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Casi todas las determinaciones importantes las consultamos con otro.

Nuestros padres, novias,


esposas, amigos, sacerdote o líder participan en lo que haremos e influyen de diversas maneras en la
decisión.
A veces obra para confirmar la idea que está en proyecto, otras para mejorarla y también para
ayudarnos a dejar de lado una intención embrionaria.
Esto nos sucede a todas las edades, con las distintas características y aspectos de las acciones que
pensamos tomar.
Abarca todo lo que nos proponemos: la futura profesión, la compra de una casa o automóvil, la
resolución de un conflicto. Nada hacemos en soledad.
Ese ser humano independiente, autónomo, que puede decidir por su cuenta sus acciones y que
parece ser el centro del reconocimiento de derechos en constituciones y tratados de derechos
humanos no existe en la realidad.
Si no tenemos cerca quien comparta con nosotros o nos aconseje, o el tenor de nuestras dudas
superan los conocimientos de los más cercanos enseguida buscamos un psicólogo, un ministro
religioso, un escribano o abogado. Hasta el agente de bolsa o el encargado del edificio en el que
vivimos funcionan como complemento y apoyo de lo que haremos y de ayuda para elucidar
interrogantes vitales.
Esta conducta es propia de personas mentalmente sanas.
Por eso, cuando alguna condición mental impide a alguno acudir en búsqueda de ese diálogo bien
intencionado para tomar el camino conveniente se hace necesario que sea el Estado, representado
por un juez, el que elija ese apoyo.
Esa es la justificación y el propósito de las restricciones a la capacidad que legisla el código civil y
comercial: hallar la manera de que la conducta de una persona que no decide o decide mal y que no
tiene el amparo de un amigo, padre, hijo o cualquier otro que cumpla esa función de aliado pueda
disponer de esa integración que la haga fructífera.
Esa persona es denominada como curador o como apoyo.
Curador (del latín cuidador o preocupado por otro) es el que puede decidir sin consultar a su
curado o cuidado, en los casos en los que éste carece de forma de trasmitir o elaborar decisiones
racionales. Como si se tratara de un niño muy pequeño.
En cambio un apoyo es ese amigo con el que habrá que compartir las decisiones. Según el grado de
ayuda que necesitemos el juez le dará más o menos injerencia y la fuerza de su opinión será más o
menos relevante.
En el primer caso el curador, aunque deba escuchar las opiniones de su curado no está obligado a
seguirlas, especialmente si considera que es más beneficioso un camino diferente.
En cambio el apoyo puede extender su responsabilidad desde el simple consejo, pasando por la
toma de decisiones conjuntas y otras en las que actuará solo.
Los jueces deben graduar estas facultades de uno y otro. En una persona que falla en la correcta
administración de sus recursos económicos podrá decidir que pueda usar por su cuenta hasta cierta
suma mensual y exigir que por encima de ella actúe junto con su apoyo. En alguien que descuida
tomar una medicación que es esencial para su tratamiento, dispondrá que el apoyo se asegure de la
continuidad en ese aspecto. Puede darse el caso de un enamoradizo millonario al que se le imponga
compartir su intención de casarse, cuando ha mostrado una conducta irreflexiva en esa faceta de su
personalidad. Para aquéllos a los que se les hacen complejas las compras, ventas de inmuebles o
alquileres, el apoyo será necesario para compartir la decisión y, según los casos, el juez querrá
también intervenir él y el Defensor de Menores, haciendo de este modo la decisión mas segura.

El o los apoyos designados deben promover la autonomía y favorecer las decisiones que respondan a
las preferencias de la persona protegida.

Cuando la persona se encuentre absolutamente imposibilitada de interaccionar con su entorno y


expresar su voluntad por cualquier modo, medio o formato adecuado y el sistema de apoyos resulte
ineficaz, el juez puede declarar la incapacidad y designar un curador.

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