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Letras engeñosas.
Esú -uno de los nombres de Exú, el dios, el orisha (orixá) mensajero-
se escribe en la portada del CD sobre el nombre de Jesus, algo
temerario en un país dónde el fanatismo cristiano asesina
regularmente a creyentes de religiones afrobrasileñas. Pero antes
que rechazado, Jesús es incluido en la obra, al lado de Exú y de
Baco, como deidades intermediarias entre el mundo humano y el
divino. “siento que el mundo tiene miedo de mí, miedo de mí, mitad
hombre, mitad dios y los dos sienten miedo de mí”, reza en la canción
título. El rapper baiano, de tan sólo 21 años, hace un disco sobre sí
y sobre cada quién, sobre nuestras amplias potencias y la violencia
y la fragilidad con la que las sentimos. Por detrás de la confusión
mental -todo favelado es un universo en crisis, decía el genio del rap
Mano Brown- el disco va sin embargo buscando una afectividad
reconciliadora del sí mismo individual y colectivo, no en vano nos
llama a sus oyentes “facção carinhosa”.
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Es quizás el grupo más inspirador de esta maravillosa década del 10.
Metá Metá significa tres en uno en yoruba. Formado por la cantante
Juçara Marçal, el saxofonista Thiago França y el guitarrista Kiko
Dinucci. Los tres integrantes tienen en común la pasión por el estudio
de la música popular del país, la adopción de la espiritualidad africana
y la auto-imposición de iconoclastia. Sus dos primeros CDs, lanzados
en el 2011 y en el 2012 traían una riqueza rítmica y melódica
inigualable, potencializada por la fantástica calidad de los tres
músicos y sus acompañantes. MM3 resultó ser mucho más pesado
que el disco de 2012, quizás, como fue sugerido por un periodista
español y asumido por ellos mismos, en respuesta a los tiempos que
tocan vivir en Brasil, de un Golpe de Estado que se acentúa
permanentemente. A mí, que me encanta casi toda la música
pesada, me llama la atención que no logre conectarme con este
disco. En todo caso, es obvio que MM3 es un cedezazo, ¡que ustedes
puedan disfrutar lo que aún no logro!
“Quizá haya sido siempre así. Pero parece que estamos viviendo en
un período en dónde puedes sentirte bastante próximo de un final
infeliz”, así nos introduce al disco el cantante, guitarrista y compositor
Dinho. Si bien las canciones de Boogarins han sido casi siempre
irregulares, desdoblándose y redoblándose sobre sí mismas,
mantenían cierta suavidad y alegría, acentuada por el buen humor
juvenil de muchas de sus letras, presentaciones y sesiones
fotográficas. Lá vem a morte no impresiona por el más pronunciado
experimentalismo, que en realidad prolonga una tendencia
claramente perceptible en la trayectoria de la banda, sino por la
morbidad, acentuada por sintetizadores que con frecuencia pone en
segundo plano las guitarras maravillosas de Dinho y Benke. De todas
formas, el disco tiene momentos excelentes y grandes canciones,
como Foi Mal o Corredor Polonês, que en vivo vienen sonando aún
mejor.