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La distinción entre bios y zoé la rescata el filósofo italiano Giorgio Agamben, en
Homo sacer, para distinguir dos modulaciones de la vida. Una, la vida humana, el bios, y
la otra, la vida no humana, la pura vida contingente que corresponde con lo natural.
Reseñas 239
Esta presencia dentro del camión se siente por medio del rumor de las vacas. Su
lenguaje no articulado e inquietante denota una nueva visibilidad de la vida. Su
contacto es una palabra indescifrable, el cuerpo animal condensará la indistinción
política entre bios y zoé, así revocará el ordenamiento estable entre los cuerpos. La
percepción del rumor animal comunica un significado ambivalente: el matadero
es el lugar de aquellos que viven para ser muertos, sus vidas están en suspensión
ante la ejecución. La condición política del animal es su muerte sin duelo, una
muerte masiva, un desfile de vidas descartables al alero del capitalismo percibidas
por el conductor, un trabajador anónimo encargado de transportar esta sentencia
por la ciudad.
Formas comunes demuestra cómo toda distribución de la protección de la vida
es política y es arbitraria, hay formas de vida humana y no humana que son
prescindibles. La constancia de esta máxima vincula lo viviente y desteje las formas
de sus corporalidades que implica una proximidad catastrófica con lo no orgánico.
En la economía diferencial de la violencia, el cuerpo anónimo marca un espacio
común posterior a la vida que implica la vulnerabilidad general. En los cadáveres
de 2666 de Roberto Bolaño el resto orgánico no implica una relación con la
identidad del sujeto sino que testifica la ubicuidad de la muerte. En un escenario
en que no hay bios establecido hay una violencia contagiosa. La materialidad del
cadáver disloca un régimen de sensibilidad, plantea una resistencia de un resto
orgánico que, una vez borrado el cuerpo, persiste. Su instalación en un tiempo
político transforma su inscripción en la naturaleza para interrogar el marco de su
biología; en un sentido indeterminado se testifica la vida como un resto de una
unidad desagregada.
Este análisis se extiende en Nostalgia de la luz; es el caso del cadáver como
resto que cuestiona la unidad de lo viviente circunscrito al aspecto de lo natural,
puesto que sus elementos orgánicos son restos de una historia política reciente de
persecución. El vínculo entre naturaleza y violencia política, según las secuencias
expresadas en Formas comunes, es visible tanto en los casos de los desaparecidos
en el desierto de Atacama y el río de la Plata como en las instalaciones de Teresa
Margolles sobre la narcoviolencia. Sus consecuencias son la indeterminación del
tiempo natural y el tiempo político. En esa vacilación entra una temporalidad
biopolítica como un umbral de inscripción de la pertinencia de la materia, el
estatuto de lo orgánico se vuelve político y la naturaleza adquiere esta connotación.
La relevancia de Formas comunes en este concierto es su recorte de autores
clásicos y contemporáneos de América Latina para leerlos en función de la
animalidad y la cultura. La perspectiva de este análisis no lee este corpus como una
diferencia discursiva de una doxa metropolitana; por ende, resguarda los márgenes
de autonomía de la literatura y le asigna un lugar privilegiado para pensar las
relaciones entre cultura y sociedad. Este texto crítico reconoce las problemáticas
clásicas del campo latinoamericano, las rescata y las vuelve dinámicas al alero
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Bibliografía
Nicolás Román
Universidad de Chile, Chile
neroman.g@gmail.com