0 Bewertungen0% fanden dieses Dokument nützlich (0 Abstimmungen)
321 Ansichten5 Seiten
Este documento resume las ideas de Fromm sobre la sociedad capitalista y sus efectos en la condición humana. Fromm analiza cómo el capitalismo ha llevado a la alienación del individuo al convertirlo en un medio para los intereses económicos de otros. También explica cómo el conformismo y la pérdida de individualidad son características de la sociedad capitalista moderna, donde priman el consumismo y la estandarización por encima del desarrollo personal.
Originalbeschreibung:
hgh
Originaltitel
Erich Fromm Cap 5 El Hombre en La Sociedad Capitalista (1)
Este documento resume las ideas de Fromm sobre la sociedad capitalista y sus efectos en la condición humana. Fromm analiza cómo el capitalismo ha llevado a la alienación del individuo al convertirlo en un medio para los intereses económicos de otros. También explica cómo el conformismo y la pérdida de individualidad son características de la sociedad capitalista moderna, donde priman el consumismo y la estandarización por encima del desarrollo personal.
Este documento resume las ideas de Fromm sobre la sociedad capitalista y sus efectos en la condición humana. Fromm analiza cómo el capitalismo ha llevado a la alienación del individuo al convertirlo en un medio para los intereses económicos de otros. También explica cómo el conformismo y la pérdida de individualidad son características de la sociedad capitalista moderna, donde priman el consumismo y la estandarización por encima del desarrollo personal.
Fromm analiza las bases sociales, políticas, económicas y culturales de la sociedad capitalista, en busca de los síntomas patológicos que explicarán los trastornos psíquicos de los individuos que viven en ella. A. El carácter social. Los individuos se diferencian unos de otros pero, al mismo tiempo, se adecúan a un carácter social, común a la mayoría de la gente que varía según las épocas; así, la sociedad moderna se caracteriza por el trabajo del hombre libre. Sin embargo, el carácter social matiza Fromm no depende de causas particulares, sino de ideas políticas, filosóficas, religiosas..., que precisamente por esto, añade, no deben considerarse estructuras secundarias, como hace el marxismo. A conferir el carácter social contribuyen también, en gran medida, la educación familiar, junto con la escolar y los métodos pedagógicos. B. La estructura del capitalismo y la condición humana. 1) Capitalismo en los siglos XVII y XVIII. El capitalismo ha nacido, según Fromm, a partir de hombres libres, que venden en el mercado laboral su propio trabajo al dueño del capital, con la confianza de que, a través del mercado, el egoísmo de cada uno obtenga el máximo beneficio para todos. 2) Capitalismo en el siglo XIX. La empresa alcanza en esta etapa el predominio sobre el hombre, que ya no es la medida de todas las cosas; por eso, explotar brutalmente al obrero deja de ser considerado un crimen. El mercado se libera finalmente de todas las limitaciones tradicionales: el sistema se basa por entero en la libre competencia y en el beneficio de las empresas. Como consecuencia, el hombre deja de ser fin en sí mismo y se convierte en un medio de los intereses económicos de otros hombres o de un gigante impersonal. Estos efectos despersonalizadores explica Fromm no son debidos a la avidez del capitalista, sino a la ley del beneficio. Fromm acepta la idea, defendida también por el capitalismo, de que los hombres están para trabajar al servicio de la sociedad; pero según él hay muchas formas de colaboración distintas de las basadas exclusivamente en el beneficio, como la cooperación recíproca fundada en el amor, en el espíritu de servicio o en vínculos naturales. La cuestión de la autoridad es marginal para Fromm, el poder puede utilizarse para explotar y someter, o para servir, como ocurre en la relación de un maestro con sus discípulos, que es absolutamente distinta de la relación existente entre un amo y sus esclavos. Aunque en conjunto Fromm realiza un juicio positivo de los movimientos reformadores del siglo XIX, considera que estos no han logrado salvar al hombre de las neurosis creadas por el sistema capitalista. Estos movimientos, que partían de la necesidad de suprimir la explotación del obrero y de abolir o disminuir la autoridad, han conseguido, según él, importantes resultados: en poco más de medio siglo la situación ha cambiado a favor de los obreros, y la autoridad ha disminuido mucho más de lo que un utópico del siglo pasado hubiese soñado. A pesar de todo, añade, el hombre no está más sano que entonces: ya no corremos el riesgo de convertirnos en esclavos; pero sí, en robots. 3) La sociedad en el siglo XX a.—Cambios sociales y económicos. Los factores que, en opinión de Fromm, han actuado como motor de los grandes cambios ocurridos son dos: el desarrollo de la técnica y el triunfo indiscutible de la ley del mercado. El desarrollo de la técnica ha favorecido el aumento del capital, que ahora se halla dividido entre muchos accionistas, produciendo así una mayor separación entre la empresa y la propiedad. La ley económica, por otra parte, se impone cada vez más: si el mercado y los contratos regulan las relaciones, no hace falta saber lo que es correcto y lo que es erróneo; basta con saber si algo es adecuado y funcional. Mientras tanto, concluye, los bienes se distribuyen: todos tienen un coche y otros bienes de consumo, leen los mismos periódicos y disfrutan de los mismos espectáculos; producen, consumen, disfrutan juntos, codo con codo, sin hacer preguntas. Esto requiere, deduce Fromm, que todos quieran consumir cada vez más y que los gustos estén estandarizados; que se sientan libres y, al mismo tiempo, que estén dispuestos a ser mandados sin oponer resistencia a la máquina social. b.—Cambios caracteriológicos. Además de la alienación económica, estudiada por Marx, Fromm considera que existen otros tipos de alienaciones, en los que el hombre se convierte también en extraño, extranjero para sí mismo: su apariencia, su rendimiento, pasan de ser suyos a ser sus dueños. La persona alienada pierde también el contacto con los demás, que se transforman así en algo parecido a ella. En este sentido, observa Fromm, el monoteísmo supone un paso adelante respecto al politeísmo, en el que los hombres se construían un fetiche y alienaban en éste el propio yo: el hombre idólatra se inclina ante el trabajo de sus propias manos. En el monoteísmo continúa Fromm, Dios no es una cosa, sino el infinito, y el hombre es también en cierto modo infinito, porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Pero, incluso en el monoteísmo, es fácil volver a la idolatría, cuando se renuncia a Dios para someterse a las cosas creadas; también en el amor añade ocurre eso mismo, pues con frecuencia no es otra cosa que un fenómeno idolátrico. Otras idolatrías modernas se refieren, siempre según Fromm, a distintas instituciones y a distintos objetos: a los jefes, al Estado, a la industria, al dinero, al deporte, a los espectáculos, etc. En estos casos, aunque las relaciones humanas se intensifican y se hacen más cordiales al disminuir el miedo y el autoritarismo, las personas se convierten en partículas extrañas entre sí, que están juntas por intereses egoístas y por la necesidad de hacer uso una de otra, prevaleciendo así el egoísmo en vez de la verdadera solidaridad. Según Fromm, el origen de esta alienación estriba en el hecho de que el yo no surge de la propia actividad del individuo que ama y piensa, sino de su papel económico-social. Al preguntar a uno ¿tú quién eres? ejemplifica Fromm, se corre el riesgo de recibir la siguiente respuesta: soy un médico o cosas parecidas, como si una máquina pudiera responder y dijese: soy un tractor, soy un coche, etc. Esto ocurre cuando el valor de la persona depende tan sólo del éxito económico o profesional. Otro tipo de alienación, propio de la sociedad capitalista, es el conformismo. No es que en otras épocas no haya existido este fenómeno matiza Fromm, pero ahora se corre el riesgo de una estandarización, no según ciertos modelos personales, sino según modelos anónimos. Lo importante para el hombre de la sociedad capitalista es sentirse aceptado, pues a la persona alienada le resulta imposible estar a solas consigo misma. Aunque en la sociedad capitalista nadie obliga al individuo a un comportamiento determinado, el conformismo supone de modo implícito la obediencia a férreas leyes, para acomodarse al grupo en que se vive. En el conformismo actual, continúa Fromm, se ha abierto camino el principio de que toda aspiración debe satisfacerse inmediatamente y ningún deseo debe quedar frustrado: se compra a plazos con tal de conseguir algo inmediatamente; se desea el placer sexual sin demora, después de haber preparado todas las coartadas posibles con un burdo freudianismo que ve en la represión sexual la causa de todas las neurosis. Frente al vacío existencial que surge de la actitud conformista, se busca una solución hablando, desfogándose con un interlocutor con el que se simpatiza. Otra consecuencia del conformismo es, según Fromm, la sustitución de una autoridad racional por otra irracional, primero en la familia y luego en la sociedad. Mientras había una autoridad clara, explica, existía una oposición y rebeldía contra toda autoridad irracional, afirmándose así la conciencia del propio yo; ahora en cambio el individuo, inconsciente de su sumisión a una autoridad anónima, pierde el sentido de sí mismo convirtiéndose en un objeto. c.—Razón, conciencia, religión. Fromm describe el modo en que estos tres elementos aparecen en la sociedad capitalista: la razón aflora, pero siempre bajo la forma de una inteligencia instrumental que encuentra su máxima expresión en la inteligencia artificial de las máquinas; la conciencia personal resulta amortiguada y silenciada: no puede desarrollarse cuando el principio vital más importante es el conformismo (cuánto más conformista es una persona, menos puede oír la voz de la propia conciencia, y menos puede obedecerla); en cuanto a la religión, nos encontramos con una gran abundancia de manifestaciones religiosas y, a la vez, con una creciente idolatría. El monoteísmo no es compatible en opinión de Fromm con la alienación y con la ética de la corrección (la ley del mercado convierte la moral en corrección, entendida como algo que es contrario al engaño, ya que éste elimina la confianza necesaria para los negocios). En el monoteísmo, sigue Fromm, la revelación al hombre y la redención de éste constituyen el fin supremo de la vida; un fin que no puede ser subordinado a ningún otro: puesto que Dios es indefinible, el hombre creado a su imagen también es indefinible, es decir, no puede ser jamás considerado como una cosa. Ciertamente, añade, el principio de la corrección produce un cierto tipo de comportamiento ético; pero amar al prójimo, cultivar el espíritu, afrontar la muerte, no forman parte de la corrección. Para hacer frente a estas cuestiones es necesario, según Fromm, la creencia en el amor fraterno que, en épocas pasadas, se fundamentaba en la religión. El mundo de hoy, explica Fromm, deja a un lado los problemas más importantes de la vida. Si se cree en Dios, es porque se da por descontado que existe; si no se cree, es porque se supone que no existe. En ambos casos se da a Dios por descontado. Ni el creer ni el no creer quitan el sueño a nadie, ni causan ninguna preocupación seria, debido a que el amor fraterno ha sido sustituido por la corrección. Dios se ha convertido así en el Director General de la Sociedad Anónima del Universo. d.—Trabajo y democracia. En este epígrafe Fromm compara la concepción laboral del artesano medieval, el cual podía sentirse satisfecho ante el producto acabado, con la del obrero industrial o postindustrial que ve el trabajo como una actividad que, por el momento, las máquinas no consiguen realizar completamente. Este trabajo anónimo y dividido es siempre menos querido, cuando no suscita rebeldía. También la democracia presenta —según Fromm— síntomas de grave enfermedad. Antes existía el problema del sufragio universal, que impedía la participación democrática a las grandes masas; pero ahora que éste se ha conseguido, se descubre que los ciudadanos no participan en la vida y en las decisiones políticas. Votan a unos candidatos que, en vez de representar fielmente a los propios electores, obedecen a poderes extraños. También el voto libre está seriamente condicionado por la propaganda y por la abstracción de los problemas, tan lejanos de la propia existencia cotidiana. e.—Enajenación y salud mental. La crítica de Fromm a las escuelas psicoanalistas americanas es muy aguda y contundente. Critica la tesis de Sullivan, uno de los psicoanalistas más conocidos, que reduce todos los trastornos a la insatisfacción de tres necesidades básicas: la necesidad de seguridad personal, es decir, la liberación de la ansiedad; la necesidad de intimidad, es decir, de colaborar al menos con otra persona; y la necesidad de satisfacción erótica. Fromm indica que estas tres necesidades, además de no agotar las causas de los problemas psicológicos, son enfocadas por Sullivan de una forma muy distinta a como lo han sido en las diferentes culturas: se sostiene la posibilidad de encontrar la seguridad satisfaciendo algunas necesidades según el modo propuesto por una sociedad dominada por la industria y el conformismo; los psicoterapeutas aconsejan al individuo adaptarse a ella, fomentando así en la persona la existencia de una intimidad cualquiera y de una sensualidad egoísta. Para Fromm, un poco de inseguridad es connatural al hombre, debido a los límites que descubre en su libertad cuando afronta los fines trascendentes de la vida. Así pues, según Fromm, el hombre verdadero debe sufrir hasta que pueda decir soy yo; el hombre alienado, por el contrario, intenta ser lo más parecido a los demás para sentirse aceptado. Pero el temor a no resistir el reto está llenando a la sociedad de un sentimiento de ansiedad mucho más intenso que el antiguo sentimiento de pecado: "Si la edad contemporánea ha sido llamada con razón la época de la ansiedad, se debe primordialmente a esta ansiedad engendrada por la falta de sentimiento del yo. En la medida en que yo soy como usted me desea, yo no soy; estoy angustiado, dependo de la aprobación de los demás, procuro constantemente agradar. La persona enajenada se siente inferior siempre que se cree en desacuerdo con los demás" (p. 172). De este modo, vienen deformados conceptos básicos como felicidad y afecto: todos deben de ser felices, pero esa afirmación es más una condena que verdadera felicidad. La felicidad no es un simple placer y conoce el esfuerzo del crecimiento; se opone a la tristeza y a la depresión, no a la fatiga, a la seriedad y a la lucha. Por eso, en contra de los psicoanalistas americanos, Fromm considera que el american way of life es causa de muchos trastornos: no es que las dificultades para integrarse en esa sociedad procedan de los viejos tabúes que se oponen a la libertad moderna, sino que proceden de la despersonalización a que deben someterse los individuos. Lo que estos psicoanalistas pretenden es semejante, según Fromm, a lo que hicieron los ciegos del cuento: un joven llegó a un pueblo de ciegos; con el pasar de los días, los ciegos se dieron cuenta de que aquel joven no se comportaba como ellos. Los más sabios y expertos descubrieron que por los ojos de aquel joven entraban imágenes que lo confundían y, para salvarlo, acordaron sacarle los ojos (cfr. p. 163).