Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Decir unas palabras en la muerte de Max Weber es realmente como no hacer nada. La
manera de honrar a un gran hombre es apropiándose de su obra e intentando trabajar en
sus ideas para proseguir la realización, que él hizo posible, de cada una de sus distintas
partes. Pero esto exige largo tiempo, y ahora debemos darnos cuenta y decirnos en
palabras abstractas lo que hemos perdido y teníamos como propiedad nuestra.
A muchos, Max Weber nos parece un filósofo. No es conforme a la naturaleza de estos
grandes hombres dejarse absorber por una profesión especial o por una sola ciencia. Pero
si Max Weber era un filósofo, acaso fue único en nuestro tiempo y en un sentido diferente
a como puede serlo hoy cualquier otro filósofo. Su existencia filosófica excede a lo que
podemos comprender en el momento. Primero tenemos que aprender a ver su sentido,
asimilárnoslo. De este sentido intento hablar ahora de modo insuficiente. Pero de la
personalidad peculiar del hombre, que hemos amado, no me atrevo a hablar.
Si contemplamos su obra tal como se presenta, nos encontramos con una multitud de
trabajos independientes. Pero, en realidad, todos son fragmentos. Al principio, algunos de
sus trabajos terminaban con la advertencia “se continuará”. Pero era el último sobre aquel
problema. Trabajos que parecían acabados aludían a una continuación que el mismo
asunto exigía; nunca había algo terminado en el sentido de completo, concluso, rematado.
Apenas publicó libros de joven: la Historia agraria de Roma, un folleto sobre la Bolsa y en
los últimos años varias conferencias en forma de cuadernos. Nada más. Todo el resto se
encuentra desparramado en revistas, gacetas, archivos. Hace menos de un año había
comenzado a recoger, por así decir, la cosecha de su vida científica. Preparaba dos obras
en varios tomos. Su capacidad de trabajo, en contraste con largos decenios, era
extraordinaria. “Trabajo como antes de los treinta años”, dijo en abril de 1920. Una vez
escribió en un solo día todo un pliego de imprenta. Esto le arrebató; en este trabajo le
encontró la muerte. Lo que la especialidad científica ha perdido es inmenso. Pero, aunque
en fragmentos, estos trabajos han quedado, pues estaban construídos con tan enormes
proporciones que impresionaban como una catedral medieval y como una catedral no
podían, por su naturaleza, quedar terminados.
Fragmentario fue también su vivir en el mundo. Siempre estaba dispuesto a actuar, allí
donde algo le interesaba. Ponía toda su energía en las tareas del día, en un proceso
jurídico, en la ejecución de un testamento, en la administración de su hospital en los
primeros años de la guerra. En la esfera política tomaba la palabra cuando creía posible
alcanzar un efecto deseado por la nación. Pero también lo que hizo en su vida se limita a
una serie de actos separados que, comparados con su humana grandeza y lo que hubiera
podido hacer como plasmador del mundo, parecen muy poco; mejor dicho, nada.
Pero entonces, se preguntará, ¿es posible en vista de este carácter fragmentario, ver en
Max Weber la cima espiritual de la época? Sí, en el caso de que en esta fragmentación
misma podamos encontrar un sentido positivo; en el caso de que se crea que la grandeza,
en cuanto se hace realidad, tiene necesariamente un carácter fragmentario.
Tampoco era un cristiano. Ser cristiano significaba para él aceptar el mandato del Sermón
de la Montaña: no resistir al mal. Su estudio sobre la ética protestante y el espíritu del
capitalismo, por “exento de valoraciones”, por objetivo, por positivo que sea, nos revela
indirectamente la manera en que Max Weber estaba en el cristianismo. En este trabajo se
encuentra una inaudita tensión de posibilidades opuestas y no expresadas. Ningún
sentimiento religioso estaba tan cerca de su corazón como la religiosidad de la secta
puritana. Los inescrutables designios de Dios, la predestinación, latía en su austero sentido
y su veracidad, que dejaba sin investigar lo ininvestigable. Pero estaba muy lejos de un irse
íntimamente a este mundo religioso. Max Weber advirtió que este grandioso fenómeno,
al vaciarse de la fuerza religiosa eficiente en su principio, producía efectos que tenían que
aparecerle como terribles antinomias. ¿Es que los fenómenos humanos más grandiosos,
más serios, más heroicos tienen que acarrear la desdicha, el vacío, la muerte espiritual?
¿Qué era entonces Max Weber, si por su vocación especial no era hombre de ciencia ni
político, y, por su concepción del mundo, no era estoico ni cristiano? Cuando a esta
pregunta se responde que era un filósofo, hay que advertir que tampoco era un filósofo
en un sentido realizado ya anteriormente a él. Max Weber ha dado a la idea de filósofo un
nuevo cumplimiento. Pues qué es un filósofo no se puede definir en general y en
abstracto. Él ha dado a la existencia filosófica un carácter actual. En él podemos ver lo que
ahora es ser filósofo, precisamente cuando dudamos de si hoy, en general, puede haber
filósofos. La esencia de una existencia filosófica es, en todos {13} los casos, conciencia del
absoluto y una acción y conducta que esté movida en su incondicionalidad por la gravedad
dividida de lo absoluto. Ha sido la peculiaridad de Max Weber que esta esencia irradiaba
de él, sin que, sin embargo, él conociera y mostrase objetivamente lo absoluto.