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La política había impregnado el conjunto de la vida estudiantil, dentro y fuera de los colegios.
Las organizaciones políticas vieron incrementado notoriamente el número de sus militantes y
el grado de su influencia. Según el suplemento citado, "las tres fuerzas más importantes son,
en este orden, la Unión de Estudiantes Secundarios, (UES), la Federación Juvenil Comunista
(FJC) y la Juventud Secundaria Peronista (JSP)"
En la historia de nuestro país, como en el resto de América latina, los golpes de Estado
siempre estuvieron al servicio de la clase dominante y del imperialismo. Pero el golpe de
Estado de 1976 se podría caracterizar no tan solo como el más sangriento vivido en la historia
de nuestro país, sino también como el más pro-imperialista, ya que el estado político-
económico que dejó la dictadura le sirvió al imperialismo para garantizar su hegemonía en la
región durante décadas.
Uno de los objetivos más tenazmente buscado por la dictadura militar que gobernó entre 1976
y 1983 fue neutralizar a buena parte de la juventud y ganar a una porción para su propio
proyecto reaccionario.
Para los que no encajaban en sus esquemas se aplicaban distintos métodos "preventivos",
desde el asesinato y la desaparición, hasta la más refinadas formas de marginación social y
psicológica, pasando, claro esta, por la clásica y tradicional prisión.
Cuando asumieron en 1976 los militares consideraban que en la Argentina había una
generación perdida: la juventud. Esta, por la sofisticada acción de "ideólogos" se había vuelto
rebelde y contestataria.
Al mismo tiempo, y pensando en el largo plazo, se empieza a desarrollar una estrategia que
va más allá de la eliminación del "enemigo". Se empieza a poner la mira sobre el relevo. Ahí
están los estudiantes secundarios. Al momento del golpe tienen entre 13 y 18 años más de un
millón de jóvenes.
Uno de los aspectos más dramáticos de la represión vivida en aquellos años fue el secuestro
de adolescentes. Llegaron a 250 los desaparecidos que tenían entre 13 y 18 años, claro que
no todos estudiaban. Muchos se habían visto obligados a abandonar la escuela para
incorporarse al mundo del trabajo.
Pero de los procedimientos utilizados surge claramente que no se trataba de hechos aislados,
sino de una investigación pormenorizada en distintas escuelas. En una entrevista concedida a
un grupo de padres, un Coronel de Campo de Mayo les expresó que se llevaban a los jóvenes
que habían estudiado "en colegios subversivos para cambiarles las ideas".
Solo tres de ellos aparecieron un tiempo después. Pablo Díaz, uno de los liberados, declaró
en el juicio a las ex juntas: "Yo pertenecía a la Coordinadora de Estudiantes Secundarios de la
Plata y con los chicos del colegio fuimos a presentar una nota al ministerio de Obras
Públicas".
Levantaron chicos en algunos colegios que tenían "marcados" y enemigo era todo aquel
estudiante que se preocupara por los problemas sociales, por fomentar entre los estudiantes
la participación y la defensa de los derechos de los mismos.
Hoy los estudiantes secundarios están de a poco recuperando aquella tradición de lucha y
defensa por los derechos a una educación al servicio del pueblo y con mayor presupuesto.
Hoy los secundarios, sector dinámico de nuestra sociedad, tienen un doble desafío, que es la
de reconstruir la memoria de lucha de nuestro pueblo y la de reorganizarse para enfrentar eL
calamitoso estado de nuestra educación, ya que ellos son los más perjudicados.
La siguiente es la nómina de los chicos asesinados. Los dos más grandes tenían 18 años.
CLAUDIO DE ACHA
17 años.
Sus padres eran trabajadores con ideas de izquierda y tras el triunfo de Cámpora participó de
la toma del Colegio Nacional por su democratización. Tímido y gran lector, se incorporó a la
UES luego de la muerte de Perón. Como todos, participó en las manifestaciones por el BES.
Secuestrado 16/09/76, fue visto en Arana y Pozo de Banfield.
HORACIO UNGARO
17 años.
De familia comunista, en el 74 rompió la tradición familiar y se sumó a la UES del Normal N 3.
Gran lector y excelente alumno, participó de la lucha de la Coordinadora por el BES.
Realizaba tareas de apoyo escolar en la villa ubicada detrás del hipódromo platense.
Secuestrado 16/09/76, fue visto en Arana y Pozo de Banfield.
PABLO DIAZ
18 años.
Hijo de un docente universitario peronista de derecha, fue expulsado de un colegio católico y
recaló en "La Legión". Había militado en la UES pero en 1976 militaba en la Juventud
Guevarista. Secuestrado 21/09/76. Estuvo en Arana, Pozo de Banfield, Comisaría 3 de
Valentín Alsina y U-9 de La Plata (a disposición del PEN hasta 1980).
GUSTAVO CALOTTI
"Francés", 18 años.
Egresado del Colegio Nacional de La Plata, era cadete policial cuando fue secuestrado
08/09/76. Había militado en la UES pero en el ’76 ya se había desvinculado y estaba más
próximo a agrupaciones de izquierda. Estuvo en Arana, Pozo de Quilmes, Comisaría 3 de
Valentín Alsina y U-9 de La Plata (a disposición del PEN hasta 1979).
EMILCE MOLER
17 años. Militante de la UES en la Escuela de Bellas Artes, era hija de un comisario inspector
retirado. Secuestrada el 17/09/76. Estuvo en Arana, Pozo de Quilmes, Comisaría 3 de
Valentín Alsina y Devoto (a disposición del PEN hasta marzo 78)
PATRICIA MIRANDA
17 años.
Estudiante De Bellas Artes, nunca participó de las luchas por el boleto estudiantil ni tuvo
militancia política. Secuestrada el 17/09/76, nunca hizo la denuncia. Estuvo en Arana, Pozo de
Quilmes, Valentín Alsina y Devoto (a disposición del PEN hasta marzo 78).
El 1 de septiembre, y tras ser interrogados por el vicerrector del Colegio Nacional de La Plata,
Juan Antonio Stormo, fueron secuestrados a pocas cuadras cuatro alumnos: Eduardo Pintado,
Víctor Vicente Marcaciano, Pablo Pastrana (militantes comunistas) y Cristian Krause, sin
ningún tipo de militancia. Pintado logró escapar.
Fue secuestrado una semana antes de la "Noche de los Lápices", pero se considera un
sobreviviente de esa jornada. Para él, la historia oficial vació de contenido la verdadera lucha.
Gustavo Calotti fue detenido el 8 de setiembre de 1976, una semana antes de la Noche de los
Lápices, pero nunca dudó en definirse como un sobreviviente de esa noche trágica en que
fueron secuestrados ocho de sus antiguos compañeros del secundario con quienes compartió,
además, meses de tortura y prisión clandestina.
"Se construyó una historia con el boleto estudiantil y se hizo de ésta un símbolo que vació el
contenido", dice hoy a treinta años de distancia y algo menos de vida en Francia, donde
trabaja como maestro.
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Tuvo un salvoconducto que lo salvó de la muerte. Hoy, a treinta años, dice que se convirtió en
el difusor de aquella trágica jornada porque fue y es un mandato. "Yo respondo por mi
juramento, que está basado en los últimos minutos de convivencia. Como sobreviviente
respondo a eso", le contó a Télam.
"Yo respondo por mi juramento, que está basado en los últimos minutos de convivencia. Ellos
me gritaban que no los olvide y que los recuerde siempre. Como sobreviviente respondo a
eso", dice Pablo Díaz, el gran "relator" de La Noche de los Lápices.
Detenido el día de la primavera de 1976, cinco días más tarde que el resto de sus
compañeros, asegura que su rol, ese que cumplió durante el juicio a los comandantes de 1985
y luego, durante años recorriendo colegios para comentar la película, poniéndose frente a
micrófonos y cámaras, y volviendo a testimonial en tribunales, "es un mandato".
"Soy el único que salió con vida del Pozo de Banfield, el único que estaba con ellos cuando
me dijeron que tenía un salvoconducto que me salvaba de la ejecución y que me trasladaban
bajo la amenaza de no contar nunca lo que había vivido, de lo que había sido testigo. Sólo
ellos me gritaban que no los olvide y que los recuerde siempre", repite.
Su relato se amolda entonces al de un tipo que dice que lo suyo durante noventa días fue
"esperar el traslado final", igual que los seis pibes que se llevaron la peor parte:
"en Banfield estábamos condenados a morir".
Díaz, que hoy a los 48 años es un exitoso empresario del área energética, replica también con
algún enojo cuando se le insinúa "arbitrariedad" en el recorte de su relato.