forma.
—¿Te propones sitiar o asaltar Quirinia? —le preguntó Gwyn, al tiempo que
se vestía y armaba—. Y además, ¿quieres capturar a Erivalanna o dejarle el
campo libre para que huya?
—Entonces será mejor que veamos qué se está haciendo para lograrlo.
224
x
En cuanto se hubieron incorporado al ejército, ya en acción de nuevo, se
encontraron con buenas y malas noticias. En primer lugar, de Quirinia había salido
una delegación compuesta por tres hombres4, lo cual quería decir que pretendían
parlamentar, y probablemente, rendirse. Por otra parte, estos mismos hombres
informaron que la reina Erivalanna había abandonado la ciudad durante la noche,
con la mayor parte de sus tropas, y había partido hacia el norte, hacia Deiria.
Una vez hubo escuchado a la delegación, Taia se retiró. No había nada que
hacer. Los delegados de Quirinia invocaron las reglas de rendición, con lo que
sólo quedaba por negociar el rescate. Si la ciudad hubiera caído por la fuerza,
habría sido saqueada, siguiendo las reglas de guerra, desde luego. Al rendirse,
4
Las delegaciones de paz están casi siempre compuestas por hombres, puesto que nadie se
atrevería a atacarlos. Un ejército sin un solo hombre en él se considera un ejército dispuesto a no
rendirse jamás.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—No me cabe la menor duda. —añadió Taia—. La cuestión es: ¿de qué
fuerzas disponemos?
—Muy bien. Si seguimos contando con ellas, podemos ir hacia el norte sin
demasiado peligro. Con todo, no creo que podamos ponernos en marcha hoy
mismo. ¿Girlit?
x
Mientras el breve consejo se desarrollaba, Gwyn no podía evitar contemplar
a Taia. Tan joven y pequeña... y tan seria. Cada vez se comportaba más como
una reina, no como la asustada jovencita a la que ella había rescatado.
Probablemente ella misma no se daba cuenta de ello, pero iba ganando en
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Con todo, seguía habiendo mucho de la antigua Taia, lo bastante como para
que siguiera sintiendo el deseo constante de estrecharla entre sus brazos. Claro
que aquello no habría resultado muy propio en medio del consejo. Debía
reprimirse, sin duda. Aquello la hizo sonreír, mientras era consciente de haber
perdido el hilo de la discusión. Se concentró de nuevo, con dificultad. Y es que
todo sería tanto más sencillo si ella no fuera una princesa... No por primera vez,
deseó que aquella seria joven no fuera más que una simple guerrera. Alguien que
tuviera que cumplir con sus deberes, pero luego, una vez cumplidos, fuera libre de
hacer lo que quisiera, sin dar cuentas a nadie. Pero no había nada que hacer.
Debería adaptar su comportamiento a las circunstancias, tal y como resultaban
226
ser. Aunque no por eso se iba a rendir. Una guerrera de las Tierras Altas jamás se
rendía, se dijo a sí misma. Aquella idea la hizo sonreír de nuevo con cierta
socarronería, lo cual atrajo la atención de Taia. El consejo ya había terminado, y
las dos se alejaban del grupo.
x
La marcha hacia Deiria fue apresurada. Aquello hizo que buena parte del
ejército quedara atrás. Junto con las bajas, se supuso que habían quedado
reducidas a una tercera parte. Pero aquello no inquietaba a Gwyn. La mayor parte
de sus hermanas de las Tierras Altas seguía con ellas, de modo que aún eran un
ejército temible. Aunque un ejército mercenario tan grande no se podía mantener
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
durante mucho tiempo. Aquello habría arruinado a cualquier reino. Ahora seguían
marchando por la promesa de saqueo, pero pronto volverían a sus países,
cargadas de riquezas con las que asegurar el futuro de las suyas por largo tiempo.
Se iban a tener que apresurar, eso sí. A medida que avanzaban hacia el norte, el
inminente invierno se iba haciendo notar. La tierra se elevaba poco a poco y el
paisaje se veía salpicado por más y más colinas boscosas. Algunas de ellas ya
mostraban árboles con hojas pardas. El viento, además, se iba haciendo más y
más frío, anunciando lo que estaba por venir. A lo lejos, las montañas de la patria
relucían con nieve nueva en sus cumbres. Pronto esa nieve llegaría más bajo, y
los pasos de montaña quedarían bloqueados. Por lo tanto, las guerreras morenas
caminaban en vanguardia, apresuradas, deseosas de acabar con aquello y volver
a sus caseríos, con sus familias. Gwyn pensó en un fuego rugiendo en un hogar,
tanto más cálido por el contraste con el exterior nevado. Una hermosa mujer, su
mujer, se acurrucaba a su lado, dándole algo más que calor, envueltas las dos en
una misma manta. En su fantasía, la mujer era rubia, y le sonreía con ojos de un 227
verde brillante, tan verde como el paisaje que ahora atravesaba. Sacudió su
cabeza. Fueran como fueran las cosas, aquello no sería para ella. Debía
concentrarse mejor en lo que tenía delante. Si todo iba bien, aún tendría que hacer
algo importante en Deiria. Y el momento se acercaba.
—Sí. No puedo dejar que escape de nuevo. —le respondió, muy seria.
—Bien. Debes saber que el palacio tiene una salida directa al exterior. Junto
a ese bosquecillo de abedules que tal vez recuerdes. —señaló. —Debes asegurar
esa posición para que no salga por ahí.
Pareció que Taia le preguntaría algo más, pero al fin asintió. —Muy bien.
Pero cuídate, ¿eh?
asaltantes se introdujo en masa por ellas. Las guerreras de las Tierras Altas se
dispersaron, formando pequeños grupos de saqueo. Gwyn fue una de las primeras
en irrumpir en la ciudad, si bien lo hizo sola.
La puerta estaba cerrada, como no podía ser menos. Las ventanas, antes
relumbrando con finas hojas de vidrio, se mostraban ahora atrancadas con toscos
maderos. Se dirigió hacia la entrada, probando su resistencia. Golpeó la sólida
hoja de madera con el pomo de su espada. 229
—¡Abrid!
—¡Por favor! ¡No nos hemos resistido! ¡Son las leyes de saqueo! —gritó otra
mujer, más joven, abrazada a la que había hablado antes.
—Soy yo. ¿No me reconoces, Lidonie? —le preguntó, acercándose más para
poder ser vista. Consciente de su amenazadora presencia, alejó la espada de
ellas.
—Esta casa está bajo mi protección. —les dijo—. Id a saquear a otra parte. Y
no olvidéis las leyes de saqueo. No quiero nada de excesos, y menos aún fuego.
—Me cuesta creer que seas realmente tú... —le dijo Lidonie, una vez hubo
pasado el peligro—. ¿Estás al mando o algo así?
—Algo parecido. —sonrió ella—. En todo caso, no tenéis nada que temer.
Lidonie pareció quedar sin habla por algunos instantes. Su aspecto era
bueno. Se la veía aún algo desgarbada, rudamente bonita. Se le fue acercando
poco a poco, como si aún la temiera. Al fin tomó asiento a su lado.
—Lo siento si os supuso algún perjuicio. Pero tenía que cumplir con mi
deber.
231
Lidonie volvió a quedar en un pensativo silencio. Cuando ya parecía que no
volvería a decir nada, alzó la vista para mirarla de frente.
—¿Me utilizaste? Quiero decir... ¿me hiciste creer que... que te gustaba para
preparar tu huida y el rescate de la princesa?
—Entonces, me utilizaste.
—No, Lidonie. —le acarició la mejilla. Pese a su edad, seguía siendo una
niña en algunos aspectos. Recordó algo de lo que hubo de auténtico entre ellas
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
dos. Después de todo, era aquello lo que la había llevado hasta allí—. No lo has
entendido. Lo cierto es que, al principio, no dormí en tu cama ni por preparar mí
huida, ni siquiera porque me lo ordenaras o porque fuera a suponer una vida
menos mala para mí. Lo hice por gratitud, porque me salvaste de acabar en las
minas, y porque me trataste bien cuando no tenías por qué hacerlo. Era gratitud,
Lidonie. Amistad si quieres. Pero no amor.
Aquello la hizo sonreír con algo de tristeza. —No, Lidonie. El deber me llama
de nuevo. Tengo que marcharme. Cuídate.
x
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Recordaba sólo detalles sueltos, algún pasillo, alguna sala. Pero no habría
podido orientarse. Por fortuna, unas cuantas guerreras le habían salido al paso y
se habían ofrecido a conducirla junto a Taia. Según le contaron, la resistencia allí
también había sido débil, aunque más nutrida. Sin embargo, las deirianas habían
comprendido que no tenían ninguna posibilidad, y se habían acabado por rendir.
Las vio a lo largo de los pasillos, sentadas sobre el suelo, ya desarmadas. Taia,
por su parte, había irrumpido de inmediato en el palacio, tras la rendición. Por
fortuna, había aceptado llevar consigo una guardia, y estaba bien.
La escolta la condujo hasta la sala del trono, donde estaba Taia. Recordaba
bien aquella estancia; recuerdos rodeados de dolorosas sensaciones. La peor de
ellas, la derrota y la reciente pérdida de todas sus compañeras, más que el
posterior encuentro con la cruel reina. Aún sentía las cicatrices en la espalda, pero
aquel dolor había pasado. No así el interior.
Al fin se volvió. A la pálida luz de las lunas que se filtraba por los altos
ventanales, su expresión no era ni alegre ni triste. Más bien como de total vacío.
—Allí... —respondió ella tan solo, señalando con su pulgar sobre su hombro
hacia el trono. Y allí se veía tan solo un bulto oscuro que antes había pasado por
alto, al pie del estrado.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—¿La... la mataste?
—Ya veo... —le acarició la cabeza, apoyando su barbilla sobre ella—. ¿Qué
le habrías dicho? 234
—Ya no estoy segura. Tal vez que le perdonaba todo el daño que me había
causado. Que me había hecho ver la vida de otra forma, que sin ella jamás me
habría dado cuenta de algunas cosas... No sé... Es absurdo. Me hizo más daño
que nadie en mi vida, en todos los sentidos.
—Tampoco lo sé. —De alguna forma, la sintió sonreír sin verla. Percibió su
expresión con todo detalle—. La odiaba. La temía. La respetaba. No sé. Hizo
conmigo lo que quiso, con mi mente también. Ahora me siento extraña. No sabría
decir cómo. Jamás lo había sentido antes.
Taia alzó la vista entonces. —Sí. Es eso. Jamás me había sentido tan libre.
Su muerte hace que ya haya cumplido mi misión, y ahora me siento libre... y vacía.
No hay nada más que hacer...
—Por cierto... —dijo Gwyn, al poco—. Para acabar de hacer justicia, hay
alguien más a quien pedir cuentas. ¿No es así?
—¿Qué piensas hacer con ella? —Insistió Taia. Se refería, desde luego, a
Arijana, la novia que la vendió.
—Nada.
—¿Nada?
—Eso es. Me traicionó. Me hizo mucho daño. Pero no pienso pasar por esto 235
otra vez. —dijo, haciendo un gesto hacia el cuerpo tendido sobre el suelo—. No
podría hacer lo que hay que hacer. Además...
—¿Qué?
—¿Sabes qué?
—Dime...
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—Creo que el mejor castigo que podría recibir Ari es estar el resto de su vida
huyendo de quien no la persigue.
Con todo, tras dejarla dormida en una estancia del palacio, la abandonó de
momento. La pobre estaba física y emocionalmente exhausta. Salió, pues
necesitaba aclarar un poco sus pensamientos. Paseó por los vacíos corredores.
Algunos le recordaron combates y huidas, aunque no podía estar segura. Al igual
que Taia, se sentía algo vacía. La guerra había terminado, en efecto, junto con la
meteórica carrera de Erivalanna. Como consecuencia, sus caminos, los de Taia y
el suyo, se separaban irremisiblemente. Ella volvería a las tierras ancestrales de 236
su clan, y Taia a su patria, para convertirse en reina. Dos destinos bien distintos.
Ya era triste que, para una vez en su vida en que lograba imaginarse a sí misma
compartiéndolo todo con alguien, ese alguien estuviera tan fuera de su alcance.
Tras cruzarse con un par de guerreras de guardia, que le dieron el "sin novedad",
dirigió sus pasos hacia la habitación en la que dormía Taia. Sin duda estaba debía
estar profundamente dormida, pues su agotamiento no era sólo físico. Pero sería
mejor apurar cada instante a su lado. Ya iba a abrir la puerta, despacio, cuando
sintió que su interior se rebelaba contra la fatalidad. ¡Maldición! Princesa o reina,
no podía quitársela de la cabeza. Por osado, por absurdo que fuera, algo debía
hacer. Entró en la habitación con más empuje, aunque cuidando de no
despertarla. Una idea había tomado forma en su mente. No es que se diera
esperanzas a sí misma, pero al menos aquello la había hecho sonreír de nuevo.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Capítulo 14
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La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
—¿Qué es lo que te hace tan feliz? —le preguntó Taia, que caminaba a su
lado.
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Milagrosamente, el buen tiempo las acompañó durante casi todo el camino
de vuelta. En consecuencia, a su llegada a Athiria el sol brillaba esplendoroso. La
ciudad, en la lejanía, parecía una joya radiante, con múltiples facetas de mil
colores. Los dos ríos aportaban sus destellos, animando a las guerreras en los
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Al fin pasaron bajo las puertas de la ciudad, de las que pendían largas
banderolas con los emblemas de los reinos aliados. Gwyn pudo comprobar con
aprobación que no faltaban los de los clanes. Era un detalle de amistad, pues eso
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suponía considerar que habían combatido no sólo por la paga, sino que existía
alianza. Pasaron entre las puertas abiertas del todo, y se internaron en la ciudad.
Allí, el delirio de la multitud era indescriptible. Desde los pisos altos de las
casas les lanzaron pétalos de flores, mientras diversas bandas de música las
recibían. Eso hacía que, en su avance, fueran pasando de una melodía a otra, sin
acabar de escuchar ninguna. Gwyn comprobó que, tras ella, las guerreras de las
Tierras Altas se ponían serias. Desfilaban en un orden que no había visto en
ningún momento durante el regreso. Se veía que querían ofrecer la mejor
impresión, sin dejarse llevar por el entusiasmo que sin duda sentían. Preferían
parecer serias y marciales, algo que hizo sonreír a Gwyn. Las guerreras rubias, en
cambio, no tenían problema alguno en devolver saludos y besos a la multitud,
demostrando su alegría de forma mucho más espontánea, aunque fuera menos
guerrera. A su lado, Taia parecía a punto de despedazarse emocionalmente. Por
un lado, ella era la comandante, y caminaba al frente vestida con su brillante
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Al fin alcanzaron las puertas del palacio. Allí, el desfile se detuvo ante un
estrado. Para su sorpresa, Gwyn comprobó que sobre él no estaba la reina. Tal
vez esperara dentro. En todo caso, fue Taia la que se subió. Desde allí se dirigió
con notable aplomo a la multitud. En primer lugar, realizó promesas de alianza y
agradecimiento a los reinos aliados. Tras esto, se dirigió a las guerreras de los
clanes. Señalando unos cofres, les hizo entrega de todo lo prometido y más. Les
aseguró también su amistad, y la de sus sucesoras, más allá de pagos o
promesas. Al fin se dirigió a sus conciudadanas, prometiéndoles que
personalmente haría "lo mejor para ellas, fuera lo que fuera". Los vítores
acompañaron su discurso hasta el final. Al acabar, las filas se disolvieron, y la
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multitud y las guerreras se fundieron en una sola masa que se dispersó por la
ciudad. Tras un rato, sólo las comandantes y las guerreras de la guardia entraron
en el palacio para una recepción con la reina, junto a aquellas que iban a ser
condecoradas por actos de valor.
x
La sala del trono estaba atestada. Gwyn no pudo por menos que admirar la
diferencia respecto a su anterior visita. Entonces había parecido una sala
magnífica, pero desolada. Ahora, todo era distinto. La luz entraba a raudales por
las altas ventanas, haciendo relumbrar los mosaicos y los dorados. La nave
central se hallaba relativamente despejada, lo que permitía admirar el espléndido
mármol del piso. Pero una auténtica multitud se agolpaba a ambos lados, bajo las
arcadas de las dos naves laterales y más allá. Además, cosa que en su anterior
visita no vio, observó que existía una galería superior, a ambos lados. Las dos se
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
hallaban llenas de gente también, todas con sus mejores galas, rivalizando en
color y lujo con la sala. Al entrar allí las escogidas guerreras, la multitud
prorrumpió en vítores. La luz, el color y el sonido se hacían casi mareantes, de
puro intensos. Gwyn sonrió. No podía pedir un escenario mejor para sus planes.
Poco a poco, la chambelán fue dando paso a una guerrera tras otra. Iba
consultando sus nombres en un pergamino, y tras unas breves instrucciones las 242
enviaba hacia el frente. Desfilaban solas, en medio de la multitud, que una vez
pasado el entusiasmo inicial mantenía un respetuoso silencio. Gwyn no pudo
evitar sonreír al ver la cara de terror de algunas jóvenes guerreras. Se habían
enfrentado a la muerte sin un instante de duda, y ahora dudaban, miraban a un
lado y otro y hasta empalidecían solo por tener que cruzar la sala del trono en
medio de multitud para ser homenajeadas. Pero lo conseguían, con más o menos
vacilaciones, y llegaban ante el estrado. Allí, a un lado, Olaia leía de unos
pergaminos sus méritos o actos heroicos, tras lo cual la reina pronunciaba unas
pocas palabras de agradecimiento. Entonces entregaba un medallón a Taia, que
se lo prendía a la guerrera al hombro. Los medallones eran auténticas obras de
arte. Gwyn había visto algunos, arrumbados como recuerdos viejos en caserones
de montaña. Los había de madera, finamente labrada, y también de marfil,
hermosísimos, para actos de la mayor importancia y heroísmo. Al principio, se
concedieron los menos importantes, y poco a poco Gwyn fue quedando sola al
otro extremo de la sala. Al fin, la penúltima guerrera, una veterana de las Tierras
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Ella alzó la vista entonces, todavía arrodillada. No pudo evitar una sonrisa
inquieta. Jamás podría haber esperado una entrada mejor para lo que planeaba
decir, así que...
—Sólo una cosa, majestad. Vuestra hija. —Y para hacer más evidentes sus
palabras (y evitar confusiones), dirigió su mirada y gesto hacia Taia. Esta estaba
como paralizada de asombro, con sus ojos y boca casi cómicamente abiertos. De
inmediato, los murmullos se elevaron a sus espaldas, comentando sin duda su
osadía. Alzó en consecuencia la voz para proseguir—: No os la pido para privaros
de ella, sino para convertirla en mi esposa, si ella consiente.
Esta vez los murmullos se convirtieron casi en griterío. ¿Cómo osaba ella,
una montañesa, reclamar a la princesa de Athiria?, se oía casi clamar. La reina
hubo de hacer un ademán y dirigir una mirada autoritaria hacia el auditorio para
poder responder.
—Yo también iba a hacer un anuncio hoy. Y por lo visto, tendré que hacer
dos. El primero, el que había planeado: renuncio a ser vuestra reina.
errores para hacer efectiva, ahora sí, mi renuncia. Además, esta campaña me ha
convencido de algo: no os dejo en malas manos. He descubierto a alguien que
tiene la prudencia, el criterio y, cuando se necesita, el valor necesario para ser
reina. Me refiero a mi hermana, Olaia.
—En la reciente batalla, demostró que sabe obedecer órdenes, aun cuando
no le gusten. Algo imprescindible para quien tiene que hacerse obedecer. Y aún
más, demostró que sabe tomar decisiones propias, sin confundir el valor con la
inconsciencia. Hoy ha leído los méritos de otras. Pero no deben pasarse por alto
los suyos propios.
Por fortuna para su hermana, Taia se reservó una información que habría 245
ayudado a su argumento. Durante el camino de regreso, Olaia le había contado
que, a la vuelta aunque pasado un tiempo, se proponía hacer oficial su noviazgo
con Liris. Las dos, desde la batalla, se habían hecho inseparables, y habían
compartido tienda y casi todo su tiempo. Lo mejor de todo era que Liris era
princesa de Caliria, un reino hasta entonces rival de Athiria. Había acudido en su
ayuda, pero sólo porque Deiria era una amenaza común. Aquel compromiso,
cuando se anunciase, sería recibido con alborozo, pues supondría consolidar
aquella alianza oportunista, convirtiéndola con toda probabilidad en alianza y paz
permanente. Caliria controlaba las rutas del oeste, por lo que su amistad era muy
importante para Athiria. Gwyn, que conocía todos estos detalles, noviazgo
incluido, no pudo dejar de admirar la maestría de Taia al callarlos. Cuando fuera la
propia Olaia quien los anunciara, todo el mundo la adoraría.
—Pero esto era sólo lo primero que iba anunciar. —interrumpió de nuevo los
rumores—. Lo siguiente es que, por mi parte, quiero aceptar la oferta de Gwyn de
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Glewfyng. Porque para mí es una oferta, y no una petición. Sí, Gwyn, quiero ser tu
esposa y seguirte allí adonde vayas.
FIN
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APÉNDICE...
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El primer asalto al centro athiriano fue rechazado sin excesivas dificultades, algo
con lo que ya contaba el mando deiriano.
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Esta tercera fase, ya avanzada la tarde, fue la decisiva en el
curso de la batalla. El ala izquierda deiriana, abrumada por las arqueras
situadas sobre la colina Este, quedó bloqueada y sin lograr romper ni rodear el
ala. Con todo, el ataque decisivo, como ya ha quedado dicho, debía dirigirse en
este momento contra el centro athiriano. Al fin, el ala derecha deiriana cruzó el
camino a Daäna, uniéndose a la segunda oleada de asalto al centro. Pese a la
abrumadora superioridad enemiga, el centro de las Tierras Altas resistió este
segundo asalto, si bien con el auxilio de la reserva izquierda. Al final de este
fracaso se divisó, por el camino de Ferilia, la llegada del esperado ejército de
Tirelia. Se puede considerar, pues, el final de esta serie de movimientos como el
punto culminante de la batalla, aunque aún quedaba por disputarse los
mayores combates.
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El final de la batalla fue decidido por este combate. Entonces, la parte principal
del ejército de Tirelia se situó tras la línea de ataque deiriana. Esto, junto al
oportuno avance de la línea de la colina Oeste, sirvió para rodear al centro
deiriano.
La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy)
Este, ya rechazado tres veces, al ver llegar el ejército de refuerzo por el río,
abandonó las armas o se desbandó. El ejército de refuerzo no llegó a entrar en
combate, ni siquiera a desembarcar, aunque su llegada acabó de descorazonar a
los últimos restos enemigos. En cuanto al que debía haber sido el cuarto grupo
deiriano de asalto del centro, al entrar en contacto con las tirelianas dio media
vuelta, viendo perdida la batalla. Se retiró hacia su campamento junto a la reserva
y la colina Norte con la guardia y su reina. Pronto esta, junto con los restos de su
ejército (apenas unas 2.000 mujeres), abandonó el campo de batalla para
buscar el refugio de la ciudad de Quirinia tras el río. Para el anochecer, todo el
campo estaba completamente dominado por las vencedoras athirianas y sus
aliadas.
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Hay que considerar que, en Alanna, las mujeres tienen hijas habitualmente tras
contraer uno de estos matrimonios homosexuales, mediante el expediente
de visitar las estancias o locales que albergan hombres para este propósito.
Las hijas son criadas en común por ambas integrantes del matrimonio, con lo
que se consideran "hermanas", pese a que habitualmente no lo sean
en absoluto en caso de ser hijas de madres distintas y no tener un padre en
común. Los escasos hijos varones, tras una breve crianza, son entregados a
instituciones masculinas adecuadas, donde son cuidados aparte.
Con todo, hay que decir que los hombres llevan registros genealógicos
"convencionales" en sus estancias de palacios y castillos, en los que se
recoge la paternidad y maternidad de todo el mundo, hombres y mujeres. El
único objeto de estos registros es evitar paternidades incestuosas por falta de
una conveniente información genética. Carecen de cualquier relevancia en
términos genealógicos, sucesorios o de simple derecho civil.
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Por otra parte, se puede observar en el cuadro que las esposas de las reinas
suelen ser princesas de las casas reales de otras ciudades, lo que se indica
dando su casa de procedencia. Esto tiene un propósito fundamentalmente
político. Las casas reales de los reinos de la Llanura establecen de esta forma
buenas relaciones entre sí, de manera similar a como ocurría en las
Edades Media y Moderna de la antigua Tierra.
También puede ocurrir que una reina no tenga hijas de ninguna clase,
incluso puede no haber contraído matrimonio, como es el caso de la reina Dánais
la guerrera. Entonces la sucede alguna de sus parientes, no
necesariamente por línea "genética". En este caso, a la reina Dánais la
sucedió su "prima" Melnis la grande, con la que no tenía la menor relación de
parentesco genético. Caso aparte es el de la reina Distis la perversa, que nunca
contrajo matrimonio. Eso desde luego no le impidió tener una hija propia, Mahaia
la bastarda, que la sucedió en el trono.
Aún más peculiar es el caso de la princesa Taia, que siendo la única hija propia
de la reina Teraia, renunció a la sucesión en beneficio de su hermana "del
matrimonio", la que fue entonces reina Olaia II. De hecho, tras su renuncia la
princesa Taia sí contrajo matrimonio, con la guerrera Gwyn de las Tierras Altas.
Juntas tuvieron sendas hijas, como se observa en el cuadro. Sin embargo, la
sucesión continuó en la línea de la reina Olaia II. Esta, curiosamente,
puso a su única hija el nombre de la esposa de su hermana, uno nada habitual en 257
los reinos de la Llanura.
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Como puede observarse, la sex ratio de 8,3 mujeres por varón no está
uniformemente distribuida. En las Tierras Altas, las duras condiciones de vida
producen una mayor mortalidad infantil masculina. En las Llanuras, en cambio,
y en particular en las ciudades, esta es mucho menor, y produce una sex ratio
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más ajustada y, en parte como consecuencia, un total de población
mucho mayor que el del resto de zonas menos avanzadas.
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Nota a: Las ciudades inscritas con margen forman parte del reino cuya
capital es la ciudad situada al principio.