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Proceso de desamortización y cambios agrarios.

La desamortización fue un hecho fundamental en el proceso de la revolución burguesa que se llevó a cabo durante el
siglo XIX, y significó un cambio esencial en el sistema de propiedad y tenencia de la tierra.

Tras la sublevación de los sargentos de la Granja y ante las presiones de los progresistas, la regente María Cristina
accedió a restablecer la Constitución de Cádiz y entregó el poder a los progresistas, quienes asumieron la tarea de
desmantelar las instituciones del Antiguo Régimen e implantar un sistema liberal. En este contexto se inició una
reforma agraria liberal en España que se basó en tres elementos principales: la abolición del régimen señorial, la
supresión de los mayorazgos y un proceso de desamortización. Con este conjunto de medidas se liberalizó la
agricultura. Con la abolición del régimen señorial el antiguo señor se convirtió en el nuevo propietario y muchos
campesinos pasaron a la condición de arrendatarios o jornaleros. Por otro lado, la supresión de mayorazgos significó el
fin de los patrimonios unidos a una familia o institución. Pero será el proceso de desamortización el más relevante de
la reforma agraria liberal. Dicho proceso pasó por dos grandes etapas a lo largo del siglo XIX: la primera será la
eclesiástica, iniciada en 1836 por el ministro Hacienda Álvarez de Mendizábal, y la segunda, la desamortización civil
que llevó a cabo Madoz. No obstante, las primeras medidas desamortizadoras las llevó a cabo Godoy y las
continuaron las Cortes de Cádiz.

La primera de las desamortizaciones, la de Mendizábal, tuvo tres objetivos fundamentales: Buscar ingresos para
pagar la deuda pública del Estado y conseguir fondos para la guerra carlista, ampliar la base social del liberalismo y
crear una clase media agraria de campesinos propietarios. En 1836, el presidente Mendizábal decretó la disolución de
órdenes religiosas (excepto las dedicadas a obras sociales) y estableció la incautación por parte del Estado del
patrimonio de las comunidades afectadas. Éstos bienes fueron puestos a la venta mediante subasta pública y las tierras
podían adquirirse en metálico o a cambio de títulos de deuda pública.

No obstante, los resultados no fueron los esperados. En primer lugar, la recaudación fue menor de lo que se esperaba
por la aceptación de títulos de deuda pública. En el terreno político, el liberalismo ganó seguidores, pero se crearon
enemigos dentro del sector católico, que veían la desamortización como un ataque a la Iglesia. En el terreno social, la
desamortización dejó en muy mal lugar a los campesinos, que se quedaron sin tierras y sin poder pagar las rentas
impuestas por los nuevos dueños. Por otro lado, la supresión de mayorazgos y señoríos supuso el triunfo de la
propiedad burguesa y capitalista.

La segunda gran desamortización fue llevada a cabo por el Ministro Madoz en 1855 con la Ley de Desamortización
general, que afectó principalmente a las tierras de los municipios (bienes de propios y comunales) y supuso la
liquidación definitiva de la propiedad amortizada en España. Además, se desamortizaron aquellas propiedades
eclesiásticas que no habían sido desamortizadas con Mendizábal. Ésta vez no comenterán el mismo error que
Mendizabal, por lo que sólo se admite el dinero en metálico. Por otra parte, al ayuntamiento se le daba el título de
deuda pública. El principal objetivo era conseguir recursos para la Hacienda e impulsar la modernización de España,
por lo que buena parte de los ingresos fueron invertidos en la red de ferrocarriles, considerada la pieza clave para
fomentar los intercambios y el crecimiento industrial del país.

No obstante, una de las peores consecuencias de esta desamortización fue que, con la eliminación de la propiedad
comunal se agravó la situación económica del campesinado, y la venta de las últimas propiedades eclesiásticas supuso
la ruptura definitiva con la Iglesia. Además, la burguesía fue también la gran beneficiada, aunque con la venta de los
bienes comunales fueron más los pequeños propietarios.
Pese a sus insuficiencias y errores, las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz cambiaron de forma radical la
situación del campo español, aunque el atraso técnico y el desigual reparto de la propiedad de la tierra siguieron
siendo problemas clave de la sociedad y la economía españolas.
Por otro lado, en cuanto a la transformación de la agricultura española a lo largo del siglo XIX, ésta fue lenta e
insuficiente, un hecho que explica en buena medida la marginación de España del proceso de industrialización
europeo.

Los gobiernos liberales del siglo XIX, especialmente los progresistas, partían de una nueva concepción jurídica de los
derechos de propiedad, que implicaba la liquidación de las formas propias del Antiguo Régimen (señorío, mayorazgo,
bienes comunales...) y la consolidación de la propiedad privada de la tierra. De este modo emprendieron una reforma
agraria liberal que se llevó a cabo mediante una serie de medidas adoptadas a partir de 1836, y cuyo principal objetivo
era liberal la tierra de las trabas que ponía el Antiguo Régimen al desarrollo de la propiedad privada y de la economía
de mercado. A estas medidas (abolición de los señoríos, la supresión de mayorazgos y la desamortización de las tierras
de la Iglesia y de los Ayuntamientos) hay que añadirle otra serie de medidas encaminadas a dar libertad a los
propietarios para disponer de sus tierras y del producto de éstas (leyes de cercamiento, fin del privilegio del ganado,
libertad de arrendamientos…)

No obstante, a pesar de las consecuencias que estas medidas trajeron, sobre todo las desamortizaciones, la
consecuencia más importante de la reforma agraria liberal fue el aumento de la roturación de tierras hasta entonces
incultas. La mayor expansión de cultivos se produjo en los cereales, seguida de la expansión de la vid, que se convirtió
en un producto de exportación. También se extendió el cultivo del maíz, y sobre todo el de la patata. En contra, la
ganadería ovina y la lanar sufrieron un notable retroceso, mientras que la cabaña porcina aumentó.
Este aumento de la producción agrícola se consiguió gracias a un incremento de la superficie cultivada y no como
resultado de la modernización de las técnicas de cultivo, que continuaron atrasadas con respecto a Europa.

El lento aumento de la productividad puede atribuirse, en parte, a un marco natural (orografía, suelo y clima) poco
favorable, pero sobre todo a una estructura de la propiedad que no fomentaba la mejora técnica. Por un lado, las
pequeñas propiedades (minifundios) del norte de la península tenían una producción insuficiente para alimentar a una
familia, con lo cual toda la producción se destinaba al autoconsumo, sin posibilidades de innovar. Por otro lado, están
las grandes propiedades (latifundios) del sur de la península, como Andalucía o Extremadura, que tampoco ayudaron a
mejorar la productividad, pues la mayoría de los grandes propietarios no estaba interesada en invertir para cultivar
mejor, sino tan sólo en la obtención de fáciles beneficios. Esta situación frenó la innovación agrícola y sumió a la gran
masa de campesinos sin tierra en unas condiciones cercanas a la subsistencia. Además, estas diferencias de renta
provocaron una notable conflictividad campesina a lo largo de todo el siglo XIX.

El aumento de la producción agrícola permitió alimentar a una población en constante crecimiento.Las causas más
importantes de este crecimiento fueron la desaparición de determinadas epidemias, la mejora de la dieta y la expansión
de algunos cultivos como el maíz y la patata. Sin embargo, el crecimiento demográfico español fue uno de los más
bajos de Europa, debido al mantenimiento, durante a mayor parte del siglo XIX, de los rasgos típicos de la demografía
tradicional: alta mortalidad y elevada natalidad. No obstante, el limitado crecimiento industrial frenó el éxodo rural y
ralentizó el proceso de urbanización.

En resumen, a pesar de las medidas llevadas a cabo en el marco de la reforma agraria liberal, a finales del siglo XIX
España mantenía una economía predominantemente agraria, con un sector industrial limitado y poco capaz de
competir en el mercado exterior.

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