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Introducción a “El hijo del monte”

Por Jimena Cecilia Trombetta

Carlos Bastarrechea es titiritero y realizador del grupo TIRE y AFLOJE. En su trayectoria como
titiritero se formó en la Universidad Nacional de San Martin. A su vez fue parte de diversos
espectáculos como actor, titiritero, realizador, dramaturgo y director. Trabajó en el Teatro Nacional
Cervantes, en el Centro del Conocimiento, en la Escuela de títeres de Puerto Rico (Misiones). Con
sus producciones ha realizado giras por festivales Argentina, Brasil, Paraguay, Chile, Ecuador y
Colombia.

En su obra El hijo del monte creó una versión libre del cuento “El hijo” de Horacio Quiroga. Antes
de indagar sobre el trabajo de Bastarrechea sería importante algunas características propias de
Quiroga. Este escritor construía cuentos que en su composición no proponía generar una fractura en
la estructura clásica del relato (inicio-nudo-desenlace). Sin embargo, dentro de esta estructura hacía
que sus personajes sufrieran avatares producidos por el caos de la naturaleza. “El hijo” es un cuento
que demuestra como la muerte natural se antepone al orden social. De este modo, el azar irrumpe en
la vida de este padre que pierde a su hijo en el monte, aunque aquel respetara las normas
preestablecidas por su progenitor. El hijo parte al monte a cazar y le promete a su padre regresar a
las doce en punto. Luego de media hora de espera, el padre se da cuenta que su hijo no a regresado,
que ese acto no es propio de su hijo y sale a buscarlo. A medida que va llegando hacia el lugar en
que yace el cuerpo, comienza a darse cuenta que este ha muerto.

Esta trama es tomada por Bastarrechea, quien decide recortar fragmentos del cuento de Quiroga y a
estos aplicarles el lenguaje de los títeres. Respetando el argumento y las palabras propuestas por
autor uruguayo, el titiritero y dramaturgo aplica didascalias entre los fragmentos elegidos para
marcar acciones, lugares y tiempos diferentes. Al poder narrar desde otro dispositivo artístico, se
permite incorporar videos que describan la selva que transita el personaje títere del hijo y del padre.
Así la puesta en escena propuesta en el presente texto, reproduce una representación del ambiente
creado por Quiroga a través de palabras. A su vez habilita desde los títeres un espacio de
ensoñación, que a medida que transcurre la obra dará pie a un tamiz expresionista.

En la puesta existen dos personajes títeres (padre e hijo) y un personaje actor (el escritor). Si bien
todo es creación, simbólicamente el orden del relato es humano y está dado por la manipulación del
escritor, mientras que la calamidad se le adjudica a la naturaleza insertada en las imágenes de video.
El escritor hace el ejercicio de narrar en presencia la rutina de estos dos personajes, donde el padre
insiste sobre los peligros creyendo en la habilidad y responsabilidad de su hijo. A partir de allí, el
hijo que parte hacia el monte para cazar, estará inmerso en un espacio azaroso que se adueña no
solo de su vida, sino también de la decisión del escritor. No en vano, el autor de la pieza teatral, le
hace buscar a su hijo entre las hojas escritas. El escritor en esta obra cae extenuado superado por el
relato y deja de poder manipular la historia, en tanto que sus personajes títeres ya son presos de un
desenlace fatal. Este final quedará suspendido por un tiempo en la alucinación del padre, en el
nuevo relato ficcional del escritor.

Dejando de lado un momento el contenido, nos interesa observar porqué esta pieza se vuelve
atractiva desde el lenguaje de los títeres. Básicamente creemos que desde los títeres se puede ver
tanto la manipulación del escritor como ordenador de la ficción, tanto como también podemos
observar que el personaje títere puede ser embestido por una muerte bestial. A su vez, se permite la
puesta establecer dos tiempos, el de la historia y el de la creación del escritor. Así, en la figura del
escritor se hace presente Quiroga, y no deberíamos olvidar que indirectamente también remite a su
propia vida. (Recordemos que el autor uruguayo había perdido a su padre a causa de un
escopetazo). En definitiva esa separación entre el escritor y sus personajes títeres permiten mostrar
lo polifónico del cuento “El Hijo”. Mientras que en el espacio teatral presenciamos la actuación
teatral que compone desde las manos del escritor el lenguaje del teatro de títeres; en el cuento
presenciamos cierta biografía del autor que narra la historia de estos personajes, donde la muerte del
hijo refiere curiosamente a la muerte del padre de Quiroga.

En definitiva, la estructura de ese extracto de la realidad que se vuelve ficción que se aleja y refiere
a la realidad, remite y justifica ese tamiz expresionista. Este apunta a reproducir desde el relato de la
selva, desde los videos sobre la selva en el caso de la puesta, ya no la realidad concreta, sino un
espacio subjetivo propio de Quiroga y de su vida imaginaria y alucinatoria. El mismo espacio
alucinatorio que el personaje títere padece al negar la muerte de su hijo porque “Las fuerzas que
permiten entregar un pobre padre alucinado a la más atroz pesadilla tienen también un límite”. Sin
más “El hijo del monte” de Carlos Bastarrechea absorbe en las próximas páginas no solo el cuento
de Quiroga, sino también la subjetividad del escritor que lucha contra el azar y se ve obligado a
cerrar el acontecimiento fúnebre por medio de un acto poético. Si el padre regresa solo que sea con
“alucinada felicidad”.

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