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turbados por la inadecuación de los tradicionales métodos de análisis 6/0051 16 COPIAS

del texto teatral que, sensibles a las dificultades de la poética o del an áli­
sis del relato, se encuentran ante un objeto literario de estructuras más
abultadas que las de un texto poético y menos lineales que las de una
narración;
— en fin, a todos los am antes del teatro que buscan una m edia­
ción necesaria o difícil entre lo que leen y lo que gustan ver sobre las
tablas.

El ám bito de esta obra hace im posible una form ulación com pleta o
una discusión en profundidad sobre los m últiples problemas que se le
plantean al lector de teatro; nuestra labor se contenta con designar el
lugar de los problemas que no puede resolver y ni siquiera plantear en
C apítu lo pr im e r o
todo su rigor (los problem as, por ejemplo, de la relación com unica­
ción-expresión, signo-estim ulo, el problema de la no arbitrariedad del
signo teatral...).
T exto-representación
Conocidos son los reproches, a veces legítim os, que se le hacen a
toda sem iología. Se le reprocha, en prim er lugar, que anule la historia;
1. L a r e l a c i ó n r e p r e s e n t a c i ó n - t e x t o
y no porque la sem iología sea un refugio cómodo para quien quiera
evacuar la historia o porque no pueda, al contrarío, m ostrar en los sig­
nos productos históricam ente determ inados: «Los signos constituyen, El teatro es un arte paradójico. O lo que es más: el teatro es el arte
en sí mismos, unos conocim ientos sociales generalizados al máximo. de la paradoja; a un tiem po producción literaria y representación con­
Por ejemplo, las armas y las insignias se relacionan em blem áticam ente creta; indefinidam ente eterno (reproductible y renovable) e instantá­
neo (nunca reproducible en toda su identidad); arte de la representa­
con la estructura integral de la sociedad»4. Tam bién se le reprocha a la
ción, flor de un día, jamás el mismo de ayer; hecho para una sola repre­
sem iología que «form alíce» el texto y no nos perm ita sentir su belleza;
sentación, como A rtaud lo deseara. A rte del hoy, pues la representa­
argum ento irracionalista, desm entido por la psicología de la percep­
ción de m añana, que pretende ser idéntica a la de la velada precedente,
ción estética. Una lectura más afinada de la m ultiplicidad de las com bi­
se realiza con hombres en proceso de cam bio para nuevos espectado­
naciones de una obra constituye un elem ento de juego y, en consecuen­
res; la puesta en escena de hace tres años, por muchas que fueran sus
cia, de placer estético; y lo que es más, la sem iología perm ite al lector
buenas cualidades, está, en el mom ento presente, más m uerta que el ca­
una actitud creativa, ya que su com etido no es otro que el de descifrar
ballo del Cid. Y, no obstante, siempre quedará algo perm anente, algo
los signos y construir el sentido. Por últim o, a la sem iología se le repro­
que, al menos teóricam ente, habrá de seguir inm utable, fijado para
cha su falta de interés por la psicología. Hemos de decir, con respecto a
siempre: el texto.
esta últim a acusación, que la sem iología paraliza ciertam ente el discur­
Paradoja: arte del refinam iento textual, de la más honda poesía, de
so «psicologizante» sobre el personaje, que pone fin a la autocracia
Esquilo a Lorca o a Genet pasando por Calderón, Racine o V íctor
idealista de una psicología eterna de la Persona hum ana; pero que, en
Hugo. A rte de la práctica o de una práctica de grandes rasgos, de gran­
cam bio, perm ite, quizá, poner en su lugar, de cara ai espectador, el fun­
des signos, de redundancias, para ser contem plado, para ser com pren­
cionam iento psíquico del teatro, es decir, que explica la función psico-
dido por todos. Abismo entre el texto, de lectura poética siempre nue­
socíal de la representación teatral.
va, y la representación, de lectura inm ediata.
Toda reflexión sobre el texto teatral se encontrará obligatoriam en­
Paradoja: arte de una sola persona, el gran creador, M oliere, Sófo­
te con la problem ática de la representación; un estudio del texto sólo
cles, Shakespeare..., pero necesitado — tanto o más que el cine— del
puede constituir el prolegóm eno, el punto de partida obligado, pero no
concurso activo, creativo, de muchas otras personas (aun sin contar
sui de esa práctica totalizadora que es la práctica del teatro con-
con la intervención directa de los espectadores). A rte intelectual y difí­
cr<
cil que sólo encuentra su acabam iento en el instante preciso en que el
- ¿ppyp- Voigt, «AJternativc sémíoúquc», Sémiüúquí;, R ahercbei LdcrnuUundks, pág. 20, Cua-
derno núm. 81.
espectador plural se convierte no en muchedumbre, sino en público,

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ese público cuya unidad es presupuesta, con todas las m istificaciones uno de estos dos componentes. Confusiones m últiples que determ inan
que ello im plica. V íctor Hugo veía en el teatro el instrum ento capaz de actitudes reductoras del hecho teatral.
conciliar las contradicciones sociales: «¡Profundo m isterio el de la
transform ación (por el teatro) de la muchedumbre en pueblo!» (L itera­
tu ra y filosofía m ella d a s). Por el contrario, Brecht ve en el teatro un ins­ 1.1.1. La ilusión de la coincidencia entre T y R
trumento para una toma de conciencia que divida profundam ente al
público, ahondando en sus contradicciones internas. La prim era de estas actitudes posibles la hallam os en la clásica pos­
Más que ningún otro arte — de ahí su situación peligrosa y p riv ile­ tura «intelectual» o pseudo-intelectual que privilegia al texto no vien ­
giada— el teatro, por medio de la articulación texto-representación, y do en la representación otra cosa que la expresión y traducción del tex­
aún más por la im portancia de lo que apuesta m aterial y financiera­ to literario. Desde esta óptica, la tarea del director de escena sería,
mente, se muestra como una práctica social cuya relación con la produc­ pues, la de «traducir a otra lengua» un texto procurando serle «fiel» al
ción — y, en consecuencia, con la lucha de clases— no es nunca aboli­ m áxim o de lo posible. Esta actitud supone la idea de equivalencia sem ánti­
da, ni siquiera cuando aparece difum inado por momentos y cuando ca entre el texto escrito y su representación. En el paso del sistema de
todo un trabajo m istificador lo transform a, a merced de la clase dom i­ signos-texto al sistema de signos-representación, sólo cam biaría la
nante, en sim ple instrum ento de diversión. Arte peligroso, de modo d i­ «m ateria de la expresión» — en el sentido hjelm sleviano del térm ino—
recto o indirecto, económ ico o policial, la censura — a veces bajo el as­ perm aneciendo inalterables el contenido y la forma de la expresión.
pecto particularm ente perverso de la autocensura— no le quita nunca Ahora bien, esta equivalencia corre el riesgo de ser una ilusión: el co n -1
el ojo de encima. junto de los signos visuales, auditivos, musicales creados por el direc- ;
Arte fascinante por exigir una participación cuyo sentido y función no 1 tor, el decorador, los músicos y los actores tiene un sentido (o una plu-
del todo claros nos toca analizar; participación física y psíquica del co­ ; ralidad de sentidos) que va más allá del conjunto textual. Y , recíproca­
m ediante, participación física y psíquica del espectador (cuyo carácter mente, de las incontables estructuras virtuales y reales del mensaje
activo hemos de ver). Por m ostrar — mejor que cualquier otro arte— (poético) del texto literario, muchas de ellas desaparecerán o no po- ,
de qué modo el psiquismo individual se enriquece con la relación co­ drán ser percibidas al ser borradas por el propio sistema de la represen- ;
lectiva, el teatro se nos presenta como un arte privilegiado de una im ­ tación. Aún más: en el caso de que, por un imposible, la representación i
portancia capital. El espectador no está nunca solo; su m irada abarca al «dijera» todo el texto, el espectador, por su parte, no lo entendería en su
espectáculo y a los otros espectadores, siendo a su vez, y por ello m is­ totalidad; un buen número de estas inform aciones quedan difum ina-
mo, blanco de las m iradas de los demás. El teatro, psicodram a revela­ das; el arte del director y de los com ediantes consiste, en buena m edi­
dor de las relaciones sociales, maneja estos hilos paradójicos. da, en seleccionar lo que no hay que hacer escuchar. En consecuencia, no se
puede hablar de equivalencia sem ántica entre T (conjunto de los signos
textuales) y R (conjunto de los signos representados) ya que estos dos
1.1. Confusiones y contradicciones conjuntos tienen una intersección variable en cada representación.

La prim era contradicción dialéctica que se desprende del arte tea­


tral radica en la oposición texto-representación.
La sem iología del teatro ha de considerar al conjunto del discurso
teatral «como lugar integralm ente significante» (= forma y sustancia
del contenido, forma y sustancia de la expresión, según las distinciones
de L. Hjelmslev). Sin forzar las cosas, podríamos aplicar al discurso
teatral la definición que C hristian Metz propone para el discurso cine­
m atográfico1. De rechazar la distinción texto-representación, nos ve­ La m ayor o menor coincidencia entre los dos conjuntos dependerá
ríam os abocados a una serie de confusiones dado que, de entrada, no de los modos de escritura y de representación; partiendo de ellos se po­
son los mismos instrum entos los requeridos para el análisis de cada drá establecer la distinción entre los diferentes tipos de relaciones tex-
to-representación. La actitud que p rivilegia al texto literario como lo
prim ordial del hecho teatral se identifica con la ilusión de una coinci­
1 Langage et Cinema, pág. 13. dencia (por lo demás nunca llevada a cabo) entre el conjunto de los sig­

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nos del texto y el de los signos representados. Y esta coincidencia — en
el caso de que por un im posible se llevase a efecto— dejaría sin solu­
ción la pregunta sobre si la representación sólo funciona como sistema
de signos.
El m ayor peligro de semejante actitud reside sin duda en la tenta­
ción de fijar el texto, de sacralizarlo hasta el extremo de bloquear todo
el sistema de la representación y la im aginación de los «intérpretes»¿
(director y com ediantes); reside aún más en la tentación (inconsciente) él la enunciara sino entendida a menudo — y m al entendida— como
de taponar todas las grietas del texto, de leerlo como un bloque com ­ rechazo radical del teatro de texto3. Esta actitud constituye otra forma
pacto que sólo puede ser reproducido con la ayuda de otros instrum entos, de ilusión, contraria y sim étrica a la precedente, que nos obliga a exa­
im pidiendo la producción del objeto artístico. Y todavía es m ayor el peli­ m inar más de cerca la noción de texto en sus relaciones con la repre­
gro si privilegiam os no ya el texto sino una lectura particular del mismo sentación.
— histórica, codificada, ideológicam ente determ inada— que el feti­
chism o textual perm itiría eternizar; a la vista de las relaciones (incons­
cientes pero poderosas) en torno al texto de teatro y a sus condiciones
históricas de representación, este privilegio concedido a lo literario 1.2. Q ué es d el texto y qué de la representación
conduciría, por una vía extraña, a favorecer las actitudes codificadas de
la representación; dicho de otro modo, a prohibir cualquier progreso La razón principal de las confusiones que se enum eran, en particu­
escénico. Es lo que ocurre con los com ediantes y algunos de los direc­ lar en los análisis de sem iología teatral, proviene de la negativa a dis­
tores de la Comedia Francesa, que creen defender la integridad y la pureza tinguir entre lo que es del texto y lo que es de la representación. El es­
de los textos de Racine o de M oliere aferrándose a un lectura codifica­ tudio reciente de André Helbo, que tan importantes aportaciones con­
da y, lo que es más, a un modo muy determ inado de representación. tiene, lleva un título usurpado, Sémiologie de la représentation*, cuando, en
Este ejemplo, que pone bien en claro que privilegiar al texto puede realidad, lo esencial de su trabajo se refiere al texto teatral.
conducir a la esterilización del teatro, nos obliga a distinguir con toda
claridad lo que es d el texto y lo que es de la representación. Sin esta distin ­
ción sería im posible analizar sus relaciones y su trabajo en común. Para­
dójicam ente, la falta de distinción entre texto y representación perm ite 1.2.1. Instrumentos de análisis diferenciados
a los defensores de la prim acía del texto rev en ir sobre éste el efecto de la
representación. Ahora bien, no es posible exam inar con los mismos instrum entos ;
los signos textuales y los signos no verbales de la representación: la sin- \
taxis (textual) jl lí.p m x ém ic^ constituyen dos aproxim aciones diferentes
1.1.2. El rechazo «m oderno» del texto al hecho teatral, aproxim aciones que no conviene confundir, de entra­
da, sobre todo si hay que m ostrar ulteriorm ente sus relaciones (aun
Frente a los que defienden la postura aquí enunciada están los que cuando esas relaciones no sean inm ediatam ente visibles).
optan por el rechazo, a veces radical, del texto; esta actitud es frecuente
en la práctica m oderna o de «vanguardia» (una vanguardia un tanto
desvaída ya en los últim os años). Para sus defensores, el teatro, en su
esencia y totalidad, reside en la cerem onia que los com ediantes ofician
frente a los espectadores o entre los espectadores. El texto sería sólo 3 Ver el importante análisis d e j. Derrida, «La paroie soufñée», en L'écriture et la dijfértnct.
uno de los elementos de la representación, el menos im portante quizá. En él se nos demuestra que la tentativa de Artaud sobre el texto teatral constituye una sitúa- jj
En la figura la parte T (texto) puede ser reducida enorm em ente e, in ­ ción límite. Notemos, por nuestra parte, que la materialidad del teatro reside también en el j1
lenguaje (foné). 1
cluso, puede desaparecer. Es la tesis de A rtaud, y no ciertam ente como 4 Ed. Complexe, Bruselas, 1975.
5 P orproxémica se entiende el estudio de las relaciones entre los hombres en razón de la
distancia física. Ver Edward T. Hall, Le íangage silencieux, Mame, 1973, y L a dimensión cachee,
2 Por nuestra parre, preferimos hablar de «prácticos». París, Seuil, 1972.

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1.2.2. Lo específico del teatro. M atrices de representatividad 1.2.3. Diálogos y didascalias

La confusión anida en el interior mismo de la noción de teatrali­ ¿Qué hace que un texto pueda ser conceptuado c o m o texto de tea­
dad tal como la define Barthes en un célebre artículo de sus Essais criti­ tro? Veámoslo. De entrada, en un texto de teatro podemos observar
ques: «Nos hallam os ante una verdadera polifonía inform acional; eso es dos componentes distintos e indisociables: el diálogo y las didascalias
la teatralidad: un espesor de signos (expresión que em pleo para m arcar el — escénicas o adm inistrativas6. La relación textual diálogo-didascalias
contraste entre la teatralidad y la monodia literaria; no me ocupo aho­ varía según las épocas de la historia del teatro, las didascalias, en oca­
ra del problem a del cine).» ¿Dónde se sitúa la teatralidad así definida? siones inexistentes o casi inexistentes (de ahí la im portancia que ad­
¿Hay que excluirla del texto para verterla en la representación? En tal quieren en este últim o caso cuando por azar nos encontram os con al­
caso, ¿sería el texto una simple práctica escritural merecedora de una guna de ellas)7, pueden, en otras ocasiones, ser de una extensión consi­
lectura «literaria», m ientras que la teatralidad vendría dada por el acto derable en el teatro contemporáneo. En Adam ov, Genet, V alle-
de la representación? De ser así, una sem iología del texto teatral no Inclán, Romero Esteo..., la parte didascálica del texto es de una im por­
tendría ningún sentido y, en consecuencia, cualquier sem iología del tancia, de una belleza y de una significación extrem as; se dan obras en
hecho teatral debería ser una sem iología de la representación. Pero re­ el teatro contem poráneo (A cto sin palabras, de Beckett; /Se ha vuelto Dios
cordemos algunos datos: loco?, de A rrabal...) en las que el texto consiste en una extensa didas-
calia.
a) el texto de teatro está presente en el interior de la representa­ Pero no se puede concluir que los textos sin acotaciones carezcan
ción bajo forma de voz, de fon é; tiene una doble existencia, precede a la de didascalias, puesto que didascalias son también los nombres de los p e r ­
representación y la acompaña, sonajes, tanto los que figuran en el reparto inicial como los que aparecen
b) por otro lado, tam bién es cierto que podemos leer en cualquier en el interior del diálogo: las indicaciones de lugar responden a dos
momento un texto de teatro como no-teatro; que nada im pide leerlo preguntas: quién y dónde; las didascalias designan el contexto de la co­
como una novela (viendo en los diálogos, diálogos de novela, y en las m unicación, determ inan, pues, una pragmática, es decir, las condiciones
didascalias, descripciones); que podemos siempre «novelar» una pieza concretas de) uso de la palabra. En resumen, las didascalias textuales
teatral, como se puede, a la inversa, teatralizar una novela (Galdós, pueden preparar la práctica de la representación (en la que no figuran
V oltaire...). De un escrito novelesco puede partir un trabajo de trans­ como palabras).
formación textual, análogo y de sentido inverso al que supone cons­ ¿Quién habla en e! texto teatral, quién es el sujeto de la enuncia­
truir la fábula de la pieza como una especie de relato novelesco hacien­ ción? En la respuesta a esta pregunta está la clave de una distinción lin ­
do abstracción de su teatralidad. Nuestro presupuesto de partida es que güistica fundam enta! entre diálogo y didascalias. En el diálogo habla
existen, en el interior del texto de teatro, matrices textuales de «repre­ ese ser de papel que conocemos con el nombre de personaje (que es dis­
sentatividad»; que un texto de teatro puede ser analizado con unos ins­ tinto del autor): en las didascalias, es el propio autor quien:
trumentos (relativam ente) específicos que ponen de relieve los núcleos
de teatralidad del texto. Estos procedim ientos específicos se deben me­ a) nombra a los personajes (indicando en cada momento quién ha­
nos al texto que a la lectura que de él se haga. Un texto raciniano, por bla) y atribuye a cada uno de ellos un lugar para hablar y una porción del dis­
ejemplo, perderá siempre en inteligibilidad de leerlo como si de una curso;
novela se tratase. b) indica los gestos y las acciones de los personajes independien­
temente de todo discurso.
Adelantemos algo que después intentarem os aclarar: en la escritura
teatral, y más en concreto en sus presupuestos, existe un algo específico
que es preciso captar; ese algo específico debe darse obligatoriam ente El término usual es el de acntaciowt edénicas. Siguiendo a jansen, en nuestro estudio so­
en la adaptación teatral de un texto poético o novelesco. bre Víctor Hugo hemos hablado de «regiduría» (gestión, administración, en fr. «régie»). El
término didascalias es más preciso y completo.
■' En realidad, nunca han dejado de. existir. Sólo que los autores no creían necesario con­
servarlas en la escritura. En la primera edición de Shakespeare no hay didascalias; las edicio­
nes siguientes las traen, aunque hemos de advertir que están sacadas del texto.

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Es esta una distinción fundamental que perm ite ver cómo el autor po, trabajo sobre otros m ateriales significantes. Pero el trabajo sobre el
no se dice en el teatro sino que escribe para que otro hable en su lugar — y texto supone tam bién, por una especie de reciprocidad, la transform a­
no solam ente otro, sino una colección de otros en una serie intercam ­ ción en texto, por el técnico de teatro, de los signos no lingüísticos. De
biable de palabras— . El texto de teatro no puede ser nunca descifrado ahí que se dé, junto al texto del autor — impreso o mecanografiado— ,
como una confidencia o como la expresión de la «personalidad», de los que llam am os T, otro texto, el de la puesta en escena, que llam am os T ';
«sentim ientos» y «problem as» del autor8, pues todos los aspectos subje­ uno y otro en oposición a R, la representación:
tivos están expresam ente rem itidos a otros locutores. El prim er rasgo
distintivo de ia escritura teatral es el de no ser nunca subjetiva (en la T + T' =R
m edida en que, por propia voluntad, el autor se mega a hablar en nom ­
bre propio; el autor sólo es sujeto de esa parte textual constituida por N aturalm ente, como cualquier otro texto literario, o aún más
las didascalias. Ahora bien, las didascalias son precisamente la parte — por razones obvias— , el texto de teatro T es un texto abundante en la ­
contextual del texto y pueden ser reducidas a un espacio m ínim o9. gunas; T ' se inscribe en los agujeros o lagunas de T. El ejemplo más
Y siendo el diálogo, en todo momento, la voz de otro — o de varios sim ple bastaría para m ostrar la im portancia de estas lagunas textuales y
otros— , de poder ser descubierta, (auxiliados de un eficaz procedim ien­ su necesidad para la representación; por ejemplo, nada sabemos de la
to herm enéutico) la voz del sujeto que escribe, ésta no sería otra cosa edad, del aspecto físico, de las opiniones políticas o del pasado de per­
que la superposición de todas las voces; el problema «literario» de la es- sonajes tan nítidam ente caracterizados como Alcestes o Filintas; es
i critura teatral se encuentra, por lo demás, en el encubrim iento de la más, si leemos la prim era réplica, el inicio de la escena entre Alcestes y
palabra del y o por la palabra del otro (corolario del rechazo a d e­ Filintas de E l misántropo, nos daremos cuenta de nuestra ignorancia con
cirse) ,u. respecto a la situación contextual. Los personajes, ¿estaban ya ahí, en el lu­
gar escénico, o acaban de llegar? ¿Cómo han llegado? ¿Corriendo o a
paso norm al? ¿Q uién siguió a quién? He aquí algunas de las cuestiones
1.2.4. Texto del autor/texto del director que plantea este texto teatral, necesariam ente lacunar, que, de no ser
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así, no podría ni siquiera ser representado; por lo demás, la representa­


El texto de teatro (libro o m anuscrito) posee un determ inado nú­ ción deberá responder a estas preguntas. El trabajo textual es necesario
mero de características: para dar con estas respuestas; ese es el cometido del cuaderno de la
puesta en escena, escrito o no; verbal o escritural, un texto T ' se inter­
a) su m ateria de expresión es lingüística (la de la representación pone necesariam ente como m ediador entre T y R (asim ilable por su
es lingüística y no lingüística); naturaleza a T — en su parte lingüística— y radicalm ente diferente de
b) se dice diacrónicam ente y su lectura es lineal, en contraste con R — por tener una m ateria y unos códigos de otro orden— ; la parte
el carácter m aterialm ente polisém íco de los signos de la representa­ lingüística del hecho teatral se compone de los dos conjuntos de signos
ción. El texto literario, texto «tabular» (dispuesto en capas paralelas), T + T ' . Nos enfrentam os aquí a la noción de signo que, de momento,
supone una lectura según el orden del tiem po (aun cuando la relectura vam os a utilizar en su sentido usual.
o vuelta atrás invierta este orden), m ientras que la percepción de lo re­
presentado supone en el espectador la organización espacio-tem poral
de signos m últiples y simultáneos. 2. E l s i g n o e n e l t e a t r o

De ahí la necesidad, en lo que a la representación se refiere, de una 2.1. ¿Existen los signos teatrales?
práctica, de un trabajo sobre la m ateria textual, que es, al mismo tiem ­
En la medida en que un lenguaje se define como un sistema de sig­
8 No porque no pueda hacerse, con la ayuda del texto, una hermenéutica dei sujeto que nos destinados a la com unicación, está claro que el teatro no es un len­
escribe, sino porque no es esa la función dei texto. guaje, que no existe, hablando con propiedad, un lenguaje teatral. Al
9 Ver en Benveniste ia oposición discurso-relato.
50 De objetársenos que no es este el caso de la escritura ubjvúvu del «nouveau román», por
igual que C hristian Metz niega la existencia de un «signo cinem atográ­
ejemplo, diríamos que ia escritura novelesca no puede borrar la marca subjetiva dei sujeto que fico», tam bién debemos descartar, en rigor, la noción de «signo tea­
escribe recubriéndola con otra marca subjetiva. Ver, más adelante, en el cap. VI, E l discurso tral»; en la representación no se dan elementos aislables equivalentes a
teatral, una explicación menos sumaria de problema de la «objetividad» en el teatro. los signos lingüisticos, con su doble carácter de arbitrario (relativo) y

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de doble articulación (en morfemas y fonem as)". En consecuencia,
cualquier identificación del proceso teatral con un proceso de com uni­
cación (em isor-código-mensaje-receptor) se presta a los ataques apa­ 2.2. h a definición saussurew a d el signo
sionadam ente formulados por G. M o un in 12.
No obstante, hay que insistir en que: Sabemos que, según Saussure, el signo es un elem ento significante
compuesto por dos partes indisociables aunque, en derecho y m etodo­
1. El texto teatral, sin constituir un lenguaje autónom o, puede ser lógicam ente, puedan ser separadas (como hacen otras ciencias al estu­
analizado como cualquier otro objeto lingüístico según: diar las leyes — las leves de la term odinám ica, por ejemplo— de cier­
tos sistemas que, como tales sistemas, no pueden existir aislados). Las
a) las reglas de la lingüística; dos partes del signo saussureano son el significante Se y el significado
tí) el proceso de com unicación, ya que posee, incontestablem en­ S o '4. El signo lingüístico se caracteriza por su arbitrariedad, es decir, por
te, un em isor, etc. la ausencia de relación visible, por su falta de «parecido» entre el signi­
ficante y el significado, o, más exactam ente, por la falta de parecido en ­
2. La representación teatral constituye un conjunto (o sistema) de tre el significante y el referente: la palabra silla no se parece a una
signos de naturaleza diversa que pone de m anifiesto — si no total al silla.
menos parcialm ente— un proceso de com unicación en el que concu­ Otra de sus características es la linearidad, lo que quiere decir que los
rren una serie compleja de emisores — estrecha y recíprocam ente rela­ signos lingüísticos son descodificados sucesivamente en un orden cro­
cionados— , una serie de mensajes — igualm ente relacionados, en este nológico. El tercer elem ento de la tríada del signo es el referente, es de­
caso según unos códigos extrem adam ente precisos— y un receptor cir, el elem ento al que reenvía el signo en el proceso de la com unica­
m últiple presente en un mismo lugar. Que el receptor no pueda, por lo ción, elem ento que no puede ser referido im prudentem ente a un objeto
general, responder en el m ism o código que el em isor — como lo hace en el mundo: existen referentes im aginarios. A sí, el signo silla tiene
observar G. M ounin— no im plica, en modo alguno, que no se dé co­ como significante el morfema silla (gráfico o fónico), por significado el
municación. A un mensaje em itido en morse o en lenguaje cifrado se concepto silla, y por referente la existencia o la posibilidad de existen­
puede contestar perfectam ente con un gesto, con otro lenguaje o con el cia de un objeto silla (pero no, necesariam ente, de un objeto silla en el
silencio. La identidad de códigos de ida y vuelta no es una condición mundo). En el teatro, ios signos del conjunto T + T ' responden a esta
indispensable en la com unicación. definición y son, en consecuencia, merecedores de un tratam iento lin ­
Si es cierto que la com unicación no lo es todo en el funcionam ien­ gü ístico 15.
to de la representación, que no se puede prescindir ni de la expresión
ni de lo que G. Mounin llam a el estím ulol3, ello no impide que se pueda 2.3. Los signos no, verbales
analizar el proceso relacionante texto-representación partiendo de la
hipótesis del hecho teatral como relación entre dos conjuntos de sig­ Presentaremos aquí algunas definiciones sin entrar para nada en
nos, verbales y no verbales. las polém icas que suscitan estos términos. La teoría de la sem iología
teatral está aún en una fase de perfeccionam iento, nuestro propósito
no es otro que el de presentar aquí sus bases teóricas.
Luis Prieto distingue entre signos no intencionales, que llam a indi­
cios (el humo es indicio del fuego), y signos intencionales, que llam a se-

]A Saussure trae la comparación de la hoja de papel que, indivisible en su espesor, consta,


11 Sólo el cuerpo del actor puede, quizá, ser considerado como un sistema de signos «arti­ no obstante, de un anverso y de un reverso independientes (lo arbitrario del signo) pero indi-
culado» en partes cuya relación significante/significado sea relativamente arbitraria. sociable. Como sabemos Hje! mslev ampliará esta distinción oponiendo un plano de la expre­
12 Iníroduction a la sémiologie, París, Minuit, 1970. sión y un plano del contenido, distinción matizada a su vez en
13 La existencia de estímulos no es privativa del teatro y ni siquiera lo es del espectáculo. — forma/substancia de la expresión,
Muchos de los signos percibidos en un proceso de comunicación funcionan a la vez como — forma/substancia del contenido.
signos y como estímulos: el signo peligro (o, más precisamente, la señal peligro) es comprendi­ 15 Discúlpesenos al traer aquí, de modo tan esquemático, nociones ya conocidas; si lo he­
do como signo, pero puede hacernos también huir a la carrera. En la literatura erótica, el sis­ mos hecho no ha sido con otra finalidad que la de aclarar nuestro propósito a algunos de
tema de los colores es a la vez conjunto de signos inteligible y de estímulos. nuestros lectores.

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nales (el mism o humo puede señalar m i presencia en el bosque si éste ha que todo elem ento de la representación se inserta en una serie en la que
sido el código convenido para m i reconocim iento). Los indicios y las se­ adquiere su sentido; el rasgo más inocente, el más gratuito en aparien­
ñales pueden ser verbales o no verbales (es posible señalar o indicar algo cia, tiende a ser percibido por el espectador como indicio de elementos
sirviéndonos de la palabra o de cualquier otro medio, como el gesto...). por aparecer, aunque la expectación quede luego defraudada.
En el terreno de la representación, todos los signos — verbales o no
verbales— , son en principio, señalas, ya que, teóricam ente, todos son
intencionales; lo que no im pide que sean también indicios de algo distinto 2.4. R epresentación y código
de su denotado p rin cip al16; o que nos encontremos con numerosos sig­
nos-indicios, en función de tales, que el director escénico o los come­ La representación está constituida por un conjunto de signos ver­
diantes no han tenido en cuenta expresa y voluntariam ente. La term i­ bales y no verbales, el mensaje verbal figura en el interio r del sistema
nología de Peirce clasifica los signos en indicios, iconos y símbolos: el indicio de la representación con su m ateria de expresión propia — m ateria
se h alla en relación de contigüidad con el objeto al que rem ite (el humo acústica, la voz— , com portando dos especies de signos: los signos lin ­
con el fuego); el icono m antiene una relación de semejanza con el objeto güísticos, com ponentes del mensaje lingüístico, y los signos acústicos
denotado (semejanza en determ inados aspectos: un retrato, por ejem­ propiam ente dichos (voz, expresión, ritm o, tono, tim bre). El mensaje
plo). Estas nociones son objeto de controversias. Así, L. Prieto mues­ verbal viene, pues, denotado según dos códigos, lingüístico y acústico.
tra que el indicio, lejos de m arcar una relación evidente, im plica un A ellos se unen otros códigos, gracias a ios cuales pueden ser descodifi­
trabajo de clasificación en función de una clase más general, «el u n i­ cados los signos no verbales (los códigos visuales, m usicales, proxém i-
verso del discurso»17. cos, etc.). En la representación, todo mensaje teatral exige, para ser
V olviendo al ejemplo vulgar del humo, sólo cuando el universo so- descodificado, una m ultitud de códigos, lo que perm ite, paradójica­
ciocultural haya establecido este parentesco se le podrá tener como in ­ m ente, que el teatro sea entendido y com prendido incluso por quienes
dicio del fuego; un fuego sin humo bastaría para anular el funciona­ no dom inan todos los códigos. Se puede com prender una pieza sin com ­
m iento del indicio. prender la lengua o sin com prender las alusiones nacionales o locales,
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El icono es tam bién cuestionado por Ümberto E co 15. Eco advierte o sin captar un código cultural complejo o en desuso. Es evidente que
que las «semejanzas» entre el icono y el objeto no son fiables.- los grandes señores o los lacayos que asistían a las representaciones de
En cuanto al símbolo, se trata, para Peirce, de una relación preexis­ Racine no com prendían nada de las alusiones m itológicas, pues unos y
tente sometida a condicionam ientos socio-culturales enrre el icono y el otros eran unos perfectos ignorantes. En España no siem pre hemos
objeto: la azucena con la blancura o la inocencia. entendido los signos, lingüísticos o culturales de T. K antor, del Li-
Es evidente que todo signo es a un tiempo, en m ayor o m enor gra­ ving...; pero quedaban todos los otros códigos que posibilitaban una
do, indicio y símbolo (tanto o más por el uso y tratam iento que se le dé suficiente com prensión de los signos20.
que por su naturaleza propia): el negro, color del luto en Occidente (en A esto hay que añadir los códigos propiam ente teatrales y, en p ri­
A sia el color del luto es el blanco), ¿es icono, indicio o símbolo? Se mer lugar, el que supone una «relación de equivalencia» entre los sig­
puede decir, de modo generalizado, que en el campo literario, el in di­ nos textuales y los signos de la representación; se puede considerar
cio sirve, de preferencia, para anunciar o articular los episodios del re­ como código teatral por excelencia el que se presenta como «un reper­
lato, rem ite a la diégesis o, según la form ulación de R. Barthes, al códi­ torio de equivalen cia»21 o una «regla de equivalencia, térm ino a térm i­
go proairético (cfr.: el ensayo de Barthes, S/Z). El icono funciona no, entre dos sistemas de oposiciones». Este código teatral es tan flexi­
como «efecto de lo real» y como estím ulo. De la sim bólica del signo ble, tan mudable y dependiente de las culturas como pueda serlo el có­
nos ocuparemos más detenidam ente al tratar del objeto teatral. digo de la lengua (cfr.: los sistemas fijos de equivalencia entre una pala­
Inútil advertir que todo signo teatral es a la vez indicio e icono (a bra — representando una situación— y un gesto en el no japonés).
veces tam bién símbolo): icono, por ser el teatro, en cierta m edida, una
■.producción-reproducción de las acciones hum an as19; indicio, puesto
las cosas, signos con valor paradigmático: que son como sustituibles a las cosas y constituyen
16 Se puede atirmar que los indicios remiten también a es decir, a significa­ el origen mismo de la mimesis teatral: ei comediante es el icono de un personaje.
ciones segundas. Ver, infra, 2.6. 20 El espectador castellano-hablante que haya visto trabajos escénicos de grupos vascos,
1' L. Prieto, Messjgei ei signaux, París, P.U.F., 1972. gallegos o catalanes (Akelarre, M ari-Gaila, Els joglars, etc.), podrá comprender perfectamen­
18 U. Eco, La structure absenté, París, Mercare de France, i 972, págs. 174 y ss. te esta cuestión. [N. del T.j
19 Podemos decir que, en teatro, los iconos son signos que sirven a la representación de 21 U. Eco, op. cit., pág. 56.

22 23
gunta lanzada al espectador que reclam a una o varias interpretaciones;
un simple estím ulo visual, ua.coJor, por ejemplo, cobra sentido en ra­
2.5. Observaciones sobre e l signo teatral zón de su relación paradigm ática (desdoblam iento u oposición) o sin­
tagmática (relación con otros signos a lo largo de la representación), o
En razón de todos estos códigos de la representación, el signo tea­ en razón de su simbolismo. Incluso en este caso, las oposiciones signo-
tral se convierte en una noción compleja en la que cabe no sólo la co­ estímulo-icono se ven continuam ente desbordadas por el funciona­
existencia, sino hasta la superposición de signos. Sabemos que todo sis­ miento mismo de la representación; saltarse larval la de las oposiciones
tema de signos puede ser leído según dos ejes, el eje de las sustituciones es uno de los rasgos distintivos de!_teatrp.
, (o eje paradigm ático) y el eje de las com binaciones (o eje sintagm ático);
dicho de otro modo, en cada instante de la representación, podemos
sustituir un signo por otro que forme parte del m ism o paradigm a; por 2.6. Denotación, cnmmiacióm
ejemplo, la presencia real de un enem igo, a lo largo del conflicto, pue­
de venir sustituida por un objeto, em blem a del m ism o, o por otro per­ Es com prensible que la mayor dificultad en el análisis del signo
sonaje que forme parte del paradigm a enemigo; de ahí la flexibilidad del teatral se encuentre en su polisem ia. Esta polisem ia no se debe sólo a la
signo teatral y las posibilidades de sustitución de un signo por otro pro­ presencia de un mismo signo en el interior de conjuntos provenientes
cedente de un código distinto (las lágrim as de Fedra, en el montaje del de códigos diferentes, aunque presentes conjuntam ente en escena:- el
director francés Vitez, venían figuradas por una cubeta de agua en la color de un vestido constituye, ante todo, un elem ento visual del cua­
que los personajes se lavaban la cara). El eje sintagmático com prende el \ dro escénico, pero se inscribe también en una sim bólica codificada de
encadenam iento de la serie de signos; sin rom per el encadenam iento se | los colores, forma parte del vestuario de un personaje y rem ite, por
puede, al am paro de la sustitución, hacer representar un código contra \ ello, al rango social del mism o o a su funcionam iento dram ático; pue­
otro, hacer pasar el relato de un tipo de signos a otro. J de m arcar igualm ente la relación paradigm ática de quien lo lleva con
A dvirtam os que el apilamiento vertical de los signos sim ultáneos en la el personaje cuyo vestido figura. Estamos ante una polisem ia ligada so­
representación (signos verbales, gestuales, auditivos, etc.) perm ite un bre todo al proceso de constitución del sentido: junto al sentido p rin ci­
juego particularm ente flexible sobre los ejes paradigm áticos y sintag­ pal, generalm ente «evidente», llam ado denotativo (norm alm ente liga­
máticos; de ahí la posibilidad, en el teatro, de decir varias cosas a un do a la fábula principal), todo signo — verbal o no verbal— conlleva
tiem po, de seguir varios relatos sim ultáneos o entrelazados. El apila- otras significaciones distantes de la prim era23. Así, «el hombrejojo» de
>m iento de los signos perm ite el contrapunto. que habla .Marión de Lorme en la obra de V íctor Hugo, denota al C ar­
En consecuencia: denal de R ichelieu (pero tam bién al color de su vestim enta): connota
la función de cardenal, el poderío de un casi-rey, la crueldad de un ver­
1. La noción de signo pierde su precisión y no se puede destacar un dugo (rojo = sangre); connotaciones ligadas al contexto socíocultural:
signo m ínim o; no es posible, como lo pretende K ow zan22, establecer el rojo connota no sólo el color de la vestim enta cardenalicia sino tam ­
una unidad m ínim a de la representación, que sea como un corte en el bién la sangre y la crueldad (en ruso connotaba la belleza, pero, tras la
tiem po, escalonando verticalm ente todos los códigos; hay signos pun­ revolución de octubre, pasó a connotar igualm ente la revolución); en
tuales, efímeros (un gesto, una m irada, una palabra), hay otros que A sia, el blanco connota el duelo y la muerte, no la inocencia; en la In­
pueden prolongarse a lo largo de la representación (un elem ento del dia, una mujer vestida de blanco no es una virgen, sino una viuda. Pero
decorado, un vestido); desenredar la madeja de los signos codificados quizá sea posible hacer una econom ía de la noción de connotación, so­
es un trabajo que sólo puede efectuarse utilizando unidades variables bre todo en lo que concierne al signo teatral, en la m edida en que a la
según los códigos (de ello hablarem os más adelante al analizar las mi- oposición denotación-connotación se puede sustituir la noción de plu­
crosecuencias del texto dram ático.). ralidad de códigos que sostienen una m ultitud de redes textuales repre­
2. Todo signo teatral, incluso el menos in dicial o puram ente ¡có­ sentadas. Esto explicaría la posibilidad de privilegiar, en la representa­
nico, es susceptible de lo que llam arem os una operación de «resem anti- ción, una red secundaría (la red principal sería la que se ajusta a la fábu­
zación». Todo signo, aún el más accidental, funciona como una pre­
2-~ En Hjelmslev, las connotaciones son el mntenidn de un plano de la expresión compues­
to por el conjunto de los signos denotativos (análisis recogido por R. Barthes, Communhatinm,
22 Kowzan, «Sur le signe théátral», Diogéne. 1968. núm. 4, «Eléments de sémiologie»).

24
la principal). Nos queda aún por determ inar la tabula principal, tarea dencia aproxim ada entre Se/So y S e '/ S o '. Este es el ideal «clásico» de
que compete ai lector dram aturgo y al director; el interés y la especifi­ la representación, ideal que supone la posibilidad de construcción de
cidad del teatro residen precisam ente en la posibilidad, siem pre pre­ sistemas realm ente equivalentes. Inversam ente, se puede considerar que
sente, de p rivilegiar un sistema de signos, de hacer jugar las redes de la construcción de los signos de la representación sirve para constituir
signos unas contra otras y de crear, en el propio texto-guión, un juego un sistema significante autónomo en el que el conjunto de los signos
de sentidos cuyo equilibrio final puede ser muy variable. textuales sólo constituya una parte de la totalidad. Hipótesis más fe­
cunda y más en consonancia con las tendencias del teatro contem porá­
neo en donde el trabajo práctico de la representación consiste en vo l­
2.7. La tríada d el signo en teatro ver a tener en cuenta, para com binarlos, los dos sistemas significantes;
pero esta hipótesis es, no obstante, igualm ente reductora por conducir
A p artir del presupuesto sem iológico (existencia de dos sistemas de a la debilitación de parte de los signos textuales.
signos en el teatro, uno verbal, el texto T, el otro no verbal, el de la re­
presentación R) podemos sacar algunas consecuencias sobre las rela­
ciones T/R. Si T es el conjunto de los signos textuales, R el conjunto de 2.8. E l problem a d el referente
los signos de la representación, Se significante, So el significado, rT el
referente de T, y rR el referente de R, tendremos: El referente del texto teatral — rT — rem ite a una cierta im agen ;
del m undo, a una cierta figura contextual de los objetos del mundo ex- ;
Se Se terior. Así, la diadema, en una tragedia de C orneille, rem ite no tanto a
T = — — rT ; P = — — rR
So So'
un objeto real (corona de oro más o menos adornada de pedrerías)
cuanto a la realeza o al rey; el referente de la diadem a es la realeza tal
como la ve C orneille (y su público). El objeto real, referente del lexema
La hipótesis «clásica» — la del teatro concebido como una repre- diadema sólo tiene una im portancia secundaria.
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sentación-«traducción» del texto— pretende que So = So’ y rT = rR, En el ámbito de la representación, el referente tiene un doble esta­
ya que, para ella, como hemos visto, el significado de ios dos sistemas tuto:
de signos es idéntico o muy parecido y ambos sistemas rem iten a un
m ism o referente (cuando esta identidad no se cum ple, sus defensores 1. se identifica con el referente del texto teatral; la diadem a de
lo achacan a un fallo de la representación). Todo ocurre como si se die­ Otón de C orneille, representado en 1975, tiene como referente a la rea­
se redundancia, duplicación de sentidos entre el texto y la representa­ leza corneliana;
ción. 2. está materialmente presente en escena de forma concreta o figurada
Pero esto equivale a suponer que dos conjuntos de signos, cuya m a­ (una verdadera diadem a o un actor de carne y hueso que representa al rey
teria de expresión es diferente, pueden tener un significado idéntico, y — m etoním icam ente representado por la diadem a). Este es el estatuto
que, en consecuencia, la m aterialidad del significante no influye en el singular del signo icónico en el teatro: identificarse con su referente,
sentido. A hora bien, podemos observar que: llevarlo en sí.

1. el conjunto de las redes textuales no puede encontrar su equi­ Así pues, la representación construye al texto y, si así podemos ex­
valente (en su totalidad) en el conjunto de los signos de la representa­ presarnos, se construye a sí m ism a su propio referente. Situación para­
ción; siem pre habrá una parte Y que se pierda; dójica, sem ióticam ente monstruosa; un signo (de la representación) se
2. ahora bien, si es cierto, y lo es, que se da esa pérdida en el paso encontraría en tres referentes:
del texto a la representación (la poética textual es, a veces, difícilm ente
representable), tam bién es cierto que, en com pensación, se da una g a ­ d) el referente del texto dram ático (rT)
nancia de inform ación en la m edida en que muchos de los signos de la b) él m ism o como su propio referente (R = rT) ;
representación pueden form ar sistemas autónomos X (X I, X 2...) que c) su referente r en el mundo.
no posee el texto.
El problem a está en saber si el ideal de la representación consiste Esta situación paradójica indica el funcionam iento propio d el teatro en la
en d ism inuir al m áxim o el valor de X y de Y a fin de lograr esa com ci- medida en que:
26 27
1. el referente del texto es a la vez: naturalista es no-dialéctica, y el peligro de esta coincidencia entre R y r
sigue presente en la representación llam ada «realista».
a) un sistema en el mundo (por ejemplo, la realeza en tiem pos de Corolario. El teatro está ahí para decir, pero tam bién para ser (proble­
C orneille); ma que tendremos ocasión de ver más adelante); hacer funcionar la ac­
b) los signos concretos que «representan» a T en escena. Dicho de tividad teatral únicam ente como sistema de signos, olvidando su fun­
otro modo, los signos textuales T son de tal entidad y están construidos cionam iento referencial, es reducirla en extremo. El teatro es un refe­
de tal forma (por el autor) que rem iten a dos órdenes de realidad: el rente de sí mismo, referente del que es inútil intentar hacer significantes
mundo y la escena; todos sus elem entos24; para el espectador, su carácter icónico es_algQ do­
m inante, el teatro, antes de ser com prendido, es visto.
2. el conjunto de signos R está construido como el sistema referen- Finalm ente, sólo es posible hablar de signo y de referente en fun­
cial de T = lo real a que remite la escritura teatral; pero, al mismo tiem po, ción del destinatario del «mensaje» que es, en últim a instancia, ese ac­
como todo signo, tiene su propio referente actual, r (sin contar, de re­ tor indispensable en el proceso de com unicación: el receptor-
bote, con el referente rT). espectador.
Com unicación. Más allá de la com unicación. La paradoja teatral
seguirá aún inquietándonos.
En el ejemplo de la diadem a en C orneille, todo ocurre como si la
representación construyese un rey portador de diadema, concretam ente
presente en escena y referente del texto corneliano, al mismo tiem po 3. T e a tro y c o m u n i c a c i ó n
que ese rey portador de diadem a funciona como signo que reenvía al re­
ferente histórico del siglo x v n (M azarino, Luis X IV ) y al referente his­ 3.1. E l proceso de comunicación en teatro
tórico del siglo xx (...pero, ¿qué es hoy, para nosotros, un rey?). Queda
claro el modo como la naturaleza m ism a (paradójica) del signo teatral Digamos — para resum ir en lo esencial las hipótesis de trabajo has­
(T + R), en su totalidad, condiciona el estatuto del teatro y su carácter ta aquí presentadas en torno a las relaciones entre el texto y la repre­
de actividad práctica indefinidam ente renovable. sentación dram ática— que la actualización teatral está constituida por
Creemos que nuestra tesis, paradójica, sobre el signo teatral puede un conjunto de signos articulados, a su vez, en dos sub-conjuntos: el texto T
aclarar su funcionam iento histórico. Cada mom ento de la historia, cada y la representación R.
nueva representación reconstruye a R como un referente nuevo de T y Estos signos se inscriben en un proceso de com unicación del que
como un nuevo «real» referencial (forzosamente un teatro distancia­ constituyen el mensaje. Proceso ciertam ente complejo que obedece, sea
do); y este nuevo «real» de la representación rem itirá a un segundo re­ cual fuere su resultado, a las leyes de la com unicación:
ferente, distinto en cada caso en razón de su actualidad, es decir, en ra­
zón del momento preciso, aquí y ahora, de la representación. Emisor (m últiple): autor + director + otros técnicos + comediantes.
Se com prende así cómo y por qué el teatro (incluido el teatro pin ­
toresco y psicológico) es una práctica ideológica e incluso, con gran Mensaje: T + R.
frecuencia, una práctica política.
Se com prende tam bién por qué no se puede reconstruir una repre­ Códigos: código lingüístico + códigos perceptivos (visual, auditi­
sentación de tiem pos de Luis X IV o de Felipe IV (a no ser por diverti- vo) + código sociocultural («decoro», «verosim ilitud», «psicología»,
mento) ni obviar el referente histórico para actualizar brutalm ente, etc.) + códigos propiam ente espaciales (espacial-escénico, lúdico, etc.,
por ejemplo, un texto del xvo . E l misántropo o L a vida es sueño no pueden que codifican la representación en un mom ento dado de la his­
funcionar con trajes de calle actuales de no querer privarlos de su doble toria).
histórico. Queda claro que la actividad teatral, en la representación, es
por excelencia un lugar dialéctico. R eceptor: espectador(es), público.
Es ésta una de las razones que convierten las tentaciones del teatro
naturalista en una verdadera ilusión. La fórm ula del teatro naturalista La objección que hace G. M ounin a la hipótesis que incluye al tea­
sería R = r, fórm ula con que se abriga la esperanza de hacer co incidir el
24 Ver U. Eco. op. cit., págs. 69 y ss., sobre semiotización de! referente.
mundo escénico con el mundo exterior; tam bién por ello, la solución

28 29
cionalidad apenas si se plantee al no poder concernir a todos los signos
tro en los procesos de com unicación no parece enteram ente con vin ­
del lenguaje poético (al director escénico compete la tarea de hacer in ­
cente. Dice M ounin:
tencionalm ente com unicativo el conjunto de los signos teatrales). El
escritor de teatro y el director pueden decir: hemos querido hablar, aun­
La lin güistica (...) ha hecho de la com unicación su función central.
Esto ha conducido a Buyssens y a otros lingüistas a d istin guir cuidado­ que puedan añadir: no hemos querido decir eso, o no hemos podido de­
sam ente los hechos que acusan una evidente intención de com unicar cir lo que «queríam os decir».
(existencia de un locutor ligado a un auditor por m edio de un mensaje
determ inante de com portam ientos verificables) de aquéllos otros que
no presentan este carácter, aun cuando hasta el m om ento se ios deno­ 3.2. Las seis funciones de Jakobson en teatro
m ine con el nom bre de signos y se los estudie dentro del área del lengua­
je. Estos hechos, que Troubetzkoi liam a indicios y síniu.mus (...), con stitu­ Si adm itim os la hipótesis de que la actividad teatral constituye un
yen unas inform aciones que el locutor ofrece de sí m ism o sin ninguna proceso de com unicación (pero sin reducirla sólo a eso) deberemos
intenció n de co m un icarlas25.
concluir que las seis funciones de Jakobson26 son pertinentes tanto
para los signos del texto como para los signos de la representación.
Está claro que M ounin subordina la com unicación a la intención
Cada una de estas funciones se refiere, como sabemos, a uno de los ele­
de com unicar. No obstante, no parece que esta intención de com uni­
mentos del proceso de com unicación:
car se le pueda negar al teatro. Aun cuando ei com ediante afirm a su in ­
tención de expresarse, no es a él a quien quiere expresar, supuestam ente,
a) la función emotiva, que rem ite al em isor, es capital en teatro; el
el com ediante dice diciéndose. La intención de com unicar no puede li­
com ediante la impone con todos sus medios físicos y vocales; el direc­
m itarse a la intención de com unicar una ciencia o unos conocim ientos
tor y el escenógrafo la disponen «dram áticam ente» en los elementos es­
determ inados, claros y distintos. Se puede querer com unicar aun cuan­
cénicos;
do uno no sepa con claridad lo que com unica. El arte distingue, por lo
b) la función conativa se dirige al destinatario; obliga al doble des­
general, la intención de com unicar y la voluntad de decir algo preciso;
tinatario de todo mensaje teatral — al destinatario-actor (personaje) y
aun con la mejor voluntad de com unicar, el mensaje puede com portar
al destinatario-público— a tom ar una decisión, a dar una respuesta,
una parte inform ativa no intencional. Ocurre con el teatro lo que con
aunque ésta sea provisional y subjetiva;
otras formas del.arte: la riqueza de los signos, la extensión y com pleji­
c) la función referencial hace que el espectador tenga siempre pre­
dad de los sistemas que form an, desborda ilim itadam ente la intención
sente el contexto (histórico, social, político y hasta psíquico) de la com u­
prim era de com unicar. Y si se da una pérdida de inform ación con res­
nicación; rem ite a un «real» (ver supra la complejidad del funciona­
pecto al proyecto in icial, tam bién hay que decir que se dan u n a s ganan­
m iento referencial del signo teatral);
cias im previstas; incluso dejando de lado la cuestión de los ruidos (es de­
d) la función pática recuerda en todo mom ento al espectador las
cir, de los signos involuntarios que turban la com unicación), se da en
condiciones de la com unicación y su presencia como espectador tea­
toda cpm unicación una parte de inform ación involuntaria, incons­
tral; interrum pe o estrecha el contacto entre el em isor y el receptor
ciente j(que no deberíam os juzgar a la ligera como no-intencional),
(m ientras que en el interior del diálogo asegura el contacto entre per­
cuya recepción es posible o imposible por parte del interlocutor. En la
sonajes). Texto y representación pueden, uno y otro, garantizar concu­
vida cotidiana, la m ím ica, el tono, los lapsus, los despropósitos com po­
rrentem ente esta función;
nen un discurso perfectam ente inteligible las más de las veces por parte
é) la función metalingüistica21, no frecuente en el interior de los diá­
del receptor. Después de Freud — y quizá antes de Freud— , estas ob­
logos — que no reflexionan mucho sobre sus condiciones de produc­
servaciones banales perm iten com prender cómo la com unicación tea­
ción-— , se presenta de lleno en todos aquellos casos en que se da la tea-
tral es intencional en su conjunto e, incluso, en todos sus signos esen­
tralización (por ejemplo, en el teatro y en cualquier caso en que la esce­
ciales, por lo que bien merece ser calificada de com unicativa (en el sen­
tido restrictivo del térm ino), aun a pesar de que muchos de los signos
em itidos por la actividad teatral no puedan ser tomados en considera­
ción por un proyecto consciente y aun cuando la cuestión de su inten- 26 R. jakobson, Essais de linguistique générale, ed. de Minuit, 1966.
27 La función metalingüistica es la función del lenguaje por medio de la cual el locutor
toma el código que utiliza (...) como objeto de su discurso (Dictionnaire de linguistique, Larous-
se). D efinir las palabras que uno utiliza pertenece a la función metalingüistica.
25 G. Mounin, op. cit., pág. 68.

30 31
na nos advierta que estamos en el teatro); es como si dijera: «m i código espectador28, aunque es él quien ha dado (rom piendo con la pasividad
es el código teatral»;
del público burgués) con la ley fundam ental del teatro: hacer del espec­
f ) lejos de ser sólo un modo de análisis del discurso teatral (y p arti­ tador un participante, un actor decisivo para el teatro (...sin necesidad
cularm ente del texto dialogado), el conjunto del proceso de com unica­ de acudir al happening).
ción puede explicar la representación como práctica concreta; la fun­ Nuestra tarea, aquí, no es la de estudiar la recepción del espectáculo,
ción poética, que rem ite al mensaje propiam ente dicho, puede aclarar las ni tampoco la de analizar los modos de una lectura teatral al m argen de
relaciones entre las redes sémicas textuales y las de la representación. la representación, lo que exigiría un tipo m uy form alizado de im agina­
El funcionam iento teatral es, con m ayor razón que cualquier otro, de ción. Bástenos decir que esta recepción nos parece marcada por tres
naturaleza poética (entendido el trabajo poético, según Jakobson, como elementos clave:
proyección d el paradigm a sobre el sintagm a, de los signos textuales repre­
sentados sobre el conjunto diacrónico de la representación). a) la necesidad de aferram os — dada la enorm e cantidad de sig­
nos y de estím ulos— a grandes estructuras (narrativas, por ejemplo).
Como ya veremos, este aspecto nos lleva necesariam ente al estudio, en
3.3. E l receptor-público prim er lugar, de las m acro-estructuras del texto;
b) el funcionam iento del teatro no sólo como mensaje sino como
Sería falso afirm ar que, en el proceso de com unicación, el especta­ expresión-estim ulación, es decir, inducción del espectador a una ac­
dor es un ser pasivo. N ingún com ediante, ningún director lo ha creído ción posible;
nunca así. Algunos se contentan con ver en el espectador una especie c) la percepción de todo el conjunto de los signos teatrales como
de espejo que devuelve los signos em itidos expresam ente para él; o, a lo signos marcados de negatividad. Es éste un aspecto que por nada del
máxim o, un contraem isor que devuelve signos de naturaleza diferente, mundo nos gustaría pasar por alto.
indicando sim plem ente un funcionam iento fático: «Os recibo cinco-
cinco» (como en los mensajes de radio) o «no os recibo en absoluto» (lo 3.4. La denegación-ilusión
que vendrían a significar los silbidos, pataleos o ciertas sonrisitas).
En realidad, la función-recepción, por parte del público, es mucho 3.4.1. Nociones previas
más compleja. En prim er lugar porque el espectador selecciona las in ­
form aciones, las escoge, las rechaza y empuja al com ediante en una d i­ Es característica de la com unicación teatral que el receptor consi­
rección determ inada por medio de signos débiles pero claram ente per­ dere el mensaje como no-real o, más exactam ente, como no-verdadero.
ceptibles por el emisor. Además, no hay un espectador sino una m u lti­ Ahora bien, si esto cae por su peso tratándose de un relato, de un cuen­
plicidad de espectadores que reaccionan los unos sobre los otros. Es to (verbal o escrito) en que lo narrado viene expresam ente denotado
raro que se vaya solo al teatro; en todo caso, uno no está solo en el teatro, y como im aginario, en el caso del teatro la situación es diferente; lo que
todo mensaje recibido es refractado (en sus vecinos), repercutido, apre­ se nos muestra en el lugar escénico es un real concreto, unos objetos y
hendido y rem itido en un intercam bio muy complejo. unas personas cuya existencia concreta nadie pone en duda. Ahora
Finalm ente, hemos de precisar (y este es el aspecto más paradójico bien, aunque se trate de seres con existencia propia, atrapados en las re­
y el más difícil de captar en las condiciones particulares y lim itadas del des de lo real, hay que advertir que estos seres se encuentran al mismo
teatro a la italiana), que es el espectador, más que el director, quien fa­ tiempo negados, marcados por el signo menos. Una silla colocada en el
brica el espectáculo. El espectador debe recomponer la totalidad de la escenario no es una silla en el mundo, el espectadpr no puede sentarse
representación en sus ejes vertical y horizontal. El espectador está obli­ en ella ni m udarla de su sitio: es una silla prohibida, sin existencia p ara él.
gado no sólo a seguir una historia, una fábula (eje horizontal), sino a \Todo cuanto ocurre en escena (por poco determ inado y cerrado que se
recom poner en cada instante la figura total de los signos que concu­ <halle el lugar escénico) está contagiado de irrealidad. La revolución
rren en la representación. Está obligado, a un tiem po, a apropiarse del (contem poránea del lugar escénico29 (desaparición o adaptación de la
espectáculo (identificación) y a alejarse del mism o (distanciam iento).
Posiblem ente no exista una actividad que exija semejante toma de po­ «Desde esta perspectiva, el teatro otorga un pape! al espectador que no se limitará ya a
sesión intelectual y psiquica. De ahí, sin duda, el carácter irreem plaza­ mirar (...), que se aprovechará de su dimensión de ser activo del modo más fácil posible; por­
ble del teatro y su perm anencia en sociedades tan diversas y bajo for­ que el modo de existencia más fácil está en el arte.» B. Brecht, Pequeño Organo.
2- Ver ei admirable estudio de Denis Bablet, .Les rémlutinnrsrénrque^ du X X f siecle, Société in~
mas tan variadas. No es Brecht el inventor de este arbitraje creativo del ternationale d'art du x x c siéde, 1975.

32 33
escena a la italiana, escenario anular, teatro circular, tablado, teatro en conjunto de este universo el que bascule en la denegación; la ilusión re­
la calle etc.) con sus intentos por mezclar al público en la acción, a los vierte sobre la m ism a realidad, o, más exactam ente, el espectador se
espectadores con los actores, no em paña esta distinción fundam ental; encuentra obligado a la pasividad ante una «realidad» escénica que in ­
aunque el com ediante se sentara en las rodillas del espectador, siempre tenta im itar perfectam ente, con la m ayor verosimilitud, el mundo ex-
habría unas invisibles candilejas, una corriente de m il voltios que lo traescénico; el espectáculo nos dice: «este m undo, que se encuentra
desconectaría de él radicalm ente. Aunque — y ese sería el caso del tea­ aquí reproducido con tanta m inuciosidad, se parece — hasta el extre­
tro político o del teatro de agitación— se diese una puesta en escena en mo de confundirse con él— al mundo en que tú vives (o en que viven
torno a un acontecim iento real, este real se integraría, una vez teatrali- otros, más afortunados que tú); y así como no puedes intervenir en el
zado, en un estatuto de no-realidad que lo em parentaría con el sueño. mundo escénico, encerrado en su círculo m ágico, tampoco puedes in ­
O. M annom , en su obra titulada C lejspour i ’imaginaire (Seuil, 1969) ana­ tervenir en el universo real en que vives». Enlazamos aquí, por un im ­
liza sin contem placiones este proceso de la denegación. Para Preud, el previsto través de la denegación freudiana, con la crítica que hace
soñador sabe que sueña aun cuando no lo crea o n o quiera creerlo. El Brecht del proceso de identificación.
teatro posee, de igual modo, el estatuto del sueño; se trata de una cons­ Cobra así sentido la absurda y elocuente historia del cowboy que,
trucción im aginaria, y el espectador sabe que esta construcción queda adm itido por prim era vez en la sala de espectáculos, saca el revólver y
radicalm ente separada de la esfera de la existencia cotidiana, lo d o arregla sus cuentas con el traidor. Y no es que ignore el espectador que
ocurre como si el espectador se encontrase en un doble espacio (volve­ lo que está viendo no es «verdadero» (M annoni tiene razón al insistir
remos sobre este problema al tratar del espacio en el cap. IV ), el espa­ sobre ello); lo que ocurre es que a p artir del mom ento en que se sutiliza
cio de la vida cotidiana, que obedece a las leyes de su existencia, a la ló­ sobre la ilusión, encerrando a la gente en una im potencia cada vez m a­
gica que preside su práctica social, y otro espacio, lugar de una práctica yor, la rebelión del espectador m al iniciado en el código y trastornado
social diferente en donde las leyes y los códigos que lo rigen, sin aban­ por esta contradicción explosiva tom a un aspecto decisorio: el cow ­
donar su curso, no lo rigen a él como individuo inm erso en la práctica boy, acostum brado a la acción inm ediata, no ha aprendido que no le es­
socio-económ ica que le es propia; no está apresado por la acción. Pue­ taba perm itido intervenir.
de perm itirse el lujo de ver funcionar las leyes que lo rigen sin som eter­ Nos acercamos a la paradoja brechtiana: es precisam ente en el m o­
se a ellas, ya que estas leyes se encuentran expresam ente negadas en su mento de m ayor identificación del espectador con el espectáculo cuan­
realidad forzada. Ello justifica la presencia, siempre actual en el teatro, do la distancia entre ellos se agranda más y cuando, de rechazo, más
de la mimesis, es decir, de la imitación de los seres y de sus pasiones, m ien­ grande es tam bién la «distancia» entre el espectador y su propia acción
tras que las leyes que los rigen se encuentran en un im aginario retiro. en el mundo. Llegados a este punto, el teatro deja a los hombres desar­
Eso es la catarsis: al igual que el sueño colm a, en cierto modo, los deseos mados (si así podemos expresarnos) ante su propio destino. Hablamos
del que duerm e — por la construcción del fantasm a— así la construc­ de distancia: inútil recordar que no se trata de la «V erfrem dung» brech­
ción de un real concreto (que es al mism o tiem po objeto de un juicio tiana (distanciam iento), proceso dialéctico que no acabamos de encon­
que niega su inserción en la realidad) libera al espectador que ve cum ­ trar en nuestro recorrido.
plidos o exorcizados sus temores y deseos sin ser él la víctim a (pero no Habría m ucho que decir sobre el sentido mism o de la mimesis consi­
sin su participación). Como veremos, este funcionam iento de la dene­ derada como «copia» de la realidad (aspecto que no podemos desarro­
gación se encuentra tanto en el teatro-cerem onia — ligado a un ritual llar aquí en toda su extensión). El análisis precedente se inscribe d eli­
de fiesta— como en el teatro de ilusión. ¿Se da contradicción entre beradam ente en una ilusión; es ilusión creer que el teatro naturalista, por
este enfoque de la catarsis y la tesis brechtiana? No lo creemos así, el ejemplo, copia la realidad, cuando, a decir verdad, no la copia en abso­
funcionam iento de la denegación se extiende a todas las formas de tea- luto; se lim ita a escenificar una determ inada im agen de las condiciones
' tro, catarsis y «reflexión» brechtiana son dos funcionam ientos dialécti- socio-económicas y de las relaciones entre los hombres, im agen cons­
! cam ente opuestos pero que no se excluyen entre sí. truida de acuerdo con las representaciones que se hace la clase dom i­
nante, consecuentes con el código de la clase dom inante y que, precisa­
3.4.2. La ilusión teatral mente por ello, se im ponen sin reacción al espectador30. Cierto que la

Es más: no existe la ilusión teatral. El teatro de ilusión es una realiza­ 30 No es que se pueda acusar con razón a la clase dominante de imponer su propia impos­
ción perversa de la denegación, este teatro trata de exagerar los pareci­ tura a las clases dominadas; se trata, más bien, de imponer sus propios puntos de vista, sus
propias ilusiones, su ideología.
dos con la «realidad» del universo socio-económ ico para que sea el

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denegación funciona, que el espectador sabe perfectam ente que no se ce un divorcio entre el lenguaje y el poder opresor de lo real. Lo que el
le presenta una im agen «verdadera»; perfeccionando la ilusión, se le espectador ve y entiende es su propio lenguaje, desrealizado por la de­
presenta un m odelo de actitud pasiva ante el mundo. No son im itadas negación.
las relaciones objetivas sino un tipo especial de «representación» de
, esas relaciones y la actitud que de ellas se desprende.
3.4.4. Denegación y teatralización

3.4.3. D enegación y teatros realistas Si el realism o naturalista es por naturaleza irrealista y productor de
pasividad, si un «naturalism o» revolucionario no va tampoco más allá
El fenómeno de la denegación (cuyo funcionam iento propiam ente — las mism as causas producen los mism os efectos— y la considera­
teatral apreciarem os aún mejor en el análisis del espacio escénico) no ción ilusoria de lo real inm oviliza al espectador en su butaca, ¿existe
deja de tener sus consecuencias ideológicas inm ediatas. Inciden, en p ri­ una posibilidad teórica y práctica de sobrepasar el estadio de la ilusión?
mer lugar, en el teatro naturalista, fundado en la búsqueda de la ilu ­ Creemos que sí. Artaud opta por la vía «regresiva» — el térm ino no es,
sión; en el teatro a la italian a, con su presupuesto del cuarto muro en modo alguno, peyorativo, nada de eso, sino sim plem ente h istóri­
transparente que aísla, transpuesto, un pedazo de «realidad»; el especta­ co— del retorno infra-teatral a la «cerem onia»; en la cerem onia se
dor, convertido en un contem plador im portante, repite en el teatro lo construye un ritual deliberadam ente fantasm ático en el que la «reali­
que es o será su papel en la vida; contem pla sin actuar, está concernido dad» no necesita ser figurada. Brecht, menos revolucionario de lo que
sin estarlo. Tiene razón Brecht al decir que esta dram aturgia es conser­ j parece en este terreno, opta por la vía real de la teatraliwición. Dicho de
vadora, paternalista; el espectador es como un niño en pañales; por su \ otro modo, Brecht construye una serie de signos encargados de con-
acto nada va a ser cam biado en el m undo, el desorden debe ser asum i­ ; cienciar al espectador de que está en el teatro y no en otro lugar. Mnou-
do; el m elodram a o el dram a burgués inscriben el sueño de una libera­ j chkine o el «Bread and Puppet» (sirviéndose de todos los medios de tea-
ción pasional que sólo tiene lugar en lo im aginario. Cientos de m iles de ! tralización: com edia del arte, circo, m arionetas...) han entendido la

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espectadores (m illones, si contamos con la televisión y el cine) habrán ■lección de modo clarivid en te31.
¡ visto así y habrán com prendido La dama de las camelias. ¡Que la pasión En el interior del espacio escénico se construye, como ya ocurriera
1no turbe el orden (burgués) del mundo! El espectador puede identifi- en Shakespeare o i ncluso en el teatro griego, una zona privilegiada en la
}carse con M argarita o con A rm ando Duval sin correr ningún peligro: que el teatro se dice como ta l teatro (tablados, canciones, coros, actores que se
\lo que contem pla no puede ser cam biado por su acción. dirigen al espectador, etc.). Sabemos, después de Freud, que cuando se
Inversam ente, todo'teatro histórico-realista qué ponga en escena sueña que se sueña, el sueño interior al sueño dice la verdad. Por una
tal o cual acontecim iento histórico exaltante, revolucionario (Brecht ^doble denegación, el sueño de un sueño resulta verdadero. Del mismo
en Los días de la Comuna), todo teatro de sucesos que inscriba su texto en i modo, el «teatro en el teatro» dice no lo real, sino lo verdadero, cam bian-
la verdad de un proceso histórico corre el peligro de naufragar en la ) do el signo de la ilusión y denunciándola en todo el contexto escénico
irrealidad. ¿Cómo im pedir que funcione la denegación, rem itiendo a la ( que la rodea.
ilusión el conjunto del proceso escénico representado? El teatro en la En consecuencia, si el mensaje recibido por el espectador es «nor­
calle se hace con harta frecuencia irrealista precisam ente por no com ­ m alm ente» (es decir, en un teatro en que prevalece la ilusión) de la for­
prender que, pase lo que pase, la ram pa existe, que ni siquiera en la cal­ ma rn = —x, el mensaje recibido, de darse teatral ización, se traduce por
zada puede el com ediante desprenderse de esta ram pa que aísla su ac­ una puesta entre paréntesis de una parte de los signos:
ción en un círculo mágico donde hasta la huelga o la detención pasadas
son irreales. El «realism o» teatral no puede pasar por la vía del realis­ m = —x —(—y) = - x + y
mo textual/escénico. Tiene otros cam inos. Estas, y no otras, son las
causas de ciertos errores sorprendentes. En el llam ado hoy en día «tea­
tro de lo cotidiano», el peligro sigue presente, realidad de los pobres y
oprim idos irrealizada, hecha exótica como la de los «salvajes»; el traba­ 31 ti! espectador español tendrá conocimiento de la directora Arianne Mnouchkine v de
jo del teatro de lo cotidiano no es más que un trabajo de lenguaje, es el su grupo «Le Tbeatre du Soleíl» por la versión que de su obra capital, 1789, ba hecho aquí el
«Lebrel Blanco». La obra, filmada en Francia en 1973, puede ser contemplada en nuestras
lenguaje cotidiano lo que se muestra desrealizado; la lección política cinematecas, así corno su excelente película. Moliere, que recorre la vida de este autor
está justam ente en el irrealism o de un lenguaje estereotipado; se produ­ /;V. dei T.j

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De ahí se desprende una siruación receptiva muy com pleja que
obliga al espectador a tom ar conciencia del doble estatuto de los m en­
sajes que recibe y, en consecuencia, a rem itir a la denegación cuanto 3.4.5. T eatralización y Texto
pertenece al conjunto del espacio escénico dejando a un lado la zona en
que se opera el vuelco producido por la teatralidad. La escena de las co­ Sería un error creer, por lo que antecede que la denegación-
medias de H amlet (como La ilusión cómica de C orneille, o E l retablo de las teatralización atañe sólo a la representación y no al texto. La denega­
maravillas de Cervantes) es un buen ejemplo de desenm ascaram iento ción está tam bién inscrita textualm ente:
^pperado por la teatralidad, de alum bram iento de lo verdadero. En Sha-
I kespeare y en Brecht, las canciones, ios bufones, las pancartas... juegan 1. en las didascalias, que son como las figuras textuales de la denega-
j con m ucha frecuencia este pape] del teatro en el teatro; se trata de ele- ción-teatralización. El lugar está indicado en las didascalias como lu ­
l mentos que designan al teatro como tal teatro. Un ejemplo curioso es el gar-teatro, no como lugar real; por medio de los disfraces — vestidos,
j de E l círculo de tita caucasiano; en esta obra, la «puesta en escena» intenta- m áscaras...— se opera igualm ente la teatralización de la persona del
|da por el juez Azdak en el espacio privilegiado del «círculo de tiza» se com ediante;
\ convierte en un juicio de Salom ón, revelador de la verdad; verdad do­ 2. de modo negativo, la teatralización viene dada textualm ente
ble: desvela el «enigm a» de la pieza (quién es la verdadera m adre de M i­ en los «vacíos o blancos textuales», necesariam ente confiados a la re­
guel) y rem ite al carácter ilusorio y parabólico del conjunto de la repre­ presentación, que hacen poco agradable la sim ple lectura de un volu­
sentación — carácter ya denunciado por el hecho de que toda la histo­ men de teatro; en particular, todo lo que atañe a la presencia sim ultá­
ria es como la escenificación de una fábula ejem plar32. nea de dos espacios o áreas de juego parece manifestarse únicam ente
Una observación, el m ecanism o de este vuelco del signo es m uy m ediante los apartes y vacíos del diálogo;
complejo, opera, en gran m edida, porque en escena hay actores que son, 3. por el absurdo y las contradicciones textuales. La presencia en un
al mismo tiem po, espectadores que m iran lo que ocurre en el área interna mismo lugar de categorías opuestas, la no-coherencia de un personaje
de la teatralización y devuelven al público, invertido, el mensaje que consigo mism o, la «inverosim ilitud» (así llam ada por la crítica clásica,
reciben. Esto explica que la sim ple teatralización no supone siem pre la escolar y universitaria) constituyen otros tantos indicios textuales de la
inversión del mensaje, el aspecto clownesco de los personajes de Beckett, función teatral de la denegación; como el sueño, el fantasm a teatral ad­
a pesar de indicarnos que se está dando teatralización, no llega a des­ m ite la no-contradicción, lo im posible, se nutre de ellos haciéndolos
m entir totalm ente la ilusión; podríamos analizar el efecto p articular de no sólo significantes sino hasta operantes. El lugar de la inverosim ili-
la teatralidad beckettiana como un vaivén entre la ilusión y su inver­ ; tud es el lugar propio de la especificidad teatral. Con esto se correspon­
sión. Para que se dé realm ente un vuelco del signo, es preciso que exis- de, en la representación, la m ovilidad de los signos (ver, infra, A péndi­
/ tañados zonas escénicas de sentidos inversos. De todos modos, incluso ce del cap. IV ), objetos que se desplazan de un funcionam iento a otro
cuando existe un doble espacio, una parte de los mensajes escénicos : (escala convertida en puente; cofre del tesoro convertido en ataúd; glo-
; proviene de la zona no «teatralizada»; ésta queda, pues, som etida a la 1 x>en pájaro...), com ediantes que pasan de un papel a otro; cualquier
denegación. El trabajo del autor dram ático y del director consiste en ; atentado textual o escénico a la lógica corriente del «buen sentido» es
hacer funcionar la denegación/teatralización en su relación dialéc­ teatralidad 34. Es de antiguo sabido que el teatro ofrece la posibilidad de
tic a 33. decir lo que no es conforme con el código cultural o con la lógica so­
cial; lo que es im pensable, lo que es lógica, m oral o socialm ente escan­
daloso; cuanto debiera ser recuperado, según unos procedim ientos es­
trictos, se encuentra en el teatro en estado de libertad, de yuxtaposición
32 La escena está representada por los kolkhozianos de un valle para ios de otro valle a fin contradictoria. Por ello mism o, el teatro puede designar el lugar de las
de convencerles para que cedan una tierra. contradicciones no resueltas.
33 Escena:

Escena X ( — y *t-~ Y

Público — x -i- y

El mensaje recibido por X es - y remitido con inversión: el público recibe y (positivo) y el


mensaje directo que le llega de X , es decir, —x. 34 «Esto es arte y del grande: todo aquí nos choca», Brecht, Sobre el teatro ¿pico.

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precedente: la reflexión sobre un acontecim iento ilum ina los proble­
mas concretos de la vida del espectador, identificación y distancia-
3.5. E l trance y el conocimiento miento juegan, en simbiosis, un papel dialéctico. Un ejemplo histórico:
el pintor A bidine representó en unos pueblos de T urquía, contagiados
Queda claro que el funcionam iento teatral no puede reducirse a la por la m alaria, un espectáculo de calle en el que se presentaba a unos
com unicación, considerada ésta no sólo en su función referencial (la campesinos ahogando a un com erciante acaparador de quinina. A bidi­
única en que parece pensar G. M ounin), sino en la totalidad de sus fun­ ne nos cuenta cómo, después de haber participado fantasm áticam ente
ciones, entre las que hemos de contar la función poética. R educir la re­ a esta victoria «teatral», los espectadores despertaron de su letargo y co­
cepción del mensaje teatral a una audición, a un descifram iento de los rrieron hacia sus propios acaparadores de medicam entos... N atural­
signos, equivaldría, según hemos visto, a una operación esterilizadora. mente, las representaciones fueron prohibidas.
La «com unicación» teatral no es un proceso pasivo, es — o puede ser, El teatro no produce sólo este despertar de los fantasm as, a veces
si no le ponen im pedim entos— incitación a una práctica social: C ier­ produce tam bién el despertar de la conciencia — incluida la conciencia
tam ente que no es justo oponer en este punto mensaje y estím ulo. La política— , pues no pueden ir lo uno sin lo otro; por la asociación del
publicidad y el conjunto de los mass media son, aparte de mensajes refe- placer con la reflexión, que dice Brecht.
renciales (sobre las cualidades de un producto, el encanto de un film e,
etc.), estím ulos para la com pra y consumo (prácticas sociales). En este
sentido, el teatro no se diferencia de los mass media. El propio lenguaje
tiene también este doble funcionam iento. Según Sapir,

toda actividad lin güística supone la im bricación sorprendentem ente


com pleja de dos sistem as aislables que designarem os, de modo un tanto
esquem ático, com o un sistem a referencial y un sistem a expresivo.

Más que cualquier otra actividad, el teatro reclam a un trabajo, una


inscripción compleja, voluntaria e involuntaria, en el proceso teatral.
No es éste lugar para exam inar (ello se llevaría otro libro) todo lo con­
cerniente a la psicología y a la psicosociología del espectador. Recorde­
mos, no obstante, que en la actividad propia del espectador concurren
dos elementos: por una parte, la reflexión; por otra, el contagio pasio­
nal, el trance, es decir, el contagio que im prim e el cuerpo del com e­
diante sobre el cuerpo y el psiquism o del espectador; cuantos signos in­
duzcan a! espectador de la cerem onia teatral a experim entar unas em o­
ciones que, sin ser idénticas a las em ociones representadas, m antienen
con ellas unas relaciones muy definidas35. En este sentido, señalemos,
una vez más, que los signos teatrales son a.un_tieinpo iconos e indicios;
que lo que Brecht llam a el p la cer teatral se debe en buena medida a esta
construcción visible y tangible de un fantasm a que se puede v iv ir por
procuración sin obligación de vivirlo peligrosam ente en cada uno de
nosotros. Existe aún otro elem ento que opera dialécticam ente con el

35 Relaciones que sería preciso estudiar: advirtamos que la emoción provocada por el es­
pectáculo del dolor no consiste en el dolor sino en algo distinto (¿«piedad» acompañada de
placer?). No olvidemos que la causa del placer teatral no reside en tal o cual emoción sino en
el conjunto de la ceremonia: contentarse sólo con una parte (una escena, una interpretación)
es una «perversión»; una representación acertada es un acto en su totalidad.

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