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UNIVERSIDAD PERUANA

LOS ANDES
FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS
POLITICAS

TEMA:
SISTEMA PENAL POLÍTICO,
TRIBUNAL Y PRISIONES

CATEDRA: CRIMINOLOGIA

CATEDRATICO: DR. Guzman Tasayco

INTEGRANTE:
- Casmiro Mucha, Aneglita
-
-

CICLO.IX-B1

HUANCAYO -2017
SISTEMA PENAL POLÍTICO, TRIBUNAL Y PRISIONES

INTRODUCCIÓN

En la Criminología actual, entre otras premisas que se aceptan y se problematizan


son que los Estados en sociedad no desarrolladas, no han tenido una clase
gobernamente sino dominante, lo cual esta vinculada que la ley penal es una
forma de control social, si esto es cierto el historicismo y la criminología critica
tienen razón cuando parten que como la ley es una de las fuentes de donde
emanan el derecho penal, han sido trabajados por aquellos segmentos de la
sociedad que tienen poder de transformar sus intereses en bien común, en
consecuencia ciertas personas y conductas se convierten en criminales por la
formulación y aplicación de definiciones que elaboran un sector dominante de la
sociedad.

Ello nos lleva a una conclusión parcial inicial que en este tipo de sociedades
coexisten dos forma de Estado : El formal y el real, donde se forma una ideología
y una praxis de control social a través del derecho penal que privilegia a las clases
dominantes que son propietarios o dueños de la casi toda la riqueza de la nación,
por lo cual aplican esta estrategia para mantener el orden injusto de una sociedad.

Tomando esta tesis podría sostenerse que el Código Penal de 1991 (el tercer
Código Sustantivo de la República), en los tipos penales de Delitos Contra la
Administración Pública, se considero penas mínimas con la finalidad de lograr
cierta impunidad en futuras conductas que pudieran cometer los altos funcionarios
que generalmente son de extracción social de la clase dominante en una sociedad
en desarrollo y donde los sistemas políticos todavía se están consolidando y la
gobernabilidad del proceso político se basa en las negociaciones y pactos con
estas clases o segmentos sociales dominantes que normalmente son propietarios
de riquezas importantes dentro del territorio nacional y subordinan a la mayoría de
operadores del comercio interno y externo y tienen gran influencia en el circuito
productivo y comercial. Por eso cuando se presento ante el Estado la necesidad
de investigar dentro del sistema de justicia los casos denominados Fujimori-
Montesinos, la estructura de de los tipos y penalidades de los delitos contra la
Administración Pública mostraba insuficiencias y vacios en el sistema penal.

En este orden de ideas la criminología critica actual, señala lo evidente que la ley
penal en las sociedades en vías de desarrollo(como en latinoamericana) esta
dominado por la ideología penal europea (Escuelas causalista y finalismo
procedente de Alemania), es decir son leyes importadas sin tener la base social de
la legalidad de sus propia sociedad o sociedades, en consecuencia el consenso
de las valoraciones de las conductas nunca ha existido, por ejemplo esto se puede
afirmar que ha sucedido con los tres (3) Código Penales que han existido en la
República del Perú, incluyendo el actual de 1991, pero ello esta enlazado a un
hecho político como la democracia representativa y no a la democracia directa,
que si bien se señala pero no se va ha comentar en este trabajo, por no ser el
objeto de estudio en este momento, por cuanto cuando la clase dominante inserta
una forma de pensamiento y acción en los actores sociales se preocupan de
internalizar en la conciencia colectiva en punto de la legalidad, debiéndose
entender por el ello que la ley escrita se cumple sin discutir esa forma de pensar
es la seguridad jurídica de todo Estado de Derecho Moderno y los que no se
agrupan a esta línea de pensamiento son excluidos de los presuntos beneficios de
ser ciudadano de un país.

De esto surge una segunda tesis : La ley penal en Latinoamérica y en el Perú es


una Ley importada, lo cual se puede observar por ejemplo en el Código Sustantivo
de este país en materia de la formulación de los delitos económicos y ambientales
entre otros; así como en el Libro Primero de la Parte General del Código Penal.

Antonio BERISTAN cuando señala que los Códigos Penales son redes para coger
a los peces pequeños, pero dejan libres a los peces gordos, parece una critica
ácida y extrema, pero viéndolo holísticamente la lectura que hay que dar pienso es
que el Código Sustantivo en Latinoamérica ha tenido dos (2) atavismos : 1) Uno
cuando se formula es deshumanizada, basado aparentemente como dicen los
teóricos en el imperio de la razón, pero los existencialistas como Gasset, Jasper y
otros les hacen recordar que el hombre no es solo razón, sino emociones y
sentimientos, es decir el hombre no es un ente abstracto, sino de carne y hueso,
que sufre, llora y tiene necesidades dentro de un entorno o realidad en que vive,
etc. Y 2) El delito se concibe como violación del orden establecido, esto tiene una
impregnación social y psicológica en la población porque esta vinculada a las
protestas sociales frente a un orden injusto que lo establece el gobernante, pero si
se agrega un pensamiento dialéctico ello no queda allí sino esto incluye el derecho
de rebelión frente a los gobernantes que establecen regimenes injustos al orden
social, económico, político, etc. Por eso Martín Fierro no se equivoca cuando dice:
"La Ley es tela de araña... .... ....".
I.-ANTECEDENTES HISTÓRICO

No es posible determinar quién usó por primera vez el concepto de Política


Criminal: algunos autores creen que fue Feuerbach o Henke, aunque Beccaría fue
el punto inicial de esta corriente en 1764 con su obra "De los delitos y de las
penas". La política criminal se extendió desde Italia con Beccaria a Inglaterra con
Bentham, a Francia con Berenger y Bonneville y a Alemania con Feuerbach y
Henke.

En el año 1889 Fran Von Liszt, Van Hamel y Adolfo Prins fundaron la Unión
Internacional de Derecho Penal, pero fundamentalmente Fran Von Liszt fue el
mentor de la Escuela de la Política Criminal o Escuela Pragmática, Sociológica y
Biosociológica y con esta escuela se inició la política criminal sistemática o
científica.

Fran Von Liszt diferenció la Política Social de la Política Criminal. La primera tenía
por objeto la supresión o restricción de las condiciones y fenómenos sociales de la
criminalidad, mientras que la segunda se ocupaba de la delincuencia en particular
y de que la pena se adaptase en su especie y medida al delincuente, procurando
impedir la comisión de crímenes en el futuro.

VonLiszt refirió el alcance de la Política Criminal a la apreciación crítica del


derecho vigente y a la programación legislativa y a la programación de la acción
social. El núcleo de la Política Criminal era la lucha contra el crimen pero no debía
quedar restringida al área judicial o del Derecho Penal sino que debía extenderse
a los medios preventivos y represivos del Estado.

Los principales objetos de la Política Criminal según Liszt eran:

 La máxima eliminación de las penas cortas de prisión y el frecuente uso de la


multa;
 La aplicación de la condena condicional donde fuere practicable;
 La ejecución de medidas educativas para jóvenes delincuentes;
 La atención primordial a la naturaleza del criminal y de sus motivaciones;
 La consideración del Estado Peligroso;
 La profilaxis de la inclinación criminal en desarrollo (habitualidad y aprendizaje
criminal);
 Formación profesional del personal penitenciario y del de la administración del
Derecho Penal;
 La recepción de medidas de seguridad para aquéllos supuestos en que lo
aconsejaba el estado mental o la posibilidad de readaptación o corrección del
delincuente.

PERU

Una constante histórica es la especial sensibilidad de la legislación penal a los


cambios políticos’. Esta receptividad del ordenamiento punitivo tienen especiales
características cuando se abandonan regímenes totalitarios que se han
caracterizado por su fa lta de respeto a los derechos del hombre y a sus libertades
civiles, es decir, cuando se abandonan regímenes no democráticos. Las
peculiaridades de cada caso se reflejan en los contenidos y también en los
tiempos y en los modos de los cambios, al estar éstos en gran medida
condicionados por los rasgos de la historia de cada país. En la década de los 90
en el Perú existió no sólo un régimen corrupto, sino un sistema que presentó todas
las características del totalitarismo jurídico\ y ello por mucho que la Constitución
de 1993, promulgada ya después del autogolpe, estuviera formalmente vigente -
también lo estuvo la de Weimar durante el nacionalsocialismo- y que se
celebrasen elecciones periódicas con el fin de legitimar el «fujimorato». Lo más
que podemos decir de este sistema es que ha sido una dictadura inteligente, si por
tal entendemos una dictadura que utiliza exhaustivamente el ordenamiento
jurídico, que recurre a los datos que le proporciona el estudio y la
instrumentalización de la opinión pública y que, en último término, no duda en
recurrir a la apariencia de una democracia formal con elecciones que legitiman la
presencia del presidente y con la implicación en las decisiones legislativas de un
Parlamento con una mayoría títere del Ejecutivo y fuertemente impregnado por la
corrupción. En lo que se refiere a la legislación penal el periodo de Fujimori ha
presentado, junto a la característica general de cualquier régimen dictatorial de
recurrir al Derecho penal como forma de lograr una aparente eficacia y de criminal
izar el ejercicio de derechos, una serie de peculiaridades propias en el recurso a
los delitos y las penas vinculados a la realidad peruana. En la historia inmediata
del Perú hay dos factores que se proyectan sobre las decisiones político-
criminales: por un lado, la actuación de Sendero Luminoso, surgido a comienzos
de la década de los ochenta, paralelamente a la restauración de la democracia
formal tras el período de Velasco Alvarado; por otro, una realidad penitenciaria
dura, políticamente muy condicionada y con una repercusión social probablemente
superior a la que tiene en otros países, debida, sin duda, al impacto que en su
momento tuvo la intervención del ejército en los penales de El Frontón y de
Lurigancho. Por todo ello, el principio general de que el cambio político hacia
fórmulas asentadas sobre el hombre y sus derechos tiene siempre reflejos
inmediatos sobre la necesidad y demanda social de las reformas penales,
presenta en el Perú matices y características que no debe ignorar una reflexión
político-criminal como la que nos ocupa. El proceso abierto en el Perú con la
democratización iniciada con el abandono del poder por parte de Fujimori, y cuyas
secuencias pasan por la ya concluida actuación del Gobierno de transición del
presidente Paniagua y por la del Gobierno recién elegido, tiene que reflejar en el
campo penal y penitenciario, como primera línea de trabajo, el cambio político ya
producido; pues es innegable la demanda social, tal vez mayor en el ámbito
penitenciario, de cambios que socialmente reflejen la nueva situación política.
Sería de espera r que el Gobierno de Alejandro Toledo haga suyo el tal ante
reformista y conciliador que ha caracterizado al Gobierno de Pan iagua, que
aunque no ha acometido grandes transformaciones legislativas ha generado en la
opinión pública un ambiente de reforma a través de la creación de Comisiones,
como la de lineamientos de reforma Constitucional y la de reforma del Código
penal. Ni que decir tiene que la forma en que se lleve a cabo esa transición y,
sobre todo, los tiempos en los que la misma se arti cule, son cuestiones cuya
respuesta precisa excede con mucho a la capacidad de predicción de los mejores
analistas políticos. Tal vez, a lo sumo, los únicos ritmos que pudieran
pronosticarse serían los del calendario en el que, en su caso, habrían de espe
rarse que se produjeran las primeras reformas legales que al menos derogasen
las manifestaciones más flagrantes del ideario totalitario que inspiró el período de
Alberto Fujimori. Pero de todos es sabido que el efectivo tránsito de un modelo
autoritario a otro democrático y garantista no depende, o al menos no en
exclusiva, de la sustitución o modificación más o menos inmediata de las leyes. El
verdadero banco de prueba de la utilidad y eficacia de cualquier espíritu de
reforma es más largo, pues precisa ante todo de la creación de una cultura jurídica
y de un paulatino proceso de sensibili zac ión para que la letra de la ley se
convierta en auténti co Derecho vigente. Sólo entonces se habrá conseguido el
clima para que pueda prosperar, en el sentido propio del término, un régimen
democrático. En este ámbito tampoco deben desconocerse las especiales
características que en toda América Latina tiene la fractura entre el contenido de
las leyes, la cultura jurídica que generan y la realidad de estas sociedades·. No
hay mejor prueba de la imperiosa necesidad de generar una nueva cultura jurídica
en el Perú que la reacción social producida tras la promulgación de la Ley n."
27472, de 24 de mayo de 2001, por la que se derogan los Decretos legislativos
896 y 897 que elevan las penas y restringen los derechos procesales en los casos
de delitos agravados. Entre otras modificaciones esta Ley sustituyó la pena de
cadena perpetua prevista en el arto 173 del CP para los casos de violación a
menores de 7 años, reemplazándola por una pena privativa de libertad que puede
alcanza r los ven ti cinco años en los casos más graves', y rebajó e! marco penal
de los otros supuestos que contemplaba la Ley". Esta modificación ha provocado
de forma inmediata una fuerte reacción social, hasta el punto que el mismo
Gobier-no que lo aprobó a los pocos días modificaba de nuevo el texto del Código
Penal reintroduciendo, por Ley n." 27507 de 17 de julio el 2001, para estos delitos
la privación de libertad de por vida. Por otra parte, no puede pasarse por alto que
la conciencia de la corrupción marca un rasgo distinto en el caso del Perú, y
conduce socialmente a la demanda de esclarecimiento y aplicación de! Derecho
penal como primer paso para llegar a recuperar la confianza en el ordenamiento
jurídico y en la propia Administración de Justicia. Como respuesta a esta demanda
hay que señalar la serie de medidas legislativas y prelegislativas que en esta
dirección adoptó e! Gobierno de transición7 • Superar este primer escalón no es
simple, no sólo por las dificultades de esclarecimiento y prueba, sino también por
la necesidad de ofrecer una respuesta penal que respete principios, exigencias y
garantías inherentes al Estado de Derecho y que no caiga en la tentación de
seguir una eventual demanda social de apli car a los casos de corrupción los
mismos instrumentos que la Administración de Fujimori generó en el ámbito penal
y penitenciario. Sea como fuere lo cierto es que las cuestiones y los pronósticos
de futuro son algo más propio de la ciencia que cultivan los politólogos que de la
visión penal de la realidad peruana que se pretende ofrecer en estas líneas.
Desde ellas lo único que interesa subrayar es e! condicionamiento que, de Jacto,
representa para la comprensión de! Derecho penal en cualquier coordenada
tempo-espacial e! escenario político en el que se enmarca. La justicia penal en e!
Perú, al igual que sucede en general en cualquier contexto geopolítico, como ya
se ha dicho, sólo puede entenderse desde las coordenadas de la realidad cultural,
social y política en que se insertan sus leyes. De hecho, como enseguida habrá
ocasión de insistir, si bien en la legislación penal peruana pueden detectarse
deficiencias, carencias y distorsiones que condicionan poderosamente e!
funcionamiento, operatividad y eficacia de la justicia penal, aquéllas no son la
única fuente de dificultades con las que tropieza, ni siquiera muchas veces las
más importantes, sino que las mismas se interrelacionan con otros factores de
índole político y social que un:\s veces acentúan las deficiencias normativas y
otras dan paso a nuevos problemas.

II.-CONCEPTO DE POLÍTICA CRIMINAL

teniendo por Política Criminal y considerada como el estudio del conjunto de


medidas empleadas por los órganos de gobierno, para hacer frente a la
criminalidad que afecta a un Estado, con la intención de encontrar soluciones
pertinentes en la disminución de los niveles de delincuencia, respetando el Estado
de Derecho.

Primeramente debemos resaltar que la Política Criminal se distingue de la


dogmática jurídico penal, en que se extiende más allá del Derecho vigente, de su
aplicación y de la Criminología, cuando no valora y establece prioridades fruto de
la evaluación de resultados empíricos.

De lo que se deduce el perfil de la Política Criminal, como ciencia independiente


en el marco de la justicia criminal y la Política Criminal aplicada. En este sentido
debe desarrollarse el bosquejo de una ciencia político criminal, en particular y no
se trata de una incursión en la política diaria (si bien se escogen en este ámbito),
sino del desarrollo de Planes de Política Criminal trazados en la realización de
conceptos del sector de la justicia criminal.[1]

De otro lado, doctrinariamente, afirma, Jesús María Silva Sánchez,[2] que en la


propuesta metodológica de Claus Roxin late una visión de la dogmática jurídico-
penal ciertamente superadora del modelo positivista, y orientada a poner
de relieve los aspectos creadores de la misma. Y además vinculada por
perspectivas ontologicistas. Sin embargo, en la actualidad, pocos parecen
dispuestos a rechazar la conveniencia integradora de consideraciones político-
criminales en la construcción del sistema del delito de su contenido y categorías.
Critica dicho autor, que en la práctica ese modo de proceder (en su sentido más
amplio: orientación de la elaboración doctrinal de la teoría del delito a la obtención
de ciertas finalidades «prácticas» en relación con la persecución de la
criminalidad) siempre se ha dado, incluso cuando se declaraba que el sistema se
construía en virtud de razonamientos puramente deductivos a partil de axiomas
incontestables (pertenecientes a una determinada ontología) esto es, de modo
«ciego» y si ese modus operandi se ha dado siempre, es porque resulta difícil
negar que todo el Derecho Penal nace precisamente de exigencias de Política
Criminal: en concreto, la de hacer posible la convivencia pacífica en sociedad

Lo expuesto, pone de relieve que cualquier profundización en la propuesta de


Claus Roxin debe conducir a dilucidar qué quiere decir «Política Criminal», cómo
se accede a sus principios y cómo se orienta el sistema a los mismos. Sin duda,
su campo semántico admite acopios de sentidos, tan diferentes entre sí, que es
irrelevante su agrupamiento bajo una denominación única. Frecuentemente, la
ciencia político-criminal se ha asociado al consecuencialismo, identificándose con
las brújulas del sistema del Derecho Penal, a las consecuencias empíricas de su
aplicación. De hecho, en la obra de Claus Roxin[3]se dan apuntes en este sentido
al indicarse que la construcción del delito debe orientarse a los fines sociales de la
pena de prevención general y de prevención especial.

A este planteamiento, que adoptaría un punto inicial de racionalidad


exclusivamente instrumental es al que, en Alemania, se alude con el sustantivo
«Zweckrationalität» y el adjetivo «Zweckrational», habiéndose traducido entre
nosotros con expresiones como «racionalmente final» y «teleológico-racional».

Deponiendo problemas de traducción, convendría revelar que, en alemán, el


término Zweckrational tiene un sentido añadido (como se expresa en la obra de
Max Weber)[4], que podría traducirse (y ha sido traducido) como «racionalidad
instrumental deliberada». Singularmente, porque con la adopción de tal género de
racionalidad se excluye otra forma de teleología (fines y objetivos): la que entiende
que el Derecho Penal no sólo tiene fines instrumentales de control, sino que
asume también como fin propio la realización de determinados valores (y que
comprendería lo que en alemán se denomina Wertrationalität : racionalidad
valorativa).

2.2.- PAPEL IMPORTANTE DE LA PENA

VON Liszt, Franz.

La pena es parte de la historia de la sociedad, forma parte de la cultura e


inteligencia del hombre; es la reacción de la sociedad frente a las perturbaciones
de la convivencia humana, tanto en lo individual como en lo colectivo. La pena
representa un fin en la esfera jurídica penal, se estudia la pena como elemento
esencial para logra una armonía social. A través de la idea de fin, la pena posee
objetivo y medida, se desarrolla el supuesto del delito, como su contenido y su
sistema penal. Bajo el concepto de fin lo coercitivo se convierte en derecho penal.

La pena se dirige contra la voluntad del delincuente, de forma coercitiva;


edificando efectos inmediatos de la pena al destruir los bienes jurídicos propios de
su voluntad ilícita; provocando la intimidación, corrección y neutralización al
delincuente; protegiendo bienes jurídicos mediante la pena.

La pena se dirige contra los delincuentes y no contra la descripción del delito, el


delincuente es el titular de los bienes jurídicos cuya lesión o destrucción
constituyen la esencia de la pena. Para el derecho penal es imprescindible tomar
en consideración tres puntos: a) Corrección de los delincuentes, b) Intimidación de
los delincuentes, c) Neutralización de los delincuentes.

2.3.- EL PODER PUNITIVO DEL ESTADO.

El derecho penal en sentido objetivo se entiende como un conjunto de normas


relativas a los delitos, las penas y las medidas de seguridad que establece el
Estado para garantizar el orden social.

El derecho penal en sentido subjetivo se identifica con el ius puniendi o poder


punitivo del Estado.

El derecho penal es una rama de Derecho Público en virtud de que al cometerse


un delito, de acuerdo con Fernando Castellanos, la relación jurídica “se forma
entre el delincuente y el Estado como soberano y no entre aquél y el particular
ofendido”.

El ius puniendi o poder punitivo del Estado “representa el monopolio que ejerce el
Estado para el uso de la fuerza, es una delegación de la voluntad popular a
cambio de que ese Estado proteja a su población de amenazas de todo tipo”.

En este orden de ideas, el autor Zaffaroni nos dice que

…la función del derecho penal de todo Estado de Derecho debe ser la reducción y
contención del poder punitivo dentro de los límites menos irracionales posibles. Si
el derecho penal no logra que el poder jurídico asuma esta función,
lamentablemente habrá fracasado y con él habrá caído el Estado de Derecho[5].

En este sentido, de acuerdo con el autor Raúl González-Salas Campos

…mediante el principio del bien jurídico se pretende imponer un límite material


al ius puniendi, en cuanto limita al legislador como juzgador en la imposición de las
sanciones penales, para que no castigue comportamientos que no sean lesivos de
bienes jurídicos, ni los pongan en peligro[6].

…Cuando se habla de que el bien jurídico tiene la función de limitar


preventivamente al ius puniendi estatal, se hace referencia a que pretende
refrenar el uso de la pena”.

Función de la justicia criminal


El ámbito de los órganos del control de la criminalidad hoy especialmente puede
aclarar la significación del principio del Estado de Derecho para la justicia criminal
en su totalidad. Al propio tiempo, advierte Heinz Zipf[5]que no hay una Política
Criminal, en cierto modo, sin presupuestos que le otorguen legitimidad en sus
planteamientos metodológicos y su factibilidad de aplicación.

A tal respecto, y en referencia al Estado de Derecho, se trata de conservar y


reajustar la trayectoria jurídica estatal del siglo XIX. Recordemos que la idea
vinculante del Estado de Derecho a su justicia criminal, fue mejorada
sustancialmente (construyéndose sobre los fundamentos de la Filosofía y de la
doctrina penal de la Ilustración. Entre las obras legislativas del siglo XIX debe
mencionarse aquí, especialmente, el Código Penal Bávaro de Anselm Feuerbach,
del año 1813, que ha realizado en gran medida las pretensiones del Estado de
Derecho respecto al Derecho Penal.

No obstante, el pensamiento del Estado de Derecho en esta expresión liberal tiene


su origen al respecto en la relación de tensión individuo-comunidad (Estado); «su
núcleo es siempre la idea de libertad, el aseguramiento de una esfera individual
frente a la omnipotencia del Estado».[6]

Así también, es perspectiva actual la función primordial del principio del Estado
Derecho que consiste en velar por la esfera de libertad y la seguridad jurídica del
ciudadano, en particular, frente al poder del Estado. Sin embargo la transición
desde el concepto formal al concepto material de Estado de Derecho está
caracterizada porque se pretende la libertad y las seguridades individuales del
ciudadano, no solo mediante la abstención del Estado (su apartamiento de la
esfera de derecho individual), sino con la garantía positiva, a cargo del Estado, de
una existencia digna del ser humano. De ello, resulta como finalidad: la defensa de
la dignidad humana y la garantía de la libertad general de acción. Con ello se
convierte en norma suprema y obligación fundamental de toda Política Criminal
realizar el principio del Estado de Derecho, respecto al ámbito de la justicia
criminal.[7]

En consecuencia, si el concepto de Estado de Derecho está claramente perfilado


en lo esencial, la cuestión es determinar el contenido del concepto del Estado
social. Si en el Estado de Derecho debemos renovar una rica y evidente tradición
y modificarla en todo caso en orden a nuestras necesidades actuales, en cuanto al
concepto de Estado Social, nos hallamos hoy en un estado evolutivo mucho más
anterior e inmaduro. Aquí debe darse primeramente el paso desde la frase
programática hasta el principio de Derecho manejable. Por ello, también en el
ámbito de la justicia criminal son visibles solamente esbozos previos que, en
particular, esperan aún el perfeccionamiento concreto. Tampoco cabe efectuar un
catálogo de pretensiones socioestatales dirigidas a la justicia penal, que pueden
mostrar tendencias la prevalencia del pensamiento del Estado de Derecho y la
posterioridad del principio de Estado Social. A tal respecto condicionadas por el
reconocimiento de los derechos intrínsicos de la persona, reconocidos
universalmente.

La problemática del principio del Estado Social, se manifiesta en todas partes allí
donde no basta al individuo la mera concesión de derechos de defensa frente al
Estado para el aseguramiento de la existencia, sino donde es necesaria
la promoción activa por el Estado. De ello se derivan importantes consecuencias
para la configuración de la justicia criminal. Dado que precisamente el Estado se
presenta aquí frente al individuo con su plenitud de poder, no basta el mero
aseguramiento jurídico-estatal del mismo; antes bien, ha de añadirse la concesión
de una asistencia social allí donde el individuo la necesite. Por lo tanto, en
la praxis de la Política Criminal se halla al respecto en primer plano el ámbito de la
persecución penal sobre la función pública de indemnización de las víctimas del
delito como expresión del principio del Estado Social y Democrático de Derecho y
de la realización de la pena en su ejecución, recibiendo el especialista en Política
Criminal desde la perspectiva normativa, principalmente filosófico-jurídica, su
modelo para la determinación de la función la justicia punitiva, que materia del
presente epígrafe.

III Criminología y política criminal

Por su parte la Política Criminal, como disciplina, incluye las intervenciones


jurídicas y extrajurídicas públicas y privadas que tienen como fin prevenir o reducir
la delincuencia o paliar los costes sociales derivados del delito. A la Política
Criminal le corresponde establecer los programas y decidir cual es la mejor forma
de intervenir respecto al fenómeno criminal. A la criminología le interesa la
aplicación de la política criminal y los efectos de esa intervención. Hay que
conocer los programas de intervención y sus efectos para comprobar si los
resultados se ajustan a los objetivos que se plantearon cuando se decidió poner
en marcha el plan de actuación. Además de esta información sobre los programas
y los efectos positivos y negativos, debe estar atenta a la planificación de los
programas de intervención en todos los ámbitos. Hay que atender a los programas
de intervención sobre el delito, sobre la víctima, sobre el delincuente y, también,
sobre el control social. Para la Política Criminal es importante tener presente que
el fenómeno delictivo es muy complejo y es difícil construir una política criminal
que de respuesta a todos los imperativos y a todas las necesidades sociales.
La Política Criminal es como un puente de enlace entre la Criminología y el
Derecho Penal, pues toma todos los conocimientos e informaciones aportados por
aquélla y los elabora o transforma en propuestas políticas que ofrece al legislador
en su tarea de elaborar las leyes.

Los principios rectores están recogidos por el Comité de Prevención y Control


Penal de 1984. La Política Criminal debe sustentarse en principios democráticos, a
pesar de que pueda reorientarse en función de determinados fenómenos, como
por ejemplo la guerra y los atentados (Nueva York). Estos principios trataban de
buscar la JUSTICIA PENAL, además de la prevención y control del crimen. Son:

Cambios de estructura económica y social


Garantía del respeto de los derechos humanos
Tener en cuenta las estructuras que dan lugar a las injusticias
Criminalidad común y la que no es común
Sanciones: evitar las desigualdades. Los delitos contra el patrimonio no deben ser
castigados de forma desigual, de forma que aparejen mayores castigos hacia
ciertos sujetos.

Compensación a las víctimas


El sistema penal orientado a un desarrollo mas equitativo
Mayor participación de la comunidad
Evaluación periódica de la política criminal
Búsqueda de otros sistemas alternativos
Contribución de los medios de comunicación social
Evitar la desigualdad social dado que al tener reflejo en la política criminal puede
llevar a una política represiva y discriminatoria

IV.- SOBRE LA POLITICA CRIMINAL DEL ESTADO PERUANO A LA LUZ DEL


TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

El Tribunal Constitucional ha señalado que al momento de diseñar la política


criminal “el legislador goza de un margen razonablemente amplio para diseñar la
política criminal del Estado. Entre tales límites no sólo se encuentra la proscripción
de limitar la libertad personal más allá de lo estrictamente necesario y en aras de
la protección de bienes constitucionalmente relevantes, sino también la de no
desvirtuar los fines del instrumento que dicho poder punitivo utiliza para garantizar
la plena vigencia de los referidos bienes, es decir, no desnaturalizar los fines de la
pena (…) la pretensión de que ésta agote toda su virtualidad en generar un mal en
el penado, convierte a éste en objeto de la política criminal del Estado, negando su
condición de persona humana, y, consecuentemente, incurriendo en un acto tan o
más execrable que la propia conducta del delincuente.

Otra de las limitación que señala el Tribunal Constitucional para el diseño de la


política criminal es que “(…) las cuestiones jurídicas fundamentales de la
dogmática penal está abierto a la influencia directa del ordenamiento
constitucional; es decir, se encuentra, a la vez, dentro de las fronteras de la
Constitución y en relación directa con la política criminal (…) la política de
persecución criminal de un Estado constitucional democrático no puede distinguir
entre un derecho penal de los ciudadanos y un derecho penal del enemigo; es
decir, un derecho penal que distinga, en cuanto a las garantías penales y los fines
de las penas aplicables, entre ciudadanos que delinquen incidentalmente y desde
su status en tanto tales, de aquellos otros que delinquen en tanto se ubican
extramuros del Derecho en general y son, por ello, considerados ya no ciudadanos
sino más bien enemigos. Para los primeros son aplicables los fines
constitucionales de las penas antes aludidas, mientras que para los segundos, no
cabe otra alternativa más que su total eliminación.

Es valioso resaltar también el voto singular del Dr. Alva Orlandini cuando reconoce
que la legislación puede diseñar una normatividad que se aleje de la política
criminal: “En rigor, la Ley Nº 28726 no infringe ninguna norma constitucional. El
Legislador ha optado por una política criminal distinta a la que originariamente
consagró el Código Penal de 1991. Tal política tiene como sustento el acoso que
afronta la sociedad por acción de la delincuencia.” “ Estas acciones de emergencia
ante hechos delincuenciales no sólo debe ser afrontada con mayor drasticidad
punitiva, sino debe llevarnos a un estudio multidisciplinario preventivo donde se
discuta con antelación sobre estos gérmenes de delincuencia que puede estar
naciendo en la sociedad.
4.1-LIMITACIONES AL DISEÑO DE LA POLITICA CRIMINAL DEL PODER
LEGISLATIVO
Todo Estado de Derecho Democrático debe tener una política criminal
permanente, como regla general y en forma excepcional será modificado en
esencia sólo cuando existan causas justificantes para una modificación o
adecuación de nuevos lineamientos. Eso asegura que el Poder Legislativo no
puede saltar como un resorte ante un hecho coyuntural, que diario nos provee los
medios de comunicación.

Se trata de construir el marco conceptual adecuado para posteriormente establece


un determinado procedimiento de elaboración de las leyes penales que, yendo
más allá del respeto a las formalidades competenciales y secuenciales previstas
en las diversas Constituciones, introdujera una serie de requisitos procedimentales
directamente encaminados a garantizar la consideración de ciertos aspectos
materiales. Entre ellos y apresuradamente, cabe mencionar: Información empírico
– social de la realidad sobre la que se va a operar, la configuración de las
necesidades sociales que se pretenden satisfacer y las consecuencias sociales
previsibles de la intervención, análisis fiables del estado de la opinión pública y de
la actitud de los grupos de presión o representativos de interés, manifestaciones
de afectados, cálculos de costes económicos de la reforma legal, pronósticos
sobre las dificultades de su puesta en práctica, etc.

Si bien el Poder Legislativo es el titular de la normativa penal, sin embargo esa


facultad no puede ser ejercida arbitraria y desproporcionadamente, sino debe
regirse por ciertas pautas doctrinarias que le dan mayor legitimidad:

En esa orientación la intervención penal garantista se estructura en tres bloques


de principios:
El primero atiende a las pautas que deben regir la delimitación de los contenidos a
proteger por el derecho penal . El segundo se ocupa de los requisitos que deben
de concurrir en un determinado comportamiento para que se pueda exigir
responsabilidad criminal por él. El tercero atiende a los fundamentos en virtud de
los cuales se puede reaccionar con sanciones frente a una conducta responsable
criminalmente.

Diez Ripolles establece dos componentes imprescindibles de toda teoría de una


legislación penal. Los principios estructurales de la protección y los principios
coyunturales. Estos últimos están más ligados a una concreta decisión legislativa.
Estos principios coyunturales son:

 El principio in dubio pro libertate corresponde en la creación del Derecho,


aunque con cierta salvedades, al principio pro reo vigente en el ámbito procesal
de aplicación del Derecho, y se encuentra vinculado a una concepción de la
sociedad en la que libertad constituye uno de sus valores superiores. Implica la
renuncia a penar comportamientos si hay dudas respecto a su lesividad social,
al respecto del principio de intervención mínima o de cualesquiera otros
principios estructurales.

 El principio de tolerancia, que supone aceptar un cierto nivel de conflictividad


social sin una consecuente reacción de las instancias de control jurídico –
penal, pese a no haber dudas sobre la lesividad del comportamiento, sobre la
concurrencia del principio de de intervención mínima, etc. Ello se asume a
cambios de los beneficios en libertad individual obtenida, los posibles errores en
las decisiones penalizadoras que se puedan producir, y la potenciación de una
sociedad dinámica abierta a la eventual modificación de ciertas perspectivas
valorativas. Naturalmente el alcance de este principio no debe rebasar los
límites existentes de cara al mantenimiento de elementos esdenciales para la
convivencia, cuya localización será diversa en función del grado de estabilidad
e integración alcanzados por la sociedad correspondiente.

 El principio de ponderación de daños y ventajas, a través del cual se valoran los


efectos dañosos adicionales o complementarios que produce una decisión de
penalizar o despenalizar, que en ocasiones pueden ser de mayor entidad que
los beneficios que la penalización o despenalización comporta.

 Este principio pretende asegurar el rechazo, ya señalado en el marco del


principio de intervención mínima, a la asignación a la política criminal de
funciones de transformación social. El efecto troquelador de las normas
penales, esto es, la capacidad del Derecho penal para desencadenar
importantes efectos psicológicos-sociales de adhesión e interiorización de los
valores que fundamentan sus contenidos entre los ciudadanos socialmente
integrados, no ha de hacer caer en la tentación de penar o mantener la punición
más allá de los estrictamente para salvaguardar los presupuestos esenciales
para la convivencia.

Esta manera de limitar la facultad legislativa es consustancial con otras que se


establece por la Constitución y hasta la Corte Interamericana ha señalado que
“(…) En la elaboración de los tipos penales se debe tener presente el principio de
legalidad penal, es decir, una clara definición de la conducta incriminada, que fije
sus elementos y permita deslindarla de comportamientos no punibles o conductas
ilícitas sancionables con medidas no penales. La ambigüedad en la formulación de
los tipos penales genera dudas y abre el campo al arbitrio de la autoridad,
particularmente indeseable cuando se trata de establecer la responsabilidad penal
de los individuos y sancionarla con penas que afectan severamente bienes
fundamentales como la vida o la libertad”.

V.- PRISIONES

Reforma penitenciaria: las cárceles como escuelas del delito (Lourdes Fernández
Calvo)

El INPE plantea una reorganización en las cárceles para lograr una verdadera
resocialización de los internos

Según el Código de Ejecución Penal que rige el sistema penitenciario, el


encarcelamiento de una persona tiene como objetivo que esta sea reeducada,
rehabilitada y reincorporada a la sociedad. Si en el país esta disposición se
cumpliera a cabalidad, Freddy Maco Torres, interno en el penal de Picsi (Chiclayo)
por robo agravado, no habría asesinado el último sábado a su compañero de
celda, tras prenderle fuego, por un par de zapatillas. Tampoco Darwin Malca
Hernández,‘Loco Darwin’, habría ‘egresado’ del penal El Milagro, en Trujillo,
como un peligroso extorsionador.

“En los penales que tenemos actualmente hay una socialización negativa de
internos. Todos están juntos y cada uno aprende un tipo de conducta del otro, se
mimetizan”, reconoce el jefe del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), Julio
Magán.

¿Qué hacer para que las cárceles no sigan siendo escuelas del
delito? Basándose en las facultades legislativas que el Congreso le dio, el
Ejecutivo publicó la semana pasada el decreto N° 1239, que busca reorganizar la
separación de reos en los centros de mínima y máxima seguridad del INPE, y con
el que se apuesta por su rehabilitación.

1. Los reos procesados peligrosos serán tratados como sentenciados.


¿Cómo se organizan a los delincuentes antes de ser enviados a prisión? En
Lima, una Junta Técnica de Clasificación (conformada por un asistente social,
un abogado y un psicólogo del INPE) es la encargada de evaluar diariamente a
unos 30 reos que llegan a la carceleta del Palacio de Justicia. Esta debe
evaluar el perfil del preso en un plazo máximo de 24 horas. Debido a la masiva
llegada de detenidos, a veces la junta debe evaluar a reos en solo diez
minutos.

Con el decreto, la junta gana más facultades. Según la norma, ahora no solo los
reos sentenciados sino también los procesados podrán ser derivados a una
cárcel del Régimen Cerrado Especial, es decir, de extrema seguridad. Este
régimen restringe el contacto con el exterior. A él son enviados sicarios o
asesinos de alta peligrosidad.

“Antes de este decreto, un interno peligroso procesado se iba directamente al


régimen ordinario [con reos menos peligrosos] y lo mandaban a Lurigancho,
pero ahí continuaba con operaciones, formaba grupos mafiosos dentro del
penal. Ahora lo podríamos mandar directamente a Ancón I [Piedras Gordas] o
hasta a Challapalca”, explica César Bocanegra, director de Tratamiento del
INPE.

No obstante, el sector reconoce una gran debilidad: la norma no podría


aplicarse actualmente en los penales de Lima y Callao. Según reconoce
Julio Magán, la infraestructura y el hacinamiento de reclusorios como el de
Lurigancho (alberga 9.350 presos cuando su capacidad es para 2.400) impiden
que se realice esta distribución.
En este penal, por ejemplo, los presos deberían estar separados en pabellones
de mínima y mediana seguridad. Sin embargo, en la práctica, los reclusos se
han ubicado por afinidad de delitos e, incluso, hasta por los barrios de donde
proceden.

Magán refiere que los cambios en la clasificación recién podrían aplicarse en


los nuevos reclusorios que se construirán en los próximos años.

Precisamente, para incentivar la reforma penitenciaria, otro decreto declaró de


interés público la promoción de la inversión privada y público-privada en
penales. La norma incluye la inversión privada “para el financiamiento, diseño,
construcción, mantenimiento, operación de la infraestructura, tratamiento y
seguridad penitenciaria”. La participación de empresas estará regida por la ley
marco de asociaciones público-privadas (APP).

2. Nuevo criterio de clasificación: las habilidades.

El nuevo decreto establece, además, que una junta clasificatoria


designada en cada régimen penitenciario (ordinario o especial) analizará,
en un plazo de 30 días, si el futuro interno está vinculado a alguna
organización criminal y si su historial es favorable para una readaptación
que incluya un tratamiento laboral y técnico. “Se evaluarán las habilidades
que tenga el interno, lo que hará dentro del penal. El principio es que
ahora el reo entre a estudiar o trabajar, y ya no sea una escuela del
crimen”, explica Bocanegra.

Para el ex jefe del INPE, Gustavo Carrión, los cambios legislativos solo
crean expectativas y son una verdadera reforma penitenciaria. Carrión
propone, más bien, construir un penal para reos primarios (menos
peligrosos) en cada distrito judicial y, así, evitar que tengan contacto con
otros reclusos.
Conclusiones

PRIMERA: Si por Política se comprende que es la ciencia o arte de gobernar, por


Política Criminal debe entenderse lo referente a la prolifera y preocupante
actividad criminal, o sea, una parte de la política general. El término Política
Criminal o Criminológica, fue acuñado precursoramente por el mexicano Alfonso
Quiroz Cuarón, es la ciencia o el arte de seleccionar los bienes que deben
protegerse jurídico-penalmente y los caminos para materializar dicha tutela, lo que
significa el sometimiento a crítica, de los valores y caminos elegidos.

SEGUNDA: La Política Criminal y Anticriminal, debe recoger y


organizar programas preventivos sectoriales que inecualicen tanto las conductas
antisociales desviadas como las punibles, en resguardo del bienestar social,
basada en pautas culturales, en clara procura de la armoniosa vida social.

TERCERA: El Derecho Penal y la Dogmática Penal se encargan de la represión,


en cambio la Criminología reflejada en la Política Criminal tiene que afrontar, tanto
la prevención como la penalidad, en sus exposiciones ex ante y ex post facto, con
criterios dominantes de evitación criminógena.

CUARTA: Para amortiguar la creciente actividad criminal, es preferible prevenir


que castigar formulándose una eficaz política que se apoye en la labor educativa
de la gente, o sea, prevención que se ajuste a las necesidades, demandas y los
grados piramidales de la sociedad, por lo que necesita de inspirada instauración.

QUINTA: Los programas de prevención deben concentrar sus objetivos en


atender el proceso de socialización, en vista de las carencias que están
presentando los hogares, núcleos fundamentales del colectivo y proseguir su tarea
destinada a todos, sin distingos de edades y niveles socio-económicos.

SEXTA: La Política Criminal y al Sistema de Derecho Penal, se le atribuyen una


serie de caminos que debe cumplir para alcanzar sus fines. Siendo la Política
Criminal una disciplina valorativa, cimentada en el derrotero de la prevención de la
criminalidad, sus actos son todos aquellos que van a cooperar a lograr este
propósito general: vislumbrar la acción criminal y prevenirla. Esgrimiendo los
métodos inductivo y deductivo, apelando a discernimientos de las ciencias del ser
y deber ser. Por lo tanto, una seria crítica a la legislación penal forzosamente tiene
que proceder de la multidisciplinariedad propia de la Política Criminal.
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