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Bienaventurados los que creen

Ed. Ramírez Suaza, ThM

Hay una pregunta que -supongo yo- nos la hemos hecho en algún momento. Esta es la
pregunta: ¿hacia dónde va este mundo?
La sociedad occidental se hizo experta en deconstruir la creación. En socavar los valores
familiares. En dudar de la fe. En castigar al justo defendiendo al culpable, enriqueciendo al
rico. Lo bueno es malo; lo malo bueno. Desafortunadamente el fenómeno también toca nuestras
iglesias: cristianos sin Cristo. Doctrinas sin evangelio. Vidas sin compromiso de integridad.
Avivamientos apagados. Dones del espíritu amontonados en el olvido. El amor sin cabida en
nuestros corazones. Un desconocimiento de la persona de Dios sin precedente alguno. ¿Hacia
dónde va este mundo? ¡No lo sé!
Siento que va de “ñatas” hacia su autodestrucción. Los orgullos posmodernos nos llevan a la
muerte: orgullo gay. Orgullo del divorcio. Orgullo de la infidelidad. Orgullo del malhechor.
Orgullo del adulterio. Orgullo de la fornicación. Orgullo de la infidelidad. Orgullo del
abandono a los hijos. Orgullo del mal proceder.
Al mirar hacia el horizonte del tiempo futuro, la pregunta vuelve a surgir: ¿hacia dónde vamos?
No sé si es atrevido decir que parecemos la generación que abraza la muerte. Me explico.
Nuestros “intelectuales” dicen que Dios ha muerto. Nuestros consejeros matrimoniales abrieron
las puertas que Jesús cerró: el divorcio. Nuestros hijos los traemos al mundo para que otros les
brinden el tiempo, la atención y el afecto que los padres les negamos. El perdón se nos hizo un
recuerdo lejano. El amor una misión imposible. Ignoramos por completo quiénes somos, por
qué estamos aquí, cuál es la razón de nuestro vivir; por mencionar apenas algo de la cultura de
la muerte. Así la considero porque nos está matando la confianza en Cristo. Nos está matando
la vida familiar. Nos está matando los amores legítimos a una doñita virtuosa, a un esposo
piadoso, a unos hijos necesitados del calor, sabor y olor de hogar. Nos está matando la
capacidad de fraternizar. Nos está matando el arte de mirarnos, comprendernos e interpretarnos
en la mirada de Jesús.

No tengo la menor duda que la resurrección de Cristo Jesús es la alternativa eficaz para un
mundo que abraza la cultura de la deconstrucción y de la muerte. No vacilo en mi corazón para
estar convencido de que la resurrección de Jesucristo es vida para una Iglesia que languidece en
unas actualidades aberrantes, despiadadas; hasta endemoniadas.
Creo con toda mi alma que la resurrección de Jesús es la vida que toda vida necesita para
existir con alegría, dignidad, sentido, orientación, esperanza, fe y amor.

El día que Jesús resucitó, al caer la noche, los discípulos del Señor se encerraron en alguna casa
de Palestina para digerir juntos todos los acontecimientos aterradores durante el fin de semana
anterior. La fe de estos discípulos parecía pábilos humeantes. Sus vidas presas del miedo, de
aquel miedo a morir. Encerrados en los escombros de la esperanza, de la confianza en Jesús el
Mesías que no fue. Por lo menos para ellos en ese momento. De repente, inesperado como
ilógico, aparece entre sus prisiones la Vida. Sí, Jesús resucitado. El saludo de la Vida triunfante
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está lleno de fascinación. Estas fueron las palabras del saludo: -la paz sea con Uds.- Y claro,
con extraordinaria aparición ante sus ojos, el fascinante saludo que expulsó de sus corazones el
temor y la presencia que derrotó sus dudas; estos discípulos resucitaron también; sus alegrías
reaparecieron, su fe volvió a palpitar, sus vidas encontraron sentido otra vez, el brillo de sus
ojos se hizo inextinguible, la fuerza de su predicación indomable. Pero... lastimosamente hay
un “pero”, pero Tomás no estaba esa noche con ellos. De los discípulos del Señor uno quedó
por fuera. Claro, sin la bendición de ser mirado, tocado, resucitado por la Vida. Así, su fe no
cesaba de marchitarse. Sus esperanzas más prisioneras de la oscuridad y del temor. Su
orientación sin norte. Cuando escucha la noticia de sus hermanos en la fe, Tomás no cree; duda
por completo. Es que francamente, esa es una noticia como pa’ no creer.

Están cordialmente invitados esta mañana a conectar todas sus existencias a la resurrección de
Cristo en S. Juan 20.24-29
Este relato de Juan tiene una promesa hermosa en clave de fe. Y es ésta:
Bienaventurados los que creen sin ver.

BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN


cuando la fe está centrada en Cristo

Una de las rutas posibles para entender el evangelio de Juan es el caminito que se traza por
todo el libro de la fe. Es más, si leemos los versículos siguientes al relato de Tomás, esto queda
demostrado. Dice Jn. 20.30-31: ​Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus
discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes
crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de
él. ​Pareciera ser que éste es el propósito que abarca todo el libro: ¡ha sido escrito para que sus
lectores crean!
Intentaré hacer un caminito breve de fe que atraviese el evangelio de Juan: En el cap. 1, la
introducción al evangelio inicia con el testimonio de Juan, quien era poderoso en Dios pero
venía tras él uno más poderoso. Juan vino como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de
que por medio de él todos creyeran ​en Jesús (1.7). El primer creyente con nombre propio en el
evangelio de Juan es Natael, quien cree porque Jesús lo vio desde una distancia imposible de
ver (1.43-51). Luego creen otros pocos luego de que Jesús convierte el agua en vino, cuando
festejaba en las bodas de Caná. En el cap. 2.23 el evangelista Juan nos dice que muchos
creyeron en Jesús por los milagros que hizo. En el cap. 4 Jesús habla con la mujer samaritana,
ella y muchos de su pueblo creen en Jesús. En el cap. 8.30, dice Juan que muchos judíos
creyeron en él. En el 9.38 cree uno que fue sano de ceguera, y le adoró. Esto es fundamental,
porque evidencian la fe de maneras extraordinarias. Unos creyeron y le siguieron. otros
creyeron y fueron a proclamarlo como Mesías. Éste cree y adora. En el cap. 11, antes de la
resurrección de Lázaro, Marta su hermana cree en Jesús. En el cap. 12.42 Juan da testimonio de

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que muchos fariseos creyeron en Jesús, pero temían porque podrían ser expulsados de las
sinagogas. En el cap. 16.30 los discípulos del Nazareno creen por fin. En el 16.31 Jesús les
hace una pregunta fascinante: ​—¿Así que ahora creen?- ​Cuando los discípulos creen,
inmediatamente después Jesús ora por ellos en el cap. 17. Luego llegan en Juan los relatos de la
pasión, muerte y sepultura del Señor. La fe se desvanece, pero con la resurrección los
discípulos vuelven a creer. En el cap. 20 creen las mujeres que visitaron el sepulcro. Luego cree
Pedro y Juan. Creen los discípulos del Señor y de último cree Tomás. Pero cree de manera
especial. Yo no recogí todos los testimonios del evangelio para mostrarles a quienes creyeron.
Faltan muchos más. De los citados en esta mañana destaco 4: 1. quienes creen y siguen a Jesús,
que de hecho son muchos y anónimos. 2. La mujer samaritana, quien cree e inmediatamente
emprende su ministerio evangelístico. Creyó para traer a otros a los pies de Cristo. 3. El
invidente quien al ser sanado, puede ver. Cree y adora a quien lo sanó. Su fe lo empujó a ser un
adorador. Y finalmente Tomás, quien cree más que todos lo que han creído en todo el
evangelio. El creyente ejemplar en el cuarto evangelio es Tomás, quizá por eso el autor lo deja
de último, para que todos creamos en Jesús como creyó él.

En esta mañana quiero hablarles de tres maravillas que encuentro en este relato de S. Juan:
1. Resurección
2. Re-encuentro
3. Regocijo

Resurrección
La resurrección es un tema casi ausente en el AT, pues no es contundente en la Torá ni en los
primeros profetas como Elías, Natanael, Samuel entre otros. Textos como Esdras y Nehemías
ni lo mencionan. Los poetas y la prosa bíblica, excepto Salmos, se atreven a hablar del asunto
como por ejemplo Ester, Rut, Cantares, por mencionar algunos. Profetas como Isaías sí se
atreven en sus oráculos a manifestar una esperanza de vida eterna, igualmente Daniel, por
mencionar otros; pero tímidamente. Con esto quiero decir, no es un tema transversal de sus
textos. Unas primeras intuiciones respecto a la resurrección la encontramos en el libro de los
Salmos 16.10-11. Dice el poema: pues no me dejarás en el sepulcro, ¡no abandonarás en la
fosa a tu amigo fiel! Me mostrarás el camino de la vida. Hay gran alegría en tu presencia; hay
dicha eterna junto a ti. ​Note que el lenguaje poético insinúa una plegaria expresada con un arte
lindísimo de forma afirmativa: “no me dejarás en el sepulcro”... “me mostrarás el camino de la
vida”. Un texto sagrado para los judíos desde el siglo segundo a.C. es el libro de los Macabeos.
El segundo libro a los Macabeos cap. 7. 9, 14 dicen: vv.9: ​—Tú, criminal, nos quitas la vida
presente. Pero el Rey del mundo nos resucitará a una vida eterna a nosotros que morimos por
sus leyes.- ​Y dice el vv. 14: -«Acepto morir a manos de los hombres, esperando las promesas
hechas por Dios de que él nos resucitará. Para ti, en cambio, no habrá resurrección a la
vida.»- ​Estas son dos declaraciones que narran los Macabeos cuando en manos paganas muere
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una familia entera: su madre con siete hijos. Con estas citas bíblicas vengo demostrando cómo
se va tejiendo en Israel una teología de la resurrección como evento final en la historia de
salvación. La resurrección era para ellos una promesa del Señor como señal de su fidelidad
para con Israel. Pasando a los profetas, Isaías dijo en el cap. 26.14 un oráculo escatológico en
contra de sus enemigos. Dice así: ​Ellos están muertos, no volverán a vivir; no son más que
sombras, y no volverán a levantarse; pues los has castigado, los has destruido, has acabado
con todo recuerdo de ellos. ​En el mismo capítulo, y de hecho en el mismo oráculo, Isaías dijo
en el vv. 19 una profecía de esperanza para Judá: ​Pero tus muertos sí volverán a vivir, sus
cadáveres resucitarán. Los que duermen en la tierra se despertarán y darán gritos de alegría.
Porque tú envías tu luz como rocío y los muertos volverán a nacer de la tierra.

El profeta Daniel es otro que se atrevió a profetizar en relación con la resurrección. Dijo este
profeta en el cap. 12. 2-3: ​Muchos de los que duermen en la tumba, despertarán: unos para
vivir eternamente, y otros para la vergüenza y el horror eternos. 3 Los hombres sabios, los que
guiaron a muchos por el camino recto, brillarán como la bóveda celeste; ¡brillarán por
siempre, como las estrellas! ​Y ahora sorpréndase con lo que dijo Daniel en el vv. 13: ​Pero tú,
Daniel, camina hacia tu fin y reposa, que en los últimos días te levantarás para recibir tu
recompensa.” ​Un pasaje más: el libro de Ezequiel en el cap. 37 presenta una visión
extraordinariamente dramática, un valle de huesos secos que con la obediencia del profeta y el
soplo del Espíritu cobran vida. De huesos secos se transforman, por el poder de la resurrección,
en un ejército poderoso.

Estas teologías de la resurrección en el AT surgen en los tiempos del exilio y cuando regresan
del exilio a Palestina. Entienden la resurrección como la restauración integral de Israel quien ha
sido el pueblo de Dios, la viña hermosa de Jehová, el redil amado por el gran Pastor.
Estas citas bíblicas fueron tejiendo en Israel una teología de la resurrección con muchas
cortinas de por medio, pero Dios va revelando el misterio poco a poco hasta mostrarlo
completamente en su Hijo Cristo. Básicamente, en Israel se entendió la “resurrección” en dos
sentidos: 1. la resurrección como la restauración completa del pueblo de Israel, y 2. como el
regresar a la vida después de la muerte en cumplimiento de una promesa de Dios para con los
justos, los piadosos de Israel.

¿Qué significó entonces la resurrección de Cristo en el Israel del siglo I?


Aquí me estoy “dando la pela” al dar un salto desde los profetas hasta el siglo I, mordiéndome
los labios por compartirles la literatura judía que no es canónica, pero muy importante entre el
último profeta y el primer evangelio. Esa literatura es rica en teología de resurrección.
La resurrección en Israel siempre se entendió como una esperanza futura, un acontecimiento
que concluiría la vida, la existencia como la entendemos ahora mismo. Para hacerme entender:
era lo primero que acontecería inmediatamente después del fin del mundo. La resurrección se
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entendió como la bienvenida que se le daría a los justos a la vida eterna. Otro texto muy
importante en la fe judía es el libro de Enoc. De hecho el escritor bíblico de Judas lo cita sin
“pelos en la lengua”. Yo también citaré un aparte del libro de Enoc para explicar lo que quiero
decir: Dice 1 En. 92.3-5: ​y el justo se levantará del sueño, (Se levantará) y caminará por
sendas de justicia, y toda su senda y su conducta será en bondad y gracia eternas. El dará
gracia al justo y le dará justicia y rectitud eternas, y le dará poder para ser (dotado) de
bondad y justicia, y caminará en luz eterna y el pecado perecerá para siempre en tinieblas, y
no será vista en adelante por los siglos de los siglos.
Si la resurrección era una esperanza futura, que a su vez sería la evidencia reina de que el “fin
del mundo” ya habría acontecido, la resurrección señalaría que la creación entera se encuentra
en una nueva etapa de restauración, de re-ingeniería. Que el futuro de Dios se inaugura entre
los hombres ahora mismo. Nos encontramos en el paso seguido a un nuevo Génesis. Con la
resurrección de Cristo Dios ha empezado a hacer una nueva creación.

Les confieso que me trago las ganas de hablarles más sobre la teología rabínica y judía de la
resurrección, pero es necesario dar el siguiente paso: ​El Re-encuentro.
Una vez Jesús resucitado, los evangelios nos dan testimonios de personas que tienen el
privilegio de experimentar con alegría las teofanías del resucitado.Estas teofanías son
especiales, pues acontecen desde el AT. Algunos ejemplos del AT: cuando Dios se le aparece a
Adán y a Eva. Cuando Dios se le aparece a Abraham, a Isaac y a Jacob. Cuando Isaías lo pudo
ver en un trono alto y sublime. A Elías en la montaña de Horeb. Esas son teofanías, apariciones
o manifestaciones de Dios a personas específicas. Jesús resucitado se aparece a mujeres que
son sus discípulas, a ellas les encarga la proclamación de su resurrección. a Pedro, a Juan, a los
demás apóstoles. Este re-encuentro de los discípulos con el Cristo vivo impregnó en ellos la
convicción más profunda del proyecto divino en su Hijo Cristo: redimir la humanidad y
restaurar la creación entera. Esos encuentros con el resucitado les hizo valientes para
proclamar, explicar, argumentar la divinidad de Jesús y el poder triunfante de la vida sobre el
pecado, el mal y el maligno.
El encuentro más fascinante, para mi gusto, es el del resucitado con Tomás. Cuando Ud. lee los
relatos de las apariciones del resucitado, la mayoría de la gente no dice nada. A lo mucho
creen. Si presta atención a las dos experiencias anteriores con el resucitado, María sólo dijo
-¡maestro!-. No dijo más nada. Los apóstoles se alegraron pero en silencio. Cuando Tomás lo
ve, exclama: -¡Señor mío! ¡Dios mío!- Estas palabras delatan la fe que posee Tomás o que
posee a Tomás. Este hombre comprende la magnitud de la resurrección, por lo tanto sólo puede
gritar la verdad: ¡Jesús es el Señor, Jesús es Dios! María vio en el resucitado al maestro. Los
discípulos callaron; Tomás vio lo trascendental en el Galileo: al Señor y Dios.
En todos los relatos de Juan nadie cree en Jesús como creyó Tomás: el Señor y Dios.
Inmediatamente después de este relato, Juan nos dice que ha escrito esta historia para que
creamos (20.30-31). Y el último y más grande referente de fe es Tomás. Es decir, que cuando
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creamos en Jesús lo hagamos como lo hizo Tomás: ver en Jesús resucitado al Señor y Dios
nuestro.

Finalmente, ​El Regocijo


Cuando Tomás cree, que es de quien se nos dice que cree en Jesús como el Señor y Dios, Jesús
pronuncia la última bienaventuranza: “​Bienaventurados los que creen sin ver.” Esta no es una
promesa-exhortación sólo para Tomás, es para todos, ninguno de los discípulos creyó sin ver.
Todos necesitaron ver para creer.

A la luz del evangelio de Juan les comparto las “nuevas” bienaventuranzas” de la fe:
Felices los que creen, porque se les ha dado la potestad de ser hijos de Dios.
Felices los que creen porque tienen vida eterna.
Felices lo que creen en el unigénito Hijo de Dios, porque ellos no son condenados.
Felices los que creen porque reciben lo que piden.
Felices lo que creen porque pasan de muerte a vida.
Felices los que creen porque no tendrán sed jamás.
Felices lo que creen porque Jesús los resucitará en el día postrero.
Felices lo que creen porque conocen a Dios.
Felices los que creen como dice la Escritura, porque de su interior correrán ríos de agua viva.
Felices lo que creen porque aunque mueran, vivirán.
Felices los que creen porque verán la gloria de Dios.
Felices los que creen porque vivirán en la luz.
Felices los que creen porque cosas mayores harán.
Felices los que creen sin ver porque ellos verán a Dios.

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