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OBLIGACION DE MOTIVAR LAS SENTENCIAS

LA MOTIVACION DE LAS SENTENCIAS Y SU SENTIDO HISTORICO


MOTIVACION DE RESOLUCIONES JUDICIALES.-
El concepto de motivación se refiere a la justificación
razonada que hacen jurídicamente aceptable a una decisión
judicial. La motivación, “es sinónimo de justificación y por
ello la esencia de este concepto se encuentra en que su
decisión es conforme a derecho y ha sido adoptada con
sujeción a la ley”. No basta entonces que se explique cuál
ha sido el proceso psicológico, sociológico para llegar a la
decisión sino demostrar o poner de manifiesto que las razones
por las que se tomó una decisión son aceptables desde la
óptica del ordenamiento.
En el mismo sentido, la motivación “es una exigencia
formal de las sentencias, en cuanto deben expresar las
razones de hecho y de derecho que las fundamentan, es decir
el proceso lógico jurídico que conduce a la decisión o fallo.
Ahora bien, en el ordenamiento peruano, el Tribunal
Constitucional ha señalado que “la motivación de una decisión
no solo consiste en expresar la norma legal en la que se
ampara, sino fundamentalmente en exponer suficientemente las
razones de hecho y el sustento jurídico que justifican la
decisión tomada”. En ese sentido, al igual que el TC español
o la doctrina citada, el TC incide en la necesidad que los
fallos judiciales establezcan una justificación razonada y no
solo una explicación de los argumentos por cuales llega a
tomar una decisión en un caso concreto.
Asimismo debemos señalar que la motivación es un deber
de los jueces y un derecho de los justiciables, cuestiones
que pasaremos a analizar en el siguiente apartado.
"Nihil est sine ratione cur potius sit, quam non sit"(nada
existe sin una razón de ser).-
"Nadie ignora que existen dos puertas por las cuales las
opiniones pueden entrar en el alma: el entendimiento y la
voluntad. La puerta más natural parece ser la del
entendimiento, porque jamás se debiera consentir sino en las
verdades demostradas; pero la más ordinaria, aunque contra
natura, es la de la voluntad; porque los hombres son
inclinados a creer, no aquello que se les prueba sino aquello
que les place".
La fundamentación conlleva dos condiciones: consignar el
material probatorio describiendo su contenido y merituarlo
debidamente. Modernamente, con criterio, existe una firme
tendencia a interpretar, motivar y argumentar desde la
Constitución y los Pactos Internacionales.
Por esto cuando hago referencia a LA MOTIVACIÓN entiendo
que debe tenerse en cuenta lo señalado por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos al decir que la motivación
“es la exteriorización de la justificación razonada que
permite llegar a una conclusión”.
La motivación de las resoluciones es una garantía
exigible en la administración de justicia, para los
ciudadanos inmersos en procesos judiciales o administrativos,
en el marco de una sociedad democrática. El deber de motivar
las resoluciones es una garantía vinculada con la correcta
administración de justicia, que protege el derecho de los
ciudadanos a ser juzgados por las razones que el Derecho
suministra, y otorga credibilidad de las decisiones jurídicas
en el marco de una sociedad democrática.
La motivación de la sentencia es una garantía de defensa
de las partes frente al posible arbitrio judicial, y al mismo
tiempo, una consecuencia lógica de un sistema político basado
en la publicidad de los actos de gobierno y la
responsabilidad de los funcionarios públicos que los
cumplen. Esto exige que se puedan conocer las razones de las
decisiones que se toman. Cumplir este requisito es rendir
culto al principio de razonabilidad constitucional, postulado
opuesto a la arbitrariedad, pues lo arbitrario es lo no
razonable. La expresión de las decisiones judiciales debe
ser hecha con claridad, las razones expuestas deben ser
comprensibles. La presentación confusa e ininteligible de
las razones que motivaron una decisión, puede constituir
arbitrariedad. Se exige una explicación racional de las
cuestiones de hecho y de derecho que componen la
decisión. Esto es, las razones por las que se arribó a tales
conclusiones en virtud de las pruebas consideradas según la
sana crítica racional; y el porqué de las consecuencias
jurídicas atribuidas a los hechos acreditados.
La motivación fáctica exige la concurrencia de dos
condiciones. Por un lado que se describa expresamente el
material probatorio en que se fundan las conclusiones, y por
el otro que éstos sean merituados, demostrando su ligazón
racional con las afirmaciones o negaciones sobre los
hechos. El no consignar la sustancia del material probatorio
impide verificar si existieron o no y, obviamente, tampoco
permiten controlar si son lógica, psicológica y
experimentalmente aptos para fundar las conclusiones a las
que se arribaron.
"La exigencia de que toda sentencia esté fundada puede
tener dos sentidos. En sentido estricto, una sentencia es
fundada cuando tiene fundamento y éste se expresa en la
sentencia. En sentido lato, una sentencia es fundada cuando
existe un fundamento expresable, aunque de hecho, ese
fundamento no esté expresado. Podemos concluir, por
consiguiente, que la exigencia de que las sentencias sean
fundadas en el sentido estricto, comprende a la mayoría de
las sentencias y, en el sentido lato, a todas las sentencias
y resoluciones judiciales en general."
¿QUÉ REQUISITOS DEBE CUMPLIR LA MOTIVACIÓN DE UNA SENTENCIA?
Una sentencia judicial debe basarse una motivación
fundada en derecho, es decir, que vaya en concordancia con el
derecho y los valores y principios consagrados en el
ordenamiento jurídico. Por ello es que podemos solicitar o
exigir al juzgador razonabilidad y racionalidad en su
decisión, así como establecer determinados criterios que los
jueces deben tomar en cuenta al momento de motivar una
sentencia. Los requisitos de motivación de la sentencia
pueden definirse como límites a la actividad motivadora del
juez. Y es que el juez u órgano jurisdiccional no podrá
justificar decisiones que no calcen o no cumplan estos
requisitos.
Racionalidad.- Aquí, Colomer evalúa si la justificación
es fundada en Derecho, tanto sobre los hechos del juicio
(selección de hechos probados, valoración de las pruebas,
método de libre apreciación) como del derecho aplicado.
Sobre este segundo aspecto, se precisa los siguientes
sub requisitos: Primero, que la decisión sea fruto de una
aplicación racional del sistema de fuentes del ordenamiento
jurídico; es decir, evaluar que la norma seleccionada sea
vigente, válida y adecuada a las circunstancias del caso; que
tal norma haya sido correctamente aplicada y que la
interpretación que se le haya otorgado sea válida (adecuada
utilización de los criterios hermenéuticos, interpretación
judicial y principio de legalidad). En segundo lugar, se
analiza que la motivación respete los derechos fundamentales
(aquí, será relevante la interpretación realizada tanto el TC
como la Corte Interamericana de Derechos Humanos y toda
aquella interpretación que se siga de los principios
especiales que asisten a este tipo de derechos, como el de
desarrollo progresivo, y el motivación cualitativa en casos
de restricción, por ejemplo). En tercer lugar, está la
adecuada conexión entre los hechos y las normas que
justifican la decisión.
Coherencia.- Es un presupuesto de la motivación que va
de la mano y en conexión inescindible con la
racionalidad. Ahora bien, la coherencia en un sentido
interno de la motivación se refiere a la necesaria coherencia
que debe existir en la justificación del fallo, y en un
sentido externo, la coherencia debe entenderse como la
logicidad entre motivación y fallo, y entre la motivación y
otras resoluciones ajenas a la propia sentencia.
En relación a la coherencia interna, podemos señalar que
la misma se hace patente cuando establece exigencias de
coherencia lingüística - prohibición de errores gramaticales,
errores de ortografía, errores sintácticos que presenten tal
grado de incoherencia que impiden la adecuada compresión para
el auditorio técnico y general-.
También la coherencia interna se traduce en la
exigibilidad de que la justificación de la sentencia tenga
coherencia argumentativa. Por lo tanto, se prohíbe la
existencia de:
contradicciones entre los hechos probados dentro de una misma
motivación de una sentencia;
contradicciones entre los fundamentos jurídicos de una
sentencia, es decir, que no haya incompatibilidad entre los
razonamientos jurídicos de una resolución que impidan a las
partes determinar las razones que fundamentan la decisión ;
contradicciones internas entre los hechos probados y los
fundamentos jurídicos de una sentencia .
En relación a la coherencia externa de la motivación la
sentencia, esta exige que en el fallo:
No exista falta de justificación de un elemento del fallo
adoptado,
Que la justificación tenga en cuenta únicamente todos los
fallos del caso y no incluya alguno ajeno al mismo,
Que la motivación esté conectada plenamente con el fallo, con
lo cual se prohíbe que haya una motivación ajena al contenido
del fallo,
que las conclusiones de la motivación no sean opuestas a los
puntos de decisión de la sentencia”.
Asimismo, la coherencia externa supone que el juez se
encuentra vinculado por sus decisiones previas en casos
análogos. Esto, se sustenta en la vocación de
“universalización” en la adopción de una sentencia, que luego
condicionará al juez para la solución de casos similares
posteriores. Esto busca asegurar que el juez optó por la
decisión correcta o que más se adecua al derecho, la cual
será luego universalizable.
Razonabilidad.- La exigencia de razonabilidad se predica
respecto de todas las resoluciones judiciales. Al respecto,
que pueden haber decisiones racionales y coherentes pero que
las mismas puedan ser irrazonables. La razonabilidad según
este autor tiene que ver con la aceptabilidad de la decisión
por el común de las personas y el auditorio técnico.
De otro lado, otro sector de la doctrina señala que los
requisitos de la adecuada motivación son: que la motivación
sea expresa, clara, que respete las máximas de la
experiencia, y que respete los principios lógicos.
MOTIVACIÓN EXPRESA
Cuando se emite una sentencia, el juzgador debe hacer
expresas las razones que respaldan el fallo al que se ha
llegado. Ello, como hemos señalado, es requisito
indispensable para poder apelar, comprender el sentido del
fallo, en líneas generales, para controlar las decisiones del
juez.
Ahora bien, hay casos en los que se admite la motivación
por remisión, es decir, que el juez superior, por ejemplo,
confirme una sentencia de primera instancia estableciendo
“por sus propios fundamentos” en referencia a la motivación
que ha realizado el “a quo”.
El Perú es un país en el que sucede esto, en efecto el
artículo 12 de la Ley Orgánica del Poder Judicial señala
“Todas las resoluciones, con exclusión de las de mero
trámite, son motivadas, bajo responsabilidad, con expresión
de los fundamentos en que se sustentan, pudiendo éstos
reproducirse en todo o en parte sólo en segunda instancia, al
absolver el grado”.
MOTIVACIÓN CLARA
La motivación clara puede establecerse como imperativo
procesal en la medida que las partes que estos son los
destinatarios directos de la resolución de un conflicto ante
el Poder Judicial. Y es que como bien señalan Castillo Alva
y otros, la exigencia de motivar las resoluciones deviene del
principio de impugnación, lo que supone que sea indispensable
que las partes conozcan que es lo que se va a impugnar pues
de otra forma el derecho a la defensa de las mismas se vería
restringido de modo irrazonable.
La motivación debe respetar las máximas de la experiencia
Las máximas de la experiencia se constituyen a partir de
las reglas de la vida, las vivencias personales o
transmitidas, el sentido común.
Todos estos son elementos que los magistrados deben
tomar en cuenta al momento de la elaboración de las premisas
que lo llevaran a una determinada conclusión. Y es que de lo
contrario, existiría un grave defecto de o vicio en la
motivación.
Ahora bien, debemos tener en cuenta que las máximas de
la experiencia son elementos abstractos que se obtienen a
partir de elementos constantes en hechos o experiencias
anteriores.
El alcance de la máxima de la experiencia dependerá de
los medios fácticos que se analizan también se presentan en
los hechos que representan experiencias anteriores para el
juzgador .

La motivación debe respetar los principios lógicos.


En efecto, las resoluciones deben respetar el principio
de “no contradicción” por el cual se encuentra prohibida la
afirmación y negación, a la vez, de un hecho, de un
fundamento jurídico, etc. Igualmente, se debe respetar el
principio de “tercio excluido” que señala que “entre dos
cosas contradictorias no cabe término medio, es decir, si
reconocemos que una proposición es verdadera, la negación de
dicha proposición es falsa, en ese sentido, no caben términos
medios.
De otro lado, se debe respetar el principio de
“identidad” cuyo contenido supone que si atribuimos a un
concepto determinado contenido, el mismo no debe variar
durante el proceso del razonamiento
¿Cuándo se afecta la debida motivación?
El Tribunal Constitucional Peruano ha señalado y
desarrollado los supuestos en los que se afecta la debida
motivación:
A. inexistencia de motivación o motivación aparente:
A decir del TC, este supuesto se da cuando no hay
motivación o cuando esta no da razones mínimas del sentido
del fallo, que no responde a las alegaciones de las partes, o
porque intenta únicamente dar cumplimiento formal de la
motivación (motivación aparente)
B. Falta de motivación interna de razonamiento
Este supuesto ocurre cuando hay incoherencia narrativa
en la motivación de tal forma que no se puede comprender las
razones en las que el juez apoya su decisión. Igualmente,
hay falta de motivación interna cuando existe invalidez de
una conclusión a partir de las premisas que ha establecido en
juez en la motivación.

C. Deficiencias en la motivación externa


Aquí el TC ha señalado que nos encontramos ante un caso
de este tipo cuando las premisas de las que parte el juez no
han sido confrontadas con la validez fáctica (de los hechos)
o jurídica existentes para el caso en concreto.
D. La motivación insuficiente
Se refiere al mínimo de motivación exigible para que la
decisión esté motivada adecuadamente y para que satisfaga el
derecho del justiciable y de la sociedad de conocer las
razones que apoyan la decisión judicial. Por otra parte la
suficiencia es un criterio para evaluar las resoluciones que
se encuentran en medio de una motivación completa y una
motivación inexistente.
E. La motivación sustancialmente incongruente
Los órganos judiciales están obligados a resolver las
pretensiones de las partes de manera congruente con los
términos en que han sido planteadas, sin ir más allá de lo
solicitado por las partes, otorgar algo distinto a lo
solicitado por las partes, u omitir pronunciarse sobre algún
pedido de las partes.
Esto último debe matizarse con el principio “iura novit
curia” (el juez conoce el derecho) que establece que órgano
jurisdiccional competente debe aplicar el derecho que
corresponda al proceso, aunque no haya sido invocado por las
partes o lo haya sido erróneamente. A decir del TC, “esta
actuación no representará una extralimitación de las
facultades del juez, siempre que éste proceda de conformidad
con los fines esenciales de los procesos”.
APROXIMACIÓN A LOS INICIOS DE LA MOTIVACIÓN DE SENTENCIAS
Del juez como testigo a la decisión judicial. Los
comienzos de la modernidad jurídica y la (re)apertura de la
posibilidad de decisiones judiciales fundadas
A partir del siglo XII y especialmente a lo largo de los
siglos XIII y XIV tuvieron lugar en Europa una serie de
acontecimientos que transformaron radicalmente la forma de
administrar justicia. Los mecanismos altomedievales de
prueba a través de duelos, juramentos y ordalías fueron
sustituidos progresivamente por un sistema de pruebas
dirigido a conseguir una reconstitución verosímil de los
hechos en el proceso; la función de juzgar fue crecientemente
reivindicada por los titulares del poder político y su
organización tendió a volverse centralizada; la
centralización condujo a su vez a la profesionalización del
oficio de juez, a su vinculación a un saber especial, la
scientia iuris que florecía en las universidades y que
desarrollaba entonces una nueva doctrina sobre el proceso (el
proceso romano-canónico), además de nuevos métodos y
argumentos sustantivos. Estas transformaciones, que reflejan
en los escenarios judiciales europeos los comienzos de la
modernización política, coincidieron con el nacimiento de la
fundamentación de las decisiones judiciales como problema
jurídico, abordado ya en el siglo XII por diversas decretales
papales y comentarios de decretalistas, que comenzaron a
preguntarse por la necesidad jurídica de expresar en las
sentencias judiciales las causae de la decisión.
¿Por qué se abre en ese momento la pregunta por la
fundamentación de la sentencia? Ciertamente ella presupone
la existencia de un discurso reflexivo sobre el proceso que
sólo comienza a desarrollarse en el marco del renacimiento de
los estudios jurídicos, pero sobre todo parece depender del
hecho de que esa reflexión tenía como referente un proceso
que, a diferencia de lo que ocurría en el caso de los
procedimientos judiciales vigentes durante la Alta Edad
Media, concluía efectivamente con una sentencia, en el
sentido de una decisión deliberada del juez acerca del
fundamento de la pretensión del actor. En el contexto de la
técnica decisoria propia de los ritos judiciales
altomedievales la fundamentación de la decisión era
inconcebible: en esos procedimientos, modelados bajo la
influencia de las tradiciones germánicas y centrados en la
práctica de un experimento probatorio -duelo, juramento u
ordalía- que designaba al vencedor del litigio a través de la
revelación de un signo incontrovertible de culpabilidad o
inocencia, el juicio se resolvía a través de la acción
decisoria de las partes.
No habiendo decisión deliberada, tampoco había razones
de la decisión que pudieran ser comunicadas: el espacio de la
deliberación lo ocupaba el experimento probatorio realizado
por una o ambas partes, y el espacio de la decisión, la
victoria o el fracaso, expuestos -gracias a la publicidad
escénica de las pruebas- a la comprobación de todos los
asistentes al teatro judicial
Estas opiniones jurisprudenciales sugieren, como ha
dicho Michele Taruffo, la “convicción de que la autoridad de
la sentencia es tanto mayor cuanto más ella asuma la forma de
un dictum inmotivado”. Esta convicción parece haber estado
ligada no sólo a razones prudenciales, preocupadas del mayor
riesgo que la expresión de sus causae podía significar para
la estabilidad de las sentencias, sino también a una precisa
concepción sobre el fundamento de la autoridad judicial, a la
que me referiré a continuación.
La fundamentación de las sentencias bajo el antiguo régimen
Las transformaciones que la escena judicial europea sufrió
a contar del siglo XII afectaron también las bases que
fundaban la autoridad judicial, particularmente en virtud de
la progresiva reivindicación de la función judicial por parte
de las monarquías tardo-medievales y su creciente
profesionalización. Estos cambios modificaron las bases
comunitarias en que hasta entonces se había apoyado la
administración de justicia, dando lugar a un desplazamiento
desde el juicio por los propios pares al juicio por los
propios superiores y desde la comprensión del derecho como un
saber común ancestral a su comprensión como un saber técnico,
que se reconoce en alguien no por su aptitud carismática sino
por su competencia profesional. Estos desplazamientos nos
sitúan, a medida que avanza la configuración de la actividad
jurisdiccional como una función del Estado moderno, frente a
un juez cuya autoridad se funda en su saber profesional -en
su auctoritas- y en su calidad de representante del monarca,
abrigado también por el halo de su maiestas. Mientras el
primero de esos fundamentos parece perfectamente compatible
con una exigencia de dar cuenta públicamente del saber en que
una cierta decisión judicial se funda, veremos en esta parte
del trabajo cómo la majestad de la función judicial, al
volver autocrático ese saber, puede explicar el asentamiento
durante el antiguo régimen de un principio de exclusión de la
necesidad de sentencias fundadas.
La majestad del monarca remitía en primer término a su
supremacía, esto es, a la inexistencia en la tierra de un
superior ante quien rendir cuenta de sus decisiones. Esa
posición excluía la necesidad de justificar públicamente las
decisiones que él o sus delegados -y en especial los
tribunales o cortes centrales- adoptaban, pues fundarlas
habría supuesto, como señala Letizia Gianformaggio, “admitir
que no se es titular de la soberanía”. Gian Paolo Massetto,
haciendo referencia a los dichos de diversos juristas de los
siglos XVI y XVII, da cuenta de la forma en que la supremacía
del príncipe se transmitía a los jueces reales:
Las alusiones que las citas recogidas por Massetto hacen
a la similitud entre juicio real y juicio divino nos
introducen al contenido de una segunda dimensión de la
majestad de la justicia, que se relaciona con el halo de
sacralidad y misterio con que fue rodeada la imagen real y
que logró sobrevivir a la progresiva secularización y
juridificación de su poder. Ernst Kantorowicz muestra en Los
dos cuerpos del rey cómo la tarea de los teólogos de la
monarquía, que habían conseguido fijar un aura de divinidad
sobre el rey, fue continuada tras la lucha por las
investiduras por los juristas de la corona, que recurrieron
para ello precisamente a la imagen del rey-juez y a la idea
de participación del juicio judicial en lo sagrado que había
caracterizado a los ritos procesales pre modernos.
Esa reconstrucción del fundamento de la divinidad del
príncipe, para desligarla de la consagración, se apoyó en
ciertas metáforas tomadas del derecho romano: primero la idea
según la cual los juristas y los jueces, y por tanto los
reyes-jueces, eran “sacerdotes de la justicia”, tomada de un
párrafo de Ulpiano en el Digesto y, luego, la metáfora
secular del príncipe como lex animata, cogida de la Novela de
Justiniano, que convertía al rey en ley viva o animada,
encarnación de la justicia, intermediario entre el derecho
natural o divino y el derecho positivo.
Súbdito al ciudadano: la fundamentación de las sentencias en
el proyecto liberal
La exigencia de sentencias fundadas ya era conocida en
Europa, según hemos visto en la sección anterior, antes del
tránsito desde los Estados absolutos a los Estados liberales
y de su institucionalización como principio general por la
legislación revolucionaria francesa. ¿Cuál es entonces la
contribución de esta etapa de la modernidad política y
jurídica en la configuración institucional del deber de
fundamentación de las decisiones judiciales? En mi opinión
ese aporte consiste no sólo en el logro de su generalización,
sino sobre todo en la transformación de su significado
político. Mientras bajo el antiguo régimen el sentido
político de la exigencia de motivación, en los casos en que
fue impuesta, coincidía con los intereses del príncipe, esta
nueva fase supuso el fortalecimiento en la determinación de
su significado de la perspectiva ex parte populi, reflejando
en el ámbito de la relación entre poder judicial y ciudadanos
el desplazamiento general del centro de gravedad de los
sistemas políticos desde el princeps al populo que la
Revolución francesa, como también la norteamericana,
promovieron a través de la causa del gobierno representativo
y del constitucionalismo centrado en los derechos
individuales.
La pública accesibilidad del derecho y la automaticidad
del juicio judicial -una vez que gracias a la codificación
las leyes fueran simples y claras y su interpretación se
volviera innecesaria- asegurarían por sí solas la posibilidad
de controlar la efectiva sumisión del juez a la ley, de modo
que no llegaba a plantearse la necesidad para ese fin de una
exigencia de motivación de las decisiones judiciales.
Bastaba, según esa imagen de la decisión judicial, con
imponer la primacía de la ley y la rigurosa subordinación del
juez a su texto literal, para que cualquier persona pudiera
constatar en toda decisión judicial la aplicación diáfana a
un caso concreto de una regla jurídica general.
Por otra parte, la defensa ilustrada de la publicidad de
las actuaciones procesales, formulada en el marco de la
reflexión crítica sobre el proceso inquisitivo y sus reglas
de secreto, parece haber visto en ella no sólo una garantía
para las posibilidades de defensa del acusado sino también
como mecanismo suficiente para asegurar control público sobre
la actuación del juez, de modo que tampoco desde esta
perspectiva parecía necesario buscar una garantía adicional
en la publicidad de los fundamentos de la sentencia.
El impacto en el sentido de la exigencia de motivación de
la sustitución del súbdito del antiguo régimen por el citoyen
ha sido destacado especialmente por Taruffo, quien sostiene
que fue sobre la base ideológica que proporcionaron esos
principios políticos de inspiración democrática que “en
alternativa a la arbitrariedad del juicio, toma cuerpo la
imagen del juez que no sólo debe aplicar la ley creada por el
pueblo, sino que debe también someterse al control del pueblo
enunciando las razones de la propia decisión”.
La historia de la fundamentación de las decisiones
judiciales continúa por cierto después de la revolución
francesa y de la extensión del principio de obligatoriedad y
publicidad de la motivación al resto de los ordenamientos
jurídicos de tradición jurídica continental. La exploración
genealógica emprendida en este trabajo se cierra, sin
embargo, en este punto porque en él se completan los
significados y las funciones que esa institución mantiene, en
mi opinión, hasta hoy. En torno a ellas numerosas cuestiones
se han ido suscitando, cuestiones que se entrelazan con los
cambios que el derecho y la cultura jurídica han seguido
experimentando -con la crisis.
CONSTITUCIONALIZACION DEL DEBER DE MOTIVAR LAS SENTENCIAS
ASPECTO GENERAL
El deber de los jueces de motivar sus decisiones es
un elemento fundamental del Derecho de los Estados
constitucionales. En los ordenamientos jurídicos de tipo
romano-germánico supone, por lo demás, una práctica
relativamente reciente, que contrasta con la de los sistemas
de common law, en donde las decisiones judiciales han sido
siempre motivadas; la explicación es que sin una adecuada
explicitación de las rationes decidendi de las sentencias, un
sistema basado en el precedente no podría funcionar.
Ahora bien, definir lo que es motivar y establecer
ciertas exigencias sobre cómo motivar es una tarea más simple
que la de fijar criterios precisos que puedan permitirnos
conocer cuándo existe una motivación (o una buena motivación)
y cuándo no. Esta última cuestión es, precisamente, la que
se aborda en el capítulo tercero de este libro (en los
anteriores capítulos, los temas tratados son: el razonamiento
jurídico, en general; y la ponderación y la proporcionalidad
en la interpretación constitucional).
Edwin Figueroa está de acuerdo con la decisión del
Tribunal Constitucional (y también con los criterios que se
acaban de señalar) y tan sólo dirige a la sentencia una
crítica que se refiere a los excesos verbales, al lenguaje
poco considerado utilizado por ese Tribunal lo que, en su
opinión, implica la infracción de un “deber de lealtad”. Con
ello hace alusión al empleo de expresiones (por parte del
Tribunal Constitucional y referidas a la motivación de la
Corte Suprema) como las siguientes: [la sentencia es] “fruto
de un decisionismo inmotivado antes que el producto de un
juicio racional y objetivo” o “la sentencia impugnada forma
parte de aquellas que se caracterizan por el hábito de la
declamación demostrativa de dar ciertos hechos por probados;
luego de lo cual tales hechos son declarados de manera
sacramental y sin ninguna pretensión explicativa como
constitutivos de un ilícito penal como si de una derivación
mecánica se tratase”.
Pues bien, el análisis anterior que constituye el núcleo
del libro de Figueroa plantea, en mi opinión, dos cuestiones.
Una es la de si el autor tiene razón al sostener lo que
sostiene en relación con ese caso. A mí me parece que sí.
Aunque mi conocimiento del mismo no sea de primera mano, todo
hace pensar que la motivación de la Corte Suprema incurría en
errores graves y que estaba justificado anular la sentencia
(y exigir a la Corte que volviera a motivar el fallo) por
haber vulnerado un derecho fundamental de los individuos.
También me parece que tiene razón al sugerir que el lenguaje
de las decisiones judiciales debe ser comedido y sobrio, si
bien el hablar de un “deber de lealtad” podría dar lugar a
algún malentendido.
La segunda cuestión, de carácter más general, se refiere
a cómo establecer los requisitos que permitan determinar que
una decisión no está suficientemente motivada y, en
consecuencia, supone la transgresión de un derecho
fundamental. Por un lado, el concepto de “motivación
suficiente” tiene una mayor connotación que el de
“motivación” a secas; es lo que viene a decir el Tribunal
Constitucional peruano ( Figueroa) cuando establece que la
ausencia de motivación (incluida la simple apariencia de
motivación) es condición suficiente (pero no necesaria) para
considerar que se ha vulnerado ese derecho fundamental. Pero,
por otro lado, el concepto de “motivación suficiente” no
coincide tampoco con el de “motivación óptima” o incluso con
el de “buena motivación”.
Es decir con ello que el Tribunal Constitucional,
puesto que (como lo aclara el autor del libro) no es una
tercera instancia, esto es, no puede entrar en el fondo del
asunto como lo haría un simple tribunal de apelación, podría
considerar que una determinada motivación no es la mejor
posible (que adolece incluso de ciertas deficiencias) pero,
sin embargo, sí es una motivación “suficiente”, en el sentido
de que no supone la infracción de un derecho fundamental (a
una decisión motivada). Los criterios establecidos por el
Tribunal Constitucional (y suscritos por Figueroa) se dirigen
a precisar ese concepto de “motivación suficiente” que
vendría a ser algo así como “una buena motivación.
Podría aceptarse que “ausencia de motivación” o
“motivación meramente aparente” son nociones razonablemente
claras, al igual que también lo es la de “falta de motivación
interna” (que podríamos entender en el sentido de comisión de
errores de tipo estrictamente lógico). Pero el problema es
que raramente una sentencia incurre en ese tipo de
deficiencias. Lo usual es más bien que lo que haya que
aplicar sean los otros elementos del test: “deficiencias en
la motivación externa” y “motivación sustancialmente
incongruente” (no incluyo el de “motivación insuficiente”,
pues me parece que ese es precisamente el concepto –genérico-
que hay que determinar con ayuda de los otros). Y estas
nociones necesitan todavía de un análisis cuidadoso y, desde
luego, nada fácil de llevar a cabo. O sea, la pregunta que
sigue abierta sería ésta: ¿cómo de buena tiene que ser una
motivación para poder ser considerada como suficiente?
Manuel Atienza Rodríguez
La motivación como exigencia constitucional
La exigencia constitucional de motivar se mantiene
vigente en todo el proceso de construcción de una decisión
judicial: el juez deberá aplicar la sindéresis de la lógica,
evitando contradicciones en su razonamiento y he aquí que per
se, subsiste una particularidad del deber de motivar en el
sentido de no construir decisiones manifiestamente
contradictorias, ajenas a la lógica de la norma y de las
premisas fácticas. De igual forma, al perfilar los argumentos
que han de servir de sustento a la decisión, el deber
constitucional alude, en este caso, a ceñirse a la verdad de
las premisas.
En ese mismo íter, constitucionalmente la interpretación
deberá ceñirse, cuando menos suficientemente, a los
principios de interpretación que contempla como valores
axiológicos la Constitución.
La motivación de la decisión judicial constituye el paso
final en las tareas del decisor racional. Sin embargo,
debemos atender a un aspecto importante: es una tarea final
en los pasos esenciales que sigue el Razonamiento Jurídico,
mas no en el esquema procedimental concerniente a la
comunicación de la decisión judicial. En efecto, a la etapa
de motivación, le debemos sumar la necesidad de comunicar la
decisión a las partes a fin de que éstas ejerzan su derecho
respecto a la decisión final.
Pero, ¿qué implica la motivación como tal? Ignacio
Colomer al referirse a los requisitos respecto del juicio de
derecho, señala hasta tres requisitos, los cuales pasamos a
detallar:
La justificación de la decisión debe ser consecuencia de una
aplicación racional del sistema de fuentes del
ordenamiento. La motivación debe respetar derechos
fundamentales;
Ignacio Colomer
Exigencia de una adecuada conexión entre los hechos y
las normas que justifican la decisión. Así, una motivación
válida es aquella que pone en contacto la cuestión fáctica
con la cuestión juris.
La justificación de la decisión, prosigue Colomer, debe
cumplir con las operaciones que integran una aspiración
racional del sistema de fuentes, entre las cuales encontramos
las siguientes:
La selección de la norma a aplicar. Es decir, el juez no
goza de libertad absoluta sino que se encuentra contenido por
diversos límites: a) que la norma seleccionada sea vigente y
válida. Bajo esta pauta, el juez debe comprobar que el
precepto no haya sido derogado o abrogado del ordenamiento
(validez formal) y verificar su constitucionalidad y
legalidad (validez material); b) Que la norma seleccionada
sea adecuada a las circunstancias del caso. El límite
esencial es el respeto de la congruencia exigida a toda
resolución jurisdiccional.
Correcta aplicación de la norma. Los jueces deben
realizar un control de legitimidad respecto a la aplicación
en contra de la norma. La finalidad de este control es
verificar que la aplicación de las normas al caso concreto es
correcta y conforme a derecho. El control de legalidad, acota
Colomer, es estático, en cuanto se encarga de analizar la
norma al margen de su posible aplicación. Este control
verifica la vigencia de la norma y que su contenido no
contradiga la norma constitucional.
Ignacio Colomer
Válida interpretación de la norma. La interpretación
viene a ser el mecanismo utilizado por el juez para dar
significado a la norma previamente seleccionada.
El esquema graficado por Colomer con relación a la
motivación, nos resulta muy práctico en el desarrollo de la
decisión final. Si en su momento analizamos las implicancias
lógicas del problema y si luego delimitamos las variables
argumentativas respectivas, así como cumplimos con
desarrollar la interpretación de la norma y hechos aplicables
al caso concreto, por la motivación estamos en condición de
expresar nuestra decisión a través de un armazón
organizativo-racional de las razones que nos inclinan a
estimar o desestimar una pretensión.
Diez Picasso nos refiere el concepto de “operación
total”, a través del cual no se puede decidir primero cuál es
la norma que se va a aplicar y después someterla a una
interpretación puesto que también para decidir que una norma
no se aplica, es preciso interpretarla previamente, pues
existe una íntima interrelación entre la interpretación y
aplicación de las normas.
El deber de motivar las resoluciones judiciales en nuestro
ordenamiento jurídico
Con el presente artículo, no pretendemos zanjar el tema
de la motivación de las resoluciones judiciales; sino de
exponer su contenido y sobretodo enfatizar, que éste es un
derecho fundamental de los justiciables para conocer tanto
los fundamentos fácticos y jurídicos acogidos y esgrimidos
por el Juez para resolver un caso concreto.
Empecemos a deslindar conceptos. Por un lado motivar, en
palabras sencillas significa explicar; y por otro lado, las
resoluciones judiciales pueden ser decretos, autos y
sentencias.
Entonces de lo mencionado, podemos decir que; motivar
una resolución judicial consiste en explicar de manera clara
y precisa los hechos y el derecho que se aplica a un caso
concreto, es decir, que motivar una resolución judicial no
solo consiste en el simple manejo de explicar los hechos y el
derecho que se aplica al caso concreto, ni solo basta el
simple hecho de que una mera cita de la norma encaje dentro
de los supuestos dados en la realidad, sino que la motivación
conlleva a efectuar razonamientos más complejos, lógicos,
coherentes, concatenados y precisos por los cuales se llega a
una decisión firme.
Por lo que al señalarse que las resoluciones judiciales
pueden ser decretos, autos y sentencias; los primeros al ser
de mero trámite y dar impulso al proceso, no necesitan
motivación; empero, no sucede lo mismo con los autos y las
sentencias; pues éstos por expresar decisiones, deben de
estar fundamentados en hechos y en derecho bajo sanción
nulidad.
La motivación como derecho fundamental.
La Constitución Política del Perú, en su artículo 139
inciso 5, consagra como principio y derecho de la función
jurisdiccional, la motivación escrita de las resoluciones
judiciales en todas las instancias excepto los decretos de
mero trámite con mención expresa de la Ley aplicable, y los
fundamentos de hecho en que se sustenten.
Es decir, la motivación de las resoluciones judiciales
es un derecho fundamental de todos los justiciables y
constituye una de las garantías que forma parte del contenido
del debido proceso; asimismo, es un presupuesto fundamental
para el adecuado ejercicio a la tutela judicial efectiva. Es
así que nuestro Código Procesal Civil en el artículo 122
incisos 3 y 4, hace referencia a determinados requisitos que
deben cumplir las resoluciones para que éstas no sean
pasibles de nulidad.

Estudio de las disposiciones legales relativas a la


motivación
La motivación como explicación del proceso lógico, como
instrumento que sirve de enlace para demostrar que unos
hechos inicialmente presuntos han sido realmente realizados y
que conllevan la solución del caso y también como garantía
del justiciable de que la decisión tomada no lo ha sido de
manera arbitraria encuentran respaldo en diferentes
disposiciones de nuestro ordenamiento jurídico.
En el correspondiente apartado dedicado a la
jurisprudencia constitucional se realiza un estudio de las
líneas llevadas a cabo por el Alto Tribunal con sentencias
adjuntas y remisiones donde se percibe que la motivación es
tratada como parte del contenido esencial del derecho a la
tutela judicial efectiva y por tanto tratada como un derecho
fundamental susceptible de ser defendido mediante recurso de
amparo.
Asimismo establece que los Jueces y Tribunales de
conformidad con el principio de tutela judicial efectiva
deberán resolver siempre sobre las pretensiones que se
formulen y sólo podrán desestimarlas por motivos formales,
cuando el defecto fuese insubsanable o no se subsanare por el
procedimiento establecido en las leyes.
En el encabezamiento deberán expresarse los nombres de
las partes y cuando sea necesario, la legitimación y
representación en virtud de las cuales actúen, así como los
nombres de los abogados y procuradores y el objeto del
juicio.
En los antecedentes de hecho las pretensiones de las
partes o interesados, los hechos en que las funden y que
hubiesen sido alegados en relación con las cuestiones que
hayan de resolverse, las pruebas que se hubiesen propuesto y
practicado y los hechos probados, en su caso.
En los fundamentos de derecho se expresarán en párrafos
separados y numerados, los puntos de hecho y de derecho
fijados por las partes dando las razones y fundamentos
legales del fallo que haya de dictarse con expresión concreta
de las normas jurídicas aplicables al caso.
La motivación es la única garantía para proscribir la
arbitrariedad. La razonabilidad es el criterio demarcatorio
de la discrecionalidad frente a la arbitrariedad ya que si la
potestad discrecional consiste en elegir una opción entre un
abanico de posibilidades razonables no hay potestad
discrecional cuando es sólo una la solución razonable y por
tanto no hay posibilidad de elección.
La motivación garantiza que se ha actuado racionalmente
porque da las razones capaces de sostener y justificar en
cada caso las decisiones de quienes detentan algún poder
sobre los ciudadanos. En la motivación se concentra el objeto
entero del control judicial de la actividad discrecional
administrativa y donde hay un duro debate sobre hasta donde
deben fiscalizar los jueces.
Según Saban Godoy, el juez no sólo debe ser imparcial,
sino que es preciso que la imparcialidad pueda ser verificada
en cualquier decisión concreta: la decisión no es imparcial
en sí, sino en cuanto demuestra serlo.
Importa mucho que el órgano sea imparcial pero lo
determinante es que sea imparcial su decisión, para ello está
la motivación que garantiza que la decisión lo sea.
En las sentencias se pueden distinguir las siguientes partes:
Encabezamiento
Motivación (constituida por los antecedentes de hecho y
fundamentos o razonamientos jurídicos).
Fallo
El encabezamiento es la parte inicial de la sentencia
donde se consignan los datos que la individualizan en
relación con un proceso determinado (lugar en que se dicta,
la fecha, el nombre del Juez o Magistrados, nombres,
domicilios y profesión de los litigantes ,nombres de sus
Abogados y Procuradores y objeto del pleito).
Respecto a la motivación es el auténtico núcleo duro de la
sentencia y se divide en dos partes:
Antecedentes de hecho: En los antecedentes de hecho debe
consignarse y con la concisión máxima posible las
pretensiones de las partes y los hechos en que las funden que
hubieran sido alegados oportunamente y que estén enlazados
con las cuestiones que hayan de resolverse. En la práctica
los hechos se exponen resumidamente en la demandas y en la
contestación así como las peticiones de una y otra parte.
También debe recogerse en estos resultandos un resumen de la
prueba practicada de una forma objetiva expresando el
resultado arrojado por cada medio de prueba,pero sin
adelantar todavía ninguna conclusión valorativa.
Fundamentos de Derecho: Los fundamentos de derecho son
la verdadera motivación de las sentencias civiles y donde
verdaderamente se recoge la doctrina legal aplicada por los
Jueces y Tribunales. Aquí es donde el Juez debe sentar los
hechos que estima probados según los resultados de las
pruebas y utilizando para ello las reglas jurídicas
pertinentes. Sobre estos hechos jurídicos establecidos es
sobre los que se debe aplicar la norma jurídica que estime
aplicable.
La parte final de la sentencia es el fallo que es donde el
Juez resuelve el caso estimando o desestimando las
pretensiones de las partes. El fallo debe cumplir con unas
características: claridad,precisión y congruencia con las
pretensiones de las partes y resolver todas las cuestiones y
pretensiones planteadas en el pleito.
Doctrina constitucional dominante
El Tribunal Constitucional ha manifestado en multitud de
sentencias que el derecho a la tutela judicial efectiva
consiste en obtener una resolución fundada en Derecho que
ponga fin al proceso. El hecho de que la sentencia deba
motivarse en Derecho, no significa que su contenido tenga que
ser jurídicamente correcto sino que a pesar de la motivación
puede haber infracción de ley o de doctrina legal. El derecho
a la tutela judicial efectiva no ampara el acierto de las
resoluciones judiciales salvo en el caso de resoluciones
manifiestamente infundadas o arbitrarias.
VARIEDADES DE LA SENTENCIA
OBJETIVOS
En la presente sección se busca examinar algunos de los
rasgos individuales de los diferentes tipos de sentencia,
aunque se reconoce que hay unos raseros comunes a toda
sentencia, entendida ella, en parte, como un acto de
comunicación mediante el cual el autor intenta mostrar el
itinerario que lo llevó a tomar una decisión.
Además, se muestra claramente el conflicto que puede
surgir en los órganos colegiados, que no hay una diferencia
esencial entre la sentencia de primer y segundo grado, y que
sólo se salva la preeminencia del juez ad quem mediante un
acto de autoridad legislativa que por sí solo carece de
soporte lógico, pero que con indudable sentido pragmático
causa el cierre necesario del sistema.
EN ATENCIÓN A LAS MATERIAS
Sentencia en sede constitucional.
Sin declinar la rigurosidad en el análisis de la
apreciación de la prueba, de la estructura argumentativa y de
la logicidad que debe acompañar el razonamiento judicial, no
es lo mismo concebir una sentencia de constitucionalidad para
derogar o excluir una norma del ordenamiento jurídico una
norma puesta por el legislador, que dictar una sentencia con
efectos inter partes en un caso ordinario. Las exigencias
mínimas de coherencia y racionalidad son premisas básicas
para toda sentencia; pero, probablemente, podemos dar por
aceptado que cuando la sentencia judicial busca la exclusión
o expulsión de una norma del ordenamiento jurídico, porque ha
ingresado a dicho ordenamiento de manera espuria,
contraviniendo las formas de producción de las leyes, o
porque su presencia en el ordenamiento es incompatible con
norma constitucional, las exigencias argumentativas son
de tipo diferente.
SENTENCIA EN SEDE DE CONTROL ABSTRACTO DE CONSTITUCIONALIDAD
En sede de control constitucional abstracto la
sentencia ofrece particularidades, en tanto el contraste en
este caso se da entre dos normas de tipo abstracto y general,
aunque de jerarquía diferente; allí la relevancia de los
hechos es menor, casi ninguna, pues se trata de dos normas
con estructura más o menos idéntica que entran en abierta
colisión por lo que ellas significan en el conjunto del
ordenamiento, básicamente por la fuente que las emite, esto
es, el Constituyente o el legislador .
Probablemente la textura abierta de la norma
constitucional ofrecerá una complejidad adicional, o
demandará exigencias particulares, en contraste con la norma
de tipo legal que suele tener una estructura menos abierta;
en aquella contará la presencia de principios en el análisis
y la integración de una especie de proposición jurídica
completa o bloque de constituiconalidad, en el que estén
incluidos los tratados internacionales. Por supuesto, la
parte conclusiva de este tipo de sentencia lleva a un
contraste de jerarquía normativa que salva la contradicción
en beneficio de la norma de orden superior, esto es, de la
Constitución.
SENTENCIA EN SEDE DE CASACIÓN
En sede de casación la pretensión del sistema es cerrar
las instancias regulares del juicio, es decir, clausurar el
debate con un efecto directo sobre la sentencia de instancia
y sobre las partes. En casación, el resarcimiento de las
partes puede ser apenas un efecto marginal, pues la sentencia
es un juicio a la sentencia del Tribunal y no a la conducta
del procesado o de las partes en el contrato. No hay, salvo
excepciones, un juicio sobre los hechos del proceso, es un
juicio a la sentencia, un contraste entre ella y la ley; por
lo que el esfuerzo argumentativo y el tipo de sentencia
pueden ser un tanto diferentes.
RECENSIÓN JURISPRUDENCIAL SOBRE EL DEBER DE MOTIVAR LAS
SENTENCIAS.
En materia penal con ocasión del establecimiento de la
exigencia de sustentar el recurso de apelación, se ha puesto
en evidencia el deber del juez de responder a los alegatos
del apelante, deber de respuesta que se erige en una
exigencia adicional de argumentación y calificación o
descalificación de los planteamientos del apelante. En
sentencia de 17 de octubre de 2001 la Sala de Casación Penal
de la Corte estableció que la sentencia de segunda instancia
tiene como límite de pronunciamiento los temas de la
impugnación, tal como ellos fueron planteados por el
recurrente. La aplicación precedente comporta una carga de
argumentación al recurrente pues si este omite algún cargo
contra la sentencia, con ello estaría limitando la
competencia del ad quem. Pero lo más interesante en la
sentencia comentada es que ella realiza una de las
condiciones de la situación ideal de diálogo de estirpe
Habermasiana, por cuanto todo participante en el dialogo
puede aportar argumentos y si alguien es requerido a dar
respuesta no puede negarse. Igualmente esta exigencia refleja
una combinación de reglas de razón y reglas de carga de la
argumentación presentes en Alexy. En la misma sentencia la
Corte argumentó: "Si los fundamentos de la impugnación
establecen el objeto de pronunciamiento del funcionario de
segundo grado y ellos están referidos a discutir los términos
y conclusiones de la decisión de primera instancia, es clara
la relación de necesidad existente entre la providencia
impugnada, la sustentación de la apelación y la decisión del
Juez de segunda instancia. Providencia impugnada y recurso,
entonces, forman una tensión, que es la que debe resolver
el superior
SENTENCIAS DE PRIMERA Y SEGUNDA INSTANCIA
Tal vez los dos tipos de sentencia más afines son los
de primera y segunda instancia, en tanto ambas recaen sobre
los hechos, las premisas normativas, los encadenamientos
causales, o el engarzamiento o anudamiento de argumentos en
torno a los hechos y a las normas legales aplicables. Son dos
tipos de sentencia que compiten por el acierto y cuya
identidad estructural realmente se salva mediante un
artificio de autoridad, en virtud del cual la sentencia de
segunda instancia le quita legitimidad a la de primera, no
con fundamento en alguna supremacía argumentativa disponible
sólo para el juez de segundo grado, tampoco estrictamente por
la mejor interpretación de los textos normativos y menos
porque se anticipe alguna visión particular que permita
presumir un mejor análisis de los hechos o de la valoración
probatoria en segundo grado; la exclusión de la sentencia de
primera instancia y la sustitución por la de segundo grado
solo se produce mediante el criterio de autoridad. Para
cerrar las dos instancias normales de todo juicio, el
legislador ha dispuesto que la segunda puede ejercer una
función revocatoria, sentando de antemano una presunción de
acierto que, repítase, solamente está anclada en un argumento
de autoridad.
No hay ninguna metodología, instrumental lógico, recurso
retórico o estatuto epistemológico de uso exclusivo del juez
ad quem que le permita, en segunda instancia, forzar la
conclusión de que su fallo es más acertado que el de primer
grado, tanto, que permita sustraerle vigencia. El
entendimiento cabal de tal circunstancia debe imponer al juez
de segundo grado un esfuerzo adicional para demostrar que la
solución que halló, divergente de la de primer grado. Que
por tanto la sustituye, es argumentativamente superior, que
el criterio de autoridad es apenas un auxilio necesario, una
disposición de cierto modo arbitraria para cerrar el sistema
en la búsqueda del estatus de la cosa juzgada.
SENTENCIA DE LOS JUECES COLEGIADOS
Es bastante complejo averiguar, por ejemplo, las
motivaciones de índole psicológico que llevan al juez
unipersonal a adoptar una decisión. Las decisiones judiciales
se plantean en varios niveles, uno de ellos es el
eminentemente psicológico que responde un poco a la pregunta:
¿por qué decidió el juez así? y atañe a las motivaciones que
él presenta externamente, pero que probablemente no reflejan
los impulsos de índole psicológico que lo llevaron a elegir
entre las diferentes alternativas que estaban a su
disposición; alternativas que son radicalmente distintas en
su desenlace pero penumbrosas en sus orígenes, en tanto el
sentido de la decisión se pudo desencadenar por detalles
minúsculos de magnitud que juega proporcionalmente a las
consecuencias finales de la decisión. Como ya hemos visto, no
pocas veces el esfuerzo argumentativo oculta y se esfuerza en
soslayar los verdaderos motivos de la decisión.
EL DEBER COMO DERECHO Y GARANTIA. EL DERECHO FUNDAMENTAL A
UNA DECISION DEBIDAMENTE JUSTIFICADA
Reconocimiento constitucional del derecho a la debida
motivación
En efecto, la motivación tiene dos aristas en relación a
su reconocimiento constitucional. Y es que la debida
motivación es una obligación y al mismo tiempo un derecho
fundamental de los individuos.
En el ordenamiento peruano el artículo 139.5 de la
Constitución señala que son principios y derechos de la
función jurisdiccional “la motivación de las resoluciones
judiciales en todas las instancias con mención expresa de la
ley y los fundamentos de hecho en que se sustentan”.
El postulado constitucional que acabamos de mencionar,
si bien ha sido señalado en un sentido univoco, es decir no
podemos distinguir si se ha formulado como un derecho o una
obligación, podemos interpretar que el mismo se ha
establecido o debemos entenderlo en los dos sentidos
mencionados. Y es que la debida motivación de las
resoluciones se constituye como un punto esencial del Estado
Constitucional de Derecho en ambos sentidos, en la medida que
coadyuva a garantizar otros derechos de los justiciables y
algunos principios fundamentales de la actividad
jurisdiccional, así como controlar que la actividad
jurisdiccional no sea arbitraria ni abuse del poder.
La obligación de la debida motivación como garantía
La obligación de motivar debidamente como
dice (Colomer, 2003 p.60-71), “es un principio
constitucional y pilar esencial de la jurisdicción
democrática”. Y es que a diferencia del Antiguo Régimen, en
el que los órganos judiciales no estaban llamados a dar
cuenta de la interpretación y aplicación del Derecho, esto no
puede considerarse admisible en una sociedad democrática, en
la que justicia, igualdad y libertad ascienden a la dignidad
de principios fundamentales.
La obligación de motivar cumple la finalidad de
evidenciar que el fallo es una decisión razonada en términos
de Derecho y no un simple y arbitrario acto de voluntad de
quien está llamado a juzgar, en ejercicio de un rechazable -
en nuestra opinión- absolutismo judicial (Millione, p. 16)
Ahora bien, en términos concretos la obligación de
motivar es una garantía del principio de imparcialidad, en la
medida que mediante ella podemos conocer si el juez actuó de
manera imparcial frente a las partes durante el proceso. En
el mismo sentido, la motivación es una garantía de
independencia judicial, en la medida que garantiza que el
juez no determine o solucione un caso por presión o intereses
de los poderes externos o de los tribunales superiores del
Poder Judicial.
Igualmente, la obligación de motivar se constituye como
límite a la arbitrariedad del juez, permite además constatar
la sujeción del juez a la ley y que las resoluciones del juez
puedan ser objeto de control en relación a si cumplieron o no
con los requisitos y exigencias de la debida motivación .
Y es que en tanto garantía de la “no arbitrariedad”, la
motivación debe ser justificada de manera lógica. De ahí que
la exigencia de motivación, como señala Colomer, no sea el
mero hecho de redactar formalmente sino que la justificación
debe ser racional y lógica como garantía de frente al uso
arbitrario del poder” (Colomer, 2003, p. 96).
En el mismo sentido, en relación a la sujeción a la ley,
la motivación permite constatar que la decisión del juez es
dictada conforme a las exigencias normativas
constitucionales, legales, reglamentarias del ordenamiento.
Ello finalmente contribuye a que la sociedad en general tenga
confianza en la labor que ejerce el Poder Judicial en la
resolución de conflictos. En efecto, el TC ha señalado que
“la exigencia de que las decisiones judiciales sean motivadas
garantiza que los jueces, cualquiera que sea la instancia a
la que pertenezcan, expresen la argumentación jurídica que
los ha llevado a decidir una controversia, asegurando que el
ejercicio de la potestad de administrar justicia se haga con
sujeción a la ley; pero también con la finalidad de facilitar
un adecuado ejercicio del derecho de defensa de los
justiciables” (Ibídem, pág. 97)
la obligación la debida motivación como derecho
La otra cara de la moneda es la de la debida motivación
como derecho. En efecto, la motivación de las resoluciones
judiciales es una garantía esencial de los justiciables, en
la medida que por medio de la exigibilidad de que dicha
motivación sea “debida” se puede comprobar que la solución
que un juez brinda a un caso cumple con las exigencias de una
exégesis racional del ordenamiento y no fruto de la
arbitrariedad (Tribunal Constitucional, 1992, fundamento
jurídico 3).
Ahora bien, el derecho a la motivación de las sentencias
se deriva del derecho al debido proceso. En efecto, si
realizamos una interpretación sistemática entre el artículo
139, 5 y el artículo que puede leerse de la siguiente manera,
“la obligación de motivar las resoluciones, puesta en
relación con el derecho al debido proceso, comprende el
derecho a obtener una resolución debidamente motivada”
(Tribunal Constitucional Peruano, Exp. N° N. º 02424-2004-
AA/TC).
El TC además ha señalado en constante jurisprudencia que
“El debido proceso presenta dos expresiones: la formal y la
sustantiva; en la de carácter formal, los principios y reglas
que lo integran tienen que ver con las formalidades
estatuidas, tales como las que establecen el juez natural, el
procedimiento preestablecido, el derecho de defensa y la
motivación (…)”(Tribunal Constitucional Peruano , Exp. N.°
8125-2005-PHC/TC, FJ. 11).
En efecto, en otra de las sentencias el TC ha indicado
que “no de los contenidos del derecho al debido proceso es el
derecho de obtener de los órganos judiciales una respuesta
razonada, motivada y congruente con las pretensiones
oportunamente deducidas por las partes en cualquier clase de
proceso” (Tribunal Constitucional Peruano, Exp. N° 05401-
2006-PA/TC, FJ. 3).
De otro lado, de modo similar al de la obligación de
motivar, el derecho a la debida motivación se constituye como
un límite a la arbitrariedad en la que los jueces puedan
incurrir por medio de sus decisiones. Y es que a decir del TC
peruano, “toda decisión que carezca de una motivación
adecuada, suficiente y congruente, constituirá una decisión
arbitraria y, en consecuencia, será inconstitucional”
(Tribunal Constitucional Peruano. Exp. N° 0728-2008-PHC/TC,
FJ 8 y 9a carta fundamental”).
Procesos constitucionales para proteger el derecho a la
debida motivación
En el Estado Constitucional, el reconocimiento de
derechos fundamentales dentro de los textos constitucionales
necesariamente implica la creación de mecanismos o procesos
constitucionales para la defensa de dichos derechos y, en fin
de cuentas, del carácter vinculante de la
Constitución (Tribunal Constitucional Peruano, Exp. N.°
7022-2006-PA/TC, FJ.10). Ahora bien, cuando hablamos del
derecho a la debida motivación de las resoluciones
judiciales, nos encontramos frente a un derecho de rango
constitucional y por tanto el mismo tendría que ser objeto
de protección por medio de los procesos constitucionales
consagrados en la Constitución y el Código Procesal
Constitucional.
En efecto, cuando realizamos un análisis sobre el tipo
de proceso constitucional que corresponde aplicar cuando se
vulnera el derecho a la debida motivación, en primer término
pensamos en el proceso de amparo. Y es que este tipo de
proceso, se encuentra destinado a proteger los derechos
reconocidos en la constitución con excepción del derecho a la
información que es protegido por el proceso de habeas data, y
el derecho a la libertad personal y derechos conexos, objeto
de protección de los procesos de habeas corpus.
En concreto, en el ordenamiento peruano, la Constitución
ha establecido en el artículo 20 inciso 2 que “la Acción de
Amparo, que procede contra el hecho u omisión, por parte de
cualquier autoridad, funcionario o persona, que vulnera o
amenaza los demás derechos reconocidos por la Constitución.
Así, cabría decir que existe la posibilidad de que las
resoluciones judiciales puedan ser cuestionadas en un proceso
de amparo por la vulneración de derechos
constitucionales, pero ello ha sido cuestión ampliamente
debatida, principalmente porque el artículo 200, 2
también señala que “(…) No procede contra (…) resoluciones
judiciales emanadas de procedimiento regular”.
Frente a ello, el TC ha sentado jurisprudencia sobre el
tema en cuestión en el sentido de admitir este supuesto, todo
ello sobre la base de la interpretación de los dispositivos
constitucionales y legales que abordan el tema. Al respecto
de como debe leerse o entenderse este dispositivo, el TC
considera inadmisible que el artículo 200,2 de la Los
procesos constitucionales también pueden denominarse
garantías de la propia constitución en la medida que son
mecanismos destinados a asegurar la observancia, aplicación y
estabilidad de la ley Fundamental. ( GOMEZ , 2005, p. 859-
860).
Constitución pueda significar o interpretarse como una
limitación a la competencia rationae materia del amparo
contra resoluciones judiciales (Tribunal Constitucional
Peruano. Exp N° 3179-2004-AA/TC, FJ. 14).
En ese sentido, debemos descartar el supuesto que niega
la posibilidad del amparo contra resoluciones judiciales, por
el contrario debemos situarnos en el caso de un supuesto
limitado en la medida que se prohíbe el amparo contra
resoluciones de procesos regulares , más no de fallos
emitidos dentro de un proceso judicial irregular. Con ello
quedaba como interrogante la definición de lo que es un
proceso irregular y se establecía una puerta de entrada para
la procedencia de los amparos contra resoluciones judiciales.
Ahora bien, sobre el punto, se ha pasado de reconocer
que una resolución emanada de procedimiento irregular se
refería “a aquella que afectaba al debido proceso o la tutela
jurisdiccional efectiva, derechos reconocidos en el 139, 3 de
la Constitución”, a la tesis que señala que una resolución
irregular es aquella en la cual se afecta cualquier derecho
fundamental.
En el caso Apolonia Collca, el TC afirmó que atendiendo
a la eficacia vertical de los derechos fundamentales, es
decir, a la vinculación de los derechos hacia cualquiera de
los poderes, y en general, órganos públicos, “la tesis según
la cual el amparo contra resoluciones judiciales procede
únicamente por violación del debido proceso o la tutela
jurisdiccional efectiva, confirma la vinculatoriedad de
dichos derechos en relación con los órganos que forman parte
del Poder Judicial. Pero constituye cuna negación sobre la
vinculatoriedad de los “otros” derechos fundamentales que no
tengan naturaleza de derechos fundamentales procesales”
(Tribunal Constitucional Peruano. Exp N° 3179-2004-AA/TC,
FJ. 18)
Así, el TC ha admitido la procedencia de los amparos
contra resoluciones judiciales para la afectación de
cualquier derecho constitucional pues todos esos casos
configurarían un proceso irregular. Otro de los argumentos
utilizados por el TC es que atendiendo a los artículos 1.1 y
1.2 de la Convención Derechos Humanos y a la jurisprudencia
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, los estados
tienen la obligación de ofrecer a las personas sometidas a su
jurisdicción, un recurso judicial efectivo contra actos
violatorios de sus derechos fundamentales (Corte
Interamericana de Derechos Humanos, 1987, párrafo 23.). A
decir del ordenamiento peruano, este recurso se configura a
través del amparo.
Igualmente, de una lectura del artículo 25.1 de la
Convención, referido al derecho a un recurso sencillo y
rápido que amparen a la persona contra las violaciones a sus
derechos, quedaría claro que no hay derecho fundamental que
no pueda ser objeto de protección por parte del Estado en
toda circunstancia, sin excepción alguna.
TUTELA JUDICIAL Y JUSTIFICACION DE LAS SENTENCIAS
JUSTIFICACION DE LA SENTENCIA.
1.- El principio de legalidad y justificación racional en una
decisión judicial. Habiendo visto ya la necesidad de
justificar las razones de derecho y de hecho en toda decisión
judicial, podemos observar como ellas se encuentran inmersas
- junto con otros criterios - en una decisión judicial.
El interés por el razonamiento judicial parte del
rechazo tanto de una concepción mecanicista de la aplicación
del derecho, como de posturas irracionalistas.
La aplicación del derecho no puede reducirse a la
remisión a ciertos enunciados jurídicos y a unos hechos
“brutos” (premisas mayor y menor del tradicional silogismo
judicial), es por ello que, a la hora de analizar la
aplicación del derecho, las nociones de razonamiento o
justificación deben ocupar un lugar tan central como el
principio de legalidad.
Puede decirse que no hay aplicación del derecho sin
justificación: sólo puede mostrarse que una decisión judicial
está justificada si se ofrecen razones en apoyo de la misma.
De aquí que la obligación de motivar las sentencias no
sea únicamente una exigencia de orden legal (en la medida en
que dicha obligación suele venir impuesta por los
ordenamientos jurídicos), sino que deriva de la idea misma de
la jurisdicción y de su ejercicio en los Estados
Democráticos, donde no pueden desligarse las ideas de
jurisdicción y motivación: esta es constitutiva de aquella,
de tal forma que la motivación no es algo obligatorio pero
“externo” (un aditamento) a las sentencias, sino que es
inherente a la aplicación del derecho.
El razonamiento judicial tiene frente al razonamiento
práctico general una particularidad: que en el derecho si
existen limitaciones legales respecto del tipo de razones que
pueden darse en favor de una decisión. Ahora bien, a su vez
las razones en apoyo de una determinada decisión judicial no
pueden reducirse a razones institucionales (legales), y es
necesario dar razones adicionales.
Así, se puede decir que la decisión judicial debe ser
una decisión doblemente limitada:
a).- Por el principio de legalidad: que implica que el
juez tiene que tomar la decisión aplicando el ordenamiento
jurídico; la decisión judicial tiene que ser una decisión
legal.
Ello conlleva que la decisión judicial, así como los
enunciados en que está basada puede ser una decisión
“injusta”, “no razonable” pero aún legal.
b).- Por la racionalidad o correcta justificación de la
misma, y que está en función de las razones dadas en favor de
las diferentes opciones que se le plantean al Juez a lo largo
del proceso de aplicación.
2.- Racionalidad judicial.
Hoy en día términos como racional, racionalidad,
razonabilidad, se han convertido en un lugar común en los
análisis de las decisiones judiciales, aunque su significado
sea aún muy discutido. Se habla de racionalidad en distintos
campos.
Si bien el razonamiento judicial es un razonamiento
práctico en la medida en que la finalidad es tomar una
decisión, la racionalidad de las decisiones judiciales,
implica la idea de ofrecer las mejores razones en apoyo de la
decisión respecto de cada una de las alternativas posibles en
las diferentes decisiones parciales que la aplicación del
derecho plantea.
La racionalidad no tiene que ver tanto con el resultado
(la decisión puede parecerle irracional a un sujeto), sino
con las razones aducidas para justificar la misma, con el
establecimiento de las condiciones que deben cumplir las
decisiones judiciales para que merezcan la consideración de
racionales; y ello debe hacerse en términos no ideales o
impracticables.
Por ello creo que un correcto punto de partida es dejar
claro que, en este contexto, racionalidad no equivale a
absoluta certeza, sino que en muchos casos (no en todos) es
preferible poner de relieve que existen diversas soluciones
racionales, más que ir en la búsqueda de una única solución.
3.- Justificación externa de la decisión judicial
Diferentes estudios han dado cuenta de los argumentos
(razones) puestos en práctica por los operadores jurídicos
para justificar sus decisiones. Sin embargo, el propio
carácter empírico de estos análisis impide alcanzar cualquier
conclusión acerca de qué argumentos son validos con carácter
general o en un ámbito o rama del derecho en particular.
Menos aún pueden determinar cuales son las razones válidas en
un caso individual. No obstante, el mero hecho de que una
decisión judicial ofrezca algún argumento en su apoyo parece
presentarla como correcta, sin necesidad de someterla a
crítica.
El hecho de que en ocasiones pueda haber más de una
solución (racional) a un caso individual no significa que
cualquier solución lo sea.
Para ello es necesario tomar como referencia un modelo
teórico de aplicación del derecho. “A tenor de este modelo
puede decirse que la aplicación del derecho conlleva las
siguientes decisiones parciales:
a).- decisión de validez y aplicabilidad,
b).- decisión de interpretación,
c).- decisión sobre la prueba,
d).- decisión de subsunción,
e).- decisión de consecuencias,
f).- decisión final.” (WROBLEWSKI, 2003, pag. 124)
Por lo que a la validez material de la justificación
(justificación externa) se refiere, la decisión judicial debe
cumplir las siguientes condiciones:
a).- En la medida en que la justificación es una
actividad compleja, se requiere que la misma proporcione un
armazón organizativo racional a la resolución judicial.
b).- Que las razones sean explícitas: para que una
decisión judicial pueda considerarse justificada, sus
premisas, las razones de la decisión, deben ser explícitas.
Así, no se descubre nada si se dice que el modo clásico de
representar la decisión judicial a través del silogismo o de
la regla modus ponens (en el que las razones de una decisión
judicial parecen poder reducirse a dos tipos: legales en la
premisa mayor – o en el antecedente – y fácticas en la menor
– o en el consecuente –) resulta inoperante para este fin.
Ahora bien, la cuestión es: ¿cuándo debe considerarse que una
razón es explícita?.
Resumidamente puede decirse que:
• Cuándo existe la misma (en este sentido hablar de
“motivación implícita” resulta una contradicción en sus
términos),
• Cuando es suficiente, y
• Cuando es congruente.
c).- Que las razones sean válidas: esta condición incluye
fundamentalmente dos:
• Que la justificación sea armoniosa con la
naturaleza de las premisas objeto de justificación, pues es
privilegiado el tipo de razón relativo al significado de los
términos, a la elección entre dos proposiciones jurídicas
aplicables, y
• Que las razones sean compatibles.
d).- Que la justificación sea completa (aspecto
cuantitativo): en el sentido que justifique todas aquellas
opciones que directa o indirectamente, total o parcialmente
decidan la cuestión en uno u otro sentido.
e).- Que las razones sean suficientes: cada una de las
decisiones parciales debe estar justificada en grado
suficiente (aspecto cualitativo), lo que dependerá de la
complejidad de las premisas objeto de justificación, siempre
con esta pauta “todo tiene un término medio: exíjase,
primero, que el juez explicite (y no se silencie ni – menos –
oculte) la cadena de opciones que ha realizado antes de
llegar a la decisión final; y segundo, que las justifique en
una medida que la cultura jurídica y social de la época
considera bastante.
f).- Que las razones sean concluyentes: las razones en
apoyo de una decisión pueden ser varias y apoyar por tanto
soluciones divergentes, por esta razón la justificación
deberá poner de relieve la fuerza de cada una de las razones
y la relación entre las mismas. En apoyo de una determinada
decisión en muchas ocasiones pueden ofrecerse una pluralidad
de razones, razones que pueden ser convergentes en apoyo de
una única decisión o presentarse como razones en conflicto en
favor de decisiones opuestas.
4.- Tipos de razones.
Son diversas las clasificaciones que vienen siendo
realizadas por la teoría jurídica en orden a mostrar los
tipos de razones que forman parte de una decisión judicial.
a).- Razones institucionales: se ha señalado antes que
la justificación judicial debe girar en torno a dos
elementos: el principio de legalidad y la justificación de
las diversas elecciones que se le presentan al juez. La
razón primera es que se trate de una decisión legal pero el
carácter legal de la decisión no necesita justificación por
parte del juez, resultaría cuando menos paradójico que en
cada decisión judicial el juez tuviera que dar cuenta de las
razones para aplicar el derecho (y no por ejemplo su propio
código moral o determinadas normas religiosas). Desde este
punto de vista no cabría hablar de razones institucionales en
cuanto que sería redundante respecto del ya mencionado
principio de legalidad.
Dentro del carácter legal de una decisión judicial,
pueden distinguirse los enunciados jurídicos que regulan el
aspecto sustantivo de la cuestión, de aquellos otros que se
refieren a meta normas acerca de la aplicación del derecho.
• Razones en apoyo de cuestiones específicamente
jurídicas (por.ejemplo: el sistema de fuentes del derecho), o
• Razones en apoyo de cuestiones generales pero que
en el ámbito jurídico tienen caracteres singulares que hacen
que deba ser planteada en términos institucionales (así por
ejemplo. si bien el problema de conflicto de normas se
plantea en el terreno moral y jurídico, en este último la
cuestión tiene rasgos específicos).
Sin pretensión de exhaustividad, son razones de este
tipo las siguientes: los enunciados que establecen
definiciones legales; los que, en caso de contradicciones,
establecen cual es la norma (o la solución) aplicable. Por lo
que a la prueba de los hechos se refiere, hay enunciados
jurídicos que dan por probados ciertos hechos sin necesidad
de prueba (en el proceso civil, los hechos incontrovertidos,
los hechos notorios y los hechos favorecidos por una
presunción legal, y en el proceso penal los hechos acerca de
los cuales hay conformidad); mientras que otros casos
excluyen la procedencia de la prueba. Hay enunciados que
consideran inexistentes (no probados) hechos realmente
acaecidos y, a través de la prueba tasada, determinados tipos
de prueba producen resultados vinculantes independientemente
de la convicción del juez. Por último, las presunciones son
enunciados jurídicos que establecen que, en presencia de
ciertos hechos, hay que considerar otros hechos como
verdaderos.
b).- Razones lingüísticas: son razones lingüísticas las
dadas en apoyo de una cuestión relativa al significado de los
enunciados. La importancia de este tipo de razones reside en
que este tipo de razones está omnipresente en la aplicación
del derecho. Así, las razones lingüísticas tienen que ver
con:
• La determinación del significado de los enunciados
jurídicos, bien se trate de su intención, bien de su
referencia a un caso individual;
• La afirmación (o negación) de la existencia de una
contradicción entre proposiciones;
• La afirmación (o negación) de la existencia de una
laguna; y
• La afirmación (o negación) de la validez de una
proposición jurídica.
Los problemas de interpretación en el derecho son sobre
todo problemas de vaguedad y, en menor medida, de ambigüedad
(sea semántica o sintáctica). Esto significa que el juez
tiene que justificar:

• Por qué considera que un enunciado (o una serie de


estos) presenta un problema interpretativo y dentro de qué
limites se plantea el mismo;
• Cuál es la razón (o razones) por la cual, ante una
pluralidad de significados, opta por uno en detrimento del
resto.
El principal problema de la interpretación radica en
determinar entre qué límites se plantea la misma, es decir,
cuales son los diversos significados (si hay más de uno) del
enunciado jurídico. La interpretación de los enunciados
jurídicos, como la de cualquier enunciado está guiada por
reglas, criterios, etc, que no son los denominados criterios
de interpretación jurídica, sino al hecho de que cualquier
significado está guiado por convenciones pues todo lenguaje
requiere un uso constante, una regularidad que es
constitutiva del mismo y que hace que se pueda hablar de
normatividad lingüística.
A este respecto creo que no está de más recordar dos
rasgos del lenguaje común (predicables asimismo del lenguaje
jurídico) como son la convencionalidad y la autonomía
semántica. La convencionalidad del lenguaje significa que las
palabras, una vez adoptadas por una comunidad lingüística,
tienen un significado en buena medida estable, lo que hace
que sea posible la comunicación. Igualmente la autonomía
semántica del lenguaje, esto es, con la capacidad del
lenguaje de transmitir significados independientemente de los
fines comunicativos en ocasiones particulares, y la
posibilidad de que un oyente pueda comprender lo que dice el
hablante incluso en circunstancias en que hablante y oyente
sólo tengan en común el lenguaje.
Por eso el lenguaje jurídico (como los lenguajes de
otras disciplinas y el lenguaje común) tiene un significado
de acuerdo con las convenciones y las reglas de uso
compartidas por los miembros de la comunidad jurídica.
La cuestión de la interpretación, por tanto, consiste en
delimitar cuales son los márgenes dentro de los cuales una
atribución de significado puede calificarse como
interpretación (que algunos llamarán “interpretación
literal”), y que no es una cuestión específica de la
filosofía del derecho sino de la semántica y/o de la
filosofía del lenguaje (disciplinas en las que no hay acuerdo
acerca de qué es el significado literal y donde se pone de
manifiesto la discusión sobre los límites entre semántica y
pragmática).
Delimitados los márgenes de la interpretación, la
elección por una de entre las diversas posibles
interpretaciones no es una cuestión lingüística sino
valorativa; y es aquí donde tienen lugar consideraciones
relativas a los fines de la ley, las consecuencias de otorgar
una determinada interpretación, la remisión a los valores de
la sociedad, etc.
c).- Razones empíricas: son razones empíricas las que
tienen que darse en apoyo de cualquier tipo de enunciado
empírico. Frecuentemente las razones empíricas se identifican
con la denominada “cuestión fáctica” de la decisión.
La “cuestión de hecho” tiene como punto de llegada un
enunciado fáctico acerca de la existencia del supuesto de
hecho del enunciado aplicable; y ello tiene que justificarse.
La cuestión fáctica puede articularse en las siguientes
etapas:
• Análisis y valoración individualizada de las
pruebas
• Análisis y valoración conjunta de las pruebas
• Valoración de las diferentes hipótesis probatorias
o de la única existente
• Formulación de una única hipótesis o versión sobre
los hechos.
d).- Razones valorativas.
Se habla de los enunciados valorativos. “Estos pueden
definirse como aquellos que tienen la función de hacer una
apreciación positiva o negativa de un determinado objeto
(puede ser un objeto natural o cultural; puede referirse a
cosas, personas, entidades lingüísticas, etc); apreciaciones
que son expresadas a través de predicados del tipo “bueno”,
“correcto” “justo”, etc.”
La existencia (hecha explícita o no por el juez) de
razones valorativas viene dada por los márgenes que, tanto
las razones empíricas y lingüísticas, como las
institucionales ofrecen, lo que conlleva la elección de una
alternativa como “la mejor”, la “más justa”, etc.
Desde la teoría del derecho las respuestas a la cuestión
del contenido que debe darse a los juicios de valor son
varias pero dichos criterios plantean más cuestiones que las
que resuelven, y se presentan en definitiva más como
argumentos que como verdaderos métodos interpretativos.
• Una primera alternativa consiste en sostener que
los enunciados valorativos deben interpretarse en función de
“los valores propios del ordenamiento jurídico”, estos están
conformados por un gran número de leyes aprobadas a lo largo
de un amplio periodo de tiempo, lo que posibilita que hayan
sido fruto de mayorías parlamentarias de diferente signo
político. De otro lado, e independientemente de lo anterior,
una única ley puede ser el resultado de compromisos
políticos, lo que hace difícil que dicha ley sea expresión de
un único valor.
• Una segunda alternativa consiste en indicar que
los enunciados valorativos deben estar en consonancia con las
valoraciones de la sociedad o de grupos determinados de la
misma (juristas, médicos,...). Los problemas que esta
solución plantea son los siguientes. En primer lugar, para
aplicar este criterio sería preciso contar con datos
objetivos que permitieran constatar dichos valores. De otro
lado, el criterio de los “valores de la sociedad” resulta
sumamente vago puesto que en la resolución de un caso
individual no se trata de determinar cuales son los valores
de la sociedad, sino cuál es la incidencia de los mismos en
el caso individual. En tercer lugar, lo normal será que no
haya un total acuerdo en la sociedad en relación a dichos
valores, por lo que la cuestión es qué parte de la misma debe
considerarse suficiente para tener en cuenta este criterio.
Por último ¿qué sucede si los valores de la sociedad están en
contra de lo dispuesto por el ordenamiento para el caso?,
¿también este criterio tiene aquí cabida?
• La tercera alternativa consiste en decir que el
Juez ha de emplear los valores utilizados por la
jurisprudencia en casos semejantes. Este criterio parte de
una premisa discutible: que la jurisprudencia (toda o parte)
no es nunca de iure fuente del derecho (puesto que en caso
contrario este criterio sería redundante pues supondría tanto
como que el juez debe aplicar las fuentes del derecho). Si la
jurisprudencia no es fuente de derecho ¿por qué está un Juez
obligado a seguir las decisiones pronunciadas por otros
tribunales?
La insuficiencia de los criterios anteriores pone de
relieve que la cuestión de la justificación de los enunciados
valorativos en la aplicación del derecho remite instancia al
problema general de la justificación de este tipo de
enunciados. Esta cuestión se ha abordado no tanto respecto de
los enunciados valorativos sino de un tipo de estos: los
enunciados éticos.
Se comete un error al pensar que el único ejercicio
posible de la razón es determinar hechos o descubrir
verdades, y también se dijo luego que no puedan justificarse
racionalmente los juicios morales, empero se busca la
posibilidad y forma de justificación de los enunciados de la
ética normativa. Se trata de plantear requisitos del
razonamiento moral como condiciones de racionalidad de los
mismos.
Brandt realiza un planteamiento de este tipo a través de
lo que denomina “método de la Actitud cualificada”. Para
Brandt los requisitos de los juicios éticos que constituyen
indicadores de un método racional en ética son los
siguientes: consistencia, generalidad, imparcialidad,
suficiente información y suficiente libertad:
• Consistencia: Los juicios éticos de una persona
deben ser consistentes, tanto auto consistentes, como
consistentes en relación a los restantes juicios aceptados
por la persona.
La razón de ello es clara: en la medida en que los
principios de una persona sean inconsistentes esta no cuenta
con ningún principio válido. Sin embargo el requisito de la
consistencia no nos lleva muy lejos, quizá un asesino actúe
en base principios consistentes y sus principios éticos sean
incorrectos. El requisito de la consistencia afirma
únicamente que las convicciones éticas inconsistentes no
pueden ser aceptadas (al menos no todas ellas), lo que no
significa que todo conjunto consistente de principios sea
necesariamente válido.
• Generalidad: Consiste en que un juicio ético
particular es válido sólo si puede ser apoyado por un
principio general, principio que debe ser válido. Esto
significa que el principio general, combinado con enunciados
fácticos verdaderos, implica lógicamente el enunciado ético
particular. Por enunciado ético general entiende Brandt que
es universal, en el sentido de que es un enunciado acerca de
todos los casos de un cierto tipo, o acerca de todo el mundo,
y que no hace referencia a individuos, sino que se ocupa
solamente de propiedades.
• Imparcialidad: El tercer requisito es que el
juicio ético sea imparcial y supone que el que lo realiza
adopta una actitud que no variaría si las posiciones de los
individuos afectados fueran al revés, o si los individuos
fueran distintos de los que son.
• La suficiente información: Supone que poseemos
unas creencias verdaderas acerca de los criterios morales
entre los que hay que elegir. Este requisito comporta, por
ejemplo, la necesidad de una adecuada información acerca de
cada una de las posibles formas morales de vida entre las que
habría que preferir.
Tendríamos que conocer qué sistemas de valores o códigos
morales las integran, qué juicios de valor o prescripciones
podrían derivarse de su interior, y cuáles son las
posibilidades efectivas de materializar mi preferencia por
una determinada forma de vida. Desestimamos una actitud si la
consideramos desinformada, esto es, si en el caso de que una
persona fuese imparcial, no se hubiera producido como se
produjo si hubiera adquirido creencias verdaderas o se le
desengañase respecto a creencias falsas, o si estas creencias
verdaderas hubiesen sido más vivas, como lo habrían sido si
él hubiera observado los hechos. Sin llegar al extremo de
considerar que los requisitos señalados terminan con la
discrepancia ética, sí que pueden representar el cauce para
una discusión racional acerca de los mismos. Así, el método
propuesto por Brandt se presenta como “una base común sobre
la que hacer descansar la solución común de los problemas
éticos – aunque no sea una garantía de que todo el mundo
tenga respuestas idénticas para tales cuestiones”.

motivación aparente, Ausencia, Deficiente, Insuficiente y


Motivacion incongruente
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DEBIDA MOTIVACION DE RESOLUCIONES JUDICIALES; Inexistencia de
motivación o motivación aparente, Falta de motivación interna del
razonamiento, Deficiencias en la motivación externa; La motivación
insuficiente, La motivación sustancialmente incongruente.
EXP. 3943-2006-PA/TC
LIMA
JUAN DE DIOS
VALLE MOLINA
RESOLUCIÓN DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
Lima, 11 de diciembre de 2006
VISTO
El recurso de agravio constitucional interpuesto por don Juan de Dios
Valle Molina contra la resolución de la Sala de Derecho
Constitucional y Social de la Corte Suprema de Justicia de la
República, de fojas 163 del segundo cuaderno, su fecha 17 de
noviembre de 2005, que, confirmando la apelada, declara improcedente
la demanda de autos; y,
ATENDIENDO A
1. Que con fecha 25 de octubre de 2002 el recurrente interpone
demanda de amparo contra los Vocales de la Sala Civil de la Corte
Suprema de Justicia de la República, señores José Antonio Silva
Vallejo, Carlos Távara Calderón, Jorge Isaías Carrión Lugo, Mario
Otto Torres Carrasco y José Marcial Carrillo Hernández, a fin de que
se deje sin efecto tanto la resolución integrada que declara
improcedente el recurso de casación que interpuso y que le fue
notificada con fecha 26 de abril de 2002; como la resolución
integradora notificada con fecha 11 de marzo de 2002. Alega que
dichas resoluciones le causan agravio, en primer lugar, porque
convalidan la falta de sustento jurídico de las resoluciones de
primera y segunda instancia y, más específicamente, porque contienen
una fundamentación aparente y errada por cuanto declaran improcedente
el recurso “(…) adjudicándome invocaciones de [algunos] incisos [1 y
2 del artículo 386 del Código Procesal Civil] que no hice y que no
figuran en mi Recurso de Casación” ( sic).
2. Que con fecha 15 de junio de 2004 la Sexta Sala Civil de la Corte
Superior, declaró improcedente la demanda por considerar que “(…) de
la revisión de los autos no se aprecia que las resoluciones
judiciales materia de la litis hayan sido emitidas dentro de un
procedimiento irregular, no habiéndose acreditado la violación del
derecho Constitucional Procesal (sic), en consecuencia no procede
emitir, vía acción de amparo, un pronunciamiento que conlleve a la
declaración de nulidad del Auto calificatorio del recurso de casación
(…)” [considerando 4]. Por su parte la recurrida confirmó la apelada
por considerar que el recurrente pretende que se revise el fondo de
la controversia.
3. Que este Tribunal advierte que el recurrente instauró un proceso
civil de “obligación de hacer” contra la Dirección General de
Capitanías y Guardacostas a fin de que se le otorgue el despacho de
“Oficial de Reserva Naval”, bajo el argumento de que el Reglamento de
Capitanías y Actividades Marítimas Fluviales y Lacustres, al no
contemplar tal cargo para su situación, era “discriminatorio”. La
sentencia de primera instancia, con una fundamentación extensa,
declaró infundada su demanda, la que fue confirmada obviamente luego
de su apelación. Posteriormente el recurrente interpuso recurso de
casación, el cual fue declarado improcedente mediante resolución de
fecha 21 de enero de 2002. Antes de que dicha resolución cause
ejecutoria, mediante resolución de fecha 2 de abril de 2002, la misma
Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia de la República se
pronunció en torno a dos temas [pronunciamiento sobre las causales
previstas en los incisos 1) y 2), artículo 386º del Código Procesal
Civil] que, a su criterio, fueron omitidos al expedirse la referida
resolución de fecha 21 de enero de 2002. Luego de evacuada esta
resolución, a través de diferentes articulaciones el recurrente hizo
ver al órgano emplazado que el pronunciamiento en torno a las
causales previstas en los incisos 1) y 2) artículo 386º del Código
Procesal Civil no fueron planteados en su recurso de casación. Todas
esas articulaciones fueron desestimadas por el órgano judicial
emplazado. Por último, el recurrente en el amparo ha considerado que
el pronunciamiento sobre esos aspectos vulnera su derecho a la
motivación de las resoluciones judiciales.
4. Que el Tribunal Constitucional considera que debe desestimarse la
pretensión. Al hacerlo ha de recordar que el derecho a la debida
motivación de las resoluciones judiciales es una garantía del
justiciable frente a la arbitrariedad judicial y garantiza que las
resoluciones judiciales no se encuentren justificadas en el mero
capricho de los magistrados, sino en datos objetivos que proporciona
el ordenamiento jurídico o los que se deriven del caso.
Sin embargo no todo ni cualquier error en el que eventualmente
incurra una resolución judicial constituye automáticamente una
violación del contenido constitucionalmente protegido del derecho a
la motivación de las resoluciones judiciales. A juicio del Tribunal,
el contenido constitucionalmente garantizado de este derecho queda
delimitado en los siguientes supuestos:
a) Inexistencia de motivación o motivación aparente.
b) Falta de motivación interna del razonamiento, que se presenta en
una doble dimensión; por un lado, cuando existe invalidez de una
inferencia a partir de las premisas que establece previamente el Juez
en su decisión; y, por otro, cuando existe incoherencia narrativa,
que a la postre se presenta como un discurso absolutamente confuso
incapaz de transmitir, de modo coherente, las razones en las que se
apoya la decisión. Se trata, en ambos casos, de identificar el ámbito
constitucional de la debida motivación mediante el control de los
argumentos utilizados en la decisión asumida por el juez o tribunal,
ya sea desde la perspectiva de su corrección lógica o desde su
coherencia narrativa.
c) Deficiencias en la motivación externa; justificación de las
premisas, que se presenta cuando las premisas de las que parte el
Juez no han sido confrontadas o analizadas respecto de su validez
fáctica o jurídica.
d) La motivación insuficiente, referida básicamente al mínimo de
motivación exigible atendiendo a las razones de hecho o de derecho
indispensables para asumir que la decisión está debidamente motivada.
Si bien, como ha establecido este Tribunal, no se trata de dar
respuestas a cada una de las pretensiones planteadas[1], la
insuficiencia, vista aquí en términos generales, sólo resultará
relevante desde una perspectiva constitucional si es que la ausencia
de argumentos o la “insuficiencia” de fundamentos resulta manifiesta
a la luz de lo que en sustancia se está decidiendo.
e) La motivación sustancialmente incongruente. El derecho a la tutela
judicial efectiva y, en concreto, el derecho a la debida motivación
de las sentencias, obliga a los órganos judiciales a resolver las
pretensiones de las partes de manera congruente con los términos en
que vengan planteadas, sin cometer, por lo tanto, desviaciones que
supongan modificación o alteración del debate procesal (incongruencia
activa). Desde luego, no cualquier nivel en que se produzca tal
incumplimiento genera de inmediato la posibilidad de su control
mediante el proceso de amparo. El incumplimiento total de dicha
obligación, es decir, el dejar incontestadas las pretensiones, o el
desviar la decisión del marco del debate judicial generando
indefensión, constituye vulneración del derecho a la tutela judicial
y también del derecho a la motivación de la sentencia (incongruencia
omisiva).
5. Que en el caso presente, como se ha expuesto en el considerando 3,
supra, de esta resolución, en la resolución de fecha 21 de enero de
2002 el órgano judicial emplazado se pronunció sobre el supuesto
planteado en el recurso de casación, esto es, sobre la causal
prevista en el inciso 3) del artículo 386º del Código Procesal Civil.
Sin embargo, al expedir la resolución de fecha 2 de abril de 2002,
integró la resolución del 21 de enero de 2002, pronunciándose también
en torno a las causales establecidas en los incisos 1) y 2), artículo
386 del Código Procesal Civil, supuestos que no fueron invocados.
Si bien tal proceder de la Sala Civil emplazada no responde en
estricto a las reglas procesales a los que se encuentra sujeto el
recurso de casación, no obstante, de ello no puede deducirse una
afectación del contenido constitucionalmente protegido del derecho a
la motivación de las resoluciones judiciales. Esto es así porque la
Corte no ha decidido por causal no invocada ni tampoco ha incurrido
en ausencia o insuficiencia de motivación, puesto que lo que ha hecho
en todo caso es incurrir en un “exceso” de motivación para rechazar
el recurso de casación, no sólo por la causal invocada, sino también
por las demás establecidas en la ley procesal.
6. Que finalmente en relación a los otros extremos descritos en la
demanda, el Tribunal recuerda su doctrina jurisprudencial, constante
y uniforme, según la cual el amparo no es un medio impugnatorio
adicional al que existen en los procesos ordinarios, ni su
interposición autoriza que los jueces constitucionales se conviertan
en jueces de casación de los jueces de casación y, por tanto, que
puedan corregir los errores in procedendo o in iudicando sin
relevancia constitucional.
Por ello, este Colegiado, considera que debe aplicarse al caso el
inciso 1) del artículo 5º del Código Procesal Constitucional.
Por estos considerandos, el Tribunal Constitucional, con la autoridad
que le confiere la Constitución Política del Perú
RESUELVE
Declarar IMPROCEDENTE la demanda de amparo
Publíquese y notifíquese
SS.
GARCÍA TOMA
GONZALES OJEDA
ALVA ORLANDINI
BARDELLI LARTIRIGOYEN
VERGARA GOTELLI
LANDA ARROYO

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