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Universidad de San Carlos de Guatemala

Facultad de Humanidades
Departamento de Filosofía
F 237 Existencialismo
Lic. Harold Soberanis

El proyecto ético del Existencialismo

María Isabel Rosales Arana


Carnet: 201218993
Segundo ciclo, noviembre de 2016
El proyecto ético del Existencialismo.

La mayoría de historiadores de la filosofía e investigadores coincide en señalar el


nacimiento del Existencialismo más concretamente en el siglo XIX de la mano del filósofo
danés Søren Kierkegaard (1813) quien manifestaba explícitamente que contra la filosofía
especulativa (principalmente la de Hegel) había que practicar la filosofía existencial.
Kierkegaard decía que el existente –humano- consistía en su subjetividad, o sea, en su “pura
libertad de “elección”. Según el filósofo danés, no se puede hablar de la esencia de la
existencia, ni siquiera de la “existencia”, solo del “existente” o “aquel existente” cuya verdad
es puramente subjetiva. La filosofía no es especulación, es “decisión”, no es descripción de
esencias, es afirmación de existencias. Su pensamiento es una reacción de franca oposición
al racionalismo occidental, atacando su pretensión de universalidad que no tenía en cuenta e
incluso menospreciaba la vida concreta e individual de los hombres, o más bien, de cada
hombre y su muy particular problemática determinada, que es lo que en la vida más le atañe,
la que vive más inmediatamente y la más palpable para él.

La filosofía racionalista se mostraba incompetente para dar una respuesta a la simple


búsqueda de la felicidad. El Existencialismo, al igual que otras corrientes, formó parte de esa
reacción crítica hacia el Racionalismo cuyo proyecto pretendía aún llevar a cabo los ideales
de la Ilustración burguesa, los cuales consideraba como absurdos e hipócritas.

El siglo XX trajo consigo lo que podría calificarse como la debacle de ese gran
proyecto racionalista. La cultura occidental había derivado en la I y II Guerras Mundiales, el
surgimiento del neocolonialismo y el recrudecimiento del sistema capitalista de explotación.

Nietzsche, fue también un referente para las nuevas corrientes de pensamiento del
siglo XX, pues arremetía en contra de ese proyecto de la modernidad que pretendía uniformar
a todos los individuos bajo ideales beatones que condenaban lo verdaderamente humano y
que pretendía reducirlo todo –de nuevo- a lo meramente racional. Nietzsche decía que al
sujetarnos a las normas de la cultura moderna terminábamos siendo extraños a nosotros
mismos.
Es evidente entonces que desde sus inicios, el Existencialismo ha planteado la
cuestión de esa desconexión de la filosofía especulativa a la problemática del hombre común,
particular, que se encuentra como carente de una tradición filosófica que responda y que
remita a lo que le es más concreto. Es decir, de nada le sirvieron las quiméricas conjeturas
metafísicas y ontológicas en lo político y en lo social –pues sigue existiendo la miseria, la
injusticia- y menos aún, le sirvieron en lo personal, en el meollo de su problemática como
individuo. En Kierkegaard, vemos que, como explica, Marcuse “la verdad no reside en el
conocimiento… El conocimiento trata sólo de lo posible y es incapaz de hacer que nada sea
real y aun de captar la realidad. La verdad reside solo en la acción…” (Marcuse, 1994, pág.
260) Esa acción que alude solo a la vida individual, de donde surgen y en donde se resuelven
todos los problemas. Si bien Kierkegaard basa su filosofía en un cristianismo, este
cristianismo es muy particular, es radicalmente individualista y anti religioso, pues está en
contra de la Iglesia como institución ya que la práctica cristiana debe ser solo personal y debe
carecer de cualquier mediador. Así que en tanto ese existencialismo nos habla de la acción,
nos habla ya de una ética, cuya particularidad general posterior devendrá en que no se
reconoce en ninguna metafísica.

Miguel de Unamuno (1864) asimismo pone el acento en el individuo concreto –el de


carne y hueso- y habla también de la situación de angustia y agonía que lo define. La vida es
para él, una tragedia, una contradicción, una perpetua lucha sin victoria ni esperanza. Dice
“Lo real es irracional”, “todo lo vital es anti racional y todo lo racional es anti vital”. Sin
embargo, “el hombre de carne y hueso” responde a la tragedia con una lucha por la
supervivencia, en una lucha contra la muerte y contra la nada. Su conciencia y su finalidad
van de la mano, pues “un hombre es tanto más hombre cuanto más unitaria sea su acción que
va de acuerdo a propósito” (de Unamuno, 1993). Por tanto, nos habla lo mismo de un actuar
particular, que responde a la propia personalidad, original y creadora que para él constituye
o debe constituir el punto de partida de toda filosofía.

La filosofía de Martin Heidegger (1889) acerca de la existencia, supone un nuevo


comienzo para la filosofía que intenta dejar atrás el lastre de la modernidad. Heidegger se
pregunta por el sentido del Ser, lo cual refiere al único ser que puede preguntarse por el Ser,
el hombre, el “da-Sein”, ese ente que se halla siempre en una situación, arrojado en ella y en
relación activa con respecto a ella, y que se pregunta el porqué de las cosas y del mundo. Es
claro que la difícil filosofía heideggeriana no admite una sola interpretación, pero puede
señalarse su importante aporte para comprender el pensamiento del hombre contemporáneo
en tanto que ha olvidado ser libre y vivir para sí mismo, y se ha perdido en el marco de la
inautenticidad, en una sociedad con actitudes preestablecidas, prejuicios y una cotidianeidad
determinista.

La existencia de la que nos habla Heidegger, es el modo de ser del “estar ahí” que no
es fijo, estable, sino que constituye siempre un “poder ser”, una posibilidad. El hombre es
por eso, un proyecto, que se define o va definiéndose (aunque nunca concluyentemente) en
su acción. El mundo es para él, un conjunto de herramientas, de utensilios que sirven a su
proyecto. Al transformar al mundo, se forma y se transforma a sí mismo. En esta serie de
acciones, puede elegirse a sí mismo, o puede perderse. Elegirse a sí mismo significaría pensar
y actuar conforme al propio criterio, y no dejarse guiar por habladurías, por el “se dice” o por
instituciones “establecidas”. La existencia inauténtica es una existencia anónima, una
existencia al nivel de los entes –óntica-, que no se preguntan por nada, ni tienen sentido por
sí mismos, que no se proyectan conscientemente. Al inquirir el das-Sein sobre el sentido del
Ser, su vida cobra sentido y se vuelve al plano ontológico. Así, solo cuando el hombre se
entiende a sí mismo sabe qué puede hacer de sí mismo (Reale & Antiseri, 1988).

Con Jean Paul Sartre (1905), el problema ético de la existencia adquiere nuevos e
importantes matices. Con su existencialismo ateo, dice que al no existir Dios, no hay valores
eternos, establecidos, y entonces, no hay de donde aferrarse, no hay excusas, ni
justificaciones.

No hay determinismo, ya que el hombre es Libertad. Por eso dice “el hombre está
condenado a ser libre”. En su obra, “El existencialismo es un humanismo” (1946) dice que
el individuo no se ha creado a sí mismo y una vez arrojado al mundo es responsable de todo
lo que hace. No puede haber, ni la hay, una moral a priori. Expone entonces que elegir es
inventar, pues cada uno da su sentido, su valor, su interpretación. Ese desamparo planteado
anteriormente implica que cada cual elija su ser.

De tal manera que el hombre empieza por existir, se encuentra en el mundo y después
se define. El ser humano comienza por ser nada y solo “es” después como se haya hecho, no
responde a ninguna naturaleza humana que le instituya en ningún arquetipo o ideal. El
hombre es responsable de lo que es. Es responsable de su estricta individualidad pero también
de la de todos los hombres, porque cada cual elige (elige lo que le parece mejor) y al elegirse,
lo hace para todos los hombres porque se crea así una imagen, un modelo para todos. Nuestra
responsabilidad compromete a la humanidad entera. De aquí nace la angustia, que no implica
quietud, no impide la acción, pero compromete. La mala fe de la que Sartre habla en muchos
escritos, es el enmascarar la angustia, mentir, o en todo caso no asumir la libertad, y caer en
determinismos, como pensar que hay un destino, o que las cosas son de tal o cual forma
debido a algún plan preestablecido.

Solo hay realidad en la acción. En conclusión, el hombre no existe más que en la


medida en que se realiza. Su vida es el conjunto de sus actos, fuera de lo que cada quien
construya no hay nada, cada quien se define según el acto que realiza, que elige realizar. No
se nace “siendo” algo.

La subjetividad dentro de la cual el hombre concreto actúa, sin embargo, no es


solipsista, pues los otros son condición de la propia existencia. No se puede ser nada sin que
los otros lo reconozcan como tal. El hombre por tanto, decide lo que es y lo que son los otros.
Se puede hablar de universalidad en cuanto que se actúa siempre en determinado contexto en
medio de otros. También, hay universalidad en todo proyecto en el sentido de que todo
proyecto es comprensible para todo hombre. Lo universal se construye eligiendo,
comprendiendo el proyecto de cualquier otro.

Albert Camus (1915) aporta también al tema de la cuestión ética. El mundo es un


absurdo, y lo más probable es que nuestras acciones pasen sin pena ni gloria en el devenir
del universo. El hombre lleva a cabo una lucha absurda, pues jamás está en control total de
las posibilidades, no tiene un destino trazado ni es parte de algún plan superior. Al no tener
sentido la vida, el individuo puede experimentar desesperanza e insatisfacción. Sin embargo,
debe asumir su tragedia, aceptando su futilidad y por lo mismo volverse rebelde en el sentido
de vivir una vida más intensamente, liberándose de las reglas comunes y viviendo su libertad
más conscientemente. Puede observarse en su novela más icónica, “El extranjero” (1942) el
actuar del personaje principal, Meursault, que contrario a las expectativas de la sociedad, su
“rebeldía” consistía en que consistía en decir siempre la verdad, incluso la que hiere, en no
fingir, en no rendirse ante la hipocresía y el sentimentalismo. Por tanto, resultaba peligroso
y fue así condenado a la muerte.

Los filósofos denominados existencialistas en definitiva son muy diversos entre sí,
pero uno de esos hilos que les une es el enfoque hacia el actuar del individuo particular,
condicionado por su entorno y preso de la urgencia de los problemas de su existir. El
existencialismo aborda estos problemas y aporta reflexiones que atañen al individuo, pero
que sin embargo tienen una resonancia social. Al cambiarse el hombre a sí mismo, cambia el
mundo. Aunque Kierkegaard, precursor de este pensamiento, represente a un individualismo
radical en contra de lo político y lo institucional, la filosofía que derivó después presentó
propuestas cuyo significado tuvo un carácter eminentemente político que conllevó a un
rechazo al estado de las cosas, al orden económico social establecido que hacía del hombre
un ser inauténtico, un ser que actúa de mala fe, que se rinde ante la cotidianidad, que se rige
por determinismos y que vivía –y aún vive- rebajado al carácter de ente, un ladrillo, un
engranaje más de la producción, un objeto más de la sociedad de consumo.

Bibliografía

Camus, A. (1994). El mito de Sísifo. (L. Echávarri, Trad.) Barcelona: Ediciones Altaya, S. A.
Camus, A. (2006). El Extranjero. Madrid: Alianza Editorial.
de Unamuno, M. (1993). Del sentimiento trágico de la vida. Barcelona: Ediciones Altaya, S. A.
Ferrater Mora, J. (1950). Diccionario de Filosofía. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Marcuse, H. (1994). Razón y revolución. Hegel y el surgimiento de la teoría social. Barcelona:
Ediciones Altaya, S.A.
Reale, G., & Antiseri, D. (1988). Historia del pensamiento filosófico y científico (Vol. III). (J. A.
Iglesias, Trad.) Barcelona, España: Editorial Herder S.A.
Sartre, J. P. (2014). El existencialismo es un humanismo (Segunda ed.). (L. Rutiaga, Trad.) México,
D. F.: Grupo Editorial Tomo , S. A. de C. V.

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