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Espaciamiento y temporalización de los lenguajes políticos

Emmanuel Biset

1.
Quizá sea posible afirmar que una de las improntas más significativas en el pensamiento político
contemporáneo este dada por la cuestión de la temporalidad. Con ello quiero indicar cierta
conciencia crítica sobre la historicidad de los lenguajes políticos. En este marco es posible ubicar las
los trabajos de escuelas y autores que han abordado la dificultad de dar cuenta de categorías,
conceptos y lenguajes con un distanciamiento temporal ineludible respecto a nuestra propia
conceptualidad. Estos recaudos han introducido la temporalidad en el plano del pensamiento
político en un doble sentido: de un lado, desde distintas filosofías del lenguaje se ha destacado la
irreductible referencia a un contexto intelectual (entendido como contexto de emergencia o
contexto recepción) en la articulación de procesos de significación, aquí se pueden ubicar los
trabajos de Skinner, Pocock, Dunn, Koselleck, Conze, Brunner, etc.; de otro lado, se ha señalado,
que la historicidad no se puede ubicar sólo en el plano de los contextos intelectuales, sino que
muestra un vacío constitutivo en los procesos de significación, es el paso de la historicidad a la
contingencia que encontramos en los trabajos de Rosanvallon, Duso o Chignola. La diferencia
resulta central para el pensamiento político, pues si desde la primera impronta se trata reconstruir
contextos que permitan comprender adecuadamente autores o conceptos, desde la segunda impronta
se trata de trabajar sobre la politicidad inherente al mismo proceso de significación y por ende a la
misma operación de lectura. Dicho de otro modo, ya no se trata de un trabajo heurístico que
garantice una adecuada referencia a lenguajes de otras épocas históricas, sino de precisar que la
contingencia constitutiva de los lenguajes políticos requiere de una estabilización precaria entendida
como institución política de significados.
Es posible señalar, entonces, que una de las marcas que constituye el pensamiento político
contemporáneo se ubica en la historicidad y temporalidad de los lenguajes políticos. Y esto no
puede ser ubicado solamente en el plano de los recaudos metodológicos para el trabajo del
historiador, sino en la constitución política de la significación.

2.
Tal indicación tiene sentido, si se presupone el carácter intrínsecamente lingüístico de todo
pensamiento político. Si la materia propia del pensamiento es el lenguaje, es necesario precisar una
serie de indicación sobre el mismo. En cierta medida, quisiera reiterar que uno de los problemas
centrales de nuestra contemporaneidad es cómo construir una herencia, es decir, una fidelidad infiel
a la pesada herencia de lo que se ha denominado giro lingüístico. Si la consideración del lenguaje
como medio de comunicación, y así como medio transparente, ha perdido significación, la cuestión
es cómo no postular una identificación entre pensamiento y lenguaje. Para ello, quisiera establecer
tres indicaciones. Primero, existen formas políticas que se van constituyendo en una interrelación
compleja con un espacio-tiempo (con ello me refiero al conjunto de prácticas institucionales y no
institucionales que configuran la singularidad de un mundo). Segundo, esas formas se articulan en
un lenguaje político histórico que es, al mismo tiempo, índice y factor, es decir, un lenguaje es
emergente de una forma política y, al mismo tiempo, un factor de su lógica de configuración.
Tercero, tenemos los lenguajes teóricos desde los cuales aproximarnos a esa doble dimensión. Por
ello es posible afirmar la existencia de un doble hiato, entre una forma política y su lenguaje, pero
también entre un lenguaje teórico y un lenguaje político. La dificultad propia del pensamiento
político se encuentra en la contaminación de ambos lenguajes, pues el pensamiento político es
aquella dimensión inestable entre los lenguajes teóricos y los lenguajes políticos de una determinada
época. Ahora bien, el pensamiento político no puede ser abordado como mera representación, sino
que también es índice y factor: es síntoma de una época, al tiempo que interviene en ella. La
posibilidad, entonces, de la reflexión teórica se encuentra allí donde se cruzan ambos lenguajes.
Visto desde esta perspectiva, el problema del pensamiento político contemporáneo no sólo se
encuentra en la inexistencia de un único principio organizativo que articule las discusiones, sino en
la inexistencia de ese mismo principio en los lenguajes políticos.

3.
La situacionalidad del pensamiento político contemporáneo se encuentra en el cruce entre el giro
lingüístico y la historicidad de los lenguajes. Sin embargo, no es allí donde creo que se ubica el
desafío actual. Quisiera iniciar una breve indicación de índole meta-teórico para ubicar allí no sólo
ciertas observaciones para la reflexión política, sino para la misma política, o quizá para aquella zona
en la que se vuelven indistinguibles. Quisiera, a la vez, precisar estas definiciones desde cierto
registro histórico. La centralidad del lenguaje va a tener una versión pragmatista en la tradición
anglosajona y una versión estructuralista en la tradición continental. En ambos casos debido a que
el lenguaje deja de ser un medio del pensamiento, se produce un repliegue sobre el mismo lenguaje
como aventura de la mirada, es decir, como forma de indagación ante todo objeto. La misma
reflexión sobre el lenguaje permitió precisar una esquemática de la mirada. Como algunos han de
señalar, quizá apresuradamente, las condiciones a priori del conocimiento se ubican en el mismo
lenguaje. En el estructuralismo, aunque posiblemente se podría avanzar la misma hipótesis respecto
del pragmatismo, cierta espacialidad geométrica articulo esquemas de análisis precisos sobre obras
literarias, pueblos primitivos o dimensiones psíquicas. En todo caso, resulta necesario para la
cientificidad misma del estructuralismo la atemporalidad de estructuras cuyos elementos se dan en
el orden de la co-presencia, de la simultaneidad, pues de este modo se garantiza la estabilidad que
permite el análisis. Por diversas vías, sea en una lectura minuciosa de Heidegger o Nietzsche, sea en
la herencia de la historia de la ciencia francesa, autores como Foucault, Derrida o Deleuze
discutirán esa configuración espacial introduciendo, de un lado, la temporalidad, y de otro lado una
heterogeneidad cualitativa (que será nombrada de diversos modos, fuerza, vida, potencia). La
temporalizaciones de la estructuras no pudo ser una simple corrección de la espacialidad
estructuralista, sino que implicó un trastrocamiento general de sus supuestos. La sucesión hirió de
muerte a la simultaneidad.
Llegados a este punto, e inscribiendo estas anotaciones, en la herencia de ese cruce generacional,
quisiera sugerir o preguntar no ya por la temporalidad de los lenguajes políticos, sino por su
espacialidad. Si se puede indicar que la espacialidad nunca ha sido exterior a la política, y ya en
Platón la tarea del pensamiento es trazar una arquitectónica de la comunidad, la pregunta no se
dirige a las formas topológicas de la política, sino a una topología inherente al mismo lenguaje.
¿Qué implicaría pensar ya no la temporalidad inherente del lenguaje, sino su espacialidad?

4.
Inscribir la reflexión en un cruce generacional implica tratar de evitar una perspectiva dicotómica
que lleve a la inevitable toma de partida por una u otra escuela. No se trata aquí de volver a la
espacialidad del estructuralismo contra la temporalidad posestructuralista. Por ello, quisiera avanzar
en una serie de puntos que permitan pensar en dos direcciones: por un lado, en las limitaciones
propias del giro lingüístico, o mejor, en una versión del mismo que termina identificando
pensamiento y lenguaje; por otro lado, en pensar la temporalidad y espacialidad de los lenguajes
políticos. Empezando por el segundo motivo, en primer lugar, me parece pertinente indicar que
para no caer en un enfrentamiento absurdo entre temporalidad y espacialidad, es necesario partir de
su entrecruzamiento en todo lenguaje. En segundo lugar, ese entrecruzamiento tiene que evitar la
espacialización de la temporalidad (y así las figuras espaciales del punto, la línea o el círculo para dar
cuenta del tiempo) y la temporalización de la espacialidad (y así comprender el espacio desde la
sucesión). Por ello, parto no del tiempo y espacio de los lenguajes, sino del espaciamiento y
temporalización inherente al lenguaje. Así, en tercer lugar, no se trata de formas del lenguaje
externas, es decir, que el lenguaje pueda ser temporalizado o espacializado desde una configuración
exterior, sino que son inherentes al lenguaje. El espaciamiento y la temporalización son congénitos
al lenguaje y no un procedimiento retórico que lo pueda formar de un modo u otro. Las sintaxis
espaciales y temporales, metáforas como el dentro-fuera, interior-exterior, antes-después-ahora, no
se inscriben sobre el lenguaje, sino que lo constituyen como tal. Existe una praxis espacial y
temporal del lenguaje que lo convierten en una inscripción finita. Con ello quiero indicar que
afirmar lo congénito de estas dimensiones no lleva a afirmar la determinación de un habla singular,
sino a indicar que en los lenguajes políticos siempre trabajan ambas dimensiones de modo singular.
La pregunta que resta es hasta qué punto es posible mantener de modo diferenciado ambas
dimensiones, es decir, si es posible una diferencia clara y distinta entre espacio y tiempo como
«orden de la coexistencia» y «orden de la simultaneidad». Y pensar la posibilidad de evitar la
referencia a metáforas espaciales o temporales que se atraviesan entre sí. En este caso quisiera
afirmar que se trata de pensar el cruce entre espacio y tiempo como coexistencia posible,
acentuando el «co» de esa coexistencia. Esto significa que el orden la coexistencia espacial no puede
surgir sino de una temporalización, como el orden de la simultaneidad no puede ser surgir sino del
espaciamiento. Ese «co», entonces, es el lugar de la articulación de tiempo y espacio no como una
determinación del ser, sino como su producción misma. Se trata de la complicidad o el origen
común del espacio y del tiempo como condición de todo lenguaje. Pensar así cómo los lenguajes
políticos o los lenguajes teóricos, siempre índices y factores, se constituyen en formas singulares de
articular espacio y tiempo.

5.
Resta la pregunta por el resto, por aquello que nos permitiría exceder la pesada herencia de un
señalamiento que indica que no sólo el pensamiento se identifica con el lenguaje, sino que la sintaxis
determina las formas de pensamiento. Frente a esto existen dos observaciones pertinentes. De un
lado, ya lo han señalado diversos trabajos, el problema es una concepción de lenguaje unificado u
homogéneo, como totalidad simple. Pues por el contrario, contra esta concepción hiperbólica del
lenguaje se puede indicar que no existe como totalidad simple en tanto su misma posibilidad surge
de atravesamiento de blancos, hiatos, huecos. De modo que, en cierto sentido, el exceso del
lenguaje es su misma posibilidad. Aun cuando se pueda afirmar existe sólo lenguaje ese mismo
lenguaje no es sólo existencia. De otro lado, y en este caso pensando ya en una versión más amplia
dirigida a los procesos de significación, existe una fuerte tradición que piensa en torno a los huecos
de esa significación, en torno a lo in-significante, en torno a aquello que no puede ser significado.
Ya no se trata de un límite interno al lenguaje, sino a un límite externo. El más allá del lenguaje
como posibilidad de pensamiento, sea como ejercicio de la paradoja, de la aporía, de lo indecible,
del éxtasis, o más mundanamente, de las pasiones que exceden su nombramiento.
De modo que si una de las tareas del pensamiento político es construir significados o procesos de
significación, también es tarea del pensamiento político, primero, mostrar los hiatos que habitan
aquellos lenguajes que producen sentidos, y así disolver su presunta totalidad abriendo a nuevas
posibilidades de lectura; segundo, abismarse allí donde el lenguaje roza pero no toca una experiencia
de lo imposible.

6.
En este punto resulta preciso volver a indicar que una de las dificultades del planteo que tratamos
de articular se encuentra allí donde se cruzan lenguajes teóricos y lenguajes políticos (en su
multiplicidad, desde discursos partidarios a textos de filosofía política). Dificultad porque se trata de
exceder un esquema sujeto-objeto que siempre se funda en un orden de la representación. Dicho de
otro modo, el problema suele ser la construcción de un esquema desde un lenguaje teórico donde
los procesos de significación política son reflejados especularmente. Sin embargo, tampoco es
posible postular el aún más absurdo axioma de la identificación entre lenguajes, como si fuera
posible repetir directamente, sin mediaciones, un proceso de significación. Si los riesgos son la
esquemática o la transparencia, resta la posibilidad de trazar singularmente, siempre singularmente,
una lectura como punto de intersección entre diversos lenguajes. Donde no se busca, por ende, una
presunta identificación entre los lenguajes o una fidelidad a lo dado, sino la lectura como potencia
de pensamiento. Y así se lee no cuando se repite fielmente algo, sino cuando se generan significados
inauditos.

7.
Para finalizar posiblemente sea necesario retomar aquella distancia entre lenguaje y formas políticas,
pues con ello no se trata de indicar un trasfondo oscuro, sino que toda forma política en cuanto se
articula en torno a prácticas excede constitutivamente la significación. El término forma política
conlleva una doble dimensión, pues con ello se indica que por ejemplo el Estado como forma
política, no sólo se ubica en el plano de las instituciones de una sociedad, como epifenómeno de la
misma, sino que una forma política es la configuración de un mundo. Esto es: la constitución de
aquella ligazón de espaciamiento y temporalización que hacen un mundo como tal. Pero esa
configuración no sólo conlleva heterogeneidades intra mundo, sino que siempre excluye otras
formas de configuración. La forma política es del orden de la performatividad de un mundo
singular que tiene un vínculo de exclusión con lo informe (lo monstruoso, lo inhumano).
Y luego retorna la pregunta: ¿qué de todo esto allí donde el pensamiento es praxis política?

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