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Marco teórico
Para los globalistas, ese aparente encogimiento del mundo que caracteriza los
tiempos que vivimos – donde la tecnología parece borrar las distancias y los tiempos
– tendrá como resultado un mundo cada vez más integrado y global, en el que
desaparecerán las particularidades nacionales para fundirnos en un solo mundo en
el que, efectivamente, dejaríamos de ser de aquí para pasar a ser ciudadanos
globales o, como se afirma en alguna literatura en boga, netizens: una especie de
ciudadanos del espacio virtual pero sin mayores vínculos con las viejas identidades
que, por siglos, forjaron al ser humano. Los globalistas ven esto con regocijo,
celebran el debilitamiento de los estados nacionales – a los que culpan de muchos
de los males de la humanidad – y se asombran del potencial de esta nueva
sociedad, este brave new world en el que las empresas y los organismos no
gubernamentales – y hasta los netizens en forma individual – pasarían a ser las
fuerzas que definen el presente y el futuro de la humanidad.
Cuando baila hip – hop una muchacha del Valle Central, de Coto o de Upala no se siente
mal bailando algo extraño, algo ajeno y enajenante: se siente bailando su música, una
música joven que disfruta como propia y que la identifica con muchos otros jóvenes, con
jóvenes de distintas regiones del país pero, también, con jóvenes del mundo. Pero tampoco
se sienten mal nuestros jóvenes cuando bailan el Punto Guanacasteco, cantan Luna
Liberiana o se mueven al ritmo del swing criollo: para ellos, lo propio y lo ajeno – lo de aquí
y lo de allá – están dejando de ser una dicotomía para convertirse en un proceso creativo de
construcción de identidad, de su identidad joven, de una identidad que es – como dijimos –
la síntesis de múltiples determinaciones y, por tanto, unidad de lo diverso.
Esto es así en la medida en que se va haciendo cada vez más evidente algo que nunca
debió dejar de serlo: la identidad de los seres humanos nunca es unívoca, nunca se reduce
a una única y simple determinación, a una sola afiliación, a una pertenencia única y una
única lealtad... como tantas veces han querido los absolutismos de todo tipo y de todo
signo, sean políticos, religiosos o simplemente absolutismos. La identidad humana – tal vez
lo más específico que caracteriza al ser humano – es más bien y precisamente
lo contrario de esa caricatura monotemática y simple: la identidad humana solo puede ser
esa inevitable síntesis de múltiples determinaciones, fruto dialéctico de todas las variables
que, de muy diversas formas, van constituyendo la identidad de cada uno de nosotros y –
claro – de cada uno de los grupos de los que formamos parte o con los que nos
identificamos
A lo largo de este libro, esto se hará más que evidente al lector, tanto por medio de
reflexiones analíticas y conceptuales como y, sobre todo, por medio de un sinnúmero de
experiencias, manifestaciones y hasta anécdotas de cómo nuestras y nuestros jóvenes, sus
madres y padres y los miembros de sus comunidades educativas van construyendo,
diariamente, su identidad y de cómo lo hacen en un mar de interrelaciones que están
lejos de ser monótonas, homogéneas o aburridas. Más interesante aún fue el interés que
despertó la discusión en todos estos grupos. En efecto, a partir del tema aparentemente
esotérico de la “interculturalidad”, parece que se tocó una fibra que resonó mucho más de lo
que pudiéramos habernos imaginado, brindándonos tanto ejemplos como luces y
enseñanzas sobre este complejo proceso de construcción de la identidad y, en especial, del
papel que puede y debe jugar en él la educación; aunque no siempre lo juega, o – incluso –
lo juega en un sentido perverso. De ahí el reto que enfrentamos.
Creo que el tema de fondo en todas estas discusiones es el mismo tema de fondo de
cualquier proceso educativo: la identidad o, más exactamente, los procesos individuales y
sociales de construcción de nuestra identidad.
De acuerdo con Charles Taylor, en su clásico libro ‘La ética de la autenticidad’3 el problema
surge porque, al romper las cadenas del viejo orden, la modernidad nos hizo libres, pero
obligándonos a reencontrar nuestro sentido. Entonces establecimos – dice Taylor – la
primacía de la razón instrumental: sólo tiene valor lo que es útil y eficiente. La utilidad de las
cosas – usualmente traducida en su precio, o en el éxito que reportan a sus poseedores –
se
convierte en su única razón de ser. Lo que no es útil, no tiene razón de ser, es una mera
pérdida de tiempo, de recursos, de esfuerzos que debieran estar dedicados a algo más útil.
Tal es, hoy, la medida del éxito y sólo el éxito parece darnos sentido. Sólo somos, es decir,
existimos socialmente, en la medida en que nos reconocen – y nos reconocemos – como
triunfadores: esel discurso televisivo, mediático y, también, el discurso que prevalece en el
sentir cotidiano y ¿por qué no decirlo? incluso, en el discurso educativo: “estudie para que
llegue a ser alguien”.
Trastocada así nuestra identidad, la libertad ganada se reduce a lo trivial – elegir entre
marcas de jabón o de hamburguesa; optar entre una telenovela... y la otra; o entre la novela
y el reality show – con lo que se diluye también nuestro interés en esa libertad, que se
evapora en una búsqueda por lo general estéril de la autorrealización individual por vía del
consumo, el entretenimiento y la ostentación. Paradójicamente, esto puede darse a todos
los niveles sociales, pues no se trata de tener más o consumir más que Bill Gates o Carlos
Slim – para no citar ejemplos locales – sino de algo más simple que, por relativo, está casi
al alcance de todos: lo que queremos es “apantallar” o “sacarle los ojos” a los vecinos o a la
cuñada. Además, para aquellos que, sabiendo que los caminos legítimos o tradicionales al
éxito les están cerrados – o les demandan un esfuerzo que no están dispuestos a hacer –
siempre queda abierta la opción de la suerte ¿quién no quiere ser un millonario? o de la
trampa ¿quién quiere ser un millonario a como haya lugar?
pluralidad.
Con la Ley Fundamental el legislador facultó al Estado costarricense, en la
y cultural.
Las autoridades redactoras del Decreto de 1994 fueron las mismas que
actualmente está vigente. Tenían claro entonces, que las instituciones del
Estado estaban listas para afrontar con madurez política y solidez técnica
Ley del Día de las Culturas provee el marco normativo en educación nos
y pedagógica,
Chorotegas.
alfabetización del siglo XXI significa algo más que leer, escribir y operar
tantas dificultades para que se ejecuten en los buenos términos que fueron
pensados?
siglo XIX y principios del XX. Su misión fundamental hasta las décadas
el orden y el control”34. Martínez, Alba (2008). “La estructura media de los sistemas educativos y la necesidad de
apoyo
ar)