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ESTRUCTURALISMO Y POSTESTRUCTURALISMO

Por: Marcelo Pisarro

El estructuralismo fue el paradigma académico predominante en las ciencias humanas y sociales


durante buena parte del siglo XX, y también una moda cultural que en la posguerra desplazó a
otras modas culturales (el existencialismo, por ejemplo). Si el estructuralismo, como corriente de
pensamiento, comienza con el Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure (1916), es
con los trabajos de Claude Lévi-Strauss que adquiere el status de "movimiento". Positivista,
formalista y anti humanista, analiza cada fenómeno como un sistema complejo de partes
interrelacionadas. Sus hipótesis fueron adaptadas en disciplinas como antropología, lingüística,
historia, filosofía, sociología, psicología, matemática, arquitectura, etc. En las décadas de 1970 y
1980, sus premisas positivistas cedieron ante modelos más interpretativos y abiertos. Más que
desaparecer, el estructuralismo se disolvió en corrientes como el postestructuralismo,
deconstructivismo o diversas corrientes marxistas.

Hitos del estructuralismo

1908. Nace Claude Lévi-Strauss.

1913. Muere Ferdinand de Saussure.

1916. Se publica el Curso de lingüística general, que lleva la firma simbólica de Saussure, aunque
fue armado por dos de sus alumnos (Charles Bally y Albert Sechehaye) en Ginebra, con retazos de
manuscritos, apuntes de clase, anotaciones varias. A partir de ese momento, y durante al menos
medio siglo, la lingüística será estructuralista.

1926. Se establece la Escuela de Praga, círculo de lingüistas estructuralistas entre cuyos miembros
sobresalen Roman Jakobson, Nikolai Trubetzkoy, Sergei Karcevskiy, Vilém Mathesius, René Wellek
y Jan Mukarovský. El grupo se desbanda en 1939. Deudos: Alf Sommerfelt, Emile Benveniste,
Tzvetan Todorov, Claude Lévi-Strauss.

1931. Se establece la Escuela de Copenhague, fundada por Louis Hjelmslev y Viggo Brøndal

1933. Se publica Lenguaje de Leonard Bloomfield y define la impronta de la escuela lingüística


estructuralista norteamericana de las décadas de 1940 y 1950: principios conductistas para el
estudio del sentido y riguroso método científico de análisis lingüístico. Deudos: Charles F. Hockett,
Zellig Harris.

1935. Lévi-Strauss viaja al Brasil, donde enseñará e investigará hasta 1939. La experiencia dará
forma a Tristes trópicos.

1941. Se publica Lenguaje infantil, afasia y leyes fonéticas generales de Roman Jakobson. La
elección es arbitraria; su obra es enorme, dispersa, no sistematizada. Durante la guerra, exiliado
en Nueva York, formó parte de la École libre des hautes études, junto a Jean Wahl, Jacques
Maritain y Lévi-Strauss, a quien influyó considerablemente.

1943. Se publica Prolegómenos a una teoría del lenguaje de Louis Hjelmslev. Deudos: Gilles
Deleuze, Felix Guattari, Jacques Derrida.

1949. Se publica Las estructuras elementales del parentesco de Lévi-Strauss. Libro capital de la
antropología estructuralista, Lévi-Strauss combina la idea de pares opuestos (de Saussure,
Jakobson, Escuela de Praga, etc.) con los trabajos de Emile Durkheim y Marcel Mauss, y la aplica al
estudio de sociedades primitivas. Deudos: Edmund Leach, Jacques Lacan, Marshall Sahlins,
Algirdas Julien Greimas, Marcel Detienne, Roland Barthes, Gérard Genette, y un gran etcétera.

1955. Se publica Tristes trópicos y Lévi-Strauss se convierte en una celebridad. Décadas después,
el antropólogo Clifford Geertz escribió: "Es un libro que, si bien dista mucho de ser un gran libro de
antropología, o siquiera un libro especialmente bueno de antropología, es seguramente uno de los
libros más bellos escritos por un antropólogo".

1957. Se publica Estructuras sintácticas de Noam Chomsky. La gramática generativa señala el


ocaso de las teorías bloomfieldianas. Chomsky sostiene que el análisis estructural puede ser válido
para el estudio de la fonología y la morfología, pero no de la semántica.

1957. Se publica Mitologías de Roland Barthes. Aplicando el análisis del signo saussureano al
proceso de creación de mitos, se considera una pieza clave para la emergencia de los "estudios
culturales".

1958. Se publica Antropología estructural de Lévi-Strauss.

1962. Se publica El pensamiento salvaje de Lévi-Strauss, su obra teórica capital. Imprescindible,


todavía hoy.

1964. Jacques Lacan ofrece un seminario sobre "Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis" en École Pratique des Hautes Etudes, gracias al apoyo de Lévi-Strauss y Louis
Althusser. Lacan revisitará los conceptos freudianos, los "corregirá", incorporando los trabajos de
Lévi-Strauss, Saussure y Barthes.
1964. Se publica el primero de los cuatro tomos de Mitologías de Lévi-Strauss. Los tomos
restantes aparecerán en 1966, 1968 y 1971. Es una suerte de versión extendida y altamente
detallada de la tesis de El pensamiento salvaje.

1965. Se publica Leyendo el capital de Louis Althusser, buen ejemplo de estructuralismo marxista.
Deudos: Alain Badiou, Étienne Balibar, Jacques Ranciere, Pierre Macherey, Nicos Poulantzas,
Jacques-Alain Miller.

1966. Se publica Problemas de lingüística general 1 de Benveniste. Se lo ha señalado como el


último gran libro estructuralista.

1966. Se publica Racionalidad e irracionalidad de la economía de Maurice Godelier, asistente de


Lévi-Strauss, efectivo cruce de antropología estructural, marxismo y economía.

1966. Se publica Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas de Michel
Foucault, el "más estructuralista" de sus libros, quien luego será asociado al postestructuralismo y
posmodernismo (etiquetas de las que renegará).

1967. Se publica La muerte del autor, ensayo de Barthes señalado como el punto de quiebre entre
estructuralismo y postestructuralismo. Deudos: Jacques Derrida, Paul de Man, Geoffrey Hartman.

1967. Se publica Sobre la gramatología de Derrida, donde discute con Lévi-Strauss, Saussure,
Hjelmslev, Jakobson y otros. Se lo señala como el texto fundacional de la deconstrucción. Deudos:
Richard Rorty, Paul Ricoeur, Jean-Luc Nancy. Críticos: Michel Foucault, John Searle, Willard Van
Orman Quine, Jurgen Habermas.

1968. Se publica El estructuralismo de Jean Piaget. "El estructuralismo es un método, no una


doctrina", escribe Piaget, desde la psicología, luego desde el constructivismo. "No existe estructura
sin construcción, abstracta o genética".

1969. Se funda la International Association for Semiotic Studies, presidida por Benveniste. Sus
miembros parecen componer un "quién-es-quién" de las diferentes caras del estructuralismo:
Jakobson, Julia Kristeva, Algirdas Julien Greimas, André Martinet, Juri Lotman, Roland Barthes,
Umberto Eco, Cesare Segre, Thomas A. Sebeok.

1973. Lévi-Strauss ingresa a la Académie Française. Es el más alto honor que puede recibir un
intelectual francés.

2008. Lévi-Strauss cumple 100 años el 28 de noviembre; el presidente Nicolas Sarkozy lo visita en
su casa ("con el fin de transmitirle el homenaje de toda la nación"), se editan libros y se lo celebra
en todo el mundo.
QUÉ QUEDA DEL ESTRUCTURALISMO

Fue sin duda la corriente de pensamiento de mayor peso en el siglo XX. Después de la
experiencia de Claude Lévi-Strauss con las tribus amazónicas, en los 30, plasmada en Tristes
Trópico, se expandió desde la antropología a la filosofía, la crítica literaria, la filosofía, la
psiquiatría, en busca del funcionamiento de la cultura toda. Cuestionado luego, es imposible no
seguir debatiéndolo.

EL ESTRUCTURALISMO invadió todas las disciplinas y el fin de siglo lo puso en tela de juicio en un
debate que no cesa. Suponiendo que Claude Lévi-Strauss no hubiese hecho otra cosa que escribir
Tristes trópicos, su libro de 1955, su obra seguiría estando a mil años luz que la de cualquier otro
antropólogo. Y Tristes trópicos ni siquiera es un libro de antropología en sentido estricto. En todo
lo que ese libro exige, en todo lo que ese libro sabe que no obtendrá, se encuentra la espina que el
estructuralismo –como método científico, corriente de pensamiento, como afirmación política y
posibilidad estética– dejó clavada en el corazón del siglo XX: no la duda sobre si el saber occidental
será capaz de responder las preguntas acerca de la naturaleza humana, sino la sospecha de que
probablemente no valga la pena.

Tristes trópicos es el relato de un antropólogo que, a mediados de la década de 1930, deja su


acomodada vida académica en Francia y llega a la selva amazónica en busca de su objeto de
estudio soñado: "Una sociedad humana reducida a su expresión básica". Va detrás del gran
premio, el equivalente del arqueólogo que gana la carrera por ser el primero en abrir la tumba de
un gran faraón: el momento en que una sociedad que se creía completa, cerrada y autosuficiente,
descubre que no es nada de todo eso. Lo que Lévi-Strauss encuentra, en cambio, es el producto
del colonialismo, la transformación de los antiguos salvajes en aguas residuales del progreso
industrial europeo. Encuentra basura, pobreza, excremento, barro. "La mugre, nuestra mugre que
hemos arrojado al rostro de la humanidad".

El antropólogo no se resigna. Penetra más y más en la selva. Quiere localizar, dice, esa sociedad
que todavía no fue contaminada por la civilización europea. Por la mugre. Finalmente, cerca de la
frontera con Bolivia, se topa con los tupi-kawahib: salvajes, impolutos, el sueño de Rousseau y de
Durkheim. Sin embargo, por más que lo intenta, no consigue comunicarse con ellos. No se
entienden. No hablan la misma lengua. "Estaban realmente dispuestos a enseñarme sus
costumbres y creencias, pero yo nada sabía de su lengua. Estaban tan cerca de mí como una
imagen vista en un espejo. Los podía tocar pero no podía entenderlos. Allí tuve mi recompensa y al
mismo tiempo mi castigo, pues, ¿no consistía mi error, y el de mi profesión, en creer que los
hombres no son siempre hombres? ¿En pensar que algunos merecen más nuestro interés y
atención porque en sus maneras hay algo que nos asombra?".
Lévi-Strauss regresa a Francia. Ahora lo sabe: la condición para volver inteligible a ese otro lejano y
exótico es que la mugre ya lo haya manchado. El precio que se paga por conocer es deambular
entre ruinas: los primitivos, los salvajes, son también parte del fango de la modernidad.

El antropólogo no se resigna tampoco ahora. Hay otra opción. En lugar de merodear en tribus
lejanas, de regodearse en su extrañeza, de lamentarse al ver en qué los hemos convertido, es
posible construir un modelo teórico de sociedad que abarque a ésa y a todas las sociedades
primitivas. El espíritu humano es el mismo en todos lados. Lo que prima es el intento de llevar
orden al caos, de ordenar un universo desordenado. Hay un todo establecido, coherente. Un
número limitado de estructuras que se repiten una y otra vez. Un sistema. Valiéndose de la
matemática, la lingüística, la cibernética, las ciencias del signo, es posible reconstruir esas
estructuras, bosquejar una suerte de tabla periódica con los elementos que conforman esas
sociedades. Los mitos, las leyendas, los dialectos, los bailes, los tatuajes, son accidentes,
contingencias. Lo que importa es la estructura, lo que subyace: el estudio del pensamiento
humano a través de una ciencia formalista, taxonómica, universal, abstracta.

A mediados del siglo XX, con los hornos de Auschwitz todavía calientes y las luchas por la
descolonización estallando alrededor del mundo, el estructuralismo se propuso la empresa más
grandiosa jamás imaginada: comprender cómo funciona la mente humana. Y Lévi-Strauss hizo
escuela.

La contradicción que el estructuralismo guarda en su seno, la contradicción que enterró en el


corazón del siglo XX, radica en que el mayor intento colectivo por convertir a las ciencias humanas
en una gran ciencia positiva universal es producto de la búsqueda de redención personal de un
solo hombre. Y para lograrlo, explicó décadas después el antropólogo Clifford Geertz, este hombre
creó una máquina infernal de la cultura, que aniquilaba la historia y lo engullía todo a su paso.
Lévi-Strauss logró construir un modelo teórico, político, estético, que satisfacía su búsqueda
personal: entender a los hombres sin conocerlos, conseguir una aproximación intelectual y
mantener la distancia física. "Odio los viajes y a los exploradores", así empezaba Tristes trópicos.
Bastó esa línea, y Lévi-Strauss ya estaba a mil años luz.

El advenimiento del estructuralismo, escribió Geertz, fue ante todo un logro retórico: el discurso
que Lévi-Strauss inventó para los hechos curiosos que describía o para sus curiosas explicaciones
de estos hechos curiosos. "Lo que consiguió cambiar la mentalidad de la época, como ninguno de
esos elementos lo hubiera logrado antes, fue la sensación de que había aparecido un nuevo
lenguaje en el que todo, desde la moda femenina, como en El sistema de la moda de Roland
Barthes, hasta la neurología, como The quest for mind de Howard Gardner, podía discutirse y
analizarse de una manera útil. Fue toda una serie de términos (signo, código, transformación,
oposición, intercambio, comunicación, metáfora, metonimia, mito... estructura), tomados en
préstamo y reelaborados tanto a partir del léxico de la ciencia como del arte, los que sirvieron para
definir la empresa de Lévi-Strauss, más allá del limitado interés que muchos pudieran tener en el
sistema de secciones australiano o la configuración de las aldeas boro boro".
A mediados de siglo, el lenguaje, o el método, o las hipótesis, o el modelo, o lo que fuese que ese
antropólogo francés estuviese diciendo en nombre del estructuralismo, se extendió hacia otras
disciplinas. Pocos, muy pocos, se definieron como "estructuralistas", pero de pronto en lingüística,
psiquiatría, historia, política, sociología, semiología, matemática, filosofía, literatura, biología, y
más, el estructuralismo permitía decir cosas que hasta ese momento no habían sido dichas:
permitía, parafraseando una definición ya clásica de Lévi-Strauss, generar buenas categorías para
pensar.

Y sin embargo nadie sabe con certeza qué es, o qué fue, el estructuralismo. En general las
definiciones, más allá de algunos lugares comunes (su antihumanismo, su objetivismo, sus
oposiciones dicotómicas binarias que lo explican todo: alto-bajo, derecha-izquierda, crudo-cocido,
significado-significante), parecen chocarse entre sí y no arribar a ningún puerto. "Digámoslo
francamente –escribió el filósofo François Wahl en 1968, en la introducción de un libro de Dan
Sperber llamado ¿ Qué es el estructuralismo? –. Cuando se nos pregunta acerca del
estructuralismo, no comprendemos la mayoría de las veces acerca de qué se nos quiere hablar".

El estructuralismo no nació con Lévi-Strauss. Su fundación, simbólica, se remonta a 1916, cuando


se publicó la obra póstuma de Ferdinand de Saussure, el Curso de lingüística general. Pero en el
trayecto que va desde el Curso de lingüística general hasta la edición de los cuatro tomos de las
Mitológicas de Lévi-Strauss (entre 1964 y 1971), el estructuralismo pareció haber mutado como
en esas películas de la RKO en las que una pequeña lagartija se metía donde no debía, recibía
algún tipo de radiación y se convertía en un monstruo gigante y deforme que pisoteaba todo lo
que encontraba a su paso. El estructuralismo, para entonces, era Godzilla.

Bajo la etiqueta de estructuralismo podía ponerse casi todo, pues casi todo parecía haber sido
tocado por el estructuralismo. Sea para abrazarlo, rechazarlo, ignorarlo, adecuarlo, criticarlo,
superarlo o revisitarlo, el estructuralismo parece ser la corriente de pensamiento endémica del
siglo XX. Emerge con diferentes rostros en diferentes lugares, y cuando parece erradicado vuelve a
florecer en una nueva cepa. Lo que sigue es tan obvio que produce sarpullido, pero para que
exista, por ejemplo, un postestructuralismo (para que pueda fijarse como corriente intelectual o
como estilo de época que atraviesa objetos culturales de diferentes géneros, para que pueda
establecer sus límites, deudas, rupturas y continuidades) debe existir un estructuralismo: debe
continuar siendo aquello con lo que se dialoga. De una manera u otra, agrade más o menos la
conversación, el estructuralismo sigue siendo un interlocutor inevitable.

En 1987, en La derrota del pensamiento, Alain Finkielkraut relataba cómo había sucedido todo
eso, cómo el estructuralismo se había adueñado de la vida académica y política de posguerra,
cómo Lévi-Strauss se había convertido en –vaya– un héroe. Veinte años más tarde todavía sigue
siendo una historia válida, una historia que puede pasar por cierta.

El comienzo de la historia que Finkielkraut estaba contando podía situarse en noviembre de 1945,
cuando se realizó el acto constitutivo de la UNESCO: un nuevo intento por llevar la luz de la razón
a la oscuridad que todavía crepitaba en los hornos de Belsen. Sacar a la Humanidad de las
tinieblas; impedir que el fanatismo, el totalitarismo y la ignorancia volvieran a idiotizar al
Hombre... Momento, momento. ¿Qué hombre? ¿El hombre del existencialismo sartreano, que por
entonces seducía a propios y extraños? ¿El hombre del iluminismo? ¿Qué hombre?

En 1951 Lévi-Strauss presentó un trabajo escrito por encargo de la UNESCO: Raza e historia . Una
parte del texto apuntaba hacia el lugar esperado: el concepto de "raza". Las diferencias entre
grupos humanos, escribió, obedecen "a circunstancias geográficas, históricas y sociológicas, no a
aptitudes vinculadas a la constitución anatómica o fisiológica de los negros, de los amarillos o de
los blancos". Todos de acuerdo, aplausos.

Pero cuidado, agregó Lévi-Strauss, y cuando Finkielkraut lo relataba, treinta y cinco años más
tarde, uno podía percibir la emoción en su voz: no basta con quitarse de encima la predestinación
biológica, también hay que rechazar la jerarquización de las diferencias culturales. La época de la
que intentaba salirse, creía Lévi-Strauss, estaba marcada tanto por el totalitarismo como por el
colonialismo: la mugre, nuestra mugre. Los filósofos iluministas, en el siglo XVIII, habían caído en la
trampa. Hablaron en nombre de la Humanidad parados en el que suponían último estadio de
desarrollo moral, tecnológico, científico, el final de una única línea de progreso humano. Casi dos
siglos después, los fundadores de la UNESCO se aprestaban a hacer lo mismo.

"En el momento en que la UNESCO se propone abordar un nuevo capítulo de la historia humana –
escribió Finkielkraut–, Lévi-Strauss recuerda, en nombre de su disciplina, que la era de la que se
trata de salir está tan marcada por la guerra como por la colonización, tanto por la afirmación nazi
de una jerarquía natural entre los seres como por la soberbia de Occidente, tanto por el delirio
biológico como por la megalomanía del progreso". La crítica de la superioridad racial debe
combinarse con la crítica de la superioridad cultural. No hay una sola civilización, propone Lévi-
Strauss; hay culturas, muchas, en plural. "Lévi-Strauss se apropia de la solemne ambición de los
fundadores de la UNESCO –iluminar a la humanidad para conjurar los peligros de la regresión a la
barbarie–, pero la dirige contra la filosofía a la que éstos rinden pleitesía", seguía Finkielkraut. "El
objetivo sigue siendo el mismo: destruir el prejuicio, pero, para conseguirlo, ya no se trata de abrir
a los demás a la razón, sino de abrirse uno mismo a la razón de los demás".

Se esparció como una mancha de brea. Imitando el ejemplo de la antropología estructuralista, las
ciencias humanas comenzaron una cacería del etnocentrismo, una denuncia de todas las formas
en que –en nombre de un humanismo universalista, vago, metafísico– Occidente hacía prevalecer
su dominio pasado y presente. Los historiadores rompieron la línea del tiempo, trastocaron su
continuidad; los sociólogos combinaron el marxismo con la etnología estructuralista: en todas las
sociedades hay división de clases (decían con Marx), y en cada clase hay un universo simbólico
distinto y equivalente (decían con Lévi-Strauss). Los lingüistas encontraron las mismas estructuras
narrativas en las "grandes novelas" y en los "cuentos populares"; todas las teorías de la
descolonización usaron el mismo sonsonete: ni las sociedades ni las personas crean de manera
absoluta, sólo se limitan a elegir determinadas combinaciones; no hay dos culturas que sean
iguales, pero todas parten de la misma actividad combinatoria y no pueden ser jerarquizadas.

La bola de nieve no se detuvo. Noam Chomsky, Roland Barthes, Jacques Derrida, Jacques Lacan,
Umberto Eco, Jean Piaget, Thomas Kuhn, Michel Foucault, Louis Althusser o Julia Kristeva, por
nombrar poco y atropellado, llevaron el estructuralismo a sus respectivas disciplinas. Godzilla, sí.
Parecía imparable, y pronto llegó el ejército a hacerle frente, con los tanques de guerra y todo.
Pero ya había comentado Nietzsche qué pasa cuando uno combate contra monstruos. No es que
el estructuralismo, o Lévi-Strauss, hayan estado exentos de críticas. Al contrario. Muchos filósofos
acusaron al estructuralismo de ser demasiado cientificista y muchos científicos lo acusaron de ser
demasiado filosófico. Se dijo que Lévi-Strauss era un mago: que encontraba estructuras por todos
lados, que las sacaba de su galera mágica junto con conejos y ramos de flores. Se le imputó
plantear preguntas y no responderlas; mezclar azarosamente cualquier cosa que se le cruzara; no
hacer suficiente trabajo de campo; hacer demasiado trabajo de campo; usar demasiada
información; usar muy poca información; usar información desactualizada; ser demasiado
positivista; ser demasiado poético; ignorar la historia; ignorar a los individuos; ser demasiado
determinista; tomar un montón de temas complicados y volverlos imposibles. Las versiones más
"duras" del estructuralismo se han vuelto obsoletas, o al menos no gozan del acuerdo que gozaron
hasta fines de la década de 1960. Gran parte de sus hipótesis (o métodos, o discursos, o... lo que
sea) fueron retomadas por las corrientes posestructuralistas, posmodernas, deconstructivistas,
constructivistas, etc. Otras fueron descartadas, y muchas otras se volvieron parte de agendas
políticas y sociales, parte del sentido común, de la embrutecida cotidianeidad de los hechos de
todos los días.

"En disciplinas como la nuestra –escribió Lévi-Strauss en la Obertura de Mitológicas. Lo crudo y lo


cocido –, el saber científico avanza a paso inseguro, bajo el látigo de la contención y la duda. Deja
a la metafísica la impaciencia del todo o nada. Para validar nuestra empresa no es preciso a
nuestros ojos que esté asegurada de disfrutar, durante años y hasta en sus menores detalles, de
una presunción de verdad. Basta que se le reconozca el modesto mérito de haber dejado un
problema difícil en estado menos malo que como se lo encontró".

Suponiendo que Claude Lévi-Strauss no hubiese hecho otra cosa que escribir Tristes trópicos, su
libro de 1955, su obra seguiría estando a mil años luz que la de cualquier otro antropólogo. Si la
historia que estuvimos contando es correcta, si el estructuralismo comenzó con el intento de un
solo hombre por expiar las culpas por lo que Occidente había hecho con las sociedades no
occidentales, y terminó en el mayor intento colectivo por entender cómo funciona la mente
humana, ni una exigencia ni la otra fueron satisfechas.

Ese es el secreto que encierra Tristes trópicos: que el precio por conocer es la destrucción de
aquello que busca conocerse. "Nunca más, en ninguna parte, volveré a sentirme en casa", se lee
allí, sólo para pasar un par de páginas y encontrarse con una cita de Pascal: "Nada nos puede
consolar, cuando lo pensamos detenidamente". En todo lo que ese libro exige y en lo que sabe
que no obtendrá, se encuentra la espina que el estructuralismo dejó clavada en el corazón del
siglo XX: "¿Para qué sirve actuar, si el pensamiento que guía la acción conduce al descubrimiento
de la ausencia de sentido?". Es lo que Lévi-Strauss, hace setenta años, intuyó que no sería capaz
de responder.

I. Postestructuralismo y Deconstrucción

No resulta fácil señalar cuándo surgen las primeras disensiones dentro del propio estructuralismo
que anuncian su superación por el postestructuralismo. La obra estructuralista de Roland Barthes
y de Michel Foucault quienes, junto al psicoanalista Jacques Lacan y a los filósofos Jacques Derrida
y Louis Althusser, son los principales impulsores del cambio, ya muestra los primeros signos de
distanciamiento a partir de la segunda mitad de los años sesenta. En Estados Unidos, el
postestructuralismo irrumpe, cual caballo de Troya, cuando el estructuralismo estaba todavía
tratando de asentarse: entre los ensayos sobre el estructuralismo del libro The Languages of
Criticism and the Sciences of Man, publicado en 1970, años antes de la aparición de dos de los
libros capitales del estructuralismo norteamericano, Structuralism in Literature (1974) de Robert
Scholes y Structuralist Poetics (1975) de Jonathan Culler, se incluía uno de Derrida que atacaba el
concepto mismo de estructura.

El postestructuralismo, al que se puede considerar parte, a su vez, de esa contestación general de


nuestros modos de conocimiento y representación que es el postmodernismo, no nombra ningún
movimiento crítico concreto. Abarca, de manera flexible, aquellas propuestas teóricas que, tras el
estructuralismo, se caracterizan, en primer término, por renunciar al objetivo de éste de
desarrollar paradigmas críticos comprensivos y coherentes. En el área específica de la teoría
literaria, los enfoques posestructuralistas descartan los intentos científicos del estructuralismo de
establecer sistemas de significación, poéticas y gramáticas de los tipos literarios o de los modelos
interpretativos, que describan el fenómeno literario. La inestabilidad y multiplicidad de las
formas y manifestaciones literarias, según los posestructuralistas, desafían y hacen fracasar el
propósito de establecer totalidades epistemológicas.

El pensamiento posestructuralista que influye en el desarrollo de los estudios literarios excede las
fronteras de éstos. Comprende escritos provenientes de otras disciplinas que se distinguen por
poner en tela de juicio premisas del saber, no sólo de la literatura sino de la cultura en general,
que se tenían por naturales, normales o evidentes. La obra especulativa y radical de Foucault
sobre las instituciones y las conductas sociales, o sobre las prácticas discursivas de la sociedad con
sus normas y maneras de representar, están a medio camino entre la historia y la sociología. Los
ensayos de Lacan sobre el papel mediador del lenguaje en la formación de la identidad del sujeto
pertenecen al psicoanálisis. Algunos de los libros de Barthes, Mitologías, El imperio de los signos o
Cámara lúcida, salen del terreno de la literatura para estudiar otras prácticas culturales como los
vestidos, la publicidad, los modales y la escritura gráfica del Japón o la fotografía. La renovación
de la teoría marxista de Althusser se centra en la constitución y la autonomía de acción del sujeto
en la realidad sociopolítica e ideológica. Se crea así, como apunta Jonathan Culler, género
misceláneo, apodado teoría, compuesto por obras que tienen la virtud de poner a prueba y
modificar la teoría y la práctica de otras disciplinas que no son a las que, en principio, pertenecen
(Literary Theory 3). Esta teoría se caracteriza por ser compleja, por presentar descripciones y
conceptos que no son particularmente rigurosos y científicos pero que, sin embargo, poseen una
gran capacidad retórica y argumentativa y, en tercer lugar, por considerar la literatura como una
práctica cultural más, relacionada con las demás que genera una sociedad dada. Con respecto a
esto último, la noción de literariedad en la crítica literaria posestructuralista no se circunscribe,
como ocurría en los enfoques formalistas, a los textos literarios, a los de supuesta naturaleza y
fines estéticos, sino que se extiende a otros tipos de textos.

La deconstrucción ocupa, sin duda, el lugar más destacado dentro del postestructuralismo. De
hecho, no es raro encontrar ambos términos identificados, como si fuesen la misma cosa. El
impulsor y principal teórico de la deconstrucción, el filósofo francés Jacques Derrida, publica los
libros que exponen sus ideas acerca del lenguaje y la escritura, De la Gramatología y La escritura y
la diferencia, a finales de la década de los años sesenta. Ambos aparecen traducidos en los años
1976 y 1978, respectivamente, en Estados Unidos. Los deconstruccionistas no llegaron nunca a
constituirse en escuela crítica. Ni lo pretendieron ya que, como el propio Derrida advirtió en
alguna ocasión, tal cosa hubiera supuesto admitir la misma posibilidad, que ellos niegan al
estructuralismo, de poner en pie una metodología sistemática y normativa. Los seguidores
norteamericanos de la deconstrucción más representativos han sido J. Hillis Miller y Geoffrey
Hartman, procedentes de la crítica fenomenológica, Paul de Man y Harold Bloom; todos ellos
profesores de la Universidad de Yale por lo que se les suele agrupar bajo el nombre de Escuela de
Yale. Este hecho de ser profesores y el más relevante de, también como los nuevos críticos,
centrar su interés en las características textuales de la obra, descuidando otros aspectos de la
comunicación literaria como el autor, el lector o el contexto sociohistórico, les ha valido asimismo
el sobrenombre de la Nueva Crítica.

Derrida comienza por desmontar o deconstruir el par binario tradicional de las teorías del
lenguaje, de Platón a Saussure, en el que uno de sus elementos, el habla, se considera superior y
más digno de atención que el otro, la escritura. Esta preeminencia del habla se funda en la noción
dominante del pensamiento occidental que Derrida denomina la metafísica de la presencia. En
cualquier enunciado hablado, las palabras están aún próximas al emisor, a la persona, a la voz, es
decir, al centro que ancla, autentifica y garantiza su significado. Lo que se quiere decir se
mantiene cerca de la intención, la mente, el sujeto, el logos, que lo formuló y que puede
responder por él, verificándolo o corrigiéndolo en caso de disputa o conflicto. Este logocentrismo,
que presupone una presencia tras el lenguaje, cumple la función fundamental de asegurarnos que
el lenguaje será el vehículo fiable que precisamos para transmitir información o comunicar ideas y
emociones.
Sin embargo, como Platón ya temía, la escritura, señala Derrida, no procede de acuerdo a este
logocentrismo y a dicha metafísica de la presencia. El lenguaje escrito teje una red textual que
obstaculiza y paraliza esa presunta función y capacidad del lenguaje, según parecía observarse en
el habla, de comunicar fiablemente un significado o de referirse directa y transparentemente a las
cosas de la realidad. La textualidad de la escritura pone en marcha dos mecanismos que Derrida
califica respectivamente como difference y deference. El primero ya estaba en Saussure e indica
que el significado de una palabra deriva primordialmente de sus diferencias con otras palabras. El
segundo es una aportación de Derrida y alude al hecho de que el significado de las palabras en el
texto permanece aplazado y diferido continuamente; no alcanza nunca su cierre o closure. Ambas
propiedades de las palabras en el texto se unen en el término differance acuñado por el propio
filósofo francés. Esta differance de la escritura ocasiona la indeterminación del texto, el hecho de
que su significado o significados no se puedan fijar o determinar con claridad y de una vez para
siempre, las aporías, o puntos, momentos concretos en el texto en los que se pone en evidencia la
vacilación irreductible de los significados de las palabras, y la indecibilidad de su lectura, la
imposibilidad de atrapar su significado.
El juego de los signos en la escritura, que produce esta diseminación perenne del significado,
anula evidentemente lo que, hasta entonces, había sido el fin de la crítica interpretativa: la
obtención de lecturas mejores y más correctas de las obras literarias. No hay una interpretación
única ni tampoco una gradación de la bondad de las diversas que se pudieran realizar. Sólo la
constatación del juego indecible e indeterminado del texto escrito. Existen dos tipos de
interpretación irreconciliables, sostiene Derrida en su conocido ensayo de La escritura y la
diferencia, La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas, una, la más
tradicional y anterior a sus investigaciones sobre la naturaleza del discurso escrito, pretende
descifrar, sueña con descifrar una verdad o un origen que se sustraigan al juego y al orden del
signo, ... La otra, ..., afirma el juego ....(Derrida 401).
Fue el profesor de origen belga Paul de Man quien con mayor agudeza y originalidad indagó en
este carácter conflictivo e inestable de la escritura tanto literaria como no literaria. A su entender,
la indeterminación del significado de un texto literario deriva de la fuerza retórica de su
lenguaje. La estructura verbal del discurso es esencialmente retórica y figurativa y no, como
pudiéramos creer, gramatical. La dimensión gramatical del lenguaje, señala en su ensayo
Semiótica y Retórica de Alegorías de la lectura, nos promete un sentido único, un significado no
problemático (de Man 22), pero esta dimensión permanece siempre supeditada a otra retórica
que, empleando recursos gramaticales lingüísticos o de otro tipo, hace que emerjan dos
significados entre los que no es posible decidir cuál prevalece (de Man 23). Las figuras, los tropos,
las imágenes, son los elementos lingüísticos en que descansa el poder retórico del texto. De Man
muestra, por ejemplo, cómo la metáfora, más que un elemento unificador por basarse en la
semejanza, tiende realmente a disfrazar las diferencias y no a disolverlas (de Man 30). La lectura
retórica del texto que él propugna en The Resistance to Theory habrá de ir, pues, más allá de la
inútil gramaticalización de la metáfora o de cualquier otro tropo, es decir, de su reducción a un
sentido lógico, y buscará, por contra, la retorización de la gramática, desenmascarar esas
diferencias que produce, sin duda, la dimensión figurativa de los textos. La crítica de Paul de Man
es una consideración de la lectura como una experiencia textual y retórica en la que nos
mantenemos invariablemente en una incertidumbre sostenida con respecto al significado y no,
según él mismo afirma en otro ensayo de Alegorías de la lectura, Excusas, como una experiencia
ontológica o hermenéutica (de Man 338), es decir, deseosa de un sentido o un significado.
Aunque sus análisis no incidan con tanta minuciosidad en la retoricidad del lenguaje como su
causa principal, J. Hillis Miller también proclama la imposibilidad de identificar en el texto literario
un sólo significado coherentemente unificado. Así, la textualidad de la obra, las relaciones
irresolublemente conflictivas entre lo literal y lo figurado, la ambigüedad tanto en los niveles
temático y figurativo como en el nivel total de la organización del texto, de la narración de Henry
James, The Figure in the Carpet, impiden, según la estudia Miller, any single unequivocal
interpretation (Miller 178). La promesa de un logos, de un solo significado (Miller 178), es
frustrada por la indecibilidad intrínseca del lenguaje del propio texto. En el mismo ensayo, Miller
distingue esta conflictividad suya de la complejidad que la Nueva Crítica observaba y ensalzaba en
la estructura verbal del poema. Las aparentes contradicciones e incongruencias de ésta eran
resueltas, finalmente, en un significado conciliador por el lector preparado y atento. En cambio,
afirma Miller, los conflictos formales y temáticos que revela la lectura deconstruccionista son
irresolubles, conducen a una perpetual lack of closure (Miller 179), puesto que son intrinsecos a las
palabras del texto literario. Ambos son enfoques textualistas pero, según aclara acertadamente
Richard Rorty en Consequences of Pragmatism, uno practica un weak textualism y el otro un
strong textualism.
Para Harold Bloom, durante su etapa deconstruccionista, la indecibilidad del significado, nuestras
interpretaciones fallidas, deslecturas o misprisions, según él las denomina, están motivadas por el
carácter intertextual de la obra literaria. La noción de intertextualidad, desarrollada en primer
lugar por la semiótica francesa Julia Kristeva en la década de los sesenta, sustituyó al concepto
obsoleto y equívoco de influencia y alude, en términos generales, a las relaciones que un texto
mantiene con los que le preceden. Cada texto toma prestados, transforma o niega aspectos y
elementos de obras anteriores. A veces, los prestamos son explícitos; otras, implícitos, más
difíciles de localizar y que, además, suelen confundirse con las convenciones heredadas del género
literario empleado. Debido a que no sólo describe la producción y naturaleza de los textos sino
también la lectura que demandan, la intertextualidad se ha apuntado como uno de los rasgos que
pudieran servir para definir la literatura.
Según Bloom, los textos están formados de palabras que aluden a otras que, a su vez, están
relacionadas con otras, y así sucesivamente en la larga secuencia de la tradición literaria. Así, cada
poema es un interpoema y cada lectura, una interlectura. El texto literario es, a la par, el resultado
y la causa de varias interlecturas que son siempre fallidas o erróneas: el poeta lee mal, misreads, a
sus antecesores y los lectores, incluidos los propios autores y los críticos, leen equivocadamente
los textos. Toda interpretación es una Amisinterpretation. Sin embargo, y muy posiblemente
porque la indeterminación no reside en el lenguaje, en la fuerza subversiva inherente a la
retoricidad del texto, como ocurre en Miller y especialmente en de Man, sino en el juego de
intertextos de la historia literaria, Bloom sí deja caer la promesa, al igual que hará Geoffrey
Hartman, de que la falta de cierre de la actividad hermenéutica no será, como observaba Miller,
perpetua. Hartman, a este respecto, mantiene el anclaje de la intención y del autor cuya muerte
reclamaban los deconstruccionistas para erradicar la ilusión crítica de atrapar el sentido último y
cierto del texto. Mientras permanezca la voz, la fuente unificadora del autor, explicaba Roland
Barthes en The Death of the Author, the text is >explained= - victory to the critic (Waugh 117).
Esta postura heterodoxa de Bloom y Hartman los acerca algo a los postulados de los críticos que
ven en la deconstrucción un movimiento que amenaza con destruir los fundamentos mismos no
sólo de la literatura y los estudios literarios sino del conocimiento y de la verdad. Para críticos
como M.H. Abrams, Walter Jackson Bate o René Wellek la parálisis inevitable del significado de la
obra deja sin sentido el desarrollo de la teoría literaria como disciplina autónoma y, también, la
empresa continua y progresiva del saber humano. Resulta curioso, de otro lado, que otra de las
características de la deconstrucción que la asemejan precisamente a los métodos de quienes les
acusan de antihumanistas, su interés por los aspectos textuales, les convierta en diana de los
dardos de quienes, desde posiciones próximas a la crítica marxista o a los estudios culturales,
desaprueban su ocultamiento de la ideología (Brenkman 55), su desafecto por las relaciones e
implicaciones políticas, sociales y culturales de la literatura.
Estas carencias ideológicas de la deconstrucción son, sin embargo, discutibles ya que
posiblemente sea el movimiento teórico que, en mayor medida, haya influido en buena parte de
las metodologías críticas que, más recientemente, han incidido en las relaciones de la literatura
con la sociedad y la cultura. El feminismo, la crítica psicoanalítica, la teoría marxista, los estudios
culturales y postcoloniales o la crítica literaria de las minorías étnicas o sexuales se han
beneficiado de su labor de desestabilización y desmantelamiento de las categorías en las que se
fundaba el discurso crítico previo. Todas ellas se han apoyado, de una manera u otra, en la crítica
deconstruccionista al principio occidental y logocéntrico que ordena el conocimiento humano y las
relaciones humanas en torno a pares binarios en el que la primera unidad supera en valor y
ascendencia a la segunda: el ya mencionado habla/escritura, masculino/femenino, cuerpo/mente,
derecha/izquierda, naturaleza/cultura, presencia/ausencia, mente/cuerpo, etc. Cada una de estas
oposiciones presupone un centro, un punto, desde el que se establece el sistema completo del
conocimiento y la experiencia humanas y se garantiza su coherencia y significado: dios, hombre,
esencia, ser, verdad, forma o conciencia. La deconstrucción trata, por un lado, de mostrar que
estos pares, centros y sistemas son ordenamientos humanos y, por tanto, ni lógicos o naturales ni
inmutables, y, por otro, busca desarmarlos mostrando sus contradicciones. El propósito no es
invertir la situación jerárquica de los elementos de los pares, ni siquiera la de eliminarlos sino, más
bien, la de poner en evidencia sus fricciones a fin de redefenir sus relaciones. La crítica general de
las posiciones habituales de primacía y de inferioridad, de centralidad y marginalidad, es una
piedra angular, como se verá, de los postulados de los movimientos teóricos citados antes. Hay
que decir que, de hecho, algunas deconstruccionistas, rompiendo el aislamiento textual, ya
incorporan estos aspectos que se abren a lo social y lo cultural. Barbara Johnson y Shoshana
Felman se han interesado por la identidad femenina y los conflictos que plantea la distinción entre
lo masculino y lo femenino. Gayatri Chakravorty Spivak, por su parte, ha trazado las dimensiones
económica, histórica, política y sexual del texto literario.

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