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APIA
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EDITORES^
Título de la obra original en inglés:
A t Jesús Feet. The Gospel According to M ary M agdalene
Copyright © 2001 M ountain Ministry/Review an d H erald® Publishing
Association, Hagerstown, M aryland21740, USA. A ll rights reserved.
Spanish language edition published by perm ission o f copyright owner.
©
APIA
Asociación P ublicadora Interam ericana
2905 N W 87 Ave. Doral, Florida 33172 EE. U U.
tel. 305 599 0037 - fax 305 592 8999
mail@iadpa.org - www.iadpa.org
GEMA EDITORES
Traducción
Ethel D . M angold
Edición del texto
Sergio V. Collins, O m ar M edina
Diseño de la portada
Ideyo Alom ía
Diseño y diagramación de interiores
Jo sé D olorier
En esta obra las citas bíblicas han sido tomadas de las diferentes revisiones de la Reina-
Valera, 1909 (RVA), 1960 (RV60) y 1995: (RV95) © Sociedades Bíblicas Unidas. Tam
bién se ha usado la versión Nueva Reina-Valera: NRV © Sociedad Bíblica Emanuel y la
Nueva Versión Internacional: N V I © Sociedad Bíblica Internacional.
Impresión y encuadernación
3 D im en sión G rap h ic s, IN C .
Doral, Florida, EE.U U .
Printed in USA
HumiLLADA Y AVERGQNZADA
A LQS PIES DE }ESÚS
lAclulferio en el femólo
En t r e g a d a 1 0 8
A L©S PIES DE [ESÚS
E n Ia cruz
El A utor
-
E s t a página
TAIT1BIÉN HAY QUE LEERLA
Escribir este libro ha sido para mí un desafío único en su
género. Para entrelazar las diferentes historias y acontecimien
tos protagonizados por María, y mantener un flujo lógico del
relato en los hechos y acontecimientos no registrados en la Bi
blia, he tenido que poner en marcha algunas fibras de la ima
ginación y un par de hebras de verosímil suposición santifica
da. Cuando fue posible procuré honradamente construir mi
texto sobre lo que ha sido revelado en las Escrituras y en co
mentarios inspirados.
En primer lugar dejo constancia de que no soy profeta ni
hijo de profeta. Sin embargo, durante los cinco años dedica
dos a escribir este manuscrito, más de una vez pedí a Dios que
me ayudara a intuir lo que sucedió hace dos mil años para po
der relatar con exactitud los hechos. Hubo varias ocasiones
cuando me quedaba mirando fijamente la pantalla de mi
computadora y sentía como si fuera transportado hacia el pasa
do para observar diferentes aspectos de la vida de María, como
si yo también fuera un espectador en el desarrollo del drama.
Deseo que llegue el día cuando podré conocer a los perso
najes de este libro y descubrir si estas intuiciones mías se habí
an ajustado a la realidad de los hechos o no fueron más que
mera imaginación personal. ¿O tal vez un poco de todo ello?
De lo que no me cabe duda es de mi profundo anhelo por
llegar pronto a conocer a Jesús cara a cara, el cual me salvó,
igual que a María, de las profundidades del pecado.
H u m iL L A D A
Y A V E R G 0 N ZA D A
A L ffiS PIES D E [E S Ú S
lAdtul+erio eh
ellos eran sus dientes, pero ella sabía que identificarlos ahora
no haría más que agravar su castigo inminente.
De vez en cuando, para mantener la apariencia de piedad y
apaciguar a los devotos, los escribas, los doctores de la Ley y los
sacerdotes convertían en ejemplo a una de las prostitutas forá
neas haciéndola desfilar por las calles para que los transeúntes
las maldijeran y les escupieran. Después, en una farsa de celo
piadoso, expulsaban violentamente de la santa ciudad a la víc
tima a través de la Puerta de Estiércol, en una demostración
de falsa indignación.
«Debí haberme quedado en M agdala», pensó María mientras
se aferraba a las sábanas y procuraba tapar su desnudez con la
ropa de cama. Finalmente pudo ponerse de pie con dificultad.
—¡Agárrenla! ¡Que no se escape! -Gruñó uno de los sacer
dotes mientras otro corría hacia ella.
Un guardia del templo la agarró del antebrazo, hincándo
le las uñas en su delicada piel. María intentó zafarse, pero el
hombre la sostenía fuertemente. Aterrorizada comenzó a tem
blar descontroladamente. Había sospechado algo cuando ese
nuevo cliente había aparecido en la puerta de su habitación
tan temprano por la mañana. « Van a tomarme como ejemplo»,
había pensado.
-Pónganle algo de ropa -dijo uno de los doctores de la Ley
mientras hacía que el guardia soltara el brazo de la víctima.
-¡Ah! Yo digo que la llevemos así como está -objetó uno de
los escribas-. Será más convincente.
-¡No, él está en el templo, y no podemos llevarla desnuda!
-agregó un sacerdote de mayor edad con voz autoritaria mientras
recorría el cuerpo tembloroso de la mujer con mirada lasciva.
Uno de los hombres que se apoyaba contra la pared le al
canzó al sacerdote un vestido arrugado y sucio que tomó de
un taburete.
-Ponte esto. ¡Esconde tu vergüenza! -dijo bruscamente el
sacerdote, arrojándole la prenda enmugrecida a la temblorosa
mujer.
HumiLLADA Y AVERG©NZADA 15
Agradecida por la burda cobija, la mujer tomó el vestido de
la mano del hombre y se cubrió. A pesar de ser una prostitu
ta, aún conservaba un sentido de modestia. Bajo la mirada de
los ojos lascivos de sus acusadores cubrió su cuerpo desnudo.
Le temblaban los dedos mientras procuraba atarse el cinto del
vestido demasiado grande a la cintura.
Bajo el mando del sacerdote de mayor edad, los dos guar
dias del templo tomaron de los brazos a la víctima y la lleva
ron hasta la puerta. Los rabinos se hicieron a un lado, permi
tiendo el paso a los guardias y la mujer. Ella miró en forma
comprometedora a uno de los rabinos, quien bajó la mirada
avergonzado. Personajes tan respetables como él, nunca toca
rían a una mujer de mala reputación. Al menos en público.
Los guardias la arrastraron por las calles mientras sus áspe
ros dedos le laceraban su piel trigueña. La cabellera larga y es
pléndida, su orgullo y gloria, le caía enredada sobre su rostro.
La desdichada víctima procuraba mantener el equilibrio en el
camino pedregoso. «¿Hacia dónde me llevarán?», se pregunta
ba. La imponente silueta del santo templo dominaba el paisa
je distante. «¿Vamos a l templo? ¿Por qué a l templo?», se pregun
taba ella con creciente pánico.
La infortunada víctima oía las maldiciones y los gritos pro
feridos por los espectadores. Amas de casa y comerciantes cu
riosos comenzaron a seguir la extraña procesión.
«Oh Dios, te ruego que no permitas que M arta y Lázaro me
vean como realmente soy», oró María con desesperación. Una
risita desesperanzada brotó de entre sus sollozos mientras pen
saba: «¿Cómopuedo esperar que el Santo de Israel escuche la ora
ción de una pecadora impura como yo? He ido tan lejos, ¡dema
siado lejos!para que Dios me perdone o siquiera escuche mis ora
ciones».
Algo que sucedía a un lado de la callejuela sobresaltó a Ma
ría. Vio que unos sacerdotes recogían grandes piedras. «¡Me van
a apedrear! Me matarán a pedradas y los perros me devorarán
como lo hicieron con la reina Jezabel», pensó con desesperación.
16 A í e s p ie s d e Je s ú s
S. Juan 8: 2-11
«P or la m añ an a volvió a l tem plo, y to
do el pueblo vino a él; y sentándose, les en
señaba. Entonces los escribas y los fariseos le
trajeron u n a m u jer sorpren dida en a d u l
terio y, p o n ié n d o la en m edio, le d ije ro n :
“M aestro, esta m ujer ha sido sorprendida en
el acto m ism o de adulterio, y en la Ley nos
m andó M oisés apedrear a tales mujeres. Tú,
pues, ¿q u é d icesi”.
»Esto decían probándolo, p a ra tener de
qu é acusarlo. Pero Jesús, inclinado h acia el
suelo, escribía en tierra con el dedo.
» Y como in sistieran en p regu n tarle, se
enderezó y les d ijo : “E l que de vosotros esté
sin pecado sea el prim ero en a rro ja r la p ie
H u m iLLA D A Y AVERG© NZADA 21
Buscando amor
Hace varios años yo tenía un trabajo en Palm Springs, Cali
fornia, tocando la guitarra y la flauta después de la hora de cie
rre en un restaurante hippie llamado The Peach and Frog (El du
razno y la rana). El trabajo no me duró mucho porque el geren
te se dio cuenta que yo no era muy bueno como músico y que
como cantante era aún peor. Sin embargo, la mayoría de los
clientes llegaban medio borrachos después que los otros bares de
la ciudad habían cerrado, y ellos pensaban que yo cantaba muy
bien.
Cierta noche - o mejor dicho, una madrugada- de mi corta
carrera profesional como intérprete de música folclórica salí
del trabajo aproximadamente a las tres de la mañana y comen
cé a conducir mi Volkswagen por la calle desierta para ir a mi
apartamento. En la calle principal de Palm Springs vi a un
hombre de unos cincuenta años, con su hija, de unos veinte,
sentados en la parada de ómnibus.
«Deben ser turistas», pensé, «y no saben que los ómnibus de
jan de pasar después de la medianoche». Hacía poco que era
cristiano y tenía mucho que aprender. Queriendo ser un buen
samaritano, detuve el auto y les dije que los ómnibus ya no
funcionaban a esta hora.
El hombre ebrio me miró con ojos desenfocados y balbuceó:
—Llamamos a un taxi hace una hora, pero no ha llegado.
No me cabía la menor duda de que había estado bebiendo
copiosamente.
-Bueno, ¿hasta dónde tienen que ir? -pregunté.
-A l hotel que está a unos cinco kilómetros hacia el sector
sur de la ciudad -dijo con un tono esperanzado en la voz.
—Súbanse, y los llevaré hasta allá.
Tanto el hombre como la muchacha eligieron apretujarse
en el incómodo asiento trasero de mi escarabajo, en vez de que
uno se sentara en el asiento delantero más espacioso.
24 A í e s PIES DE JESÚS
Adictos a Dios
Concebí una teoría según la cual Dios creó a todos los seres
humanos como adictos. Somos adictos porque ¡Dios nos creó
de esa manera! Quiero decir, Dios nos creó para que seamos
adictos a él. Cuando lo rechazamos, procuramos en vano llenar
el descomunal vacío que se produce con alguna otra obsesión.
Algunos se vuelven adictos al trabajo; otros adictos a la co
mida y sufren de bulimia y obesidad. Muchos prefieren las be
bidas alcohólicas, las drogas o los cigarrillos. Existen miles de
adictos al sexo, a la música, a la moda y la apariencia externa.
Muchos se vuelven adictos a otras personas en relaciones in
terpersonales codependientes perjudiciales. Todos son consu
midos por el materialismo y la vanidad. Todo esto representa
un intento mal concebido por llenar el espacio que correspon
de únicamente a Dios.
Los seres humanos fueron creados para vivir llenos del
Espíritu de Dios, y cuando Dios no ocupa el centro de sus vi
das, buscan desesperadamente la manera de llenar ese vacío
con otra cosa. Dios nos diseñó para ser adictos en amor hacia
él. Solamente en él encontraremos gozo y satisfacción.
El juicio
«Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo:
“El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar
la piedra contra ella”. E inclinándose de nuevo hacia el suelo,
siguió escribiendo en tierra» (S. Juan 8: 7, 8).
Cuando oyeron esto, quedaron estupefactos. Consultaron
unos con otros cómo combatir esta respuesta inesperada. La
muchedumbre creciente de espectadores y adoradores volvió
su mirada hacia los líderes religiosos. ¿Se atrevería alguno de
esos corruptos funcionarios del templo a arrojar la primera pie-
HumiLLADA Y AVERGffiNZADA 29
dra y por lo tanto afirmar que estaba sin pecado? Aun las Escri
turas del Antiguo Testamento afirmaban que todos los hombres
habían pecado.
«Porque no hay hombre que no peque» (1 Reyes 8: 46).
«Todos nos descarriamos como ovejas, cada cual se desvió
por su camino» (Isaías 53: 6, NRV).
«No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Sal
mo 14: 3).
Aunque buscaban frenéticamente una refutación adecuada
para la invitación penetrante de aquel Hombre, miraron hacia
el suelo y se dieron cuenta por primera vez de lo que Jesús es
taba escribiendo en el polvo del piso de mármol.
Tres veces en la Biblia se registra que Dios escribió algo:
En espera de la sentencia
«Solo quedaron Jesús y la mujer que estaba en medio.
Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer...»
(S. Juan 8: 9, 10).
En este punto de la historia, María comparece cara a cara
ante Jesús, esperando su censura. Alrededor del mundo ha si
do la costumbre durante siglos de que el acusado debe poner
se de pie ante el juez cuando se pronuncia la sentencia. «Por
que todos compareceremos ante el tribunal de Cristo» (Roma
nos 14: 10).
Al fin del tiempo, cuando el Juez de la más suprema corte
se ponga de pie, ya no será para escuchar evidencias. Estará
listo para pronunciar la sentencia. Cuando el juicio de la iglesia
que se realizará antes de la segunda venida llegue a su fin, Mi
guel (Jesús) se levantará y habrá un tiempo de gran tribulación;
entonces Jesús regresará a esta tierra (ver Daniel 12: 1, 2).
Juicio y perfección
Jesús dijo que no había venido para condenar a los pecadores,
¡pero tampoco había venido para consentir con el pecado! Mien
tras María permanecía de pie temblando ante Jesús, esperando
su sentencia, creo que leyó el amor y la compasión en su ros
tro. Aunque no conocía la gracia que él ofrecía, fue aceptada y
recibida. «Ni yo te condeno», dijo Jesús.
Pero para que no malentendiéramos la naturaleza mortífe
ra del pecado agregó: «Vete y no peques más».
«Espera, Doug —alguien podría estar pensando-, ¿nos está
pidiendo Jesús que estemos sin pecado?» Absolutamente. Jesús
nunca puede decir menos. El pecado es la enfermedad que
estaba matando a María.
H u m iLLA D A Y A V E R G 0 N Z A D A 33
El pecado ya no reina
El pecado es más que una sola ofensa; el pecado es un pa
trón constante, un estilo de vida. Antes de que Jesús nos salve,
somos esclavos del pecado. Luego de que Jesús nos ha salvado,
podemos caer ocasionalmente y lastimarnos las rodillas, pero
«el pecado no tendrá dominio sobre ustedes» (Romanos 6: 14,
NVT).
Para el cristiano, donde el pecado alguna vez estuvo entro
nizado sin competencia, ahora Jesús permanece como Señor y
Rey. «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de
modo que lo obedezcáis en sus apetitos» (Romanos 6: 12). Es
to no significa que los cristianos genuinos no cometerán erro
res. Juan dijo: «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con
el Padre, a Jesucristo, el justo» (1 S. Juan 2: 1).
Este concepto es descrito en mayor detalle en el conocido
libro E l camino a Cristo: «El carácter se da a conocer, no por
las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecuten, si
no por la tendencia de las palabras y de los actos en la vida
diaria» (p. 86, ed. GEMA/apia).
Ni aprobación ni condenación
«Le dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nin
guno te condenó?”. Ella dijo: “Ninguno, Señor”. Entonces Je
sús le dijo: “Ni yo te condeno; vete y no peques más”» (S. Juan
8 : 10, 11).
Un momento, ¡ella era culpable! ¿Está Jesús aprobando aquí
el adulterio? No, ¡de ninguna manera! La afirmación de Jesús
confirma lo opuesto. El Hijo del Dios viviente ve al adulterio
como un pecado cuando dice: «Vete y no peques más».
Los acusadores de la mujer se habían ido. Los cargos por lo
tanto habían sido retirados, técnicamente. Jesús ya había di
cho que él no la acusaría. Era libre para irse.
H u m iLLA D A Y AVERG63NZADA 35
Verdadero arrepentimiento
Sara era una admirable mujer cristiana que tenía una rela
ción excepcional y profunda con su Señor. Pero su hermano
Jorge era la oveja negra de la familia, la antítesis de la vida de
su hermana. Jorge tenía un serio problema de alcoholismo.
Después de muchos años de abuso su cuerpo se rebeló. Sus ri
ñones estaban fallando cada vez más. Los médicos le dijeron a
Sara que Jorge seguramente habría de morir pronto si no reci
bía un trasplante de riñón.
—¿Y qué sucede con el trasplante? —preguntó Sara.
-Debido al historial de alcoholismo de Jorge, es poco pro
bable que siquiera calificaría para que su nombre fuera agre
gado a la lista de receptores de trasplantes. Sin dudarlo, Sara
36 A íes PIES DE |esús
preguntó a los médicos si ella podía donarle un riñón a su her
mano convaleciente.
—Si los tipos de sangre son compatibles, podrías hacerlo
-respondió el médico-. Pero se trata de una cirugía costosa, y
cuestionamos la conveniencia de poner en riesgo tu salud en
beneficio de una persona con hábitos tan autodestructivos.
—Por favor, doctor. Solamente averigüe si mi riñón siquie
ra es compatible.
Resultó ser que sus tipos de sangre eran compatibles. Cuando
el departamento de contaduría mencionó el tema del dinero
-Jorge no tenía seguro médico-. Sara hipotecó su casa y asumió
la responsabilidad de pagar lo que fuera necesario. Con persis
tencia persuadió al hospital y al equipo de trasplante de riñón
para que realizaran la operación.
El trasplante se llevó a cabo con éxito para Jorge, pero no pa
ra Sara. Sara tuvo una reacción alérgica muy extraña hacia la
anestesia, y después de la cirugía descubrió que estaba paralizada
desde la cintura hasta los pies. Sara no se sintió tan mal cuando
supo que Jorge estaba recuperándose excepcionalmente.
-Gracias a Dios -d ijo -, si logro comprarle unos años más
de vida a mi hermano para que pueda encontrar al Salvador,
porque entonces mi invalidez habrá valido la pena, aunque yo
no pueda volver a caminar.
Cuánta nobleza y generosidad manifestó esta hermana aman
te. Sin embargo, su nobleza no es la razón por la cual refiero es
ta historia, porque la vida es más extraña que la ficción. ¿Cómo
cree el lector que se habrá sentido Sara cuando su hermano
nunca se detuvo junto a su cama para agradecerle por su sacri
ficio tan costoso? ¿Y cómo cree que Sara se sintió cuando supo
que lo primero que hizo su hermano después de salir del hospi
tal fue ir a un bar para celebrarlo?
La mayoría de la gente acepta de buen grado las bendicio
nes de Dios pero, las desperdicia egoístamente, lo mismo que
Jorge. ¿Cómo se sentirá Jesús cuando un cristiano, luego de
recibir misericordia y vida, abandona su presencia y regresa al
H u m iLLA D A Y A V E R G 0 N Z A D A 37
mismo comportamiento que causó tanto sufrimiento al Salva
dor? Cuando vemos y comprendemos cuánto le han costado
nuestros pecados, ya no deseamos continuar aferrados del
monstruo que le infligió tales heridas.
Jesús no murió en la cruz para comprarnos una licencia
para pecar; vino para salvarnos del pecado. Y el amor es el poder
que nos habilita para alejarnos del pecado. «¿O menosprecias las
riquezas de su benignidad, paciencia y generosidad, ignorando
que su benignidad te guía al arrepentimiento?» (Romanos 2: 4).
Infractores reincidentes
La historia de María no termina en el suelo del templo.
Tampoco terminan así nuestras historias. El hecho de repetir
los mismos errores y caer en el mismo pecado más de una vez
no significa que Dios nos ha abandonado. «Algunas mujeres
que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades:
María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido sie
te demonios» (S. Lucas 8: 2). «Habiendo, pues, resucitado Je
sús por la mañana, el primer día de la semana, apareció prime
ramente a María Magdalena, de quien había echado siete de
monios» (S. Marcos 16: 9). Siete veces María había regresado
a su antigua vida de pecado y Jesús la había perdonado. « Por
que aunque siete veces caiga el justo, volverá a levantarse, pero
los malvados caerán en el mal» (Proverbios 24: 16).
Nuestro problema es que si después de ser liberados de los
demonios de algún pecado específico no llenamos el vacío rá
pidamente con buenos reemplazos, pronto caeremos en las
antiguas huellas de comportamientos objetables. «Cuando el
espíritu impuro sale del hombre, anda por lugares secos bus
cando reposo; pero, al no hallarlo, dice: “Volveré a mi casa, de
donde salí”. Cuando llega, la halla barrida y adornada. Enton
ces va y toma otros siete espíritus peores que él; y entran y vi
ven allí, y el estado final de aquel hombre viene a ser peor que
el primero» (S. Lucas 11: 24-26).
38 A LSS PIES DE |ESÚS
Un modelo de grandeza
Es interesante notar que las seis resurrecciones realizadas
por Jesús causan la impresión de haber sucedido en un orden
intencional y con sentido y poder crecientes.
En primer lugar, tenemos a la niña que había estado muer
ta por unas pocas horas (S. Marcos 5: 35-43).
Luego tenemos al joven que estaba siendo llevado para ser
enterrado (S. Lucas 7: 12-16).
Después está el milagro de la resurrección de Lázaro; había
estado muerto durante cuatro días (S. Juan 11).
Luego el milagro de la resurrección de Jesús, que fue acom
pañada por la resurrección de muchos santos en los alrede
dores de Jerusalén; ellos habían estado muertos durante años
(S. Mateo 27: 51-53).
Después serán los muertos en Cristo que resucitarán cuan
do él vuelva en gloria (1 Tesalonicenses 4: 16).
La última resurrección incluirá un inmenso número de per
sonas de todos los tiempos. Los perdidos de todas las épocas re
sucitarán para juicio y castigo al concluir los mil años (Apo
calipsis 20: 5).
Oración perseverante
Así como María lloró a los pies de Jesús implorando por la
resurrección de su hermano, la iglesia del Nuevo Testamento
también fue resucitada mediante las oraciones y las lágrimas
de Pablo y otros como él: «Al recordarte de día y de noche en
mis oraciones, siempre doy gracias a Dios, a quien sirvo con
una conciencia limpia como lo hicieron mis antepasados»
(2 Timoteo 1: 3, NVI). «Por la mucha tribulación y angustia
del corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fue
rais entristecidos, sino para que supierais cuán grande es el
amor que os tengo» (2 Corintios 2: 4).
También debemos orar y rogar persistentemente a Dios
que conceda vida a nuestros amigos y seres queridos que están
5 6 A L0S PIES DE je sú s
¡Sin comentarios!
Recordemos que Lázaro no dio informe alguno después de
haber estado muerto durante cuatro días, tras los cuales resucitó.
5 8 a P IES D E Jesús
El rico y Lázaro
Otro pasaje de las Escrituras que suele citarse con la intención
de probar que los muertos van directamente al cielo o al infierno
después de la muerte y antes de la resurrección o el juicio es la
60 A L e s PIES DE ¡ESÚS
Un ladrón de comas
Quizá alguien esté pensando: «¿Acaso no le prometió Jesús a l
ladrón sobre la cruz: “Te digo que hoy estarás conmigo en elparaí
so”» (S. Lucas 23: 43, RV95)?
Perdón, pero eso no es lo que dijo Jesús. Cuando se escribió
originalmente en griego este pasaje, no había signos de pun
tuación. Esa mejora en la literatura no se desarrolló hasta varios
siglos después que fue escrita la Biblia en su plenitud. Pos
teriormente los traductores tuvieron que decidir dónde colocar
los puntos y las comas. Dado que el pensamiento popular era
que una persona iba directamente al cielo o al infierno al morir,
no había ninguna razón válida para que los traductores coloca
ran una coma antes de la palabra «hoy» en vez de después, con
lo cual cambiaron completamente el significado del versículo.
Una coma mal colocada puede comunicar un significado
totalmente opuesto al que fue intencionado. Por ejemplo, en
la década de los veinte un comerciante de animales adinerado
envió a su esposa a París con algunos amigos para festejar su cum
6 2 A L©S Pies DE |e s ú s
muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según
sus obras» (Apocalipsis 20: 12). «¡Vengo pronto!, y mi galardón
conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra» (Apo
calipsis 22: 12).
Muchos afirmarán que conocen a Dios, pero sus obras re
velarán una historia diferente. «Profesan conocer a Dios, pero
con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, re
probados en cuanto a toda buena obra» (Tito 1: 16). «El que
dice: “Yo lo conozco”, pero no guarda sus mandamientos, el
tal es mentiroso y la verdad no está en él» (1 S. Juan 2: 4).
Jesús advirtió en S. Mateo 7: 20: «Así por sus frutos los co
noceréis».
María tenía mayor conocimiento del corazón que de la
mente. Cualquier fariseo podría haberla desconcertado con
detalles doctrinales, pero cuando se trataba de conocer al Se
ñor, María no tenía competidor.
Devoción
La importancia de la devoción personal y la asistencia a la
iglesia a menudo son subestimadas. Es posible estar tan ocu
pado haciendo la obra del Señor que nos olvidamos del Señor
de la obra. O, tal como Marta, nos ocupamos tanto trabajan
do por el Señor que no llegamos a conocerlo realmente.
Jesús estableció un orden de prioridades entre la fe y las
obras con su afirmación registrada en S. Lucas 10: 41, 42:
«Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena
parte, la cual no le será quitada».
¿Qué era esa «una cosa» a la cual Jesús se refería? Era la
«una cosa» que le dijo al joven rico que le faltaba. «En
tonces Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te falta”»
(S. Marcos 10: 21).
Es la misma «una cosa» en la que siempre insistió: dar a
Dios el primer lugar; buscar un conocimiento del Señor que
C®N DEVffiCIÉN / 7
produzca una fe salvadora. Una cosa es necesaria; sin esa «una
cosa» todas las buenas obras del mundo no podrían salvar ni
siquiera a una pulga.
«Pero sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11: 6).
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie
se gloríe» (Efesios 2: 8, 9).
¡Jesús dijo que la única buena obra que puede salvarnos es
creer en él! «Respondió Jesús y les dijo: “Esta es la obra de Dios,
que creáis en aquel que él ha enviado”» (S. Juan 6: 29).
Somos salvos por fe en Dios; pero una fe verdadera y salva
dora en Dios surgirá solamente cuando conozcamos a Dios y
como resultado confiemos en él.
Permítanme ilustrarlo. Si un desconocido se me acercara
en pleno aeropuerto y me extendiera un cheque por un millón
de dólares, yo más sospecharía que me alegraría. Al no cono
cer al individuo, me preguntaría si se trata de una broma pe
sada o de un timo. Podría preguntarme si esa persona no se
habría escapado de un centro psiquiátrico. Ciertamente ten
dría serias dudas acerca del valor del cheque. ¿Por qué? Porque
no conozco a la persona. Por otro lado, tengo unos pocos ami
gos que son millonarios. Si uno de ellos me diera un cheque
por un millón de dólares estaría sumamente emocionado.
¿Cuál es la diferencia? El hecho de conocerlos me induciría a
tener fe en sus promesas.
Del mismo modo, la fe en Dios proviene de conocer a Dios.
¿Cómo llego a conocer a Dios? Conocer a Dios y tener fe en él
proviene primariamente de la lectura de su Palabra. «Así que la fe
es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10: 17).
La siguiente secuencia lógica de tres puntos, si es compren
dida, puede transformar vidas.
Primero la palabra
Tal como lo descubrió María, sentarse a los pies de Jesús y oír
la Palabra se vuelve una prioridad para todo cristiano lleno del
Espíritu. Los apóstoles actuaron sobre este principio de priori
dad cuando ordenaron a los siete diáconos: «Entonces los doce
convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: “No es jus
to que nosotros dejemos la palabra de Dios para servir a las me
sas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete hombres
de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a
quienes encarguemos de este trabajo. Nosotros persistiremos en
la oración y en el ministerio de la Palabra”» (Hechos 6: 2-4).
Entonces, la Palabra debe ser más importante que la tarea.
La obra del Señor nunca prosperará hasta que la Palabra del
Señor tenga preeminencia en las mentes de su pueblo.
Si un hombre tiene un ataque al corazón y los paramédi
cos llegan y comienzan por lavarle la cara, limarle las uñas y
peinarle el pelo, en vez de aplicarle RCP (reanimación cardio-
pulmonar), probablemente morirá. O bien, si alguien intenta
revivir una planta deshidratada sacándole el polvo a las hojas
en vez de regarla, no tendrá éxito.
Tantas veces me he sentado en la plataforma durante el ser
vicio religioso de la iglesia o en algún retiro espiritual, espe
rando ansiosamente para predicar la Palabra, observando el
desfile aparentemente inacabable de anuncios, preliminares,
preludios y «partes especiales» que devoran el tiempo precioso
C©N DEV®CI© N 79
que debería dedicarse a la proclamación de la Palabra. Cuando
finalmente abro mi Biblia para exponer la Palabra de Dios, mu
chos en la congregación ya están inquietos e irritables, obser
vando impacientemente sus relojes, listos para irse. Otras per
sonas que sufren de bajo nivel de glucosa en la sangre, son in
capaces de comprender lo que estoy diciendo. El Señor recibe
lo que sobra de nuestra concentración, una ofrenda pobre de
nuestra atención.
Por más importante que sean, los anuncios de iglesia, las
partes musicales, las dedicaciones de bebés, sí, incluso los bau
tismos y los servicios de comunión, nunca deberían reemplazar
o eclipsar la lectura (y la predicación) de la sagrada Palabra.
Maná matinal
La mañana es el mejor momento para conocer a Dios. Este
principio fue ilustrado profundamente al pueblo de Israel por
el regalo diario del maná de parte de Dios. La comida de ángel
caía desde el cielo temprano por la mañana, seis días a la sema
na, durante cuarenta años. Si alguno esperaba demasiado para
recogerlo, el maná se evaporaba en el calor del sol del desierto.
«Lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de
comer; y luego que el sol calentaba, se derretía» (Éxodo 16: 21).
Del mismo modo, sí esperamos demasiado tiempo para nues
tro culto personal, las preocupaciones y las presiones de nuestro
día captarán nuestra atención antes de que lo haga el Señor.
Cuanto más ocupados estemos y más tengamos para hacer,
más necesitamos dedicar tiempo para orar. No permitamos
que se derrita el maná.
Jesús, nuestro ejemplo en todas las cosas, realizaba su culto
personal matutino: «Levantándose muy de mañana, siendo
aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba»
(S. Marcos 1: 35).
Tal como lo dijo muy bien el famoso evangelista Charles
Spurgeon: «La mañana es la puerta del día, y debería ser vigilada
80 A í e s PIES DE [ESÚS
Pan de la Biblia
La comida espiritual es tan esencial como la comida física.
Si se nos ha hecho tarde para llegar al trabajo y debemos ele
gir entre un plato de cereal o nuestro culto personal, muchos
pueden sentir que su tiempo a solas con Dios es prescindible.
Por más importante que sea la fibra para nuestro bienestar,
no nos mantendrá alejados del pecado cuando llegue la ten
tación.
«Nunca me separé del mandamiento de sus labios, sino
que guardé las palabras de su boca más que mi comida» (Job
23: 12). «Fueron halladas tus palabras, y yo las comí» (Jere
mías 15: 16). Cuando oramos: «Danos hoy el pan nuestro de
cada día» (S. Mateo 6: 11, NRV) se aplica más al pan espiri
tual que al pan horneado. Cuando Jesús fue tentado en el des
ierto después de ayunar durante cuarenta días, le dijo al dia
blo: «Escrito está: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de
toda palabra de Dios”» (S. Lucas 4: 4). No podemos depen
der de otros para que nos alimenten espiritualmente. Los cris
tianos maduros deben aprender a hornear su propio «pan de
la Biblia».
Los que visitan el Parque Nacional Yosemite, reciben una
hoja impresa de manos de un guardabosque en la entrada del
CffiN D E V 0 C I0 N 81
Jesús en mí
Una madre y su hijita de tres años viajaban en auto cuan
do repentinamente la niñita puso la cabeza sobre el pecho de
su mamá y comenzó a escuchar.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó la mamá.
-Estoy escuchando a Jesús en tu corazón —fue la respuesta.
-Y ¿qué oyes?
La inocente niña miró a su madre con ojos perplejos y le
dijo:
—¡Parece como si estuviera haciendo café!
Los cristianos no solamente tenemos la promesa que Jesús
estará con nosotros hasta el fin (ver S. Mateo 28: 20), sino que
también desea habitar en nosotros. ¿Cómo podemos hacer
que esta promesa se cumpla? «En mi corazón he guardado tus
dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119: 11). Puesto que
Jesús es la Palabra, también sería correcto decir que Jesús mis
mo es el arma secreta.
Si pasamos tiempo con Jesús mediante la oración y el estu
dio de la Palabra, lo conoceremos mejor y por lo tanto lo ama
remos más. Él habitará en nuestros pensamientos y en otros
procesos mentales. Así como nuestra reacción natural es ha
blar de las personas a quienes amamos, también será más na
tural que hablemos a los demás acerca de nuestro Señor. Así
como un músculo se fortalece con la actividad, también cuan
do compartimos a Jesús con los demás nuestra propia fe se
fortalece.
Más amor, más testimonio, más entrega, más energía es
igual a menos desánimo y menos depresión. Todo esto es una
reacción en cadena directa que proviene de utilizar el arma se
creta de la devoción personal.
C e N DEVffiCléN 83
Todos necesitamos y deseamos urgentemente que Jesús mo
re en nuestros corazones. ¿Cómo logramos que lo haga? Dado
que otro nombre para Jesús es la Palabra, al leer la Palabra esta
mos invitándolo directamente a que more en nosotros. «Cristo
en vosotros, esperanza de gloria» (Colosenses 1: 27).
Analfabetos espirituales
Una de las cosas más importantes que podemos hacer para
experimentar un reavivamiento personal en nuestras vidas es
escuchar la Palabra. Pero en años recientes me he sentido cada
vez más alarmado por la sorprendente ignorancia acerca de las
Escrituras que he observado en las iglesias y escuelas cristianas
que he visitado.
Lo que sigue es una lista de las respuestas más diverti
das dadas por estudiantes a preguntas básicas acerca de la
Biblia:
|
m
84 A íes p ie s d e Je s ú s
que ella podía leer entre líneas, por eso nunca la trataba bon
dadosamente.
De todos los discípulos de Jesús, Mateo era el más sensible
y comprensivo hacia la mujer. El mismo, un antiguo publica-
no, sabía lo que se sentía al ser considerado un paria de la
sociedad. Podía identificarse con el aprecio que María sentía
por la misericordia de Jesús.
Cuando María llegó a la fiesta, Marta acababa de terminar
de acomodar a Jesús y los huéspedes en el patio de la casa de
Simón. Notó que Judas estaba obviamente molesto porque Je
sús, Lázaro y Simón estaban en la cabecera de la mesa, mien
tras a él lo habían relegado a un asiento al final de la mesa, con
algunos de los invitados menos ilustres. Incluso Juan, el más
joven del grupo, estaba más cerca de la cabecera de la mesa. Ma
ría se dio cuenta que Judas procuraba, sin éxito, disimular su
orgullo ofendido. Sin embargo no se necesitaba mucha pers
picacia para darse cuenta de que el hombre estaba indignado y
preocupado.
Entonces Jesús, observando como Judas y algunos de los
invitados se disputaban los mejores lugares en las mesas, apro
vechó para impartirles una pequeña homilía:
-«Cuando seas convidado por alguien a unas bodas no te
sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que
tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a
él, te diga: “Da lugar a este”, y entonces tengas que ocupar
avergonzado el último lugar. Más bien, cuando seas convida
do, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el
que te convidó te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces
tendrás el reconocimiento de los que se sientan contigo a la
mesa. Cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se
humilla será enaltecido» (S. Lucas 14: 8-11).
Aunque Jesús impartió este sutil reproche en un formato
general, el rostro de Judas se sonrojó, revelando que había
captado la reprensión. Supuso que había sido identificado
como el culpable y eso aumentó su cólera.
C®N SA CR IFIC I® 93
Mientras tanto, María, que esperaba ansiosamente el mo
mento de estar a solas con Jesús para entregarle su regalo,
comprendió que si deseaba hacerlo antes de que sus enemigos
lo arrestaran tendría que actuar con premura. Sin embargo,
María sabía que presentar su regalo en este evento público po
día convertirse en una escena ridicula y definidamente ser mal
entendida. Mientras reflexionaba sobre qué debía hacer, Jesús
comenzó a compartir otra lección.
Esta vez dirigió sus comentarios a Simón:
-«Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos ni
a tus hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos, no sea que
ellos, a su vez, te vuelvan a convidar, y seas recompensado.
Cuando hagas banquete, llama a los pobres, a los mancos, a
los cojos y a los ciegos; y serás bienaventurado, porque ellos
no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la
resurrección de los justos» (vers. 12-14).
Cuando uno de los escribas que estaba sentado a la mesa
con él escuchó estas cosas, dijo con un aire de piedad:
—«Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios»
(vers. 15).
«Entonces Jesús le dijo: “Un hombre hizo una gran cena
y convidó a muchos. A la hora de la cena envió a su siervo
a decir a los convidados: “Venid, que ya todo está prepara
do” . Pero todos a una comenzaron a excusarse. El primero
dijo: “He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Te
ruego que me excuses” . Otro dijo: “He comprado cinco
yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excu
ses” . Y otro dijo: “Acabo de casarme y por tanto no puedo
ir” . El siervo regresó e hizo saber estas cosas a su señor.
Entonces, enojado el padre de familia, dijo a su siervo: “Ve
pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a
los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos” . Dijo el
siervo:• “Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay
lugar” . Dijo el señor al siervo: “Ve por los caminos y por los
vallados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa, pues
94 A Le s PIES DE [ESÚS
m§smm
S. Marcos 14: 3
«Pero estando él en B etan ia, sentado a
la m esa en casa de Sim ón e l leproso, vino
u n a m ujer con un vaso de alabastro de p e r
fu m e de nardo p u ro de mucho valor; y que
brando el vaso de alabastro, se lo derram ó
sobre su cabeza».
¿Cuánto cuesta?
Quizás el mejor momento de la vida de María, en diversos
sentidos, fue estar a los pies de Jesús en actitud de sacrificio y
servicio. Esto se deduce del hecho que Jesús haya inmortaliza
do la acción de ella cuando declaró: «De cierto os digo que
dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mun
do, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de
ella» (S. Mateo 26: 13). ¿Por qué? ¡Porque María lo entregó
todo!
Aunque pueda parecer radical o hasta preocupante, nues
tra salvación requiere que lo entreguemos todo: entrega total
y sacrificio total. Esta es la misma razón por la cual Jesús alabó
a la viuda que puso sus últimas dos monedas en el arca de las
ofrendas, entregando así todo que tenía: «Vio también a una
viuda muy pobre que echaba allí dos blancas. Y dijo: “En ver
dad os digo que esta viuda pobre echó más que todos, pues
todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les
sobra; pero esta, de su pobreza echó todo el sustento que te
nía”» (S. Lucas 21: 2-4).
100 A L0S PIES DE |ESÚS
El amor da profusamente
Conozco a un comerciante bastante próspero, cuyo hijo fue
declarado culpable de asesinato y sentenciado a cadena perpe
tua. El padre amante, convencido de la inocencia de su hijo,
hipotecó su casa y vendió todos los bienes de la familia para
pagar los gastos legales con el fin de dar otra oportunidad de
juicio a su hijo. Aunque se mantuvo el mismo veredicto, el pa
dre nunca se arrepintió del sacrificio realizado. ¿Por qué lo hi
zo? Porque el amor da de manera sacrificada. «¡Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado!» Dios el Padre en
tregó todo cuando envió a su Hijo unigénito.
Cuando Naamán el sirio fue sanado de su lepra, su primera
reacción fue dar algo al profeta Eliseo, no para pagar por haber
sanado de su enfermedad, sino por un profundo sentimiento de
agradecimiento (ver 2 Reyes 5). Su dádiva era proporcional a su
enorme gratitud. Luego que Zaqueo fue perdonado por Cristo,
su respuesta fue dar abundantemente (ver S. Lucas 19: 1-10).
María también se sintió compelida a dar a su Salvador por
su gratitud rebosante, porque apreciaba cuánto había sido per
donada.
«Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdo
nados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona
poco, poco ama» (S. Lucas 7: 47). Es asimismo cierto que
C ® N SA CRIFICI© 103
quien tenga un concepto claro de cuánto ha sido perdonado
amará mucho. Es la razón por la que María entregó mucho
cuando ungió los pies de Jesús. «Y algunas mujeres que habían
sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que
se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios,
Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, Susana y otras
muchas que ayudaban con sus bienes» (S. Lucas 8: 2, 3).
Poco antes del final de la vida de Jesús María lo entregó to
do para ungir a Jesús cuando compró el exquisito perfume.
«Cada uno dé como propuso en su corazón: no con triste
za ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre» (2 Co
rintios 9:7).
Los ungidos
En tiempos pasados, los sacerdotes y los reyes eran ungidos
ceremonialmente con aceite, como señal de reconocimiento
de su autoridad y a la vez como símbolo de la acción del Es
píritu de Dios sobre ellos. «Derramó el aceite de la unción
sobre la cabeza de Aarón, y lo ungió para santificarlo» (Leví-
tico 8: 12). Otro ejemplo es el ungimiento del capitán Jehú
con una redoma de aceite por uno de los profetas para sellar
su nombramiento como rey: «Toma luego la redoma de acei
te, derrámala sobre su cabeza y di: “Así dice Jehová: ‘Yo te he
ungido como rey de Israel’”. Entonces abre la puerta y echa a
correr sin detenerte» (2 Reyes 9: 3).
Esto destaca la gran importancia del ungimiento de María
al Señor justo antes de la cruz: ¡Jesús estaba siendo sellado co
mo nuestro Rey, Sacerdote y Sacrificio!
La palabra hebrea Mashach, o Messiah, y el término griego
Christos ambos son traducidos como «el ungido». Algunos
creen que Cristo fue el último nombre de Jesús, pero la pala
bra «Cristo» es un título: «El Ungido».
El lavamiento o ungimiento de los pies de Jesús por las lá
grimas de María simbolizaba el caminar de Jesús por nuestras
104 A l ©s pies De Jesús
penas y nuestro dolor. «Tú anotas mis huidas, juntas mis lá
grimas en tu redoma ¿No están escritas en tu libro?» (Salmo 56:
8, NRV). Nuestros pies fueron bañados en sus lágrimas, y su ca
beza fue coronada con las espinas de nuestros pecados. Esta es
la razón por la cual el profeta dijo: «Ciertamente llevó él nues
tras enfermedades y sufrió nuestros dolores» (Isaías 53: 4).
Servicio humilde
Una persona que visitaba un hospital vio a una enfermera
que limpiaba y vendaba las llagas desagradables de un pacien
te leproso, comentó:
-¡Yo no haría eso aunque me pagaran un millón de dólares!
La enfermera respondió:
-Yo tampoco. Pero lo hago por Jesús y sin costo alguno.
El amor genuino está dispuesto a servir sin reconocimien
to ni remuneración.
¿Cómo se caracteriza el éxito? El éxito suele definirse por el
modelo de auto que una persona maneja, la marca de ropa que
usa o el modelo de casa que una familia posee. Pero con el
Señor no se trata de la clase de auto que una persona maneja
sino de la clase de persona que maneja el auto. Para él lo que
importa es qué clase de mujer se pone el vestido de tal o cual
marca, y qué clase de familia vive en la casa de tal o cual mode
lo. La gente mira las apariencias exteriores, mientras que Dios
contempla el corazón (ver 1 Samuel 16: 7). Con Dios, el éxito
no se define por cuánto poseemos sino cuánto le entregamos.
¿Nos ama o teme la gente? En el mundo, la grandeza se mide
por cuántas personas trabajan para nosotros, pero Dios observa
a cuántas personas estamos nosotros sirviendo.
Napoleón Bonaparte dijo: «Alejandro, César, Carlomagno
y yo fundamos imperios. ¿Pero sobre qué fundamos las crea
ciones de nuestro genio? Sobre la fuerza. Solamente Cristo Je
sús fundó su imperio sobre el amor, y en este momento millo
nes de personas morirían por él».
C©N S A C R IF IC I® 105
La Biblia enseña que el cabello de la mujer es su gloria (ver
1 Corintios 11: 15). El mensaje visual en el acto de María de
limpiar los pies de Jesús con su cabello era de total servicio hu
milde, sumisión, adoración y entrega. «Jesús les salió al encuen
tro, diciendo: “¡Salve!” Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies
y lo adoraron» (S. Mateo 28: 9).
F. B. Meyer dijo: «Antes creía que los dones de Dios estaban
uno encima del otro en una estantería, y que cuanto más crecié
ramos en carácter cristiano con tanta más facilidad podríamos
alcanzarlos. Abora encuentro que los regalos de Dios están en
una estantería uno debajo del otro. No es cuestión de crecer más
alto sino de agacharse más. Tenemos que descender, siempre
hacia abajo, para obtener sus mejores regalos».
Judas
«Dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón,
el que lo había de entregar: “¿Por qué no se vendió este perfu
me por trescientos denarios y se les dio a los pobres?” Pero di
jo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque
era ladrón y, teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en
ella» (S. Juan 12: 4-6).
Se registran dos personas en las Escrituras que besaron a Je
sús: Judas lo besó en el rostro, y luego lo traicionó. María le be
só los pies, y después le sirvió. El sacrificio y el servicio genuinos
de María fueron un duro reproche para el egoísmo de Judas.
Suele ser cierto que las personas que, lo mismo que Judas, mi
ran hacia abajo a María la pecadora, lo hacen como táctica
de distracción para que los demás no se fijen en los pecados de
ellos. Las personas más criticonas y juzgadoras en la iglesia
suelen ser las que están luchando con sus propias culpas, que
mantienen ocultas. En el caso de Judas, inmediatamente
después de su comentario piadoso acerca de los pobres salió
y conspiró para traicionar al Salvador por un precio en plata.
1 0 6 A íes p ie s d e jesús
I
En tr eg a d a 111
piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu
visitación» (S. Lucas 19: 43, 44).
Ese mismo día entró al templo y una vez más echó a los
cambistas, tumbó sus mesas y desalojó a los que compraban y
vendían en el templo, y a los vendedores de sacrificios. Ade
más, como si eso no fuera suficiente, tuvo enfrentamientos
verbales con los saduceos, escribas, fariseos y legistas.
Los enemigos querían entramparlo con sus propias pala
bras, o por lo menos avergonzarlo y desacreditarlo frente al
pueblo. En vez de eso el plan malvado de sus opositores fraca
só miserablemente. Jesús, con su ingenio sobrenatural arreme
tió de manera inesperada contra los dirigentes, y los humilló
frente a la multitud de adoradores. Finalmente Jesús culminó
el enfrentamiento denunciándolos como hipócritas, ciegos,
necios, sepulcros blanqueados y generación de víboras.
Mientras los enemigos se alejaban furibundos y avergonzados
por los reproches mordaces de Jesús, sus miradas quemantes re
flejaban la venganza asesina que estaban urdiendo en sus mentes
afiebradas. No había duda al respecto. Los dirigentes avarientos
ahora estaban dispuestos a pagar cualquier precio para destruirlo.
Cuando Jesús salió del templo se detuvo para admirar el
imponente edificio, y dijo: «Vuestra casa os es dejada desier
ta, pues os digo que desde ahora no volveréis a verme hasta
que digáis: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”»
(S. Mateo. 23: 38, 39). Mateo dijo a María que después Jesús
predijo que pronto no quedaría una piedra sobre otra del tem
plo. No cabía la menor duda: Jesús sabía que algo calamitoso
estaba por suceder.
Más tarde esa misma noche, inquieta en su cama, María re
vivió los incidentes de la semana. Pocas horas después sus pen
samientos inquietos finalmente se aquietaron y dieron paso a
un sueño intranquilo.
En medio del silencio de esa noche cálida de primavera, la
quietud de la casa de Marta en Betania fue interrumpida abrup
tamente por golpes persistentes en la puerta principal.
1 1 2 A íe s p ie s de jesús
La cruz es el centro
Cuando Benjamín Franklin estaba a punto de morir, soli
citó que colocaran un retrato de Cristo sobre la cruz en su
dormitorio para poder ver, en sus propias palabras, «la figura
del Sufriente Silencioso».
Una de mis autoras preferidas escribió: «Nos beneficiará a
todos [...] recordar frecuentemente las escenas finales de la
vida de nuestro Redentor. Aquí, asediados de tentaciones co
mo él lo fue, podemos todos aprender lecciones de la mayor
importancia para nosotros.
»Sería bueno que dedicáramos una hora de meditación ca
da día para repasar la vida de Cristo desde el pesebre hasta el
Calvario. Debemos considerarla punto por punto, y dejar que
la imaginación capte vividamente cada escena, especialmente
las finales de su vida terrenal. Al contemplar así sus enseñan
zas y sus sufrimientos, y el sacrificio infinito que hizo para la
salvación de la familia humana, podemos fortalecer nuestra fe,
vivificar nuestro amor, compenetrarnos más profundamente
del espíritu que sostuvo a nuestro Salvador.
»Si queremos ser salvos al fin, debemos aprender todos, al
pie de la cruz, la lección de penitencia y fe. [...] Todo lo noble
En treg ad a 127
y generoso que hay en el hombre responderá a la contempla
ción de Cristo en la cruz» (.Exaltad a Jesús, p. 234).
No hay nada atractivo en cuanto a la crucifixión en sí mis
ma. Se trata de una forma de ejecución horrorosa e indignan
te. Pero en cuanto a contemplarla, una cucharada de esta me
dicina, aunque amarga al principio, traerá sanidad a nuestras
almas.
El sufrimiento de la cruz
La crucifixión fue ideada originalmente por los persas, pe
ro los romanos la perfeccionaron para extraer el último gramo
de sufrimiento de la desdichada víctima. Un historiador escri
bió: «La cruz sobre la cual murió Jesús consistió de un poste
perpendicular con un madero cruzado encima o un poco más
bajo. En ocasiones se clavaba un trozo de madera al poste para
que sirviera de soporte parcial para el cuerpo. A veces se colo
caba un posapiés.
«Las víctimas de la crucifixión a menudo no morían hasta
dos o tres días después de haber sido crucificadas. General
mente la víctima era severamente castigada antes de la cruci
fixión, lo cual podía acelerar el proceso de la muerte por la
pérdida de sangre. Otro factor que contribuía a la duración
del sufrimiento era la presencia o ausencia de un asiento, o de
un soporte para los pies. Pues cuando una persona que estaba
colgando con los brazos alzados perdía presión arterial rápida
mente y el pulso cardíaco aumentaba; debido a esto no tarda
ba en tener un colapso total por insuficiencia de circulación
sanguínea en el cerebro y el corazón. Si la víctima podía apo
yarse en un asiento o en un soporte para los pies, la sangre po
día permanecer hasta cierto punto circulando en la parte su
perior del cuerpo».
Grant Osborne describe gráficamente esta muerte horri
ble: «Para sujetar las manos de la víctima al madero horizon
tal, se utilizaban cuerdas o cuerdas y clavos; a veces los pies
128 A í e s p ie s d e |e s ú s
¿Quiénes presenciaron
la crucifixión?
Siguiendo la misma línea de pensamiento, alguien podría
preguntarse por qué los autores de los Evangelios registran pe
queñas diferencias en cuanto a la lista de discípulos presentes
en la escena de la crucifixión: «Estaban allí muchas mujeres
mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Ga
lilea, sirviéndolo. Entre ellas estaban María Magdalena, María
la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebe-
deo» (S. Mateo 27: 55, 56).
«También había algunas mujeres mirando de lejos, entre
las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jaco
bo el menor y de José, y Salomé, quienes, cuando él estaba en
Galilea, lo seguían y le servían; y otras muchas que habían su
bido con él a Jerusalén» (S. Marcos 15: 40, 41).
«Pero todos sus conocidos, y las mujeres que lo habían se
guido desde Galilea, estaban mirando estas cosas de lejos»
(S. Lucas 23: 49).
«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana
de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena»
(S. Juan 19: 25).
La respuesta lógica es que, durante las siete horas en que el
cuerpo de Jesús permaneció en la cruz, muchos de sus amigos
y discípulos que creían en él permanecieron en pequeños gru
pos y observaron la terrible escena desde diferentes distancias.
Algunos llegaron y se fueron al cabo de algunas horas porque
se acercaba el sábado. Lucas dice que «estaban lejos mirando
estas cosas». Juan registra que «estaban junto a la cruz». Pro
bablemente al pasar las horas y al disiparse las muchedumbres
agitadas los seguidores fieles se acercaron a la cruz.
130 A L®S PIES DE |ESÚS
Perdonar y olvidar
Después de la Guerra Civil de los Estados Unidos de Nor
teamérica, Robert E. Lee visitó a una mujer de Kentucky, que
le mostró los restos de un magnífico árbol que había crecido
frente a su casa. Lloró desconsoladamente mientras le contaba
cómo las ramas y el tronco habían sido destruidos por la artille-
En treg ad a 133
ría del ejército de la Unión. La dama esperaba que el general
Lee condenara al ejército del Norte, o por lo menos simpatizara
con su lamentable pérdida. Lee respiró profundamente y luego
le dijo con ternura:
-Córtelo, distinguida señora, y olvídese de él.
El verdadero perdón implica elegir olvidar. A Clara Barton,
la fundadora de la Sociedad Norteamericana de la Cruz Roja,
alguien le recordó un acto de maldad que le habían hecho años
atrás. Pero ella actuó como si nunca se hubiera enterado de ese
incidente.
—¿No lo recuerdas? -le preguntó un amigo.
—No —fue la respuesta de Clara Barton-, Recuerdo clara
mente haberlo olvidado.
Pero podemos preguntarnos: ¿Puede alguien realmente olvi
dar? Quizás no, pero puede decidir no pensar en ello.
Martín Lutero dijo: «Quizás no puedas evitar que los pája
ros vuelen sobre tu cabeza, pero puedes evitar que hagan un
nido en tu sombrero». De la misma manera, podemos elegir
no pensar en asuntos perdonados.
-
138 A L e s PIES DE je sú s
Descansando en la tumba
John Bunyan escribió en su afamado libro E l Peregrino: «Lo
vi llegar a una montaña, en cuya cima había una cruz, y un poco
más abajo un sepulcro. Al llegar a la cruz, instantáneamente
148 A Les PIES DE |esús
Clavado en la cruz
Aunque los Diez Mandamientos no fueron cambiados ni
abolidos por la muerte de Jesús, es verdad que ciertas leyes ce
remoniales quedaron canceladas o cumplidas por la muerte
de Cristo. Pablo escribió: «Y a vosotros, estando muertos en
pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida
juntamente con él, perdonándoos todos los pecados. El anuló
el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era
contraria, y la quitó de en medio clavándola en la cruz. Y des
pojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públi
camente, triunfando sobre ellos en la cruz. Por tanto, nadie
os critique en asuntos de comida o de bebida, o en cuanto a
días de fiesta, luna nueva o sábados. Todo esto es sombra de
lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo» (Colosenses
2: 13-17).
¿Qué fue clavado en la cruz de Jesús? Esta pregunta es muy
importante. La respuesta la encontramos en el texto que aca
bamos de citar: «El acta de los decretos que había contra noso
tros». Esa «acta de los decretos» no era más que el registro de
nuestros pecados. En los tiempos de Pablo esta expresión se
usaba para identificar un pagaré firmado por el deudor. Este
pagaré tenía vigencia mientras la deuda no fuera pagada. Tan
pronto la deuda era saldada dicho pagaré quedaba anulado. Al
usar esta frase, el apóstol Pablo quiere decir que la muerte de
Cristo no solo implica el perdón de nuestros pecados, sino
que también está anulando la condenación que había contra
nosotros. Ya, al igual que María, hemos sido librados de la
deuda que teníamos con Dios por causa de nuestros pecados.
150 A L e s Pies d e je sú s
Su última voluntad
En las horas finales de la vida de Jesús, mientras colgaba de la
cruz, emitió su última voluntad y testamento con respecto a sus
bienes más preciados. Legó sus ropas al mundo, su perdón a
sus enemigos, su madre al discípulo Juan y su espíritu a su Padre.
Cuando Jesús nació, su madre lo envolvió con ternura en
pañales y lo acostó en un pesebre. Ahora tuvo que hacerlo otra
vez pero lo colocó en una tumba (ver S. Juan 19: 40-42). Sus
amigos llevaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en bandas
de lienzos con las especias, tal como era costumbre en los en
tierros judíos.
«Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana lim
pia y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la pe
ña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del se
pulcro, se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María,
sentadas delante del sepulcro» (S. Mateo 27: 59-61).
Muerto al pecado
Cuando los capitanes piratas de la antigüedad enterraban sus
tesoros, para preservar el secreto de su ubicación solían matar al
marinero que ayudaba a cavar el hoyo, mientras decían: «Los
muertos no cuentan secretos». Es cierto que los muertos no
hablan, no mienten ni pecan. Puede parecer una paradoja, pero
los cristianos no pueden vivir plenamente hasta que no mueren
espiritualmente.
A SU S E R V IO S 151
C 0 N A L A B A N ZA
A Les p ie s de Je s ú s
Murta insistió gentilmente a la madre de Jesús para que pa
sara el sábado en su casa.
-Sé que tienes familiares en Belén, María, pero la distancia
desde aquí hasta allá es el doble. Además, cuando haya pasado
el sábado podemos regresar juntas para embalsamar el cuerpo.
Viendo que Juan estaba de pie junto a la madre de Jesús (to
dos habían escuchado cuando el moribundo Jesús le encomen
dó el cuidado de su madre al joven apóstol), Marta agregó:
-Por supuesto, Juan, siempre serás bienvenido.
También incluyó en su invitación a María, esposa de Cleofas.
—Como Lázaro está en Jerusalén con los demás discípulos,
hay lugar suficiente para todos.
La esposa de Cleofas agradeció a Marta pero se excusó:
-M i esposo teme que Caifás haga arrestar a todos los segui
dores de Jesús. Cree que es más seguro que vaya a Emaús.
Pero regresaré el primer día de la semana para ayudarles en la
tumba.
1 6 2 A L e s PIES DE [ESÚS
Todo tembló
Thomas Jefferson fue un personaje notable, pero como era
deísta no aceptaba los sucesos milagrosos de las Escrituras. Edi
tó su propia versión especial de la Biblia en la cual eliminó todas
las referencias a lo sobrenatural. Al editar los Evangelios, Jeffer
son se limitó a incluir únicamente las enseñanzas morales de Je
sús. Estas son las palabras finales de la Biblia de Jefferson: «Allí
dejaron a Jesús y rodaron una gran roca sobre la boca del sepul
cro para luego irse». Gracias a Dios que ese no es el final de la
historia.
La resurrección de Jesús fue verificada por una enorme can
tidad de evidencias irrebatibles. Entre las principales pruebas se
encuentra el testimonio de la naturaleza en el cielo oscuro y en
el terremoto.
En la resurrección de Jesús encontramos una muestra en mi
niatura de lo que sucederá cuando aparezca en su gloria desde
los cielos para recoger a sus hijos. Refiriéndose a estas señales
en los cielos y en la tierra, Elena G. de White escribió: «Un te
rremoto señaló la hora en que Cristo depuso su vida, y otro
terremoto indicó el momento en que triunfante la volvió a to
mar. El que había vencido la muerte y el sepulcro salió de la
tumba con el paso de un vencedor, entre el bamboleo de la tie
rra, el fulgor del relámpago y el rugido del trueno. Cuando
vuelva de nuevo a la tierra, sacudirá “no solamente la tierra, sino
también el cielo” (Hebreos 12: 26). “Temblará la tierra vacilan
do como un ebrio, y será removida como una choza” (Isaías 24:
20). “Se enrollarán los cielos como un libro”; “los elementos ar
diendo serán deshechos y la tierra y las obras que en ella hay
serán quemadas” (Isaías 34: 4; 2 S. Pedro 3: 10). “Pero Jehová
será la esperanza de su pueblo, la fortaleza de los hijos de Israel”
(Joel 3: 16)» {El Deseado de todas las gentes, p. 726).
Cuando yo vivía en California se produjeron varios terre
motos. Cuando el suelo comienza a temblar bajo los pies, uno
puede sentir bastante miedo. Vivimos pensando que podemos
176 A íe s p i e s de |esús
¿A dónde fue?
A otras personas les preocupa el tema de a dónde fue Jesús
cuando murió en la cruz. La mayor parte de la confusión
surge una vez más por una mala interpretación del siguiente
pasaje en las Escrituras: «Asimismo, Cristo padeció una sola
vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a
todos los días, hasta el fin del mundo» (S. Mateo 28: 20). Él
estaba especialmente contento porque aceptó la promesa per
sonalmente: « [Lo Chang], yo estoy contigo». ¡Cuántos cristia
nos profesos sufren aflicciones innecesarias simplemente por
que olvidan la promesa de la presencia de Jesús! No saben que
Jesús está cerca para ayudarlos a llevar sus cargas. «Echad toda
vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vos
otros» (1 S. Pedro 5: 7).
Adoptada en la familia
Una maestra de la clase bíblica de la iglesia tenía que ins
cribir a dos niños nuevos. Cuando les preguntó sus fechas de
cumpleaños, el más intrépido contestó:
-Ambos tenemos siete años. Mi fecha de nacimiento es el 8
de abril de 1976, y la de mi hermano es el 20 de abril de 1976.
-¡Pero eso es imposible! —objetó la maestra.
-N o, no lo es -contestó el otro hermano-. Uno de los dos
es adoptado.
-¿Cuál de los dos? —preguntó la maestra.
Los niños se miraron y sonrieron. El primero dijo:
-Le preguntamos a papá hace un tiempo, pero nos dijo
que nos amaba a ambos, y que simplemente no podía recor
dar cuál de los dos era adoptado.
Las últimas palabras que Jesús le dijo a María confirmaron
que ella había sido aceptada completamente como hija de Dios:
«Pero ve a mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”» (S. Juan 20: 17). Había sido
aceptada y adoptada enteramente en la familia de Dios tal como
Mardoqueo había adoptado a Ester, y tal como Rahab la rame
ra se había convertido en una madre de Israel. «Habéis recibido
el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!»
(Romanos 8: 15). «Y seré para vosotros por Padre, y vosotros
me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso» (2 Corin
tios 6: 18).
C© N A L A B A N Z A 183
Formula y modelo
para el éxito espiritual
Es interesante notar que en los Evangelios no existe ningún
registro de que una mujer haya hecho algo para herir a Jesús.
Los hombres complotaron contra él, lo espiaron, le escupie
ron y lo golpearon, pero nunca vemos a una mujer haciéndo
le daño a Jesús de ninguna manera durante su vida terrenal.
En nuestros estudios anteriores vimos que de entre los símbo
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los bíblicos una mujer representa una iglesia. En síntesis, la
vida y la historia de María son un modelo para el reavivamien-
to y la vitalidad del pueblo de Dios en forma colectiva, y para
cada uno de nosotros como individuos.
Vacío y quebrantado
Cuando Thomas A. Edison trabajaba para crear la lámpara
incandescente, descubrió que incluso el mejor filamento se
quemaba en un instante a menos que lo colocara en el vacío.
El filamento adecuado se mantenía incandescente durante mu
chas horas en ausencia de oxígeno. Del mismo modo, la luz de
Jesús no puede mantenerse encendida en un corazón que está
lleno de otras cosas. El aceite del Espíritu de Dios puede ser de
rramado solamente en vasos vacíos (2 Reyes 4: 3).
Vanee Havner dice: «Dios utiliza cosas quebrantadas. Se
requiere suelo quebrantado para producir cosechas; pan que
brantado para dar fuerza. Es el envase de alabastro quebranta
do el que produce perfume; es Pedro, llorando amargamente,
quien recupera un poder mayor que nunca».
Jesús pudo utilizar a María para hacer grandes cosas por
que a través de las pruebas su alma había sido vaciada del yo
y anhelaba ser llenada por él. María había efectuado una
entrega completa mientras pasaba por el crisol incandescente
del arrepentimiento.
FIN
DE
EL EVANGELl© SEGÚN iTlARÍA iTlAGDALENA
El único, auténtico y real
EVANGELIO SEGÚN
MARÍA MAGDALENA
«íQue alguien me ame!»,
era lo que realmente María anhelaba.
y A q u e lla m u je r de v id a « a le g r e » , q u e n a d a b a en la abu n -
d a n c ia , n o h a b ía p o d id o s a t i s f a c e r su a n h e lo m á s p r o
fu n d o , h a sta q u e c o n o c ió a A lg u ie n q u e sí la am ó .
/ A p a r t ir d e e s e e n c u e n tr o , la v e r g ü e n z a p o r su p a s a d o
q u e d ó e c lip sa d a p o r su sin c e ra y a b s o lu ta d e v o c ió n h a
c ia su L ib e rta d o r.
/ A LOS PIES DE JESÚS: EL EVANGELIO SEGÚN M ARÍA MAGDALENA,
n o s re v e la la h e rm o su ra d e l v e rd a d e r o e v a n g e lio , c o n
a p o rte s o rig in a le s, a tra v é s de la se n sib ilid a d d e la m a y o r
a d m ira d o ra de J e s ú s .
/ U n a su gestiva y su geren te recreación de la ex p erien cia de
M aría, qu e ilu m in a im p ortan tes en señ an zas bíblicas de for
m a a m e n a y c a u tiv a n te .
ISBN 1-57554-733-3
3' “ 81 575 5 4 7 3 3 5