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Electricidad y Magnetismo
Introducción tema 19: la física exacta
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HISTORIA GENERAL DE LA CIENCIA II — CURSO 2011-2012 — PREGUNTAS DE EXAMEN
(Esta pregunta se corresponde con la introducción del tema 18: la filosofía natural y el
experimento)
La filosofía experimental de los siglos XVII y XVIII se corresponde con las denomina-
das «ciencias baconianas», que eran aquellas que, a diferencia de las denominadas
«clásicas» (como la astronomía, la estática o la óptica geométrica), resultaron difícil-
mente matematizables. La indagación sobre estas materias presentaba dificultades
particulares. De partida, los filósofos naturales que estudiaban estos campos se en-
contraban ante una muy amplia diversidad de fenómenos, aumentada por el creciente
número de experimentos, en la que no era fácil establecer regularidades. Por otra par-
te, los hechos iban quedando establecidos no sin alguna dificultad, pues no era raro
que los resultados de un experimento variasen a tenor de la influencia de factores que
escapaban al control, incluso a la comprensión, del investigador. Tal podía ser el caso,
por ejemplo, de la incidencia de la humedad atmosférica —o de la misma electricidad
estática acumulada en las ropas del observador— en los experimentos eléctricos. Más
todavía, la repetición de una experiencia ya establecida podía arrojar resultados que
hiciesen dudar de ella [por ejemplo, los experimentos de abosorción y liberación de
gases]: un caso importante fue el del experimento de Newton de la descomposición de
la luz en sus colores, que fracasó inicialmente en Francia, en Italia y en los Países Ba-
jos debido a la inferior calidad de los prismas empleados. El camino del experimento
no era por lo general fácil.
Los filósofos naturales se enfrentaron a esta situación provistos de una serie de
herramientas metodológicas y conceptuales que se llevaban mal con sus deseos. La
aspiración última era la de lograr la matematización de estos fenómenos, una mate-
matización que, desde posiciones newtonianas o cartesianas, debía suponer métodos
distintos de aproximación y explicación de los fenómenos que, de todas formas, se
mostraron insuficientes. Ya Descartes tuvo que hacer una física matemática sin ma-
temáticas, y Newton encontró que los bastante buenos resultados de sus Principia se
desvanecían frente al comportamiento de la luz en relación con la materia que intentó
estudiar en su Óptica (1704).
Así, los indagadores de estos nuevos reinos de la naturaleza, a pesar de sus profe-
siones de fe, tuvieron que actuar como buenamente pudieron, de modo que la práctica
de la llamada física experimental presentó una gran similitud en todas partes, inde-
pendientemente de las declaraciones que se hiciesen en favor de una u otra versión
del newtonismo o del cartesianismo. Se trataba de un sistema de ensayo en constante
diálogo con hipótesis a su vez en constante modificación, las cuales nunca alcanzaban
a predecir, solo sí difícilmente a explicar, los diferentes fenómenos que los experimen-
tos iban poniendo de manifiesto. La supremacía, obviamente, era la del experimento,
descrito cada vez con mayor detalle a fin de facilitar la reproducibilidad por otros in-
dagadores, y con ello la credibilidad de sus resultados. Dichos resultados se iban
acumulando, delimitando regularidades. Las hipótesis se dejaban para el final; frente
a la certeza que se atribuía a los resultados de la experiencia (ver método de Caven-
dish en cuadro 19.3), las hipótesis tenían, siempre, el carácter de un conocimiento tan
solo probable.
El denominador común de estos credos fue la filosofía mecanicista, la reducción de
los fenómenos a una ontología microfísica basada bien en un plenum donde las inter-
acciones se efectuaban por presión o contacto, bien en un vacío diversamente inter-
pretado —con o sin un éter—, dentro del cual la materia interactuaba a distancia me-
diante fuerzas de atracción y repulsión. Nadie, sin embargo, había logrado atisbar un
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por la humedad atmosférica se explicaba considerando que, al obstruir esta los poros
de la sustancia, impedía la salida de los efluvios. La suposición de la existencia de es-
tos efluvios era bastante natural: estos se dejaban sentir sobre la cara o el reverso de
la mano expuestos al cuerpo electrizado (lo que hoy se denomina «viento eléctrico»), y
el ruido y los destellos visibles en la oscuridad parecían testimoniar su presencia.
Hauksbee se propuso determinar la manera en que se propagaban estos efluvios, para
lo cual fijó una serie de hilos sobre el cilindro y sobre la esfera, observando que cuan-
do estos se hallaban electrizados, los hilos se ponían rígidos, orientándose en direc-
ción radial. Al acercar un dedo, los hilos se apartaban, rehuyendo el contacto. Lo cual
sucedía incluso cuando los hilos se hallaban en el interior del globo, aproximándose la
mano desde el exterior. Para probar esta permeabilidad del vidrio a los efluvios eléc-
tricos montó dos globos, uno dentro del otro, haciendo el vacío en el globo interior; al
electrizar el exterior, el otro brillaba. De modo que los efluvios podían atravesar el vi-
drio, lo cual podía explicarse porque estos no eran sino una parte del mismo vidrio,
posiblemente alojado en los intersticios que se hallaban entre las partículas de vidrio.
El siguiente paso fue dado por Stephen Gray, apasionado por la filosofía natural y
experimentador aficionado. Gray había fracasado en sus intentos de electrizar metales
por frotamiento y otros medios, y probó si un tubo como el de Hauksbee podría comu-
nicarles electricidad. Resultó que sí se electrizaban al acercarlos. El tubo, para preve-
nir la entrada de polvo, estaba obstruido en ambos extremos por tapones de corcho, y
Gray observó que la pluma de ave con la que intentaba contrastar el poder eléctrico
del tubo, soltada cerca del extremo de este, no se dirigía hacia el tubo, sino hacia el
corcho. A partir de este resultado, Gray probó en qué medida se podía transmitir la
electricidad, uniendo al corcho un palo rematado por una bola de marfil; la bola mos-
tró propiedades eléctricas. Finalmente consiguió transportar los efluvios eléctricos a
través de una cuerda de algunos centenares de pies, suspendida de postes con hilos
de seda, hasta que los hilos, debido al peso, se rompieron: los efluvios podían pasar de
un cuerpo a otro. Cuando, buscando mayor resistencia, sustituyó los hilos de seda
por alambre, el experimento no funcionó. De este modo halló que los materiales se po-
dían dividir en dos categorías: los «eléctricos», que podían ser cargados por frotamien-
to, y los «no eléctricos», que no exhibían esta propiedad. Entre los primeros se conta-
ban la seda, la resina, el cabello o el vidrio; entre los segundos, el marfil, los metales,
los vegetales. El aire mismo podía conducir los efluvios, si bien con dificultad. Otros
dos resultados importantes que obtuvo Gray fueron la confirmación de que la atrac-
ción eléctrica sí se daba en el vacío, y que además no es proporcional a la cantidad de
materia del cuerpo electrizado, lo cual mostró frotando igualmente dos cuerpos de la
misma forma, uno macizo y otro hueco, que exhibieron las mismas propiedades.
Un nuevo paso vino con las indagaciones de Dufay. Según éste todos los cuerpos
podían ser electrizados por frotamiento, salvo los metales —más adelante se vería que
sí— y los cuerpos demasiado blandos o fluidos como para ser frotados. Asimismo, to-
dos los cuerpos exhibían electricidad en diversa medida al ponerse en contacto o acer-
carse a un cuerpo electrizado. A partir de una serie de experimentos realizó un impor-
tante descubrimiento: concluyó que los cuerpos exhibían dos tipos de electricidad, a
las que denominó «vitrea» y «resinosa», por las características exhibidas por estos ma-
teriales. Los cuerpos con el mismo tipo de electricidad se repelían entre sí, mientras
que cuerpos con distinto tipo de electricidad se atraían. Pero Dufay no interpretó esto
recurriendo a la existencia de dos fluidos eléctricos distintos. Los experimentos de
conducción habían mostrado que la virtud eléctrica (la futura electricidad) podía atra-
vesar una variada gama de sustancias, de modo que Dufay no pensó en términos de
efluvios particulares emanados de cada sustancia, sino de una «materia eléctrica» pre-
sente en los cuerpos. En cuanto a los fenómenos luminosos asociados con la electrici-
dad, concluyó, en la línea de Hauksbee, que la luz y la electricidad se debían a mate-
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4. ¿Qué es una botella de Leiden, qué experimentos se hacían con ella y cómo se
explicaban sus resultados?
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delo de geneador electrostático empleado durante todo el siglo XVIII) hasta la botella
por medio de un cable. Mantuvo en una mano la parte externa de la botella y tocó el
cable con la otra, momento en que, como dijo, «el brazo y el cuerpo se vieron afectados
de una manera terrible que soy incapaz de expresar; en una palabra, creí llegado mi
fin».
La «botella de Leiden» consistía simplemente en una botella de vidrio con agua.
Que el agua contenida en un recipiente aislante se podía electrizar era un hecho ya
conocido; si la electrización tenía lugar a través de un metal que, atravesando el tapón
de corcho, estaba en contacto con el agua, se esperaba que almacenase la electricidad.
No obstante, si la carga se efectuaba por un experimentador que sostenía la botella
con la mano, hallándose en contacto con el suelo, el dispositivo, en contacto a través
de este metal con objetos no electrizados, provocaba una chispa muy violenta. Pronto
se vio que el agua podía sustituirse por armaduras metálicas en el interior y el exte-
rior. También se comprobó que la potencia se multiplicaba cuando se disponían varias
botellas en paralelo, formando una batería, lo que llevó a experimentos espectacula-
res: en presencia del Rey, Nollet electrizó a 180 gendarmes cogidos de la mano, y en
otra ocasión a 200 cartujos en su monasterio.
La botella promovió los experimentos de carga y descarga eléctricos, pero en un
primer momento constituyó un dispositivo difícil de explicar mediante las teorías al
uso. El vidrio parecía capaz, a la vez, de retener y transmitir la electricidad, en contra
de lo hallado por Dufay (¿?). Por otra parte, la botella solo se cargaba cuando se halla-
ba sobre una sustancia no eléctrica (es decir, conductora de la electricidad), cuando
podía esperarse precisamente lo contrario, que la electricidad se almacenaría más en
la botella si estuviese aislada.
En relación con esto, William Watson realizó el curioso descubrimiento de que la
electricidad de la máquina de fricción disminuía cuando se aislaba al operador y al
instrumento. En1746 proponía la existencia de un «éter eléctrico», sutil y elástico, que
era transferido en la carga y descarga de una botella de Leiden. Watson se inclinaba a
identificar este éter con el fuego elemental de Boerhaave. Al igual que este fuego, per-
neaba los cuerpos y tendía a equilibrarse entre ellos, siendo este flujo equilibrador el
responsable de las fuerzas de atracción y repulsión. La actuación de las máquinas
eléctricas sería así similar a la de una «bomba» extractora de electricidad; de este mo-
do, la electricidad del globo de vidrio de la máquina no llegaría de este, sino del cuerpo
que lo frota, conectado en última instancia con el suelo.
Para explicar la botella de Leiden, Franklin supuso que el vidrio era completamen-
te impermeable al fluido eléctrico (a diferencia de Gray y Hauksbee). Cuando la botella
se carga, el fluido se acumula en su interior, electrizándolo positivamente. Pero a esta
electrización positiva debe corresponder otra electrización negativa igual en la parte
exterior, para lo cual debe estar conectada al suelo a través del cuerpo de quien sos-
tiene la botella.
5. Explique los pasos que se dieron en la segunda mitad del siglo XVIII en la cuan-
tificación de la electricidad.
Según Aepinus las fuerzas eléctricas estaban originadas por la misma presencia de
fluido eléctrico. Se trataba, simplemente, de fuerzas a distancia, cualquiera que fuese
su mecanismo causal, y que podían ser sometidas a una indagación matemática se-
gún el modelo de la gravitación que Newton estudió en los Principia. Aepinus no cono-
cía la ley de estas fuerzas, de modo que no pudo llevar las matemáticas muy lejos.
Suponiendo que las fuerzas eran proporcionales a las cantidades de fluido eléctrico y
materia presentes, y que decrecían con la distancia según una función indeterminada,
estudió los efectos que se podían presentar en algunas configuraciones sencillas. Una
novedad radical que introdujo en su teoría fue la existencia de fuerzas repulsivas entre
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las partículas de la materia ordinaria, las cuales explicaban la repulsión entre cuerpos
cargados negativamente. Esto no era una especulación ad hoc, sino un requisito exigi-
do por la coherencia de la teoría.
Según Aepius, la inducción —transmisión de la electricidad— es un fenómeno que
tiene lugar siempre que está presente un cuerpo cargado, cuyo fluido eléctrico ejerce
fuerzas sobre el de todos aquellos cuerpos que se hallen en su vecindad, provocando
su redistribución.
Aepinus abrió las puertas a la cuantificación de la electricidad, introduciendo el
álgebra en una disciplina tradicionalmente empírica —baconiana, experimental— y
cualitativa. Pero su matematización fue parcial, una matematización sin números. Ni
usó resultados experimentales cuantitativos, ni los predijo. En la medida en que la ley
de la atenuación de las fuerzas eléctricas con la distancia le resultaba desconocida,
sus resultados solo podían emanar de una discusión cualitativa de sus ecuaciones.
Aun así, sentó la teoría de Franklin sobre una base coherente y rigurosa que le permi-
tió explicar una amplia gama de resultados experimentales. Hay que añadir que esto
solo supuso una parte de su aportación a la filosofía experimental, pues también
realizó, como se verá algo más adelante, un estudio del magnetismo sobre los mismos
fundamentos.
En Gran Bretaña, Aepinus halló un continuador de su obra en Henry Cavendish,
que partía de los mismos principios adoptados por Aepinus, aunque Cavendish mani-
festó haber desarrollado su trabajo de manera independiente. En él introdujo el análi-
sis matemático, considerando las acciones eléctricas ejercidas a distancia entre los
cuerpos como la resultante de las atracciones de elementos infinitesimales del fluido
eléctrico, y estudiando con este procedimiento diversas configuraciones de cuerpos
cargados. Un importante aspecto de sus indagaciones tenía que ver con el comporta-
miento de cuerpos conductores; estas le llevaron a inferir que las fuerzas eléctricas
entre dos cuerpos variaban recíprocamente como el cuadrado de su distancia, y a
formular lo que se ha considerado un precedente del concepto moderno de potencial
electrostático (cuadro 19.3, caracterización del método experimental).
Cavendish demostró que en la superficie interior de una esfera hueca, con paredes
de un cierto espesor, no podría haber fluido eléctrico, pues cualquier partícula de di-
cho fluido situada en la esfera experimentaría una fuerza neta hacia su superficie ex-
terior. Cavendish lo comprobó experimentalmente, no hallando muestras de electrici-
dad en el interior de un globo cargado; pero desgraciadamente no publicó su trabajo,
así que el mérito de la determinación de la ley de la fuerza eléctrica recayó, como se
verá, en el ingeniero francés Charles Coulomb. De hecho, no dio a conocer sus investi-
gaciones, las cuales sólo verían la luz pública cuando J. C. Maxwell las editó en 1879.
Otro aspecto importante del trabajo de Cavendish fue el concepto de «grado de
electrización» de un cuerpo. Dicho grado indicaba lo que se podría denominar la «pre-
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sión» del fluido eléctrico. Si se suponen dos esferas conductoras cargadas de distinto
radio, puestas en comunicación por un hilo conductor ideal, la carga se distribuirá
entre ellas de modo que, en el equilibrio, la «presión», el grado de electrización, sea el
mismo en la superficie de ambas esferas. Pero las cargas en cada esfera no serán
iguales. La fuerza de repulsión ejercida por el fluido eléctrico de la esfera de menor
radio sobre una partícula de fluido en su superficie será inversamente proporcional al
cuadrado de dicho radio, y por lo tanto mayor que la correspondiente fuerza en el caso
de que la partícula se halle en la superficie de la esfera mayor. Cavendish obtuvo que
las cantidades de fluido en cada esfera son proporcionales a sus radios. Dicho en
otros términos, como las superficies de las esferas son como los cuadrados de sus ra-
dios, la esfera menor, aun poseyendo menor carga, tendrá la mayor densidad de car-
ga. Lo que por otra parte explica el comportamiento eléctrico de las puntas, incluidas
las de los pararrayos, pues en ellas la densidad de carga es más alta.
El libro de Aepinus tuvo poca influencia durante las dos décadas siguientes a su
publicación. Por una parte, su difusión fue escasa; por otra, su introducción del álge-
bra en la electricidad no fue, en general, comprendida. La formación matemática no
estaba muy extendida entre los físicos experimentales y, aun entre quienes la poseían,
su programa resultaba ajeno a la metodología aceptada. En Inglaterra, el trabajo de
Cavendish fue mejor acogido, pero igualmente mal entendido. Su línea de indagación,
la física matemática, solo se retomaría a principios del siglo XIX.
La adopción de las ideas de Aepinus se produjo finalmente gracias a las experien-
cias realizadas con condensadores. La botella de Leiden, el condensador de aire, así
como otros dispositivos experimentales que actuaban de manera semejante, plantea-
ron interrogantes sobre la acumulación de la carga y su localización específica. El caso
más destacado e influyente fue el del «electróforo perpetuo» que el italiano Alessandro
Volta ideó en 1775. El fluido eléctrico se consideró confinado en los cuerpos, y las at-
mósferas pasaron a interpretarse como «regiones de influencia» de la carga eléctrica,
zonas donde esta ejercía acciones detectables aparentemente a distancia.
Una idea de Aepinus más difícil de aceptar era la existencia de una fuerza de re-
pulsión entre las partículas de la materia ordinaria, a la que, como se vio, responsabi-
lizaba de las fuerzas entre cuerpos cargados negativamente. De modo que algunos de-
fendieron la existencia de dos fluidos eléctricos (a diferencia de Franklin, que conside-
raba sólo existía sólo uno, siendo posisitvo o negativo; más o menos), el habitual
«más» y otro responsable del estado «menos». La idea de los dos fluidos fue propuesta
por Robert Symmer ya en 1759. Symmer se mostró curioso acerca del comportamiento
de sus medias, las cuales, al quitárselas, emitían chispas en la oscuridad. Comprobó
que dos medias (una negra, de lana; la otra blanca, de seda), puestas en la misma
pierna y retiradas, no mostraban electricidad mientras se hallaban unidas, pero sí al
separarse; un comportamiento similar al que, como se ha visto, mostraría más tarde el
electróforo de Volta. Las electricidades contrarias, concluyó Symmer, no se «aniquila-
ban» con el contacto —como predecía la teoría de Franklin—, sino que se anulaban
entre sí, volviendo a manifestarse con la separación. Dado que la teoría de Aepinus
daba igualmente cuenta de estos y otros fenómenos aportados por los partidarios de la
teoría dualista [dos fluidos eléctricos de Robert Symmer, 1759. Dufay consideraba dos
tipos de electricidad, vítrea y resinosa, pero un solo fluido], la adopción de uno u otro
punto de vista constituía una materia de elección. Los dualistas tenían a su favor una
explicación de la repulsión menos-menos [las teorías unitarias, como la de Franklin,
no pudieron explicar la repulsión de los cuerpos cargados negativamente, al no haer
atmósferas de electricidad, «regiones de influencia» que dirá Alessandro Volta en
1775]; los unitarios, aplicando la navaja de Occam, contaban con una teoría más sim-
ple, con un solo fluido hipotético en lugar de dos. En tanto se decidía la cuestión —-y
se tardaría en hacerlo—, se podía cuantificar y medir.
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Electricidad:
La ciencia de la electricidad se desarrolló rápidamente a lo largo del
siglo XVIII, frente al caso de la óptica, cuyo progreso fue lento en ese mismo período.
Gracias al estímulo representado por el descubrimiento del telescopio y el microscopio,
los problemas ópticos se habían estudiado con intensidad durante el siglo XVII, pero se
dieron estímulos escasos en el período inmediatamente posterior. Por otro lado, la
ciencia de la electricidad se tornó muy popular, especialmente tras el descubrimiento
del choque eléctrico en 1745 y la identificación del rayo con la descarga eléctrica poco
después. Se hicieron algunas propuestas médicas un tanto extravagantes acerca de
las virtudes vitalizadoras del choque eléctrico, yendo algunos tan lejos como para
identificar la electricidad con la fuerza cósmica de la naturaleza. La- marck, como se
recordará, sostuvo que la electricidad, conjuntamente con el calor, constituía la fuerza
directriz de la evolución orgánica. John Wesley declaraba que «la electricidad es el al-
ma del universo», opinión que los filósofos de la naturaleza alemanes casi llegaron a
compartir, fascinados como estaban por las polaridades opuestas que exhibía la elec-
tricidad. [Continúa con el contenido de las preguntas 2 a 5. Habría que sintetizar mu-
cho]
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Magnetismo:
A diferencia de los fenómenos eléctricos, que solo comenzaron a es-
tudiarse con cierta intensidad a principios del siglo XVIII, las indagaciones sobre el
magnetismo tenían una amplia tradición, entre otras por la importante razón de su
vinculación a un instrumento crucial para la navegación: la aguja imantada o compás
náutico. Pese a todo, la primera mitad del siglo XVIII apenas conoció desarrollos en los
estudios magnéticos, prevaleciendo durante todo el período la explicación cartesiana
en términos de la circulación vorticial de una materia sutil que atravesaría al imán
entre sus polos norte y sur. Los newtonianos británicos, por su parte, cuando no con-
venían con ella aludiendo a «efluvios magnéticos», se limitaban a mencionar la exis-
tencia de una «virtud magnética», eludiendo —como en el caso de la gravitación— la
cuestión de su mecanismo.
El primero en negar abiertamente la teoría de la circulación fue Musschenbroek.
Su oposición a esta teoría se basaba en el hecho de que la fuerza magnética no se veía
afectada por la interposición de una barrera, salvo si esta era de hierro, mientras que
cabría esperar que otros materiales interpuestos la afectasen también en alguna y di-
versa medida. Además, midiendo las fuerzas entre dos imanes halló que las repulsivas
entre dos polos iguales eran más débiles que las atractivas entre polos opuestos; con
el tiempo, este resultado se mostraría erróneo, motivado por las dificultades en llevar a
buen término la medición. Con tal resultado, si tales fuerzas se debían a la circulación
de fluido magnético, y eran proporcionales a ella, se llegaba a la absurda conclusión
de que la cantidad de fluido que entraba por un polo no era la misma que salía por el
otro.
Aunque creía que la teoría de la circulación era errónea, Musschenbroek no encon-
tró ninguna alternativa. Esta la formularía más tarde Aepinus al hablar de la electrici-
dad; de hecho, los objetivos de Aepinus se dirigían más a la formulación de una teoría
del magnetismo que a la renovación de la teoría franklinista de la electricidad. En
Aepinus, el responsable de los comportamientos magnéticos era, como en el caso de la
electricidad, un fluido sutil cuyas partes se repelen entre sí y son atraídas por las que
componen los materiales férreos, materiales estos a través de los cuales el fluido pasa
con dificultad, mientras que permea libremente al resto de la materia. Este compor-
tamiento distintivo da cuenta de la especificidad de los fenómenos magnéticos. A par-
tir de aquí la situación es la misma que en el caso de la electricidad: en estos materia-
les férreos existe una cantidad «natural» de fluido magnético; cuando se imantan, el
fluido se separa en su interior, dando lugar a un polo «más» y a otro «menos». Esta si-
tuación de polarización se mantiene durante un tiempo variable, según la dificultad
que opongan las partes del cuerpo al tránsito del fluido magnético. Esta teoría no es-
taba exenta de dificultades; por ejemplo, si un imán se dividiera en dos, debería dar
lugar a dos monopolos magnéticos, cuando lo que sucede es que se forman dos ima-
nes. Desde luego, al igual que en el caso de la fuerza eléctrica, hubo diversos intentos
para medirla, aparte del de Musschenbroek ya mencionado; pero la existencia de dos
polos tornaba la cuestión aún más difícil. Naturalmente, se pensaba que las fuerzas
ejercidas por ambos polos deberían ser iguales en magnitud, decreciendo con el cua-
drado de la distancia.
Manteniendo el paralelismo con el caso de la electricidad, fue Coulomb, gracias a
su balanza de torsión, quien logró medir la fuerza magnética. Al igual que Musschen-
broek y Aepinus, Coulomb rechazó la teoría de la circulación, pero también la de
Aepinus. Por un lado, no aceptó las fuerzas repulsivas que Aepinus introdujo entre las
partículas de la materia ordinaria; por otro, argumentó que si se seccionaba la parte
central de un imán, esta no debería ser magnetizable, dada la ausencia o deficiencia
de fluido en ella, lo que iba en contra de la experiencia. El contexto era la búsqueda de
la mejor figura para las agujas magnéticas, con el fin de mantener lo más posible los
efectos de la magnetización. Finalmente concluyó que el fluido magnético actuaba por
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atracción o repulsión con una fuerza que se hallaba en proporción directa a la densi-
dad del fluido y que disminuía con el cuadrado de la distancia. El fluido magnético
introducido por Aepinus estaría contenido en cada partícula o molécula del material y
confinado en ella, aunque podría trasladarse de uno a otro de sus extremos. De este
modo cada molécula del material, al polarizarse, se constituiría en un pequeño imán:
todos estos imanes, digamos, moleculares, se alinearían, resultando los efectos ma-
croscópicos de su acción combinada. Esta sería la concepción que prevalecería duran-
te la primera parte del siglo XIX.
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