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AUMENTA el número de casos de acoso escolar en las redes sociales.

Y
aumenta el número de casos de acoso sexual a menores en internet. Unos
y otros aumentan lo suficiente como para que los funcionarios encargados
de velar por la seguridad de los menores –en la calle o en internet, que
hoy es su ubicuo ámbito de relación– estén preocupados; y, en
consecuencia, estén explorando unos protocolos de actuación para
contener la marea de actividades delictivas en internet, de efectos
agravados por la inmediatez y la propagación viral que aporta esta
herramienta de comunicación.

Siempre hubo, lamentablemente, casos de acoso escolar, en los que el


acosador, valiéndose de su mayor edad, de su superior fortaleza física o al
amparo del grupo, maltrataba al más débil y le causaba daños físicos y/o
morales, por lo general en el espacio común de la escuela. Siempre hubo
también, por desgracia, acosos sexuales en los que los menores tenían el
papel de víctimas. Pero ahora es distinto: la masiva difusión de la
electrónica de consumo, al alcance de niños y adolescentes, ha potenciado
estos fenómenos hasta extremos hace poco insospechados. Un caso de
acoso escolar, que antaño nacía y moría entre los muros de la escuela,
puede saltar hoy fácilmente a las redes sociales, y convertir la vejación
sufrida por el menor en un vídeo al alcance de incontables personas, con
lo que se multiplica. Una víctima potencial de abusos sexuales puede
verse, red mediante, mucho más expuesta e indefensa de lo que hubiera
estado antes del boom cibernético.

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