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Tema 5: La Paedagogia Dei desde el acontecimiento de la Palabra

I. Método de Alianza: Pedagogía religiosa

¿Cuál es ese método común (meta-odos = camino hacia), esa dirección general o aire de familia que va
a caracterizar a todos los modos de organizar, todas las técnicas y procedimientos de una
catequesis/educación de la fe?

Proponemos el “método de Alianza”, en analogía a la actitud de Dios en la historia de la Salvación, que


no menosprecia la razón humana, pero que abre posibilidades a las exigencias de su fe. Se podría decir
que el educador religioso, al referirse a la Biblia, tratará de ser guía, acompañante, lo mismo que
Jesucristo fue el amigo de Israel; e, incluso al avanzar hacia la edad de la autonomía (juventud), se
inclinará por una forma más pura y discreta, al igual que hizo Jesús con el grupo de los doce y con la
Iglesia de hoy.

Apuntamos los siguientes rasgos:

1. Alianza con un grupo, una realidad sociocultural histórica bien definida. Los individuos son
representativos del conjunto y actúan como tales. Yahvé se compromete con su “pueblo”, como un todo
colectivo, y no con la vida interior y privada de cada individuo (aunque la respeta).

2. Hace que Dios exista, si se puede decir, no por encima de su pueblo, sino con su pueblo. Que camine
con él en una comunión de destinos. Dios toma el nombre propio de Emmanuel.

3. La Alianza, al restablecer relaciones de diálogo y amistad, al originar procesos de reciprocidad, no


elimina el carácter de iniciativa y de creación que pertenece a Dios. El compañero divino, es verdad,
«aniquilará» su gloria haciéndose silencioso y discreto para no asfixiar ni contradecir la libertad humana.
Es verdad que su omnipotencia se manifestará en la pobreza y debilidad, para que los vínculos con el ser
humano sean claramente de amor. Y no es menos cierto que Dios sigue siendo quien mantiene y sostiene
esa iniciativa, el que crea en el otro sus posibilidades de evolución y progreso, confirmándolas por su
Presencia y Revelación.

4. La Alianza está orientada hacia el don del Espíritu. La culminación y el fin de la Alianza es que el ser
humano pueda existir con autonomía, con plena responsabilidad y con libertad según el Espíritu. El ser
humano se personaliza en el Espíritu. El educador fiel a la pedagogía divina dejará que los niños, jóvenes
y/o adultos despierten a una auto-responsabilidad. Mediante procedimientos que exijan apertura y
profundidad, diálogo y responsabilidad, les ayudará a actualizar sus capacidades creadoras y sus
relaciones interpersonales. Es método amistoso, de “alianza”, de relaciones; que ofrece una cierta
posibilidad de invención personal, de respuesta/reacción, de voluntad de trabajo.

II. Método de Alianza. Exigencias de fidelidad a los jóvenes de hoy

Hay una semejanza entre el Israel antiguo, caminando con Yahvé hacia la tierra prometida, y nosotros
hoy: una misma necesidad de presencia amistosa y de encarnación vivida por el pueblo judío, esa
aspiración a una tierra nueva de libertad y autonomía, junto con otras tantas exigencias que se
corresponden bien con la psicología y situación sociocultural de nuestros jóvenes (o no tan jóvenes).

A) Fidelidad a la psicología/mentalidad.-

1. Tipos fundamentales de relación humana

La función del educador y el modo de transmitir el Mensaje dependen del tipo de relación fundamental
propia de cada edad de la vida. Es una ley básica de la pedagogía (religiosa): no somos seres atomizados,
aislados sino en relación al mundo, a los demás. Esta apertura constitutiva se expresa en situaciones
diferentes según las edades y las fases de maduración vital. Así lo muestran esas imágenes bíblicas de
padre, amigo, esposa… que se dan en la Alianza de Dios con Israel. Pero la insistencia en cierta imagen ha
de ser en función de determinada edad (no sólo biológica, sino espiritual).

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a) La infancia

En ella predomina la relación filial; se escucha y se recibe… El catequista es como una madre que
tranquiliza y da seguridad, confianza. Se conoce por imitación, iluminando y educando la inteligencia
(voluntad) con la atención y el ejemplo, creando hábitos. Procura enseñar como “maestro” que escoge
tiempos, ritmos y formas.

b) La edad adulta

En ella predomina la relación paternal; el ser humano engendra a la vida, a la vez que es recreado por sus
hijos. Un adulto, en su madurez, es aquel cuyo interés y receptividad están esencialmente condicionados
por lo que puede ofrecer y transmitir de experiencia de vida, con sus aciertos y errores, porque ha
acertado y se ha equivocado más. En la educación de adultos, el educador es la persona que permite situar
los problemas en una síntesis, iluminando su acción con su “forma de vida”: dando su testimonio. Es quien
ayuda a tomar decisiones personales, buscando oportunidades, facilitando cauces, abriendo puertas,
desbrozando el camino, para “dar lo que él mismo ha recibido”.

c) La adolescencia-juventud

Predomina la relación amistosa: se da y se cambia, a la par que se hace uno a sí mismo y llega a ser lo que
es. Por tanto, el educador deberá introducirse de alguna manera en esas vías francas del diálogo grupal,
del lenguaje de la confianza y del respeto, sin aparentar ni pretender ser “colega” ni “el que sabe más”:
despertará, llamará, hablará, confirmará o regañará (con mano zurda) sin autoritarismo (“porque lo digo
yo”), dogmatismo (“es así, punto pelota”) ni relativismo (“todo vale, da lo mismo”).

2. La relación educador-adolescente

El método de Alianza consiste en esencia en estar con los jóvenes y ayudarles a que se realicen o
maduren.

a) «Estar con»

El adolescente necesita vivir y reafirmarse, cosa que consigue con dificultad y esfuerzo, a veces de modo
inadecuado: tiene derecho a equivocarse. Pero quiere ser escuchado, dar sus razones (que siente como
incomprendidas) y, aunque no lo exprese, necesita uno que le acompañe y enseñe en el abrirse a la vida.
Conoce el país, la ciudad, el barrio, pero no sabe muy bien a dónde va; igual que Israel por el desierto,
camina su éxodo hacia «su tierra prometida» (sus sueños, ideales, pasiones…). Suele estar confundido,
pues no la conoce exactamente, sino que la intuye: ni sabe cómo conseguirla, da rodeos…

No necesita en su búsqueda un educador que se imponga desde fuera, sino uno que se ponga a su lado,
que camine con él y le apoye. Lo mismo que el Dios de la Antigua Alianza, igual que el Padre Dios de Jesús,
con su espíritu de libertad, de compromiso, de fidelidad (“siempre contigo, a tu lado”). Jesús «estaba con»
los doce: «No tengáis miedo, yo estoy con vosotros…»

b) «Ayudar a realizarse»

En esa búsqueda compleja (en el grupo, en la familia, en la escuela, en la calle…) busca su realización,
desarrollar sus fuerzas, sus talentos que siente que se despiertan en él. El adolescente espera del
educador menos un padre que un amigo que le apoye en sus ganas y posibilidades de amar, de saber, de
vivir esa “tierra prometida” de su vocación personal.

Lo mismo que Dios hizo por su pueblo, confirmándolo como Pueblo elegido y lo preparó para recibir
su Palabra y su Espíritu. Lo mismo que Cristo guardaba a los Doce, apoyándoles en su elección y
ayudándoles a alcanzar la fuerza del Espíritu: «Yo os he escogido y os he mantenido para que vayáis y deis
fruto y vuestro fruto permanezca».

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B) Exigencia de fidelidad a la situación socio-cultural de los jóvenes

En la sociedad de ayer, fuertemente jerarquizada, patriarcal, tradicional, el comportamiento de los


jóvenes manifestaba sumisión y obediencia a la autoridad (familiar, civil, escolar, religiosa), a unas
normas establecidas que no se cuestionaban. Su incumplimiento solía resolverse con una seria
advertencia o castigo, una pedagogía del temor y de la reverencia al superior. El educador ideal era aquel
maestro que enseñaba una doctrina, una estructura definitiva, cerrada, inmutable, el padre que transmitía
las tradiciones, costumbres y que imponía la conducta.

Hoy es diferente. Hay una diversidad cultural en la convivencia social y política: se impone el respeto a
toda forma de vida y opinión. Ya han desaparecido los escrúpulos morales en gran parte de la gente, casi
ha desaparecido ese “respeto reverencial” por la autoridad ejercida por los mayores, vivimos en una
sociedad “desmemoriada” que filtra de las costumbres y tradiciones lo que más le apetece o disfruta, pero
que arrincona aquello que le supone esfuerzo o contrariedad. Estamos en una sociedad, para bien o para
mal, democrática, plural, aconfesional y liberal. Donde los jóvenes tienen que inventar constantemente su
lugar propio, adaptarse a no se sabe bien qué (¡tanto hay donde escoger!), elegir su comportamiento (a
menudo rebelde) hasta lograr emanciparse (mejor más tarde que pronto), mientras tanto “seguir
adelante”: ellos mismos buscan su información, adoptan sus propios lenguajes, sus modas, sus grupos.

¿Cómo va el educador a implantar una pedagogía de estilo paternal? Se ve imperado por una
pedagogía amistosa, cordial, menos doctrinal y más amable, flexible y adaptable a situaciones personales
muy variopintas, que busque acompañar a la persona a la par que no desatiende al grupo.

También la Iglesia, tras el golpe de timón del Vaticano II, posconciliar, ha buscado dialogar con el
hombre actual, acompañando sus gozos y esperanzas, queriendo ser “madre y maestra” pero no
imponiendo, sino proponiendo e interpelando al mundo tan plural y cada vez más globalizado,
reconociendo la pluralidad cultural y defendiendo las libertades. Los educadores (catequistas, pastores…)
han buscado poco a poco implantar esta pedagogía del diálogo entre iguales, de la libertad en la fe, en la
experiencia acumulada, testimonial y comprometida en el desarrollo y dignidad de los pueblos.

III. Método de Alianza. Las constantes catequético-pedagógicas

a) Actitud de apoyo

El educador deberá usar métodos y una actitud de apoyo a las capacidades de los jóvenes. Apoyar
significa pone el propio valor, competencia y amor al servicio del otro, para ayudarle a “realizarse”
partiendo de la vocación personal que lleva en sí mismo. Y no imponerle una fórmula, un “juicio
valorativo” o una explicación, sino esforzarse en crear un clima donde las virtualidades del otro salgan a
relucir.

Podrá expresarse en estas exigencias:

1. Los métodos en el proceso de transmisión de la fe se deben apoyar en las necesidades reales y en las
capacidades de los jóvenes, y no en poner al rojo vivo la libertad mediante un artificial fervor afectivo.
Sobra todo autoritarismo desde fuera, así como dejar libertad para todo, con el riesgo de abandono. Exigir
demasiado esfuerzo, por ejemplo, con las técnicas de grupo pueden provocar cansancio y desmotivación.

2. Los métodos se adaptarán al conocimiento serio y evolutivo del estado del grupo: realidad viva y
cambiante, con reacciones de cada cual en cada momento, con sus tendencias y fuerzas centrífugas, sus
progresos y retrocesos. Es importante conocerse, no a través de reglas psicosociológicas, sino por
comunión interpersonal.

3. Mantener un estado constante de diálogo y de reciprocidad: no necesariamente que se hable, sino que
exista comunicación. Que el educador participe en el proceso, transformándose él mismo con ellos.

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4. Permitir o favorecer que los jóvenes tomen conciencia de sí mismos, que se den la palabra para
expresarse y que aprendan a escucharse los unos a los otros. Con algunas actividades donde se pongan a
prueba y se sientan “seguros”.

5. Que por el aprendizaje de cierta autonomía, vayan accediendo poco a poco a su autoformación
religiosa, de suerte que tengan un pensamiento propio, siendo más responsables y críticos, capaces de
interesarse por su proceso de maduración espiritual.

b) Actitud dialéctica

Para hacer reaccionar a los jóvenes, o sea, que les interpele y cuestiones, que les provoque una respuesta
o una acción. Hay que proceder contrastando ideas, oponiendo puntos de vista, sin coaccionar; bajo forma
de afirmaciones o de preguntas, sin imposición dogmática ni “lecciones prefabricadas”. La fe ya no puede
transmitirse como «un bloque» bien acabado. En la edad en que se despierta la curiosidad intelectual y la
personalidad, la entrada en la verdad debe suscitar una reacción y realizarse en un “combate”: tiene algo
de conquista, de empeño y de tarea.

En consecuencia:

1. El desarrollo del proceso educativo se inspirará en este esquema tipificado:

-Vincularse al grupo. Porque la fe se comparte y se celebra.

-Inquietar. Planteando problemas esenciales. Descubriendo la hondura de la vida, los límites de las
experiencias y de las exigencias que se nos plantean.

-Anunciar. Frente a la problemática vital, presentar la Buena Nueva, yendo más allá de la pregunta.

-Explicitar. Descubriendo las resonancias del Mensaje, las implicaciones de la Revelación en la vida y
acción humanas.

2. Procurar una cierta variedad para suscitar el pensamiento activo; jugar con técnicas diferentes, estilos
variados, reflexiones deductivas o inductivas…

c) Actitud de grupo

El objetivo final será educar(nos) colectivamente, aunque el individuo se enriquezca de ello. Nos
educamos juntos, nadie educa a nadie. Hay que ser corresponsables y fomentar la cooperación y la
identidad de grupo.

1. Se dará importancia a las tareas de equipo, donde todos pongan de su parte y necesiten de los otros.
Para fomentar lazos de amistad y de caridad, de perdón y de servicio/disponibilidad.

2. Se concederá un lugar señalado a la formación de monitores de equipos o de grupos, capaces de ir


adquiriendo la función de educador o animador.

3. Actitudes y métodos marcados por el respeto a las personas, la cordialidad de las relaciones, el diálogo
y el «espíritu democrático».

d) Actitud existencial

En una cultura que se ha venido en denominar «era digital» y «de la imagen», donde los mass-media
tienen incidencia capital (modas en el vestir, en el comer…) en la forma de vida, imponiendo nuevas
sensibilidades y relaciones personales:

1. En la educación de (a, para, en) la fe habrá que ser muy prácticos, de tejas abajo, con propuestas
concretas, para que los jóvenes se sientan cómodos y que «contamos con ellos». Con actividades
concretas que gradúen los diferentes momentos o fases del pensamiento, con una comprensión personal
de la Revelación (Quién es Dios para mí, qué significa e implica en mi vida…)
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2. Lugar eminente a los hechos y situaciones de la vida (casos reales); sencillez y fe en las personas,
escuchar y respetar sin límite, profunda atención al que llega cuidando su integración y desarrollo…

⇒Pedagogía de la religión. Teología y catequesis

1. Ser creyente no es adoptar la fe de otros, ni siquiera de la Iglesia. No se es cristiano por procuración. Se


es cristiano por convicción propia, como expresan los samaritanos: «Ya no creemos por tus palabras; que
nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es el salvador del mundo» (Jn 4,42). Esto significa una
pedagogía en la que se descubra el sentido de cuanto –mundano- queda modificado por esa relación con
Dios, recién desvelada y aceptada; descubrir el significado que tiene para mí; tanto si se trata del primer
anuncio que inaugura mi relación (primera revelación e invitación de cada uno a la fe), cuanto si se trata
de toda la realidad que, a renglón seguido, queda afectada por ella: literalmente todo el universo.

La comprensión de Dios en el mundo conlleva descubrirle en las señales (mundanas) que le


manifiestan como otro cercano y salvador (mucho más que como nuevo objeto cognitivo):

«En Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus
discípulos» (Jn 2, 11).

Han de ser señales significativas para el sujeto que las conoce, so pena de que su testimonio quede
baldío. Y que sea un conocimiento que da vida y que cambia las relaciones del sujeto con el mundo. No se
conoce una verdad en sí, sino que se descubre y acoge su significado (al menos inicial) en el propio
entramado de relaciones personales. ¿Qué otra cosa era el conocimiento significativo de nuestros
psicopedagogos?

Este dinamismo religioso se resume bien en la primera carta de Juan (el más directamente pedagógico
–atento al proceso de la fe- entre los autores del NT). Unos testigos anuncian cuanto han visto, oído y
tocado del Verbo de la vida… (sacramento primordial que es Cristo) y, al acoger su testimonio, otros
entran también en la experiencia de salvación: «También vosotros estéis en comunión… y nuestro gozo
sea completo» (1 Jn 1, 1-3). Unos y otros reconocerán en sus respectivas mediaciones –Jesús y los
apóstoles- al Verbo de la vida, gracias al significado desplegado por su presencia (personal o
testimoniada) en el conjunto de las demás experiencias. Es justo de lo que se carece en el caso inicial de
los dos de Emaús: «Esperábamos que él sería el que iba a liberar a Israel» (Lc 24,21): la esperanza
mesiánica de Cleofás y su compañero no es capaz de hallar sentido en la muerte de aquel supuesto
mesías. Se hace necesaria la explicación de «lo que había sobre él en todas las Escrituras» y así poder
vencer, en este caso, la «insensatez y lentitud de su corazón para creer todo lo que dijeron los profetas»
(Lc 24, 25-27).

Otras veces hay que vencer esa ignorancia previa, como dijo el eunuco de Hechos: «¿Cómo lo puedo
entender si nadie me hace de guía?» (Hch 8, 31). Pero siempre en relación con el contexto del oyente,
como sucede a la samaritana: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será
éste el Cristo?» (Jn 4, 29). Respuesta a preguntas que se hacen, nunca a preguntas que nadie se haya
hecho. Suscitar previamente las preguntas: he ahí el leit motiv de la educación (invitación) a la fe.

En paralelo con el significado del primer anuncio en el previo contexto vital (las relaciones) del sujeto
religioso, se halla la modificación del sentido que produce tras la nueva relación aceptada con el Dios
manifiesto. Todo cambia acto seguido, se nace a una vida nueva y resultan nuevas todas las cosas:

«Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor» (1 Jn 4,8).

«Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (3, 14)

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Tema 5: La Paedagogia Dei desde el acontecimiento de la Palabra

Como si el contexto del amor ansiado, logrado o fallido, fuera el tejido necesario para descubrir el
sentido del nuevo texto (Palabra) de Dios que se incorpora y lo cambia todo.

2. Este conocimiento de la fe, que más que puro acto cognitivo es de vida, nueva relación en el tejido
existencial de relaciones del sujeto, encuadra las posibilidades de la teología (palabra que habla de Dios al
hombre). Acentuar lo previo necesario para su compresión no es más que insistir en que sea una palabra
encarnada (Jn 1, 14).

La ley de encarnación está en todo manual de pedagogía catequética: La fe ha de encarnarse en la


totalidad de la experiencia humana. Se concreta en: a) Basar la enseñanza en la experiencia personal del
catequizado; b) referirse a dichas experiencias personales durante todos los momentos que dure la
lección: c) dirigirse al mayor número de facultades en el educando y utilizar el mayor número de medios
para que la fe logre ser asimilada por la persona.

Entre la biografía histórica del ser humano en la tierra y su historia de salvación no dan saltos
arbitrarios. Natural y sobrenatural no se contraponen, pues el autor de la naturaleza y de la gracia
coinciden, y porque la intención de Dios al crear fue manifestar cómo los objetivos de la salvación
emergen de la historia humana, se realizan y descubren en ella.

Basta con mirar la Biblia: los contenidos y elementos materiales de los que se ha servido Dios para
salvar a su pueblo: acontecimientos de la historia, situaciones políticas temporales conflictivas y sin
aparente solución humana; realidades decisivas del hombre y productos de la creación como
constitutivos materiales y formales de los sacramentos…

Se parte del axioma según el cual las virtudes teologales se ven condicionadas y matizadas por el
contexto humano y personal –sociedad, ambiente, lenguaje, imágenes… – dentro del cual se asimilan.la
revelación se sigue asimilando hoy y acontece cada día según el sujeto a quien es ofrecida: quidquid
recipitur ad modum recipientis recipitur.

Y esta ley impone a la predicación un carácter existencial, vivo, dinámico, flexible y sentido como kairós y
como presencia oportuna de la eternidad en el tiempo fugaz. Impone su talante de realismo, autenticidad,
concreción y eficacia.

Pero un constructivismo total en el aprendizaje religioso (que lo construyera íntegramente desde las
experiencias del grupo) no es posible. Más radicalmente que en otro tipo de conocimiento, se romperá en
algún momento ese ámbito experiencial para crear una absoluta novedad en el tejido existencial previo,
como saben muy bien los místicos: «Y cuando salía/por toda aquesta vega,/ya cosa no sabía/ y el ganado
perdí que antes seguía» (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 26). La fe nos acredita que en Cristo no
sólo conocemos a Dios, sino que conocemos mejor al hombre. Pero su exceso acabaría por tomar la fe
como una imposición arbitraria de conocimientos asimilados por autoridad, reduciendo a Dios a la
caricatura de unos esquemas psicopedagógicos, un saber sabido, objetual. Un fundamentalismo, en
realidad.

En la educación se dan esos dos excesos:

1. Algún educador cristiano no añade nada al desarrollo humano; afronta con sus alumnos –en la mejor
hipótesis de una educación liberadora- los desafíos de la sociedad y responde a ellos como mejor sabe. En
el peor de los casos, confunde los desafíos de lo real con las necesidades (¡o apetencias instantáneas!) de
sus alumnos. Nunca sabe dónde situar la revelación cristiana, o bien pasa a ser una oferta más para el
consumo (¿religioso?) de la clientela juvenil de ese hipermercado social. ¿No tienen esa pinta los grupos
cristianos adosados a la escuela diaria en muchos centros católicos, como si fueran actividades optativas
extraescolares? Nada tienen de malo, pero ¿qué sucede con los que no las demandan? La oferta cristiana
ahí tiene una apariencia de un dualismo añadido.

2. El exceso contrario aparece cuando alguien tiene la verdad de Cristo y la distribuye a sus alumnos
“con ocasión y sin ella”, sin necesidad de contexto previo alguno, como un área más del saber humano
objetivo, y que, además, transforma todos los demás saberes, no por el sentido nuevo que adquieren en el
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tejido de relaciones de un creyente, sino porque carecen de su legítima autonomía: Philosophia ancilla
Theologiae. ¿No tienen esa apariencia los centros confesionales que no se contentan con declarar la fe de
sus titulares o promotores y educadores, sino que la exigen a padres, alumnos y profesores, y –si les falta-
obligan a soportarla como ideario (ideología) del centro?

3. No es ninguna aporía. Entre ambas posturas excesivas cabe una línea intemedia de la educación
cristiana que, si bien mantiene la autonomía de los conocimientos humanos, los sabe traslúcidos y
capaces de un tejido tal entre ellos en el que cobra todo sentido la aportación de una nueva Palabra que
los interpela. Ver la realidad (mundana) al alcance de todos, desde esa Palabra, no es ver visiones
celestiales, sino pronunciar el texto que puede modificar todo contexto previo. Ésa es la tarea de un
cristiano en la escuela, ya sea profesor de literatura o de ciencias naturales o sociales. Y, en parte,
también la del teólogo, que aclarará más que nadie, a profes y alumnos, cuáles son las características de
esa Palabra de Dios. Pero , ¿cómo hacerlo al margen del contexto humano?

Todavía hay una particularidad más de la teología que pueda disuadir al teólogo de atender a estas
recomendaciones de pedagogos y psicólogos. La Palabra de Dios ya ha sido dicha de una vez por todas y
ha cambiado definitivamente la historia en la Pascua de la Muerte y Resurrección de Cristo. El objeto de la
teología permanece intacto desde entonces, porque esa Palabra –escándalo para judíos y locura para los
gentiles (1 Cor 1, 23)- es contemporánea a todo hombre y ha de encontrarse con ella alguna vez, cara a
cara.

Pero recordamos que cada vez más se mira a la vertiente escatológica de la fe y mantienen abierto el
tiempo de la experiencia cristiana. No sólo confesamos que se encarnó y se hizo hombre, que fue
crucificado en tiempos de Poncio Pilato, sino que resucitó al tercer día –es decir, ¡vive!- y que de nuevo
vendrá con gloria. Descuidar la dimensión actual del Señor, que es Espíritu y por su Espíritunos es más
contemporáneo que por el anuncio de su historia en tiempos de los romanos, sería mutilar la fe. Esta
dimensión de presente y futuro del Resucitado obliga a la teología, a la catequesis, a la ERE, a prestar su
logos actual a la Palabra eterna del Padre, a situarla y comprenderla en el contexto contemporáneo. Cf. J,
Moltmann, Cristo para nosotros hoy (Madrid, Trotta, 1997), pp. 69-74.

Pero, ¿qué contexto contemporáneo hará significativa hoy la Palabra de Dios? ¿Se podrá elegir? ¿Habrá
zonas más idóneas que otras? ¿Menos coyunturales y más perennes? ¿Bastará con reducirse al contexto
más personal de cada uno? ¿No será arriesgado comprender la actualidad en una mediación tan engañosa
y mercantilizada como las pantallas de la aldea global: TV, mass media? ¿No será incluso peligroso utilizar
métodos o instrumentos de análisis social derivados de ideologías no cristianas o ateas como el
marxismo? ¿Qué praxis concreta de la fe y de la Iglesia son connaturales con ellas, dentro de sí mismas y
dentro de la sociedad general? Es evidente que el lugar de la teología es la historia y la praxis (pero ¿qué
historia y qué praxis?) porque la fe nunca es sola y pura fe, siempre viene mediada y medida por acciones,
instituciones, predilecciones de grupos y propuestas culturales y sociales.

«Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado el clamor que le arrancan sus
capataces; pues yo conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios…» (Ex
3,7-8)

Alguna luz arroja la teología bíblica, que nos enseña la teología de los autores bíblicos mediatizada por
sus contextos histórico-culturales, con ayuda de los métodos histórico-críticos.

La teología es el intento por correlacionar críticamente una interpretación de la tradición cristiana y


una interpretación de la situación contemporánea. Aquí se inscriben los signos de los tiempos (el
feminismo, la conciencia ecológica, la llamada muerte de Dios después de Auschwitz…) que pueden y
deben afectar la comprensión de la revelación divina del educador, catequista o teólogo. ¿Cómo?
Desvelando una dimensión genuinamente religiosa de nuestra experiencia y lenguaje, lo que entraña
mucha dificultad. ¿Qué queda de genuinamente religioso en la cultura? Habrá que buscarlo. Antes eran
las ciencias naturales, hoy parecen más propicias las ciencias sociales, culturales y políticas para
buscar a Dios.

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 Tesis fundamental: los teólogos, catequetas, y tras ellos los pastores y catequistas concretos,
educadores en general, han de incorporar a sus reflexiones la razón pedagógica. Porque el
dinamismo madurativo de la fe (objeto de sus tareas específicas) no versa sobre un objeto aislado
–si es que lo hay- sino relativo, referencial a la vida cristiana de personas concretas en cambio
continuo, exigido por su historicidad. La mejor pedagogía les hace ver que nunca se trata (y menos
en la fe) de elaborar y transmitir fórmulas y enunciados teóricos o prácticos de nada, ni por parte
de los destinatarios de asimilarlos tal cual los reciben, sino de que descubra cada uno el significado
personal que aquellas verdades formuladas tienen para él, inscrito como está en un tejido/contexto
de relaciones tan amplio y complejo, tan íntimo como aparentemente externo.

 EXPLICACIÓN. Se trata siempre de desvelar nuestra relación con Otro, que siempre se presenta en la
propia historia de la mano de otros; y cuya presencia y siempre nueva y renovada relación con él modifica
el inmenso tramado de relaciones en que cada uno vivimos.

La enseñanza (teología, catequesis, ERE) no puede dejar de ser un continuo descubrimiento de


significados y sentidos implicados (implícitos) en la manifestación de Dios a nosotros. Hay que contar con
ese hemisferio cerebral externo a nuestra mente (histórico-cultural) que propicia o no la percepción de
significados. Los manuales de pedagogía suelen hablar de situación, signos de los tiempos y
acontecimientos para referirse a esa prótesis cerebral de la psicología histórico-cultural.

Los educadores (teólogos, catequetas, profesores de ERE) no saben y luego enseñan, sino que –con su
saber sabido- aún buscan e investigan con sus alumnos significados de los que siguen aprendiendo. Con
Freire decimos que nadie educa a nadie, sino que nos educamos con los otros; crecemos y maduramos con
ellos, también en la fe. Esto no es más que retórica hueca si no existe una relación de amistad entre
maestro y discípulos. Se alegrarán los profes de que el contexto socio-histórico –con toda su jerga viva-
venga refrescado constantemente por los jóvenes en el aula. Y la memoria de la fe, la narración constante
de las gesta Dei en medio de su pueblo, encantarán a los alumnos cuando salgan de labios del maestro
pero actualizados y leídos desde el hoy.

Maestros y discípulos no en-señan, o sea, no meten en señales fijas lo sabido, sino e-ducen, surgen,
crecen, viven ellos mismos recreando los símbolos de la fe (relacionales de suyo) y descubiertos cada vez
(según momentos) con más sentido. A la enseñanza corresponde la instrucción: descifrar, aclarar,
catalogar, renovar las señas de lo sabido; aprender el lenguaje. Al educar corresponde la iniciación:
acercarse tembloroso a los símbolos para desvelar las relaciones que guardan en secreto, para nosotros y
todo nuestro entorno, con lo simbolizado; comenzar a hablar por sí mismo.

Pero lo más relevante para comprender el sentido de Dios desvelado en su Palabra es que el mundo no
nos sea ajeno, hablar desde fuera de él. Sino hacer conscientes los puntos determinantes, las mediaciones
manipulantes, los cambios acaecidos de un tiempo acá, detectar las zonas sensibles (religiosas) del
contexto que nos habita, más que nosotros en él:

«Perdónalos, porque no están aquí contigo, Señor», rezaba el párroco durante la procesión del
Corpus al ver a los jóvenes del pueblo en el bar. «Perdónanos, Señor, porque no estamos ahí con ellos»,
rezaba el monaguillo.

La zona humana más simbólica y significativa del cristianismo, la más relacional, sigue siendo el amor
en todas las formas: la sed de justicia, de igualdad, de los derechos humanos respetados… ahí confluyen la
naturaleza de Dios, la salvación de Cristo, el ser de la Iglesia. Por eso la incorporación de la caridad y la
misericordia a la catequesis, la teología, es otra constante.

Por último: la dimensión crítica del aprendizaje no ha de faltarnos, pues hay mediadores que opacan
nublan la nitidez tan deseada de nuestra conciencia: «vemos ahora como en un espejo» (1 Cor 13,12). Esa
crítica es imprescindible, porque muchas mediaciones han suplantado al Señor y nosotros mismos las
renovamos una y otra vez. La impaciencia por verle “cara a cara” nos hace confundirle con los destellos

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momentáneos de esta o aquella época. Menos mal que, peregrino, camina a nuestro lado y nos sigue
explicando el verdadero sentido de las Escrituras, como a los de Emaús (Lc 24, 27). Menos mal que nos
guiará hasta la verdad completa (Jn 16, 13).

⇒Jesús y los niños. El Reino de Dios (un apunte pedagógico)

1) Discusión de Mt 18, 1-5; Mc 9, 33-37; Lc 9, 46-48

Mt 18, 1-5 En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: «¿Quién es, pues, el mayor en
el Reino de los Cielos?» Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y
os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se humille como este niño,
ése es el mayor en el Reino de los Cielos. «Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe.
«Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños…

Mc 9, 33-37: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.» Y tomando un niño,
le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi
nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado.»

Lc 9, 46-48 Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que
pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre,
a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre
vosotros, ése es mayor.»

++¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos? Esa es la clave.

Hay doble criterio:

a) Hacerse niños (como Nicodemo) = entrar en el Reino (Imitación) = recibir a Dios como un niño al papá

b) Acoger a un niño (como Jesús) = acoger al que vale poco (los últimos) = acoger el RD = acoger al Padre

Los pequeños no son los niños, sino también las personas pobres y sin importancia en la sociedad y en la
comunidad, inclusive los niños. Jesús pide que estos pequeños estén en el centro de las preocupaciones de la
comunidad, pues "el Padre no quiere que ni uno de estos pequeños perezca" (Mt 18,14).

No han entendido nada. Entre los seguidores de Jesús tiene que estar vivo el espíritu de servicio, de entrega,
de perdón, de reconciliación y de amor gratuito, sin buscar el propio interés y autopromoción.

Mateo 18,2-5: El criterio básico: el menor es el mayor. Los discípulos quieren un criterio para poder medir la
importancia de las personas en la comunidad: "¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos?". Jesús
responde que el criterio son ¡los niños! Los niños no tienen importancia social, no pertenecen al mundo de los
grandes. Los discípulos tienen que hacerse como niños. En vez de crecer hacia arriba, tienen que crecer hacia
abajo, hacia la periferia, donde viven los pobres, los pequeños. ¡Así serán los mayores en el Reino! Y el motivo
es éste: “¡Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe!” Jesús se identifica con ellos. El
amor de Jesús hacia los pequeños no tiene explicación. Los niños no tienen mérito. Es la pura gratuidad del
amor de Dios que aquí se manifiesta y pide ser imitada en la comunidad por los que se dicen discípulos de
Jesús.

Marcos 9,33-34: La mentalidad de competición. Al llegar a casa, Jesús pregunta: “¿De qué discutíais por el
camino?” Ellos no responden. Es el silencio de quien se siente culpable, “pues por el camino habían discutido
entre sí quién era el mayor”. Jesús es buen pedagogo. No interviene inmediatamente. Sabe esperar el
momento para luchar contra la influencia de la ideología en sus formandos. La mentalidad de competición y de
prestigio, que caracterizaba la sociedad del Imperio Romano, se infiltraba ya en la pequeña comunidad que
¡estaba a punto de empezar! ¡Aquí aparece el contraste, la incoherencia: mientras Jesús se preocupa de ser
Mesías Siervo, ellos sólo piensan en ser el mayor! Jesús trata de bajar. ¡Y ellos quieren subir!

Marcos 9,35-37: Servir, en vez de mandar. La respuesta de Jesús es un resumen del testimonio de vida que él
mismo venía dando desde el comienzo: Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos, el siervo de

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Tema 5: La Paedagogia Dei desde el acontecimiento de la Palabra

todos. Pues el último no gana premio ni recompensa. Es un siervo inútil. (cf. Lc 17,10). El poder hay que usarlo
no para subir y dominar, sino para bajar y servir. Este es el punto en que Jesús más insistía y del que más dio
testimonio (cf. Mc 10,45; Mt 20,28; Jn 13,1-16). Enseguida, Jesús coloca a un crío en medio de ellos. Una
persona que sólo piensa en subir y en dominar, no prestaría gran atención a los pequeños. ¡Pero Jesús lo
invierte todo! Dice: El que recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a mí me recibe. Quien me recibe a
mí, recibe a aquel que me ha enviado. El se identifica con los niños. Quien acoge a los pequeños en el nombre
de Jesús, acoge a Dios mismo.

Lc 9, 46-48: Jesús toma a un niño. El enigma de la entrega de Jesús desencadena una disputa entre los
discípulos sobre a quién le corresponderá el primer puesto. Sin que sea requerido su parecer, Jesús, que como
el mismo Dios lee en el corazón, interviene con un gesto simbólico. En primer lugar toma a un niño y lo pone
junto a él. Este gesto indica la elección, el privilegio que se recibe en el momento en que uno pasa a ser
cristiano (10,21-22).

A fin de que este gesto no permanezca sin significado, Jesús continúa con una palabra de explicación: no se
enfatiza la “grandeza” del niño, sino la tendencia a la “acogida”. El Señor considera “grande” al que, como el
niño, sabe acoger a Dios y a sus mensajeros.

La salvación presenta dos aspectos: la elección por parte de Dios simbolizada en el gesto de Jesús acogiendo
al niño, y la acogida de Jesús (el Hijo) y de todo hombre del Padre. El niño encarna a Jesús, y los dos juntos,
en la pequeñez y en el sufrimiento, realizan la presencia de Dios.

Pero estos dos aspectos de la salvación son también indicativos de la fe: en el don de la elección emerge el
elemento pasivo; en el servicio, el activo; son dos pilares de la existencia cristiana. Acoger a Dios o a Cristo en
la fe tiene como consecuencia acoger totalmente al pequeño por parte del creyente o de la comunidad.

El “ser grandes”, sobre lo cual discutían los discípulos, no es una realidad del más allá, sino que mira al
momento presente y se expresa en la diaconía del servicio. El amor y la fe vividos realizan dos funciones:
somos acogidos por Cristo (toma al niño), y tenemos el don singular de recibirlo (“el que acoge al niño, lo acoge
a él y al Padre”, v.48).

• Como creyente, como bautizado, ¿cómo vives tú el éxito y el sufrimiento?

• ¿Qué tipo de “grandeza” vives al servir a la vida y a las personas? ¿Eres capaz de transformar la
competitividad en cooperación?

En resumen: No por el hecho de que una persona “siga a Jesús” ya es santa y renovada. En medio de los
discípulos, la “levadura de Herodes y de los fariseos” (Mc 8,15) levantaba cabeza. Jesús aparece como el
maestro que forma a sus seguidores. "Seguir" era un término que formaba parte del sistema educativo de la
época. Era usado para indicar la relación entre discípulo y maestro. La relación maestro-discípulo es diferente a
la relación profesor-alumno. Los alumnos asisten a las explicaciones del profesor sobre una determinada
materia. Los discípulos "siguen" al maestro y conviven con él, veinticuatro horas al día. Fue en esta
"convivencia" de tres años con Jesús, donde los discípulos recibieron su formación.

• Jesús quiere bajar y servir. Los discípulos quieren subir y dominar. ¿Yo? ¿Cuál es la motivación más
profunda de mi “yo” desconocido?

• Seguir a Jesús y estar con él, veinticuatro horas al día, y dejar que su modo de vivir se vuelva mi modo de
vivir y convivir. ¿Está ocurriendo esto en mí?

 En el hecho educativo (Educación) se producen las condiciones para el encuentro con Dios:

-modelo tradicional: Jesús está con los niños, es paciente, es inocente… Hay que imitarle

-Otra característica, más interesante: relación del discípulo al RD. Destinado a los últimos, a los más
pequeños, que no cuentan, que no tienen…

-Otro aspecto: la “pedagogía divina”: poco a poco, Jesús enseñando como maestro; “se las sabe
todas”. Pero tiene un inconveniente, pedagogizar la fe. La fe es fruto de una gracia, de un encuentro, y
no fruto de una “buena educación”.
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Tema 5: La Paedagogia Dei desde el acontecimiento de la Palabra

-Otro aspecto: “Configurarse a Cristo” (¿Por imitación o por ofrecimiento?) No obtenemos de la Biblia
un modelo pedagógico claro, para ir los cristianos “dando lecciones” (“nosotros, sí que sabemos”). Sino
más bien: con las verdades a medias, ir cambiando de chip; es simiente para ir transformando el
corazón, para seguir pensando.

Educándonos (hecho humano), descubrimos cómo es / cómo educa Dios

2. Discusión de Mt 19, 13-15; Mc 10, 13-16; Lc 18, 15-17

Mt 19,13-15: Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los
discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los
que son como éstos es el Reino de los Cielos.» Y, después de imponerles las manos, se fue de allí.

• Mateo 19,13: Laactitud de los discípulos ante los niños. Llevaron a los niños ante Jesús, para que les
impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos reñían a las madres. ¿Por qué? Probablemente, de
acuerdo con las normas severas de las leyes de la impureza, los niños pequeños en las condiciones en las que
vivían, eran considerados impuros. Si hubiesen tocado a Jesús, Jesús hubiera quedado impuro. Por esto, era
importante evitar que llegasen cerca y le tocaran. Pues ya había acontecido una vez, cuando un leproso tocó a
Jesús. Jesús, quedó impuro y no podía entrar en la ciudad. Tenía que estar en lugares desiertos (Mc 1,4-45)

• Mateo 19,14-15: La actitud de Jesús: acoge y defiende la vida de los niños . Jesús reprende a los discípulos:
“Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los
Cielos”. A Jesús no le importa transgredir las normas que impedían la fraternidad y la acogida que había que
reservar a los pequeños. La nueva experiencia de Dios como Padre marcó la vida de Jesús y le dio una mirada nueva
para percibir y valorar la relación entre las personas. Jesús se coloca del lado de los pequeños, de los excluidos y
asume su defensa. Impresiona cuando se junta todo lo que la Biblia informa sobre las actitudes de Jesús en defensa
de la vida de los niños, de los pequeños:

a) Agradecer por el Reino presente en los pequeños. La alegría de Jesús es grande, cuando percibe que
los niños, los pequeños, entienden las cosas del Reino que él anunciaba a la gente. “Padre, ¡yo te agradezco!”
(Mt 11,25-26) Jesús reconoce que los pequeños entienden del Reino más que los doctores!

b) Defender el derecho a gritar. Cuando Jesús, al entrar en el Templo, derribó las mesas de los mercaderes,
eran los niños los que gritaban: “¡Hosanna al hijo de David!” (Mt 21,15). Criticados por los jefes de los
sacerdotes y por los escribas, Jesús los defiende y en su defensa invoca las Escrituras (Mt 21,16).

c) Acoger y tocar. Las madres con niños se acercan a Jesús para pedir la bendición. Los apóstoles
reaccionan y los alejan. Jesús corrige a los adultos y acoge a las madres con los niños . Los toca y les da un
abrazo. “¡Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis!” (Mc 10,13-16; Mt 19,13-15). Dentro de las
normas de la época, tanto las madres como los niños pequeños, todos ellos vivían prácticamente, en un estado
de impureza legal. ¡Tocarlos significaba contraer impureza! Jesús no se incomoda.

d) Acoger y curar. Son muchos los niños y los jóvenes que acoge, cura y resucita: la hija de Jairo, de 12 años
(Mc 5,41-42), la hija de la mujer Cananea (Mc 7,29-30), el hijo de la viuda de Naim (Lc 7,14-15), el niño
epiléptico (Mc 9,25-26), el hijo del Centurión (Lc 7,9-10), el hijo del funcionario público(Jn 4,50), el niño de los
cinco panes y de los dos peces (Jn 6,9).

• ¿Qué has aprendido de los niños a lo largo de tu vida? ¿Qué han aprendido los niños de ti sobre Dios y sobre
la vida?

• ¿Qué imagen de Dios irradio para los niños? ¿La de un Dios severo, bondadoso, distante o ausente?

3. Discusión de Mt 18, 6; Mc 9, 42-48; Lc 17, 1-2

Mateo 18: 6-9. «Pero si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le
colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar. 7 ¡Ay del mundo por las
cosas que hacen pecar a la gente! Inevitable es que sucedan, pero ¡ay del que hace pecar a los demás! 8 Si tu
mano o tu pie te hace pecar, córtatelo y arrójalo. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que ser arrojado

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Tema 5: La Paedagogia Dei desde el acontecimiento de la Palabra

al fuego eterno con tus dos manos y tus dos pies. 9 Y si tu ojo te hace pecar, sácatelo y arrójalo. Más te vale
entrar tuerto en la vida que con dos ojos ser arrojado al fuego del infierno. »

e) Acoger y no escandalizar. Una de las palabras más duras de Jesús es contra los que causan escándalo a
los pequeños, esto es, son el motivo por el cual los pequeños dejan de creer en Dios. Para éstos, mejor sería
que le cuelguen una piedra de molino y le hundan en lo profundo del mar (Lc 17,1-2; Mt 18,5-7). Jesús condena
el sistema, tanto político como religioso, que es el motivo por el cual la gente humilde, los niños, pierden su fe
en Dios. Señal de que en aquel tiempo muchos “pequeños” ya no se identificaban con la comunidad y
buscaban otros amparos.

Escándalo, literalmente, es la piedra por el camino, piedra en el zapato; es aquello que desvía a una persona
del buen camino. Escandalizar a los pequeños es ser motivo por el cual los pequeños se desvían del camino y
pierden la fe en Dios

Y ¿hoy? Muchos abandonan las iglesias históricas y se van. Señal de que no se sienten en casa entre
nosotros. Y muchas veces son los más pobres los que nos abandonan. ¿Qué nos falta? ¿Cuál es la causa de
este escándalo de los pequeños? Para evitar el escándalo, Jesús manda cortar la mano o el pie o arrancar el
ojo. Esta frase no puede tomarse al pie de la letra. Significa que hay que ser muy exigente en el combate
contra el escándalo que aleja a los pequeños. No podemos permitir, de forma alguna, que los pequeños se
sientan marginados en nuestra comunidad. Pues, en este caso, la comunidad dejaría de ser una señal del
Reino de Dios.

La “Gehenna” (=infierno) era el nombre de un valle cerca de Jerusalén, donde se tiraba la basura de la ciudad y
donde siempre había un fuego que quemaba la basura. Este lugar era nauseabundo y para la gente era
símbolo de la situación de una persona que dejaba de participar en el Reino de Dios.

CONCLUSIONES

Textos poco ejemplares para tomarlos como “pedagogía de Jesús Maestro”, cuyo ejemplo pudiera servir a los
maestros y educadores.

Más útil es el “ideal del Reino”, o sea, “ser capaces de vivir el Reino de Dios entre nosotros”. Ahí está el tema
de acoger a los últimos, a los pobres, para educar(nos).

La Biblia sirve para asombrarse. Jesús contaba parábolas: son”ilógicas”, contrastan la realidad, lo que suele
hacerse, son “alternativas”, disidentes… Por tanto, cierta pedagogía del asombro nos sirve a la hora de acoger
la gracia o don de Dios. Dios adviene como sorpresa.

Los colegios católicos no deben ser la “resistencia” al secularismo: no sería lo más representativo de una
“educación a la fe”. Mejor serían plataformas de crítica serena y razonable de lo que hay en el mundo, de lo
que es antirreino.

 Si no, ¿para qué los cristianos en la educación? Por ser “lugar teológico”, privilegiado para el Reino:
-Se enseña al que no sabe (obra de misericordia): eso lo hacen otros también.
-Los valores evangélicos (que se viven, no “se dan”, como gracia de Dios) se testimonian, no se hace
“ideología”, no se adoctrina. La fe no es sólo una faceta del espíritu humano (los martes de tres a
cuatro tengo Religión).

-Es predicar con el ejemplo y el testimonio. Pero si nos metemos a “cocineros”, que los niños sean
activos, vivos, que les demos a los “ingredientes” del cocido una orientación con sentido.

-Para Paul Tillich, la religión es la dimensión de profundidad de toda la realidad: lo que nos atañe
incondicionalmente. Pues demos a la educación esa “profundidad” en todas las facetas del espíritu
humano:
+ en las admisiones de los nuevos al comienzo del curso
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Tema 5: La Paedagogia Dei desde el acontecimiento de la Palabra

+ en el pensum, programación escolar


+ a la hora de saber de quiénes son los niños más listos, qué hacemos con los menos listos.
+ cómo planificamos la economía: becas, ayudas de comedor, apoyos…

-Dios es eso profundo que está en todas las cosas (economía, política… salud, ocio, etc.) Descubrirlo:
eso es teología de la educación. “Todo lo humano está impregnado del Espíritu”.

-Al hablar de educación integral, no la religión como un añadido que “completa” los saberes dados, sino
como la dimensión profunda de todo saber humano. Es preguntarse y buscar el Reino ya presente (o
no) en toda faceta de la vida (política, social, cultural…)

-El talante: pensar siempre la economía, la política, la ciencia… con el espíritu evangélico. Pero no
impongamos un modelo cristiano, una concreción así o asá… apartado, exclusivista, reservado, clasista.
Eso sería “fuga mundi”, no “el Reino en este mundo”.

-Ese talante evangélico no es fácil transmitirlo por los canales habituales legales y administrativos.

Esa tensión característica del Reino y Mundo, tan propia de la teología de Juan, permite discernir opciones
existenciales más favorables o menos, más o menos en contra del reino de Dios (=espíritu de Jesús). Y ese
discernimiento forma parte integrante de la educación a la fe.

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