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Virtudes Desconocidas: la Combatividad Cristiana

Pablo A. Proaño

El ser humano tiene como fin último en esta vida “conocer, servir y amar a Dios”. Esta finalidad
es imposible de cumplir sin el auxilio de la gracia divina, que tiene su máxima expresión en el
bautismo, el cual nos abre a esta vida de la gracia, por medio del regalo más grande de Dios a la
creación: la Redención de nuestro Señor Jesucristo por medio de la Cruz.

El bautismo infunde en el alma toda una serie de gracias y virtudes de impresionante valor, nos
imprime una certeza de Dios y de las cosas divinas. En palabras de San Pablo: "Por lo demás,
hermanos, fíjense en todo lo que encuentren de verdadero, noble, justo, limpio; en todo lo
que es fraternal y hermoso; en todos los valores morales que merecen alabanza." (Fil 4, 8)

El alma del bautizado tiene en sí misma nociones de esta belleza y pureza de proviene de Dios,
cuya visión lastimosamente se opaca y difumina por la desgracia del pecado. Sin embargo, para
quienes corresponden a esta gracia, se crea en el alma no sólo una búsqueda profundísima de
la verdad, la belleza y el amor, sino que brota un sentimiento de indignación contra aquello
que atente contra esos valores cristianos: “cuando tenemos enteramente claro en nuestro
espíritu qué es el bien y cómo debe ser algo para poder considerarlo bueno; y cuando tenemos
esa noción llevada hasta el punto de la sublimidad, comprendiendo la expresión más alta del
bien con respecto a eso, nace entonces un deseo en pos de la defensa de esta idea.” Esta noción
del alma lleva el nombre de intransigencia.

Intransigencia y combatividad

Esta actitud de cristiana intransigencia hace brotar en el alma, en conjunto con el don de la
fortaleza infundida en el sacramento de la Confirmación, una virtud poco conocida y muchos
menos predicada a la cual dedicaremos esta entrada: la virtud de la combatividad.

El profesor Plinio Correa de Oliveira menciona que “la combatividad es una consecuencia de la
intransigencia. Quien es enteramente intransigente debe querer el exterminio completo del mal
que tiene delante de sí. De lo contrario, no será intransigente. Por eso, el deseo de extinguir
aquel mal debe llenar su vida como un verdadero ideal, sin descansar mientras no haya liquidado
aquel error que, de hecho, quería liquidar.

Surge, entonces, la combatividad, es decir, el deseo de eliminar el mal efectivamente, sin dejar
vestigios ni raíces, de tal manera que nunca más pueda renacer. Derrotar el mal hasta el punto
de avergonzarlo, causando a quien contemple esa derrota un horror al mal y un amor al bien
aún mayores. Esa posición es, propiamente, la combatividad, hija de la intransigencia.”

La virtud de la combatividad es entonces una característica fundamental del alma bautizada. Es


un deseo sublimado de exaltar la bondad divina y de combatir con todas las fuerzas el mal que
quiere opacar esa bondad. La combatividad no es más conocida ni vivida porque nos situamos
en una sociedad conformista e igualitaria, donde no hay valores ni nociones absolutas, sino
relativas. La combatividad rasga en dos con el laicismo y la mediocridad de las almas
confundidas. Es un grito de guerra santa en medio de un gallinero.

La combatividad y las escrituras


Habrá quienes, incluso entre gente de fe, que quiera argumentar que Dios es bondad y
compasión, por lo tanto, la combatividad nunca podría ser una virtud cristiana. ¡Cuán
confundidas están esas pobres almas! Si no salen de ese error serán prontamente arrastradas
por el enemigo.

A lo largo y ancho de las escrituras se puede ver la semilla de esta virtud:

- "¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra?" (Job 7, 1)


- "¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes,
porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas." (Jos 1, 9)
- "Queridos, tenía yo mucho empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación y
me he visto en la necesidad de hacerlo para exhortaros a combatir por la fe que ha sido
transmitida a los santos de una vez para siempre.” (Ju 1, 3)
- “Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados,
contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los
Espíritus del Mal que están en las alturas." (Ef 6, 12)
- "No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada.
Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con
su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él." (Mt 10, 35-37)
- "Tú, pues, hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús y cuanto me has oído
en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez,
de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús.
Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer
al que le ha alistado." (II Tim 2, 1-4)

Características de la combatividad

Habiendo demostrado la naturaleza bíblica de esta virtud, sólo hace falta hacer una precisión
más. Como dice san Pablo, este combate espiritual no se trata de una lucha material, de armar
una revolución o de degollar a quienes no acepten nuestra fe o faltar a la caridad. La
combatividad es una disposición interna del alma. Como toda virtud, debe nacer de un deseo
profundo del corazón del hombre para luego desbordarse como actos exteriores concretos, de
otro modo sería una falsa virtud, una hipocresía que alimente la soberbia espiritual.

La combatividad no se contrapone con el amor, sino que lo complementa, puesto que le quita
el malsano sentimentalismo a la caridad y le da la fortaleza para ejercerla por medio de la
corrección y el consejo. Una auténtica combatividad se plantea entre el respeto y la caridad.
Demasiado respeto y poca caridad se desnaturaliza en un autoritarismo, una dictadura,
convirtiendo a la persona en un brabucón y un belicoso. Demasiada caridad y poco respeto se
pierde la noción del amor verdadero y se crea una dependencia, un apego; se rebaja lo sublime
del combate a un sentimiento banal y perecible.

Combatividad interna y externa

La combatividad tiene tres enemigos a muerte, los del alma: el mundo, el demonio y la carne.
Pero de los tres hay uno que es el más terrible de todos porque su combate es perpetuo: la carne
o las malas inclinaciones. ¡Dormimos con nuestro peor enemigo! Por lo tanto, los efectos de la
combatividad deben residir en lo interno del alma.
La combatividad hacia el interior, se ejercerse por medio de la mortificación cristiana, del
vencimiento propio, de trabajar asiduamente por conseguir una virtud: " lo mismo el atleta; no
recibe la corona si no ha competido según el reglamento." (II Tim 2,5). Esta lucha interior es la
más terrible; combatimos contra tres Goliats: el “Yo-Soberbio”, el “Yo-impuro” y el “Yo-
perezoso”. La combatividad es como un iceberg, puesto que nuestros mayores esfuerzos deben
ser una lucha interna, escondida para los demás, superada por mucho al montículo que
sobresale al exterior.

De este modo, la combatividad interna produce también orden en el alma, lo que profundiza
nuestra madurez cristiana. Nos ayuda a darnos combate, a no ser perezosos para el apostolado
sino al contrario, a buscar en nuestra alma esa noción de belleza por la que luchamos, que mi
alma sea la primera en glorificar a Dios. Es el martillo que forja el alma como una espada,
ablandada ya por el ardor de la caridad.

Fruto de esta interna combatividad brota la actitud externa del alma combativa. El rechazo al
pecado en todas sus formas, y a toda tentación u ocasión de pecado. Es el movimiento del alma
descrito por nuestro señor: “Vigilad y orad” (Mt 26, 41). La combatividad como buen centinela,
es capaz de alertarnos de un peligro y de darnos la fortaleza de contraatacar esa tentación o
huir con valentía y la gracia de Dios intacta en el corazón.

La combatividad es enemiga a muerte de los respetos humanos. Es el impulso de la voz del


profeta que denuncia el pecado y clama a la conversión. Se vuelve como un volcán en el alma
de quien la procura, dándole un impulso apostólico desconocido hasta entonces.

También tiene la capacidad de hacer huir la tristeza y la melancolía, puesto que despierta al alma
triste para ponerla en el campo de batalla, donde el zumbar de las balas enemigas no da tiempo
para mirarse el ombligo ni llorar por la leche derramada, sino que la despierta lista para la batalla
y nos brinda gran fuerza para vencer el abatimiento por un ideal mayor.

La combatividad y el sufrimiento

Hemos visto algunas características de la combatividad en su forma activa, sin embargo, de


forma pasiva esta virtud no deja menores frutos en el alma.

Por ejemplo, la combatividad pasiva nos ayuda a soportar con paciencia las tribulaciones propias
de la vida cotidiana y las del combate espiritual. La tribulación cae sobre el alma combativa como
un gran peso sobre un resorte. Mientras más agudo sea el dolor y más aplaste esa pobre alma,
más pronto se verá libre de ese peso y con más fuerza se levantará cuando Dios permita el paso
de esa cruz.

La combatividad también nos brinda un fruto importantísimo para la tribulación: la entereza del
alma. La combatividad tiene la capacidad de compactar todos los dones, virtudes y méritos en
un alma hasta hacerlos duros como un mármol. Cuando una ventana es alcanzada por un
proyectil, el frágil vidrio, al igual que esas almas débiles y excesivamente sensibles, se quiebra
por completo, queda hecho añicos y no sirve más para nada. Mientras que, el mismo proyectil
dirigida contra un bloque de mármol no lo quebrará ni lo destruirá. Tal vez logre arrancar
pequeños pedazos de este, al igual que un escultor que confía en la entereza del mármol para
cincelarlo y hacer de él una escultura sublime, cosa que sería imposible con un cristal o peor,
con simple arena.
Dado que los sufrimientos y tribulaciones no faltan en la vida cotidiana y menos aún en la vida
del cristiano, conviene que admiremos y pidamos con mayor fervor esta virtud para el combate
diario. No basta con sufrir, sino que debemos aprender a sufrir como Dios quiere.

El alma bautizada es como el instrumento que suena bello con el golpe o rozar de unas cuerdas.
Pensemos en un violín, que de no estar tensa la cuerda según cierta presión, el sonido que
producirá sería miserable. También un piano de cola debe tener cuerdas internas resistentes y
tensas para el golpear de los pequeños martillos que componen las teclas. Esa es la función de
la combatividad en el alma, tenerla bajo cierta tensión y expectativa, lista para reaccionar ante
una acción de la gracia divina y producir los efectos que esta le pide.

La Santísima Virgen María, la Consagración y la combatividad

Las almas consagradas por la espiritualidad de la Esclavitud Mariana, del Tratado de la Verdadera
Devoción, tienen una gracia sublime para conocer, vivir y actuar conforme a esta preciosísima
virtud. A continuación, sólo expondré la sección del Tratado que recoge la virtud de la
combatividad en los llamados apóstoles de los últimos tiempos 1:
[56] Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos a hijos de María? Serán fuego encendido,
ministros del Señor, que prenderán por todas partes el fuego del amor divino.

Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: como saetas
en mano de un valiente (Sal. 127, 4). Serán hijos de Leví, bien purificados por el fuego de grandes
tribulaciones y muy unidos a Dios. Llevarán en el corazón el fuego del amor, el incienso de la
oración en el espíritu y en el cuerpo la mirra de la mortificación. Serán en todas partes el buen
olor de Jesucristo (cfr. 2 Cor. 2, 15-16) para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos
y mundanos orgullosos serán olor de muerte. [57] Serán nubes tronantes y volantes, en el
espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse a nada ni asustarse, ni inquietarse por
nada, derramarán la lluvia de la Palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado,
lanzarán rayos contra el mundo del pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces
y con la espada de dos filos de la Palabra de Dios traspasarán a todos aquellos a quienes sean
enviados de parte del Altísimo. [58] Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos. A
quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y
ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.

(…)[59] Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminando sobre las
huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, enseñarán la
senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al Evangelio y no a los códigos mundanos,
sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas, sin dar oídos ni escuchar ni temer a
ningún mortal por poderoso que sea.

Llevarán en la boca la espada de dos filos de la Palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte
ensangrentado de la cruz, en la mano derecha el crucifijo, el Rosario en la izquierda, los sagrados
nombres de Jesús y María en el corazón y en toda su conducta la modestia y mortificación de
Jesucristo.

Tales serán los grandes hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del Altísimo
para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero, ¿cuándo y cómo
sucederá esto?... ¡Sólo Dios lo sabe! A nosotros toca callar, orar, suspirar y esperar: Yo esperaba
con ansia (Sal. 40, 2).

1
San Luir María Grignon de Monfort: Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María.
“¿Cuál es la relación entre lo expuesto hasta aquí y la Inmaculada Concepción y la devoción a
Nuestra Señora?” se pregunta Plinio Correa de Oliveira, varón devotísimo de Nuestra Señora y
modelo del devoto, cuya respuesta recogeremos en virtud de la celebración de la Iglesia por las
apariciones de Nuestra Señora de Lourdes en este día, 11 de febrero:

“Nuestra Señora, siendo concebida sin pecado original, no tenía en sí absolutamente nada de
malo. Y poseía, en esta Tierra, todas las facilidades para dar una correspondencia perfecta en
todo momento a la gracia de Dios. De tal manera que en Ella la grandeza natural y la grandeza
sobrenatural entraban en una fusión, en una armonía profunda y estupenda.

En consecuencia, la Santísima Virgen estaba dotada, como nadie, de una elevadísima noción de
la gloria y de la santidad de Dios, de la obligación que tienen todas las criaturas de dar gloria a
Dios; y, por esa causa, de un altísimo horror a aquello que el pecado representa. De donde una
combatividad acendrada1, en el sentido de execrar toda forma de mal.

Comprendemos así, por qué Nuestra Señora es comparada a un ejército en orden de batalla:
castrorum acies ordinata. Y también la razón por la cual se dice de que Ella sola exterminó todas
las herejías en toda la Tierra: es exactamente porque María Santísima es el modelo de la
intransigencia y de la combatividad, virtudes que podemos comprender mejor a través del
privilegio de su Concepción Inmaculada.

Al conmemorar, pues, la Inmaculada Concepción de María, debemos pedir un altísimo grado de


amor que nos lleve a querer ser intransigentes de un modo insondable, hasta un punto
inconcebible.

Me acuerdo que Santa Teresita del Niño Jesús, en la "Historia de un alma", manifiesta el pesar
que sentía de no poder ser un guerrero que estuviese manejando la lanza contra los enemigos
de Dios hasta los confines de la Tierra. ¡Así es el alma de un santo! Quiere verdaderamente
combatir en todos los lugares, en las formas más adecuadas y legítimas de combate.

Por lo tanto, debemos pedir hoy ese destello de combatividad unido a la santidad,
correspondiente a la forma especial de pureza de aquellos que verdaderamente son hijos y
procuran tener el espíritu de Nuestra Señora.”

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