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DERECHO A LA INTEGRIDAD.

Artículo 1.- La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin

supremo de la sociedad y del Estado.

Artículo 2.- Toda persona tiene su derecho:

A la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre

desarrollo y bienestar. El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le favorece.

Artículo 140.-La pena de muerte sólo puede aplicarse por el delito de Traición a la

Patria en caso de guerra, y el de terrorismo, conforme a las leyes y a los tratados de los

que el Perú es parte obligada.

Artículo 5. Derecho a la integridad personal

1. Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica y moral.

2. Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o

degradantes. Toda persona privada de libertad será tratada con el respeto debido a la

dignidad inherente al ser humano.

3. La pena no puede trascender de la persona del delincuente.

4. Los procesados deben estar separados de los condenados, salvo en circunstancias

excepcionales, y serán sometidos a un tratamiento adecuado a su condición de personas

no condenadas.

5. Cuando los menores puedan ser procesados, deben ser separados de los adultos y

llevados ante tribunales especializados, con la mayor celeridad posible, para su


tratamiento. Convención Americana(05-04-05) 137 7/1/05, 2:59 PM 138 Cecilia

Medina Quiroga I.

De acuerdo con lo establecido en el Artículo 2º inciso

1) de nuestra Constitución Política:

“Toda persona tiene derecho a: “…su integridad moral, psíquica y física…”

El derecho a la integridad en la manera como se encuentra enunciado, ha sido

enfocado desde tres perspectivas diferentes; la de carácter moral, la psíquica y la fiscal.

En cualquiera de las mismas se nos presenta como un típico atributo de exclusión, es

decir, como un derecho que proscribe o prohíbe injerencias arbitrarias sobre la

integridad, sea que estas provengan del Estado, de cualquier grupo humano o de algún

individuo en particular.

Correlato del mensaje descrito y de los contenidos que supone, la misma norma

fundamental establece en el inciso 24-h) del mismo Artículo 2º que “Nadie debe ser

víctima de violencia moral, psíquica o física, ni sometido a tortura o a tratos inhumanos

o humillantes” agregándose además que “Cualquiera puede pedir de inmediato el

examen médico de la persona agraviada o de aquella imposibilitada de recurrir por si

misma a la autoridad” y que “Carecen de valor las declaraciones obtenidas por la

violencia. Quien la emplea incurre en responsabilidad”.

Quiere ello decir, que lo que en línea de principio y a la luz de una lectura

sistemática, la Constitución pretende, es evitar las conductas que traducidas de alguna

forma en violencia, puedan suponer un menoscabo a los aspectos morales, psíquicos y

físicos que la integridad representa. Desde esta perspectiva, no es pues que cualquier

conducta pueda presumirse como contraria a la integridad y a sus manifestaciones, sino


fundamentalmente aquellas que de alguna manera puedan ser vislumbradas como

actitudes o comportamientos violentos o ilegítimos.

Definir por otra parte, lo que resulta violento o ilegitimo, aunque no es una tarea tan

sencilla que digamos, tampoco es imposible. En realidad pasa por evaluar cada caso

concreto a la luz de los estándares de razonabilidad y proporcionalidad. Estamos

convencidos al respecto que no necesariamente puede establecerse un repertorio de

reglas iguales para todos los supuestos, sino que se hace necesario evaluar cada

hipótesis en particular. Así por ejemplo, no es lo mismo que una típica conducta de

presión que pueda ejercer una autoridad superior por sobre un subordinado, pueda ser

medida de igual forma en un centro de trabajo, en una escuela, o en un cuartel. Sin que

desaparezca la noción de lo que debería ser un buen trato (un trato digno) en cada caso,

debe quedar en claro que no todos los supuestos van a resultar exactamente iguales ni

van a ser medidos con el mismo tipo de intensidad. Ello, como es obvio, exige de parte

de quien analiza o resuelve casos en los que se reclame por la afectación a este derecho,

una especial sensibilidad y adecuado enfoque en el análisis de cada controversia.

Variantes del derecho a la Integridad.

Como ya se ha mencionado, la integridad a la que se reiere la Constitución puede ser

vista desde la óptica moral, psíquica y física. Sin perjuicio de lo que más adelante se

verá en torno de la integridad física, puede decirse que uno de los mayores debates que

origino el reconocimiento del derecho comentado tiene que ver con la distinción entre lo

que representa la integridad moral por un lado, y la integridad psíquica, por otro.

Aunque a juicio de algunos, hablar de la integridad moral y psíquica responde a la

misma idea o a contenidos de alguna forma superpuestos, es posible sin embargo,

encontrar diferencias entre una y otra visión del citado atributo.


La Integridad Moral.

En efecto, lo que se denomina como integridad moral tiene que ver con la percepción

que la persona realiza de sí misma y de su comportamiento a partir de los valores

esenciales con los que se identifica. La honestidad, la gratitud, la solidaridad, la

responsabilidad, entre otras cualidades compatibles con la moral, puede decirse que

representan parte de lo que la persona considera como inseparable o inescindible de su

propia personalidad. En tales circunstancias, obligarle a que altere tal modo de concebir

las cosas o desvirtuar la imagen que la persona intenta proyectar de sí misma, ante sus

semejantes o ante la sociedad en su conjunto, puede devenir en atentatorio al contenido

de la integridad moral3. Es lo que sucedería, si por ejemplo, aprovechando el estado de

subordinación o dependencia en el que laboralmente se encuentra una persona, se le

impusiera comportarse en forma antiética, es decir, opuesta a la percepción moral que

dicha persona mantiene sobre la vida. Se trata pues entonces, en este primer supuesto,

de una vertiente de la integridad que intenta relievar o colocar en un plano especial el

contexto en el que se desenvuelve la persona a partir de los valores representativos o

más esenciales que aquella ostenta. Siendo obligación no sólo del Estado y de la

sociedad, sino de cualquier persona en particular, respetar los alcances de este derecho.

La Integridad Psíquica.

La integridad psíquica, en cambio, hace referencia al estado de tranquilidad interior.

Al contexto de normalidad en el que se desenvuelve el psiquismo o mundo interno de la

persona y que por ser esencialmente individual corresponde prima facie ser valorado en

sus alcances por su propio titular. La integridad psíquica tiene pues, a diferencia de la

integridad moral, implicancias hacia el ámbito interno, mientras que la integridad moral

intenta garantizar el plano externo. Aun cuando ambas tengan que ver con lo que piensa
o siente la persona, la distinción está en la incidencia o relejo hacia los ámbitos en los

que se desenvuelve o vuelca sus experiencias el ser humano. En tanto y en cuanto la

integridad psíquica requiere un análisis a partir de lo que el propio individuo juzga

contrario a este derecho, las conductas lesivas sobre el mismo imponen ser

interpretadas, como ya se dijo, utilizando el enfoque del caso concreto. De este modo

podría interpretarse como contrario a este atributo el comportamiento hostigador de un

varón por sobre su pareja mujer (también, por cierto, la figura inversa), cuando dicha

conducta hace materialmente imposible una relación en común. Evaluar cada supuesto

requiere como es obvio, verificar las características del acto reclamado (constantes

insultos, maltratos injustificados, actitudes hostiles, etc.) en relación directa con lo que

cada pareja concibe como rutinario de su relación. A menudo se discute si las conductas

violatorias de derechos resultan mucho más aflictivas a la integridad psíquica que a la

integridad moral. Y razón no falta, pues aunque los atentados contra esta última suelen

por lo general y salvo excepciones, superarse de una manera mucho más rápida, no

ocurre lo mismo con los daños a la integridad psíquica que en muchos casos pueden

prolongarse por bastante tiempo o incluso generar secuelas de evidente irreparabilidad.

En la evaluación de cada conflicto es donde en definitiva el operador jurídico habrá de

individualizar no solo la vertiente de integridad eventualmente lesionada, sino las

incidencias de los daños ocasionados.

La Integridad Física.

La integridad física pretende garantizar el estado de inalterabilidad del cuerpo de una

persona o su buen funcionamiento desde el punto de vista fisiológico y garantizar dicho

estado frente a conductas que atenten contra el mismo. En doctrina se discute acerca de

si dicho estado de inalterabilidad también involucra la buena salud de la persona. En lo

particular pensamos que no, por cuanto dicho contenido, sin dejar de ser valioso, es
abarcado por otro derecho, en este caso por el derecho a la salud reconocido en el

Artículo 7º de la Constitución. En tales circunstancias el derecho comentado tiene un

alcance mucho más específico, aunque no por ello y como luego se verá, menos

plausible de ser destacado y protegido. Otro aspecto que también se debate respecto de

la integridad física son sus alcances como derecho individual. En efecto, si por este

último, se entiende facultad de hacer o no hacer, o lo que es lo mismo, un atributo de

libre disposición, se preguntan algunos si a nombre de dicha característica, puede su

titular disponer libremente de su propio cuerpo y disponer incluso, a tal grado y nivel,

que de la propia persona sea de quien dependa desnaturalizar o desarticular su propio

cuerpo o alterar su normal funcionamiento. Para responder a esta interrogante existen

dos líneas o corrientes de pensamiento:

a). Para la primera de ellas, es inviable la manipulación de la integridad física porque

ello atentaría contra la misma naturaleza del individuo. Se entiende para esta postura,

que la integridad física o corporal es algo mucho más acentuado que un derecho

individual. Es por tanto un derecho irrenunciable bajo toda circunstancia, siendo además

personalísimo e intransferible desde todo punto de vista.

b). Para la segunda línea de pensamiento, si bien se entiende el mantenimiento de la

integridad física como regla general, se acepta sin embargo en ciertos casos, la renuncia

parcial de la misma, siempre y cuando existan razones humanitarias o excepcionales

que así lo justifiquen y siempre que la ley lo permita.

Nuestro ordenamiento jurídico, en rigor, se ha decantado por la segunda corriente,

como se desprende del Artículo 6º del Código Civil que regula los actos de disposición

sobre el propio cuerpo en los siguientes términos:


“Los actos de disposición del propio cuerpo están prohibidos cuando ocasionen una

disminución permanente de la integridad física o cuando de alguna manera sean

contrarios al orden público o a las buenas costumbres. Empero, son válidos si su

exigencia corresponde a un estado de necesidad, de orden médico o quirúrgico o si están

inspirados por motivos humanitarios” “Los actos de disposición o de utilización de

órganos y tejidos de seres humanos son regulados por la ley de la materia” De la

prescripción aquí glosada puede inferirse que en materia de actos de disposición sobre

el propio cuerpo, la regla general es la no procedencia, aun cuando podría aceptarse la

misma en dos hipótesis, una que podríamos llamar amplia y otra, más bien, de carácter

restringido.

Conforme a la hipótesis amplia se legitimaría la donación de ciertos órganos del

cuerpo o de tejidos del mismo, siempre que la misma no genere una disminución

permanente de la integridad física o resulte atentatoria del orden público o de las buenas

costumbres.

Ello supondría, entre otras cosas, que podría ser perfectamente posible la donación

de aquellos órganos o tejidos que por su propia naturaleza resulten regenerarles, como

ocurre con la sangre o los cabellos, o la de aquellos otros que por situaciones atípicas o

excepcionales hayan resultado repetidos dentro del cuerpo de la persona y puedan por

tanto resultar prescindibles, como podría ser el caso de quien haya nacido con más de

dos riñones u otro tipo de órganos.

La hipótesis restringida en cambio, solo operaría en supuestos en estricto

excepcionales. Conforme a la misma y a los efectos de la donación de órganos o tejidos,

podría prescindirse de los requisitos que imponen la no disminución permanente de la

integridad o que no se atente contra el orden público o las buenas costumbres, en los
casos en los que la disposición se encuentre sustentada en un estado de necesidad, de

orden médico o quirúrgico, o en los supuestos en los que tal decisión responda a

motivos humanitarios.

Conforme a la lógica descrita serían entonces procedentes los actos de disposición a

pesar de involucrar órganos o tejidos no regenerarles, solo si aquellos se encuentran

sustentados, en finalidades absolutamente excepcionales, como podría suceder en los

casos en los que se encuentre en peligro la vida de una persona o su salud. Tal sería la

hipótesis si una persona dona uno de sus riñones por salvar la vida de su pareja o la de

alguno de sus hijos.

Aunque se trata de un caso de evidente controversia entre derechos, ha sido la ley la

que en este caso ha optado por una fórmula de suyo sensata. Ello no obstante y sin que

tenga que suponerse que la finalidad de la norma sea cuestionable, convendría

preguntarse cuáles serían los límites de dicha opción aún dentro de un escenario tan

excepcional como el descrito.

Responder a esta pregunta no sería tan fácil. De pronto una primera aproximación

sería la de considerar que la citada donación de órganos o tejidos, no debiera ocasionar

un grave daño en la salud o la vida del donante. Es esta misma línea la que por ejemplo

adopta el Código Civil al establecer en la primera parte de su Artículo 7º que “La

donación de partes del cuerpo o de órganos o tejidos que no se regeneren, no debe

perjudicar gravemente la salud o reducir sensiblemente el tiempo de vida del donante”.

Somos sin embargo de la opinión que en los casos de extrema urgencia en los que la

vida de una persona dependa de la citada donación, es el propio donante y sólo él quien

debe valorar la magnitud de su propia decisión antes que la ley. No debemos olvidar

que la situación descrita puede producirse en muy diversos contextos pero, por sobre
todo, en uno tan sensible como el familiar. En tales circunstancias pretender que un

padre o una madre, permanezca impotente frente a la muerte irremediable de alguno de

sus hijos o hijas, porque no encuentra donante de algún órgano vital, pudiendo ser dicho

padre o dicha madre, la única salvación, nos colocaría en un escenario realmente

dramático donde el Estado se arrogaría una definición que creemos no le corresponde.

A nuestro juicio, la solución a controversias como la que aquí se describe quedaría

condicionada a un análisis ponderativo acorde con los derechos constitucionales

involucrados, más que a lo que la ley (en este caso el Código Civil) disponga .

El derecho a la integridad física, por lo demás, proscribe de plano cualquier variante

de tortura. El análisis de este extremo, lo dejamos para otra oportunidad.

La integridad personal en el ámbito del derecho penal

Como ya se señalara dentro de la integridad corporal, han de encuadrarse aquellas

cualidades de la persona que le son propias por su misma naturaleza racional y que, si

bien no encajan en el ámbito puramente físico, son atributos predicables del ser humano

que, como tal, goza de una inteligencia, carácter y temperamento que se proyectan al

exterior, en un equilibrio de normalidad.

Los seres humanos gozan por naturaleza de un conjunto de libertades básicas que son

inherentes a su personalidad; esas libertades básicas requieren garantías para asegurar su

disfrute y no verse restringidas o violadas.

Las garantías son el marco que asegura el libre goce y ejercicio de las libertades

fundamentales y están especialmente diseñadas contra los agentes del Estado, ya que

sólo éste puede incurrir en violaciones a los derechos humanos. Los particulares podrán

cometer delitos, los más graves de los cuates pueden ser calificados como de lesa
humanidad, pero en todo caso serán sancionados por la normativa penal nacional (o

excepcionalmente internacional) sin que resulten de aplicación las normas de protección

de los derechos humanos.

La Constitución trata de cubrir todas las posibilidades de violencia contra una

persona, porque no sólo repudia la posibilidad de que lo golpeen o le causen daño

(conducta además tipificada como delito en los artículos 121, 121-A, 122, 122-A, 123,

124, 441 y 442 del Código Penal), sino también que se apele a otros medios (como el de

las drogas) o se le fuerce con constantes amenazas.

El artículo 5o. de la Convención Americana de Derechos Humanos, en concordancia

con la también vigente Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles,

Inhumanos o Degradantes, han regulado en forma prohibitiva la afectación directa o

indirecta de la integridad física o sicológica de la persona. Ello implica entre otras cosas

la prohibición de las mutilaciones o reducción de la capacidad orgánica de una persona,

las lesiones, la esterilización, la experimentación humana, la tortura y los tratos

inhumanos, crueles y degradantes.

De más estará decir que lo dicho vale para todas las personas incluidas aquellas que

se encuentran privadas de libertad, pues como veremos más adelante tal situación

implica, objetivamente, la restricción de determinados derechos, pero en ningún caso

puede afectarse la vida, la dignidad o la integridad de las personas.

Al respecto, el Tribunal Constitucional ha resuelto que:

Analizados los autos, a tenor de los documentos médicos que obran a fojas veintiséis,

treinticinco y cuarentisiete del expediente, se colige que el demandante Jesús Vladimir

Osorio Anaya fue víctima de maltratos físicos con posterioridad a su detención policial,
hecho que constituye una trasgresión al derecho constitucional contenido en el artículo

2o., inciso 24), literal "h" de la Constitución Política del Estado.

Por lo tanto ningún menoscabo en el derecho a la integridad es admisible y cualquier

actividad de los funcionarios públicos debe respetarlo escrupulosamente y esto resulta

aplicable a las personas internadas en instituciones penitenciarias pero también a las que

se encuentran a disposición de la autoridad policial por encontrarse sometidos a proceso

de investigación.

El conjunto de libertades básicas y sus garantías constituyen los derechos de

autonomía o de personalidad que se corresponden con los derechos civiles como los

derechos a la vida, a la integridad física, a la libertad, a la seguridad, al libre tránsito,

etcétera.

Frente a tales derechos existen otros derechos calificados como sociales y que son un

conjunto de normas que obligan al Estado a prestar una serie de medios o servicios

públicos dirigidos a las personas que no tienen satisfechas sus necesidades básicas.

La diferencia entre unos y otros aparece si se toma en cuenta que en los primeros lo

que se exige es que el estado se abstenga de interferir mientras que en los segundos se le

impone una actividad positiva en pro de la comunidad y en particular de aquellos

sectores que están en situación de desventaja.

En relación con las garantías constitucionales, el supremo intérprete de la

Constitución ha dejado establecida, en el expediente 590-2001-HC/TC (habeas

corpus interpuesto por Abimael Guzmán entre otras), la procedencia del

denominado habeas corpus correctivo que procede ante actos u omisiones que importen

violación o amenaza de los derechos directamente conexos con el de la libertad, así

como respecto de derechos diferentes a ésta, pero cuya eventual lesión se genera,
precisamente, como consecuencia directa de una situación de privación o restricción del

derecho a la libertad individual.

La existencia del derecho a la integridad presupone que nadie puede ser objeto de

violencia moral, síquica o física, ni sometido a torturas. Al respecto el inciso 1o. del

artículo 2o. de la Constitución Política del Perú dispone que "Toda persona tiene

derecho: 1. A la vida, a su identidad, a su integridad moral, síquica y física y a su libre

desarrollo y bienestar". El literal "h" del inciso 24 del mismo artículo agrega que:

Nadie debe ser víctima de violencia moral, síquica o física, ni sometido a tortura o a

tratos inhumanos o humillantes. Cualquiera puede pedir de inmediato el examen médico

de la persona agraviada o de aquella imposibilitada de recurrir por sí misma a la

autoridad. Carecen de valor las declaraciones obtenidas por la violencia. Quien la

emplea incurre en responsabilidad.

El Tribunal Constitucional peruano tiene resuelto que:

La calificación de una pena como inhumana o degradante y, por lo tanto, como

atentatoria del derecho a la integridad personal, depende, en buena cuenta, del modo de

ejecución de la misma. No puede desatenderse que, aunque proporcional, la simple

imposición de la condena ya implica un grado importante de sufrimiento en el

delincuente, por ello sería inconcebible que ésta venga aparejada, a su vez, de tratos

crueles e inhumanos que provoquen la humillación y envilecimiento en la persona.

Dicho trato inhumano bien puede traducirse en una duración injustificada de

aislamiento e incomunicación del delincuente. Siendo el ser humano un ser social por

naturaleza, la privación excesiva en el tiempo de la posibilidad de relacionarse con sus

pares genera una afectación inconmensurable en la siquis del individuo, con la

perturbación moral que ello conlleva. Dicha medida no puede tener otro fin más que la
humillación y el rompimiento de la resistencia física y moral del condenado, propósito,

a todas luces, inconstitucional.

Con un criterio semejante, la doctrina española ha desarrollado la teoría de que el

derecho a la integridad personal viene garantizado en el artículo 15 de la Constitución

Española por la prohibición de tortura y otros tratos o penas inhumanas o degradantes.

Al respecto se ha sostenido que:

De la redacción del precepto constitucional se infiere que el constituyente entendió

que tanto en el caso de la tortura como en el de los tratos inhumanos o degradantes, es

innegable que se está ante figuras conocidas por el ordenamiento jurídico, contrarias a la

integridad moral y, aunque muy cercanas a la tortura, distintas cuantitativa y

cualitativamente de ésta. La necesidad, por tanto, de distinguir entre tortura y tratos

inhumanos o degradantes ha llevado a que por vía jurisdiccional, concretamente por el

Tribunal Europeo de Derechos Humanos, se haya proporcionado un concepto de los

mismos.

Dicho Tribunal ha definido los tratos inhumanos como "un trato que causa vivos

sufrimientos físicos o mentales”, y los degradantes como aquellos en los que se

"humilla groseramente ante otras personas o se fuerza a actuar a la víctima en contra de

su voluntad o conciencia".

De lo expuesto podemos concluir que la tortura difiere de los tratos inhumanos y/o

degradantes cualitativamente (por la finalidad propia de la tortura y la distinta función

que en una y otros desempeña la condición del sujeto activo) pero también

cuantitativamente (por la mayor o menor gravedad del sufrimiento infligido). La tortura

en el orden internacional exige por tanto la concurrencia de un sujeto cualificado, una

determinada finalidad y una especial intensidad en el ataque.


En el mismo sentido se ha sostenido que:

Tortura y tratos inhumanos o degradantes son, en su significado jurídico, nociones

graduadas de una misma escala que, en todos sus tramos, denotan la acusación, sean

cuales fueren los fines, de padecimientos físicos o síquicos ilícitos e infligidos de modo

vejatorio para quien los sufre y con esa propia intención de vejar y doblegar la voluntad

del sujeto.

La Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura, aprobada por la

Asamblea General de la OEA el 9 de diciembre de 1985 define la tortura como

Todo acto realizado intencionalmente por el cual se inflija a una persona penas o

sufrimientos físicos o mentales, con fines de investigación criminal, como medio

intimidatorio, como castigo personal, como medida preventiva, como pena, o con

cualquier otro fin. Se entenderá también como tortura la aplicación sobre una persona de

método tendiente a anular la personalidad de la víctima o a disminuir su capacidad física

y mental, aunque no causen dolor físico o angustia física.

El artículo 175 del Código Penal Español está redactado en términos prácticamente

idénticos a los del artículo 16 de la Convención de Naciones Unidas contra la

Tortura. En ambos casos la conducta objeto de prohibición viene delimitada

negativamente con relación a los actos constitutivos de tortura por lo que se deduce que

en el citado artículo el legislador ha tipificado esos tratos inhumanos o degradantes

cometidos por funcionarios públicos.

De lo expuesto es evidente que se trata de un derecho primario y principal frente a

algunos otros considerados secundarios como la salud que, tanto en su dimensión física

como síquica, es incluido en la órbita de este derecho ad integrum. En el mismo sentido


se ha sostenido que este derecho a la integridad física y mental, no es sino el derecho a

la salud visto desde la perspectiva individual.

La integridad personal en el Código Civil

El artículo 5o. del Código Civil establece que "El derecho a la vida, a la integridad

física, a la libertad, al honor y demás inherentes a la persona humana son irrenunciables

y no pueden ser objeto de cesión. Su ejercicio no puede sufrir limitación voluntaria,

salvo lo dispuesto en el artículo 6o.".

Cabría preguntarse si, en el contexto que nos encontramos, una persona puede

disponer libremente de su integridad física y el artículo 6o. del Código Civil establece

que la prohibición es la regla general.

En la doctrina se ha sostenido que:

Por su naturaleza especial, no se trata de un derecho en cuanto facultad de su titular

sobre un objeto. No se puede tener derecho sobre la propia persona, sobre el propio

cuerpo, lo que se tiene es libertad para disponer de sí mismo. El derecho no se ejerce

sobre la integridad física, sino que se tiene derecho a esa integridad, derecho a vivir, al

honor, etcétera.

La norma señalada establece que:

Los actos de disposición del propio cuerpo están prohibidos cuando ocasionen una

disminución permanente de la integridad física o cuando de alguna manera sean

contrarios al orden público o a las buenas costumbres. Empero, son válidos si su

exigencia corresponde a un estado de necesidad, de orden médico o quirúrgico o si están

inspirados por motivos humanitarios.


Como se observa, el Código Civil consagra el derecho irrenunciable a la

integridad física.

Surgen en este punto tres temas que merecen algún nivel de desarrollo por su

especial vinculación con nuestra materia:

a) La donación de órganos;

b) La esterilización, y

c) El cambio de sexo

En la primer cuestión contamos en Perú y Venezuela, por ejemplo, con una

legislación especial que recoge la tendencia generalizada en la materia que es la de

facilitar la donación post mortem de cualquier clase de órgano (e incluso en vida) de

aquellos órganos o tejidos que aun cuando no se regeneran, su extirpación no perjudica

gravemente la salud del donante ni reduce sensiblemente su tiempo de vida.

Las disposiciones contenidas en los artículos 6o., 7o. y 9o. que se refieren a la

protección del cuerpo y a la cesión de órganos, tejidos o partes del organismo que no se

regeneran constituyen una novedad en relación con el Código Civil de 1936.

La regla contenida en este artículo tiene como objetivo la protección del cuerpo,

considerado como una unidad sicosomática, es decir de la llamada "integridad

personal". De ahí que la norma, en su primer párrafo, prohíbe los actos de disposición

del propio cuerpo cuando ocasionan una disminución permanente del mismo o cuando

de alguna manera son contrarios al orden público o a las buenas costumbres.

Sin embargo, y excepcionalmente, puede disponerse de órganos en los siguientes

casos:
1. Cuando exista estado de necesidad médico o quirúrgico pues en este caso se trata

de una especial medida tendente a proteger la salud y en última instancia la vida.

2. Cuando el acto está orientado a fines humanitarios (donación de órganos, sangre,

etcétera) siempre que no se perjudique la salud o reduzca el término de vida.

En ambos casos es indispensable (de acuerdo con el artículo 7o. del mismo Código

Civil) que la disposición no disminuya el tiempo de vida del donante, que exista un

consentimiento expreso y escrito del donante y por último que no se persiga un fin de

lucro.

En conclusión, la regla establecida en el Código Civil sobre la materia es la

autorización limitada para la disposición de los propios órganos y la prohibición de la

disposición del derecho a la integridad personal.

Más arriba hemos visto que nuestro Tribunal Constitucional rechaza enérgicamente

la esterilización como política oficial de control de población, cabe ahora preguntarse

por la esterilización voluntaria, ya sea que esté motivada por razones terapéuticas o

anticonceptivas.

En esta hipótesis entran en juego el derecho a la libertad de la persona para proyectar

su vida pero también con el derecho de la sociedad en cuanto la esterilización tiene

indudable repercusión sobre el destino de la especie humana.

En nuestro medio se tolera la esterilización voluntaria mientras que en otros

ordenamientos se encuentra legalmente prevista aunque sujeta a especiales requisitos

(tal es el caso de Noruega, Suecia, Panamá, Japón y algunos estados de la Unión

Americana). Frente a los anteriores ordenamientos, los de España y Somalia (entre


otros) prohíben expresamente la posibilidad de recurrir a la esterilización voluntaria

incluyendo tal conducta en el título relativo al delito de lesiones.

La versión original del artículo VI del título preliminar del Decreto Legislativo 346,

Ley de Política Nacional de Población de nuestro país, excluía taxativamente a la

esterilización y al aborto como método de planificación familiar. Más tarde, la Ley

26530 del 9 de Septiembre de 1995 modifica dicho artículo incluyendo a la

esterilización como método de planificación familiar.

El último tema que podría dar lugar a controversia es el del cambio de sexo. En el

ámbito científico el debate sobre esta posibilidad no se ha cerrado ni mucho menos.

Algunos autores sostienen la procedencia de este tipo de intervención quirúrgica ya que

contribuye a resolver el problema de identidad sexual. Dicha operación, según sostienen

estos autores, tiende a adecuar los caracteres sexuales externos al verdadero sentimiento

de la persona, a sus inclinaciones sicológicas y a su habitual comportamiento social.

Frente a lo anterior, otra importante corriente asevera que lo decisivo no es facilitar

una supuesta adecuación al otro sexo, sino adoptar las medidas preventivas o de

rehabilitación en orden a la afirmación y vivencia del sexo de origen, ya que la

tendencia al cambio de sexo constituye un problema sicológico que debe ser tratado

médicamente.

A contrario sensu debe entenderse, por supuesto, que no cabe considerar como

lesión del derecho a la integridad física la intervención quirúrgica que tienda a la

confirmación del sexo de origen.


La integridad personal en el contexto democrático De manera casi generalizada se

dice que la crisis de los derechos humanos por la cual atraviesa gran parte de los países

de nuestro continente, y Chile en particular, es una consecuencia, en parte, por la

vigencia y aplicación de la llamada “ Doctrina de Seguridad Nacional” asumida por las

Fuerzas Armadas y de Orden en casi todos los países post dictaduras; y por otro lado,

podemos señalar el modelo económico neoliberal que se ha impuesto a nuestros pueblos

desde hace unas tres décadas aproximadamente. La realidad nos señala que las

violaciones de los derechos humanos en su origen se encuentran en diversos y

complejos conflictos de naturaleza social, económica, política, ambiental, laboral o

étnica que suelen repetirse cotidianamente. Se puede afirmar que día a día se desdibujan

los ya débiles y maltrechos contornos del Estado de Derecho, por no mencionar lo

social y democrático. Es por ello que la protesta social, mecanismo legítimo en

cualquier sociedad que se considere democrática, se la ubica en el contexto de la guerra,

como si las exigencias de los ciudadanos en materia de satisfacción de sus necesidades

básicas pudiera tratarse de algo ajeno y lo que es peor aún, contrario a los principios y

valores de un Estado social y democrático de derecho. De allí que no resulte extraño en

este país la penalización de la protesta social, el maltrato por parte de carabineros hacia

quienes se expresan en las calles por reivindicaciones sociales, gremiales o sindicales,

etc. Sigue plenamente vigente la lógica perversa que pregona el tratamiento del

“enemigo interno” -como en la guerra quien pretende alcanzar por la vía democrática, la

efectividad de sus derechos. En ese orden de ideas y desde la perspectiva del Estado

social y democrático de derecho, el concepto de persona humana hace referencia al

individuo no como abstracción autónoma y 7 aislada, sino en su dimensión social, como

entidad que actúa necesariamente en el complejo de la vida sociopolítica. Sólo en el

ámbito democrático participativo es posible lograr una adecuada protección de los


derechos humanos en general. Las libertades y prerrogativas indispensables para la

existencia de la democracia son consideradas igualmente inherentes a la persona

humana en un contexto pluralista.

Prohibición de tortura

La definición de tortura, la encontramos principalmente en los tratados

internacionales, en este caso, la Convención contra la Tortura y Otros Tratos Crueles

Inhumanos o Degradantes de la ONU (artículo 1) y la Convención Interamericana para

Prevenir y Sancionar la Tortura (artículo 2), contemplan definiciones. 3 En ellas

tenemos que la definición de tortura es: "todo acto por el cual se inflija

intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o

mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de

castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar

o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de

discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario

público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su

consentimiento o aquiescencia. El artículo 4º de la Convención contra la Tortura y Otros

Tratos Crueles Inhumanos o Degradantes (CCT) obliga a todos los Estados partes a

tipificar el crimen de tortura como delito.

La integridad y la disposición al cambio

La definición sugerida para la idea de integridad presta lugar a considerar

que las personas que por alguna razón cambian de opinión o discurso,

inmediatamente dejan de ser íntegras, lo cual cierra la puerta al valor (también

positivo) de estar abierto a las ideas ajenas.


En rigor de verdad, no es el hecho de cambiar de opinión en sí mismo una

prueba de la falta de integridad, sino la consideración de que el cambio de

opinión se debió, más que a una genuina llegada a una conclusión alternativa,

por un intento de sacar ventaja.

Cuando una persona ha construido una legitimidad y una confianza de la

que nadie dude, nadie podrá considerar que un cambio de opinión suyo se

debe a alguna otra razón que no sea la simple modificación en las opiniones.

Paradojas de la integridad

Dentro de las virtudes de las personas, la integridad está vista como una de las más

importantes. Sin embargo, la vida en sociedad dispone que carecer de ella no sea razón

para privar a una persona de la libertad, ni recluirla del resto de los habitantes: por el

contrario, lamentablemente no es erróneo considerar que, al menos en algunos países,

las personas que no prestan demasiada intención a su integridad habitualmente

tienen mayores posibilidades de llegar al éxito en algunos rubros entre los que está la

política.

Esto sucede porque las tentaciones con respecto a la hipocresía, la mentira, la

corrupción, el fraude o el engaño son muchas, y es difícil dejarlas pasar todas: el valor

de la integridad se destaca precisamente allí, pues el paso del tiempo acaba

premiando a los que actuaron en forma recta y condenando a los que no lo hicieron,

al menos a la hora de tener que convivir con su propia conciencia.

A continuación, algunos ejemplos de expresiones de integridad.


Ejemplos de integridad

1. Una pareja de casados que han estado durante décadas, sin engañarse entre sí.

2. Un estudiante que pasa los exámenes sin hacer trampa.

3. Un niño que aprende y toma enserio aquello de decir la verdad pese a que duela.

4. Una persona que, en clara superioridad física contra otro, no hace uso de su

fuerza.

5. Los líderes como Nelson Mandela, que se oponen a regímenes autoritarios por

medio de la paz.

6. Un niño que ha llegado siempre puntual a la escuela.

7. Una persona que no reniega del lugar en el que nació y fue criado.

8. Un periodista que no deja manipular sus opiniones.

. Conclusión

El derecho a la integridad personal tiene reconocimiento expreso en el texto de la

Constitución Política del Perú, y adicionalmente el Tribunal Constitucional lo reconoce

entre los derechos fundamentales inherentes a la persona humana.

Posee una doble vertiente ya que se protege la integridad física pero también el

aspecto sicológico y moral de la persona.

La libertad de contratación, el derecho de asociación, el derecho de ejercer toda

industria lícita, el derecho de comerciar, la finalidad legítima de preservar el vínculo

matrimonial y el impedimento constitucional de la prisión por deudas son algunos de los

derechos que pueden verse limitados en función de la preferencia del derecho a la

integridad personal expresamente analizados en el ámbito peruano.


La normativa penal prevé una serie de figuras delictivas que afectan el derecho a la

integridad personal para el caso que la afectación sea cometida por particulares, pero

también se encuentran vedados la tortura y los tratos o penas crueles, inhumanas o

degradantes cuando la conducta deba ser imputada a agentes estatales.

Cuando existan actos u omisiones que importen violación o amenaza de derechos

diferentes de la libertad personal, pero cuya eventual lesión se genera, precisamente,

como consecuencia directa de una situación de privación o restricción del derecho a la

libertad individual se puede recurrir a la garantía Constitucional del habeas corpus.

El Código Civil también se ocupa del tema estableciendo una prohibición general en

cuanto a la posibilidad de disponer del derecho a la integridad personal y una

autorización limitada para la disposición de los propios órganos (cuando exista estado

de necesidad médico o quirúrgico o cuando el acto está orientado a fines humanitarios,

siempre que no se perjudique la salud o reduzca el término de vida).

Las personas privadas de libertad conservan todos los derechos reconocidos a los

ciudadanos por la normativa salvo por supuesto aquellos incompatibles con el

cumplimiento de la condena. Naturalmente que las restricciones que puedan

imponérsele no alcanzan el derecho a la integridad corporal.

El registro corporal que se practique a aquellas personas no se encuentra vedado pero

su constitucionalidad depende de que estén justificados por su finalidad, se

fundamentan en las circunstancias del centro penitenciario y que los medios empleados

no afecten los derechos fundamentales.

Por último, coincidimos con la doctrina del Tribunal Constitucional español en

cuanto sostiene que las inspecciones en alguna medida invasivas practicadas a las

personas que pretendan acceder a una visita con contacto personal, no constituyen un
sometimiento ilegítimo pero siempre que se practiquen respetando las condiciones que

se describen en el Informe 38/96 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

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