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GRAN ANGULAR

CRITICA

La infancia reconquistada
JORDI COSTA

1 • En Universo de locos, de Fredric drás cuernos morados...". Tirando de ese yar uno de los hechos diferenciales del ci-
Brown, un personaje intenta explicar al hilo, cabe la posibilidad de concebir un ne animado del japonés Hayao Miyaza-
protagonista todas las implicaciones del universo en el que, por ejemplo, José Luis ki: frente a una tradición marcada por la
concepto de infinito a través de una asom- Guerín fuese japonés, director de anima- deformación subjetiva y la construcción
brosa Teoría de los Universos Paralelos: ción y no tuviese inconveniente alguno en de una realidad artificial, la obra del ja-
"(...)Esos universos infinitos abarcan cual- contar historias con gatos mágicos y sus ponés asume, en algunos de sus recursos
quier cosa imaginable. Por ejemplo, hay un cachorros espectrales: en ese universo, estéticos, una responsabilidad que nadie
universo en el que se está desarrollando es- ese Guerín habría firmado una película debería exigir a los dibujos animados, co-
ta misma escena, con la diferencia de que titulada Mi vecino Totoro (1988), que, en mo es la de capturar la poesía efímera, la
tú, o tu equivalente, lleva zapatos marro- su limbo animado, podría estar a no mu- vibración reveladora y la azarosa belleza
nes en lugar de negros. Y hay un número chos años luz de diferencia de Los mo- en una imagen tan evocadora de lo esen-
infinito de permutaciones de esa variación. tivos de Berta (1985), la ópera prima del cial que se diría feliz hallazgo fotográfico
En una tendrás un arañazo superficial en otro Guerín, el de nuestro universo. Sirva y no fruto de una tenaz artesanía manual.
el índice de la mano izquierda, en otra ten- esta retorcida introducción para subra- En Mi vecino Totoro (que no fue obra de
HAYAO MIYAZAKI

un Guerín paralelo, sino de un Miyazaki alguna, a ese adulto condenado a fracasar un niño de cinco años. La sangre del niño
de este universo), la imagen de una libé- como espectador si no deja, en el vestíbu- permitirá al pez convertirse en niña y to-
lula posándose, durante unos segundos, lo de la sala, todo ese cargamento de lógi- mar esa elección vital que restablecerá el
sobre una sandalia flotando en el agua en- ca acumulado con los años. equilibrio entre los mundos enfrentados
cierra el secreto de la insular poética ani- de lo natural y lo civilizado. Un excéntrico
mada del Studio Ghibli, compartida tanto 3. Se suele recordar que, en el último punto de encuentro, en clave minimalista,
por el autor de El viaje de Chihiro (2001) tramo de su vida, Pablo Picasso dijo: "A entre La sirenita de Andersen y la mitolo-
como por Isao Takahata: la capacidad de los quince años dibujaba como Miguel Án- gía de las Valkyrias de Wagner que la ban-
recrear, a través de la construcción cali- gel, y he tenido que ¡legar a viejo para di- da sonora de Joe Hisaishi se encarga de
gráfica, la pureza incontaminada de las bujar como un niño". A sus 68 años y con subrayar. Miyazaki alcanza una simplifi-
más radicales poéticas del cine no ani- Ponyo en el acantilado bajo el brazo, Mi- cación del trazo que convierte a algunos
mado empeñadas en atrapar lo esencial. yazaki podría afirmar algo parecido, por- de sus personajes casi en ideogramas vi-
Simplificando (¡atención!: inminencia de que su trabajo más reciente es, también, vientes, desarrollando una línea estética
boutade): a veces, Miyazaki es Guerín por el más puro, desnudo y despojado: una que pasa por los escarabajos del polvo y
otros medios. fábula animista color acuarela, completa- los cachorros felinos de Mi vecino Toto-
mente libre de toxinas adultas, que pare- ro, algunas criaturas de la bulliciosa fau-
2. Toda ficción dirigida al público no na de El viaje de Chihiro o la llama de El
adulto vive en una contradicción aparen- castillo ambulante. Con sus olas vivientes,
temente irresoluble: desde la inadecuada su viaje a bordo de un barco de juguete
posición de una madurez que ha dejado sobre un pueblo sumergido en el que na-
largo tiempo atrás su experiencia direc- dan peces prehistóricos y la épica onírica
ta del pensamiento mágico, dicha ficción de la carrera de Ponyo en plena tormen-
tiene que alimentar ese ya fértil territo- ta (transformado ya en niña), la película
rio de la imaginación infantil que para celebra la rabiosa libertad de esa desbor-
el creador no puede ser sino un paraíso dada imaginación infantil reconquistada,
perdido. Los dibujos animados, en ese
contexto, son un laborioso sucedáneo de
mitologías destinado a quienes producen
sus propias mitologías de forma espontá-
La película es una fábula animista color acuarela,
nea, sin las ataduras racionales del mun- compleamente libre de toxinas adultas, que parece
do adulto. La contradicción tiene, por su- directamente extraída de la zona más medular e
puesto, sus efectos: las turbulencias de lo
adulto se filtran a través de las grietas de intransferible del imaginario infantil
la ficción destinada al receptor infantil.
Hans Christian Andersen, Lewis Carroll ce directamente extraída de la zona más pero Hayao Miyazaki cuida también otras
y Walt Disney podrían funcionar, en es- medular e intransferible del imaginario gratificaciones más sutiles: el asombro de
te sentido, como singulares casos de estu- infantil. A su lado, Mi vecino Totoro pare- Ponyo, criatura mágica, ante lo cotidiano,
dio. Cabría pensar, pues, que la perfecta ce casi recargada, demasiado construida, ante la preparación de un plato de fideos
película de dibujos animados sería aquella menos libre. Habrá quien califique a Pon- o ante la desafiante mirada de un bebé.
que consiguiera algo digno de un proce- yo en el acantilado de naïf, quizás por su En la orfebrería de lo minúsculo y el re-
so alquímico: convertir en forma, color y acusado contraste con el barroquismo ex- greso al origen de una fantasía infantil en
movimiento lo que se agita en ese terreno cesivo, extenuante -y, a ratos, casi termi- estado magmático Miyazaki encuentra
irrecuperable de la imaginación infantil. nal- de la anterior El castillo ambulante no la perfecta coda a su carrera, sino su
Ha habido intentos loables de obtener ese (2004): en realidad, Miyazaki conquista destino soñado. •
logro aparentemente quimérico: desde los ese territorio, en principio inalcanzable,
cortometrajes que realizaron John y Faith de la inocencia absoluta y la libertad ex-
Hubley a partir de la grabación real de las trema, sin culpas y sin sombras, por el que
voces de sus hijos hasta esa cercana ini- Walt Disney, probablemente, hubiese da-
ciativa pedagógica de los Pequeños Dibu- do medio reino (o el reino entero).
jos Animados, impulsada en nuestro país
por Mario Torrecillas. Ponyo en el acanti-
lado, la última película de un Hayao Mi- 4. La historia es sencilla: tras escapar de
yazaki que (por fortuna) aún no ha hecho los dominios de su padre (un personaje
efectiva su anunciada retirada, parece, no en el que parecen cruzarse Miyazaki y
obstante, reproducir la forma canónica de Werner Herzog: el humano que, por pro-
esa película imposible: la perfecta pelícu- pia elección, escoge un reino que no es de
la infantil de dibujos animados, un trabajo su mundo para desafiar a su propio ori-
que no ofrece asideros, ni hace concesión gen), un pez con rostro de bebé somno-
liento recala en la orilla donde le recogerá
GRAN ANGULAR

El estreno de Ponyo en el acantilado recupera para las


pantallas españolas la obra esencial de Hayao Miyazaki,
figura mayor de la animación japonesa. Para conectar este
nuevo film con la obra anterior de su director, creador
de fascinantes mundos imaginarios en los que reina
una intransferible y originalísima fauna de criaturas,
rescatamos aquí un artículo de Cahiers-Francia que nos
ayuda a conocer la naturaleza de ese zoológico cuyo
magma plástico cuestiona el antropomorfismo tradicional.

HAYAO MIYAZAKI

La guerra de los mundos


(réquiem por los humanos)
HERVÉ AUBRON

El castillo ambulante (2004)


HAYAO MIYAZAKI

Transidos soñadores, los espectadores nunca acertamos a desen-


trañar el sortilegio del mago japonés. Poderes y recobradas
ambigüedades del cuento, esplendor de las metamorfosis y de
los ballets aéreos, mundos fabulosos ocultos en los pliegues de
lo cotidiano. Todo eso es cierto, pero al definirlo así corremos
el riesgo de no ir más allá del hechizo generado por la admira-
ción ("conservemos un alma infantil"), de encasillar a Hayao
Miyazaki en el lugar común del "Disney japonés". Su genio no
se reduce, sin embargo, a una Fantasía renovada o a una recupe-
ración de un encanto ancestral. Para acercarnos a él, hemos de
practicar un poco de zoología: la fauna miyazakiana nos habla
de tres grandes especies en perpetuo estado de guerra.

1) Los dioses. A priori, el animismo de Miyazaki parece ade-


cuarse al panteón de la tradición japonesa. Por otra parte, a ve-
ces el cine de animación ha reivindicado el animismo que su
nombre parece inducir, con la salvedad de que en la mayor parte Porco Rosso (1992)
de las ocasiones era un pretexto para justificar el antropomor-
fismo más autoritario. Se consentía que las cosas tuvieran un
alma, pero era sólo para que se dejaran colonizar y exhibieran La Animación oscila entre disolver
las muecas de Mickey. En las últimas películas de Miyazaki, los
dioses muestran dos estados. En primer lugar, son bestias: los toda forma humana en un plasma
dioses lobo y los jabalíes de La princesa Mononoke (Mononoke- abstracto o volverse transparente con
hime, 1997), pero también príncipes magos que llevan una do-
ble vida: dragón blanco (El viaje de Chihiro / Sen to Chihiro no el riesgo de desaparecer
kamikakushi, 2001), águila negra (El castillo ambulante / Hau-
ru no ugoku shiro, 2004). Este último, cuando se deprime, se abstracto pero también borrarse, ofrecer la más completa de las
derrite en un mar de flema verde, revelando el otro régimen ilusiones al volverse transparente, con el riesgo de desaparecer.
de los dioses: montones gigantes de moco o de gelatina, larvas Sucesivamente tentados por los extremos de la tiranía y de la
cósmicas que se niegan a conservar una forma estable, como el esclavitud, del Leviatán y de la larva, los dioses no se detienen
Caminante Nocturno, gran silueta flexible que surca el bosque en las regiones atemperadas del antropomorfismo, ya no pue-
(Mononoke), los demonios ectoplasmáticos de la feria o el dios den revestir una figura humana. O bien es un temible dios del
pútrido (Chihiro), los cancerberos de la Bruja, fláccidos y bitu- fuego, o una infantil llamita histriónica, como el espíritu de la
minosos (El castillo ambulante). Divina fisiología de caracoles, chimenea en El castillo ambulante. O bien es un tótem receloso
que sólo accede a cóleras arcillosas o a voluptuosos movimien- o una piltrafa poseída (como los dioses animales de La prin-
tos umbilicales. Reconocemos en ellos el plasma que Eisens- cesa Mononoke), o un pequeño bicho servil, como hay tantos en
tein percibía en los dibujos animados de Disney, a propósito del Miyazaki, pero nunca se humaniza amablemente.
que inventó la palabra "plasmaticidad": una plasticidad viva, un
El viaje de Chihiro es explícita en esta ambivalencia de la
principio de transformación perpetua; en otras palabras, la Ani-
depredación, con la transformación de los padres glotones
mación misma.
en cerdos esclavos: comer es ser comido. Como testigo, el Sin
Al escindir sus modos de aparición, los dioses miyazakia- Rostro, ese espectro negro y blanco de máscara inexpresiva; uno
nos erosionan el antropomorfismo tradicional. Por un lado, los de los personajes más bellos que se han imaginado en los últi-
cuerpos animados que eran el soporte privilegiado en Disney, mos tiempos. Su máscara podría ser la del asesino de Scream.
bestias de carga que se dejan humanizar dócilmente; por otro, Vigila quién llama (Scream; Wes Craven, 1996) o la de una
restituido a sí mismo, el plasma que hace posible este sortilegio. muñeca implorante. Tímido, jadeando sonidos inarticulados,
Separados, ambos principios se dispersan. Los animales salva- de pronto es capaz de devorarlo todo a su paso y convertirse en
jes huyen del hombre como de la peste: arte consumado de fie- un gran saco henchido. Tras vomitar los cuerpos engullidos, el
ras acorraladas, coces enloquecidas, mandíbulas sanguinolentas ogro se transforma en sombra temerosa, víctima nata que sólo
que carecen de fuerza para morder pese al deseo de hacerlo. pide someterse, comer galletitas y coser en casa de una abuela.
Amamos a las bestias a pesar de ellas, en el aliento de sus fauces
abiertas. Y si a veces se dignan a hablar, como en La princesa 2) Los totoros. No pensamos sólo en los peluches lunares y
Mononoke, no imitan los movimientos del habla, limitándose a mofletudos de Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988). Se tra-
fruncir los maxilares en un rictus despectivo. ta, en un sentido amplio, de todas las mascotas regordetas, esen-
En los grandes dioses-babosa, la Animación desencadena cialmente mudas, que acompañan a los protagonistas: el robot
su poder plasmático, que se convierte en pura pulsión devora- jardinero de El castillo en el cielo (Tenkû no shiro Rapyuta, 1986),
dora. Se trata de devorar, fagocitar, pero también de ser devo- a medio camino entre Terminator y Bibendum; los pequeños es-
rado. Liberada de sus trabas, la Animación oscila entre dos píritus de La princesa Mononoke, Teletubbies de cabeza fúnebre
deseos contrarios: disolver toda forma humana en un plasma (que anuncian al Sin Rostro, dios atrapado en un devenir Toto-
GRAN ANGULAR

El viaje de Chihiro (2001)

El antropomorfismo ha sido derruido y Miyazaki no recoge los pedazos.


Ahora se trata de saber cómo lograr que cohabiten especies diferentes

ro); las serviles bolas de hollín de El viaje de Chihiro, tarántulas sable desde el punto de vista narrativo. Giro de tuerca de un
chillonas que se alimentan de peladillas con forma de estrella- toon aislado y folclorizado, último representante de una época
Títeres tan divertidos como inquietantes, por inexpresivos e ina- en la que a los animales no les importaba hablar.
prensibles. ¿Amigos? ¿Enemigos? A menudo dudamos, ya que
pueden ser el producto de improbables transformaciones, como 3) Las niñas. Son las insustituibles heroínas miyazakianas, chi-
el lechón y el polluelo de Chihiro, procedentes de un atroz bebé quillas cuya fisonomía, aunque mucho más expresiva, corres-
gigante y de una maléfica ave rapaz: miniaturizado, lo mons- ponde a los estándares de las ninfas del manga. Al contrastarla
truoso se torna simpático, sin que sepamos si su naturaleza ha con la inventiva de las anatomías circundantes, esta conformi-
cambiado verdaderamente. dad reduce su ingenuidad a una máscara lisa: las niñas revelan
Por medio de estas criaturas irresolubles, Miyazaki se ins- pronto una determinación inflexible. En este paisaje arruinado,
cribe más claramente en la línea de Lewis Carroll; Totoro cita mientras los dioses de la Animación se derriten y los toons se
al gato de Cheshire. Los espectros de los toons de antaño, ama-
bles bichos humanizados, se convierten en juguetes apáticos, La princesa Mononoke (1997)
una vez rechazados por la Animación. Lejanas estatuillas de
un santuario abandonado: el personaje sólo puede tender ha-
cia el juguete, la figura hacia la figurilla, en las ruinas de un bal-
dío parque de atracciones (el decorado de Chihiro). Este duelo
de toons se consumó en el derrengado Porco Rosso (Kurenai no
buta, 1992). Hasta ese momento, Miyazaki había perpetuado
la afición a un pintoresquismo amable, en una línea a veces
cercana a los folletines del siglo XIX (afición a las máquinas
voladoras a lo Julio Verne; uso de los personajes de Sherlock
Holmes y Arsenio Lupin, en las series televisivas). Porco Rosso
constituye una ofrenda final: en una Italia de bazar, aviadores
locos y piratas pueriles hacen el tonto. El protagonista, diestro
piloto de hidroavión, es un cerdo, cuando el resto de los perso-
najes son humanoides, sin que esta especificidad sea indispen-
HAYAO MIYAZAKI

abandonan a la apatía totoresca, el Sentimiento no se da cuar-


tel. No es que el candor se pierda; más bien se endurece en una
fría porcelana, una máscara de guerra. El caso ejemplar es Mo-
nonoke, que deja entrever a una Candy convertida en amazona:
para sobrevivir, su remilgo debe enroscarse en el flanco de una
loba rabiosa, mezclar su sensiblería con la sangre del animal.
La diáfana Sophie (El castillo ambulante) se metamorfosea en
anciana desilusionada. Cristal a un tiempo muy duro y delicado:
cuando pronuncia su declaración al hombre-dragón, en pleno
vuelo, Chihiro deja escapar lágrimas redondas como cuentas
de cristal. Así es la ingenuidad en Miyazaki, tanto más efusiva
cuanto más blindada e inoxidable: lección, una vez más, de la
Alicia de Lewis Carroll.

Animación convertida en napalm incontrolable


Toons congelados como juguetes autistas, sentimentalidad vi-
trificada: los antiguos principios de Disney, en otro tiempo uni-
ficados, se radicalizan y se separan. El antropomorfismo ha si-
do derruido y Miyazaki no recoge los pedazos: todos los ele-
mentos están ahí pero se lanzan miradas asesinas: leitmotiv de
sus películas, en las que se trata, siempre, de saber cómo lograr
que cohabiten especies diferentes. El cuerpo del Sin Rostro es
el campo de batalla de esos principios cuya armonía se ha perdi-
do, sucesivamente plasma antropófago, mudo Totoro y huérfa-
no gimoteante. Aunque luchen entre sí, al menos las tres tribus
están de acuerdo en una cosa: ya no tendrán rostro humano. He
ahí la espléndida secuencia del tren por la superficie del agua
en El viaje de Chihiro. Resignados, un avergonzado dios-larva
(el Sin Rostro), unos totoros (el lechón y el polluelo) y una ni-
ña se aprietan unos contra otros, se dan calor en una banqueta,
indiferentes a los espectros de viajeros que les rodean: poco a
poco, en silencio, las sombras humanas abandonan el lugar y
desaparecen. El plasma, el juguete y la florecilla permanecen,
yuxtapuestos.
Siniestro telón de fondo, inmensa soledad. Era el desierto de la
catástrofe en Nausicaä (Kaze no tani no Naushika, 1984). Se oyen
terribles palabras. "Me siento tan solo...", musita el Sin Rostro.
"Yo me quedo a contemplar mi muerte", asesta la diosa-loba en
La princesa Mononoke. En el mismo film, un jabalí poseído mal-
dice definitivamente a la figura humana. Antes de exhalar su
postrer y pútrido aliento, la carroña infectada de gusanos se
dirige a los hombres: "Repugnantes criaturas... Pronto sentiréis
todo mi odio y padeceréis como yo". Aquí comprendemos hasta
qué punto el cine de Miyazaki no es sólo una fábula sobre la his-
toria de la animación. Evidentemente, sus quimeras fueron, pri-
mero, una respuesta a la llegada del digital, el gesto de un sueño
de celuloide (al que el cineasta sigue apegado) que resistiría a
los avatares digitales y buscaría su supervivencia a cualquier
precio. Cuestión central en Hayao Miyazaki, en efecto: cómo
no despertar, cómo hacer durar un sueño: el del tiempo en el
que las formas se dibujaban a imagen (y también al alcance) del
hombre. Desde entonces, no sólo se trata de cantar una época ya
pretérita de la animación, sino también la figura humana como
tal, a partir de ahora en descomposición. Los dibujos sólo se
representan a sí mismos y lloran en la noche. •

© Cahiers du cinéma, n° 616. Octubre, 2006


Traducción: Antonio Francisco Rodríguez Esteban

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