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la ironía lingüística
Graciela Reyes
UNIVERSITY OF ILLINOIS AT CHICAGO
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Actas XIV Congreso AIH (Vol. I). G REYES. Pragmática y metapragmática: la ironía lingüística
-11- Centro Virtual Cervantes
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2 Entre los trabajos de intención divulgativa, véase especialmente Elkhonon Goldberg, The
Executive Brain. Frontal Lobes and the Civilized Mind, Oxford, Oxford University Press, 2001.
3 Véase, por ejemplo, Jedediah Purdy, For Common Things: Irony, Trust and Commitment
inAmerica Today, New York: Knopf, 1999.
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4 Véanse Dan Sperbery Deirdre Wilson, Relevance. Communication and Cognition, Oxford:
Blackwell, 2ª ed., 1995; y también «lrony and relevance: A Reply to Seto, Hamamoto snf
Y amanashi», en Robyn Carston y Seij i U chida, Relevance Theory. Applications and Implications,
Amsterdam: John Benjamins, 1998.
5 Véase Herbert Clark y Richard Gerrig, «Ün the pretense theory of irony», Journal of
Experimental Psychology, General, 113 (1), 1984, pp. 121-126.
6 Salvatore Attardo, «lrony as relevant inappropriateness»,Journal ofPragmatics, 32, 2000,
pp. 793-826.
7 Akira Utsumi, «Verbal irony as implicit display of ironic environment: Distinguishing
ironic utterances from nonirony», Journal of Pragmatics, 2000, pp. 1777-1806.
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conciencia que tiene el hablante del uso del lenguaje. La actividad metapragmática del
hablante puede ser explícita, como en las citas en discurso directo o indirecto, o
implícita, como en la ironía. En todo caso, el análisis metapragmático parte de la idea
de que hablemos de lo que hablemos, casi siempre hablamos también del lenguaje,
porque comentamos de alguna manera nuestras constantes elecciones lingüísticas y las
de los demás, o comentamos las aptitudes e ineptitudes del lenguaje8
La reflexividad es una característica fundamental del lenguaje humano. Se entiende
por reflexividad «la capacidad y sin duda la tendencia de la interacción verbal para
presuponer, estructurar, representar y caracterizar su propia naturaleza y su propio
funcionamiento. La reflexividad es uno de los rasgos definitorios de los lenguajes
naturales y de las prácticas discursivas implementadas por estos lenguajes»9 • Esto quiere
decir que los hablantes tenemos algún grado de consciencia de cómo usamos el
lenguaje, de por qué un uso es preferible a otro (más eficiente, más adecuado), de las
dificultades de la selección continua de formas y combinaciones de formas para expresar
y comunicar lo que queremos, del juego constante entre lo que transmitimos explícita-
mente y lo que transmitimos implícitamente. La interacción lingüística más habitual y
espontánea, la conversación, supone tanta actividad reflexiva, que, dice John Haiman,
una conversación no consciente de sí misma, no reflexiva, es casi como una prueba de
circo, cuando uno se pregunta «cómo pueden hacer eso» 10 •
Ya Dámaso Alonso, en nuestra tradición lingüística, había contradicho la idea de
Bally de que el empleo «voluntario y consciente» del lenguaje es exclusivo del escritor.
«Si he de basarme en mi experiencia personal», escribe Dámaso Alonso, «creo que el
escritor no avanza por su delgado camino de luz de un modo distinto al del hablante en
la conversación ... El que conversa tiene a todo lo largo de su elocución la consciencia
de los efectos de su acto, consciencia que en el artista suele darse sólo cuando, vuelto
de su inmersión, suprime, varía, pule, modera» 11 (pp. 586, 587). La conclusión de
Dámaso Alonso es que el habla literaria y la corriente son solo grados de una misma
cosa 12 •
En mis trabajos sobre la cita he insistido siempre en que el comentario metapragmá-
tico a veces es marginal pero muchas veces es central, y que las conversaciones más
importantes para el hablante son las que presentan más trazas, generalmente explícitas,
de preocupación por el uso del lenguaje propio y ajeno. La obsesión metalingüística es
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13 Véase, por ejemplo, Brigitte Nerlich y David D. Clarke, «Ambiguities we live by:
Towards a pragmatics ofpolisemy», Journal ofPragmatics, 33, 2001, pp. 1-20.
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sí hay contraste entre una realidad y otra a lo largo de una dimensión determinada de
análisis.
Tomemos una ironía prototípica. Alguien se comporta groseramente, y mi amiga
me dice: qué amable. La afirmación literal qué amable es un mal uso deliberado del
lenguaje, y como tal lo tomo, agregando lo implícito, en este caso algo así como qué
grosero. ¿Cuál es la función de esta ironía? ¿Porqué se toma uno el trabajo de decir otra
cosa, incluso, a veces, con riesgo de ser malentendido? Porque las ironías transmiten de
un modo muy vívido una opinión, al contrastar lo que la hablante esperaba o lo que
hubiera sido aceptable con la realidad que está juzgando o al evocar de algún modo, en
las ironías más complejas, varias realidades contrastantes.
Lo citado, en qué amable, es una frase que usamos habitualmente para indicar una
situación positiva, que es la normal o bien la deseable. Lo que hacemos es repetir
irónicamente lo que en casos no irónicos es una frase que indica complacencia y nada
más, y que ahora, en cambio, marca el contraste con el estado de cosas que criticamos,
a lo largo de un continuum gradual de la dimensión semántica «amabilidad».
Los conocimientos y creencias sobre el uso del lenguaje y sus hábitos no solamente
guían la conducta lingüística de los hablantes y los juicios que hacen sobre ella, sino que
explican las inferencias que se pueden hacer en determinados contextos, pues las
inferencias están siempre controladas por expectativas, y las expectativas fundadas en
criterios de adecuación y en hábitos. Los hablantes tienen un repertorio de frases
usuales, que distinguen de las menos usuales. Algunos pragmatistas llaman a los
significados más accesibles, por habituales, significados salientes 14 • Cuando el hablante
utiliza irónicamente un significado saliente, lo revitaliza semánticamente porque lo sitúa
en una dimensión de contraste respecto de alguna realidad. Así, la expresión qué
amable, ironizada, nos hace notar qué poco apropiada es a la situación, adquiere un
nuevo valor negativo. Según los experimentos hechos por los psicolingüistas, un frase
evaluativa, usada literalmente, posee menor efecto que si se la emplea para indicar un
contraste, o sea que una crítica irónica es, al parecer, más efectiva que una crítica
literal 15 • Esto contradice la caracterización que suele darse a la ironía cuando se la
estudia como un recurso de cortesía lingüística. Desde el punto de vista de Ja cortesía,
se considera que la ironía es atenuante y protectora de ambos interlocutores, ya que es
un modo indirecto de hablar, más fácil de cancelar, o menos claro, menos agresivo, que
una evaluación negativa explícita. Creo que los efectos que produce la ironía dependen
de muchos factores contextuales que solamente pueden estudiarse caso por caso, y que,
por lo tanto, las ironías pueden ser desde críticas aniquiladoras hasta sugerencias
amables.
Los lugares comunes, las fórmulas habituales, las verdades generales, condensan
muchas voces: no las dice ya una persona, sino un grupo, una comunidad, una tradición.
14 Véase Rache! Giora y Ofer Fein, «Ün understanding familiar and less-familiar figurative
language», Journal ofPragmatics, 31, 1999, pp. 1601-1618.
15 Véase, entre otros, Herbert L. Colston y Jennifer O ' Brien, «Contrast and pragmatics in
figurative language: Anything understatement can do, irony can do bettern, Journal o.f
Pragmatics, 32, 2000, pp. 1557-1583.
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Son frases de tercera mano pero también tienen la solidez de lo dicho por todos, de lo
que se considera normal, consensual. La ironización apunta a ambas dimensiones, en
diferentes grados según los contextos.
Cuando una de esas expresiones del repertorio usual se ironiza con mucha
frecuencia, sufre el desgaste de la ironización misma, se vuelve cliché irónico, y nos
obliga a un refuerzo. La expresión qué bien, por ejemplo, usada en tantas ironías,
requiere a veces refuerzo, si la situación de la que se habla no es suficientemente clara
o si no lo es la intención del hablante. Decimos, por ejemplo: qué bien, lo digo en serio.
Por otra parte, los lugares comunes que reflejan las opiniones aceptadas, o las
expectativas, o los deseos o ilusiones de la comunidad son candidatos a ser ironizados,
porque los hablantes están atentos siempre a que la vida no es como debería ser y como
ha quedado retratada en el lenguaje. O bien los hablantes son subversivos y quieren
desestabilizar creencias recibidas, como sucede, sobre todo, en la literatura. Pensemos,
por ejemplo, en el uso irónico que hace Femando de Rojas de los refranes y sentencias
con que Celestina intenta seducir a sus víctimas y las conduce finalmente a la muerte.
Algunas ironías no recurren a frases reconocibles, y esas son las que corren más
peligro de no ser captadas por los interlocutores, si faltan señales que permitan inferirlas.
Pero, como en cualquier tipo de comunicación, el hablante tiene que ocuparse de guiar
al oyente, para que este haga las inferencias que correspondan.
Veamos algunas señales suprasegmentales típicas de la ironía y el sarcasmo 16 • En
mi comunidad lingüística, como en casi todas, las ironías se dicen con cierto alargamien-
to y apertura de las vocales y con marcada nasalización: Mirá qué bieeeeen. La
nasalización es más evidente en el sarcasmo, que expresa mayor rechazo hacia las
palabras emitidas. La participación de la nariz, y, en general, de lo icónico, en estas
formas de comportamiento lingüístico marcadas por la afectividad, ha sido examinada
por varios autores, entre ellos Fonagi, que, siguiendo a Darwin 17 , dice que, cuando una
persona quiere eliminar algo nauseabundo, lo hace por la boca y también por la nariz.
A estos rasgos suele agregarse, en las ironías más sarcásticas, cierta lentitud en la
16 Casi todos los pragmatistas tratan la ironía y el sarcasmo como dos formas de lo mismo,
considerando el sarcasmo, cuando lo tratan, como una forma agresiva de ironía. Aunque esa es
también mi postura, al menos en este trabajo, señalo rápidamente algunas diferencias entre ambas
estrategias. El sarcasmo es siempre intencional, por lo cual no existen situaciones sarcásticas,
como sí existen situaciones irónicas. El sarcasmo es más crítico que la ironía y tiene, por lo
general, una interpretación única. La ironía es fundamentalmente ambigua: se produce, como dice
Linda Hutcheon, mediante un juego de significados contrastantes, rara vez un solo significado,
y rara vez exactamente el mismo para todos los intérpretes (véase L. Hutcheon,Irony 's Edge. The
Theory and Poli tics ofJrony, London, Routledge, 1994).
El sarcasmo es descortés y la ironía, por el contrario, puede servir para proteger la imagen
del hablante, al oscurecer sus verdaderas opiniones. Por otra parte, la ironía no siempre es verbal:
hay pintura, música, arquitectura irónicas. Finalmente, la ironía tiene prestigio filolosófico y
literario, ya que supone evaluaciones sutiles, ingenio en el uso del lenguaje y complicidad con
el interlocutor.
17 l. Fonagi, «Synthese de l'ironie», Phonetica 23, pp. 42-51 y Charles Darwin, The
Expression of the Emotions in Man and Animals, New York: Appleton y Co., 1873. Ambos
citados por Haiman, Talk is Cheap, p. 30.
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El lenguaje, que, como todo sistema semiótico, opera por medio de la repetición de
los signos, que están desplazados de contexto y mantienen significados reconocibles en
cada nuevo empleo (o no nos servirían para nada), opera en ciclos de semantización y
des-semantización. El desgaste está compensado por la continua tendencia a la
innovación lingüística. Los hablantes tienen conciencia del ciclo novedad-rutina y de las
fosilizaciones y resurgimientos del significado, así como tienen alguna conciencia del
papel alienante del lenguaje. Hablar una lengua-incluso nuestra lengua materna, pero
piensen en el caso de tener que usar un código que no dominamos bien-nos obliga
siempre a alguna forma de control que tiene el efecto de separamos de nuestra propia
experiencia y manipularla, a costa de la espontaneidad y la sinceridad21 • A veces, en
momentos cruciales, nos damos cuenta de la inanidad de las fórmulas: qué difícil es
decirle a alguien «te quiero» o «lo siento» sin oír la repetición, la fórmula. Esa misma
conciencia de que el lenguaje nos separa de nuestras emociones auténticas es la que nos
lleva a distanciamos abiertamente del lenguaje y usarlo de un modo no serio, como
cuando mi sobrina postmodema dice de su hijo qué precioso bebé citando su propio
pensamiento, adelantándose a decir lo que yo voy a decir, comentando las bobadas
repetidas que decimos en estos casos, y a la vez diciendo, amurallada en su ironía, que
el bebé es precioso, ya que la ironía también sirve para decir la verdad fingiendo que se
finge no decirla.
Mi insistencia en el aspecto metapragmático de la ironía no debe dejarles la
impresión de que quito importancia a la ironía como estrategia que sirve para comentar,
generalmente en forma negativa, una realidad, contrastándola con otra mejor. Solo
quiero hacer notar que no tendría sentido evaluar la realidad usando mal el lenguaje
deliberadamente, llamando tanto la atención sobre el lenguaje, si no quisiéramos incluir,
en nuestra crítica, al lenguaje mismo. La ironía, en mayor o menor grado según los
casos, recoge y exhibe los más profundos escrúpulos metapragmáticos de los hablantes:
la conciencia de la repetición y el desgaste, la conciencia del engaño posible, la
conciencia del desplazamiento de la experiencia provocado por la actividad semiótica.
El metamensaje irónico («digo lo que digo pero no lo digo, sino que digo lo que tú
sabes») a la vez multiplica las resonancias con otras expresiones usadas en casos
contrastantes, revitaliza el significado acentuándolo y extendiéndolo, y consolida la
complicidad con el interlocutor, a veces a costa de la exclusión de otros interlocutores.
La ironía es una constante llamada de atención, que nos hacemos nosotros mismos,
sobre la capacidad del lenguaje para confundir y engañar, o sea, para crear ficciones.
Capacidad indispensable para producir literatura (y por lo tanto dar expresión a nuestros
más profundos sentimientos y deseos), pero también para comunicamos diariamente
mediante recursos tan importantes como citas, metáforas, hipérboles, eufemismos,
cortesías, implícitos, presupuestos. Sin la capacidad alienadora y ficcionalizadora del
lenguaje apenas podríamos dialogar con los demás. En su relato «El otro», en el que
narra un encuentro con una versión joven de sí mismo, escribe Borges, denunciando
irónicamente la fatalidad semiótica de toda comunicación: «!El otro y yo/ no podíamos
engañamos, lo que hace difícil el diálogo».
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22 George Steiner, Grammars ofCreation, New Haven, Yale University Press, 2001, p. 11 .
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