Sie sind auf Seite 1von 9

La Biblia bajo ataque

LA COLECCIÓN de textos que conocemos como la Biblia, o las Santas Escrituras, se escribió en un
período de más de mil seiscientos años. La primera parte fue redactada por Moisés; la última fue
escrita alrededor de cien años después del nacimiento de Jesucristo por uno de sus apóstoles.

Los intentos de silenciar las Escrituras tienen una larga historia, desde mucho antes de nuestra era,
pasando por la Edad Media, hasta el presente. Uno de tales episodios data de los tiempos del profeta
Jeremías, quien vivió seis siglos antes del nacimiento de Jesucristo.

Ataque contra un mensaje impopular


Dios mandó a Jeremías que escribiera en un rollo un mensaje en el que condenaba la conducta de los
habitantes de la antigua Judá y les advertía que su ciudad capital, Jerusalén, sería destruida si no se
volvían de su mal camino. Baruc, el secretario de Jeremías, entró en el templo de Jerusalén y leyó del
rollo en voz alta a oídos del pueblo. Después lo leyó en presencia de los príncipes de Judá, quienes
llevaron el rollo al rey Jehoiaquim. Disgustado por el mensaje que oyó, el monarca rasgó el rollo en
pedazos y lo arrojó al fuego (Jeremías 36:1-23).
Enseguida, Dios ordenó a Jeremías: “Vuelve a tomar para ti un rollo, otro, y escribe en él todas las
primeras palabras que resultaron estar en el primer rollo, que Jehoiaquim el rey de Judá quemó”
(Jeremías 36:28). Diecisiete años más tarde, tal y como lo había anunciado Dios por medio de su
profeta, Jerusalén fue destruida, un buen número de sus dignatarios fueron muertos y sus habitantes
fueron llevados al exilio en Babilonia. Tanto el mensaje de aquel rollo como el relato del ataque de que
fue objeto subsisten en el libro bíblico de Jeremías.
Prosigue la quema de las Escrituras

Jehoiaquim no fue el único personaje de tiempos precristianos que trató de quemar la Palabra de
Dios. Tras la fragmentación del Imperio griego, Israel cayó bajo el dominio seléucida. Uno de los reyes
de esta dinastía, Antíoco Epífanes (que gobernó desde 175 hasta 164 antes de nuestra era), vio en la
cultura griega, o helenística, un vehículo de unión de su imperio; por este motivo trató de imponer la
religión, las costumbres y los usos griegos a los judíos.

Alrededor del año 168, el rey saqueó el templo de Jehová y levantó sobre el altar original uno
dedicado al dios griego Zeus. Además, prohibió a los judíos observar el sábado y circuncidar a sus
hijos, so pena de muerte.

Un elemento de aquella persecución religiosa fue el deseo de Antíoco de eliminar por completo los
rollos de la Ley. Sin embargo, aunque su campaña se extendió por los confines de Israel, no consiguió
destruir todas las copias de las Escrituras Hebreas. Es probable que algunos rollos se mantuvieran
cuidadosamente ocultos y se libraran de las llamas; y es sabido que las colonias de judíos que residían
fuera de Palestina conservaron copias de las Santas Escrituras.

El edicto de Diocleciano
Otro destacado gobernante que se empeñó en destruir las Escrituras fue el emperador romano
Diocleciano. En el año 303 de nuestra era promulgó una serie de edictos cada vez más severos contra
los cristianos, provocando lo que algunos historiadores denominan “la Gran Persecución”. El primer
edicto ordenó el derribo de los lugares de reunión de los cristianos y la quema de las Escrituras. Harry
Y. Gamble, profesor de Estudios Religiosos de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), escribió:
“Diocleciano dio por descontado que toda comunidad cristiana, dondequiera que se hallara, poseía
una colección de libros, y sabía que estos eran indispensables para su existencia”. El historiador
eclesiástico Eusebio de Cesarea (Palestina), que vivió en aquel entonces, escribió: “Con nuestros
propios ojos hemos visto las casas de oración, desde la cumbre a los cimientos, enteramente arrasadas,
y las divinas y sagradas Escrituras entregadas al fuego en medio de las plazas públicas”.

Tres meses después del primer edicto de Diocleciano, el gobernador de Cirta (ciudad del norte de
África conocida hoy como Constantina) ordenó a los cristianos que entregaran todos sus “escritos de
la ley” y sus “copias de las escrituras”. Existen testimonios sobre cristianos que prefirieron la tortura
y la muerte antes que entregar sus biblias para que las destruyeran.

El objetivo de los ataques

Las acciones de Jehoiaquim, Antíoco y Diocleciano coincidieron en un mismo objetivo: borrar todo
rastro de la Palabra de Dios, sí, aniquilarla por completo. No obstante, la Biblia sobrevivió a todos los
intentos de destruirla. Aunque los emperadores romanos que sucedieron a Diocleciano empezaron a
declararse cristianos, los ataques contra la Biblia continuaron. ¿Por qué razón?

Pues bien, las autoridades civiles, y más adelante también las eclesiásticas, afirmaban que las quemas
no tenían como objeto destruir la Biblia, sino más bien evitar que cayera en manos de la gente común.
Pero ¿por qué querría hacer algo así la jerarquía de la Iglesia? ¿Y hasta qué extremos llegaron con tal
de impedir su lectura? Veamos.

Intentan evitar que la Palabra de Dios llegue a las masas

CONFORME fue pasando el tiempo, se emprendió la traducción de la Biblia a los idiomas que se
usaban corrientemente. Pocas personas podían leerla en el hebreo y el griego en que fue escrita.
De hecho, la mayoría de nosotros tendría dificultad para comprender la Palabra de Dios si solo se
divulgara en las formas antiguas de dichas lenguas.

Casi trescientos años antes de que Jesús viviera en la Tierra, se comenzaron a traducir las Escrituras
Hebreas al griego. Esa traducción llegó a conocerse con el nombre de Septuaginta o Versión de los
Setenta. Siete siglos más tarde, Jerónimo realizó su célebre versión de las Escrituras Hebreas y Griegas
al latín, la lengua común del Imperio romano. Su obra se conoce como la Vulgata.
Con los años, el latín fue perdiendo su importancia como lengua hablada, hasta el punto de que solo lo
conocía la gente bien educada. La Iglesia Católica se opuso a los intentos por trasladar la Biblia a
otras lenguas, argumentando que los únicos idiomas adecuados eran el hebreo, el griego y el latín.*
Las divisiones de la Iglesia y la traducción bíblica

En el siglo IX, dos misioneros de Tesalónica llamados Metodio y Cirilo, actuando en representación de
la Iglesia oriental bizantina, fomentaron el uso de la lengua eslava en la liturgia. Su finalidad era que
los pueblos eslavos del este de Europa, que no entendían griego ni latín, aprendieran de Dios en su
propia lengua.

No obstante, ambos misioneros tuvieron que hacer frente a la feroz oposición del clero alemán, que
intentaba imponer el latín como barrera defensiva contra el creciente influjo del cristianismo
bizantino. Obviamente, para la Iglesia pesaba más el poder que la instrucción religiosa de la gente.
Las tensiones cada vez mayores entre las ramas oriental y occidental de la cristiandad desembocaron
en 1054 en la separación entre el catolicismo romano y la ortodoxia oriental.

La lucha contra la traducción de la Biblia

Finalmente, el catolicismo elevó el latín a la categoría de lengua santa. Por esta razón, cuando
Vratislao, duque de Bohemia, le pidió permiso en 1079 al papa Gregorio VII para realizar los oficios
religiosos en eslavo, este le respondió: “Nos es imposible acceder a vuestra demanda”. ¿Por qué?

“Dios ha querido que la sagrada Escritura fuese oscura en muchos lugares —prosiguió el Papa⁠— para
que, siendo sobrado sencilla y clara, no suministrase motivo de error a espíritus vulgares
presuntuosos.”

El clero limitó gravemente el acceso de la gente común a la Biblia y se aseguró de que así se quedaran
las cosas. Esta situación le confirió poder sobre las masas. No quería que el vulgo incursionara en
dominios que consideraba suyos.

En 1199, el papa Inocencio III calificó de “herejes” a quienes osaron traducir la Biblia al francés y
discutirla entre ellos, y les aplicó estas palabras de Jesús: “No den lo santo a los perros, ni tiren sus
perlas delante de los cerdos” (Mateo 7:6). ¿Qué pretendía el Papa con este argumento? “Que ningún
simple e indocto presuma tocar a la sublimidad de la Sagrada Escritura ni predicarla a otros”,
escribió. A menudo, los que contravenían su decreto eran entregados a los inquisidores, quienes los
torturaban para que confesaran. Los que se negaban a retractarse eran quemados vivos.

Durante la larga batalla en torno al derecho de poseer y leer la Biblia se citó con frecuencia esta
epístola papal como apoyo para prohibir el empleo y la traducción de las Sagradas Escrituras. Poco
después de promulgado el decreto de Inocencio, comenzó la quema de biblias en lenguas vernáculas y,
en ocasiones, también de algunos de sus dueños. En siglos subsiguientes, los obispos y gobernantes de
la Europa católica procuraron por todos los medios hacer cumplir la prohibición papal.

La jerarquía católica sabía perfectamente que gran parte de sus enseñanzas no se fundaban en la
Biblia, sino en la tradición eclesiástica. Esta fue, sin duda, una de las razones de su renuencia a dejar
que los fieles tuvieran acceso a ella. Si estos la leían, se darían cuenta de la incompatibilidad que
había entre las doctrinas de la Iglesia y las Escrituras.

Efectos de la Reforma

La llegada del protestantismo cambió el panorama religioso de Europa. Los intentos de Martín Lutero
de reformar la Iglesia Católica y su posterior ruptura con ella en 1521 se debieron esencialmente a la
comprensión que tenía de la Biblia. Tras el rompimiento, Lutero utilizó su talento como traductor
para hacerla accesible al público.

La Biblia alemana de Lutero tuvo una amplia difusión. Este hecho no le pasó inadvertido a la Iglesia,
que juzgó conveniente publicar como contrapartida una traducción que tuviera su aprobación.
Y pronto aparecieron dos. Pero menos de veinticinco años después, en 1546, el Concilio de Trento
determinó que nadie, aparte de la Iglesia Católica, podía imprimir libros religiosos, incluidas las
traducciones de la Biblia.

El concilio decretó: “Que en adelante la Sagrada Escritura [...] se imprima de la manera más correcta
posible, y a nadie sea lícito imprimir o hacer imprimir cualesquiera libros sobre materias sagradas sin
el nombre del autor, ni venderlos en lo futuro ni tampoco retenerlos consigo, si primero no hubieren
sido examinados y aprobados por el [obispo diocesano]”.

En 1559, el papa Pablo IV promulgó el primer índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica, el
cual condenaba la posesión de biblias en alemán, español, francés, holandés, inglés e italiano, así como
algunas en latín. Cualquiera que quisiera leer la Biblia debía obtener permiso escrito de los obispos o
los inquisidores, una perspectiva nada halagüeña para quien deseara mantenerse a salvo de las
sospechas de herejía.

Los que se atrevían a poseer una Biblia o a distribuirla en su propio idioma se acarreaban la ira de la
Iglesia. Muchos fueron arrestados, quemados en la hoguera, asados en varas, condenados a cadena
perpetua o sentenciados a las galeras. Las biblias confiscadas se quemaban. De hecho, los sacerdotes
siguieron confiscando y quemando biblias hasta bien entrado el siglo XX.

Lo anterior no quiere decir que el protestantismo haya sido un verdadero amigo y defensor de la
Biblia. En los siglos XVIII y XIX, varios teólogos protestantes promovieron ciertos métodos de
estudio que llegaron a ser conocidos como la alta crítica. Con el tiempo, mucha gente aceptó
enseñanzas que estaban influidas por la teoría darwinista, según la cual la vida apareció por azar y
evolucionó sin la intervención de un Creador.

Los teólogos, y buena parte del clero, enseñaron que la Biblia se basa principalmente en mitos y
leyendas. Por eso, no es extraño oír decir tanto a clérigos protestantes como a muchos de sus feligreses
que la Biblia no es un libro histórico.
Tal vez, usted mismo haya observado actitudes críticas hacia la autenticidad de la Biblia, y a lo mejor
le sorprenda enterarse de los intentos realizados en siglos pasados para destruirla. Pero la Biblia ha
salido vencedora de todos los ataques enemigos.

La razón de su supervivencia
Es cierto que muchas personas han amado la Biblia y han estado dispuestas a defenderla con su vida;
sin embargo, la clave de su supervivencia reside en una fuerza mucho más poderosa que el amor
humano. Esa fuerza es el espíritu santo, mediante el cual Dios inspiró a los hombres que participaron
en su escritura (Isaías 40:8; 1 Pedro 1:25).

Leer y aplicar las enseñanzas bíblicas mejorará nuestra vida y la de nuestra familia, incluso nuestra
salud. Es la voluntad de Dios que su Palabra perdure y que sea vertida al mayor número posible de
idiomas para dar a los seres humanos la oportunidad de amarlo, servirle y gozar en el futuro de
bendiciones eternas. Y eso es lo que todos queremos, ¿no es verdad?

Jesús dijo en oración a su Padre: “Tu palabra es la verdad” (Juan 17:17). Las Escrituras —las mismas
que Jesús leyó y enseñó⁠— son el medio por el cual Dios responde a las preguntas que las personas
sinceras se plantean.
Por eso, lo invitamos cordialmente a aprender más acerca del mensaje de Dios para la humanidad
contenido en la Biblia. Los testigos de Jehová, editores de la revista que tiene en sus manos,
tendremos mucho gusto en ayudarlo.*

[Notas]
Esta idea parece haber nacido de los escritos del obispo español Isidoro de Sevilla (560-636), quien
sostuvo: “Tres son las lenguas sagradas: la hebrea, la griega y la latina, que de una manera especial
destacan en todo el mundo. En esas tres lenguas escribió Pilatos sobre la cruz del Señor la causa de su
muerte”. Téngase en cuenta que ese rótulo se colocó en estos tres idiomas por decisión de los romanos
paganos, no por orden divina.

Comuníquese con nosotros, sin compromiso, escribiendo a la dirección que corresponda de las que
aparecen en la página 5 de esta revista o visitando el sitio www.watchtower.org/s.

[Comentario de la página 6]

El clero limitó gravemente el acceso de la gente común a la Biblia, lo que le confirió poder sobre las
masas

[Comentario de la página 8]

Quienes osaban poseer o distribuir la Biblia y eran descubiertos, morían quemados en la hoguera o
eran condenados a cadena perpetua

[Recuadro de la página 9]
LAS RESPUESTAS DE LA BIBLIA
El Creador quiere que hallemos respuestas a estas preguntas fundamentales:

● ¿Por qué estamos aquí?


● ¿Por qué hay tanto sufrimiento?
● ¿Dónde están los muertos?
● ¿Hacia dónde va la humanidad?

La Biblia contesta estos interrogantes y, además, da consejos prácticos para encontrar la verdadera
felicidad.

[Ilustraciones y tabla de las páginas 6 y 7]


LÍNEA DE TIEMPO DE ATAQUES CONTRA LA BIBLIA
c. 636 e.c.

Isidoro de Sevilla sostiene que el hebreo, el griego y el latín son lenguas “sagradas” y, por lo tanto, las
únicas adecuadas para la Santa Biblia.

1079

El papa Gregorio VII deniega rotundamente la petición de Vratislao de realizar los oficios religiosos
en eslavo, argumentando que los “espíritus vulgares” no deben tener acceso a las Escrituras.

1199

El papa Inocencio III califica de hereje a cualquiera que ose traducir la Biblia y hablar de ella.
A menudo, quienes desacatan la orden papal son torturados y muertos.

1546

El Concilio de Trento decreta que solo se pueden imprimir versiones de la Biblia si cuentan con la
aprobación de la Iglesia.

1559

El papa Pablo IV prohíbe poseer biblias en lenguas vernáculas. Estas son confiscadas y luego
quemadas, muchas veces junto con sus dueños.
Las palabras de Jehová son palabras limpias, Como plata refinada en horno de tierra, Purificada siete
veces. Tú, Jehová, los guardarás; De esta generación los preservarás para siempre. Salmos 12:6-7

Hubo momentos donde pareciera que la existencia de las Escrituras estaba en riesgo por negligencia,
apostasía, y por violentos y determinados intentos de aniquilarla. A través de los siglos reyes,
gobernadores, sacerdotes e innumerables edictos humanos han intentado en vano socavar la Biblia. Se
ha “predicado” el funeral de la Biblia miles de veces, pero nunca se ha logrado enterrarla. La Biblia no
es un libro ordinario. Ha sido declarado muerto, mas vive. El mensaje de sus preciosas hojas se sigue
proclamando de mar a mar. Las Escrituras son eternas e indestructibles. Para siempre, oh Jehová,
permanece tu palabra en los cielos. Salmos 119:89

Cruzada tras cruzada ha sido organizada para exterminarla. En el año 303 d.C., el emperador
Diocleciano creyó que había destruido todas y cada una de las odiadas Biblias. Después de muchos
años de matanza y destrucción inigualable, erigió una columna de triunfo sobre las cenizas de una
Biblia quemada. La inscripción de la columna decía: «El nombre cristiano está extinguido». Lo que él
pensaba ser el crepúsculo que acercaba las tinieblas de la medianoche, en realidad era el amanecer
resplandeciente de un nuevo día. El fracaso de su cruel intento ya era profetizado: El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mateo 24:35

Cuando el monarca francés propuso la persecución de todos los cristianos en su reino, un viejo
estadista y guerrero le dijo, «Señor, la Iglesia de Dios es un yunque que ha desgastado a muchos
martillos.» Así que los martillos de los ateos han estado picoteando sobre este precioso libro por siglos,
pero los martillos se han desgastado y el yunque todavía perdura. Hace ya mucho que he entendido
tus testimonios, Que para siempre los has establecido. Salmos 119:152

El agnóstico Voltaire una vez dijo: «un siglo más y no quedará una Biblia en la tierra.» Dentro de 50
años de su muerte, su imprenta imprimía Biblias. Después de su muerte, la casa misma donde vivía
fue comprada por una sociedad bíblica y convertida en un depósito para Biblias. ¡Qué ironía más
grande! Se ha dicho que “Voltaire criticaba la Biblia, pero ahora todos leen la Biblia, y nadie lee a
Voltaire!” Isaías 40:8 nos asegura: Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro
permanece para siempre.

Sabemos del cuidado con el cual los escribas copiaban las Escrituras, hasta contando las mismas
letras. Sabemos que en ocasiones llegaron a cometer errores, y quizás dos o tres otros copiaron el error,
pero a la vez puede haber cientos de otras copias donde no aparece el mismo error, y podemos
comparar los manuscritos y llegar a las palabras originales con mucha certeza. Podemos notar
también la autoridad de los textos aceptados por la cristiandad a través de los siglos reflejado en las
traducciones de la era de la Reformación basadas en el Texto Recibido. Los eruditos nos aseguran que
no hay más que una palabra por cada diez mil que aún es dudada. Dios prometió preservar su
Palabra, y creemos que ha cumplido su promesa aún a través de instrumentos humanos (como
escribas y traductores). No solo preserva Dios a su palabra de la destrucción, (supervivencia) sino que
también preserva su sagrado contenido. Creemos que no solo preservó el mensaje, sino las palabras.
Aunque no tenemos los originales con el cual hacer comparaciones, al fin de cuenta creemos en nuestra
Biblia por fe.

Han sobrevivido miles de copias de manuscritos griegos, hebreos y otros lenguajes, algunos de los
cuales ascienden a más de mil quinientos años de antigüedad. Además, un cierto teólogo nos ha
asegurado que aún si hubieran desvanecido los manuscritos griegos, se podría reproducir el Nuevo
Testamento entero de los escritos publicados por los “padres” primitivos, con la excepción de tan solo
once versículos.

Los reyes y gobernantes con sus decretos no lograron exterminar la Biblia. Los agnósticos no han
logrado quemar ni siquiera una fibra del libro eterno con sus antorchas. Los científicos con sus
microscopios y tubos no han logrado destruir su confiabilidad. Los dardos malignos de los ateos no
han logrado penetrarla. Los burladores no han quitado ni siquiera una flor de su bello jardín. Los
teólogos liberales no han cortado ni una rama de su bosque. Los escritores incrédulos no ahogaron ni
siquiera una palabra con su tinta venenosa. ¡El libro vive aún! Mas la palabra del Señor permanece
para siempre. 1 Pedro 1:25

La Biblia fue el primer libro impreso al inventarse la imprenta. Ha sido leído por más personas y
traducido en más lenguajes que cualquier otro libro en la historia. Aunque millones de libros vienen y
van, la Biblia es todavía el libro por el cual se miden todos los demás. Se han producido más copias de
ella en su totalidad y más porciones y selecciones que de cualquier otro libro en la historia. La Biblia
ha sido preservada por escribas y eruditos, por mártires y misioneros, por escritura laboriosa, y por
imprenta cuidadosa. Todo cristiano puede leer y estudiar la Biblia con confianza, sabiendo que en
verdad es la Palabra de Dios. Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, Y su verdad
por todas las generaciones. Salmos 100:5

¿Ha Preservado Dios su Palabra en Español?

No creemos que una traducción en particular es dada por inspiración de Dios, porque ninguna
traducción fue dada en la misma forma que los escritos originales. Pero como es el caso en cientos de
lenguajes, la Reina-Valera es una traducción precisa y autoritaria de las Escrituras preservadas en los
lenguajes originales, y por tanto es la Palabra inspirada de Dios; no inspirada directamente, sino por
derivación. Al usar la palabra derivación, nos referimos a una canalización secundaria que arranca de
otra principal (los originales).

Nosotros los Bautistas fundamentalistas creemos que Dios ha preservado su Palabra en los lenguajes
originales. También creemos que la preservación se extiende por derivación a cualquier lenguaje
donde se ha hecho una traducción cuidadosa donde predomina el Texto Masorético del Antiguo
Testamento y el Texto Recibido del Nuevo Testamento. No creemos que la Biblia en español a fuerzas
tenga que conformarse a cualquier otro lenguaje, excepto los manuscritos en los lenguajes originales.
Dios no favorece un lenguaje sobre otro. Sabemos que Dios no hace acepción de personas (Hechos
10:34). No se puede decir que Dios le ha fallado a Latinoamérica y España. La Biblia Reina-Valera
1960 y ediciones anteriores de la línea Reina-Valera han demostrado ser espadas agudas de dos filos.
Dios en su soberanía decidió no traducir su propia Palabra a otros lenguajes. Por tanto, Dios les ha
dado a los hombres falibles el gran honor y la responsabilidad de traducir desde los lenguajes
originales a los lenguajes vernáculos. A pesar de pequeñas fallas humanas de copiadores y traductores
haciendo su trabajo cuidadosamente, Dios nos asegura: La Escritura no puede ser quebrantada. Juan
10:35

Por siglos la Iglesia Católica no confiaba a sus fieles con la Biblia. La iglesia romana se convirtió en el
carcelero de la Palabra. Como resultado de cruentos edictos, miles de lectores de la Biblia fueron
enviados por la Inquisición a la hoguera y a las llamas. Juan Antonio Llorente, quien fue secretario
general de la Inquisición española, escribió declarando que para el año 1517, 13,000 personas ya
habían sido sentenciados a la muerte durante un periodo de 36 años.

Muchos dieron su vida para que hoy podamos tener una copia de la Palabra de Dios en español. Entre
ellos se encuentra Julianillo Hernández, quien providencialmente logró distribuir literatura cristiana
y Nuevos Testamentos traducidos por Juan Pérez de Pineda en Sevilla, España. Se cree que algunas
copias llegaron hasta el monasterio de San Isidoro, donde Casiodoro de Reina y su compañero
Cipriano de Valera se convirtieron. Julianillo Hernández fue descubierto y aprisionado por la
Inquisición en el año 1557. Tres años más tarde murió muerte de mártir, por su parte en distribuir la
Palabra de Dios.

Después de convertirse, Reina y Valera huyeron del monasterio y de España, para nunca regresar a su
tierra natal. Agentes de la Inquisición intentaron en vano capturarlos vivos en Europa. Frustrados, al
cabo quemaron muñecos representando a Reina y Valera en Sevilla en el Auto de Fe del año 1562.

Aún el siglo veinte fue testigo de intentos maliciosos contra nuestra Biblia. Por ejemplo, en el año
1940 el gobierno español, impulsado por fuertes influencias de la Iglesia Católica, confiscó 110,000
copias de Biblias, Nuevos Testamentos y diversa literatura bíblica de una sociedad bíblica en Madrid
y los destruyó.

Creemos que tenemos la Biblia preservada en español en la Reina-Valera 1960 y anteriores. Creemos
que nuestra Biblia es tan confiable como la de cualquier otro lenguaje. La verdad es que tenemos una
herencia gloriosa en nuestra Biblia en español. La historia de cómo llegó a nuestras manos la Biblia en
español es dramática, pero a la vez muy bella.

Das könnte Ihnen auch gefallen