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Viernes santo.
Los discípulos de Jesús y toda Palestina presenciaron uno de los acontecimientos más
impactantes de su historia: la pasión, crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret.
Fue escandalosa esa muerte. Bárbara. Despiadada. Injusta. Algunos lo lloran. Otros lo
celebran. Pareciera ser otra muerte a otro tipo que se las dio de “mesías”, pero al igual
que muchos otros terminó en condena de muerte, fracasando así muchos proyectos de
liberación a Israel de la opresión greco-romana.
Para quienes habían creído en Jesús, su muerte no fue otra cosa más que el fracaso de
un mesías; en otras palabras más crudas, la muerte de Jesús fue el fracaso de Dios.
Al día siguiente, Sábado santo, el silencio se apoderó de Palestina. Las gentes no
podían asimilar que Jesús de Nazaret fuese otro fracaso mesiánico, pues éste parecía
diferente. Éste parecía contundente. Éste parecía ser en verdad el hijo de Dios.
Palestina lo vio sanar enfermos. Enseñar con autoridad el misterio de Dios. Devolverle
vida a los muertos. Multiplicar el pan y el pez. Reprender a los malos espíritus.
Silenciar al mar y calmar los vientos. ¿Cómo no iba a ser éste el verdadero Mesías?
Las gentes sentían que Dios los había decepcionado. Se preguntaban entre murmullos
unos a otros, -¿cuándo será que Dios nos enviará por fin al verdadero Mesías?-
El sábado fue un día de reposo. Un día de silencio, y peor aún, silencio de Dios.
Cuando Dios guarda silencio la creación empalidece. El cielo se hace insoportable. El
universo siente desaparecer. Los creyentes ven sobre la cuerda floja su fe.
Fue un sábado eterno. Un sábado lleno de dudas. Un sábado lleno de incertidumbres.
Un sábado lleno de desilusión. Un sábado lleno de miedo.
Hasta que por fin terminó ese oscuro sábado y llegó un nuevo día.
Vamos a ver esta mañana uno de los episodios más sublimes de aquel primer día de la
semana, de aquel domingo sorprendente.
Abramos las Escrituras en el evangelio según S. Marcos 16.1-8
Que Jesús haya resucitado, son las mejores noticias para toda la creación. Los
ángeles descendieron a contar la noticia. Delegaron a las mujeres divulgar la
noticia y los creyentes se nos ha dado el mandamiento de vivir las buenas
noticias de Dios en su Hijo Cristo.
Amaneció.
Terminó el sábado más oscuro de la historia humana. Los silencios de Dios y de
Palestina pronto cesarían. En el cielo se prendió la fiesta, pues Dios el Padre levantó a
Jesús de entre los muertos. La tierra lo sabe, sus habitantes aún no.
Algunas mujeres -discípulas de Cristo- madrugaron el domingo para, como era de
costumbre, prestarle atención a la tumba del Señor. Pensarían ellas, -no fue el Mesías,
pero sí conquistó nuestro amor.- Ya no les preocupaba si el “difunto” Jesús era o no el
Mesías, les preocupaba otra cosa: ¿Quién nos quitará la piedra?
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¿Quién Nos Quitará la Piedra?
Ed. Ramírez Suaza, ThM
Bueno, lo que pasa es que los sepulcros en la Palestina del siglo I eran como unas
cuevas cuyas entradas se sellaban con piedras grandes y pesadas. Ellas querían entrar
al sepulcro y atender mejor al cuerpo muerto del Señor.
Yo quiero que Ud. sostenga en la mente la siguiente pregunta, ¿quién nos quitará la
piedra? Lo digo, porque ellas no quieren recordar que Jesús, una semanas atrás, les
prometió que al tercer día de su muerte resucitaría. Nadie en la tierra creyó a estas sus
palabras. Su obstáculo más grande entre Jesús y ellas no era la piedra a la entrada del
sepulcro, era la piedra grande y pesada de la duda, obstruyendo en su corazón la
llegada de la fe.
Ellas amaron a Jesús, indudablemente, pero no le creyeron.
Las mujeres que el día de resurrección se dirigieron al sepulcro del Maestro, no sólo
dudaron; lamentaron profundamente que no hubiese uno quien les ayudara a mover la
piedra. Son dos lamentos encontrados: por un lado, lamentaron con mucho dolor la
muerte de Jesús. Por otro lado, lamentaron mucho su impotencia para correr una
piedra tan grande y tan pesada.
Pero al llegar esas mujeres al sepulcro, ¡vaya sorpresa! La piedra ya estaba movida.
Entraron al sepulcro, y de nuevo otra sorpresa: ¡un ángel las esperaba dentro del
sepulcro! Y claro está, las mujeres se asustaron.
El ángel dijo algo increíble: -¡no tengan miedo!- ¿Cómo que no tengan miedo? Por
dios, que uno vaya a un sepulcro y dentro de la tumba lo sorprenda a uno un ángel
vestido de blanco es como para asustarse y aún más: pa’ morirse del susto.
Pero hay una noticia que no las deja morir del susto, y es esta: -Ustedes buscan a Jesús
el nazareno, el que fue crucificado. No está aquí. Ha resucitado.-
Este joven desconocido, angelical, dijo varias cosas que asombran: 1. supo a quién
buscaban estas mujeres. 2. Sabía el nombre de la persona que ellas buscan, 3. Sabía
qué le pasó: lo crucificaron y 4. sabía algo que ellas ya no sabían: ¡resucitó!
un hombre con dos o más testigos que confirmen el mensaje que pretenden testificar.
Así, por lo menos, crean o no, escuchaban el testimonio.
Para esta ocasión son tres mujeres quienes deben testimoniar el evento más increíble:
la resurrección de Cristo.
Digo esto, porque estas mujeres no estaban buscando una oportunidad para ser
protagonistas en semejante acontecimiento. Digo esto para ayudarles a ver que ellas
son mujeres miedosas, llenas de dudas, dolor y decepción. Van a buscar un cadáver,
pero encuentran un ángel.
El corazón de la mujer es más frágil que el del hombre. Eso no significa que el corazón
del hombre no sea frágil, sólo que el de ella un poco más. Es decir más delicado. Exige
más cuidados. En Palestina del siglo I la mujer fue ultrajada, violentada en sus
derechos a penas lógicos de una humanidad digna. La religión judía no les brindó
muchas garantías para su espiritualidad que digamos ni los espacios propios para ellas
servir a Dios. Era un mundo totalmente patriarcal.
Pero Jesús resucitado sí cuenta con ellas. A ellas les da las primicias de las mejores
noticias de Dios. A ellas les concede el privilegio de anunciar el acontecimiento más
glorioso irrepetible y jamás conocido. Ellas tienen un lugar prioritario en la misión del
resucitado.
Mujeres, en el resucitado hay lugar para que lo sirvas.
Ellas, aunque con un corazón lleno de dudas, fueron a buscar a Jesús. Pero buscaban
un Jesús muerto. Un Jesús que ya no podía hacer algo por ellas. Un Jesús que ya no les
podía hablar ni acariciar. Y me hace pensar en as muchas veces que acudimos a Dios
con tanta duda que pareciera ser que buscamos a un Jesús muerto. Buscamos a Jesús,
pero nuestras dudas nos hacen pensar que él ya no puede darnos su caricia de gracia y
ni responder milagrosamente a lo que necesito.
Ellas buscaron a Jesús el muerto, y se encontraron con Jesús resucitado.
Dios es sorprendente. Como estas mujeres, cada uno de nosotros necesita un
encuentro con Jesús, con Aquel que vivo está.
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¿Quién Nos Quitará la Piedra?
Ed. Ramírez Suaza, ThM
La piedra que protegía la tumba del Señor no era el más grande obstáculo entre Jesús y
ellas; era la duda, el miedo, la desilusión. Ellas estaban preocupadas por un problema
ya solucionado.
Pienso en nosotros, las piedras que aún nos quedan por remover que son obstáculo
entre el resucitado y nosotros. ¿La duda? ¿Los miedos? ¿La delusión? ¿Algún pecado al
que nos hemos encaprichado? ¿Qué piedra obstaculiza ahora mismo un encuentro con
el que vive?
Él ya resucitó, y esa resurrección del Galileo nos ha solucionado todos los problemas
del mundo. Si venció la muerte, ¿habrá algo imposible para Dios?
No podemos seguir temiendo por una muerte que ya está derrotada. No podemos
seguir preocupándonos por una piedra que ya está removida. No podemos seguir
dudando por el milagro que ya aconteció.
3. La noticia paralizadora.
¡Jesús resucitó! La noticia es paralizadora porque significa mucho. Su significado es
demasiado profundo. Creo que son profundidades inalcanzable para nosotros.
Compartiré algunas, propias de las orillas no de las profundidades: 1. La resurrección
significa que Dios aprobó la obra mesiánica de Jesús. Que Dios el Padre haya
resucitado a Jesús explica que aceptó su nacimiento en el pesebre. Aprobó su vida
familiar en Nazaret. Respaldó y estuvo de acuerdo con todo lo que hizo y dijo durante
los tres años de mesianismo. Más sublime aún, resucitar a Jesús significó que todo el
sacrificio de la cruz por salvar a los hombres fue aceptado gratamente. Dios el Padre
aceptó que el sacrificio de su Hijo Cristo fuese el respaldo eterno para perdonar
nuestros pecados. Aceptando esto, levantó de entre los muertos a Jesús.
2. La resurrección de Jesús significa un nuevo Génesis. Damas y caballeros, con la
resurrección de Cristo se da comienzo a la nueva creación de Dios. Por la resurrección
de Cristo todo el universo se cobija en esperanza de su restauración, la creación lo sabe
y lo pide. Además, y de manera especial, es la creación de una nueva humanidad. Con
la resurrección de Cristo, Dios dijo: “hagamos de nuevo al hombre a nuestra imagen y
semejanza”. La nueva humanidad que Dios está creando es idéntica a su Hijo Cristo
resucitado, que trabaja intensamente para proclamar la resurrección del Señor y a
través de esa proclamación, la creación va siendo redimida de todos los poderes del
mal, del pecado y de la muerte; porque estos tres: el mal, el pecado y la muerte fueron
derrotados con la muerte y la resurrección de Cristo.
Somos nueva humanidad en Cristo resucitado, las cosas viejas pasaron; he aquí todas
son hechas nuevas.
3. La resurrección de Cristo nos significa razón inamovible de nuestra santidad.
Caminamos en pos de la santidad porque Él vive. Porque nuestro Dios resucitó a Jesús
de entre los muertos, y a nosotros nos “resucitó” juntamente con él cuando estábamos
muertos en nuestros delitos y pecados.
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¿Quién Nos Quitará la Piedra?
Ed. Ramírez Suaza, ThM
La santidad es ahora posible porque Cristo vive. Todos los aspectos de nuestra
santidad encuentran deleite en el Cristo resucitado. Mejor dicho, la resurrección de
Cristo no dio vocación de pureza.
4. Finalmente, no porque aquí agote todo, sino porque hasta aquí les compartiré, la
resurrección de Cristo nos hace partícipes ahora mismo en el futuro de Dios. Esta es la
lógica del evangelio: si Cristo resucitó, juntamente con él resucitaremos. Aunque sé
que moriré, sé con más convicción que un día él me levantará de entre los muertos
para contemplar una eternidad la gloria del unigénito del Padre.
Que las mujeres escucharan las noticias de la resurrección de Cristo significó que a sus
mentes se les concedió el milagro de entender estas cosas y muchas más. En este
sentido, las noticias paralizadoras de Dios.
La Iglesia y las gentes necesitan al Jesús real, al Cristo resucitado. Al verdadero Hijo de
Dios. Y lo podemos compartir evangelizando.