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En un antiguo condado

de estirpe y prosapia noble


entre peñas olvidado
hubo un pueblo cautivado
por la leyenda del roble

Afincado entre jarales


y otorres mochas, umbrías
fenecíanse los días
cabe los vastos nogales
de hojas secas y sombrías

Y como nido de cuervos


entre peñascos acervos
y caídos torreones,
se alzaba un castillo protervo
de tres pares de cojones.

Era el señor del castillo


de vida asaz disoluta,
un gachó de horca y cuchillo,
mala leche, bruto y pillo,
un verdadero hijoputa.

Se llamaba Beremundo
de Atalante y Puntalaba,
y era el cabrón tan fecundo
que se encandilaba… y daba
por el culo a todo el mundo.

En el lance o la venganza
jamás enemigo tuvo.
Con vigor y con pujanza
usó la picha por lanza
y los cojones de escudo.

Siempre andaba dando vueltas


tras una moza fornida
de carnes duras y prietas
con dos formidables tetas:
¡Una gachí cojonuda!
Era su cuerpo sin faja
asombro de todo el mundo.
El Conde, pensando en su raja,
se hacía en su honor… ¡una paja!
¡Vaya cerdo el Beremundo!.

Un día que con sus gentes


iba a los montes de Arnedo,
se encontró junto a la fuente
a la muchacha inocente
que se hurgaba con el dedo.

La llevaron junto a un roble,


le sujetaron los brazos,
y abriéndole los muslazos
Atalante ¡el conde innoble!
le sacudió tres polvazos

¡Aquello fue la remonda!:


La doncella, aunque cachonda,
se resistió como un mulo.
El Conde dijo: ¡Otra ronda!
y le atizó por el culo.

Gerineldo, el bello paje


viendo al Conde en aquel cuadro
lloraba por el ultraje:
Pues, aunque de humilde linaje,
era un niño al fin y al cabo.

Por ser dulce, guapo y fino,


le llamaban Pompolino.
Claro está que lo comprendo,
¡era un maricón tremendo!,
¡al pan … pan! y ¡al vino…vino!

Como tenía esa vena,


advirtió que algo faltaba
para completar la escena;
y lo que quedaba era
dar por el culo a Puntalaba.
Al notar que un bulto extraño
le atravesaba la ropa,
el Conde exclamó:
¡No me engaño!
¡Me están dando por la popa!

¡Mas juro por el dios Baco!


dijo ya sin disimulo:
¡A mí me darán por culo,
pero yo no me la saco!

Y ya cachondo y sin tregua


el Conde, que la agarraba,
le metió el cipote entero,
mientras el paje le echaba
gasolina en el trasero.

Dejáronla como una criba


los hidalgos y Atalante,
por debajo y por arriba,
por detrás y por delante.

La doncella quedó muerta…

No se sabe a ciencia cierta


qué fue lo que la mató:
Si el colmo de la dicha
o los tres metros de picha
que Atalante le metió.

Hoy el tiempo ya ha pasado;


del castillo derrumbado
apenas queda el escudo,
y las gentes se olvidaron
de aquel lance peliagudo.

Y nació una triste leyenda


por culpa de la jodienda
entre el Conde y la fermosa:
¡Escuchad con atención!…
¡Que tiene huevos la cosa!.

Y es que una doncella astuta


cierta noche declaró
que en el fondo de una gruta
Beremundo apareció…
¡Si sería hijo de puta!.

Le buscaron los villanos


con faroles en las manos…
y unidos en más de ciento
(con una chapa detrás),
fueron a verle al momento.

De pronto vieron al Conde


desnudo junto a la gruta
que se abría cerca el Roble.
Era un gran hijo de puta
pero al fin y al cabo… noble.

La polla a rastras traía


el fantasmal Beremundo,
tan larga como aquél día;
lo que prueba que seguía
cachondo en el otro mundo.

Con un cabrón semejante


ni la Parca acabar pudo…
y no menguó ni en un instante
la minina de Atalante.
¡Era un tío pelotudo!.

Gerineldo, con su historia,


figuraba ya sin vida
en el cortejo de gloria,
con una vela encendida
y el culo por palmatoria.

Detrás marchaba un doncel


ostentando con orgullo
un farol en el capullo
y en cada huevo un quinqué.

Orientóse entre las sombras


por el olor a chumino
que salía de las frondas
y encontró junto al camino
doce mancebas cachondas.

Cachondas sí ¡no me engaño!


Cachondas sí, por el nabo
que arrastraba Beremundo.
Porque aunque del otro mundo
era un nabo al fin y al cabo.

Sin dejarlas respirar


el Conde comenzó a hablar:
¡¡Doncellas!!, es mi desdicha
tener siempre que vagar…
¡hasta que me muerdan la picha!

Aunque os importe un cojón


esto que os hago saber,
como es mi salvación
me la tenéis que morder
¡por la gloria de Cotón!

Lo dijo con gesto fiero:


su diestra en la espada apoya,
mientras su fiel escudero
le perfuma, con esmero
la cabeza de la polla.

La manceba más pimpante


se acercó con desparpajo:
¡Acabemos pronto el lance!;
y le arrancó del carajo
los tres metros a Atalante.

Al ver su polla colgante


el Conde demostró asombro,
mas luego con buen talante
se la cargó sobre el hombro
y se marchó tan campante.

Y jura aquél que lo vio,


que del Roble, entre las vetas,
el Conde se las piró.
Es seguro que marchó
al Infierno…a hacer puñetas.

Y si os gustó la mi historia,
¡aplaudid sin disimulo!
si lo hacéis… ésa es mi gloria,
y si no…¡que os den por culo!.

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