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¿Quién Nos Quitará la Piedra?

Ed. Ramírez Suaza, ThM

Viernes santo.
Los discípulos de Jesús y toda Palestina presenciaron uno de los acontecimientos más
impactantes de su historia: la pasión, crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret.
Fue escandalosa esa muerte. Bárbara. Despiadada. Injusta. Algunos lo lloran. Otros lo
celebran. Pareciera ser otra muerte a otro tipo que se las dio de “mesías”, pero al igual
que muchos otros terminó en condena de muerte, fracasando así muchos proyectos de
liberación a Israel de la opresión greco-romana.
Para quienes habían creído en Jesús, su muerte no fue otra cosa más que el fracaso de
un mesías; en otras palabras más crudas, la muerte de Jesús fue el fracaso de Dios.
Al día siguiente, Sábado santo, el silencio se apoderó de Palestina. Las gentes no
podían asimilar que Jesús de Nazaret fuese otro fracaso mesiánico, pues éste parecía
diferente. Éste parecía contundente. Éste parecía ser en verdad el hijo de Dios.
Palestina lo vio sanar enfermos. Enseñar con autoridad el misterio de Dios. Devolverle
vida a los muertos. Multiplicar el pan y el pez. Reprender a los malos espíritus.
Silenciar al mar y calmar los vientos. ¿Cómo no iba a ser éste el verdadero Mesías?
Las gentes sentían que Dios los había decepcionado. Se preguntaban entre murmullos
unos a otros, -¿cuándo será que Dios nos enviará por fin al verdadero Mesías?-
El sábado fue un día de reposo. Un día de silencio, y peor aún, silencio de Dios.
Cuando Dios guarda silencio la creación empalidece. El cielo se hace insoportable. El
universo siente desaparecer. Los creyentes ven sobre la cuerda floja su fe.
Fue un sábado eterno. Un sábado lleno de dudas. Un sábado lleno de incertidumbres.
Un sábado lleno de desilusión. Un sábado lleno de miedo.
Hasta que por fin terminó ese oscuro sábado y llegó un nuevo día.
Vamos a ver esta mañana uno de los episodios más sublimes de aquel primer día de la
semana, de aquel domingo sorprendente.
Abramos las Escrituras en el evangelio según S. Marcos 16.1-8

Que Jesús haya resucitado, son las mejores noticias para toda la creación. Los
ángeles descendieron a contar la noticia. Delegaron a las mujeres divulgar la
noticia y los creyentes se nos ha dado el mandamiento de vivir las buenas
noticias de Dios en su Hijo Cristo.

Amaneció.
Terminó el sábado más oscuro de la historia humana. Los silencios de Dios y de
Palestina pronto cesarían. En el cielo se prendió la fiesta, pues Dios el Padre levantó a
Jesús de entre los muertos. La tierra lo sabe, sus habitantes aún no.
Algunas mujeres -discípulas de Cristo- madrugaron el domingo para, como era de
costumbre, prestarle atención a la tumba del Señor. Pensarían ellas, -no fue el Mesías,
pero sí conquistó nuestro amor.- Ya no les preocupaba si el “difunto” Jesús era o no el
Mesías, les preocupaba otra cosa: ¿Quién nos quitará la piedra?
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¿Quién Nos Quitará la Piedra?
Ed. Ramírez Suaza, ThM

Bueno, lo que pasa es que los sepulcros en la Palestina del siglo I eran como unas
cuevas cuyas entradas se sellaban con piedras grandes y pesadas. Ellas querían entrar
al sepulcro y atender mejor al cuerpo muerto del Señor.

Yo quiero que Ud. sostenga en la mente la siguiente pregunta, ¿quién nos quitará la
piedra? Lo digo, porque ellas no quieren recordar que Jesús, una semanas atrás, les
prometió que al tercer día de su muerte resucitaría. Nadie en la tierra creyó a estas sus
palabras. Su obstáculo más grande entre Jesús y ellas no era la piedra a la entrada del
sepulcro, era la piedra grande y pesada de la duda, obstruyendo en su corazón la
llegada de la fe.
Ellas amaron a Jesús, indudablemente, pero no le creyeron.

Las mujeres que el día de resurrección se dirigieron al sepulcro del Maestro, no sólo
dudaron; lamentaron profundamente que no hubiese uno quien les ayudara a mover la
piedra. Son dos lamentos encontrados: por un lado, lamentaron con mucho dolor la
muerte de Jesús. Por otro lado, lamentaron mucho su impotencia para correr una
piedra tan grande y tan pesada.
Pero al llegar esas mujeres al sepulcro, ¡vaya sorpresa! La piedra ya estaba movida.
Entraron al sepulcro, y de nuevo otra sorpresa: ¡un ángel las esperaba dentro del
sepulcro! Y claro está, las mujeres se asustaron.
El ángel dijo algo increíble: -¡no tengan miedo!- ¿Cómo que no tengan miedo? Por
dios, que uno vaya a un sepulcro y dentro de la tumba lo sorprenda a uno un ángel
vestido de blanco es como para asustarse y aún más: pa’ morirse del susto.
Pero hay una noticia que no las deja morir del susto, y es esta: -Ustedes buscan a Jesús
el nazareno, el que fue crucificado. No está aquí. Ha resucitado.-
Este joven desconocido, angelical, dijo varias cosas que asombran: 1. supo a quién
buscaban estas mujeres. 2. Sabía el nombre de la persona que ellas buscan, 3. Sabía
qué le pasó: lo crucificaron y 4. sabía algo que ellas ya no sabían: ¡resucitó!

El ángel les da un mandamiento apostólico: anuncien a los discípulos la noticia más


gloriosa de toda la historia humana: !la muerte ha sido derrotada! Jesús sí es
verdadero Mesías, ¡resucitó!
Pero ellas llenas de miedo, temblando del pavor guardaron silencio.
Callaron la noticia más sublime a sus hermanos galileos.

De esta narrativa de Marcos quiero compartirle algunas perlas cristianas:


1. Cuando el dolor y la duda nos hacen buscar al que vive.
Es extraño que los evangelistas cuenten la historia de la resurrección dando
protagonismo a las mujeres. No es un secreto que para el mundo judío el testimonio de
una mujer no tenía validez, para que un testimonio fuese aceptado en Israel debía ser
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un hombre con dos o más testigos que confirmen el mensaje que pretenden testificar.
Así, por lo menos, crean o no, escuchaban el testimonio.
Para esta ocasión son tres mujeres quienes deben testimoniar el evento más increíble:
la resurrección de Cristo.
Digo esto, porque estas mujeres no estaban buscando una oportunidad para ser
protagonistas en semejante acontecimiento. Digo esto para ayudarles a ver que ellas
son mujeres miedosas, llenas de dudas, dolor y decepción. Van a buscar un cadáver,
pero encuentran un ángel.

La resurrección de Cristo dignifica la voz de la mujer. El mensaje de la resurrección en


voz femenina es fundamental en el evangelio. Ellas no son las supermujeres más
creyentes del universo; por el contrario son mujeres cobijadas por las sombras del
miedo, las dudas y la desilusión. Van a cumplir con un ritual propio de su cultura, pero
no creían que Jesús estuviese vivo. Pero el resucitado las vió. El que vive las conoció. El
que derrotó la muerte las quiso usar para su gloria y honra.

El corazón de la mujer es más frágil que el del hombre. Eso no significa que el corazón
del hombre no sea frágil, sólo que el de ella un poco más. Es decir más delicado. Exige
más cuidados. En Palestina del siglo I la mujer fue ultrajada, violentada en sus
derechos a penas lógicos de una humanidad digna. La religión judía no les brindó
muchas garantías para su espiritualidad que digamos ni los espacios propios para ellas
servir a Dios. Era un mundo totalmente patriarcal.
Pero Jesús resucitado sí cuenta con ellas. A ellas les da las primicias de las mejores
noticias de Dios. A ellas les concede el privilegio de anunciar el acontecimiento más
glorioso irrepetible y jamás conocido. Ellas tienen un lugar prioritario en la misión del
resucitado.
Mujeres, en el resucitado hay lugar para que lo sirvas.

Ellas, aunque con un corazón lleno de dudas, fueron a buscar a Jesús. Pero buscaban
un Jesús muerto. Un Jesús que ya no podía hacer algo por ellas. Un Jesús que ya no les
podía hablar ni acariciar. Y me hace pensar en as muchas veces que acudimos a Dios
con tanta duda que pareciera ser que buscamos a un Jesús muerto. Buscamos a Jesús,
pero nuestras dudas nos hacen pensar que él ya no puede darnos su caricia de gracia y
ni responder milagrosamente a lo que necesito.
Ellas buscaron a Jesús el muerto, y se encontraron con Jesús resucitado.
Dios es sorprendente. Como estas mujeres, cada uno de nosotros necesita un
encuentro con Jesús, con Aquel que vivo está.

2. Las piedras que aún nos quedan por remover.

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La piedra que protegía la tumba del Señor no era el más grande obstáculo entre Jesús y
ellas; era la duda, el miedo, la desilusión. Ellas estaban preocupadas por un problema
ya solucionado.
Pienso en nosotros, las piedras que aún nos quedan por remover que son obstáculo
entre el resucitado y nosotros. ¿La duda? ¿Los miedos? ¿La delusión? ¿Algún pecado al
que nos hemos encaprichado? ¿Qué piedra obstaculiza ahora mismo un encuentro con
el que vive?
Él ya resucitó, y esa resurrección del Galileo nos ha solucionado todos los problemas
del mundo. Si venció la muerte, ¿habrá algo imposible para Dios?
No podemos seguir temiendo por una muerte que ya está derrotada. No podemos
seguir preocupándonos por una piedra que ya está removida. No podemos seguir
dudando por el milagro que ya aconteció.

3. La noticia paralizadora.
¡Jesús resucitó! La noticia es paralizadora porque significa mucho. Su significado es
demasiado profundo. Creo que son profundidades inalcanzable para nosotros.
Compartiré algunas, propias de las orillas no de las profundidades: 1. La resurrección
significa que Dios aprobó la obra mesiánica de Jesús. Que Dios el Padre haya
resucitado a Jesús explica que aceptó su nacimiento en el pesebre. Aprobó su vida
familiar en Nazaret. Respaldó y estuvo de acuerdo con todo lo que hizo y dijo durante
los tres años de mesianismo. Más sublime aún, resucitar a Jesús significó que todo el
sacrificio de la cruz por salvar a los hombres fue aceptado gratamente. Dios el Padre
aceptó que el sacrificio de su Hijo Cristo fuese el respaldo eterno para perdonar
nuestros pecados. Aceptando esto, levantó de entre los muertos a Jesús.
2. La resurrección de Jesús significa un nuevo Génesis. Damas y caballeros, con la
resurrección de Cristo se da comienzo a la nueva creación de Dios. Por la resurrección
de Cristo todo el universo se cobija en esperanza de su restauración, la creación lo sabe
y lo pide. Además, y de manera especial, es la creación de una nueva humanidad. Con
la resurrección de Cristo, Dios dijo: “hagamos de nuevo al hombre a nuestra imagen y
semejanza”. La nueva humanidad que Dios está creando es idéntica a su Hijo Cristo
resucitado, que trabaja intensamente para proclamar la resurrección del Señor y a
través de esa proclamación, la creación va siendo redimida de todos los poderes del
mal, del pecado y de la muerte; porque estos tres: el mal, el pecado y la muerte fueron
derrotados con la muerte y la resurrección de Cristo.
Somos nueva humanidad en Cristo resucitado, las cosas viejas pasaron; he aquí todas
son hechas nuevas.
3. La resurrección de Cristo nos significa razón inamovible de nuestra santidad.
Caminamos en pos de la santidad porque Él vive. Porque nuestro Dios resucitó a Jesús
de entre los muertos, y a nosotros nos “resucitó” juntamente con él cuando estábamos
muertos en nuestros delitos y pecados.
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La santidad es ahora posible porque Cristo vive. Todos los aspectos de nuestra
santidad encuentran deleite en el Cristo resucitado. Mejor dicho, la resurrección de
Cristo no dio vocación de pureza.
4. Finalmente, no porque aquí agote todo, sino porque hasta aquí les compartiré, la
resurrección de Cristo nos hace partícipes ahora mismo en el futuro de Dios. Esta es la
lógica del evangelio: si Cristo resucitó, juntamente con él resucitaremos. Aunque sé
que moriré, sé con más convicción que un día él me levantará de entre los muertos
para contemplar una eternidad la gloria del unigénito del Padre.
Que las mujeres escucharan las noticias de la resurrección de Cristo significó que a sus
mentes se les concedió el milagro de entender estas cosas y muchas más. En este
sentido, las noticias paralizadoras de Dios.

Estamos desempacando algunas perlas preciosas posibles en la resurrección de Cristo.


Esta fue la primera: Cuando el dolor y la duda nos hacen buscar al que vive. Segunda:
Las piedras que aún nos quedan por remover. La tercera: La noticia paralizadora.

4. Los temblores que necesitamos.


Espantadas ante la noticia y temblando, las mujeres salieron del sepulcro.
Dice la Biblia: “Ellas se espantaron, y temblando de miedo salieron corriendo del
sepulcro. Y era tanto el miedo que tenían, que no le dijeron nada a nadie.”
El milagro más hermoso resulta a nosotros los mortales un acontecimiento espantoso.
Es un acontecimiento de hacernos temblar.
El Hijo de Dios ha derrotado la muerte y a todos los poderes del mal que llevaron a las
miserias más oscuras la humanidad. Nadie jamás había hecho semejante cosa. Ahora,
que después de una muerte horrenda en manos de los romanos esté vivo, es para
temblar ante la noticia del omnipotente. Es para temblequear ante el Soberano. Es
como para espantarse ante el Vencedor. Las mujeres lo comprendieron, lo saben y se
espantaron.

¡Cómo nos hace de falta volver a temblar ante Dios!


Y si no estamos temblando ante Dios es porque entonces nos estamos presentando
ante dioses falsos.

5. Finalmente, vivir la resurrección de Cristo.


La Iglesia es la única comunidad en el mundo que puede, no sólo proclamar la
resurrección del Señor como las mejores noticias del evangelio; es quien puede vivir la
resurrección del Señor. Vivimos la resurrección del Señor en el bautismo. Allí
dramatizamos nuestra identidad con la cruz y la tumba vacía. Al sumergirnos en las
aguas, simbolizamos dramáticamente la muerte del Señor en nosotros. Morimos con
Cristo. Con Cristo estamos juntamente crucificados. Al salir de las aguas bautismales
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simbolizamos dramáticamente la resurrección del Señor. Vivimos la resurrección de


Cristo en la santa cena, pues en la mesa del Señor nos alimentamos del misterio de la
vida eterna que Dios nos ofrece en su Hijo Cristo. Vivimos la resurrección del Señor al
congregarnos. Jesús resucitó el primer día de la semana. A partir de entonces los
cristianos en el mundo entero nos reunimos el primer día de la semana para celebrar
nuestra fe en el resucitado: los domingos. Este día es para dedicarlo al Señor, el resto
de la semana dedícalo a ti mismo y a tus cosas, pero éste primer día de la semana es
catalogado por los cristianos como “el día del Señor”. Vivimos las resurrección de
Cristo en santidad. No podemos ser proclamadores y creyentes de la resurrección de
Cristo viviendo en las oscuridades del pecado. Todos aquellos que creemos en la
resurrección del Señor ya no estamos muertos en nuestros delitos y pecados, ahora
Cristo vive en nosotros. Finalmente, vivimos la resurrección de Cristo en la
evangelización. La resurrección de Cristo es también un regalo, una dádiva para
quienes escuchan el anuncio de la salvación con fe, a estas personas creyentes Dios les
comparte la vida de Cristo. Vuelven a vivir con la vida de Cristo. El mismo espíritu que
levantó a Jesús de entre los muertos es quien ahora habita en nosotros y quien nos
impulsa a llevar estas noticias a los demás.

La Iglesia y las gentes necesitan al Jesús real, al Cristo resucitado. Al verdadero Hijo de
Dios. Y lo podemos compartir evangelizando.

Porque Cristo vive, vivimos en él, por él y para él.

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