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La palabra del paciente, toda palabra llama a una respuesta. No hay palabra sin respuesta,
incluso si no encuentra mas que el silencio, con tal de que tenga un oyente, y éste es el meollo
de su función en el análisis.
La palabra vacía muestra que es mucho mas frustrante que el silencio.
Lacan llamará al psicoanalista, practicante de la función simbólica, cuyas fuentes subjetivas se
encuentran en una connotación vocálica de la presencia y de la ausencia.
Hay que recordar que la neurosis obsesiva es una enfermedad moral donde el sujeto se reprocha
su cobardía y tiene ideas mortificantes de culpa y deuda. Para poder ayudar a un obsesivo a salir
de las aporías de su fantasma se necesita saber cuál es la problemática ética que está en juego
en el deseo como imposible.
En la histeria la división del sujeto está más acentuada en su falta en ser o alienación al deseo del
Otro. En la obsesión el sujeto puede llegar a resignar todo contacto con el otro en un aislamiento
absoluto para defenderse del deseo, sumido en sus rumiaciones y denegando la división subjetiva
que produce el inconsciente. Esto puede manifestarse en formaciones reactivas, como por
ejemplo, frente a un impulso asesino la contrapartida de una exagerada compasión por los seres
vivos.
Lacan extrae de Hegel la fórmula del deseo como deseo del Otro. El deseo no es deseo de un
objeto natural sino de reconocimiento. El sujeto trasciende del nivel animal al nivel humano como
deseo, como falta y lo que falta es el reconocimiento del otro deseante. La duda y la
procastinación, dos rasgos de carácter del obsesivo presentes en su fantasma imaginario, son
explicados como consecuencia de la servidumbre del obsesivo al amo, colocándose a la vez
como amo virtual, y de la dimensión de la espera de la muerte del Otro, único límite al goce que
encuentra como defensa. Esta espera, ese suspenso, esa dificultad de elegir, la duda entre algo y
su contrario son inherentes a la obsesión.
El analista, con un buen manejo de las sesiones breves, puede correr al obsesivo del trabajo
forzado que se propone por sus resistencias, introduciendo así una mediación con la muerte.
El analista deberá operar para no quedar enredado en la retórica de estos síntomas, con la
finalidad de devolver al sujeto la responsabilidad sobre su goce: cuando no anda y cuando vuelve
a andar.