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Las palabras del orador llegan hasta la audiencia a través de un canal o medio que,

también, será determinante en el acto de comunicación. Marshall McLuhan ya dijo aquello tan
célebre de que «el medio es el mensaje». En efecto, la mente humana se adapta a las
características del medio a través del cual recibe el mensaje. De alguna forma, nuestros circuitos
neuronales se «hacen» televisión cuando recibimos el mensaje por TV, o se «hacen» radio o
transmisión oral cuando lo reciben por estos medios. Cada medio o canal demanda un tipo
adecuado de lenguaje, expresión y comportamiento que el orador debe conocer y usar. El
emisor debe adaptar su lenguaje y su discurso no sólo a su audiencia, sino, también, al canal a
través del cual llegará su mensaje. No es lo mismo el lenguaje en televisión, que en radio, que
en las redes sociales, que en una conferencia oficial o en una negociación compleja en un
ambiente hostil que debe traducirse a otra lengua. Cada circunstancia y cada canal de
comunicación exigirá un tipo de lenguaje.

Aunque el lenguaje audiovisual y la comunicación a través de mensajes o correos


digitales son cada día más importantes, nos centraremos en la intervención oral directa entre el
orador y la audiencia, cuando el orador está «cara a cara» frente a quienes le escuchan. De ahí
que, como ya vimos, tanto la indumentaria y los gestos como la apariencia en general tienen
cierta importancia, porque forman parte del mensaje. En este medio de transmisión verbal, lo
primero que tiene que conseguir el orador es que su voz llegue clara y nítida a la audiencia. Es
algo básico y fundamental, ya que, si la calidad del sonido es mala, los oyentes «desconectarán»
de las palabras del orador con rapidez. El orador podrá hablar a viva voz o usando un micrófono.

Conviene, siempre que sea posible, llegar antes al lugar de la intervención para
comprobar la acústica del lugar y hacer una prueba con los micrófonos antes de comenzar. Los
técnicos deberán ajustar la calidad del sonido de micrófonos y altavoces. Una vez comenzada la
intervención, si el orador considera que el sonido no llega bien a la audiencia, debe comprobarlo
preguntándoselo con toda naturalidad a la audiencia. Y, en su caso, aguardar a que se solucione
el problema. Con frecuencia, es el propio orador el responsable de la insuficiente calidad del
sonido al no situarse correctamente ante el micrófono, por lo que deberá comprobar la distancia
y la inclinación más adecuada.

Existen micrófonos de diversos tipos, tanto fijos como móviles. Los fijos suelen estar
sobre la mesa o el atril, mientras que los móviles son de solapa, de mano o están sujetos a la
cabeza, tipo diadema. En el caso de los micrófonos fijos, hay que colocar los micrófonos a la
altura adecuada, tanto para la calidad del sonido como para conseguir una postura cómoda y no
tener que forzar el cuerpo. Si el orador decide estar de pie sobre el escenario o moverse por él,
el orador podrá usar un micrófono de mano o, mejor aún, de solapilla o de diadema porque le
dejen las manos libres y mejorar así su capacidad de gesticulación y de expresión. En el caso de
las negociaciones, salvo en caso de mesas muy grandes, o negociaciones en el seno de una
asamblea o reunión amplia, no es frecuente el uso de micrófonos y altavoces. No obstante, el
negociador debe preocuparse de que su voz llegue clara y nítida a la contraparte, lo que no
siempre ocurre en mesas grande o lugares ruidosos.

No es recomendable entregar material escrito antes de la intervención, ya que puede


distraer a la audiencia. Mejor, hacerlo una vez concluida. En resumen, si lo importante es el
discurso, atención con las distracciones de cualquier tipo. El negociador también puede entregar
material y documentación para reforzar su postura, pero lo mejor es hacerlo también al final,
tras una explicación previa de sus puntos más destacados. Una vez entregado, se puede trabajar
sobre él con aclaraciones o ampliaciones, pero una vez enmarcado el documento por la
explicación previa.

El orador debe tener en cuenta, al hablar, que es muy probable que su intervención esté
siendo grabada, bien por la organización, o bien por cualquiera de los asistentes, para ser
posteriormente divulgadas por las redes sociales. Por tanto, existe una regla básica para evitar
problemas: no decir aquello que, sacado de contexto, pueda perjudicarle. Atención con las
salidas de tono, los insultos o la pérdida de los nervios, pues pueden tener un coste demoledor.
Las fronteras entre la privacidad y lo público se difuminan, lo que obliga a reforzar las
precauciones.

La oratoria actual deberá adaptarse a los nuevos canales, como la videoconferencia, los
programas de radio y, desde luego, la televisión o la imagen o mensajes por internet, correo
electrónico o televisión digital, tipo YouTube. Todos esos medios, en efecto, condicionarán el
tipo de comunicación idónea, aunque algunos principios básicos son válidos para todos:
concreción, naturalidad, coherencia y gestión de los tiempos.

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