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Tantos años luchando contra hombres con ideas, lo primero contra mí mismo (Porque a uno se
las meten como a cualquiera, y ¡lo que cuesta luego escindirse, dividirse uno en por lo menos dos, y
descubrir la vanidad de las ideas que se había hecho, y pelear con uno mismo hasta arrancárselas!) y
asimismo contra los otros, contra la gran Mayoría de los otros, que tienen sus ideas, sus convicciones
personales y sus normas de conducta, en fin, que se lo saben, y que en consecuencia han perdido la
virtud de oír lo que se les dice (porque, para oírlo, tienen que ajustarlo a sus ideas propias, que son las de
la Cultura del Señor y sus Medios de Formación de Masas de Individuos, y sólo así se enteran, o sea que
oyen lo que ya sabían, o sea que no oyen) y perdido con ello la de sentir, con la punta de su lengua o las
de sus dedos, a qué sabe de veras esto, que sabe justamente a lo que ellos no sabían; y, después de tanta
guerra y ajetreo de razón y corazón, parece que para nada, se me promete, para remate, desaparecer de
aquí y dejar de una vez de darle guerra al mundo, y descansar.
No sé yo quién diablos va a ser el que descanse, y por tanto no le veo la punta a la solución. Pero,
sin embargo, algo hay en el solo pensamiento de dejaros, hombres de ideas y (ay) mujeres de las
mismas, de perderos de vista a los que sabéis y dejar de veros, como dicen los vecinos, la nariz en medio
de la cara y de oír vuestras monsergas interminablemente repetidas y renovadas, algo hay en eso que me
regocija un poco de presente y me enciende una llamita azul aquí por el diafragma.
Y todavía, para mejor imperio de la idiotez mayoritaria, tenéis encima que dividiros en
optimistas y pesimistas, o por lo menos, a ratos, ser lo uno o ser lo otro. ¡Quién os mandará, hombres de
Dios! Lo más mandado, desde luego, es que seáis optimistas y que creáis, por ejemplo, que vais a sacar
la plaza y aseguraros el porvenir, o que, si lleváis al pollo al juzgado, vais a trincar la felicidad. 0,
vamos, si eso os suena exagerao, la realización personal al menos, o que creáis que España va bien
(¿quién será esa?) y que la Economía crece (¿y esa otra?) o que para el 2035 vais a andar (vamos, el
Hombre) circulando en astrobuses por el Espacio en un tráfico fluido y sin atascos. Y es natural que
seáis primariamente optimistas, porque, siendo el Futuro el gran truco de Estado y Capital para la
administración de muerte, ¿cómo os iban a hacer tragar Futuro, si no os lo pintaran algo sonrosadito?
Pero si, por la ley del tira-y-afloja, os da por volveros pesimistas y venís a la convicción de que
el mundo va a la catástrofe y el apocalipsis y hasta veis por los agujeros de la capa de ozono la Bestia
Negra de castigo de los impíos monos disipadores de spray en tarros para el pelo o en desletreos por las
tapias desoladas, o si creéis que no hay nada que hacer con vuestra vida, que no tiene ya remedio y que
no os queda más que la amenaza cierta del abandono y la miseria y un futuro cada vez más negro de líos
y desilusiones, o que el envejecimiento progresivo de la población del Primer Mundo nos lleva
irremisiblemente a un trance de aniquilación y basurero, bueno, pues no creáis que por eso tampoco
habéis cambiado: no es más que la otra cara de la misma vil moneda del Poder costituído: seguís
teniendo vuestra idea, creyendo al fin en lo mismo, sabiendo lo que os mandan que sepáis.
Seguís creyendo en el Futuro, hombres de Dios: seguís sabiendo el Tiempo, que es lo que el
Señor quiere que sepáis (mintiendo siempre), no vayáis a sentir o entender algo de lo que de veras pasa.
Y lo mismo da que lo veáis negro o que lo veáis rosa: creer en el Tiempo (falso) es todo lo que al Poder
le hace falta para seguiros administrando.
Y no penséis, hombres de ideas, feligreses de cualquier Credo, que, porque yo desaparezca y deje
de deciros estas cosas, vais a libraros del Futuro. ¡Ja! Ahí os dejo con el Administrador.
adioses al rnundo. 15
Cierto que esto de tener que andar naciendo de uno en uno, viviendo aquí o allá, muriendo a su
hora cada uno, es un método de por sí poco satisfactorio: un cuento mal hecho, todo lo realista y hasta
psicológico que quiera, pero que en verdad no le convence a nadie, y menos a los propios personajes,
que por lo bajo no dejan de rezongar contra ese narrador sabelotodo que se mete a dar razón de sus
gestos, pasos, hasta intenciones y pensamientos; ni, entre ellos, por ejemplo, me convence a mí, que ni
puedo entender ese ajetreo ni tomarme con buena cara, como algo natural, mi condena a muerte. Ahora
bien, esa condición, torpe y falsa, de la realidad y de las vidas de ningún modo puede servir de pretesto
para que el Señor encima nos meta, a aguantar el cuento y esperar el fin, en cualquier agujero o cubículo
que a Sus planes económicos convenga. No, Señor. Y la verdad es que yo he tenido la suerte privilegiada
de vivir casi siempre en una casa de verdad de las de antaño, o al menos en un cuarto de un caserón de
los que levantaban albañiles a los señores de otro tiempo; pero no por eso he dejado de ver y de sufrir a
cada paso, hasta hundírseme los ojos en las entrañas, lo que se vende como viviendas de las Mayorías
bajo el Régimen del Bienestar.