Calvino en su Por qué leer a los clásicos. La afirmación, un eslabón del sistema con el que el escritor italiano precisa con encanto el peso de “lo clásico”, podría ser útil también a la hora de escuchar la música de Gustavo “Cuchi” Leguizamón. Hay muchas y buenas razones para escuchar, es decir rescuchar, al compositor salteño como a un clásico. Leguizamón es el creador de una obra que a través del tiempo nunca nos termina de decir lo que tiene para decir, para usar otro de los preceptos calvinianos acerca de lo clásico. Y la generosidad de su materia hace que sea uno de esos compositores, siempre a la espera de un intérprete. Pero más allá de los oropeles de la reflexión literaria aplicada a la música, la idea de Leguizamón como clásico se consolida en circunstancias concretas. Una de ellas tiene que ver con cierta predisposición de sus intérpretes a entender el abordaje de su música como la posibilidad de un ensayo, un territorio de experimentación, en el que sin embargo la libertad está regulada justamente por los antecedentes que hacen de Leguizamón un clásico: entre otras cosas la idea de tiempo que él mismo explicó desde sus grabaciones, escasas pero en este sentido suficientes. Por otro lado, la música de Leguizamón, y no sólo por esquivar la folklórica obediencia de la conservación, tiene el aura de una marginalidad artística y geográfica que al final resulta esencial para las necesidades del centro. Un aura en la que lo antiguo y lo nuevo discuten animadamente sobre lo perdurable.
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Dos discos dedicados a la Obra de
Gustavo “Cuchi” Leguizamón reflejan su condición de clásico. Se trata de El Cuchi bien temperado, de Pablo Márquez, y Cuchichiando, de Quique Sinesi. Editado el año pasado en Europa por el sello ECM y recientemente en Argentina por Universal, El Cuchi bien temperado articula 17 arreglos para guitarra sola con los que Márquez recorre las 24 tonalidades de la escala cromática. De ahí el nombre del trabajo, referencia directa al Bach del Clave bien temperado, pero sobre todo un juego en el que la técnica formidable del guitarrista salteño radicado en Europa absorbe la música de Leguizamón. Cuchichiando Vol. II es la continuación conceptual de la primera parte, que Sinesi editó en 2009 también para el sello Suramusic: la guitarra de siete cuerdas dialogando con otros instrumentos y con la voz, abriendo la música de Leguizamón hacia otros horizontes. Dos músicos de naturaleza distinta, dos miradas en muchos sentidos diferentes a partir del mismo compositor.
Desde las prácticas de la música
académica, el concepto de Márquez busca la música del Cuchi, va hacia ella y la concentra en la guitarra. El de Sinesi, más cerca de los preceptos del jazz, parte de la música del Cuchi y la expande en diálogos con otros instrumentos.
El espíritu del trabajo de Sinesi se
abrevia en cuatro momentos que articulan el disco: epigramas improvisados en los que sobre la voz de Leguizamón recitando alguna de las Coplas para el caballo que muere, con Sinesi en guitarra de 10 cuerdas, el “Mono” Fontana que pone sonidos sintetizados con sutileza e incomparable sensibilidad tímbrica.
Entre lo más logrado de Sinesi podría
estar Cartas de amor que se queman, con Astrid Motura en violoncello y la voz de Guadalupe Gómez, como un hilo que a punto de cortarse logra poner el acento justo. O Corazonando, en trío con Alejandro Manzoni en piano y Leandro Savelón en percusión.
Hikaru Iwakawa, en vientos andinos en
Maíz de Viracocha y Balderrama; Carlos Aguirre en piano en Coplas del regreso; Silvia Iriondo, que canta en Elogio del viento, con Manu Sija en violín; Matias Gónzalez en bajo, Mario Gusso, Horacio Cacoliris, Marina Santillán, son otros de los que participan
El trabajo de Márquez es notable en los
arreglos y descomunal en la interpretación. El orden del repertorio elegido traza un equilibrado arco expresivo, que parte de Coplas de Tata Dios y finaliza en Canción del que no hace nada. Entre las dos vidalas, el concepto de obra integral se articula entre la elegancia de Zamba de Lozano o Zamba del pañuelo, por nombrar sólo dos, y el magnífico extravío tonal de Chacarera del holgado, por ejemplo.
El Cuchi bien temperado y Cuchichiando
son dos logrados retratos de Leguizamón, que en sus diferencias consolida el vigor de una obra, por eso, imprescindible.