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Algunos principios
La idea de la complejidad del procesamiento y producción del lenguaje, así como de
cualquiera de las habilidades asociadas a ambas actividades, presidirá todo este capítulo.
También lo hará el supuesto de que lo esencial del procesamiento y producción del
lenguaje en el niño, hasta su misma aparición y desarrollo posteriores, responde a
principios universales de la mente humana. Que sea así no puede extrañar, ya que el
niño es una persona:
a) No todos los niños son iguales ni sus circunstancias, existen diversas variables,
por lo que adquieren y aprenden la lengua y su uso de modos distintos.
a. Por eso, conviene siempre explorar distintos caminos con la confianza de
que eso ayudará a los niños con dificultades en seguir los caminos más
transitados.
b) El niño actúa de acuerdo con lo que existe en su mente, no según las
percepciones, categorías, opiniones, actitudes de los adultos.
c) “Aprender no significa recibir pasivamente unos conocimientos externos; por el
contrario, es una actividad por la cual una persona que aprende interioriza unos
conocimientos, unos conceptos, integrándolos en los sistemas que ha elaborado
hasta ese momento y que, lógicamente, deberá reestructurar su sistema
conceptual” (Camps et al. 2009 [1990]: 35).
d) La adquisición/ aprendizaje de una determinada habilidad tiene un periodo
óptimo, regulada biológicamente. Es lo que dice la Hipótesis del periodo crítico,
ahora en competencia con la más suave de los periodos sensibles (Marina
2011b; Mariscal y Gallo 2015: 183).
a. Todo tiene su momento, de modo que si una enseñanza se anticipa o se
retrasa, no producirá el efecto buscado.
e) Toda adquisición/ aprendizaje se sustenta en una adquisición/ aprendizaje
anterior, así que la adquisición/ aprendizaje anormal o inexistente de una
habilidad condicionará negativamente la adquisición/ aprendizaje de una
habilidad evolutivamente superior.
a. Un ejemplo de este hecho lo ofrece el papel necesario de la conciencia
fonológica para la adquisición de la lectura (Fernández López 2013) o de
la competencia metapragmática, para la de la escritura.
b. Aplicado a la adquisición de las unidades del sistema lingüístico, existe
un orden natural de adquisición al que se refieren dos conceptos de R.
Jakobson:
i. Los universales implicativos, según los cuales la adquisición de
ciertas unidades es previa a la de otras, más básicas.
ii. La “ley del contraste máximo” que “va de lo más simple y más
homogéneo a lo más estratificado y diferenciado” (Jakobson
1974 [1969]: 99).
f) Antes de adquirir/ aprender una habilidad concreta, p.e., leer o escribir, el niño
necesita tener una idea previa acerca de ella, que construye por medio de
hipótesis.
g) Lo sostenido en los dos puntos anteriores puede resumirse en una vieja idea
sostenida por muchos antes: lo que viene primero prepara para lo que viene
después.
h) Hablar es una actividad verbal acompañada de otros signos, predominantemente,
espontáneos y automáticos, de modo que la adquisición del lenguaje está
coordinada con la de la comunicación no verbal.
i) Lo que, mediante el esfuerzo consciente y la exposición continua a las
repeticiones, se aprende, acaba automatizándose. Con la automatización, se
liberan energías cognitivas para nuevos aprendizajes (Crespo, Benítez y Pérez
2010).
a. Esta idea la expresa muy bien Bruner (1984 [1969]: 134):
i. No es la práctica, sino la práctica cuyos resultados conocemos lo que nos
perfecciona. La práctica puede perfeccionar lo que uno ya sabe hacer. Y
gracias a ese perfeccionamiento se libera la capacidad para un proceso más
elaborado.
b. Algo parecido sucede con las actividades conjuntas que, al final, se
convierten en individuales. La lectura es un ejemplo muy claro.
j) La adquisición de una habilidad verbal, que acaba automatizándose, es posible
porque el niño presta atención a lo que hacen los adultos (Tomasello 2000: 74).
Lo que guía su atención suele ser el contenido del estímulo, no su forma. Así es
porque es el contenido de toda la señal lo que conecta con sus intereses.
k) Hablar no es mero automatismo. En el hablar (y, por tanto, en las lenguas) existe
una lucha constante entre la síntesis y el análisis. La primera fuerza se vincula al
automatismo inconsciente, la ley del mínimo esfuerzo del hablante y la
arbitrariedad; la segunda, a la reflexión, la comprensión del destinatario y la
motivación (Moreno Cabrera 2002: 11-12).
a. El análisis está unido a la conciencia y al procesamiento, como indica M.
C. Fernández López (2013) con motivo de las conciencias fonética y
fonológica.
l) Lo que adquieren/ aprenden los niños ha de tener sentido desde una conciencia
que va formándose, de modo que, a partir de que el niño empieza a hablar, puede
decirse que, tras la síntesis, es decir, la automatización; viene el análisis, esto es,
la desautomatización.
m) La aparición de esa conciencia metalingüística, que suele coincidir con la
escolarización, se corresponde con la adquisición/ aprendizaje de unas
habilidades fundamentales:
a. Procesamiento de inferencias y, en general, de los mensajes no literales.
b. Análisis en componentes menores de lo que inicialmente se muestra
como bloque. Con la fragmentación del bloque, se refuerza su sentido y
la capacidad de reutilizar sus componentes para nuevas combinaciones.
i. Esta capacidad trasladada a la conciencia fonológica es decisiva
en la habilidad lectora.
n) Ciertamente, toda nueva conducta se adquiere/ aprende sobre un esquema
mental ya preexistente, pero incorpora también un nuevo conocimiento que
permite acceder a un nuevo estado.
a. Para entender este punto, ayuda mucho el concepto de autopoiesis que
alude a la capacidad de los sistemas de producirse a sí mismos.
o) Este esquema le permite al niño formular hipótesis sobre la naturaleza de ese
nuevo mundo ante el que se encuentra.
a. Un ejemplo de cómo esto es así se encuentra en lo que sucede cuando un
niño adquiere/ aprende una nueva palabra. Esta no solo se almacena en el
cerebro, su incorporación obligará a una reestructuración del sistema
conceptual en que se integra la nueva palabra (Camps et al. 2009[1990]:
36).
p) Este esquema mental advierte de que la maduración verbal está íntimamente
unida a la intelectual.
a. A este respecto, son fundamentales en el aprendizaje ciertas funciones
neurocognitivas: atender a la información, controlar la atención, regular
las relaciones entre emoción y cognición, codificar, organizar y recuperar
información, etc. (Carreiras 2012: 19).
q) Sin embargo, en la adquisición/ aprendizaje no solo cuenta lo que hay dentro de
nuestra cabeza. También es muy importante el entorno, la circunstancia de la
que hablaba Ortega y Gasset con aquello de “Yo soy yo y mi circunstancia”,
pues todo el proceso de adquisición/ aprendizaje es guiado por la voz social
representada por los adultos del niño.
a. Este es naturalmente obediente, como demuestra, por poner un ejemplo
cercano, la adquisición de la lectura, en la que el niño no inventa letras,
sino que copia las que se le muestran.
r) Esta dependencia del entorno nos recuerda el valor que tienen la imitación y los
modelos, cuya base parece estar en las famosas neuronas espejo por las que se
lee la mente de otro (ver, más abajo, §§ 1.2, 4.2. y 5.2.1).
a. Toda habilidad surge por imitación, pero madura y se perfecciona
cuando el hablante adquiere conciencia de ella.
s) La dependencia del contexto social recuerda el peso de los estímulos externos en
la adquisición/ aprendizaje, inicialmente, los que provienen de la familia. Como
gusta decir a J. A. Marina (2011a: 4), "para educar a un niño, hace falta la tribu
entera”.
t) En el aprendizaje, es necesaria la voluntad de aprender como conjunción de
información, conocimiento, práctica, emociones y determinación. Si el niño
carece de esa voluntad, el buen maestro no descansa hasta despertarla.
u) Pese a tantos factores determinantes y condicionantes, la mayoría de los niños
alcanza en muy poco tiempo las competencias lingüístico-comunicativas adultas.
También es verdad que nunca lo hace de un modo perfecto, lo que lleva a la
pregunta de en qué medida esto ha sido así por una deficiente enseñanza.
v) Si estamos en lo cierto, el procesamiento y producción del lenguaje en el niño
sigue las mismas pautas que en el adulto (cfr. Trueswell y Gleitman 2007: 635).
De aquí se deduce el corolario de que, aunque es imprescindible el entorno, la
adquisición de las habilidades básicas del lenguaje es un proceso espontáneo en
el que poco puede hacer la instrucción explícita o la acción de los adultos
(Puente Ferreras 2006: 119-120), como veremos cuando se hable del maternés
(ver, seguidamente, § 2).
a. Otra cosa sucede con las habilidades culturales como la lectoescritura o
la cortesía, aquí sí es decisivo el entrenamiento ligado a la enseñanza.
Con el siguiente esquema intentamos ubicar desde la perspectiva de estos principios, el
lenguaje y su adquisición/ aprendizaje, y algunos de sus trastornos, entre sus factores
determinantes y condicionantes.
Dotación genética/
entorno sociocultural
Comunicación
madre-niño
Instrucción
Habilidades
Lenguaje Habilidades sociales
cognitivas
Patologías: Trastorno
Específico del
Patología: autismo
Lenguaje,
tartamudeo
(Elaboración propia)
Realizada esta presentación, procedemos al desarrollo del capítulo de acuerdo con el
siguiente esquema de contenidos:
1. CEREBRO HUMANO Y LENGUAJE
1.1. Estructura y funcionamiento cerebral
1.2. Neuronas espejo
2. LA COMUNICACIÓN MADRE-NIÑO
3. COMPRENSIÓN Y PRODUCCIÓN
3.1. Nivel fónico
3.2. Nivel léxico
3.3. Nivel gramatical
3.4. Patologías infantiles del lenguaje oral y la comunicación
4. METACOGNICIÓN Y CONCIENCIA METALINGÜÍSTICA
4.1. La aparición de la conciencia metalingüística
4.2. La teoría de la mente
4.3. El autismo
4.4. Conciencia y gramática
4.5. Modos pragmático y gramatical
5. HABILIDADES COMUNICATIVAS EN EL NIÑO
5.1. Niveles, saberes y corrección del lenguaje en Coseriu
5.2. Los saberes del hablar en el niño
5.2.1. Su doble base biológica y cultural
5.2.2. La cortesía
5.2.3. La mentira
5.2.4. Diferencias comunicativas entre niños y niñas
5.3. Escucha, silencio y secreto
5.4. Diferencias comunicativas entre niños y niñas
6. COMPETENCIA LECTORA
6.1. Presentación
6.1.1. Definición, etapas y niveles
6.1.2. Nivel ejecutivo
6.2. Comprensión lectora
6.2.1. Relación con la atención, la memoria y el razonamiento inferencial
6.2.2. Comprensión lectora
6.3. Competencia escritora
6.3.1. Escritura y lectura
6.3.2. Etapas
6.3.3. La adquisición/ aprendizaje de la ortografía
6.4. Dislexia
7. PROCESAMIENTO Y PRODUCCIÓN DE UNA LE/ L2
8. BALANCE FINAL
1. CEREBRO HUMANO Y LENGUAJE
1.1.Estructura y funcionamiento cerebral
Para adquirir y usar el lenguaje la mente infantil necesita el cerebro1. Tradicionalmente,
se ha situado el lenguaje (en los individuos diestros) en el hemisferio izquierdo, de
modo destacado en las áreas de Broca (lóbulo frontal inferior) y Wernicke (lóbulo
temporal posterior). Tal visión estática del cerebro y, dentro de él, de la facultad del
lenguaje han cambiado. Hace ya tiempo, se han descubierto otras áreas relacionadas con
el lenguaje, algunas en el hemisferio derecho (Martín Vegas 2015: 25), cuya relación
con el procesamiento pragmático se ha destacado (Garayzábal y Codesido 2015: 98).
Tales descubrimientos han dado lugar a una visión del cerebro más plástica y, en
consecuencia, en la que el lenguaje está menos localizado (López García, 1988: 18-192).
Un ejemplo de la plasticidad del cerebro lo ofrece el modo en que este cambia con el
aprendizaje de la lectura:
Los hallazgos recientes en el ámbito de la neurociencia cognitiva, gracias a la utilización de
avances tecnológicos e instrumentales, nos han permitido conocer mejor cómo funciona y cambia
el cerebro durante la adquisición de habilidades como la lectura, tanto en niños con un desarrollo
normal, como en niños que sufren trastornos del aprendizaje (Carreiras 2012: 20).
1.2.Neuronas espejo
En los últimos tiempos, se ha destacado el papel de las neuronas espejo (mirror
neurons) en ciertas funciones de alto nivel cognitivo como la imitación, la atribución de
la intención y el lenguaje.
Según la Hipótesis del sistema de neuronas espejo,
Los mecanismos que soportan el lenguaje en el cerebro humano han evolucionado a partir de un
mecanismo básico no relacionado originariamente con la comunicación. En su lugar, el sistema
espejo para captar, con su capacidad para generar y reconocer un conjunto de acciones, provee la
base evolutiva para la paridad en el lenguaje –la propiedad por la que un enunciado significa
grosso modo lo mismo para juntamente hablante y oyente-. Concretamente, el área humana de
Broca contiene, pero no se limita a un sistema espejo para captar, homólogo al del macaco (Arbib
2013: 117).
Ese mecanismo básico originario es el lenguaje gestual de la comunicación
inintencional. G. Rizzolatti, el gran nombre de esta hipótesis, y L. Craighero completan
la cita que acaba de aparecer:
1
Una lectura muy sugestiva sobre el cerebro infantil se encuentra en Marina (2011c).
2
Garayzábal y Codesido (2015: 98-100) proporcionan una sucinta, pero completa, información acerca de
la diversidad de áreas del lenguaje implicadas en el procesamiento del lenguaje.
El descubrimiento de las neuronas espejo proveen un fuerte soporte para la teoría del origen
gestual del habla. Las neuronas espejo crean un enlace directo entre el emisor de un mensaje y su
receptor. Gracias al mecanismo espejo, las acciones de un individuo se convierten en mensajes que
son comprendidos por un observador sin una mediación cognitiva (Rizzolatti y Craighero 2007:
778).
Para que se entienda mejor la acción de las neuronas espejo ponen estos dos ejemplos:
La observación de un individuo agarrando una manzana es inmediatamente comprendido porque
evoca la misma representación motora en el sistema espejo parietal- frontal del observador. De
modo semejante, la observación de una expresión facial de disgusto es inmediatamente
comprendida porque evoca la misma representación amígdala del individuo que la observa
(Rizzolatti y Craighero 2007: 778).
Las neuronas espejo recuerdan el papel que tiene en el aprendizaje lo que hace el otro.
A este respecto –y sin que se haya establecido entre ambas, que sepamos, una relación-,
otro concepto interesante es el del deseo mimético de René Girard:
Frente a la necesidad, que compartimos con los animales, el deseo es ante todo mimético, copiado
del deseo de otro, real o imaginario. Sin este mecanismo mimético, el aprendizaje sería
impensable: los seres humanos aprenden imitándose. Pero el deseo se revela peligroso desde el
momento en que la imitación recíproca se basa en un objeto no compartible. En el mundo
moderno, la desaparición de las barreras sagradas da curso libre al deseo y multiplica las
rivalidades de manera exponencial (http://www.rene-girard.fr/57_p_22277/mots-cles-de-la-
theorie-mimetique.html).
2. LA COMUNICACIÓN MADRE-NIÑO
El niño nace con una predisposición genética a hablar, pero, para empezar a hacerlo,
necesita que otra u otras personas le hablen:
¿Cómo ocurre la adquisición del lenguaje? Se basa en la exposición limitada a información
lingüística primaria imperfecta por deficiencias en la ejecución del adulto, de la cual un niño o una
niña de edades comprendidas entre los 2 y los 5 años debe, no obstante, abstraer correctamente las
reglas de estructura sin enseñanza directa (Puente Ferreras 2006: 101).
Este hecho indiscutido nos pone delante de la trascendental relación madre-niño. Para J.
Rof Carballo, la vida de cada individuo se construye sobre una red de complejas
relaciones recíprocas que él denomina urdimbre. La naturaleza de esta urdimbre
condiciona en gran medida lo que será el futuro de ese individuo y hará posible o
imposible lo que algunos psicólogos conocen como la parentalidad positiva (Loizaga
2011). Rof Carballo distingue tres urdimbres ordenadas cronológicamente: constitutiva,
de orden y de identidad.
La primera de ellas, la constitutiva (la díada madre-niño), es la más importante y la base
de las otras. En ella, la madre (o quien haga su papel) interactúa con el niño por medio
de la ternura, sin palabras (Puente Ferreras 2006: 126) y con palabras.
En esta urdimbre constitutiva del niño, se dan dos pulsiones instintivas básicas, la generativa y la
diatrófica, que conforman las dos vertientes esenciales en el hombre; la identidad o impulso
transmisor de repetición de pautas culturales, y la separación afán de autonomía, independencia,
protesta y autoafirmación. De esta primera complementariedad nace el hombre (Rof Carballo
1975: 24).
La urdimbre constitutiva es el germen de las otras dos. La segunda, la de orden,
representa la fase en la que el niño adquiere sus valores y normas de conducta.
Finalmente, en la “urdimbre de identidad”, el individuo conforma su imagen, como ser
único, por medio de su confrontación con la de los demás y la opinión que tienen estos
de él. Es inevitable no poner en relación la sucesión de las tres urdimbres con etapas
fundamentales en el desarrollo de la competencia comunicativa (ver, infra, § 4).
Sin duda, el lenguaje en el niño es un indicio y una consecuencia de esta urdimbre
constitutiva. Desde hace un tiempo, los investigadores se han fijado en la lengua de la
madre para interactuar con su hijo, el maternés (en inglés, motherese). Según Wang
(2013: 118-119), estas son sus características:
a) Vocabulario especial
b) Reducción de las agrupaciones consonánticas
c) Reduplicaciones
d) Repetición de los enunciados
e) Lentitud, derivada de la atención que prestan a la articulación de las palabras
f) Entonación con voz cantarina y ritmo marcado por pausas que ilustran el final de
los enunciados
g) Paráfrasis de enunciados
h) Prosodia muy exagerada
Esta última propiedad, la relativa a la prosodia, es fundamental. Lo señalan Mehler et al.
(apud Belinchón, Igoa y Rivière 1994 [1992]: 334) o Pierotti et al. (2010):
“Consideramos que el bebé se deja seducir por los elementos dinámicos del habla de la
madre, no por el contenido lingüístico, sino por los rasgos prosódicos que imprime a su
habla”. También, Demuth: “nosotros recurrimos a cambios en el tono y en el ritmo
cuando hablamos con los niños, y enfatizamos las palabras importantes. Esto es lo que
los niños aprenden y producen habitualmente primero” (apud Wang 2013: 118).
El peso del maternés en el desarrollo del lenguaje en el niño ha sido objeto de una
discusión que ha ido matizándose con la presencia de nuevos datos (las diferencias entre
los gemelos y los demás niños, la casi exclusiva limitación del maternés a las madres de
la clase media y de ciertas culturas). Hoy día parece indudable que “el modo de hablar
de los padres a los hijos puede acelerar la adquisición del lenguaje” (Puente Ferreras
2006: 152), aunque no crearla.
La importancia del maternés en el proceso de adquisición del lenguaje se entiende
cuando se repara en que en este no son determinantes la imitación, la instrucción
explícita o, ni siquiera, las correcciones implícitas (O’ Grady 2010 [2005]: 180).
Aunque no puedan despreciarse estos factores, la clave para que el niño inicie su
adquisición del lenguaje reside, por un lado, en la dotación física (cerebro y aparato
fonatorio) con la que cuenta; por otro, en el hecho de que el niño escuche enunciados
comprensibles y relevantes, aunque no conozca en su totalidad la lengua (O’Grady 2010
[2005]: 189). Esta es la función del maternés.
La relevancia de un mensaje para un niño tiene mucho que ver con su carga emocional.
Tal dato nos ayuda a entender mejor la importancia apuntada de la prosodia y la rapidez
con que los niños aprenden a reconocer el rostro de su madre y su voz (Ibid.). Esta
capacidad de integrar la información auditiva con la visual (fundamentalmente, los
relativos a los órganos articulatorios y la cara) se asocia a ese estrechamiento perceptivo
por el que su capacidad de discriminar entre consonantes y vocales de cualquier lengua
se restringe a los de la lengua a la que están expuestos (Pons y Lewkowicz 2011).
Por otro lado, investigaciones actuales han demostrado una vieja intuición: mediante la
voz (no solo mediante la vista) identificamos a la persona, también, aunque no la
conozcamos, deducimos su aspecto físico, estado emocional, incluso su personalidad.
Esta habilidad, que compartimos con algunos simios, se da en el niño ya a partir de los
siete meses (Casado 2014).
3. COMPRENSIÓN Y PRODUCCIÓN
Estudiaremos la comprensión y producción del lenguaje por los niveles que suelen
distinguirse. Aunque no está el asunto resuelto del todo (Garayzábal y Codesido 2015:
91), cada vez se piensa más que
Léxico, morfología y sintaxis forman un continuo de unidades simbólicas, dividido solo
arbitrariamente en ‘componentes’ separados – tan sin sentido es analizar las unidades gramaticales
sin referencia a su valor semántico como escribir un diccionario omitiendo el significado de sus
entradas léxicas (Langacker 1986: 2).
Esta idea es propia de la Gramática Cognitiva, en la que cada vez está más arraigada la
idea de que la unidad simbólica fundamental es la construcción, entendida cada una de
ellas como “correspondencias convencionales entre una forma y su contribución
semántica y/o función discursiva” (Gonzálvez-García 2012: 254). Como el adulto, el
niño adquiere/ aprende las distintas construcciones del uso (Ellis y Cadierno 2009: 111).
También se llega a esta conclusión, si se consideran los múltiples niveles que se
distinguen en la interpretación de las oraciones (Trueswell y Gleitman 2007: 635).
3.1.Nivel fónico
La predisposición de los niños a adquirir el lenguaje se manifiesta en cómo, aun en el
vientre materno, reconocen la voz humana. Siguiendo a O’ Grady (2010 [2005]: 152),
en la etapa prenatal el niño ya distingue las características generales rítmicas y
entonativas de la lengua (Belinchón, Igoa y Rivière 1994 [1992]: 334). En cuanto
nacen, rápidamente aprenden:
Los bebés con edades comprendidas entre el mes de vida y los cuatro meses son capaces,
efectivamente, de percibir la diferencia que hay entre dos sonidos consonánticos distintos. Cuando
alcanzan los seis meses, logran hacer lo propio en el caso de los sonidos vocálicos (O’Grady 2010
[2005]: 15).
Sin duda, tal capacidad es innata, estamos preparados “desde el nacimiento para
almacenar de una forma distinta la información transmitida por el lenguaje (Belinchón,
Igoa y Rivière 1994 [1992]: 334; Benavides 2012). Además, desarrollamos
“mecanismos para superar la interferencia selectiva, alcanzando así un modo más
eficiente para desarrollar el vocabulario” (Benavides 2012).
Tal capacidad innata es importante, pero más o tanto más es que ya al año de vida, el
niño empieza a procesar los sonidos como elementos constitutivos y distintivos de las
palabras (O’Grady 2010 [2005]: 154). La representación del léxico es el objetivo de la
percepción del lenguaje oral y, con la lectura, escrito (Belinchón, Igoa y Rivière 1994
[1992]: 360). Los niños adquieren esta habilidad tan rápidamente que existen indicios
de que “a los dos años de edad, o incluso antes, los niños ya logran distinguir las
palabras casi con la misma pericia que los adultos” (O’Grady 2010 [2005]: 155).
Aunque la comprensión precede, en principio, a la producción significativa, el niño ya
recurre entre los 6 y 8 meses a los sonidos para expresar deseos y necesidades. En
seguida, será capaz de articular un número cada vez mayor de sonidos. Conscientes de
la simultaneidad entre los movimientos articulatorios y la producción de sonidos, los
niños ya balbucean de acuerdo con los patrones prosódicos de su lengua, en un proceso
que va ganando en complejidad y que suele concluir hacia los doce meses con la
irrupción del lenguaje (O’Grady 2010[2005]: 157).
El balbuceo cumple su función, pero “no parece resultar crucial para el ulterior
desarrollo del verdadero lenguaje hablado”, como demuestra que los niños sordos
balbuceen y haya niños que no han balbuceado, pero que llegan a hablar normalmente
(Ibid.)3. Por lo demás, aunque hay puntos en común en el balbuceo infantil
independientemente de su entorno lingüístico, no puede negarse la influencia de la
lengua materna (O’Grady 2010[2005]: 158-159).
A los 13 o 14 meses los niños ya producen sus primeras palabras. Es muy interesante
comprobar cómo los primeros sonidos de estas son los más básicos, cómo se perciben
mejor las primeras sílabas y las tónicas, cómo ajustan a sus capacidades perceptivas y
articulatorias los sonidos de las palabras que escuchan (O’Grady 2010 [2005]: 159-
173).
Según cuenta M. C. Fernández López (2013: 17),
la conciencia fonética comienza a emerger alrededor de los 3 años de edad y se desarrolla a través
del ejercicio y práctica de una serie de áreas relacionadas con la percepción auditiva o capacidad
para reconocer, discriminar e interpretar estímulos auditivos.
Como se señalará más arriba (ver § 6.), esta conciencia fonética es fundamental en el
desarrollo de la escritura, en concreto, en el aumento de la velocidad lectora, así como
en la exactitud y la comprensión lectoras (Fernández López 2013: 15-16).
3.2.Nivel léxico
La primera palabra en el niño suele aparecer al año. A los quince meses, ya poseerá diez
palabras; y cincuenta, a los dieciocho o diecinueve meses. Significativamente, tal logro
de la primera palabra coincide con la capacidad de seguir la mirada del adulto y
determinados gestos de este (O’Grady 2010 [2005]: 13). A partir de entonces, el
crecimiento es exponencial.
Antes que producirlas y bastante antes de que pueda combinarlas, el niño debe,
obviamente, comprender las palabras y eso exige distinguirlas dentro del flujo
discursivo. A veces, no se produce tal distinción, sino que lo que se memoriza y
reproduce son fórmulas del tipo: ¡Ya está!, ¿Eso qué es?... Está claro que en todos los
casos, el niño sabe que la secuencia fónica tiene significado y que focaliza lo que tiene
relevancia para él. Este hecho demuestra la importancia de las construcciones en la
adquisición de la lengua. Sobre ello, acerca de lo que ya se ha hablado, volveremos en
el subapartado siguiente.
La comprensión de las palabras exige procesar combinadamente tres tipos de
información: a) fonémica o grafémica (en el caso de la escritura), que funciona como
estímulo; b) léxica, donde se empareja ese estímulo con las unidades almacenadas en el
lexicón; y c) contextual, donde la palabra es interpretada en su cotexto y todo su
entorno, a partir de su condición abierta (Koenig y Woodward 2007: 618). Esta última
información es importante porque es la que le servirá ir corrigiendo progresivamente las
3
Aunque este es un argumento incuestionable, contraria a esta discontinuidad entre las primeras
producciones orales no lingüísticas y el lenguaje propiamente, ha surgido la teoría de la Infrafonología
que tacha de mito semejante creencia (cfr. Mariscal y Gallo 2015: 60-70; Garayzábal y Codesido 2015:
184-186). Un nuevo refuerzo de esta posición favorable a encontrar un lazo de unión entre la conducta no
lingüística previa en el bebé y la lingüística que luego desarrollará proviene de la existencia de los
llamados protoimperativos y protodeclarativos, mensajes no verbales caracterizados por el contacto
ocular, la atención conjunta y el señalamiento con el dedo índice (Garayzábal y Codesido 2015: 178-179).
sobrextensiones y restricciones a las que someten las palabras que usan (O’Grady 2010
[2005]: 51-54), Está claro que el aprendizaje de las palabras se basa en una “coalición
de sistemas que se convierte integrado durante el desarrollo” del lenguaje (Koenig y
Woodward 2007: 617).
Las palabras son símbolos, esto es, cosas que representan otras. Parece que el niño
empieza a percibirlo entre los veinticuatro y veintiocho meses (Koenig y Woodward
2008: 618). De modo muy poco sorprendentemente, el vocabulario de los primeros años
está constituido por palabras concretas, mayoritariamente sustantivos (O’Grady 2010
[2005]: 54-55). Esto es así porque “el niño está restringido a la información accesible a
través de la experiencia sensorio-motora con el mundo material” (Mestres-Missé y
Rodríguez-Fornells 2010).
Este hecho está unido a la evidencia de “que las palabras concretas son más fáciles de
aprender y recordar que las abstractas, ocurriendo lo mismo durante el aprendizaje de
una segunda lengua” (Mestres-Missé y Rodríguez-Fornells 2010). En esta fase primera,
el niño solo emplea las palabras que escucha, pero llega un momento en que empieza a
emplear palabras nuevas. Esta nueva fase, que coincide con su interés por conocer el
significado de las palabras, se produce el gran descubrimiento de su vida: “que cada
cosa tiene su nombre”. Para ello, ya necesita que el pensamiento haya convergido con el
lenguaje (Vygotsky 1995 [1934]: 37).
3.3.Nivel gramatical
También los niños nacen con una predisposición innata al reconocimiento de los
patrones sintácticos, mucho antes de que puedan combinar palabras y constituir
oraciones, lo que sucede entre los 18 y los 24 meses (O’Grady 2010 [2005]: 90-91).
Superada la etapa de la holofrase, en la que una sola palabra constituye el enunciado
(López García 1988: 36), los primeros enunciados del niño con estructura sintáctica los
conforman dos palabras, en los que bastantes han destacado el papel de unas palabras
pivote (O’Grady 2010 [2005]: 94), caracterizadas por su frecuencia de uso y posición,
así como por no usarse aisladamente, sino unidas a otras palabras. Estos pivotes forman
un paradigma constituido por un reducido número de unidades (demostrativos,
cuantificadores, verbos) (Braine y Bowerman 1976: 1-2). La hipótesis de una gramática
pivote como etapa inicial en el desarrollo sintáctico del niño ha sido motivo de
controversia tras un primer momento en los años 60 de aceptación generalizada (Vila
1991: 113). Quizá pudiera encontrar un apoyo con recientes investigaciones que
destacan el papel evolutivo de las palabras funcionales (hubs o nodos centrales) en la
“transición de las emisiones de una palabra a las emisiones de dos o tres palabras”
(Mariscal y Gallo 2015: 161).
Sea como sea, resulta bastante verosímil la idea de Tomasello (apud Gonzálvez-García
2012: 271) de que los niños manejan más que reglas combinatorias4 para construir
oraciones, “construcciones concretas, basadas en elementos lingüísticos específicos”,
vinculadas a acciones estereotípicas ligadas a su experiencia lingüística (pedir, protestar,
4
La existencia de reglas en la construcción de los enunciados es objeto de debate entre nativistas/
generativistas/ partidarios de la gramática universal y constructivistas/ emergentistas/ sociopragmatistas,
funcionalistas y basados en el uso. Para un examen exhaustivo de este enfrentamiento es imprescindible:
Ambridge y Lieven (2011).
acusar, dar por terminado algo, manifestar admiración). Aquí el ejemplo de los adultos
es crucial.
Tras los primeros momentos de enunciados con una o dos palabras, aparecen las
construcciones con verbos. Según una conocida hipótesis de Tomasello, estos funcionan
inicialmente como islas verbales. En otras palabras, el niño utiliza en un principio los
verbos “a modo de islotes aislados”, solo a través de una de sus formas sin conexión con
el resto del paradigma. Además, estos primeros usos verbales estarán ligados a usos
concretos. Posteriormente, el niño irá descubriendo regularidades que le permiten ir
empleando nuevas construcciones, más abstractas, más independientes de su
experiencia lingüística (Sebastián, Soto y Gathercole 2004: 204-205). En términos del
mismo Tomasello, podría decirse que el niño a partir de los tres años pasa de las
construcciones formularias a los esquemas abstractos. Esta posición es la que lleva a M.
Tomasello a afirmar que la unidad fundamental de la acción intencional (y del
aprendizaje lingüístico) son ejemplos de enunciados almacenados.
En esta etapa, tras la holofrase y las palabras pivote (con todas las reservas existentes
sobre su existencia), de los dos años y medio a los tres, se adquiere el verbo y se
convierte en el eje que permite la construcción de las estructuras predicativas (Cano y
Fernández López 2011: 52-55). Hasta entonces lo que dominaba en los enunciados era
la indicatividad, es decir, el señalamiento (Moreno Cabrera 1997: 225-228).
Tal habilidad corre paralela con un importante aumento en la adquisición léxica, pero
también con una mayor capacidad de reutilizar unidades léxicas en nuevas
combinaciones constitutivas de nuevos enunciados. Tal capacidad es signo de la
irrupción del pensamiento en la mente infantil, puesto que –como señala Humboldt-
pensar consiste en “segmentar su propio proceso, por el que se forman sus unidades
completas, a partir de ciertas formaciones de su actividad, en oposición unas a otras,
colectivamente, sin embargo, como objetos, en oposición al sujeto pensante”. Para
Humboldt, tal proceso solo es posible gracias al lenguaje.
Vygotsky (1995 [1934]) señaló la trascendencia del momento en que el lenguaje interior
y el exterior concurren, de modo que “las dos curvas de desarrollo: la del pensamiento y
la del lenguaje, hasta entonces separadas, se encuentran y se unen para iniciar una nueva
forma de comportamiento”. Cuando esto se produce, el niño se hace hablante maduro.
En esta convergencia la gramática es esencial. En este momento, la sintaxis empieza a
ser discursiva. El niño empieza a producir enunciados que se insertan en un discurso
concreto (Meneses y Ow 2012: 244).
Uno de los supuestos básicos de la gramática cognitivista es que la gramática
conceptualiza la experiencia de los hablantes (Croft y Cruse 2008 [2004]: 20). Esta idea
ya aparece en D. Slobin (1987: 435), quien defiende que
Un enunciado concreto no es nunca un reflejo directo de lo ‘objetivo’, de una realidad percibida o
de una representación mental inevitable y universal. Esto es evidente dentro de una lengua dada,
ya que la misma situación puede ser descrita de modo diferente; esto es evidente a través de
distintas lenguas, porque cada lengua provee un limitado conjunto de opciones para la codificación
gramatical de objetos y eventos.
Tal relación entre pensamiento y lenguaje lleva a Slobin (1987) al importante concepto
de pensar para hablar (thinking for speaking). El siguiente esquema refleja esta relación:
(Llopis 2009: 80).
Un aspecto interesante del procesamiento gramatical –cuya modularidad o carácter
interactivo se discute- es el importante papel que tiene en el desarrollo de la
competencia lectora la conciencia de las propiedades sintácticas de las palabras como la
clase a la que pertenecen, cuestión en la que incide la flexión. Esto es así, de modo que
el progresivo desarrollo de esta conciencia (morfológica, en alguna terminología)
coincide con un progresivo decrecimiento de la conciencia fonológica en la lectura
(González Trujillo 2005: 47).
3.4.Patologías infantiles del lenguaje oral y la comunicación
Abordamos aquí los problemas del lenguaje oral en el niño que se manifiestan en una
defectuosa evolución de alguna o algunas habilidades verbales, aunque su origen sea
genético. Su presencia es importante. Según algunas encuestas, estos problemas afectan
al 7 u 8% de los niños de Educación Infantil. Afortunadamente, muchos de ellos son
leves y transitorios.
Estas patologías pueden manifestarse en cualquiera de los niveles lingüísticos, a través
de las dos funciones comunicativas fundamentales, la expresión y la interpretación,
dando lugar a los trastornos expresivos y receptivos. Los trastornos pueden afectar
al habla (no se producen los sonidos apropiados, su flujo del habla es inadecuado o existen
problemas de voz), o a la lengua (cuando una persona presenta problemas de audición o expresión
o es incapaz de transmitir sus pensamientos, sus sentimientos e ideas adecuadamente) (Garayzábal
y Codesido 2015: 196).
Por otro lado, estos trastornos pueden ser específicamente lingüísticos o asociados a
alguna deficiencia intelectual (retraso mental), orgánica (sordera, parálisis cerebral...) o
afectiva. A estos últimos se los conoce también como secundarios. Esta distinción entre
trastornos específicamente lingüísticos y los asociados a patologías más generales
apunta a las distintas causas de estas patologías.
Los trastornos específicamente lingüísticos (en la medida que pueden serlo) se les
conocen como Trastorno Específico del Lenguaje (TEL) dejando así aparte las
patologías debidas a “posibles lesiones orgánicas, dificultades sensoriales, cuadros
autistas” o, claro, a una deficiente escolarización (Andrés, Clemente y Flores 2012: 63).
Aunque los niños con TEL pueden divergir mucho en los síntomas, todos ellos
comparten dos características: a) retraso en el desarrollo del lenguaje y b) ritmo muy
lento de desarrollo lingüístico (Mariscal y Gallo 2015: 178). Estas dos características
son compatibles con “unas aptitudes intelectuales no-verbales adecuadas para su edad”.
Además, tienen más dificultades en la expresión que en la comprensión, así como más
en la sintaxis que en el léxico (Mariscal y Gallo 2015: 178-179)5.
Dado el intenso contacto de los niños con su maestro, forma parte de las
responsabilidades de este la atención a cualquier síntoma del niño que revele una
anomalía relativa al lenguaje, naturalmente dentro de “una extremada precaución en la
interpretación, que evite extrapolaciones apresuradas” (Belinchón, Igoa y Rivière 1994
[1992]: 703). Cuanto mayor sea su formación en este campo, más preciso será su
análisis y más fácil la intervención, habida cuenta de que la precocidad en el diagnóstico
es muy importante para el tratamiento adecuado del problema. Esta exigencia no supone
que el maestro sea, además, un neurólogo, un psiquiatra o un médico especialista en
estas patologías, o un logopeda, basta con conocer bien la evolución normal de las
habilidades lingüístico-comunicativas en el niño. En los casos en que este ya venga
diagnosticado, la tarea del maestro será –con la ayuda de los especialistas- conocer el
modo de atender a ese niño.
Las principales alteraciones del lenguaje infantil que mencionan Garayzábal y Codesido
(2015: 200) son “los trastornos fonológicos, la discapacidad auditiva, el TEL, la
dislexia, la disgrafía, el retraso simple del lenguaje y los asociados a discapacidad
intelectual”. De la dislexia y la disgrafía hablaremos más adelante (§ 6.4). Uno de los
trastornos fonológicos más presentes en la infancia es la tartamudez, manifestada por
“interrupciones de la fluidez del habla con una frecuencia inusual, con frecuentes
repeticiones de sonidos, palabras o frases o prolongaciones” (Fernández-Zúñiga 2011:
194).
La tartamudez que aparece cuando el niño empieza a hablar (la mayoría en torno a los 4
años) tiende a remitir, aunque, según algunos autores, “entre el 20 y hasta el 50% de los
niños que presentan excesivas repeticiones en el habla, sufrirán tartamudeo crónico”
(Fernández-Zúñiga 2011: 195), con las consecuencias sociales de aislamiento y
personales de baja autoestima imaginables.
En la tartamudez el diagnóstico y el tratamiento precoces son fundamentales:
el pronóstico de recuperación es mayor y puede alcanzar un 82%, si el profesional proporciona
orientaciones a los padres (sobre cómo afrontar el problema, cómo hablar al niño, no corregir,
etc.), antes de que el niño tenga 5 años de edad. Sin embargo, esta proporción se reduce a un 37%
si la evaluación del niño se realiza después de los 5 años (Fernández-Zúñiga 2011: 195).
No se conocen bien los orígenes del problema, aunque existen factores genéticos,
fisiológicos como “una escasa coordinación de los órganos fonoarticuladores (labios,
lengua y cuerdas vocales, etc.), ocasionando [sic] una asincronía en los movimientos
rápidos que se requiere para hablar” (Fernández-Zúñiga 2011: 196), emocionales,
psicosociales, así como los relacionados con la propia naturaleza lingüística de las
emisiones (Fernández-Zúñiga 2011: 196-197).
5
Igoa (2012: 841) señala que quizá el único desajuste selectivo del TEL “es la variedad morfosintáctica,
consistente en un déficit en los morfemas gramaticales, clíticos pronominales y flexiones. Esto produce
en el output omisiones de morfemas y errores de concordancia, y causa dificultades relativas a la
comprensión del lenguaje”.
la pasividad (el esfuerzo deben realizarlo la actividad (el esfuerzo debe realizarlo
los adultos) uno mismo)
la dependencia (de la madre, de la la autonomía (los problemas debe
familia, del grupo) resolverlos uno mismo)
el gregarismo (despersonalización) y la la personalidad y la responsabilidad
inconsciencia (no existen los deberes) (marcada por los deberes ante uno mismo
y los otros)
lo superficial, lo aparente, lo falso lo oculto, profundo, verdadero
6
Como no puede ser de otro modo, en el concepto de conciencia se hallan unidos tres sentidos: la
conciencia como darse cuenta (awareness), como intención y conocimiento (Gómez del Estal, 2014: 201-
203).
A los componentes básicos de la actividad metacognitiva (conciencia y control), Mayor,
Suengas y González (1995) agregan la autopoiesis, clave para entender el papel de esta
actividad en la maduración de la mente de quien la ejercita por medio de mecanismos
autoformantes. La autopoiesis designa la capacidad de un sistema -en este caso, la
mente- de irse formando a sí mismo. Más técnicamente, la autopoiesis puede definirse
como el “componente a través del cual la actividad metacognitiva lleva a cabo la
articulación entre el cierre (el volver sobre sí mismo, el círculo de retroalimentación) y
la apertura (el ir más allá de lo dado, el salto de nivel), creando algo distinto de lo ya
existente” (Jiménez Rodríguez 2004: 49).
Esta idea de que la mente se hace lingüística gracias a una actividad cognitiva
autoformante (Mariscal y Gallo 2015: 9-10) ha reforzado la importancia de la reflexión
metalingüística en la maduración de las distintas competencias lingüístico-
comunicativas (Fernández López 2013). Por ello, es objeto de investigación y debate
qué la activa más: la instrucción explícita y la deducción, o el descubrimiento implícito
y la inducción.
4.1.La aparición de la conciencia metalingüística
Según Karmiloff-Smith (1986. Cfr. Gombert 1992), existen tres fases en el desarrollo
metalingüístico, tras las que se encuentra el paso del conocimiento procedimental al
declarativo y que se corresponden de algún modo con los tres grados de reflexividad
metalingüística distinguidos por Kabatek (2003: 255): naïf-no justificado, naïf-
justificado y científico:
a) Fase inicial, en la que el niño empieza a almacenar en su memoria pares
unifuncionales en los que una forma se asocia a su uso. El final de esta fase
preconsciente se produce cuando el niño percibe la insuficiencia de esa
asociación, por el aumento de los contextos y la complejidad del mundo de los
adultos.
b) Fase epilingüística. En ella, el niño descubre la pluralidad funcional de las
formas y, paralelamente, adquiere un sistema de reglas que le permite reconocer
la corrección de un enunciado. Esta fase sirve para que el niño organice su
sistema lingüístico y, gracias a ello, lo domine funcionalmente, por tanto,
inconscientemente.
c) Fase metalingüística, caracterizada por la adquisición de la conciencia explícita
del sistema y de su uso. Esta fase no aparece automática y espontáneamente,
requiere del niño un esfuerzo metacognitivo, imposible (o casi) de desarrollar
fuera del contexto escolar.
La competencia metalingüística surge muy pronto, con la heurística infantil manifestada
a través de preguntas sobre el significado de una determinada expresión. Tal interés por
las palabras lo hace coincidir Vygotsky con el momento “en que el lenguaje comienza a
servir al intelecto, y los pensamientos empiezan a ser expresados”.
4.2.La teoría de la mente
La teoría de la mente es una habilidad ligada cognitiva que comparten los humanos,
gracias a la cual atribuyen “al otro estados mentales, notablemente, creencias, Comentado [MSOFFICE1]: ¿?
conocimientos, deseos, etc.” (Reboul 2004). La teoría de la mente está ligada a la
cognición social, ambas
hacen referencia a la destreza cognitiva que capacita a los humanos para informar de los estados
mentales propios y de las otras personas (creencias, deseos, emociones, intenciones), y entender
que estas representaciones basadas en sensaciones y percepciones, no siempre se corresponden con
la realidad (Andrés, Clemente y Flores 2011: 60).
Posiblemente, la teoría de la mente está detrás de toda la cognición consciente e
inconsciente de la conducta humana (Malle 2002). “Entre las funciones de una teoría de
la mente, [está] el logro de la coordinación social (conjuntamente de la conducta y la
mente) parece crítica” (Malle 2002).
La edad de adquisición de la teoría de la mente se sitúa entre los tres y cuatro años, si
bien algunas capacidades precursoras de la teoría de la mente ya se han desarrollado
antes, algunas, desde el nacimiento (Adrián 2012: 50). Así, desde el principio el niño
empieza a discriminar los estímulos humanos de los que no lo son, de modo especial,
los que provienen de rostros, voces y miradas. A partir de ahí, establecerá determinados
“emparejamientos perceptivos intermodales” (Adrián 2012: 52), del tipo: voz alegre con
rostro alegre, sorpresa con signos de ella... Tal habilidad será la base de sus primeras
interacciones, en las que el objetivo será la comunicación.
Los bebés de casi un año dan signos de que empiezan a comprender las relaciones
mentales entre las personas y los objetos que las rodean: “categorizarlos, pensar sobre
ellos, desearlos, temerlos...” (Adrián 2012: 53). Sobre el año son capaces de imitar
(Malle 2002). El niño comienza a descubrir los efectos en el otro de una determinada
acción sobre un objeto. Por ejemplo, cuando lo deja caer y ve que el adulto se agacha a
recogerlo. Un poco después, el niño intuye el distinto valor de personas, cosas y
acontecimientos por la distinta reacción del adulto. En torno a los 18 meses, pueden
inferir la intención de un acto, aunque este fracase (Malle 2002). A los 4-5 años de
edad, “los niños y niñas comienzan a distinguir claramente entre representaciones
mentales y realidad, así como predecir que una persona puede actuar en función de sus
creencias” (Andrés, Clemente y Flores 2011: 60).
Parece clara que, entre la evolución de la teoría de la mente y la del lenguaje, hay una
evidente relación. Para Malle (2002), la adquisición del lenguaje es inconcebible sin la
emergencia de una primera teoría de la mente, que incluiría:
a) Una capacidad para la imitación.
b) Una capacidad para la atención conjunta.
c) Una sensibilidad inferencial para ciertos estados mentales asociados con la
acción.
La base neurológica de la teoría de la mente está en las neuronas espejo, gracias a las
cuales no solo imitamos, también interpretamos el comportamiento de los otros (Arbib
2013: 115) (ver arriba § 1.2).
4.3.El autismo
Para ver la importancia de la teoría de la mente en el uso del lenguaje y,
consecuentemente, para descubrir lo que es hablar sin esta habilidad es muy útil
adentrarse en el mundo del autismo, puesto que “sus déficits lingüísticos y
comunicativos” apuntan a limitaciones en el desarrollo mentalista (Andrés, Clemente y
2011: 61). En efecto, este trastorno, que se manifiesta como a los dos años, guarda una
evidente relación con la teoría de la mente, pues su especificidad reside en el déficit en
las habilidades relativas a la atención conjunta (joint attention) con los otros, lo que se
traduce en anormalidades en la comunicación como la incapacidad de empatizar con las
demás personas, comprender sus motivaciones o percibir los conjuntos globales.
Como señala V. Escandell (2009: 13), “el autismo puede ser definido como un déficit
genético en la capacidad de predecir y explicar el comportamiento de otros seres
humanos, es decir, una especie de ‘ceguera mental’”.
Más concretamente, esta misma investigadora (Escandell 2009: 12-13) señala que el
espectro autista se manifiesta en tres grandes limitaciones en la
a) Comunicación social, tanto verbal como no verbal, con graves dificultades para
procesar los discursos indirectos.
b) Interacción social. “La persona autista tiene a menudo dificultades para
reconocer o comprender los sentimientos y emociones de otra gente, así como
para expresar los suyos propios” (Escandell 2009: 12).
c) Imaginación social. De este modo, a los niños autistas les cuesta comprender e
interpretar los pensamientos, sentimientos y acciones ajenos, por tanto, predecir
lo que va a suceder después (Escandell 2009: 13).
El autismo no es un trastorno específico del lenguaje (TEL), sino el representante
prototípico de los trastornos generalizados del desarrollo (TGD), denominación bajo Comentado [MSOFFICE2]: ¿?
que cubre un conjunto muy amplio de trastornos que afectan a las habilidades
cognitivas, sociales y comunicativas. Sin embargo, existe una evidente relación entre
autismo y trastorno del lenguaje, especialmente, en lo que se refiere a su dimensión más
pragmática. Aunque no solo, pues cerca de la mitad de los niños autistas no adquieren el
lenguaje en su totalidad, y ya antes del periodo de adquisición se mostraron como niños
que no balbuceaban ni gesticulaban en su primer año, carecían de palabras simples a los
16 meses y de las frases de dos palabras a los 24.
4.4.Conciencia y gramática
Si la conciencia es el instrumento y el signo de la madurez humana, como decíamos al
principio de este apartado § 4, la gramática lo es de la madurez lingüística. Dado que
esta última es una dimensión clave de la madurez humana, no puede extrañar que haya
una conexión entre conciencia y gramática, fruto y herramienta fundamental de aquella.
De este modo, puesto que con la conciencia surge la intimidad, el lenguaje interior de
Vygotsky, la gramática es el medio por el que el mundo de la intimidad se representa y
transmite. En el cognitivismo se insiste en el papel de la gramática en la
conceptualización de la experiencia. Así, la gramática es el modo más evolucionado de
las lenguas para la comunicación (Givón 2001: 11-13). Por la gramática es posible
“formar expresiones complejas para transportar significados complejos” (Dik 1997: 8).
Esta es el primera dimensión de la relación conciencia y gramática; en la segunda,
ambas operan en el plano más concreto de la actividad mental y, de modo más
consciente, como un darse cuenta de lo que puede hacerse, así como de lo que está
haciéndose o se ha hecho. Dentro del descubrimiento, que le es propio, de la
individualidad de uno mismo y de la existencia de los otros, la conciencia regula la
conducta humana, realimentándola, dirigiendo la atención, planificando y solucionando
problemas. Trasladado a la gramática en el plano del hablar, tal funcionalidad de la
conciencia se manifiesta en que la gramática es el medio desarrollado por las lenguas
para hacer más explícitos los enunciados facilitando la tarea interpretativa del oyente.
En un nivel superior de conciencia, dentro de esta segunda dimensión, la presencia de la
conciencia en la gramática se encuentra en el control de los enunciados, que deben ser
lo máximamente relevantes como para conseguir que el hablante los interprete
felizmente (conciencias metapragmática y metadiscursiva). Gracias asimismo a la
gramática en este nivel, los hablantes pueden reflexionar acerca de la propia gramática y
de sus posibilidades comunicativas (conciencia metagramatical), lo que revierte en la
explotación estratégica de los recursos gramaticales.
Así pues, por la conciencia metagramatical el hablante conoce las posibilidades de la
gramática y la identidad de sus unidades, tras la conciencia metapragmática y
metadiscursiva se encuentran la explotación estratégica de los recursos gramaticales y la
capacidad de evaluar el grado de éxito de la actividad comunicativa que está teniendo
lugar. La conciencia metagramatical permite distinguir entre el uso de una secuencia
lingüística y su mención, con los efectos comunicativos que de ello se derivan.
Vinculadas a la conciencia metapragmática y metadiscursiva, se encuentran operaciones
discursivas como argumentaciones, estructuraciones de la información o
reformulaciones y ciertos fraseologismos que actúan como marcadores de ese
conocimiento como inicios o finales de enunciados (Como dicen en mi pueblo, Con
perdón, Valga la redundancia, ¿Me explico?, Al revés te lo digo para que me
entiendas…).
Esta distinción entre ambas competencias, gramatical y metapragmática y
metadiscursiva, se corresponde con la distinción entre el conocimiento metacognitivo
(del objeto, la tarea y las estrategias) y la regulación metacognitiva (planificación,
control y supervisión) (cfr. Reyes 2002).
El paralelismo entre conciencia y gramática, en este nivel superior, se manifiesta
también en que con esta el hablante maduro puede liberar su atención de los aspectos
más mecánicos de la construcción e interpretación de los enunciados, al haberlos
automatizado, y concentrarse en los aspectos más creativos y delicados de esta tarea.
Podríamos decir que la gramática encierra una liberación de la memoria a corto plazo en
beneficio de la memoria a largo plazo.
4.5.Modos pragmático y gramatical
La madurez lingüística se alcanza cuando el hablante alcanza los fines de la gramática
que acaban de exponerse en paralelo con los de la conciencia. En este proceso de
adquisición/ aprendizaje de la gramática existen dos etapas, correspondientes con los
dos modos de construir los enunciados: el pragmático y el gramatical (Cfr. Givón 2001:
13-15). Su examen deja bastante más claro lo que aporta la gramática:
De acuerdo con Coseriu (1992 [1988]: 91-92), estos saberes se ordenan en tres niveles
del hablar de acuerdo con el siguiente esquema:
Hablar (conversar, escuchar, escribir y leer) eficientemente
Nivel
7
Otro comportamiento socialmente censurable, “hacerse el gracioso”, obedece a un objetivo semejante:
convertirse el niño en interlocutor (Perinat 2003).
8
Un panorama útil acerca de la atención se encuentra en Garayzábal y Codesido (2015: 122-125). Del
papel de la atención se hablará, más abajo, en § 6.2.1.
signos extraverbales emplear, qué rutinas, cómo preguntar y dar información, cómo
realizar una petición, cómo imponer orden ... (Saville-Troike 1989: 21).
Aunque realizado para otros fines, el estudio reciente de Mamajón (2014) muestra los
diferentes estilos comunicativos de niños y niñas de Primaria en términos que, en
nuestra opinión, abogarían por la idea de una mayor incompetencia comunicativa de los
niños y la consecuencia de una mayor tendencia a experimentar problemas
comunicativos con sus propios compañeros, pero, de modo significativo, con los
profesores, lo que en último término sería un factor explicativo de la mayor incidencia
del fracaso escolar en los niños.
Siguiendo a J. Mamajón (2014),
• Las chicas tienden a utilizar fórmulas de cortesía (por favor, gracias, perdón,
etc.), llevan a cabo un papel de apoyo en la conversación, sobre todo cuando
quieren agradar: preguntan, escuchan más al interlocutor y cuando intervienen
en el turno de habla del otro, suele ser para completarlo y no para cortar el
discurso de su compañero o compañera.
• Los chicos tienden a interrumpir constantemente durante las narraciones de sus
compañeros, intercalan comentarios jocosos e, incluso, no dudan en tomar el
turno de palabra cuando ellos lo creen necesario. Suelen ser mucho más
competitivos y no participan si el tema no es de su agrado.
• En las narraciones también son diferentes unos y otras.
• Las chicas suelen ser más organizadas, para ello utilizan más conectores.
Las descripciones son más detalladas, utilizan más adjetivos, tanto
especificativos como explicativos.
• En cambio, los chicos suelen contar las cosas según se les ocurre. En
muchas ocasiones, no hay coherencia entre una frase y la otra. Al contar
su historia, suelen utilizar frases cortas, no utilizan conectores y suelen
contar las cosas tal y como se les ocurre.
Estas diferencias encuentran un refuerzo en datos provenientes de la Sociolingüística:
para las chicas suele importar especialmente el ascenso social, mientras que en los
chicos cuenta más integrarse en su grupo (López Morales 1989: 129-133).
6. COMPETENCIA LECTORA
6.1. Presentación
6.1.1. Definición, etapas y niveles
Como aproximación, puede entenderse la competencia lectora (en realidad,
competencias lectoras) como la capacidad “de leer con comprensión y de escribir con
efectividad” (Reimers y Jacobs 2009: 11). Dejando para § 6.3.1 la relación entre lectura
y escritura, vamos a analizar la primera de las dimensiones de la competencia lectora, la
más específica, la referida específicamente a la lectura. En efecto, ser un lector
competente se identifica con leer con comprensión, pero no basta con esta habilidad. Es
necesario incluir también las metas de esa comprensión. Así se apunta en la misma
definición de comprensión lectora utilizada por los últimos informes PISA:
la capacidad de una persona para comprender, utilizar, reflexionar y comprometerse con textos
escritos, para alcanzar los propios objetivos, desarrollar el conocimiento y potencial personales, y
participar en sociedad (OCDE 2009: 14).
La competencia lectora recubre un conjunto de competencias-conocimientos-
habilidades que requiere necesariamente la instrucción explícita y el entrenamiento.
Aquí, más que en los otros casos, no basta con la naturaleza.
En consecuencia, la competencia lectora no echa a andar prácticamente con el
nacimiento, como hemos visto que sucede con las habilidades orales espontáneas. Con
la lectura el niño da un paso decisivo en su incorporación a la sociedad y al mundo de la
cultura. Significativamente, en estos inicios ocupa un papel fundamental la lectura en
voz alta del adulto (Fons 2010: 11) 9.
Aunque hay un periodo previo prealfabético en que los niños asocian determinadas
palabras escritas –p.e., su nombre- con su referente en virtud de creencias ingenuas, es
en la escuela cuando el niño empieza generalmente a aprender a leer (Treiman y Kessler
2007: 659). Siguiendo a I. Solé (2012: 50-51), cuya clasificación complementamos, es
posible distinguir estas tres etapas en la adquisición/ aprendizaje de la competencia
lectora:
Aprender a leer Niveles ejecutivo y Comprensión 6-9 años
funcional literal
Leer para aprender Nivel instrumental Reorganización de 9-11 años
la información
Aprender a Nivel epistémico y Comprensión 12-16 años
disfrutar de la crítico inferencial
lectura
Comprensión
crítica
Lo primero que llama la atención en las tres etapas es la presencia del verbo aprender:
a) aprender a leer, b) leer para aprender y c) aprender a disfrutar de la lectura. No hay
que olvidar nunca esta relación entre aprender y leer, pues numerosos contenidos se
aprenden mucho mejor, o directamente se aprenden, cuando se leen10. El viejo aforismo
Scripta manent, verba volant (‘las palabras escritas permanecen, las habladas vuelan) es
muy cierto, no solo cuando en las transacciones humanas requieren una sanción legal.
Seguro que en este hecho pesa la memoria de trabajo auditiva y visual.
Como puede verse en el esquema, las tres etapas vienen determinadas por la
consecución de los siguientes niveles (Solé 2012: 51):
9
Esta naturaleza cultural es compatible con que la lectura también requiera una base biológica. “Para que
el mensaje escrito pueda ser procesado tiene que ser previamente recogido y analizado por nuestros
sentidos. Los mecanismos perceptivos extraen la información gráfica presente en la página y la
almacenan durante un tiempo muy breve en la memoria icónica. A continuación, una parte de esta
información, la más relevante, pasa a una memoria más duradera, la memoria a corto plazo, donde se
analizan y se reconocen las unidades lingüísticas” (Tavira 2014: 2).
10
“Los fallos en las estrategias de comprensión de textos tienen consecuencias dramáticas, no solo para
comprender conceptos, sino también para la formulación y la comprensión de problemas en otras áreas,
como la física, las matemáticas, etc.”. (Carreira 2012: 23).
a) Nivel ejecutivo, ligado a la descodificación de lo escrito que va desde la letra
hasta el texto.
b) Nivel funcional, en el que el lector puede ya leer los textos que le demanda su
vida diaria, como leer un cartel, unas instrucciones... En este nivel, el lector ya
debe saber enfrentarse a textos completos y comprender su sentido global, más
allá de la comprensión de sus palabras y enunciados.
c) Nivel instrumental, en el que el lector es capaz de utilizar la lectura para obtener
información. En este nivel competencial, naturalmente cuenta mucho el tipo al
que pertenece el texto, puesto que está claro que en los textos especializados
desempeñan un papel fundamental determinadas estrategias específicas
(Reimers y Jacobs 2009: 36).
d) Nivel epistémico y crítico.
Este último nivel, según I. Solé (2012: 51), se caracteriza por que:
la lectura se utiliza para pensar y contrastar el propio pensamiento. Conduce a comprender que los
textos representan perspectivas particulares y excluyen otras; leer es identificar, evaluar y
contrastar estas perspectivas (incluida la propia) en un proceso que conduce a cuestionar, reforzar
o modificar el conocimiento. Esta lectura hace posible la transformación del pensamiento y no solo
la acumulación de información.
En este nivel, ya no solo cuenta el referente del texto, sino también, y de modo
fundamental, el enfoque que le da el propio autor. El lector que accede a este nivel
comprende que una cosa es la realidad y otra la forma de presentarla por parte de un
autor.
Como idea final, el examen atento de estos niveles, empezando por el básico, no deja
dudas acerca de
que en la lectura intervienen numerosas variables –genéticas y ambientales- además de las
estrictamente lingüísticas y que incluyen variables orgánicas –neurológicas y sensoriales- y
cognitivas –procesos atencionales, perceptivos, mnémicos, de categorización, inferenciales, de
solución de problemas, etc.” (Jiménez Rodríguez 2004: 8).
6.1.2. Nivel ejecutivo
El nivel que más nos interesa es el nivel ejecutivo o básico de alfabetización. En él, el
niño descubre la diferencia entre el carácter icónico de los dibujos y el arbitrario, propio
de los símbolos, de la escritura; también, de la linealidad de este. Sobre este
descubrimiento, el niño ha de entender los lazos sistemáticos existentes “entre los
componentes de las palabras impresas y los de las palabras habladas”, es decir, la
relación entre las letras y los fonemas. Desde ese conocimiento, los niños podrán
“entender lo que leen y aprenderán las características especiales del registro de la lengua
escrita” (Treiman y Kessler 2007:665).
Para que los niños puedan empezar a leer sin problemas, deben ser capaces de
“identificar el primer fonema de las palabras, segmentar pseudopalabras, encontrar
analogías verbales, reconocer nombre escritos o identificar el nombre de las letras”
(Bravo, Villalón y Orellana 2004: 16).
En efecto, como saben muy bien los especialistas en dislexia, para leer el niño ha de
experimentar un igual desarrollo en su conciencia fonológica por la que analiza los
elementos mínimos de una palabra (ver, arriba, § 3.3). Gracias a esta conciencia
fonológica, puede pensarse “tanto en las palabras como en entidades independientes
como en las sílabas y en los sonidos que las componen” (Garayzábal y Codesido 2015:
86).
Gracias a la “habilidad de segmentación” propia de la competencia fonológica, el niño
“comprende las relaciones entre lenguaje escrito y hablado y le facilita el proceso de
descodificación y codificación cuando comienza a leer” (Arancibia, Bizama y Sáez
2012). Tal exigencia es particularmente significativa en las lenguas que cuentan con un
sistema de escritura alfabético (Carreiras 2012: 22).
Por otra parte, la necesaria descodificación visual en el niño, es una tarea costosa y lenta
que pasa por la identificación de los rasgos distintivos de cada letra. Cuando se
automatiza, al lector le basta la percepción fragmentaria de las letras, el resto lo
reconstruye gracias a las letras que acompañan a cada letra y a toda la información
almacenada en su memoria a largo plazo (Quezada 2004: 108). Es en esta fase en la que
debe situarse el trabajo inicial del maestro, empezando por lo más elemental: la
percepción auditiva, visual y la atención. Si estas fallan, al edificio de la competencia
lectora le faltarán los cimientos.
En este camino hasta la competencia lectora adulta, es necesario que el niño adquiera
conciencia de la existencia de fonemas, sílabas, morfemas y palabras (Fernández López
2013). La importancia del reconocimiento de la sílaba en la lectura es conocida desde
hace tiempo y ha sido confirmada por nuevas investigaciones (Domínguez y de Vega
2009), aunque el valor predictivo de la conciencia fonémica de la capacidad lectora es
muy importante (Arancibia, Bizama y Sáez 2012). Por su parte, la conciencia de
morfemas y palabras es muy necesaria para el aprendizaje ortográfico y, paralelamente,
para dotar de sentido a las palabras que se leen.
Ferreiro y Terebosky (1979) realizan un buen resumen de estos descubrimientos. La
adquisición/ aprendizaje de la lectura comienza cuando el niño percibe una serie de
diferencias: entre el dibujo y la letra, entre lo que está escrito y lo que puede leerse, así
como las diferencias que debe haber entre dos textos para que se lean de forma distinta.
A partir de este momento, el niño busca la correspondencia entre “las partes de la
escritura y las de la palabra que quiere escribir”, se trata de la hipótesis silábica, que
choca con la hipótesis anterior de que existe un número mínimo de letras para cada
palabra escrita. La resolución de esta contradicción conducirá a la hipótesis alfabética
según la cual a cada unidad mínima fónica le corresponde una letra (Camps et al. 2009
[1990: 38).
Una última cuestión para cerrar este subapartado: ¿cuándo debe empezar a enseñarse a
leer? Ha habido en los últimos tiempos muchas opiniones, entre los especialistas,
favorables a retrasar este proceso. Así, recogiendo la opinión de Cassany, Luna y Sanz
(2011[1994]: 46) creen que la enseñanza formal de la lectura no debe iniciarse hasta los
6/ 6.5 años, puesto que hasta entonces el niño no ha alcanzado el necesario nivel
intelectual. Pese al prestigio de esta posición, ha surgido últimamente alguna voz
autorizada como la de R. A. Martín Vegas (2015: 142), que aboga por que la educación
lectora se inicie cuanto antes “para que se convierta en una rutina deseada en la vida del
niño”.
También la legislación actual se muestra favorable a que se enseñe a leer y a escribir al
niño en cuanto se incorpore al sistema educativo español. La Comunidad de Madrid
señala que, en el último curso de Infantil, se dedicará una sesión diaria a la enseñanza de
la lectura y la escritura, así como a los cuatros años ya se habrá iniciado su aprendizaje
(DECRETO 17/2008, de 6 de marzo, del Consejo de Gobierno, por el que se
desarrollan para la Comunidad de Madrid las enseñanzas de la Educación Infantil). En
la normativa de Castilla-La Mancha, sin concretar tanto, también se piensa en este
sentido (Decreto 67/ 2007, de 29-05-2007, por el que se establece y ordena el currículo
del segundo ciclo de la Educación Infantil en la Comunidad Autónoma de Castilla-La
Mancha).
6.2. Comprensión lectora
6.2.1. Relación con la atención, la memoria y el razonamiento inferencial
Alcanzar las metas que definen al lector competente es imposible sin esa comprensión
lectora que puede entenderse como:
[La] habilidad del lector para extraer el significado conectando múltiples oraciones dentro de una
representación mental coherente conectada, que podríamos considerar como el producto de la
comprensión y susceptible de ser evaluado (Escudero 2010: 2).
La comprensión lectora se desarrolla a través de una serie de fases “que intervienen en
los procesos implicados en la formación, elaboración, notificación e integración” de
estructuras de conocimientos, a partir de un texto (Pérez Zorrilla 2005: 122).
Para que tal desarrollo sea posible, son necesarios procedimientos cognitivos y
determinadas destrezas metacognitivas que giran alrededor de la conciencia lectora. A
este respecto, son fundamentales la atención, la memoria y el razonamiento inferencial,
cuya interacción es imprescindible para la comprensión de un texto.
La atención está unida a la percepción, la emoción y la memoria (Garayzábal y
Codesido 2015: 125). La atención en la lectura ha de ponerse primeramente en “la
organización espacial del trazado gráfico (horizontalidad y verticalidad), las semejanzas
y diferencias de tamaño y de forma, y las distintas posibilidades de asociación entre
grafemas y sonidos” (Garayzábal y Codesido 2015: 125).
Pero con esto no basta. Además,
11
“La expresión escrita representa el más alto nivel del aprendizaje lingüístico porque en ella se integran
experiencias y aprendizajes relacionados con las otras destrezas o habilidades lingüísticas (escuchar,
hablar y leer)” (Garayzábal y Codesido 2015: 77).
palabra que representan, por ejemplo, un nombre. Esta destreza puede adquirirse
independientemente de la lectura, como demuestra el testimonio de esas personas que
saben firmar con su nombre, pero no, escribir.
La explicación de esta mayor facilidad de la lectura –al menos, cuando ambas ya están
definidas- se explica porque “la escritura requiere la producción de una secuencia de
letras, no ofrece claves contextuales y exige un número mayor de decisiones de
conversión de fonema a grafema” (Uceira 2011). Un testimonio indirecto de la mayor
dificultad de la escritura lo proporciona “el hecho de que existen niños disléxicos que
llegan a alcanzar un nivel normal en la lectura gracias a un buen entrenamiento, pero
continúan siendo escritores de baja calidad” (Ibidem).
La escritura exige una dosis de productividad y creatividad, muy difícil de alcanzar para
los numerosos alumnos que
aprenden pero no producen. En la mayoría de los casos pueden leer mucho mejor de lo que
escriben y no tienen problemas para interpretar la información; sin embargo, por alguna razón, no
pueden aplicar lo que aprenden de una manera productiva. La dificultad para escribir es, de lejos,
la señal más reveladora de una producción deficiente durante la infancia y la adolescencia (Levine,
apud Marina y Marina 2013).
Que sea más difícil escribir no oculta la influencia de la escritura en la lectura. Ahí están
las actividades de refuerzo y manifestación de la comprensión lectora como la redacción
de esquemas, resúmenes o las preguntas/ respuestas sobre un texto. Estas actividades
muestran que la producción favorece la comprensión, en un ejemplo más de que las
competencias que se adquieren, solo se consolidan cuando se ponen en práctica. En otro
orden, tenemos otro testimonio proveniente de recientes investigaciones que han
estudiado el efecto de escribir a mano en el posterior reconocimiento de letras y
palabras.
6.3.2. Etapas
Pueden establecerse diversas etapas o niveles en el desarrollo de la escritura, de acuerdo
con las metas de la competencia escritora. En su primera etapa escritora, el niño es
incapaz de fijarse más que en un aspecto de la escritura, el significado, así como volver
sobre lo que acaba de escribir anteriormente. Es una consecuencia del dominio en el
niño de dos propiedades de su pensamiento todavía preoperatorio (en el sentido de
Piaget): la centración y la irreversibilidad (Crespo, Benítez y Pérez 2010: 182).
La competencia escritora se asocia a la construcción de discursos, lo que pasa por que
estos cumplan las propiedades de coherencia, cohesión y adecuación (ver, más arriba, §
5.1), algo imposible si el progreso de la competencia escritora no corre paralelo con el
del pensamiento.
La escritura necesita una dosis importante de abstracción, sobre todo, en lo relativo a su
organización de conjunto (macroestructura y superestructura) cuando se trata de escritos
académicos y profesionales. En ellos hay que manejar mucha información y organizarla.
Esto se corresponde con la coherencia y la dinámica comunicativa articulada en torno a
la pareja: información nueva y dada. Precisamente, uno de los síntomas del discurso
autista es la incapacidad de distinguir entre ambas informaciones, de ahí las repeticiones
tan características.
En cuanto a la cohesión, esta se manifiesta en la habilidad en el manejo de las marcas de
cohesión, mayoritariamente constituidas por anáforas. Básicamente, en lo que se llama
la situación retórica del escrito, el niño debe representarse el tópico del escrito, su
destinatario y el propósito que lo anima (Crespo, Benítez y Pérez 2010: 185).
6.3.3. La adquisición/ aprendizaje de la ortografía
Ligada al descubrimiento de su carácter convencional y estable por parte del niño, la
adquisición/ aprendizaje de la ortografía de una palabra cuenta con tres vías
privilegiadas: su memoria icónica (o visual) (Saavedra 2014: 3-4), su pronunciación y
su agrupación con las otras palabras de su familia léxica (Camps et al. 2009[1990]: 39).
Es lógico pensar que trabajar con todas ellas parece más eficaz que limitarse a la
memoria.
El esfuerzo que para un niño entraña el escribir y su incapacidad inicial de centrarse en
más de una actividad de la que se ha hablado hace más de un momento, explica que, en
los textos escritos para comunicar algo, los niños cometen muchas más faltas que las
que realizarían en un ejercicio ortográfico (Camps et al. 2009[1990]: 43).
6.4.Dislexia
Aunque la mayoría de los niños adquiere “un buen dominio de la lectura con uno, dos o
como mucho tres años de práctica, dependiendo del sistema ortográfico” (Carreiras
2012: 22), lo cierto es que es numerosa la población con problemas de lectura, quizá
más de un 10 % (Ibidem). Tales problemas nos conducen a la dislexia como la patología
más conocida y principal.
La dislexia se identifica con los problemas específicos de lectura de algunas personas
como
dificultades para recitar el alfabeto, denominar letras, realizar rimas simples y para analizar o
clasificar los sonidos. Además, la lectura se caracteriza por las omisiones, sustituciones,
distorsiones, inversiones o adicciones, lentitud, vacilaciones, problemas de seguimiento visual y
déficit en la comprensión (http://www.disfam.org/dislexia/).
Se trata de problemas específicos, independientemente de que en otras tareas puedan
brillar y de poseer una inteligencia normal o, incluso, alta. Esta especificidad no oculta
la frecuente relación de la dislexia con la descoordinación de desarrollo o el problema
de hiperactividad con déficit de atención. Tampoco, esconde la relación de la dislexia
con la falta de habilidad en el procesamiento fonológico (Snowling y Caravolas 2007:
667). Más arriba hemos hablado de la importancia en la lectura de la competencia
fonológica.
La dislexia ha impulsado mucha investigación y bibliografía en los últimos tiempos.
Con ellas, algunas dudas y algunas certezas. Ejemplo de estas primeras es el debate
sobre la base de la dislexia (¿cognitiva o de problemas en la automatización?)12. De las
certezas, el continuo existente entre personas sanas y afectadas, la heterogeneidad de los
disléxicos13, o que “la dislexia es fundamentalmente un problema de índole neurológica,
con base genética, que se manifiesta de forma diferente en diferentes lenguas”
12
Según una última investigación, las raíces de la dislexia se encuentran en una conexión deficiente en las
representaciones fonéticas en el cerebro; no, en la calidad de dichas representaciones (Boets et al. 2013).
13
Sobre esta cuestión y, en general, sobre la dislexia, recomendamos el excelente trabajo de fin de grado
de Tavira Nieto (2014).
(Carreiras 2012: 22) y en el que inciden significativamente los factores
socioeconómicos (Ibid.).
Si hay problemas de lectura, los habrá en la escritura. Así relacionada con la dislexia,
aunque no de modo directo, están la disgrafía y la disortografía, trastornos centrados
solo en la escritura. La primera “conlleva una problemática en el trazado de los
grafemas y en la configuración de lo escrito, que implica la alteración de los factores
motrices” (Saavedra Moreno 2014: 7). Por su parte, la disortografía es un trastorno
centrado en la escritura de la palabra manifestado en múltiples errores, la mayoría de los
cuales no responde a la violación de alguna norma (Saavedra Moreno 2014: 11), propia
de la disortografía cultural (Saavedra 2014: 13), aunque sí a algún factor perceptivo.
La disortografía suele ir asociada a una escritura anormal, a menudo, ilegible, así como
en las dificultades “en la organización, estructuración y composición de textos escritos”
(Pereira 2009: 9).
8. BALANCE FINAL
Este capítulo se ha ocupado de la adquisición/ aprendizaje de la lengua por parte de los
niños desde un doble supuesto: en primer lugar, el papel en él del procesamiento del
lenguaje, en segundo, la necesidad de determinados conocimientos y habilidades
cognitivos, sociales y lingüísticos, posibles gracias al cerebro.
14
Sobre las patologías que afectan al uso de las lenguas en los hablantes que dominan más de una, puede
verse Igoa (2013: 839-841).
15
En estas razones ambientales podría sumarse el mayor sentido del ridículo en el niño varón (Torres
Águila 2005: 7).
A través de los enunciados a los que se expone, el procesamiento del lenguaje le permite
al niño, además de obtener muy diversas informaciones sobre el mundo que lo rodea, ir
obteniendo informaciones sobre el propio lenguaje que cada vez lo hacen más
competentes. Tales informaciones que no son teóricas, sino procedimentales, se
aumentan cuando el niño empieza a reflexionar acerca del lenguaje y de su uso.
El examen de los conocimientos y habilidades necesarios para hablar, así como de sus
bases neurológicas y sociales, ha exigido diferenciar dos etapas. En la primera, en la que
solo puede hablarse de adquisición, le corresponde a la naturaleza genéticamente
determinada del niño el trabajo fundamental. Ello no supone, claro está, negar el papel
activador de los estímulos que recibe el niño por parte de sus mayores. En la segunda, la
del lenguaje tardío, la naturaleza sigue haciendo su trabajo, pero ya empieza a ceder
mucha responsabilidad a la sociedad, la cual a través de la escuela, enseñará a leer y a
escribir. Con la adquisición/ aprendizaje de ambas tareas, el niño ingresa en el mundo
de la cultura.
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123.
ACTIVIDADES
En el presente curso 2015/ 2016 imparte las asignaturas de “Lengua Española aplicada a
la Traducción” (Grado en Lenguas Modernas y Traducción), “Competencia
comunicativa y reflexión sobre la lengua (Grado en Magisterio de Educación Primaria),
“Competencia pragmática” y “Gramática Didáctica” (MU en Formación de Profesores
de Español).