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TRABAJO FINAL DE PATROLOGÍA

LUIS CARLOS RIAÑO


UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS

PELAGIANISMO, LA CUESTIÓN DE LA GRACIA

Y LA POSTURA DE SAN AGUSTÍN

En el siguiente trabajo pretendo hacer una radiografía de un tema de la patrística, como lo es


el pelagianismo. En él pretendo desarrollar el engranaje histórico y de controversias que
suscitaron; me centraré en el perfil de su fundador Pelagio y su tesis sobre la gracia, valoraré
los aspectos de su teología y posteriormente mostraré a uno de sus oponentes, San Agustín
que trata desde su quehacer teológico de desmontar las tesis de Pelagio desde su obra “de
libre Albedrío. Finalmente daré una apreciación sobre el tema.
Pelagio es un monje Ingles, nacido en Britania hacia el año 360 aproximadamente. Llego a
Roma donde se introdujo en el mundo ascético y vivió el ideal monástico con disciplina aun
frente a otros cristianos de práctica relajada, que se excusaban frente a su naturaleza herida.
A esto Gómez dice: “Pelagio alcanzo gran fama de santidad, debido a su riguroso ascetismo.
Contra los cristianos de vida demasiado relajada que excusaban su mala conducta en la
debilidad de la naturaleza humana herida por el pecado original” (Gómez, 2011, pág. 254)
Sustentaba la tesis sobre la capacidad natural del hombre para conseguir la salvación; decía
que solo era necesario el uso de la razón y de la libertad sin la intervención sobrenatural de
Dios; negaba, las consecuencias del pecado original y la necesidad de la gracia para realizar
obras sobrenaturales. El pecado original, en el sentido en que lo entendía la Iglesia, no existía
para Pelagio; decía que el hombre nace sin ninguna mancha original, con la absoluta
integridad de naturaleza igual con que salió Adán de las manos del Creador; por tanto el
pecado del primer hombre no acarreó ningún perjuicio o daño ni trajo consecuencia alguna
para la posteridad; eso sí, fue un mal ejemplo, y solamente puede hablarse de pecado original
en cuanto los hombres pecan a semejanza de Adán. Por consiguiente: ni el bautismo es de
absoluta necesidad para la vida eterna y se requiere sólo para poder formar parte de la Iglesia,
Tampoco la gracia es necesaria para las obras sobrenaturales, ni la Redención, siquiera, puede
ser considerada como un rescate. La gracia es, solamente, una iluminación interior; no actúa
sobre nuestra voluntad y no transforma nuestra alma; la Redención es, sin más, un reclamo,
una invitación a una vida superior, pero permanece siempre exterior a nosotros, no crea nada
dentro de nosotros.
La cuestión acerca de la doctrina de la gracia, de la que Pelagio fue el primer gestor en la
historia fue muy popular dentro de los círculos ascéticos. Pelagio quería actuar contra ese
estado de cosas y depurar en sentido positivo el celo de todos los cristianos en favor de un
comportamiento verdaderamente cristiano. Para lograr su objetivo no se cansaba de destacar
la importancia de la decisión de la voluntad del hombre en favor del bien y de su actuación.
Un axioma desarrollado por Pelagio era que el hombre posee por naturaleza a imagen de Dios
(Gen l, 26s.), la gracia y la capacidad para decidirse libremente por Dios, para observar los
mandamientos imitando a Cristo como ejemplo y así, alcanzar la salvación. En efecto,
Pelagio no concebía el pecado de Adán como pecado original que se transmite de generación
en generación, sino tan sólo como culpa personal de Adán y como incitación a imitarla a la
que uno puede oponerse mediante su firme voluntad. Pelagio añadía que se recibe la gracia
de Dios de acuerdo con los méritos propios, no en virtud de los sacramentos. De ahí concluía
él que no es necesario bautizar a los niños, costumbre que se imponía más y más en la
cristiandad a medida que crecía la conciencia de que el bautismo es necesario para salvarse.
(Drobner, 2009, pág. 437)
Al principio no se consideró que la doctrina pelagiana fuera herética, pues no parecía afectar
a la teología en sentido estricto, es decir, a la Cuestión de Dios, sino tan sólo a la ética. Y no
fue Pelagio mismo el que desató la controversia, sino su discípulo Celestio, que se había
establecido en Cartago tras la caída de Roma el 24 de agosto del 410. Y fue Agustín el
primero que advirtió allí la peligrosidad cristológica y soteriológica del pelagianismo como
larvada doctrina de la autor-redención. Pues si el hombre puede acceder a la salvación
exclusivamente en virtud de su naturaleza creada y de la decisión libre de su voluntad y si
Cristo no hizo otra cosa que dar ejemplo de eso, entonces ¿para qué había muerto en la cruz
el Hijo de Dios? No sucedía con tal postura justo aquello contra lo que Pablo había puesto
en guardia ya en la primera carta a los corintios (1,17), contra la tentación de privar de sentido
a la cruz de Cristo (ne evacuetur crux Christi)! De ahí que Agustín escribiera en el 412 su
primera obra antipelagiana De peccatorum meritis et de baptismo parvulorum, donde subraya
la necesidad de que la gracia de Dios preceda a la voluntad humana para optar por el bien, y
donde destaca el carácter irrenunciable del bautismo para participar en la muerte de Cristo
en la cruz a fin de superar la culpa original. En un decurso de la confrontación, precisó
Agustín la relación entre ley y gracia (De spiritu et littera) y entre naturaleza y gracia (De
natura etgratia): la observancia de los mandamientos divinos sólo sin la gracia que la inspira
no justifica; y la naturaleza y la gracia en modo alguno se contraponen entre sí, sino que la
gracia es la que libera de verdad a la naturaleza y le procura su sanación. (Drobner, 2009,
pág. 438)
El choque entre Agustín y Pelagio podría considerarse como un simple episodio de la
problemática patrística, sin embargo la importancia de este debate es de relevancia histórica
para toda la Iglesia, ya que este debate anticipa la formulación entre la fuerza salvífica de
Dios y la libertad de la persona. La controversia pelagiana es difícil de construir, la principal
dificultad está en el esfuerzo por estructural el pensamiento del asceta británico. La
preocupación moral del monje es la clave para penetrar en el mundo de sus ideas. Su interés
principal se refiere a la posibilidad y a la manera de evitar el pecado, de observar los
mandamientos de Dios y de vivir una vida virtuosa, es por eso que Pelagio se mueve en la
línea de un voluntarismo ético; para él la libertad humana tiene que tener la posibilidad y la
manera de evitar el pecado, de observar los mandamientos de Dios y de vivir una vida
virtuosa. Asi pues el corazón de la enseñanza de Pelagio era una invitación a la vida virtuosa,
distingue en la persona, la posibilidad de cumplir el bien, la voluntad de decidirlo y su
ejecución activa afirmando con fuerza la responsabilidad de la libertad humana. Rechazaban
la tesis de Agustín de la concupiscencia por su parte Agustín les reprochaba una concepción
reductiva de la gracia, pues él entendia la gracia en orden a la economía inaugurada por Cristo
y no en orden de la Creación, afirmaban que el libre albedrío no estaba corrompido ni siquiera
por el pecado de Adán, en este caso se trata de un mal ejemplo que sí puede orientarnos al
mal, pero eso no disminuye en nada nuestra responsabilidad. Según lo anterior el corazón del
Pelagiano debe entenderse como una antropología basada en la capacidad del individuo y de
la humanidad para alcanzar la justicia; tan solo la voluntad personal de hacer mal puede
apartar el hombre de esta meta. (Colzani, 1997, pág. 190)

La disputa que San Agustín tuvo con los pelagianos se puede dividir en tres fases o etapas en
función de quienes fueron sus adversarios. En el primer período se dirigió contra Pelagio y
su discípulo Celestio, esta etapa se caracterizó por una exposición teológica serena y positiva,
el segundo período fue contra Juliano y estuvo marcado por una polémica encendida y
finalmente en el tercer período contra los monjes de Adrumeto y de Marsella volvió cierta
calma y se la caracteriza como la etapa de las aclaraciones en familia. (Trapé, 1994, pág. 153)

El llamado oficial a la confrontación con los pelagianos vino en 412 por parte de Marcelino,
el representante imperial, y como respuesta al mismo escribió la primera y más importante
obra contra los pelagianos, llamada Los méritos y la remisión de los pecados. Luego escribió
El espíritu y la letra, donde desarrolla la doctrina de la gracia, posteriormente responde
directamente a una obra de Pelagio mediante su obra La naturaleza y la gracia. A ese escrito
le seguirá La perfecta justicia donde le responde a Celestio, luego otra obra que llamó De
gestis Pelagiis, donde muestra que los obispos que juzgaron a Pelagio si bien lo absuelven,
condenaron sus tesis, posteriormente escribió La gracia de Cristo y el pecado original, luego
Las nupcias y la concupiscencia. A estos numerosos escritos le seguirían Contra las dos cartas
de los pelagianos dedicada al obispo de Roma, luego Contra Juliano, posteriormente La
gracia y el libre albedrío, luego La corrección y la gracia, después La predestinación de los
santos y finalmente El don de la perseverancia.

Agustín en su libro De gratia et libero arbitrio, responde a una solicitud del Prior de
Adrumeto; los monjes del monasterio se encontraban contrariados ya que leyeron una carta
que Agustín le había enviado al presbítero Sixto y ellos interpretaban que la defensa de la
gracia equivalía a la negación del libre albedrío. Por consiguiente Agustín desarrolla en
profundidad una defensa de la gracia como condición para la salvación y muestra, mediante
frecuentes y diversas citas de las Escrituras, de qué manera el libre albedrío y la gracia son
verdades trazadas por ellas y ambas deben ser sostenidas. Asimismo le interesa destacar la
verdad del libre albedrío y mostrar que la gracia no lo limita de ningún modo.

En el capítulo II señala que el hombre es poseedor del libre albedrío y esto fue revelado por
Dios mediante sus santas Escrituras, dice que no servirían de nada los preceptos divinos si el
hombre no tuviera libertad para cumplirlos y agrega que se le dieron para que no se excusara
por ignorancia. Luego retoma un tema ya tratado en De libero arbitrio, respecto de quién es
el autor del mal y dice, no es Dios, sino el hombre quien es el responsable, ya que cuenta con
el libre albedrío de la voluntad.
Para Agustín sin la gracia de Dios nada bueno puede hacer el hombre, pero la victoria sobre
el pecado es don de Dios, queayuda a la libre voluntad en ese combate.
En el capítulo V Agustín se refiere, sin desarrollar explícitamente todo el episodio, al juicio
que fue llevado contra Pelagio, por el sínodo de Dios polo, en donde éste fue absuelto.
Agustín sostiene que Pelagio negó ante los obispos la posición que venía sosteniendo y que
seguiría sosteniendo posteriormente, según la cual la gracia se obtiene por los méritos de los
hombres, el mismo Agustín dice que si no hubiera rechazado esa posición hubiera sido
excomulgado. Argumenta Agustín apoyándose en las Escrituras, que si Dios diera la gracia
a los hombres por sus méritos, no sería gracia y citando pasajes bíblicos, entre ellos el del
apóstol Pablo, señala que Dios en ciertas ocasiones les concede la gracia a hombres que
obraron mal. Y por otra parte, cuando el hombre comienza a tener méritos buenos, no debe
atribuírselos a sí mismo, deben ser atribuidos a Dios y continúa remarcando que la gracia no
viene de las obras de los hombres, sino de Dios.
En el Capítulo VIII Agustín plantea el problema de la relación entre la vida eterna concedida
en función de las obras con la gracia. La misma puede parecer contradictoria y para iluminar
esto dice que la vida buena no es más que gracia de Dios y que la vida eterna que se da a la
vida buena también es don de Dios y ambas son gratuitas; es una gracia que recompensa a
otra gracia y se cumple lo que dice la escritura: que Dios dará a cada uno según sus obras.
En el Capítulo XII señala que aquellos que creen que basta solo con la ayuda de la ley, no
son hijos de Dios, ya que como dice San Pablo: “Los que buscáis la justicia en la ley habéis
perdido la gracia.”
Éstos confiados en sí mismos y movidos por su espíritu, creen en su propio poder y rechazan
el auxilio de la gracia divina. La gracia no es la ley, pero tampoco es la naturaleza, como
dicen los pelagianos, porque ésta es común a fieles e infieles. En este punto Agustín introduce
otra diferencia con los pelagianos, el problema de la venida, muerte y resurrección de Jesús,
si bien nos encontraremos en esta polémica, simplemente diremos que si aceptáramos alguna
de las dos explicaciones anteriores la muerte de Cristo no hubiera tenido sentido y para
Agustín, en este punto y en su conceptualización más amplia, la figura del mediador es central
y primordial, y lo es tanto para su teología como para su filosofía.
Las críticas a las posturas pelagianas vuelven a acentuarse en los Capítulos XVIII y XIX, en
donde particularmente se les objeta la tesis de que a Dios lo poseen los hombres no por gracia
del Señor, sino por virtud propia y creen poseer la gracia por sí mismos. (Agustín, 1971)
Para los pelagianos los hombres obran libremente en todo momento y necesitan de la gracia
sólo para dar el último paso, hacia lo superior; en cambio para Agustín el hombre no puede
avanzar sin la gracia que viene de Dios. Ésta se da a cambio de nada, contrariamente a lo que
sostienen los pelagianos, no se recibe por méritos ni es un premio por las obras. Con mucha
claridad dice Agustín: “La gracia, en cambio, no se da según los méritos, puesto que en caso
contrario la gracia ya no sería gracia. Llamase de hecho gracia porque gratis se da”, inclusive
Dios da la gracia incluso en algunos casos en donde se obró mal. Finaliza la obra pidiéndoles
a los monjes que lean el libro y agradezcan si lo entienden, sino les dice: pidan entendimiento
a Dios que les será dado.
El postulado básico de la doctrina de Agustín sobre la gracia es que el pecado de Adán no
fue sólo una culpa personal suya, sino que convirtió a toda la humanidad en una massa
damnata y que se transmite como culpa hereditaria de generación en generación; no por
imitación personal, sino con la reproducción mediante la concupiscencia del hombre.
Mientras que la naturaleza humana del estado original paradisíaco, creada por Dios a su
imagen y semejanza, podía decidirse inmediatamente por Dios, la naturaleza del hombre
corrompida por la culpa hereditaria ya no es capaz de eso, sino que, para ello, necesita la
gracia proveniente de Dios que es la que lo capacita y estimula para tomar esa decisión. Así
mismo, para observar los mandamientos divinos es absolutamente indispensable la gracia
concomitante de Dios, que termina por consumarlo. Pero la voluntad libre del hombre
determina la eficacia (efficacitas) de la gracia. Porque es cierto que el hombre ha sido
redimido ya por la muerte de Cristo en la cruz y que ha sido equipado con la gracia necesaria
a través del bautismo indispensable para la salvación, pero de la decisión del hombre y de su
conducta depende que esa gracia resulte eficaz. Con todo, esa decisión y la conducta cristiana
adecuada no pueden exigir la gracia de Dios, que es siempre gratuita y regalada libremente
(gratuitas), aunque es cierto que Dios salva sin méritos (bono menta), pero no condena sin
culpa (mala menta) (Contra lulianum 3,18,35). Pero la teología agustiniana de la gracia es
problemática, y la Iglesia no la acepta, cuando Agustín afirma que la gracia de Dios es
irresistible y cuando afirma que la salvación del hombre concreto depende totalmente de la
providencia de Dios, pues suscita la impresión de que Dios concede o niega de modo
arbitrario la gracia si bien nadie puede esgrimir derecho alguno a ella. (Drobner, 2009)
Para finalizar quiero agregar que el objetivo de este trabajo no pretende rivalizar las dos
posturas, (Pelagio – Agustín) sino que busca entender el aporte que estos dos grandes
hombres le hicieron a la teología cristiana, base del fundamento dogmático que hoy tenemos
en la iglesia.

Bibliografía

Agustín, S. (1971). De la gracia y el libre albedrío. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.


Colzani, G. (1997). Antrología teológica, el hombre: Paradoja y misterio. Salamanca: Centro
Editorial Dehoniano.
Drobner, H. (2009). Manual de Patrología. Barcelona: Herder.
Gómez, A. (2011). Historia de la Iglesia. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Trapé, A. (1994). San Agustín. El hombre, el Pastor, el místico. México: Editorial Porrúa.

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