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JUAN GUSTAVO COBO-BORDA

POETA ILUMINADO Y LECTOR JUBILOSO

Augusto Escobar Mesa


Universidad de Antioquia
aescobarm49@hotmail.com

Rodeado de todos, ciudadano del mundo, Cobo-Borda, al igual que su poeta amado José
Asunción Silva, se siente solo y escribe “para comunicar ese misterio que une a todos
los hombres […] La poesía, iluminada por las palabras que lo circundan, termina por
celebrar, en solitario diálogo compartido, su voz única” (1994b:xvi, xxii).

Además de la labor creativa en el campo poético, podría decirse que no ha habido


dominio de la cultura que Juan Gustavo Cobo-Borda (Bogotá 1948) no haya asumido
con entereza y diligencia. Ensayista, crítico, editor, fundador de revistas, director
cultural, prologuista, antologista, diplomático cultural, periodista. Poeta conversacional,
irónico, aforístico y de fino humor. Lector impenitente, voraz y apasionado. Con el
deseo de “rendir homenaje a nuestros auténticos libertadores” (Cobo 1994c:11), se
embarca por años al estudio de la obra de García Márquez, Alvaro Mutis, Octavio Paz,
Borges, Baldomero Sanín Cano, Germán, Arciniegas1 y de muchos otros de la literatura
colombiana, latinoamericana y universal, porque como él mismo asevera, la “escritura se
apodera de ciertas admiraciones y lee en todas ellas nuestro propio deseo, y las ganas de
expresar, por medio del texto ajeno, las convicciones que son más propias” (1994c:12).
A los 25 años fue redactor y luego director de ECO (1973-1983), la revista literaria y
cultural más importante en Colombia y una de las más reconocidas en América en los
años sesenta y setenta. Fue subdirector de la Biblioteca Nacional y luego del Instituto
Colombiano de Cultura, cargo desde el cual le permitió fundar y dirigir la revista Gaceta
de Colcultura y promover el más significativo proyecto editorial en la historia de
Colombia por parte de una institución oficial (una de las colecciones más populares
sobre literatura colombiana y universal tuvo un tiraje de 50 mil ejemplares por edición y
a un costo simbólico de tres centavos de dólar). Como asesor cultural de la presidencia
de la república entre 1994 y 1998 llevó a cabo otro importante proyecto editorial y
cultural: la biblioteca familiar de la literatura y la cultura colombiana Como subdirector
de Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores y luego como agregado
cultural en embajadas de países de América Latina y Europa, hizo conocer la literatura y
la cultura colombiana y, a su vez, dio a conocer la obra de muchos importantes
creadores de fronteras culturales vecinas y distantes.

En su haber se cuenta: 11 libros de poesía, 25 antologías comentadas, 19 libros de


ensayos sobre literatura, poesía, arte; dos más como editor y centenares de artículos en
revistas y periódicos nacionales e internacionales, es decir, 55 libros, además de los que
están en espera y apenas si sobrepasa los cincuenta años.
Aunque los lúcidos ensayos de Cobo hacen parte de su oficio excluyente, no lo es menos
su poesía, porque es ésta la que lo nutre, la que en sí misma “es plenitud” (Cobo
1975:8). Palabras en fin, las traidoras, las esquivas –las llamará así Juan Goytisolo–; las
mismas que vibran, danzan, copulan, “se encueran y cobran cuerpo” (cit. Cobo
1976b:14). Abramos pues un compás al poeta y al jubiloso lector.

“La lectura –afirma Cobo– es una sed, una voracidad que encarna en cuerpos, que
encarna en las figuras que nos dan los libros”. La lectura es interrogación que “nunca
podrá terminar porque no nos hemos silenciado, no nos hemos muerto y el libro sigue
lanzando sobre nosotros sus perplejidades”. La lectura es una aventura personal donde
quizás encontremos respuesta a preguntas que son únicas porque son por fin las
nuestras” (Escobar 2001).

Si tuviera sólo dos palabras para definir al escritor Juan Gustavo Cobo-Borda – tentativa
difícil de hecho–, me quedaría con estas dos: lector contumaz o memorioso cultural, que de
alguna manera resumen lo mismo: ser dotado de palabras, no sólo para captarlas y
degustarlas, sino también para transmitirlas. Lector precoz, porque ese ha sido su hábito y
lúdica desde muy temprano en su vida; reincidente, porque ha convertido la lectura y la
escritura en un vicio solitario a veces, y muchas otras, compartido; leal, porque a ellas les
ha sido fiel sin detrimento de otras devociones, el amor y el buen vivir; tesonero, porque ha
sido grande su empeño por ellas; además, porque sin pausa ni desmayo ha querido rendirle
el homenaje que se merece al buscar –con distintos proyectos emprendidos– que la
sociedad colombiana tenga una cultura lectora que enrumbe sus pasos no al abismo de hoy,
sino en la construcción de un estado cultural abierto a los ecos del mundo.

El poeta Cobo-Borda es un lector aplicado y memorioso porque en él, como en pocos, se


compendia un saber que va desde la frase lapidaria, condensación de un genética cultural,
hasta el pensamiento lúcido intuitivo o pensado, pasando por la expresión irreverente,
cáustica, demoledora o de fino humor del galante cortés que, haciendo uso de las buenas
maneras, afina el verbo, simula para seducir o someter al más hábil contendor.

Acertadas al respecto son las palabras de Álvaro Mutis cuando, al referirse a la poesía de
Cobo-Borda, sostiene que en ella “estamos los colombianos con todos nuestros
lastimosos sueños, nuestras usuales mentiras, nuestro énfasis envidioso y vacuo, nuestro
pequeño sentimentalismo de portera elevado a lirismo enrarecido y nuestro machismo
penoso convertido en ‘heroica gesta libertaria’” (1987:8).

“Ese muchacho corpulento”, como lo llama Mutis (7), además de lector pertinaz, es
poeta por oficio y por vocación. Lo atestiguan sus iniciales incursiones antes de llegar a
la mayoría de edad luego de su primer acto poético con un grupo de amigos que dieron
lugar a la publicación ¡Ohhh! en 1970 y de ahí en adelante su viaje icariano y solitario
por “una atmósfera de irrespirable beatitud lírica” (7). El primer tránsito poético lo hace
con Consejos para sobrevivir” (1974) en el que habla de la ineludible contingencia de
nuestro ser y de solaz enclaustramiento que recuerda –dice el poeta– “que la mayor
sabiduría/ consiste en desaparecer a tiempo” (1974:24). El amor bajo el efluvio de
múltiples fuerzas inmantadas llega con estos versos: “Te recorro/ cañada honda/ te
descubro/ golfo donde el agua se remansa (“Nada en común” 1974:36); y el amor
incógnito, indescifrable se manifiesta con estos otros: “Aún me falta tanto por saber de
ti,/ aún lo ignoro todo,/que el beso es otra forma/ de interrogarse” (“Tres años después”
1974:337). Qué hay detrás de cada encuentro con el otro que no podemos asir, pero
tampoco podemos desprender de nosotros mismos. Al respecto canta el poeta: “Hoy
tengo una cita:/ me encontraré con el reflejo que me busca,/ con el cuchillo que me
acecha;/ dibujaré con más amor mi herida/ para que allí anides y te pierdas” (En un
bolsillo de Nerval-1974).

Cobo-Borda sigue su viaje ulisíaco tras su Ítaca sin vislumbrar arribo. Muchos otros
libros de poemas llegarán a feliz puerto. Uno de los que primero lo recibe con cálida
hospitalidad, es la Caracas de 1981 que acoge entusiasta su Ofrenda en el altar del
bolero. En este libro, el poeta se muestra atento al ritmo, a la melodía, al susurro, al
sentimiento de la voz popular, pero igual se deja seducir del canto de sirena de poetas
cercanos como Enrique Molina, que deja sentir su lastre seductor en versos como: “No
hay raíces:/ sólo existe la aventura” (“Homenaje a Enrique Molina” 1981a). También
nos revela sus lealtades a la pléyade de los viejos maestros cuya memoria perpetuamos,
porque han dignificado la condición del hombre: Breton, Henry James, Cavafis, Dylan
Thomas, Pesoa, Lezama Lima, Borges. De ellos dice: “Me entiendo bien/ con esos
ancianos/ exigentes y ruines/ […] son generosos: brindan su/ ceguera” (“Viejos
maestros” 1981a).

En 1981, la Mérida venezolana acoge de nuevo al poeta colombiano con su libro Casa
de citas, que es de algún modo una selección de poemas-citas o versos imprescindibles
que le han acompañado desde 1968 (a los 20 años) hasta 1980. De este libro afirma el
poeta y crítico peruano José Miguel Oviedo: “es una poesía incisiva que recoge sombras
y destellos que van desde las imágenes densas de la infancia, pasando por la invocación
erótica, la inutilidad de la experiencia, hasta la redefinición sarcástica de una patria
frustrada” (1981b). Mediado por tiempos de cambio, de guerra fría y confrontación
ideológica, de participación activa del intelectual en la construcción y desmoronamiento
del mundo, encontramos este poema escrito en 1971 titulado “poesía comprometida”: El
gesto inútil/ de escribir en las paredes/ mientras el tirano inventa / novedosos suplicios”
(1981b:19), o este sobre El poder: “Si reniegas de él lo acrecientas./ Si murmuras a su
espalda/ lo inflarás con tu miedo./ Crecerá nutrido con tu bilis negra / y el rencor que a
todos envenena./ Con distancia te domina./ Te inhibe con silencio./ Sólo eres mudo
tartamudeo/ al buscar abyectas formas/ para complacerlo. / Fuerte/ gracias a lo débil que
te ha hecho/ –en definitiva es tu espejo–/ tu alma de esclavo/ lo ha erigido en dueño”.
Aquí podría aplicarse las palabras de Cobo a las pinturas sobre la violencia hechas por
Alejandro Obregón: “cuando las palabras ya no alcanzan a expresar el rencor
desesperado, es sano que éste no se encierre sobre sí mismo, y se envenene, sino que se
abra, aireando la llaga que estaba infectada. Y en este caso la llaga era todo el cuerpo
social” (1985:77).

Seis años después, en 1987, cambia de flanco y ahora llega a todos los lectores
hipanoparlantes a través de la prestigiosa editorial mexicana, Fondo de Cultura
Económica con su libro Todos los poetas son santos. En él encontramos “Un feliz
epitafio” con una gran carga afectiva: “Te oigo llegar hasta ti/ te aguardo/ en ti me
sumerjo/ allí yazgo” (1987:39). Y otro poema en el que, como en el anterior, emerge la
naturaleza erótica tan cara al hombre y al poeta, y también el delirio metafísico del
origen errático: “La sombra de la Ley es la Culpa/ pero la oscura tibieza/ entre tus nalgas
y tus muslos/ se llama Paraíso” (“Recobrando el paraíso” 1987:54). Esta es una poesía
que amplía el registro de las sensaciones humanas, que hace conocer a fondo los
pliegues y repliegues de nuestra condición y visión primordial. Es una poesía que “nos
constituye” (Cobo 1976c:23).

Al año siguiente, en 1988, publica Almanaque de versos, algunos de los cuales pone en
evidencia, con fino humor y ácida sorna, la metafísica cotidianidad que revela de los
seres sus falsos pudores, el convencionalismo, las inhibiciones morales disimuladas con
un lenguaje ambiguo y mala conciencia. “Irrisoria y cruel comedia en la que todos
intervenimos”, cantará el poeta (Cobo 1976a:12). En 1991, Venezuela lo recibe de
nuevo con Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis ojos (1991). En este
libro, el yo lírico convoca las palabras y define a su manera el canon y ars poética que
no es ya el estado de ensoñación, sino la errancia y búsqueda azarosa: “Sólo la insensata
poesía,/ en cambio,/ tiende puentes/ hacia nuevos,/ maravillosos abismos” (Sosteniendo
el mundo” 1991a:59). La realidad pesa como piedra de Sísifo y hace volver el rostro al
poeta para contemplar un desolado lugar de exilio y desesperanza. Así canta
elegíacamente: “En estas ciudades nuestras/ donde el honor es dueño/ escribo
desconcertado/ pensando en ti/ la amenazada,/ la invadida por fuegos más crueles”
(“Contrapunto” 1991a:45).

Ese mismo año del 91, la Universidad Autónoma de México le rinde homenaje con un
libro de versos titulado Poemas orientales y bogotanos. Ahí aparece uno de sus Hai-kus,
con la apropiación de lo cotidiano anclado con la metafísica otredad: “Viajo hacia ti/ a
820 kilómetros por hora/ vuelo hacia ti/ a 11.820 metros./ Mi mente, /en cambio,/ ya
anida tu cuerpo” (“Hai-ku” 1991b:10). Vuelve el poeta sobre el tema que da razón al
hombre persistir en su lucha: “Te llevaré en mí/ como quien lleva la muerte consigo/ y
así la hace suya,/ cuidándola hasta el fin” (“Exilio” 1991b:43).
Cobo inaugura su siglo XXI con otro libro de poemas en el que su musa y “dictadora del
amor” abre nuevos derroteros y vuelve sobre otros, obsesivos demonios interiores que lo
acechan desde siempre. En La musa inclemente2, publicado en Barcelona, Cobo-Borda
retorna a tres de sus temas preferidos: el amor, Colombia país de cotidianas
contradicciones y perplejidades, y las artes, y aflora uno nuevo derivado de su
experiencia diplomática en Grecia: la evocación de una imagen del mundo que contiene,
velando y desvelando, todas las preguntas que pudiera hacerse un poeta. Cual Ulises, el
poeta se pasea por la geografía de la vieja y siempre nueva Grecia, la que celosamente
oculta en sus piedras y áridas montañas los más recónditos secretos de un tiempo hecho
memoria y olvido. Atenas, Meteora, Sunión, Delfos, Itea, renacen con la luna roja y el
poeta hacer arder “las colinas…de nuevo” (2001:11). Aunque es “demasiada historia
para una tierra seca” el aedo renueva el mito y las épicas historias fijadas para siempre
en la memoria del hombre. Sabe que “el tiempo pasa y desgasta, inexorable” (17), pero
ante el otro tiempo, el detenido en la roca, no queda opción otra que “la cómplicidad/
que llega/ hasta el tembloroso límite de lo inexpresable” (18). El poeta siente que “el
mismo sol/ que iluminó a Sócrates/ cuando dialogaba sobre la belleza/ ilumina [sus] ojos
escépticos, risueños” (20). El mismo velo avasallador que ha envuelto en otros tiempos a
liridas, cantores y narradores numinosos, pareciera caer sobrecogedoramente sobre el
poeta de hoy para someterlo al canto y encanto de sirenas delirantes por un verso de
amor.

En el segundo segmento de poemas dedicados al amor, el poeta precisa el verso que se


abre al universo enigmático del otro, cuya “alma se afina/ al tratar de decir lo más suyo/ y
en el silencio estricto” (27). Con un “rugir enloquecido” hunde su cetro en la “húmeda
corola” y en ese mar de la musa que es: “hondo, tormentosos,/ plácido, inabarcable” (31).
La musa, “pretexto para callar en compañía” (26), invita a la reconciliación en la
complementariedad, a la fusión de los cuerpos. Hace un llamado a vaciarse el uno en el
otro hasta el holocausto, es el convite de un “úntame toda/ con el mosto de tu saliva/ y
hazme oler mi propio flujo/ hasta que me estalle el cuerpo/ usado y sacudido/ y esa brutal
luz dulce/ abrazados nos reconcilie” (33). Así, el amor se convierte en una acto
“monstruoso”, “mortal” (75). Nos hace, dirá el poeta, descender al infierno para recobrar el
cielo. Y aunque se olvide y se degrade, “salvo la suave luz del amor”, todos llevamos,
como cadena al cuello, “la dictadura del amor” (76).

De una voz lírica volcada a la más vehemente intimidad, el poeta se asoma –en una
tercera parte– al universo de lo cotidiano, al de un país “mediocre,/ de endebles mitos”
(83) que ha perdido todas las guerras, incluso, la de su identidad, extraviada en tanta
parafernalia y en un mar de engaños y simulación. No se contiene el rapsoda para rasgar
el velo que encubre tanta mentira, para mostrar esa “pegajosa red/ de banalidades y
bobadas”, “del cansino malvivir/entre sus tantas veces/estériles trampas” (81). Exhuma
un pasado lastrado extendido al presente que hace que los hombres crezcan “con las
heridas de su olvido” (87). En el umbral de una época en la que las ideologías se han
vuelto añicos para dar paso a una única, engulladora, englobante que lo enajena todo;
tiempos de un consumismo voraz que ha convertido al hombre es otra pieza más de
exhibición; etapa en la que “la orgía alucinante de la violencia” (Cobo 1976a:11)
obnubila las mentes; momento en que todos los lenguajes se han reducido a uno solo,
hueco, oficializante, el poeta –dirá Julio Ortega– cuenta con una expresión auténtica,
dignificadora: la poesía, “lenguaje de la contradicción por excelencia” (1974). Así es un
flanco de la poesía de Cobo: desmitificadora, perversa, exultante, denunciadora,
burlesca, paródica, que parece no tomarse en serio ella misma, para hacer eco a sus
propias palabras: “todo auténtico lenguaje es subversivo” (1975:8).

Contumaz a ese estado de cosas, el poeta evoca –en el último segmento de poemas–
otras realidades igual de inasibles y perennes como la poesía: la pintura, las artes, el
teatro. Unos y otros intentan a su manera de que “el vacío de los domingos por la tarde
tenga algún sentido” (91). Artistas y poetas, para evitar la caducidad de sus búsquedas
acuciosas y el tiempo erosionándolos los borre y desfigure, deben “sostener lo que se
fuga inexorable cada día, y convertir la resta en suma” (91), el pasado en presente, el
olvido en memoria. Cobo es fiel a aquella idea de Jean-Luc Godard de que “todos los
grandes críticos de pintura fueron poetas” (1985:7). La pintura, ese otro revés de la
realidad que seduce al poeta Cobo, actúa, según él “como una membrana viva que nos
permite eludir la rutina y abrir paso a nuevos sentimientos. Así la urdimbre, obtusa y
resistente al mundo, se rompe, se carga de color y brillo. La indudable realidad de las
apariencias está allí, pero también está, qué le vamos a hacer, la mentira verdadera que
es el arte” (1985:62).

Nada mejor para cerrar estas múltiples miradas y reflexiones del poeta Cobo-Borda que
invocar sus siguientes versos, especie de decálogo del hombre libre que recuerdan al
Kant de Sobre la Ilustración. Dice el poeta colombiano: “Queremos religiones alegres/
donde todo sea santo./ No más culpa, perdón ni arrepentimiento./ No más el miedo y su
horrible chantaje. […] Lo importante no es pedir./ Es arrebatarle a la vida” (Shinto”
1991b.24).

Cada libro de poesía de Cobo-Borda es compendio de lo anterior y anuncio de lo que


vendrá; funciona como un organismo vivo que se nutre de los versos-esporas que van
quedando regados en el camino hasta hacerse piedras de encaje que brillan con luz
propia. Su obra es summa que se deshace al tiempo que se reconstruye; de ahí su
paradoja y perplejidad. No en vano otro gran poeta, Alvaro Mutis, lo reconoce como un
vate sin antecedentes, “Cobo-Borda es desconcertante, insólito en la tradición poética
colombiana”. “En su poesía –agrega el gestor de Maqroll el Gaviero– destila una visión
implacable de nuestras debilidades más secretas, de nuestras flaquezas mejor
camufladas” (1981:7).
¿Para qué la poesía en tiempo de guerra?, se preguntaba un poeta en otros tiempos de
apremio. ¿Para qué el arte, la música, el hombre mismo, si el odio y la intolerancia
puede más que efecto integrador de la creación estética? El poeta Cobo-Borda vuelve a
preguntarse y a definir con ello el arte de la poesía con estos versos:

Poética

¿Cómo escribir ahora poesía,


por qué no callarnos definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles?
¿para qué aumentar las dudas,
revivir antiguos conflictos,
imprevistas ternuras;
ese poco de ruido
que lo sobrepasa y anula?

¿Se aclara algo con semejante ovillo?


Nadie lo necesita.
Residuo de viejas glorias,
¿a quién acompaña, qué heridas cura?

La poesía, el arte de la palabra lo vale todo, de ahí cualquier empeño y rito sacrificial. Y
la palabra deviene realidad en el arte de la escritura. Por eso, señala Cobo-Borda:
“Escribir implica siempre un desborde, una pasión, un ímpetu, la necesidad de cristalizar
un anhelo y volverlo compartible” (Escobar 2001). En tiempos de apremio como los de
hoy, la poesía y los ensayos de Cobo-Borda tienen una fuerza vitalizadora que los hace
singulares y se proyectan más allá del tiempo presente. Su poesía, utilizando sus mismas
palabras, es “la refutación silenciosa de la ignominia” (Kohut 1994a:255). “Son puente,
diálogo. Intentos para humanizar, desde la literatura, la violencia que nos aquejaba, y
aqueja, al proponer la imaginación y la crítica como opciones todavía válidas” (Cobo
1994c:12)

Bibliografía

Cobo-borda. Juan Gustavo, Darío Jaramillo et al. Ohhh… Medellín: Papel Sobrante,
1970.

Cobo-borda. Juan Gustavo. Consejos para sobrevivir. Bogotá: La Soga al Cuello, 1974.
-----. “El otro lenguaje”. Obra en marcha I. La nueva literatura colombiana
(compilación). Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1975, p. 7-9.

-----. “Palabras al margen”. Obra en marcha II. La nueva literatura colombiana


(compilación). Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1976a, p. 9-14.

-----. Salón de té. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1976b.

-----. La alegría de leer. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1976c.

-----. Casa de citas. Mérida: La Draga y el Dragón, 1981a.

-----. Ofrenda en el altar del bolero. Caracas: Monte Ávila, 1981b.

-----. Roncando al sol como una foca en las Galápagos. Bogotá: Gaceta, 1982.

-----. Obregón. Bogotá: La Rosa, 1985.

-----. Todos los poetas son santos. México: Fondo de Cultura Económica, 1987.

-----. Almanaque de versos. Bogotá: La Oveja Negra, 1988.

-----.Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis ojos. Caracas: Monte Ávila,
1991a.

-----.Poemas orientales y bogotanos. México: UNAM, 1991b.

-----. “En un país de poetas, la tradición en crisis” en: Kohut, Karl, ed. Literatura
colombiana hoy. Imaginación y barbarie. Madrid-Frankfur, 1994a, p. 239-257.

-----. “Leyendo a Silva” en: Leyendo a Silva I (compilación de textos). Bogotá: Instituto
Caro y Cuervo, 1994b, p. xiii-xxii.

-----. El coloquio americano. Medellín: Universidad de Antioquia, 1994c.

-----. El animal que duerme en cada uno. Y otros poemas. Bogotá: El Áncora, 1995.

-----. La musa inclemente. Barcelona: Tusquets, 2001.


Escobar Mesa, Augusto (ed.). La pasión de leer. Medellín: Comfama-Universidad de
Antioquia, 2001 (textos sobre la lectura de Héctor Abad, Piedad Bonnett, Cobo-Borda,
Cruz Kronfly, William Ospina, entre otros).

Kohut, Karl, ed. Literatura colombiana hoy. Imaginación y barbarie. Madrid-Frankfur,


1994.

Mutis, Álvaro. “Juan Gustavo Cobo-Borda” en: Ofrenda en el altar del bolero. Caracas:
Monte Ávila, 1981, p. 7-10.

Ortega, Julio. Palabras de escándalo. Barcelona: Tusquets, 1974.

Oviedo, José Miguel. “Juan Gustavo Cobo-Borda” en: Juan G. Cobo-Borda. Casa de
citas. Mérida: La Draga y el Dragón, 1981.

NOTAS
1
Entre muchos otros libros de crítica y ensayos de Cobo tenemos: La alegría de leer (Bogotá: Instituto
Colombiano de Cultura, 1976), La tradición de la pobreza (Bogotá: Carlos Valencia, 1979), Álbum de
poesía colombiana (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1980), Usos de la imaginación (Buenos
Aires: El Imaginero, 1984), Obregón (Bogotá: La Rosa, 1985), Letras de esta América (Bogotá:
Universidad Nacional, 1986), Visiones de América Latina (Bogotá: Tercer Mundo, 1987), Poesía
colombiana, 1880-1980 (Medellín: Universidad de Antioquia, 1987), José Asunción Silva, bogotano
universal (Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá-Villegas Editores, 1988).La narrativa colombiana
después de García Márquez (Bogotá: Tercer Mundo, 1989), La mirada cómplice. 8 artistas
colombianos (Cali: Universidad del Valle, 1994), El coloquio americano (Medellín: Universidad de
Antioquia, 1994), Historia portátil de la poesía colombiana (Bogotá: Tercer Mundo, 1995),
Desocupado lector (Bogotá: Temas de Hoy, 1996), Silva, Arciniegas, Mutis y García Márquez
(Bogotá: Biblioteca Familiar Presidencia de la República, 1997), Para leer a Álvaro Mutis (Bogotá:
Planeta, 1998). Toda obra publicada se entendería, con las mismas palabras de Cobo: “como un exceso
de entusiasmo hacia ciertas obras que me hablan” (1994c:12).
2
Las páginas citadas corresponden al último borrador mecanografiado por el autor.

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