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EL ARTE DE LA COMPOSICIÓN MUSICAL

PAUL HINDEMITH

Parte teórica
CAPÍTULO UNO

Introducción

“Quizas algunos se preguntarán en mi empresa para escribir sobre música, cuando hay a la mano
las opiniones de muchos hombres excelentes quienes han escrito sabia y suficientemente sobre
esto, y particularmente hacerlo en la época en que la Música se ha convertido en casi una materia
arbitraria. Y los compositores no estarán mas ya limitados por leyes y reglas, pero evitan los nombres
de Escuela y Ley como lo harian con la Muerte misma.”

Así escribió Johann Joseph Fux en el prefacio de su Gradus ad Parnassum (1725), el libro de
contrapunto de acuerdo a cuyos principios básicos el estudiante hasta estos días aun aprende su
arte. Ahora para nosotros las primeras décadas del siglo XVIII representan el florecimiento mas
completo de la técnica de composición. Cuando el libro de Fux fue publicado, J. S. Bach tenia
cuarenta años, y en la cumbre de su habilidad y poder creativo; y los maestros menores quienes
llenaban toda Europa exibiendo incluso obras en las cuales no significaron un cielo tormentoso una
técnica maestra. Pero Fux, el estricto contrapuntista, cuyo campo es la música vocal, no puede
conciliarse con el cambio de centro de las obras de los compositores en el dominio instrumental,
con todo lo que este cambio implica para el estilo de la escritura. El paso desde el noble pero
estrechamente limitado arte de la escritura para voces en el cual los instrumentos siempre deben
tener un rol secundario, hacia una mas libre y mas viva progresión de notas como naturalmente
ocurre a los dotados instrumentistas, le parece a el no como el comienzo de un camino a una nueva
tierra sino como un declive el cual debe ser detenido. Tanto en la palabra como en la acción, él se
opuso a lo que el consideró como la barbarización de la música pueden ser vistas ambos en sus
composiciones y – con explícita referencia al maestro del mas puro y mas perfecto estilo de
escritura, Palestrina- en el Gradus.

Quizás el arte de la composición podría haber caído en declive si un genio como Bach no hubiera
luchado a través de su mas grande y mas completa maestria de su material, y si el Gradus de Fux no
hubiera puesto freno al capricho y a la exageración y establecer un estándar de excelencia en la
escritura. Para esto fue el primer real libro de texto de composición en un tiempo en el cual se había
conocido por un lado solamente el paso de maestro a alumno de estratagemas y trucos específicos
del oficio o por otro lado profundos trabajos teóricos que fueron de poca ayuda en el aprendizaje
de la práctica del arte de la composición.

Un músico que se siente llamado en estos tiempos a contribuir a la preservación y transmisión del
arte de la composición está, como Fux, a la defensiva. El está, en efecto, incluso mas que Fux, porque
ningún otro campo de actividad artística tiene un periodo de sobredesarrollo de materiales y de su
aplicación siendo seguido de tal confusión que reina a este. Nosotros nos vemos constantemente
enfrentados con esta confusión por una manera de escritura que pone notas juntas de acuerdo con
ningún sistema excepto el dictado por puro capricho, o ese en el cual fáciles y engañosos dedos
dibuja el escritor como ellos se deslizan sobre las teclas. Ahora algo que no puede ser entendido por
el análisis de un músico, haciendo concebible cada concesión para características individuales,
posiblemente no puede ser más convincente para el oyente ingenuo. En el Die Meistersinger uno
lee, es verdad, que el compositor debe hacer sus propias reglas y seguirlas. Pero este privilegio se
concede a un maestro-uno, además, que sabe o al menos siente, que las bases de su trabajo
provienen de la naturaleza.

No sorprende que las cosas se hayan desarrollado como lo han hecho. El descubrimiento, en el
último siglo, de los extremos límites de poder y sutileza en el efecto de la música tonal extendió las
fronteras del dominio tonal a disposición del compositor en las hasta ahora inimaginables distancias.
Nuevas combinaciones de notas llegan a ser reconocidas y nuevas maneras de doblar una línea
melódica fueron descubiertas. Esto parecía como si el sol se hubiera levantado sobre uno nuevo,
brillante, tierra iridiscente en la cual nuestros músicos-descubridores se lanzaron de cabeza.
Cegados por la inmensa tienda de materiales nunca antes usados, ensordecidos por la fantástica
novedad del sonido, todos lo tomaron sin reflexionar en si él sentía que él lo podía utilizar. En este
punto la instrucción falló. O cayó en el mismo frenesí como práctica, y se dedicó a la endeble
especulación en lugar de adaptar sus sistemas de enseñanza al nuevo material, o cayó en inactividad
y lo que nunca había sido un impulso fuerte hacia la novedad se convirtió en un estéril apego al
pasado. La confianza en los métodos heredados desapareció; ellos parecían ahora adecuados
apenas para guiar los primeros pasos de un principiante. Quien deseaba hacer algún progreso se
entregaba sin reservas a lo Nuevo, ni ayudaba ni obstruía la instrucción teórica, la cual se había
convertido simplemente en inadecuada para la ocasión.

Una considerable porción de la responsabilidad por el fallo de la instrucción pertenece a los


instructores mismos. No es extraño que desde Bach difícilmente algunos de los grandes
compositores hayan tenido profesores excepcionales? Uno esperaría que todos los músicos
tuvieran el deseo de transmitir a los demás lo que él había trabajado para adquirir lo que
ha sido él. Aun en el último siglo la enseñanza de la composición fue considerada como
pesada, como un obstáculo en el camino de la actividad creativa. Solo raramente un
compositor integró esto como parte de si mismo. El sentimiento de responsabilidad por las
futuras generaciones de músicos parecía haberse convertido en algo del pasado. No
hasta las últimas pocas décadas nosotros encontramos otra vez compositores que sienten
el deber de educar pupilos. Estos hombres actúan en el espíritu de los antiguos artesanos
quienes llevaron en su mano sus habilidades intactas. En tiempo en que el alarde de un
envidiable florecimiento del arte de la composición, grandes maestros pueden darse el
lujo de dedicarse exclusivamente a sus propias creaciones, sin prestar atención a
aquellos que vienen después de ellos.

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