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De entre sus discípulos, Jesús, tras una noche de oración, escogió a doce, cuyos nombres
aparecen en los Evangelios.
Habiendo desertado Judas, Pedro toma la iniciativa de proceder a su reemplazo. Hay que
encontrar a alguien “de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que
el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos
fue llevado” (Hechos de los Apóstoles 1, 21-22). Después de echarlo a suertes, es Matías
quien “fue agregado al número de los doce apóstoles”.
Unos años más tarde, Saulo se beneficia de una aparición de Cristo resucitado en el camino
de Damasco : se convierte en Pablo, el Apóstol por excelencia, sobre todo entre los
paganos. El caso de Pablo es único : no se volverá a producir en la historia.
Hay por tanto algo de particular en esta primera generación : han sido “testigos Oculares”
(Lc 1,2); han “oído, visto, contemplado, tocado” (1 Juan 1,1). Lo que tenían que decir, lo
dijeron.
Por eso “la Revelación está completa después de la muerte del último apóstol”. No hay que
esperar otra Revelación, hasta el fin de los tiempos. “En estos últimos tiempos Dios nos ha
hablado por medio del Hijo (Hebreos 1,2).
Los evangelios dan testimonio de Jesús hasta su Ascensión, cuarenta días después de la
Pascua. Los demás escritos del Nuevo Testamento (Hechos de los apóstoles, epístolas y
Apocalipsis) dan testimonio de la actividad de los apóstoles y de las comunidades, de las
“Iglesias” que se fundaron.
Jesús no fue un vagabundo que predicara al azar. Constituyó un núcleo, los Doce, a
quienes prometió que les enviaría el Espíritu Santo.
Pablo evoca a las comunidades que fundó y les envía cartas, las “epístolas”. Las epístolas a
los Tesalonicenses, el primer escrito del Nuevo Testamento, unos veinte años después de
Pentecostés, hablan ya de “Iglesias” y de los que están “a su cabeza”.
Él coloca a los “ancianos”, como se ve en Éfeso (Hechos 20,17). La primera carta de Pedro
dirige recomendaciones a los ancianos que tienen una “grey de Dios que les está
encomendada” (5,1-2).
Son bien conocidos dos de los colaboradores de Pablo, convertidos del paganismo, Tito y
Timoteo : les envía a las comunidades fundadas por él, para evitar que vayan a la deriva.
Ellos son destinatarios de tres epístolas, con consejos para el futuro. A Timoteo, Pablo le
recuerda el “don espiritual que Dios ha depositado en ti por la imposición de
mis manos”.
El Apocalipsis de Juan empieza con dos cartas a las siete Iglesias de Asia Menor.
Los apóstoles se han preocupado por la unidad de la Iglesia, a través de los tiempos
(“sucesión apostólica”) y en el espacio (“comunión").
En el Credo, se dice que la Iglesia es “apostólica”: está fundada sobre los apóstoles, el
grupo de los Doce, y tiene, actualmente, como pastores, a sus sucesores.
“Podríamos enumerar a los obispos que fueron establecidos por los apóstoles en las
Iglesias, y a sus sucesores hasta nosotros… Pero como las sucesiones de todas las Iglesias
serían demasiado largas de enumerar, tomaremos sólo una de ellas, la Iglesia más
grande, más antigua y conocida por todos, que los dos apóstoles más gloriosos Pedro y
Pablo fundaron y establecieron en Roma”.
San Ireneo cita entonces a los sucesores de Pedro y Pablo : Lino, Cleto, Clemente, Evaristo,
Alejandro, Sixto, Telesforo, Higinio, Pío, Aniceto, Sotero “y ahora Eleuterio”, que fue
obispo de Roma a partir del 175. Los nombres de algunos de ellos figuran en la Oración
eucarística nº 1, llamada “canon romano”.
La palabra “geneaología” no está exenta de peligro. Pero tiene una ventaja: nadie puede
pretender poseer la vida. Ni el padre, ni la madre, ni siquiera la pareja posee la vida.
Ambos la han recibido y la perderán. No son propietarios. La transmiten. Como
comparación, podría decirse incluso que quien consagra a un nuevo obispo transmite lo
que no le pertenece.
Pero es así en también en todos los sacramentos : la gracia de Dios se comunica por gestos
y palabras de hombres, llamados “ministros” de los sacramentos (“ministro” significa
“servidor”). Los sacramentos se inscriben en la línea de la Encarnación: Dios se ha hecho
visible.
San Ireneo se apoya en la sucesión apostólica para responder a los herejes que, contra esta
continuidad y colegialidad episcopales, “han constituido agrupaciones ilegítimas”.
“Es en toda la Iglesia como puede percibirse la Tradición de los apóstoles, que ha sido
manifestada en todo el mundo : la condición es que cada Iglesia permanezca en comunión
con la Iglesia de Roma”.
Después de enumerar a los sucesores de los apóstoles Pedro y Pablo, san Ireneo escribe:
“He aquí a través de qué continuación y sucesión la Tradición se encuentra en la Iglesia que
a partir de los apóstoles y la predicación de la verdad ha llegado hasta nosotros.
Y la prueba más completa de que es una e idéntica a sí misma es esta fe vivificante que, en
la Iglesia, desde los apóstoles hasta ahora se ha conservado y transmitido en la verdad
El papa León XIII tomó una postura negativa en el siglo XIX. Desde entonces, se han
añadido novedades al asunto. De esta cuestión depende la validez de la ordenación de
los sacerdotes.
Los obispos ordenados por Monseñor Lefebvre, contra la voluntad del papa Juan Pablo II,
se inscriben ciertamente en la sucesión apostólica. Sin embargo constituyen un “grupo
eclesial implicado en un proceso de separación”, según una expresión del Papa Benedicto
XVI.
Para que haya unidad plena, es necesario que la sucesión apostólica de los obispos vaya
a la par con la colegialidad en torno al sucesor de Pedro.